(Termina aquí la reseña del número monográfico de Sistema sobre América Latina).
Según Daniel Buquet (Los nuevos gobiernos progresistas en el Cono Sur: Argentina, Chile y Uruguay en el siglo XXI los tres países con mayor desarrollo económico relativo y otros mejores índices como desarrollo humano, alfabetización, esperanza de vida y mortalidad infantil en América Latina son la Argentina, Chile y el Uruguay que también presentan democracias restauradas y sistemas de partidos que eran sustancialmente los mismos que antes de las dictaduras que padecieron, cosa que igualmente los distingue de otros países del continente (p. 99). El autor hace una consideracón detallada de cada uno de ellos y explica luego con razones convincentes que los habituales índices de fragmentación y polarización (recuerdo de Sartori) no aclaran gran cosa la peculiaridad de los tres sistemas de partidos (p. 105) y prefiere el criterio de la institucionalización medido a través del índice de volatilidad electoral, muy alta en la Argentina y moderada en Chile y el Uruguay, así como el índice de concentración de escaños en los dos principales partidos parlamentarios, muy alta en Chile (ochenta por ciento) y el Uruguay (noventa y ocho por ciento) y menos de un sesenta y seis por ciento en la Argentina (p. 111). Igualmente es reveladora la medición de las trayectorias históricas de los sistemas políticos y de partidos de acuerdo con los indicadores de Freedom House que revelan que si la Argentina fue la primera en alcanzar la puntuación democrática en 1984 mientras que el Uruguay lo hizo en 1985 y Chile en 1990, a partir de entonces los índices de Chile y el Uruguay son superiores a los de la Argentina (p. 112). En resumen, un trabajo empírico muy interesante y revelador.
Carlos Ranulfo Melo (Brasil: avances y obstáculos del periodo Lula) sostiene que la presidencia de Lula es la primera que tras las de Collor, Franco y Cardoso, rompe con el seguidismo del CW y ha funcionado con gobiernos de coalición, un poco a semejanza de Chile, que han reunido a una media de siete partidos y han sido muy heterogéneas pero han cosechado notables éxitos en la aprobación parlamentaria de sus propuestas legislativas en el Congreso Nacional (p. 122). En el primer mandato de Lula las relaciones entre el Gobierno y el Congreso fueron inestables, lo que forzó frecuentes cambios gubernativos (p. 123). El triunfo de Lula por segunda vez en 2006 lo llevó a formar coaliciones con apoyos parlamentarios suficientes de 65,1 por ciento en la Cámara de Diputados y 62,9 por ciento en el Senado (p. 126) con lo que también aumentó el índice de aprobación de su Gobierno que alcanzaba el cincuenta y cinco por ciento el treinta y uno de marzo de 2008 (p. 127). Entiende el autor que el éxito de Lula se debe a tres factores: a) el fortalecimiento de la estabilidad económica y de la disciplina fiscal; b) la reanudación del crecimiento a través de la actividad estatal en materia de coordinación y control; y c) el énfasis en la dimensión social de las políticas redistributivas y la inclusión de los sectores excluidos (p. 127). No tengo duda de que así haya sido y su aseveración coincide netamente con lo que dicen Carrera Troyano y Muñoz de Bustillo en su magnífico trabajo visto ayer, pero sería bueno que sostuviera su aserto con mayor carga de pruebas empíricas. Igualmente me parece muy arriesgado el final del trabajo en el que se aventura a hacer una predicción del futuro del gobierno de Lula afirmando que su balance final será positivo. Es posible, pero esas predicciones en nuestro campo son muy peligrosas. Por ejemplo, uno de los datos que lo lleva a aventurar esta prognosis positiva es que hay un aumento de la inflación mundial (p. 132). Sin duda cuando el trabajo se escribía esto era cierto. Hoy, al contrario, el panorama mundial es de peligro de deflación.
Ana María Bejarano (Colombia y Venezuela: crónica de dos democracias infelices) hace honor a su título ya que el trabajo es exactamente eso, una crónica, con sus aspectos positivos y negativos, esto es, un ensayo narrativo de agradable lectura en el que acecha siempre el taimado peligro de los juicios de valor inadvertidos o presupuestos. Hace Bejarano un relato consecutivo de la evolución reciente de los dos países que, habiendo sido tradicionalmente ejemplos de democracias estables en América Latina conjuntamente con Costa Rica, han venido a dar en un estatus semidemocrático si no algo peor (p. 136). La evolución -y degeneración- de Colombia como democracia "incierta" se debe a la erosión de los mecanismos de seguridad, especialmente del respeto y la garantía de los derechos humanos que han tenido una trayectoria que califica de "aterradora" (p. 141). El Estado colombiano no existe prácticamente y su recuperación es condición inexcusable para la restauración de la democracia en el país (p. 152). Venezuela, a su vez, ha conocido una "muerte lenta" de la democracia. Ésta se pudo frenar momentáneamente después del "Caracazo" de 1958, pero se ha acelerado mucho desde el acceso de Chávez en 1998 (p. 158). Los dos partidos referentes de la democracia venezolana, AD y COPEI, se desintegraron entre 1988 y 1998, dando paso al arrollador triunfo del MVR (Movimiento V República) del señor Chávez que, viene a decir la autora, no ha dado señales de querer convertirse en un partido político (p. 160) lo cual me deja algo confuso (a no ser que la haya comprendido mal) por cuanto parece ignorar la existencia del Partido Socialista Unido de Venezuela, fundado ya en 2007 y que se impuso ampliamente en las elecciones regionales de 2008. Dice la autora, y no sin razón, que la Constitución de 1999 concede amplios poderes al señor Chávez (en el ínterin, la reforma constitucional recientemente aprobada en referéndum le ha garantizado reelección indefinida) y considera que su régimen constituye una transición gradual al autoritarismo (p. 164), lo que me parece algo aventurado como afirmación y típica muestra del peligro que señalaba al principio de los juicios de valor no cuestionados. El autoritarismo no es concepto que goce de unanimidad en la Academia, ni mucho menos habrá acuerdo unánime respecto a que el sistema político venezolano actual, la Venezuela bolivariana o como se quiera llamarlo, sea autoritario ni la señora Bejarano tendrá las bendiciones de los colegas más prudentes haciendo afirmaciones sobre futuribles; y todo ello con independencia de que mi opinión personal pueda o no coincidir con la de la autora. Concluye Bejarano con un diagnóstico que tiene la elegancia y los riesgos de una paradoja: el problema de Colombia es la debilidad del Estado y el de Venezuela, al contrario, su fortaleza. No sé si se encontraría mucha gente dispuesta a refutar el primer término de la paradoja, pero conozco a una multitud preparada para negar la segunda.
Jacqueline Peschard (Gobernar en México bajo la sombra de la ilegitimidad) presenta un análisis de los dos años (cuando el trabajo se escribió) del Gobierno de Felipe Calderón bajo la sombra de la ilegitimidad (p. 167) por aquellas elecciones ganadas con tan escaso margen y que todos seguimos con tanto apasionamiento. El trabajo, como los anteriores, también tiene estructura narrativa, aunque en mi modesta opinión, alcanza enunciados más convincentes. Incluye en su estudio las posteriores elecciones legislativas que no dieron mayoría absoluta al PAN del presidente en el Congreso (40,2 por ciento en la Cámara de Diputados y 40, 6 por ciento en el Senado), con lo que se ha hecho forzosa una política de alianzas con el PRI ya que el PRD se declaró reacio desde el comienzo (p. 169). Examina la autora el sistema de partidos en México con bastante exactitud. El PRI resurge en medio de la polarización de los otros dos pues gobierna en dieciocho de las treinta y dos entidades federativas, tiene el 37,5 de los municipios y conserva en buena medida su viejo aparato organizativo nacional (p. 172). El PRD se ha visto afectado por una importante merma electoral y una grave fractura interna, sólo gobierna en cinco Estados y no cubre la totalidad del país si bien, y ello no es baladí, cuenta con el gobierno municipal del Distrito Federal. El sistema mexicano mantiene ciertos equilibrios entre los tres partidos (p. 176) y el gobierno ha tenido que ir forjando las más variadas alianzas para llevar adelante su programa de reformas con los pros y contras que son fáciles de imaginar: a) con el ejército para combatir el crimen organizado; b) con el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) para llevar adelante el ambicioso programa heredado de la anterior presidencia de "vivir mejor"; c) con el PRI para llevar a cabo las distintas reformas legislativas, en concreto: 1) la reforma del Estado (básicamente electoral); 2) la del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado, (ISSSTE); 3) la reforma fiscal; 4) la reforma energética; 5) la reforma laboral (p. 182). Hay una confrontación en cuanto a la reforma de PEMEX y una alianza con el PRI y el SNTE para proceder a la reforma del sistema de pensiones de los empleados del Estado (p. 189). El trabajo trasmite una idea de la complejidad de la política democrática mexicana. Si hubiera de hacer alguna recomendación, creo que añadiría interés que la autora explicara las características de la cultura política mexicana en materia parlamentaria.
Manuel Rojas Bolaños y Rotsay Rosales Valladares (Democracia electoral y partidos políticos en Centroamérica: heterogeneidad y trayectorias inciertas) presentan un muy interesante trabajo sobre esta subregión del continente que a veces resulta tan confusa al ojo público. Dos decenios después del inicio de los procesos de pacificación en la zona, la democracia parece funcionar en estos países (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá), aunque con algunas deficiencias (p. 195). Son pocos quienes reputan limpias las elecciones (p. 195), lo cual es un handicap notable. Los sistemas de partidos se caracterizan por su heterogeneidad y trayectorias inciertas (p. 197), cosa de la que ya había advertido Alcántara aunque para todo el continente. Prevalecen los multipartidismos moderados con algunas variaciones, la polarización en El Salvador y Nicaragua y una estabilidad precaria en Guatemala (p. 200). Hay instituciones democráticas con carencias y tradiciones autoritarias que pesan (p. 202). Hay asimismo cierto "travestismo" entre derechas e izquierdas (p. 203). No son sistemas de partidos muy institucionalizados (p. 206) y tienen insuficiencias en cuanto a democracia interna e inclusión, transparencia y rendición de cuentas (p. 208). Todavía no hay suficientes incentivos para la democratización de los partidos y es de temer que las distintas orientaciones de los gobiernos y la composición de las cámaras aumenten los problemas de gobernabilidad (p. 209).
María Luisa Loredo (El liderazgo latinoamericano en el proceso de estabilización de Haiti) presenta un trabajo que tiene el mérito de no ser frecuente en los estudios sobre América Latina en España ya que versa sobre un país de la francophonie, habitualmente ignorado por nuestros investigadores. La autora, sin embargo, le hace justicia a través de un estudio de tipo fundamentalmente descriptivo pero de mucho interés: Haití es el país más pobre de América y uno de los más corruptos del mundo (p. 211). Y de los más inestables, cabe añadr. Puede ser considerado como un "Estado fallido" o frágil pero, en todo caso, ha tenido un destino trágico e injusto (p. 212) ya que pagó cara su lucha por la libertad y su temprana independencia en 1804 que no tuvo reconocimiento internacional hasta que en 1860 estableció relaciones diplomáticas con el Vaticano y en 1862 con los Estados Unidos de América. En 1825 Francia impuso a la joven república condiciones humillantes y económicamente devastadoras (pago de una indemnización de 150 millones de francos de entonces, equivalentes a 21.000 millones de dólares de los EEUU de 2004) que arruinaron al país (p. 213) y todavía hoy son objeto de controversia a través de una perpetua reivindicacion haitiana de resarcimiento. Los años noventa se caracterizan por los conflictos en torno al presidente Aristide: expulsado en un golpe de Estado, retorna en 1994. En el año 2000, vuelve a ganar las elecciones pero el renovado estallido de violencia en 2004 fuerza su nueva dimisión que da paso a un gobierno provisional y a la creación de la MINUSTAH (Mission des Nations Unies pour la Stabilisation en Haïti) en el marco de la ONU. La MINUSTAH incorpora el liderazgo de los países de América Latina en el proceso de recuperación de Haiti como una forma de devolver la deuda que piensan tener con él por su temprana ayuda a sus independencias (p. 214) así como por otros motivos, entre ellos: el giro a la izquierda de América Latina, la necesidad de reafirmarse en la escena internacional en respuesta propia a una crisis, el fortalecimiento de la cooperación latinoamericana, la posibilidad de cambiar la cultura militar en con una perspectiva civil, la necesidad de no desairar a los Estados Unidos (p. 216). Los logros y desafíos de la MINUSTAH son: la consolidación de la normalizacón y del consenso político, el restablecimiento de la seguridad y la estabilidad, el reforzamiento del Estado de derecho y de sus instituciones y el arranque de un proceso de desarrollo económico y social (p. 218). La autora lamenta que España haya reducido su participación en la MINUSTAH de lo militar a lo policial y no le falta razón porque ello equivale a abandonar un puesto de influencia (p. 224).
Last but not least: algunos países en América Latina requieren el artículo determinado "el" o "la" delante de sus nombres, cosa que es obligada porque se trata de sus nombres oficiales o bien de la forma correcta de designarlos en castellano. Son estos: la Argentina, el Brasil, el Ecuador, el Paraguay, el Perú, la República Dominicana y el Uruguay. ¿Sería mucho pedir que, cuando menos, los especialistas hispanohablantes en América Latina llamaran a estos países por sus nombres reales y no se valieran de las malsonantes traducciones literales del inglés? Si no quieren hacerme caso a mí, que tomen nota de cómo lo pone un maestro de la lengua de Cervantes como Mario Vargas Llosa, cuyo último y magnífico artículo en El País se titula El Perú no necesita museos, no "Perú no necesita museos". Además, sabe de lo que habla por partida doble, pues es peruano de nacimiento.