La conferencia en la UNAM estuvo muy bien, con notable asistencia de público. Se enmarcaba en las celebraciones del 50 aniversario de la Facultad de Ciencias Políticas y a mí me resultó muy grato volver a esa Universidad tan notable, diseminada en un gigantesco parque. A la salida me propuse llegar hasta el Zócalo, para la ritual visita a Tardán, la mejor tienda de sombreros tejanos, al sur de Río Grande. Se me había olvidado lo que es la circulación en Chilangotitlán, como la llama mi amigo Antonio Pérez un día cualquiera a las 12 del mediodía. Por cierto, no sé de dónde saqué ayer lo de los escarabajos VW; debí de ver los últimos porque quedan muy pocos, ya que han dejado de fabricarse. En Tardán compré un sombrero chulísimo y muy barato y, ya convenientemente tocado, fuimos al aeropuerto, a la nueva terminal 2. Si la vieja terminal 1, que sigue funcionando, era algo caótica, en ésta, que gestiona tremendo tráfico aéreo, el caos es majestuoso. Así que lo menos que podía pasarnos era que perdiéramos el avión a Veracruz. Tal cual; nos quedamos en tierra. Sacamos otro billete para un avión que salía las 21:30 y nos sentamos en un bar en una zona wi-fi con ánimo de cotorrear con el mundo exterior, pero la conexión estaba tan sometida a pautas secretas que bloqueaba las páginas más inocentes, como Google.
Entonces mi amigo, que fue alumno mío y es ahora diputado federal por el PAN ya que, como es sabido, nadie es perfecto, me propuso mostrarme el Congreso de los Diputados y ahí me hice esa foto que es más o menos la que se harán tropecientos turistas al año, aunque pocos llevarán un tejano tan flamante como el mío.
Regresamos al aeropuerto y, mientras esperábamos el embarque, mi amigo me presentó al célebre escritor Sergio Pitol, premio Cervantes de 2005, a quien encontramos por casualidad. Es un hombre encantador y más despistado que un pulpo en un garaje. Baste decir que pretendía sentarse en mi sitio con el argumento de que una señora desconocida se había sentado en el suyo, siendo así simplemente que el hombre se había equivocado de boleto y pretendía volar de vuelta a Veracruz en el mismo asiento en que lo había hecho de ida.
En Veracruz, nublado, con 27º al borde del mar, la humedad te rodea e impregna como si fuera el claustro de la madre naturaleza. El viajero tiene dos opciones para llegar del aeropuerto al hotel en la ciudad, la breve y el rodeo. Para coronar el día, el conductor decidió escoger el rodeo en el entendimiento de que, pues llevaba un sombrero tejano, me haría ilusión contemplar el famoso puerto veracruzano y los cinco kilómetros de especie de “seaside resort”, atractivo de turistas a lo largo de todo el año.
En el hotel, la conexión wi-fi es de pago: 150 pesos 24 horas que empiezan contar desde que metes la clave, estés o no conectado. Si Vd. cree que eso es un abuso por cobrar cuando se presta y cuando no se presta el servicio, espere un poco porque, a los diez minutos de conectarse, se queda Vd. sin acceso a la red, de forma que el cobro se produce cuando no se presta el servicio y cuando el servicio sigue sin prestarse.
Me largo a la cama porque hoy no es mi día y empiezo a sospechar que mañana, sábado, en que debo trabajar mañana y tarde, tampoco.