divendres, 13 de juliol del 2007

Hasta las narices de los ofendidos.

He aquí el video de publicidad del club de fútbol de Getafe, Madrid. No está mal. Trasmite su mensaje con bastante claridad, apoyándose en episodios de la historia sagrada y la profana que son del dominio común: el sacrificio de Abraham, la condena divina a Moisés a vagar cuarenta años por el desierto, la quema de algún hereje (Bruno o cualquier otro), Adán perdiendo su costilla o las últimas palabras de Cristo en la cruz. Y ese mensaje es simple: tu equipo está por encima de tus creencias religiosas. No veo que se insulte o falte a nadie. Sólo veo una opinión tan aceptable o condenable como su contraria (esto es, que tus creencias religiosas hayan de estar por encima de tu equipo de fútbol), ilustrada con gracia aunque con un poco de cursilería y bastante petulancia.

Pues ya están los obispos en pie de guerra en contra del anuncio y sus monagos del PP pidiendo que se retire. Lo de siempre: unos señores pretenden coartar la libertad de expresión de otros pretextando no un daño objetivo y claro a un bien público (por ejemplo, un folleto en el que se mienta sobre las posibles consecuencias patógenas de una crema dentífrica) sino aduciendo que hiere la sensibilidad de unos u otros y sus creencias que, en todo caso, son un asunto privado.

Como era de esperar, ya han salido a relucir las famosas caricaturas de Mahoma en Dinamarca y el consiguiente follón. Un diputado del PP de olvidable nombre ha dicho que se siente legitimado para protestar por este “atropello” porque en su día protestó contra el otro. O sea, que el mucho protestar da la razón. A mi ver se trata de dos protestas muy legítimas, desde luego, pero sin sentido, propias de quienes pretenden convertir en ley universal sus sentimientos, creencias, caprichos y supersticiones y que parecen dispuestos a reconocer lo mismo a cuantos neuróticos como ellos haya en el planeta.

Pero esto no es admisible y ya aburre a las ovejas. El que se sienta ofendido en sus creencias privadas por una manifestación pública ajena a ellas es libre de no atender, no mirar, no escuchar a quien perpetre la supuesta ofensa. También a mí me parece deplorable que unas gentes mayores de edad crean a ojos evidentemente cerrados que una señora puede ser madre y virgen al mismo tiempo o que otro señor muerto por crucifixión resucite al tercer día y ascienda a los cielos como si nada, pero no se me ocurre coartar su libertad de expresión.

La blasfemia puede ser un pecado atroz y llevar aparejadas las peores penas en esta vida para los creyentes dentro de su iglesia y en la otra, si la hay, para todos, pero no puede ser un comportamiento jurídicamente sancionable. Si los católicos quieren que el ordenamiento jurídico sancione sus supersticiones, que se compren una isla y establezcan una teocracia, pero que nos dejen en paz a los demás, que ya somos mayores para decidir qué queremos ver y qué no.

Incidentalmente y, como siempre pasa con la estupidez, menuda propaganda han hecho los curas y los meapilas al club de fútbol de Getafe.