Veo al señor Rato en su lujoso despacho de director del Fondo Monetario Internacional, en Washington, desesperado ante el aldeanismo de su país. Es indignante: un español alcanza un lugar de preeminencia mundial como la dirección del FMI, se codea con jefes de Gobierno, de Estado y de Tribu, desayuna en Washington y cena en Singapur y pronuncia el discurso de despedida en la cena homenaje con motivo de la marcha de Mr. Alan Greenspan del Consejo de la Reserva Federal...y ni Dios te dedica una línea en la prensa patria, ni se acuerda de ti en las tertulias ni te llama para unos desayunos o bocatas televisivos. A los españoles sólo les interesan los españoles y, si van por ahí poniendo picas en lueñes tierras, siempre que lo hagan sobre una moto, un coche, una piragua, cualquier cosa menos un sillón de baranda en un organismo tan brumoso y extraño como el FMI
Algunos lo confunden con el Banco Mundial y otros lo tienen por una espcie de montepío universal. La leyenda dice que el FMI no puede tomar decisiones políticas y, si las tomara, no podría ponerlas en ejecución, que no es propiamente un banco y más bien se configura como una especie de gendarme universal de los tipos de cambio en el mundo, una vez que el afamado patrón oro se disolvió en el aire, como las cosas más sólidas en Fausto. En fin, que no tiene poder. En la realidad es una entidad que presta y que presta con rígidas condiciones de disciplina económica de la teoría más clásica; más clásica del capitalismo. Tiene poder, y mucho, como se ve en la escena de la foto en que el del extremo izquierdo es precisamente el todopoderoso Mr. Greenspan.
"Pues nada de esto se valora en mi país, España", piensa el señor Rato. Vuelve a pensar, sopesa lo pensado y toma la decisión: "dimito; me vuelvo a España". No termina de decirlo y se arma el gran alboroto en la Patria y todo el mundo se acuerda de que el señor Rato existe y que es un fenómeno, un fuera de serie, la garantía segura del éxito, el hombre providencial. Pero ¿cómo diantres se les había ocurrido arrumbar a esta lumbrera en la sospechosa bruma anglosajona del FMI?
El hombre ha dicho que dimite del FMI para dedicarse a la educación de sus hijos y a la vida privada. Nadie lo ha creído y una buena mayoría de comentaristas le atribuye el deseo de postularse como candidato del PP a la presidencia del Gobierno es de suponer cuando el electorado propine un puntapié al señor Rajoy. El registrador de la propiedad gallego tiene mala suerte pues eso contribuye a que pierda las elecciones de 2008 ya que la gente piensa que puede volver a votar al PSOE que, si lo hace mal, ahí estará don Rodrigo, que tanto vale y tanto sabe.
Lo curioso de esta reacción de los medios es que no sólo tuerce una información, la de la educación de sus hijos, sino dos, al presuponer que la intención del señor Rato sea precisamente la que él niega. Pero sea lo uno o lo otro, lo cierto es que el el señor Rato, que parecía uno de Los olvidados de Buñuel, vuelve a ser noticia en los diarios, comentario en los mentideros, objeto de profecías y apuestas y eclipsa en un abrir y cerrar de ojos al actual candidato de la derecha en las próximas elecciones generales.
Definitivamente injusto; primero Aznar, luego el tándem Gallardón/Aguirre y, de postre, la guinda de Washington. Son un agobio del que el candidato no se ve libre y, dado su carácter manso, ni lo intenta. "Sentido de la oportunidad", piensa el señor Rajoy, "este Rodrigo podía haberse callado hasta las generales". "Si me callo", piensa a su vez el señor Rato, "después de la derrota, sería tarde". Hay que postularse ahora. Si el señor Rajoy mira en torno suyo, ve un cortejo de buitres. No se menciona aquí a estos desagradables pajarracos para afear el físico de nadie, sino en recuerdo de que son los que acompañan al infeliz que no tardará en ser su comedero. Se lo dice su instinto de buitre.
El señor Rajoy, pienso, seguirá siendo candidato del PP, aunque más debilitado, si cabe. La presencia del señor Rato en el albero, que decimos quienes no tenemos ni idea de toreo, es un reto para el señor Gallardón. Que no sería de extrañar que fuera el móvil del señor Rato, a quien podemos imaginarnos en su lujoso despacho de Washington (no problema, ya lo hicimos una vez), diciendo: "oye, si se postula Alberto, también puedo hacerlo yo". "Claro, Rodrigo", lo anima su esposa al teléfono, "eres joven, y tienes una mundología que esos gañanes no tienen: en España no te conocen, Rodrigo." El señor Rato gime: "Es verdad; no me conocen". Y, dando un puñetazo sobre la mesa de caoba que suena como los "Ludwig Drums" de los Beatles de su juventud, dice: "Allí me planto y a ver quién me tose".
Y antes de desembarcar ha batido la costa, disparando desde una entrevista en el periódico El país, el panfleto radical/socialista al servicio de Zapatero, condenado al boicot y al auto de fe por la máxima jerarquía del partido. Entrevista en la que el mefistofélico señor Rato dice: "soy del PP". ¿Cómo se puede ser de un partido desoyendo las ódenes de la jefatura? Órdenes que deben mantenerse incólumes porque el citado libelo socialdemócrata y "progre" (este de "progre" es término que emplean como insulto las derechas y la extrema izquierda; otra prueba más de su similitud) no solamente no se arrepiente de lo dicho, sino que publica un artículo de Felipe González, todo él muy bueno, pero con una frase final de campeonato:
"Me entristece pensar que los líderes crean que saben adónde van sin preocuparse de saber de dónde vienen."Mucha verdad, don Felipe. En cuanto al señor Rato pues, caramba, también es posible que sus declaraciones traduzcan sus intenciones y el hombre quiera de verdad ser el ayo o preceptor de sus hijos. Tanto si es verdad como si no, las cosas pueden ir de modo tal (y seguramente lo harán) que algún sector del PP, horrorizado de la candidatura de Gallardón/Aguirre, acuda a pedir que el señor Rato, como un nuevo Cincinato, asuma el mando absoluto. Si tal cosa sucediera, el señor Rato podría invocar como ejemplo y precedente el dulce momento en que la Patrie en danger acudió a Colombey-les deux-Églises a pedir a un enfurruñado general De Gaulle que asumiera plenos poderes. No conviene compararlo con el Gran Corso porque, aunque el comparado gana mucho, el resultado, el Imperio restaurado, tuvo breve existencia. "Oye, que si vienes a un sitio, es para estar unos añitos". Ese es quizá el problema del señor Rato, al haber dimitido mucho antes de tiempo de su última e importantísima responsabilidad. El gran estabilizador parece un poco tarambaina. Miren que si mañana dimite doña Esperanza Aguirre, diciendo que quiere ganar dinero, a ver si consigue llegar a fin de mes.