dijous, 25 de setembre del 2008

El lugar de Dios.

Dice el señor Stephen Hawkings que no ve que la ciencia deje espacio a Dios, lo cual es congruente con su suposición de que se puede explicar el origen del universo sin necesidad de contar con la existencia de la divinidad, que adelantaba en su best seller La historia del tiempo. Sí y no. La ciencia ilumina al universo como la aurora de rosados dedos lo hace con la tierra, disipando cada día las sombras de la noche; pero no desaloja a Dios como si fuera una de éstas ya que Dios no está ni ha estado nunca ahí fuera, ocupando algún lugar, desde un sitio concreto en lo alto de un monte hasta confundirse con toda la naturaleza al modo espinoziano. Dios no existe ni ha existido nunca (y, digamos, ha dejado de hacerlo en algún momento) sino que está en la cabeza y en el corazón de los seres humanos que son quienes lo han creado más o menos a imagen de lo que piensan sea su semejanza. Y como quiera que los seres humanos sí ocupamos espacio en el universo, cada uno de nosotros al menos durante una temporada, así lo hace también nuestra divina criatura. Por eso digo que sí y no a la afirmación de Mr. Hawking.

Dios, los dioses en general, son un producto del espíritu humano puesto a buscar explicaciones a las preguntas últimas del qué somos, de dónde venimos y a dónde vamos y como sea que ese espíritu es muy variado, también lo son sus criaturas. Hay panteones con un solo Dios, panteones con muchos dioses, panteones sin ninguno, con dioses de paso y hasta ausentes. Hay dioses buenos, malos y regulares, vigilantes, celosos, desentendidos, olvidadizos, caprichosos, justicieros, injustos, inmortales y hasta mortales. Pero están todos en nuestra cabeza igual que, como decía Paul Éluard, "hay otro mundo, pero está en éste".

La cuestión es que a fuerza de imaginarlas hemos acabado por creer en la realidad de esas nuestras imaginaciones a las que hemos dotado de tal verosimilitud que en muchos casos (según quién y cuándo) estamos dispuestos a matar a aquellos que nieguen su existencia o sucumban a la extravagante tentación de creer en otras. Si no está la cosa tan paroxismal, simplemente nos limitamos a establecer una distinción básica entre los seres humanos: de un lado aquellos que, como nosotros, creen en el Dios verdadero y del otro todos los demás, los que creen en otros dioses, en otros milagros o portentos a los que miramos por encima del hombro ya que se entregan a lamentables prácticas idolátricas y supersticiosas.

Esto es definitivo: nuestro Dios hace milagros cuando le place; y no sólo él, sino sus familiares (por ejemplo, su hijo) y muchos de sus servidores más fieles a los que llamamos santos. Los demás creen en diversas supersticiones a las que llaman milagros. Esta pintoresca parcialidad está más extendida de lo que parece. El otro día, ante mi afirmación de que el Opus es una secta, un lector anónimo escribía: "El Opus Dei no es una secta, es una Prelatura Personal de la Iglesia Católica; es decir, tiene cuerpo jurídico reconocido por el Derecho Canónico". Y a continuación me exigía que hablase "con propiedad", cuando era lo que estaba haciendo. Según el DRAE, una secta es (en primera acepción) un "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica". O sea el Opus, por ejemplo. Claro que mejor es aun la tercera acepción que seguro encaja con lo que piensa mi corrector: "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa." Considero falsas todas las religiones por tanto todas son sectas. Mi corrector seguramente sólo considera falsas las religiones que no sean la suya, así que únicamente aquellas serán sectas. Por lo demás de acuerdo con el DRAE que es el que determina la propiedad en el hablar, que el Opus sea una prelatura personal etc, etc no lo hace menos secta.

Con lo dicho hasta aquí está claro que por mucho que avance la ciencia siempre habrá lugar para Dios en el universo mientras los seres humanos sobrevivan. Hay muchos colegas del señor Hawking, tan científicos como él que son firmes creyentes. En su famosa conferencia ¿Juega Dios a los dados?, el profesor de física teórica ya recordaba cómo Laplace había respondido a Napoleón que no precisaba de la hipótesis de la existencia de Dios para explicar el universo pero eso no quería decir que la negara. Es más uno de los rasgos típicos de nuestro tiempo en que ha llegado a aventurarse la hipótesis de que el conocimiento científico esté agotando la materia por conocer es lo muy presente que está Dios en las relaciones sociales.

Que se lo digan si no al cardenal Rouco Varela que acaba de hacer unas declaraciones dejando bien claro que no solamente su Dios está bien presente en España, cuando menos, sino que sus mandatos en lo relativo al aborto, por ejemplo, están por encima de mayorías y minorías, por encima de la opinión pública de forma que el hecho de que la vigente ley del aborto esté apoyada por una amplia mayoría ciudadana y de que también pueda estarlo la que se avecina no significa nada y sigue siendo un asesinato. Si monseñor Rouco pudiera, el Parlamento español se comería la legislación sobre el aborto con patatas y lo mismo tendría que hacer con la asignatura de Educación para la ciudadanía y la así llamada Ley de la memoria histórica.

La innegable presencia de Dios en el ánimo de Monseñor Rouco es lo que le permite hablar sin gran respeto por la lógica ni por la memoria ni siquiera por alguna de las virtudes que su Iglesia propugna, como la caridad. El arzobispo de Madrid falta a la lógica cuando dice en relación con la Educación para la ciudadanía que la "ley se va a cumplir" pero, al mismo tiempo, anima a los creyentes a recurrir a la objeción de conciencia cuyo busilis es, precisamente, incumplir la ley. La falta de memoria de Monseñor es también chocante. Afirma que en un Estado de derecho se puede hacer uso de los de manifestación, la libertad de expresión y el derecho a reunión, para expresarse y se olvida de mencionar que tales derechos son resultado de una conquista social en dura lucha contra la dictadura que los negaba apoyándose precisamente en la Iglesia del nacionalcatolicismo que es el terreno en el que florecen los Roucos.

Por último, la llamativa falta de caridad del Cardenal que bien se aprecia en su afirmación de que la Ley de la Memoria Histórica es "innecesaria"; si lo es, será porque a sus ojos esos ciento cuarenta y tres mil y pico asesinados por los fascistas en España y enterrados en fosas comunes de cualquier manera, deben seguir ahí para, dice este prelado de corazón de piedra "no trasladar problemas superados a las nuevas generaciones". ¿Quién lo autoriza a afirmar que los problemas están "superados"? ¿Qué quiere decir con "superados"? ¿Que quienes piden recuperar los restos de sus familiares para sepultarlos en muchos casos supongo que cristianamente deben renunciar a hacerlo porque sólo quieren molestar? ¿Qué clase de clérigo es éste? ¿Se puede ser más cruel?

Como puede verse, Dios sigue muy presente, incluso en las palabras de gente que no parece creer en él.

(La imagen es una foto de isc jorge garcía, bajo licencia de Creative Commons).