Este blog cita siempre escrupulosamente todos los materiales ajenos que reproduce, pero no reproduce íntegros materiales de otros... salvo que, por alguna razón excepcional, su autor crea que debe hacerlo. Éste es el caso hoy. A raíz de los acontecimientos recientes en la Facultad de Políticas de Madrid con doña Rosa Díez, don Pablo Iglesias Turrión ha escrito un artículo para Rebelión. Dada la posición que adopta, supongo que es el único sitio en donde puede aparecer... Bueno, y aquí. Y no solamente porque el autor me mencione y me medio augure triste destino (que estoy seguro que él encontraría abominable) sino porque es un tipo de opinión que no tiene fácil acomodo en el mainstream mediático.
No hace falta que diga que mi posición respecto al asunto, expuesta en su día en el post Agresiones es bastante distinta de la que adopta el autor y, en algún importante matiz hasta contraria. Pero eso no empece para que encuentre su criterio digno de consideración. En sí mismo, desde luego, y no solamente porque en este espacio se defiende apasionadamente la idea de libertad de expresión expuesta por Rosa Luxemburgo según la cual la libertad de expresión es siempre la "libertad de expresión del discrepante". Así que allá va.
Democracia ¿Dónde?, terrorista ¿Quién?: el gesto de Antígona
-¿y, a pesar de ello, te atreviste a transgredir estos decretos?
Creonte
Hace más de cincuenta años Francisco Franco llamaba jaraneros y alborotadores a los estudiantes antifascistas de la Universidad Complutense. A los de mi facultad que el otro día recibieron con insultos a Rosa Díez se les ha llamado grupúsculos minoritarios y marginales, radicales, violentos y filo-terroristas. El profesor Antonio Elorza ha hablado de “internacional follonera” y de “fascismo rojo” para definirlos y Mikel Buesa llamaba la atención sobre la presencia de “personas sudamericanas” entre los estudiantes que reventaron el acto de la candidata de UPyD. Si esto último fuera cierto, se confirmaría que los tentáculos del vengativo comandante Chávez llegan al Campus de Somosaguas y todas las sospechas recaerían en el profesor Juan Carlos Monedero, conocido asesor del comandante, como cerebro gris del escrache a Rosa Díez (no puedo dejar de imaginarme a mi querido Juan Carlos leyendo a Boaventura de Sousa Santos en una celda de Soto del Real). Bromas aparte, parece que todo está permitido mediáticamente a la hora de criminalizar a los estudiantes de izquierdas. Sobre si son de una izquierda más o menos extrema, basta leer Destra e Sinistra de Norberto Bobbio para darse cuenta de que, desde la caída del muro de Berlín, la izquierda sólo puede ser extrema.
A calor de los incidentes de políticas, el profesor Ramón Cotarelo escribía en su blog que este tipo de “agresiones” vienen siendo una práctica muy utilizada en los últimos tiempos. Como recuerda Cotarelo, la propia Rosa Díez y María San Gil hicieron sentir la presión del insulto al otrora presidente del PNV Josu Jon Imaz y todos nos acordamos del ex ministro Bono huyendo precipitadamente de una manifestación de la AVT. Peor les fue a los policías que detuvieron a los militantes del PP que intentaron agredir al ex ministro (entre los “folloneros”, como reconocerá Elorza, también hay clases y privilegios según a qué “internacional” o a qué “fascismo” pertenezcan) y peor todavía le fue a José María Fidalgo, cuya estatura le jugó una mala pasada cuando tuvo que afrontar las iras de los trabajadores de SINTEL (cosas del sindicalismo “de altura” cuando se enfrenta al de base).
Pero ni esto ni las condenas contra los “ataques a la libertad de expresión” tienen gran importancia. Cuando los principales medios de comunicación están en manos de gobiernos o son directamente la propiedad de corporaciones privadas, reconocerán conmigo mis profesores que los escraches tienen una relevancia anecdótica en lo que a la libertad de expresión se refiere. En el caso de Rosa Díez, además, da la impresión de que, de no ser por el revuelo que su presencia despertó en el campus, no hubiera recibido mucha atención por parte de una prensa partidista que no tiene aún muy claro a quien va a restar votos la pintoresca candidatura de esta señora.
Lo verdaderamente importante de los acontecimientos de la facultad complutense es la lección de Ciencia Política que dieron los estudiantes de izquierdas. Al intervenir contra un acto como aquel, los estudiantes fueron capaces de representar, con una intensidad inigualable, el No de Antígona en el que se fundamenta la ética en política, como acto radical de libertad que desafía las leyes y se opone a la tiranía, sean cuales sean sus consecuencias.
Como rapeaban los Hechos Contra el Decoro (a través del mc de otro veterano de la facultad) cuando todo se puede decir, la forma de censura es el consenso. Este consenso que hemos vuelto a ver representado en las unánimes condenas contra los estudiantes es la forma de tiranía en la Tebas de nuestra postmodernidad demoliberal. Y eso es, precisamente, lo que han roto los estudiantes al corear “democracia ¿Dónde? terrorista ¿Quién?” frente a Díez, sus guardaespaldas y decenas de policías, asumiendo en un acto ético sin concesiones, una excomunión que ha sido refrendada por todos los creontes universitarios; desde nuestro decano Aldecoa (su sorprendente cercanía a la UDyP suponemos que debe responder, como nos reveló una fuente bien informada, a que nadie descuelga el teléfono en Ferraz cuando llama) hasta el marxista rector Berzosa, pasando por notables académicos, algunos de ellos muy cercanos a la generación de jaraneros y alborotadores del 56.
Los estudiantes de izquierdas de la facultad de políticas, como ya hicieron hace un año al reclamar la puesta en libertad de Iñaki de Juana ante el escándalo general de la derecha y del centro, han repetido otra vez el gesto de Antígona. No debería hacer falta recordar que ello no presupone simpatía alguna con la violencia política, del mismo modo que Antígona no desconocía los crímenes de Polinices y, a pesar de ello, estaba dispuesta a hacer respetar el oikos. La lección de los estudiantes no está tanto en el hecho de reventar el acto de Rosa Diez (como decíamos, reventar actos es una práctica muy difundida últimamente) sino en que, con su gesto, han rechazado la trampa de la elección forzosa, el consenso tiránico de Tebas que da a elegir entre Rajoy o ZP, Pizarro o Solbes, con los demócratas o con los violentos. Como dice Slavoj Žižek en su Enjoy Your Symptom!, a Antígona le llamarían hoy terrorista.
Fueron las clases de Ramón Cotarelo las que me hicieron ir al teatro a ver la obra de Sófocles y las que me permitieron comprender que sólo la libertad es tal si al gesto desobediente le sigue la expulsión de la comunidad política, como les ocurre siempre a los “extremistas”. Por eso John Rawls, Habermas y sus seguidores patrios de segundo nivel, desde ese centrismo del consenso que señala Perry Anderson en Spectrum, terminan estando siempre con Creonte, con las “intervenciones humanitarias” de la OTAN y con el consenso tiránico. Espero que estas palabras no provoquen que el bueno de Cotarelo tenga que volver a la cárcel —esta vez con Monedero como compañero de celda— por instigar indirectamente la violencia antisistema contra Rosa Diez, al recomendar la lectura de Sófocles en sus clases (aunque con los tiempos que corren, la posibilidad no es del todo descartable).
Escribo esto desde la comodidad que otorga al investigador visitante una de las universidades más prestigiosas del mundo y, sin embargo, jamás podrá soñar Cambridge con un espacio de producción de conocimiento tan rico como nuestra facultad de Madrid. A pesar de los creontes complutenses, el gesto desobediente de los estudiantes de izquierdas ante el acto de Rosa Díez da mucho más de sí que los popular events en face book, las student societies o los soporíferos clubes de debate de las universidades de élite británicas. Pueden estar orgullosos el decano Aldecoa y el rector Berzosa, están al frente de una de las mejores facultades de política de Europa, pero no deben olvidar que ello se debe, en gran medida, a los jaraneros y alborotadores de ayer y de hoy.
Pablo Iglesias Turrión
Investigador visitante en la Universidad de Cambridge,
candidato a doctor en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense.