Ya dije hace unos días que, además de la exposición sobre Degas y sobre la pintura española entre dos siglos, la Fundación Mapfre tenía otra con la principal y más conocida obra del fotógrafo Nicholas Nixon, Las hermanas Brown, una serie de treinta y dos fotografías (de momento) de su mujer Bebe y sus tres hermanas que viene tomando en blanco y negro desde 1975 a razón de una por año. Las fotos son muy similares y representan a las cuatro hermanas Brown siempre en el mismo orden, de izquierda a derecha: Laurie, Heather, Bebe and Mimi. La idea es fascinante y parece mentira con qué poca cosa puede prepararse un verdadero acontecimiento.
Porque aseguro que un paseo por esta exposición es una experiencia que no se olvida con facilidad. Al menos en lo que a mí respecta di varias vueltas, mirando las copias de gelatina de plata con atención, comparando unas con otras, volviendo sobre mis pasos, tratando de detectar el contenido mismo de esta colección que es el paso del tiempo, el intento de fotografiar, congelar, mostrar visualmente eso tan difícil de entender para la razón que es el hecho de que el tiempo discurra, que su esencia misma sea ese discurrir pero que no lo veamos, que no podamos verlo si no es por sus efectos, por sus huellas, por el rastro que va dejando a su inadvertido paso.
Por supuesto, en una primera visión uno detecta los aspectos vinculados al tiempo como el ser aquí ahora de carácter más obvio, esto es, los peinados, los vestidos, la moda en definitiva que han ido cambiando con el transcurso de los años, aunque me atrevería a decir que no tanto como sus equivalentes en el pasado. Más claramente, presumo que hubo más cambios entre 1800 y 1830, por citar unas fechas cualesquiera, que entre 1975 y 2008, probablemente porque nuestra época cambia muy rápidamente pero cambia poco y para ver alteraciones sustanciales hay que ir a ciclos más largos.
Pero luego, en una segunda aproximación, toma uno conciencia de otros factores más sutiles aunque no menos importantes y que también están sometidos al paso del tiempo y quizá más que las modas en el vestir, en concreto los gestos y ademanes. Si contemplamos los que se ven a la derecha en la primera foto de la serie, en 1975, nos encontraremos con cuatro hermanas ninguna de las cuales parece haber cumplido aún los veinte años y tienen unos gestos y ademanes en los que se mezclan con la inconsciencia propia de la edad la seguridad, el aplomo y la incertidumbre. Basta con comparar la foto con la de más abajo a la izquierda, que es de 2006, 31 años más tarde. En ella vemos a las cuatro hermanas que lo que han ganado en certidumbre parecen haberlo perdido en seguridad. Están menos entregadas, menos abiertas, más recogidas y como protegiéndose mutuamente.
Pero si seguimos mirando con pareja atención llegamos al punto en que querremos echar una ojeada al interior de estas hermanas Brown y la única forma de hacerlo es asomándonos a sus miradas, fijándonos en sus ojos. Ahí sí que es indubitable el paso del tiempo, ese que nos hace preguntarnos, mirando ahora la foto correspondiente a 2006, si realmente las personas retratadas son las mismas que las de 1975. Sabemos que lo son porque hemos recorrido su aventura vital año a año y las hemos visto cambiar pero, si hubiéramos suprimido las fotos intermedias y dejado tan sólo la de 1975 y la de 2006 sólo con grandes trabajos hubiéramos podido darnos cuenta de ello, aunque siempre se establece algún tipo de vínculo.
Son las miradas, las notables diferencias en las miradas las que nos hacen preguntarnos si cabe decir que las hermanas Brown de 2006 son las de 1975, lo que implica plantear el insoluble asunto de la identidad. Las personas pasamos por la vida viajando a lo largo del tiempo que es quien se encarga de demostrar que quienes hablan de sí mismos como "yo" a lo largo de la vida, designan con este pronombre realidades muy disímiles. Ahí están las hermanas Brown para probarlo. Son y no son ellas mismas porque lo que ahora son, como sucede con cada uno de nosotros, es la negación de todo lo que fueron, los senderos que la vida les ha ido cegando. Como a todos. Lo más inquietante de esta serie de las hermanas Brown es que sale uno convencido de que esas cuatro especie de damas del destino somos cada uno de los que las contemplamos.