La decisión a que parece haber llegado la subcomisión del Congreso de recomendar la adopción de una ley de plazos que permita la libre interrupción del embarazo hasta las catorce semanas de gestación promete ser el principal objeto de polémica político-social en España en el futuro inmediato. El cardenal Rouco Varela, cuyo integrismo católico es incluso superior el del Papa Ratzinger, ya ha empezado a tronar desde las ondas condenado la "cultura de muerte" que nos invade y prepara un acto eucarístico para el próximo día 28 en el que sin duda este asunto del aborto ocupará un lugar destacado en las soflamas que se prodigarán ante fieles venidos de toda España movidos sobre todo por los neocatecúmenos de Kiko Argüello.
Es una polémica inevitable y, al mismo tiempo perfectamente estéril ya que las posiciones de ambas partes (pro y contra) están argumentadas hasta la saciedad, son muy rígidas y no es previsible que se aporten argumentos novedosos. Los partidarios, entre los que se cuenta Palinuro, lo ven como el ejercicio de un derecho subjetivo de las mujeres a decidir sobre algo que es de su exclusiva competencia (si bien aquí aparece el problema de la posible codecisión del varón que no es fácil de encajar) e intangible. Los enemigos lo situan en el terreno general del derecho a la vida y lo ven como una práctica delictiva.
No hay posible acomodo entre las partes y, en tanto no pueda aportarse prueba científica incontrovertible sobre el núcleo del asunto, esto es, el de la personalidad del nasciturus, no se ve que pueda resolverse de otro modo civilizado que a través de la decisión mayoritaria de la sociedad que es lo coherente con los sistemas democráticos. Pero esto tampoco es un argumento que convenza a los contrarios para quienes la decisión mayoritaria no puede amparar la comisión de delitos. No se trata de una posible forma de "tiranía de la mayoría" sino del hecho de que niegan a ésta, a la mayoría, competencia para pronunciarse al respecto.
Por ello la única solución es imponer la decisión de la mayoría en el entendimiento de que ésta puede cambiar y que cambie o no dependerá del modo en que los antiabortistas argumenten su posición. El hecho de que las leyes de plazos imperen en la Europa democrática indica que no están haciéndolo muy bien. El hallazgo de Monseñor Rouco de la "cultura de la muerte" no augura mejoría alguna. De paso cabe objetar al uso de la metáfora cardenalicia. Esa trivialización del término cultura, tan frecuente hoy en expresiones como "cultura del diálogo", "cultura de la violencia", "cultura del consumo", etc es extraordinariamente desafortunada. Y, de empeñarse la Iglesia en ella a pesar de todo, debiera quizá mirar en sus propias entretelas porque no sé si es la más indicada para afear en los demás una supuesta "cultura de la muerte". Esa Iglesia cuyo distintivo es un muerto clavado en una cruz.
(La imagen es una foto de Gaby de Cicco, bajo licencia de Creative Commons).