Pero, sin abandonar el tono moralizante, las edades del hombre se nos muestran con fuerza edificante distinta: no es un curso unilineal en el que el origen apunta a la plenitud y la plenitud se disuelve luego en el castigo de la vejez por haber pecado, siendo este pecado precisamente aquella plenitud de la forma que suspende y acongoja el ánimo al mismo tiempo porque en toda atracción intuimos una culpa confusa. Las edades de la vida del hombre no son un decurso teleológico que lleva al escarmiento por una vida de vanidad y licencia. Son, al contrario, las etapas de sucesivas realizaciones de un ser que se define por su hacer. El hombre es homo faber, es la criatura creadora y, según camina por la existencia, va concentrando sus energías en nuevas empresas.
Las edades de la vida del hombre quieren engranarse en lo que llaman los filósofos una "totalidad de sentido", plasmada de forma poética en las tres etapas de la vida humana, ejemplificadas en el Zaratustra de Nietzsche: primero, la dependencia de las autoridades y los maestros (la niñez); después la emancipación, la conquista de la libertad negativa (la juventud) y, por último, la dedicación al "llamado" personal, la libertad positiva, la creatividad (esto es, la madurez) y todo ello concatenado en el conjunto de la vida del hombre.
En la obra de hoy no son tres las edades, sino cuatro. No está de más advertir que la periodificación de la vida humana es tan caprichosa como su sentido. Las cuatro edades del hombre, es un óleo de Jean Valentin, llamado Valentin de Boulogne, pintado hacia 1620 y que se conserva en la National Gallery de Londres. Valentin, un pintor francés barroco, discípulo de Simon Vouet, organiza sus figuras en forma de círculo; y no sólo por el equilibrio del cuadro, sino también por el tenebrismo de los colores (aunque aquí no sea tan pronunciado como en otras obras suyas) podemos apreciar en él la influencia más decisiva en la obra del pintor, la de Caravaggio, con quien Valentin -que pasó casi toda su vida artística en italia y murió en Roma- se identificaba de tal modo que a veces es difícil decir cuál de los dos haya pintado una u otra obra.
Las cuatro figuras que componen las edades valentinianas del hombre están consagradas a hacer algo. El niño tiene en sus manos lo que parece una jaula. El joven, en el que quizá haya rasgos del propio pintor, tañe el laúd, ocupado como está en los asuntos del corazón. El hombre maduro, guerrero y poeta laureado conjuga en su persona el ideal renacentista de la unión de las armas y las letras, mientras que el anciano en el último plano tampoco está inactivo, ya que ahoga en vino la nostalgia del tiempo ido. Las edades de la vida del homo faber