El día de hoy, lunes, va a estar condicionado por el segundo debate en televisión de los dos dirigentes de los partidos mayoritarios. Es tanta la expectación creada que parece un partido de fútbol de esos de final de liga o copa. Es exagerado, pero si ello sirve para que en el futuro se admita que estos debates son un derecho de los ciudadanos y no vuelvan a hurtárseles, como hizo el PP desde 1996, se habrá prestado un servicio a la causa de la democracia.
Del debate en sí mismo se esperan pocas sorpresas y parece como si, de poder suprimirlo, todos estarían encantados de pasar al momento siguiente, el de valorar quién lo ganó, que parece lo único que importa a los medios y la opinión pública. Es curioso porque es contradictorio: se piden debates so pretexto de que la ciudadanía tenga acceso a un intercambio público de información, pero luego se desvirtúa dicho debate de dos modos. De un lado pretendiendo calcular y pactar al milímetro y al segundo movimientos, tiempos, encuadres, turnos e intervenciones lo que, como se vio en el primer debate, encorseta de tal modo el intercambio que lo vacía. De otro lado todo el mundo está ansioso por pasar al momento del postdebate en el que una miriada de periodistas, analistas, tertulianos, expertos y comentaristas rivalizan por ver quién califica mejor la situación dando ganador a uno, al otro, a los dos o a ninguno. En un país en el que prácticamente el ochenta por cien del periodismo es de partido este segundo momento es todavía más aburrido que el intento de los asesores de pactar hasta los susurros.
Pero menos da una piedra, ya se sabe. En el post que este modesto bloguero dedicó al primer debate, titulado El gana-pierde, para no marear la perdiz, ya se daba perdedor de los dos debates al señor Rajoy. Por supuesto éste, que anda por ahí diciendo que ganó el primero contra la opinión generalizada de encuestas y periodistas (no entre los de derechas, claro, para quienes el señor Rajoy ganaría aunque se hubiera quedado afásico) dirá que ha ganado el segundo. Bueno, también dice que va a ganar las elecciones aunque todas las encuestas, incluidas las suyas, le dan perdedor y su índice de popularidad sigue siendo lamentablemente bajo.
En el terreno de las realidades, las encuestas que ya van conociéndose dan de antemano ganador al señor Rodríguez Zapatero por goleada. Y efectivamente, tiene toda la pinta de ser así: trae las encuestas unánimemente favorables y le corresponde a él abrir los turnos de intervención, con lo que marcará el juego, el terreno y su ritmo. El señor Rajoy querrá ir de "positivo" pero como sus propuestas no existen o son simplemente disparatadas, al final sólo conseguirá mostrar a la audiencia que su única baza es la utilización partidista del terrorismo; su única esperanza una crisis económica que, al no materializarse, tiene que predecir como si fuera Casandra, esto es, sin que nadie lo crea; su única propuesta maltratar a los inmigrantes y enfrentarlos con la población autóctona; su único deseo, que España "se rompa". Y con esos mimbres no hará muchos cestos.
Ayer el señor Rajoy se abrazó al señor Aznar y pregonó a los cuatro vientos ser una criatura suya, esto es, del peor presidente que ha habido en la España democrática. Es curioso: los candidatos republicanos en las primarias estadounidenses marcan distancias con el señor Bush, cuyo índice de aceptación es bajísimo, ¿de dónde sacan los asesores del señor Rajoy que será beneficioso para éste aparecer como el segundo del responsable de haber metido al país en una guerra ilegal, injusta y que la inmensa mayoría del pueblo odia? Ayer en León, la guardia de hierro del aznarismo más reaccionario terminó de cavar la tumba política del señor Rajoy. Que esta noche la televisión le sea leve.