Las elecciones presidenciales francesas se han interpretado también como lógica consecuencia del actual desconcierto de la izquierda y vigorosa ofensiva de la derecha. Iniciado con anterioridad al hundimiento del bloque comunista, el fenómeno se consolidó con el triunfo conservador de la era Thatcher/Reagan (lo privado contra lo público) y parece haberse hecho apabullante con la "revolución de los neocons (curiosa afición conservadora al empleo de términos de la tradición izquierdista) y aspecto visible de eso que José ("Pepín") Vidal Beneyto ha analizado en una serie en El País llamada "La derechización del mundo". Cabe interpretarlo como una sustitución de la hegemonía ideológica de la izquierda por la de la derecha.
Conocemos algunos datos significativos. Parte importante de la argumentación neoconservadora ha sido obra de intelectuales izquierdistas que se han pasado a la derecha. Son los extrotskystas estadounidenses, varios antiguos sesentyocheros franceses o los viejos comunistas y hasta "prochinos" españoles. Ya me permití señalar en un post anterior de la serie este interesante fenómeno psicológico/sociológico de la mutación colectiva de racimos de intelectuales antes marxistas, marxistas-leninistas o corrosivos sesentayocheros que sientan hoy plaza de conservadores, tradicionalistas y hasta reaccionarios. A las razones allí apuntadas cabe añadir otra, la de la tendencia intelectual a decir una cosa y hacer otra, a criticar el conformismo y practicarlo, a oponerse al caciquismo y clientelismo y valerse de ellos con frenesí, a valorar la rebeldía del individuo y recitar prontuarios de doctrina.
Sean cuales sean las razones, una de las consecuencias más obvias de ese trasvase masivo es que los teóricos de la derecha conocen y emplean el aparato conceptual de la izquierda porque lo manejaron "desde dentro", igual que José Martí conocía las entrañas del "monstruo" por haber vivido en su interior. Precisamente el concepto que mejor han sabido utilizar en su beneficio ha sido al gramsciano de "hegemonía". Las derechas han comprendido la sabiduría "técnica" que se encerraba en las famosas palabras de Goebbels en el VI Congreso del Partido Nazi en Nürberg, Alemania:
"Está bien tener un poder que descansa sobre los fusiles. ¡Pero es mejor y más satisfactorio ganarse el corazón del pueblo y conservarlo!
Digo "técnica" porque eso, en principio, puede predicarse en pro de las más diversas y hasta contrapuestas doctrinas, esto es, "convencer" en lugar de "vencer". Pero eso ¿cómo se hace? Como lo hacía Herr Goebbels: valiéndose de los medios de comunicación, de la prensa y la radio, organizando y adoctrinando a los "camaradas" intelectuales, orientando a los "camaradas" artistas. Como en la Unión Soviética, en definitiva, en donde había una "ciencia proletaria" y una "justicia de clase" en todo equivalentes a la "ciencia aria" y la "justicia de la raza". En definitiva, mediante el empleo de lo que el marxista gramsciano Althusser llamaba "aparatos ideológicos del Estado" que por supuesto incluían a la universidad, importante centro de fabricación de ideología y doctrina.La lucha es por "el corazón del pueblo". Por supuesto, también se recurre a los fusiles (los "aparatos represivos del Estado" en la terminología althusseriana) cuando se estima preciso. De momento, sin embargo sólo se estima preciso en la periferia del imperio, en Irak, distintas partes de África, Oriente Próximo, etc. En en el centro, en las viejas metrópolis, todavía se juega al juego de la hegemonía ideológica entre otras cosas porque la derecha puede ganarla y, de hecho, la gana. Testigos, Bush, Sarkozy, Merkel, Berlusconi (hoy de sabático), el giro al conservadurismo en algunos países nórdicos, el reinado des deux pères Ubu en Polonia. Una derecha que ha hecho una amalgama de valores tradicionales conservadores con otros del liberalismo tradicional, formando una especie de vademécum mal avenido que se compone, entre otras cosas, de religión, familia, tradición, autoridad, moral sexual, darwinismo social, individualismo, competitividad, relativismo, pragmatismo y hasta laicismo.
La amalgama se ha impuesto como conciencia de la época a través de tres aciertos dignos de consideración: la retórica, el contenido y la forma:
La retórica: es muy de ver cómo el establishment ideológico neocon presenta su empeño como la lucha del David conservador contra el Goliat izquierdista cuando la realidad hace ya muchos años que es la contraria. Las universidades occidentales son hoy centro de fabricación de ideologías conservadoras, como el proceloso mundo de las Fundaciones o los think tanks y, desde luego, los omnipresentes medios de comunicación. ¿Hay algo parecido al imperio Murdoch en la izquierda? ¿Algo similar al Bild Zeitung en Alemania? ¿Al imperio mediático de Berlusconi en Italia? ¿Cuantos medios de derechas hay en España? ¿Cuántos de izquierda? Sólo conozco un periódico de cierto porte de izquierda en Francia, Libération y, tras la crisis económica, la compra por Rothschild y el cese del director, July, tampoco lo es ya. En España no hay ni uno. El País es un diario de centro-derecha liberal que, claro, al lado de los trogloditas de la derecha, casi parece furibundamente anarquista. La izquierda carece de medios, mientras que la derecha los tiene todos. Porque si de televisiones hablamos...El contenido. En la posmodernidad, que ha decretado la muerte de los "grandes relatos", de los sistemas congruentes, cerrados, omniexplicativos y consagrado el imperio de lo efímero, fragmentario, disonante y contradictorio, como herencia ilustrada de desconfianza frente a los dogmas, no se ve con malos ojos la disonancia cognitiva que se manifiesta cuando el PP español, por ejemplo, afirma ser un partido laico, es decir, repica y, al mismo tiempo, va de monago en la procesión. Tampoco que el señor Sarkozy diga que hay que desregular y dar cancha libre a la iniciativa privada mientras promete mantener el llamado "modelo social francés". El contenido se ha hecho tan fragmentario, débil e insignificante como una videojuego.
La forma. La derecha parece haber aceptado el principio de legitimidad democrática (que se basa en la regla de la mayoría, consagrada en la preeminencia del Parlamento en el juego institucional), a pesar de que tradicionalmente ha preferido la legitimidades dinástica y carismática. Aquí se da otra de las disonancias cognitivas más llamativas, la que rechina en la fórmula de "monarquias parlamentarias", consagrada en los textos constitucionales, conjuntamente con su hermano el oximoron de "monarquías democráticas". Ello no obsta para que la derecha siga su sorda batalla por vaciar de contenido a la democracia valiéndose para ello de una sistemática deslegitimación del Parlamento. La Asamblea Nacional francesa de la Vª República, como se sabe, no tiene reservada la plena competencia legislativa y, en otros países, por ejemplo en los EEUU, se insiste en detraer de los poderes parlamentarios competencias decisivas en la función de dirección política, especialmente la de presupuestación, a base de imponer un límite constitucional a la capacidad del Congreso para aprobar presupuestos con déficit. Un principio que se ha convertido también en requisito y exigencia para los países de la EU que, cuando pasan de ciertos límites incurren en procesos sancionadores, aunque no siempre porque aquí opera la ley del embudo, esto es, según quien incurra en el comportamiento sancionable.
La hegemonía de la derecha en el mundo occidental (en el caso de otros "mundos" podría debatirse, pero no me parece descabellado considerar que el Islam, de traducirse a términos políticos occidentales, se sitúa en el conservadurismo y me quedo corto) se ha desplegado en un frente muy agresivo de crítica a la izquierda cuyos principales argumentos consideraremos mañana.