El señor Rajoy no tiene mucha suerte últimamente con las cámaras, con los micros, ni consigo mismo. Los endemoniados medios lo pillaron confesando a los señores Zaplana y Acebes que sólo tenía una "pregunta absurda" que hacer al presidente del Gobierno. A su vez, sus dos paladines le respondían que ellos estaban también yermos, in albis, a la luna de Valencia. Si no puede preguntar por lo que los plumillas afines siguen llamando por la fuerza de la inercia (que se impone cuando las meninges no hacen de contrapeso) "el proceso de rendición ante ETA", el triunvirato gran-nacional, el triángulo de la bronca, cree que no tiene nada que preguntar. Eso sí que es absurdo y no una u otra pregunta.
Bien, ¿y cuál era la "pregunta absurda", la única que se le había ocurrido a este trío de genios? La siguiente:
¿cuáles son los objetivos políticos del Gobierno hasta el fin de la legislatura?No salgo de mi asombro. Estoy pasmado, atónito. No doy crédito a lo que veo. Ando desnortado y sin brújula. Estoy apabullado. No creo que pueda superar la impresión que me ha producido el asunto.
Porque, vamos a ver, ¿qué tiene de absurdo esa pregunta? ¿Qué tiene de absurdo que el líder de la oposición mayoritaria quiera saber y quiera que lo sepa todo el país cuáles sean los "objetivos políticos del Gobierno hasta el fin de la legislatura"? No sólo no es absurda la pregunta sino que, bien contestada, puede dar lugar a información de interés general. Lo absurdo es pensar que conseguir información relevante sea absurdo. Lo absurdo sería preguntar al presidente del Gobierno qué tiempo hará el próximo finde, cuáles son los planes de Rafa Nadal o cómo se llamaba la cuñada de Atila. Absurdo era preguntar todas las semanas con la machaconería de la gota china por los pactos, las negociaciones, los contubernios judeomasónicos del Gobierno con ETA; absurdo preguntar a qué precio se había "vendido Navarra" o en qué montañas y desiertos cercanos estaban los verdaderos autores del atentado del 11-M.
Están tan acostumbrados al absurdo que, para una vez que no hacen el ridículo, se sienten absurdos.
(Representaciones del legendario rey de Sri Lanka Rawana, el de las diez cabezas, figura tradicional y bastante absurda, procedente del Ramayana, fuente de inspiración de poetas).