Si Dios tiene el don de la ubicuidad, sus representantes en la tierra, los curas, lo llevan a rajatabla. No hay debate o cuestión polémica en nuestra sociedad, por alejados que estén del privilegio eclesiástico, en los que la Iglesia no se sienta autorizada, qué digo autorizada, moralmente obligada a hacer escuchar su opinión y, si los tiempos y las costumbres lo permiten, a imponérsela a todo el mundo a cristazo limpio. ¿Aborto? ¿Fecundación in vitro? ¿Eutanasia? ¿Clonación? ¿Educación? ¿Homosexuales? ¿Matrimonios gays? ¿Adopciones gays? ¿Pobreza en la sociedad? ¿Sostenimiento de culto y clero? En todas estas cuestiones y en muchísimas otras la Iglesia está acostumbrada a que su opinión se tenga en cuenta y, antes de este deplorable (por democrático y constitucionalista) siglo XXI, imponía dicha opinión a sangre y fuego.
En los trabajos preparatorios de su trigésimo séptimo congreso, según parece, las bases del PSOE andan apremiando a los órganos del partido para que se vaya adelante con la política de laicidad y otros derechos de homosexuales, mujeres (aborto), ancianos (autanasia) en los que la opinión de la Iglesia es rotundamente contraria a toda ampliación. Casi parece como una especie de premio de consolación a las sufridas mesnadas socialistas. No es posible empujar al Gobierno hacia la izquierda en asuntos de política económica ni en los de la política europea. La primera es estrictamente ortodoxa a causa del miedo de los barandas a la crisis económica que se cierne inexorable. La segunda es una actitud de sumisión total a los dictados de la derecha en la Unión Europea (UE) en concreto a raíz de la aprobación de esa directiva de la "vergüenza" que legaliza el expolio de derechos de los inmigrantes en Europa. Por cierto, ver a los dirigentes socialistas explicar a unos y otros que esta directiva inhumana, ilegítima y vergonzosa no solamente no restringe derechos de los inmigrantes sino que se los amplia es un espectáculo deprimente.
Para no provocar incidentes, las bases socialistas concentran sus esfuerzos precongresuales en los asuntos "superestructurales", por así decirlo como este del laicismo. Pero tampoco esto les servirá de mucho ya que el Gobierno no está dispuesto a ir más allá en nada que pueda incomodar a la Iglesia sino, en todo caso, más acá. Recuérdese que, además, está pensando en un pacto de legislatura con CiU, coalición de la que forman parte los beatorros de Unió Democrática de Catalunya. Y empiezo a sospechar que no solamente hay reparos tácticos a incurrir en las iras callejeras de la jerarquía sino que también cuenta y mucho el beaterío de los ministros del Gobierno. Si se recuerda cómo levitaba de felicidad en diciembre pasado la vicepresidenta Fernández de la Vega en presencia del cardenal secretario de Estado, Tarsicio Bertone, se comprenderá que esta señora no quiera dar ni medio paso que pueda molestar a los obispos.
Para dar cumplimiento al mandato constitucional de aconfesionalidad del Estado, el Gobierno tendría que denunciar los acuerdos sectoriales de renovación del Concordato de 1953 en los terrenos educativo, cultural, económico, jurídico y político, pero la señora de la Vega ya ha dicho que eso ni se considera. Los acuerdos se quedarán como están porque en el Gobierno no va a tocarlos por conveniencia o por convicción, como no va a hacer nada que pueda incomodar a la Iglesia.
Por la otra banda, la de la derecha, leo que el señor González Pons vaticina que la Iglesia necesitará el potente brazo del PP frente a la política laicista de ataque a la institución y al clero que desatará el PSOE después del congreso y que, en consecuencia, carecerá de sentido que la COPE se cebe con el PP. Ni el Gobierno tiene malas intenciones respecto a la Iglesia ni la COPE se ceba con el PP sino con el señor Rajoy y sus ayudantes, que no es lo mismo y todo esto suena a hipócrita, falso y embustero, o sea, a eclesiástico. Pero es que estamos en España y en España la Iglesia ha tenido vara alta de siempre. Y sigue.
(La imagen es un cuadro de Jean Paul Laurens titulado Sixto IV y Torquemada, 1882, y se encuentra en el Musée de Beaux-Arts de Burdeos).