Casi todos solemos consumir café; algunos somos muy cafeteros y lo tomamos mañana, tarde y noche. Con el café pueden hacerse muchísimas combinaciones: capuccino, expresso, machiatto, americano, cortado, renversé, à la crème, solo, turco, etc, etc. Hay concursos internacionales para preparar unas u otras formas de café. Es un poducto universal. Pero raramente nos preguntamos de dónde viene el café que tomamos, quién y cómo lo cultiva, qué sucede en los cafetales, cómo viven los cafetaleros, qué pasa con el café en el proceso de su comercialización.
Esta peli, Oro negro en español, en realidad un documental dirigido por Nick and Marc Francis, busca las respuestas a esas y otras preguntas. Y lo hace de una forma muy convincente, con mucho ritmo, con una sucesión de imágenes bellísimas y muy variadas, buscando en todos los ambientes, siguiendo el rastro de los granos desde los cafetales del sur de Etiopia hasta las tazas humeantes en los Starbucks, en las cafeterías de Europa, en todas partes.
La idea fundamental de la peli es que el café es, después del petróleo, el producto más consumido en el mundo, el más comercializado, el que mueve inmensas sumas de dinero. Cuatro o cinco grandes multinacionales controlan el negocio: Nestlé, Starbucks, Kraft y alguna otra. La cuestión es que mientras una taza de café en Nueva York puede costar dos dólares o entre uno y dos euros en las cafeterías de Europa, a los cafetaleros se les pagan unos veinte centavos de dólar el kilo de grano, del que pueden salir quizá ochenta o cien tazas. ¿Qué sucede? Que desde el sur de Etiopia, en donde los campesinos apenas pueden sobrevivir con el cultivo del café e incluso pasan hambre, hasta que el consumidor occidental puede mojar su bollo en la taza, mucha gente, los intermediarios, se han enriquecido: los asentistas, transportistas, tostadores, mayoristas, comercializadores, etc, realmente un montón de gente.
Lo que el film pone de manifiesto es la injusticia de que un producto del que tanta gente vive tan bien, no saque de la miseria a quienes lo cultivan en origen. Los precios del café se fijan en la bolsas de Nueva York y Londres y los cafetaleros tienen que resignarse a cobrar lo que se les quiere pagar que, como el precio ha venido bajando en los últimos treinta años, cada vez es menos; una miseria.
La peli ha tomado como escenario el sur de Etiopia porque de ahí viene el mejor café del mundo y porque es el territorio en el que ejerce su actividad Tadesse Meskela, que trata de conseguir un precio aceptable para el café que cultivan los campesino etíopes a los que organiza en cooperativas y para lo que viaja de continuo, tratando de obtener las mejores condiciones del mercado y suprimiendo intermediarios. A lo largo del documental seguimos a Meskela en sus frecuentes desplazamientos y podemos ver qué enorme diferencia de fuerzas hay entre las grandes empresas y las multinacionales (todas rechazaron la idea de dejarse entrevistar para el film) y los campesinos del café.
En realidad, reflexiona Meskela, es lo que pasa con todos los productos agrícolas del Tercer Mundo: mientras los países ricos sigan subvencionando a sus agricultores (que es lo que hacemos todos, por cierto), los productos del Tercer Mundo no podrán competir. Resulta bastante hipócrita que hablemos de ayuda oficial al desarrollo cuando la verdadera ayuda consistiría en permitir que la agricultura del Tercer Mundo pudiera competir con la del Primero, cosa que no permitimos. A su vez, las reuniones periódicas de la Organización Mundial del Comercio sólo pueden escenificar esta asimetría, pues las delegaciones de los países del tercer Mundo no suelen tener posibilidades reales de negociación.
La película es muy buena, está muy bien rodada, las imágenes son extraordinarias... y a uno se le quitan las ganas de tomar café...