A estas alturas de la programación debería estar clara la táctica que emplea la derecha en la confrontación política; sobre todo porque es siempre la misma. Consiste en buscar un punto de escándalo en el adversario, sea cierto o no, grande o pequeño, directo o indirecto. A continuación se amplía y se magnifica como si de él dependieran los pilares del mundo. Luego se pone a todos sus medios (que son legión) y a sus políticos, con o sin imperio, a repetir la cantinela sin parar, sin dar tregua, día y noche, hasta convertir el punto de escándalo en el tema central, único, exclusivo, del debate y dejar arrinconado todo lo demás, por crucial que sea, por ideológico, europeo o esencial que sea. Sólo cuenta ese punto de escándalo sobre el que hay que macerar hasta dejarlo a punto de derrota electoral. De esta forma se lleva al PSOE a un terreno incómodo para él porque lo fuerza a defenderse que es siempre posición más débil que la del ataque y, además, se consigue ocultar los puntos flacos de la propia derecha que, en no pocos casos, son de la misma naturaleza y envergadura que los que denuncian.
Se dirá lo que se quiera y la izquierda es muy dada a encontrar razones rocambolescas para los asuntos más simples, pero el hecho desnudo es que, desde el punto de vista de la comunicación, el marketing, la propaganda políticos, la derecha está a años luz de la izquierda, al menos en España. Con el agravante de que esta última no ha conseguido contrarrestar esa fortaleza del adversario, descolocarlo, obligarlo a defenderse. Probablemente porque su fortaleza resida en su vacuidad, en su inanidad ideológica, en su carencia de principios reales (no de los invocados) en su pobreza mental; en lo que se quiera, pero fortaleza.
La derecha lo hizo durante toda la legislatura anterior con sus delirios sobre la autoría de los atentados del 11-M, delirios que siguen funcionando porque son útiles para sacarlos a la luz cuando escasean otros motivos de ataque que resulten más a la moda. También lo hizo con el proceso de paz, presentado como una rendición ante el terrorismo, que puso al Gobierno en una situación embarazosa. Igualmente recurrió a este procedimiento en las elecciones gallegas, con el asunto del automóvil del señor Touriño, con lo que estuvieron batiendo el cobre hasta hartarse sin que nadie en la izquierda respondiera que ellos hacen lo mismo.
Y viene ahora el asunto de los aviones Falcon que usa el presidente del Gobierno y que el PP ha conseguido situar en el centro del debate con lo que nadie se para a considerar que el partido de la derecha está metido hasta los corvejones en diferentes asuntos de corrupción desde la trama Gürtel hasta los espionajes en la Comunidad Autónoma de Madrid (CAM). Sin embargo, de eso sería de lo que tendrían que hablar sin pausa alguna los candidatos del PSOE en la campaña. El PSOE no debiera comenzar acto público o mitin alguno sin pedir la dimisión de los señores Fabra, Camps, Bárcenas y Trillo y sin exigir una comisión de investigación que averigüe en qué se gasta el dinero la Fundación Fundescam, presidida por esa aristócrata goyesca (o sea, con su pizca de verdulería), la señora Aguirre.
Responder a la acusación sistemática de los aviones sólo tiene sentido si, como propugna Felipe González, se hace para probar que los gobiernos del PP actuaron con verdadera alegría en la gestión del patrimonio común, para lo cual yo empezaría por rememorar la boda faraónico-imperial de la hija de Aznar en El Escorial, con empleo de abundantes recursos públicos sabiamente administrados por el presunto delincuente señor Correa. De no ser así, el PSOE no debiera tener otro discurso que el de pedir la dimisión de los citados presuntos corruptos y del señor Trillo, a quien sería muy razonable declarar "persona non grata" en la actividad política ordinaria. Al fin y al cabo, lo del avión Falcon es anecdótico mientras que el hecho de que un porcentaje nada desdeñable de altos cargos del PP esté imputado en procedimientos de corrupción o, incluso, pese sobre alguno de ellos ya petición de pena no tiene nada de anecdótico sino que es estructural. Al PP le interesa ocultarlo y al PSOE descubrirlo para que la gente sepa a quién vota.