dimarts, 17 de març del 2009

Fanatismo v. hipocresía.

¡Por fin una escenificación de Shakespeare en la que el director, los adaptadores, los actores, nadie pretende hacer eso que los ingleses llaman outshakespeare Shakespeare y que podríamos traducir a la pata la llana como "pasarse de listos" o pretender ir más allá de Shakespeare pero siempre, claro, tomando pie en sus obras y destrozándolas.

El teatro de La Abadía tiene en escena Medida por medida hasta el 26 de abril. Se trata de una adaptación con escenografía moderna pero no pretenciosa, muy ágil y muy al pie de la letra, sin interpolaciones de ningún tipo. Como en La Abadía el escenario está a ras de butacas tiene uno una visión completa y muy cercana de la obra, que está muy bien dirigida y con mucho ingenio, a pesar de las insuficiencias de la pequeñez del lugar y el escaso número de miembros de la compañía. Los actores me parecieron desiguales. A Julio Cortázar le sobra desenvoltura como Lucio, el amigo de Claudio y a Irene Visedo, como Isabel, le falta algo de fuerza de convicción. Como veo el personaje, Isabel es una fanática capaz de dejar morir a su hermano injustamente antes que ceder a los propósitos libidinosos del delegado del gobernante y eso hay que hacerlo visible mientras que Visedo resulta hasta razonable.

La historia de Medida por Medida es una fábula de fanatismo e hipocresía. El duque de Viena emprende un misterioso viaje (en realidad no hay tal, sino que se queda en la ciudad disfrazado de monje para ver cómo van las cosas en su ausencia) y deja en su lugar a Angelo bajo la asesoría de un sabio varón, Escalo. Ángelo, prototipo de gobernante cruel, condena a muerte a Claudio por haber mantenido relaciones sexuales con su novia antes del matrimonio en aplicación de una ley que había caído en desuso. Isabel, una novicia hermana de Claudio, intercede por su vida y Angelo le dice que se la perdonará si ella accede a acostarse con él, a lo que ella se niega, prefiriendo que Claudio muera. Es la escena que retrata el célebre cuadro del prerrafaelista William Holman Hunt a la derecha. Enterado de todo el monje (que es el duque), urde una estratagema: Isabel simulará acceder a los deseos de Angelo siempre que sea a oscuras y en silencio y el lugar de la novicia será ocupado por Mariana, la novia repudiada de Angelo por haber perdido la dote en un naufragio. Angelo consuma el acto creyendo haber desflorado a Isabel y, a pesar de todo, incumpliendo su palabra, da orden de que ejecuten a Claudio. Finalmente el enredo se deshace; el duque recupera su lugar, se hace audiencia pública a petición de Isabel y Mariana, se descubre el enredo, Angelo es condenado a muerte pero salva la cabeza por la intercesión de las dos mujeres a las que quiso agraviar y el duque pide a Isabel en matrimonio quien no responde negando ni accediendo con lo que la obra tiene un final bien extraño en el que nos queda la duda de si, al final, hay o no boda del duque y la novicia.

Lo determinante, lo más llamativo de la obra, a mi parecer, la injusticia de toda hipocresía: ese Ángelo que condena a otro a muerte por hacer lo que él mismo hace y con mucha menos legitimidad es una parábola de la inmoralidad por antonomasia, la que rompe de cuajo la regla de oro de la moralidad por hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros y encubrir el delito bajo el manto de la justicia. Al lado de esta cuestión esencial todo lo demás de la obra parece de tono menor pero tiene su importancia. El mencionado fanatismo de Isabel, capaz de sacrificar a su hermano a sus convicciones morales espanta un poco pero es respetable, a diferencia de la hipocresía de Ángelo. El resto de los caracteres es estupendo. El dueño del burdel (la foto de más arriba) hace un gran papel, igual que el alcaide de la prisión, el alguacil medio lelo y Lucio el gracioso amigo de Claudio. El ardid que permite desentrañar el enredo (un cambiazo en el lecho para frustrar los malvados designios de un precito y enderezar las cosas en el camino de la recta moral con un guión algo torcido ya que, al fin y al cabo, es una mentira) fue un recurso muy extendido en el teatro isabelino, igual que en el del Siglo de Oro español.