Todos los años mi amigo Pedro Maestre, ingeniero de caminos, politólogo y alto directivo de una empresa, una mutua, escribe un libro de reflexiones de esas de moral de empresa, administración de personal, recursos humanos, etc, apoyado en la recopilación de algún tipo de material convencionalmente alejado del tema tratado. El año pasado fueron películas y este año son fábulas y cuentos infantiles de toda la vida. El libro (Fábulas, cuentos e informática, Madrid, Dintel, 2009, 432 págs) tiene como cubierta "Actividades estratégicas 2009". El término estratégico tiene mucho prestigio tanto dentro como fuera de las empresas, porque hace referencia a una actividad de largo alcance que se juzga siempre decisiva con relación a los fines que se pretendan. El "strategos" es el general y la estrategia la actividad del general o comandante en jefe.
En este año las reflexiones de Pedro sobre su estrategia empresarial se cuelgan de una selección de fábulas y cuentos, una por día y dos cuentos por mes. Las fábulas proceden todas de Esopo, La Fontaine, Samaniego e Iriarte y, aunque conservan de vez en vez algún trozo rimado, vienen todas en prosa. Se hace raro leer las fábulas en prosa. Al faltar la versificación, que tiene mucha fuerza nmotécnica es como si uno no se quedara tanto con el sentido de las historias, muchas de ellas tremendamente famosas.
Como quiera que el sentido del género fabulístico mismo es moralizante -de hecho, en muchas de las fábulas, especialmente en las de Samaniego e Iriarte, se incluye la moraleja- al vincular los textos clásicos con las reflexiones estratégicas sobre procedimientos de gestión etc, se produce una especie de duplicación, como si se tratara de fábulas de fábulas y, luego, de moralejas de moralejas.
Es curioso que casi todas las fábulas incluidas hablan de un número muy reducido de animales: el lobo, el zorro, la serpiente, la liebre, la tortuga, el cuervo, el águila, la corneja, la oveja, la cabra, el cisne, el oso, la comadreja, el león, la pulga y poco más. Todos ellos, los animales, muy antropomorfizados, casi constituidos en caracteres al estilo de Teofastro o La Bruyère, siendo muy típicos los temperamentos que se les atribuyen: el zorro es taimado, astuto, inteligente y de pocos escrúpulos; el lobo es fiero, cruel, glotón, orgulloso de su libertad y a veces un poco estúpido; el perro es reflexivo, prudente, fiel y un poco indigno; el cuervo, vanidoso; la serpiente, malvada, etc.
Como todo género moralizante, algunas fábulas parecen escritas para definir situaciones que uno vive cotidianamente y en la actualidad. Por ejemplo, adivínese en qué personaje español puede uno estar pensando cuando lee la moraleja de una fábula de Esopo que reza: "abundan individuos insignificantes que, aprovechando épocas de confusión, llegan a creerse grandiosos" (p. 67). Pues exactamente pero, como rezaba una veja historia polaca: "lo han dicho Vds.; yo, no".
En otros casos lo que sorprende es el alcance filosófico de alguna fábula, por ejemplo, El lobo y la oveja, de Esopo en la que el animal carnicero deja libre a la oveja porque ésta en efecto le ha contado tres verdades en las que la pobre, resignada a ser comida, hace de necesidad virtud (p. 117). Si bien se mira es una ilustración práctica de aquel supuesto de Hegel de que la libertad es el conocimiento de la necesidad pues la oveja es liberada precisamente por haber dicho la triste verdad de lo que la espera, de su necesidad.
En otros casos, las fábulas suelen tener valoraciones morales sobre la avaricia, la vanidad, la codicia: todas las veces en que un animal (normalmente un cuervo o un perro) abre la boca porque lo han halagado o trata de arrebatar algo en un reflejo, deja caer lo que en ella tenía.
El territorio moralizante de la fábula adquiere a veces fuerza de convicción uno diría que universal. Así, por ejemplo, cuando La Fontaine adaptaba a su siglo una expresión común ya en la Grecia clásica, de nada demasiado. Expresión que goza de casi unánime respeto. El problema es que el término "demasiado" implica una valoración negativa en sí misma, siendo así que no resiste un mínimo examen: ¿que significa "demasiada" cultura? ¿Qué "demasiada" justicia?
En algunos casos, mis querellas con las fábulas son desde el punto de vista objetivo, de las cuestiones de hecho. Por ejemplo, la celebérrima de La cigarra y la hormiga, en la que, como se sabe, hay una glorificación de la virtud de la previsión que, sin embargo, está basada en un conocimiento superficial y erróneo de la naturaleza. En el verano la cigarra canta mientras, además, cuida de su manutención personal porque, no siendo un insecto social, no tiene grandes graneros de especie que llenar. Para el invierno es inútil que almacene insecto alguno que no llega a él.
Leer los cuentos es siempre un placer porque son compendios clásicos de situaciones maravillosas que cada niño, probablemente, ha experimentado a su manera.
Dado que algunas de las fábulas (singularmente, las de Esopo) suponen episodios de la mitología griega, mi sugerencia es que el libro del año que viene vincule el saber de gestiòn de empresa con avatares mitológicos.