Es una noticia excelente. Uno sentía a esa mujer en el fondo de su alma, seis años secuestrada en lo profundo de la selva. Ve uno la foto de lo que fue y la foto de lo que es y lo asalta a uno la indignación. ¿En nombre de qué se puede hacer algo así a un ser humano? ¿En nombre de una quimérica revolución que no sabe explicarse a sí misma? Me da igual lo que digan quienes la secuestraron y me da igual lo que digan quienes la han liberado. El hecho maravilloso es que está en libertad junto a otras catorce también retenidas en contra de su voluntad.
La libertad, Sancho, es el don más preciado que dieron los dioses a los hombres; por ella la vida se ha de dar. Ciertamente la vida sin libertad es la muerte. Viendo esa foto que hoy reproducen todos los periódicos de la señora Betancourt en cautiverio, ¿no parecía una muerta en vida? Y ahora que tiene la libertad, resucita, vuelve a la vida. Una vida que ya sólo será la continuación de aquella injusta muerte.
(La imagen es una foto de www.alexcano.com, bajo licencia de Creative Commons).