La Tercera Comisión de las Naciones Unidas, de Asuntos Sociales, Humanitarios y Culturales, aprobó ayer por amplia mayoría de 99 países, con 52 en contra y 33 abstenciones un proyecto de resolución que pide establecer una moratoria en la aplicación de la pena de muerte en todo el mundo con vistas a su total supresión. Hay pocas dudas de que la resolución saldrá adelante en la sesión plenaria de la Asamblea General.
Como debe ser porque hay que acabar con esta lacra, esta vergüenza de la Humanidad.
La propuesta lleva las firmas de Albania, Angola, Brasil, Croacia, Gabón, Filipinas, México, Nueva Zelanda, Portugal (en representación de la UE) y Timor Oriental. Y ya se han levantado las habituales críticas y objeciones:
I.- Que la abolición es un intento de Occidente y más en concreto de la Unión Europea por imponer coactivamente a todo el mundo sus criterios en materia de derechos humanos. Ya se sabe, el famoso eurocentrismo con el que los europeos, que carecemos el menor respeto por la diversidad cultural, pretendemos obligar a todo el mundo a marcar el paso a nuestro antojo.
II.- Que la Unión Europea, ese club de viejas y ajadas metropolis, sigue sin entender que los felices tiempos del imperialismo pasaron hace ya muchos años. Que ya no está el horno para andar dando órdenes donde no se pinta nada.
III.- Que la pena de muerte, que no es cosa de derechos humanos, sino de derecho penal interno de los países, pertenece al ámbito de la soberanía de cada Estado y toda decisión al respecto de la Asamblea General será un acto de injerencia en los asuntos internos de los Estados Miembros.
El proyecto lo han apoyado países europeos y no europeos. Para seguir sosteniendo que se trata de un gesto eurocéntrico hay que decir que Filipinas, Gabón, Timor Oriental, etc toman sus decisiones al dictado de las viejas metropolis imperiales. Cosa tan sensata como sostener que quienes no votan como nosotros son unos vendidos, unos badulaques, están engañados y van en contra de sus intereses. Un tipo de reproche que no suele formularse a las claras, pero que está en la base de muchos análisis, en especial de la izquierda. Y que simplemente no es aceptable.
Las resoluciones de las Naciones Unidas no son vinculantes para los Estados Miembros con lo que es claro que ésta en concreto, además de no ser una prueba de podrido eurocentrismo, no es ni puede ser una imposición porque no tiene fuerza coactiva. La tiene, sí y mucha, moral. Y eso es lo que fastidia a críticos y objetores, esto es, que están obligados a salir en defensa de una práctica que nadie gusta de defender porque, a mi entender, es indefendible. Y no les gusta quedar como lo que son cuando se firman y llevan a cabo penas de muerte: como asesinos. Prefieren que no se hable de ello, que no se mencione, que se ignore. Por eso hay que hablar, debatir, someter el asunto a consideración pública.
Merece la pena ver el video que he colgado sobre la abolición. Está en inglés, pero es muy clarito. Se cuentan casos concretos de ejecuciones lastradas por algún horror, de esos que, cada uno de ellos por sí solo es un argumento definitivo contra esta odiosa práctica:
a) Error judicial. En Uganda, un hombre pasó diecinueve años en la cárcel condenado a muerte por un crimen que no había cometido. En China, se ejecutó a un hombre en 1995 por el asesinato de su esposa que apareció viva en 2005.
b) Crueldad de la pena. En Guatemala se ejecutó a un hombre mediante inyección letal. Tardó dieciocho minutos en morir, episodio emitido íntegro por la televisión. En Kuwait, un ejecutado en la horca tardó cinco horas en morir.
c) Falta de garantías procesales. En Arabia Saudí se ejecuta a inmigrantes africanos tras someterlos a procesos en una lengua que no entienden y, muchas veces, sin llegar a informarlos de que han sido condenados a muerte.
Eurocentrismo o no eurocentrismo, hay que acabar con un hábito tan inhumano. Algunos países que aplican la pena de muerte, como los EEUU, el Japón, etc, argumentan que dictan y ejecutan esta pena con todas las garantías procesales y pleno respeto a los derechos humanos. Respetan los derechos humanos pero atentan contra el fundamental, que es el derecho a la vida. Es curioso que los más acérrimos defensores de la pena de muerte suelan ser también los más acérrimos enemigos del aborto. Reconocen el derecho a la vida al feto y se lo niegan al adulto en pleno uso de sus facultades mentales. Esta contradicción muestra a las claras un núcleo de razonamiento viciado. Son igualmente los que se oponen denodadamente a cualquier forma de eutanasia.