diumenge, 16 de març del 2008

Arrepentíos, pecadores.

Hace unos días, la prensa traía un notición revolucionario que capaz de poner la dogmática católica patas arriba. Según algunos medios La Iglesia difunde una lista de pecados modernos, nada menos, y hasta los periódicos más serios se sumaban con cierta algazara a tan sonado aggiornamiento vaticano de forma que El País, por ejemplo, interpretaba que la Santa Sede había sacado una edición aumentada de los mandamientos que el Innombrable entregara a Moisés hace algún tiempito en el Sinaí, Los mandamientos pasan de diez. "¡Pucha!" pensé (pues cuando algo me asombra pienso en rioplatense), "Benedicto XVI ya no pudo reprimirse más y ocupó el lugar del buen Dios." Tampoco sería tan extraño porque, desde el merito comienzo vengo diciendo que el rasgo definitorio de este Papa Ratzinger es la soberbia, como todos los intelectuales.

Según cumplidos informes, Monseñor Gianfranco Girotti, director del penitenciario apostólico, organismo que supervisa la confesión y las indulgencias plenarias de la Iglesia, elaboró una nueva lista de pecados capitales, más acorde con la época, cosa que los periodistas y sus lectores encuentran muy razonable hoy día pues cualquier cosa que tenga más de un año y medio ya es una antigualla, rabiosamente necesitada de actualización. Si cada dos por tres se actualizan Firefox, Explorer, Mac, Windows, Acrobat e tutti quanti, ¿por qué no la venerable lista de los siete pecados capitales? Así, al recibir al fiel en confesión, el cura podría preguntarle: "a ver hijo/a, ¿qué versión de los Pecados Capitales (PC) tienes?" Y la respuesta podría ser "PC 2.0, pater", lo que significaría que, además de buscar los tradicionales pecados de lujuria, gula, ira, etc, el creyente tendría que confesar si había atentado contra el medio ambiente, consumido drogas, acumulado "excesiva" riqueza, hecho manipulaciones genéticas o experimentos científicos dudosos u ocasionado pobreza, injusticia o desigualdad social.

Francamente extraño. Que la Iglesia, organización conservadora por excelencia, se atreviera a meter mano a la lista de los pecados capitales que estableció San Gregorio Magno en el siglo VI, redujo a siete Santo Tomás, cantó Dante en La divina comedia y pintó el gran Jerónimo Bosco en la mesa que vemos más arriba y puede contemplarse en el Museo del Prado era extraño.

Tanto que no era. Nada de nuevos pecados que serían dificilísimos de aquilatar. Por ejemplo, "consumo de drogas". ¿Qué son drogas? Desde mi punto de vista, además de las que todo el mundo tiene por tales, el tabaco y el alcohol lo son clarísimamente. Resultaría así que la comunión instituida por Cristo sería pecado. Demasiado hasta para esos herejes que sostienen que Dios y el diablo son la misma persona. En fin, que no haya duda, pues la autoridad eclesiástica ya ha dejado claro que Nessuna nuova lista di sette peccati mortali da parte del Vaticano. Pecados, lo que se dice pecados, los de toda la vida a mucha honra. Los otros... (¡la excesiva acumulación de riqueza santo cielo!) están por ver. Por lo demás, imagino que, aunque llegaran a ser pecados "mortales", bastaría con confesarlos, como los otros, para irse de rositas con una buena lluvia ácida, un colocón de tripies o la compra de un piso de VPO en el poblado dirigido del Caño Podrío, signo evidente de ostentosa acumulación de riqueza.