Según van sabiéndose más cosas de los años de gobierno del señor Aznar, más detestable y hasta odioso resulta el personaje. Ya en las demoledoras "actas" de Crawford, destapadas por el periodista Ernesto Ekaizer el señor Aznar aparece como un correveidile del presidente Bush y complaciente con su deseo de invadir el Irak con o sin mandato de la ONU. Es ahora Fidel Castro quien denuncia desde las páginas Juventud Rebelde (por cierto, bonito título, aunque redundante) que el señor Aznar sugirió al presidente Clinton bombardear la radio y televisión serbias durante la guerra de Yugoslavia.
Con bastante claridad puede probarse hoy día lo que los españoles ya sabían, pues lo habían experimentado directamente al verse en una guerra en la que nadie quería estar salvo el señor Aznar y sus amigos íntimos, que el entonces presidente del Gobierno era -y sigue siendo- un instigador de guerras, un encizañador, un sembrador de conflictos y partidario de resolverlos a lo bestia.
Esto es, no le bastó con emplear una pasta gansa del dinero público en comprar una medalla en los EEUU que luego no se le concedió; no le bastó con el desastre que organizó con el Prestige, ni con la tragedia del Yak 42; no tuvo suficiente con casar a su hija en El Escorial como si fuera doña Isabel Farnesio y a costa del erario público. Tenía, además, que andar por ahí predicando la guerra.
Nada extraña que actualmente esté asesorando a quien está asesorando.