Hace poco posteé sobre el ruido en España, una de mis bestias negras. Una carta de lector en El País de ayer, firmada por don Enrique Angulo Moya, a quien Dios bendiga, y titulada ¿Complejo de inferioridad? me da pie para volver sobre el asunto pues, mientras nuestro país siga siendo tan ruidoso, cuantas veces se vuelva serán pocas. Tengo dicho que las cartas de los lectores son una fuente inagotable de ideas y, para mi gusto, lo mejor del periódico. Es tal mi pasión por el género que creo que postearé sobre él a no mucho tardar, tratando de responder a la pregunta de porqué se escriben cartas al director.
En este caso concreto, el del señor Angulo, la carta sostiene la teoría nada estrafalaria por lo demás de que los españoles somos tan ruidosos, groseros, incivilizados y gamberros porque padecemos un complejo de inferioridad. Es bastante posible y lo único que se me ocurre al respecto es que, si padecemos un complejo de inferioridad, es bien merecido.
Como tengo tendencia a las explicaciones simples, sin desdeñar en modo alguno el brillante diagnóstico del señor Angulo, creo que el problema es de educación. Quiero decir, claro, de falta de educación. La gente es ruidosa porque nadie, normalmente, ya sea en la familia o en la escuela le ha enseñado a no serlo. Y nadie le enseña a no serlo porque tampoco nadie enseña en parte alguna que, en toda convivencia civilizada, es de primera importancia pensar en los demás y procurar no ser molesto.
Es curioso, es tal el fracaso de la educación en este terreno que el comportamiento incivil de los españoles se acentúa precisamente cuando conviven. Parece una especie de gregarismo provocador y molesto. Si no me creen, hagan la prueba siguiente: lleguen a una terraza de un café en la que no haya nadie y siéntense a una mesa, la que quieran. Les apuesto doble contra sencillo a que los parroquianos siguientes elegirán para sentarse la mesa contigua a la suya, aun estando la terraza desierta y, a continuación, se pondrán a berrear.
Aprovechando la ocasión, me sumo al interesante debate que se traen los obispos, la carcundia nacional, el progresismo más o menos ramplón y los señores Savater y Ferlosio sobre la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía (EpC), pidiendo que además de esos asuntos tan interesantes de los derechos fundamentales, la democracia, la igualdad, los valores constitucionales, la tolerancia, etc, etc, se aproveche también para meter un capitulillo de lo que antes se llamaba "buenos modales", consistentes en cosas tan simples como las siguientes:
No escupir en el suelo en público.
No orinar en los quicios de los portales.
No gritar en los establecimientos públicos.
No permitir que las mascotas ensucien la acera.
No tirar desperdicios a la vía pública.
No ensuciar parques, jardines ni campo en general.
No fumar donde no esté permitido.
No molestar a los vecinos con ruidos innecesarios.
No llevar transistores a lugares públicos.
No jugar al balón en cualquier parte.
No permitir que los niños propios molesten a los demás.
Aquí me detengo pero la lista podría alargarse mucho metiendo discotecas, quads, chiringuitos, excursionistas, procesiones, fiestas, etc. En fin, como se ve, cosas muy necesarias y nada conflictivas, espero. Porque, si se piensa bien, hace falta ser un auténtico imbécil para transitar por las ciudades de noche con motos de escape libre. O sea, ser lo que un tío mío llamaba con precisión gracianesca, "un tonto montado en un ruido".