El exordio negativo implica que, en la medida en que los países capitalistas avanzados son Estados democráticos de derecho, el uso de la violencia para fines políticos debe estar taxativamente excluido y toda opción revolucionaria que implique violencia, descartada. Esta negación debe ser clara, contundente y explícita. Nada hace más daño a las expectativas electorales de la izquierda que la ambigüedad respecto al hipotético uso de la violencia, y no se hable ya del terror, implícito en las confusas proclamas revolucionarias de la franja lunática del radicalismo.
El desarrollo positivo se divide, a su vez, en tres grandes apartados que estructuran el programa de la izquierda actual, engarzándolo con la reformulación de la trilogía revolucionaria francesa: libertad, igualdad, solidaridad.
• Libertad. El sistema político objetivo de la izquierda es la democracia entendida como regla de la mayoría y sufragio universal. La democracia como un fin en sí mismo y no como un medio para la consecución de algún otro sistema político no democrático, con independencia de que sus partidarios lo llamen "verdadera", "auténtica", "genuina" democracia. Esta forma de democracia es la representativa, que pivota sobre la supremacía del Parlamento entre los poderes del Estado. Dentro de ese marco caben sin duda todas las propuestas de profundización de la democracia (democracia participativa, deliberativa, formas de la directa a través de las nuevas tecnologías, etc) que se estimen oportunas. La única condición que deberán cumplir será la de tener la aquiescencia de la mayoría.
El Estado democrático, como Estado al servicio de toda la sociedad, debe estar libre de interferencias de grupos específicos de interés, especialmente los religiosos del tipo que sean. El Estado ha de ser laico, como condición imprescindible para llevar adelante políticas de reformas institucionales que amplíen las libertades sociales de los ciudadanxs en cuanto a las formas de organizar sus relaciones privadas en la vida cotidiana.
El Estado laico democrático basado en la regla de la mayoría debe tener un eficaz sistema de protección de los derechos de la minorías, valiéndose para ello de cuantos mecanismos sean compatibles con el Estado de derecho, desde las formas de la discriminación positiva a favor de minorias desfavorecidas hasta el derecho de autodeterminación de las minorías territoriales de índole nacional que los avatares de la historia hayan incluido en sus fronteras. La mejor garantía de ese sistema es la aplicación estricta del principio kantiano de publicidad de todas las decisiones que afecten a terceros.
• Igualdad. El instrumento más eficaz que la izquierda democrática ha puesto en marcha en pro de la igualdad y la justicia social ha sido el Estado de bienestar (Eb). La prueba a contrario reside en los furibundos ataques que ha venido recibiendo desde la derecha y desde la izquierda no democrática, si bien ésta ha pasado a ser ahora una intransigente defensora del Eb desde que entró en aguas turbulentas de crisis a fines del siglo XX.
El Eb sólo es concebible en una economía de mercado, es decir, capitalista. No hay alternativa de conjunto viable al capitalismo ni a la economía de mercado, como la historia ha demostrado contundentemente. El Eb es una forma corregir y ordenar el capitalismo y de transformar la economía de mercado en una economía social de mercado, basada en la fórmula de "tanto mercado como sea necesario y tanto Estado como sea posible". No es la sustitución del capitalismo por alguna forma de socialismo.
Por tanto, la acción de la izquierda democrática será en pro de políticas igualitarias y redistributivas utilizando todos los mecanismos posibles (financieros, monetarios, presupuestarios, etc) en sede parlamentaria para conseguir los máximos grados de cohesión e igualdad social, compatibles con la competitividad de las respectivas economías.
• Solidaridad. La izquierda democrática tiene un campo de acción nacional y otro internacional. En este último, debe favorecer el crecimiento y el desarrollo de los países del Tercer Mundo, luchando no solamente por ampliar las políticas de ayuda pública y privada al desarrollo, sino también por establecer condiciones de igualdad y justicia en las relaciones internacionales, especialmente las comerciales, que hoy brillan por su ausencia. La consigna que debe presidir la acción internacional de la izquierda es la de "comercio justo".
La izquierda debe dar asimismo una respuesta a la globalización que no puede ser una mera oposición estéril, ya que el fenómeno es imparable y, bien gestionado, positivo. Su acción debe ir orientada a encauzar la globalización, garantizar la libertad de circulación de capitales, mercancias, servicios y personas (lo que implica adoptar una actitud positiva respecto a las migraciones) y, al mismo tiempo, regular los intercambios financieros con propuestas como las de Attac, y garantizar asimismo la igualdad en otros aspectos concretos de la globalización, en concreto los informativos y culturales. Debe asimismo la izquierda arbitrar políticas multiculturales que hagan compatibles la tradición de los valores ilustrados que defiende con las peculiaridades culturales nacionales, cosa difícil, pero no imposible.
Obviamente la acción internacional de la izquierda debe estar inspirada en principios conservacionistas y ecologistas y fundamentada en un espíritu resueltamente pacifista, para lo que habrá de luchar por convertir el unilateralismo agresivo actual de los EEUU con apoyo de la Unión Europea y otros Estados capitalistas avanzados en una forma genuina de multilateralismo. Por supuesto, tampoco esto es fácil, pero debe recordarse que lo importante es arbitrar la políticas para hacerlo posible.
Por supuesto, hay muchos asuntos aquí que cabe matizar, profundizar y expandir. Se trata de un programa de mínimos de la izquierda democrática que permite ver que ese programa existe, no es utópico, sino realista y tampoco se confunde con el de la derecha neoliberal.