Cada vez que el PP se reúne en congreso afirma que es o quiere ser o pretende ocupar el centro político español. Terminado el evento pasa los tres años siguientes demostrando lo contrario, esto es, que es un partido de derecha recalcitrante en el que quienes mandan hablan y actúan al estilo de la extrema derecha. Así que será prudente no dar excesivo crédito a lo que digan ahora, al comienzo de su congreso y que vuelve a ser la melopea del centro.
Sin embargo los acontecimientos habidos desde las últimas elecciones generales el nueve de marzo al día de hoy y la forma en que la dirección actual del partido los ha afrontado permiten abrigar una expectativa distinta y conceder a aquella el beneficio de la duda. Hay tres datos que avalan esta actitud.
Primero el áspero enfrentamiento que se destapó ya la noche del mismo día nueve, cuando los periodistas orgánicos del PP, señores Losantos y Ramírez, pidieron la dimisión del señor Rajoy y abogaron porque fuera substituido por alguien más adecuado a las circunstancias, probablemente la señora Aguirre. Ese enfrentamiento se trasladó al interior del partido (probablemente estaría previsto que fuera así) entre un sector intransigente y radical (señoras Aguirre y San Gil, señores Álvarez Cascos, Mayor Oreja, Juan Costa o Gabriel Elorriaga) y otro en torno al señor Rajoy algo menos integrista, un sector con un talante más abierto y partidario de dialogar con otras fuerzas políticas.
Segundo la hábil táctica del señor Rajoy en mitad de las turbulencias, consistente en ganarse el apoyo del partido, explicitar que el debate era exclusivamente por cuotas de poder por más que los opositores hablaran continuamente de cuestiones de principios y, por último, soltar lastre reaccionario dejando fuera de toda combinación a los señores Zaplana y Acebes, los dos rostros más conocidos de la agresividad y la altanería, a cuya marcha puso puente de plata. No menor importancia tuvo el inesperado gesto de colocar en su sitio a los autoproclamados gurús mediáticos de la derecha, afirmando la autonomía del partido que no tenía por qué recibir órdenes de una emisora ni de un periódico. Estos predicadores no salen de su asombro: maricomplejines ha resultado ser más gallegamente correoso de lo que parecía y ahí tenemos al señor Jiménez Losantos, condenado por injurias graves y a pique de perder el empleo.
Tercero la serie de nombramientos de ayer, la señora De Cospedal (en la foto, que he tomado de 20 minutos), para la Secretaría General y los señores Ana Matos, González Pons y Javier Arenas para las Vicesecretarías, cuatro rostros que contribuyen a dar un aspecto más amable, moderado y abierto al PP por contraposición a las fachas agresivas, intransigentes y achuladas de los señores Acebes y Zaplana, principales muñidores de una clima de enfrentamientos y agresiones.
Hasta la fecha todos los movimientos del señor Rajoy han sido aciertos que poco a poco encarrilan al partido de la derecha española hacia la moderación y el centro, lo que explica la actitud de cerrada contra de sus propios medios, la COPE y El Mundo así como la labor de zapa y sorda oposición que realiza el sector más ultramontano del partido. La señora San Gil hace saber que no irá al congreso de Valencia y la señora Aguirre se lamenta de la decisión pero, siendo como es la doblez personificada, eso no le impedirá asistir al cónclave de la derecha y votar por Rajoy, como anunció ayer que haría al ver que éste nombraba a su protegida, señora De Cospedal.
Todo lo anterior hace más verosímil que otras veces el giro al centro del PP. A ello se añade el fuerte alineamiento con el señor Rajoy del señor Ruiz Gallardón, el conservador con más clara (y merecida) fama de centrista de la constelación de la derecha, con lo que algo de centrismo moderado se le pegará al registrador de la propiedad aunque sólo sea por un mecanismo de magia simpatética.
Hace ya bastante tiempo que muchas y muy calificadas voces vienen reclamando un partido de derecha "civilizada" en España como alternativa viable a la izquierda, algo que la vieja guardia aznarina del PP no puede proporcionar porque representa y es la continuidad del espíritu franquista con una pátina democrática para sobrevivir. De ahí que para impedir esta evolución del PP sus adversarios de la derecha extrema subrayen a menudo que al girar al centro el partido del señor Rajoy está haciendo lo que a la izquierda le interesa, esto es, renunciar a los principios eternos e intangibles del Movimiento Nacional a cambio de una alianza pasajera con izquierdistas, socialdemócratas, laicos y ¡hasta nacionalistas periféricos! Lo que muestra traición a las esencias y, según los más tontos del cotarro, ¡sumisión a ETA!
Quienes no consideramos de recibo los insultos, las agresiones y la beligerancia de la derecha tradicional española vemos con muy buenos ojos este enésimo intento del PP por hacerse un lugar al sol en el centro sin que esto sea dar la razón a los demagogos en el sentido de que pretendamos eliminar al PP. Al contrario, queremos que esté en situación de ganar las elecciones y no solamente de acceder al poder a resultado de que el partido alternativo produzca mayor rechazo. Ni el PP ni el PSOE tienen por qué enfrentarse para oponerse el uno al otro con toda contundencia y, al mismo tiempo, respeto a las personas. Es posible civilizar la vida política española. Lo que fastidia a los energúmenos de la radio y la prensa escrita es que el señor Rajoy se salga con la suya de construir un partido conservador pero moderado y abierto, capaz de ser alternativa real de Gobierno mientras que los citados energúmenos comprueban que su influencia se desvanece como jirones de bruma al sol.
A mucha gente que no es votante incondicional del PP, incluso a alguna que es votante habitual del PSOE, le interesa que haya un partido de la derecha al que se pueda votar pues, de otra forma, el voto se desnaturaliza sin opciones alternativas. Lo que los demócratas queremos es que haya alternancia real en el poder. De no ser así, el que lo ocupa de momento, aunque sea de los nuestros pretende quedarse en él recurriendo a cualquier procedimiento, lo cual tiene poco que ver con la democracia.