En su atribulada comparecencia de ayer, la señora ministra de Fomento expuso claramente su criterio de no dimitir, a no ser que el señor Rodríguez Zapatero, su jefe inmediato, se lo pida. Debe de ser el único que quede por hacerlo porque todos los grupos parlamentarios, excepción hecha de los del PNV, BNG y, claro, PSOE, pidieron a la señora Álvarez con toda contundencia que se fuera, desde el del PP hasta el de IU. Hacía tiempo que no se veía tan apiñada unanimidad en sede parlamentaria y para el PP tiene que haber sido un alivio ver que no siempre está solo.
La Ministra llevaba escritos unos folios que leyó de cabo a rabo, y se negó a dimitir. La explicación que dio es que el Gobierno del PP descuidó lamentablemente las inversiones en las dos anteriores legislaturas. Se hace cuesta arriba creer que Jordi Pujol todavía presidente de la Generalitat entre 1996 y 2000 se dejara burlar en esto de las inversiones en su amada Cataluña siendo así que tenía trincado al Gobierno de Aznar quien no disponía de mayoría absoluta. En la siguiente legislatura de 2000 a 2004 es posible que se produjera el abandono que denuncia la señora ministra. Pero a su vez ella y su Gobierno han tenido tres años y medio prácticamente para remediar la situación y tampoco parece que hayan hecho mucho. No sé si la señora Álvarez es la "peor ministra de Fomento" de la democracia como proclama el PP y no lo sé porque, habiendo pasado por el cargo el señor Álvarez Cascos, es poco probable que alguien lo haya hecho peor. Pero lo cierto es que la ministra no ha dado un resultado óptimo y el caos que llevan los barceloneses aguantando requiere que, en lugar de recomendarles paciencia, alguien tenga un gesto digno y, digamos, dimita. La señora ministra, a ser posible.
La democracia tiene estas cosas: los jefes (que están ahí voluntariamente y no a la fuerza, aunque a ellos les guste decir que "se sacrifican") tienen que asumir muchas veces responsabilidades que no son suyas y saber marcharse, aunque no sean personalmente responsables de algún desaguisado. Es una regla no escrita: cuando se causa tanto trastorno a decenas, cientos de miles de personas, además de la (siempre escasa) compensación material, aquellas tienen el derecho a una compensación moral, por ejemplo, a ver que el responsable del servicio que ha fallado coge las de Villadiego. Son prácticas democráticas que, si no son muy tiernas con los políticos en apuros, salvaguardan unas normas de bien hacer que no deben perderse. Cuando los griegos inventaron el ostracismo, se lo aplicaron de vez en cuando hasta a los ciudadanos más sobresalientes. ¿Qué no harían con los incompetentes?
Por lo demás, el razonamiento de la señora Álvarez no es de recibo. Que sólo se irá cuando se lo diga el señor Rodríguez Zapatero. Estaría bueno que, diciéndoselo el señor Rodríguez Zapatero, considerara la posibilidad de no irse. Es una típica falacia de opciones inexistentes. Si el presidente del Gobierno le pide la dimisión, la señora ministra no puede no dimitir. Por eso, esa pintoresca afirmación (equivalente, en el fondo, a decir "no dimito porque no me da la gana") me recuerda tanto aquella ilógica canción de Nat King Cole: "¿Para qué quiero tus besos si tus labios no me quieren ya besar?" Igualito que la señora Álvarez, cuyo camino lógico, a la vista de la cuasi unanimidad parlamentaria en su contra, es presentar la dimisión al presidente del Gobierno.
Claro que si eso no sucede, la oposición tiene otra vía para evidenciar su descontento: pedir la reprobación de la Ministra en el primer pleno a la vuelta de vacaciones. Está por ver si osa hacerlo.