El museo Thyssen-Bornemisza muestra una exposición temática con el título que va más arriba, que está muy bien y de resultados aceptables. La idea es buena: abordar temas interesantes y poco tratados. El espejo es fascinante y muy importante en la pintura, tanto cuando está como cuando no está. Un autorretrato será casi siempre el retrato de lo que el artista haya visto en un espejo. Se exceptúan los que se hagan de otros retratos, de "memoria" o mediante imaginación libre. Y es el propio artista el que decide si deja que en su cuadro se vea que es imagen de espejo o no. El ejemplo típico es el celebérrimo autorretrato de Velázquez en el que hay un espejo sin importancia al fondo y que probablemente está ahí para distraer la atención del otro espejo, esto es, aquel cuya imagen es lo que Velázquez pintaba. En fin, como a todo el mundo, me da vueltas la cabeza cuando trato de comprender Las meninas. Ese es el misterio que el espejo incorpora o el autorretrato, que es lo que el espejo produce. La exposición también puede consultarse online (El espejo y la máscara), aunque nada, ninguna mediación, conseguirá jamás suplantar a la obra original. Sobre todo porque, además, las imágenes aparecen en la web de Cajamadrid, son muy pequeñas y, si no me equivoco, tampoco están todas las que se exhiben.
La idea primera era buena. Pero luego, además de los espejos y los autorretratos le han metido los retratos y al final queda algo deslavazada, sin que parezca tener un criterio único, y la titulan "retratos en el siglo de Picasso". No está mal porque hay retratos muy notables (algunas muestras de esas espléndidas mujeres, de Egon Schiele, etc), pero es un tema demasiado vasto para darle algún sentido. Por eso, lo mejor es concentrarse en el punto fuerte, que es el autorretrato.
¿Por qué se pintan autorretratos? Digo yo que por la necesidad que tenemos los seres humanos de vernos, de entendernos, de comprendernos y que los pintores tienen el privilegio de satisfacer mejor que el común de los mortales, que hemos de contentarnos con el espejo, en donde vemos la imagen fiel de lo que somos. Si queremos cambiarla, alterarla, tenemos que cambiarnos nosotros. No así el pintor que se autorretrata como es o como quiere ser. Véase, si no, ese autorretrato de Francesco Mazzola (Il Parmigianino) que me parece la quintaesencia misma del manierismo y en el que el pintor da rienda suelta a sus ambiguas fantasias autorretrantándose en un espejo convexo. Espejo y autorretrato.
Y los demás, ¿qué vamos buscando en el autorretrato? Conocer al artista pues el pintor que se autorretrata da la visión que tiene de sí mismo. Un autorretrato es como una autobiografía en la literatura, aunque, al ser la pintura un arte simultánea y no narrativa, pueda parecer que el rostro autorretratado será siempre más liviano e intrascendente que uno descrito a lo largo de interminables consideraciones. Y hay autorretratos y autorretratos. Por ejemplo, en esa interpretación del prendimiento de Cristo en el huerto de los olivos, de Michelangelo Merisi (Caravaggio), el joven del extremo derecho, al que ilumina el rostro un rayo de luz, es el propio Caravaggio, que obviamente, no quería perderse uno de los momentos estelares de la humanidad y, así, consigue el milagro que sólo el arte puede producir de estar en el momento del hecho y dejar testimonio de él.
Estas exposiciones del Thyssen se continúan luego en la Caja de Ahorros, en la madrileña Plaza de Celenque, contigua a las Descalzas Reales, monjas y damas de alcurnia en otro tiempo. En Celenque hay algunos autorretratos de Andy Warhol, de una famosa serie de serigrafías. Asimismo hay una curiosa interpretación del retrato de Dora Marr de Picasso hecho por Carlos Saura que es como el retrato del retrato. Algunas obras de Bacon y Lucien Freud son siempre bien recibidas para entender cuánto ayuda la distorsión a hacerse una idea cabal de la persona que se representa. Hay también tres piezas de David Hockney netas, limpias, claras y muy penetrantes. Por último, el título incluye la palabra máscara, prabablemente para subrayar la importancia que la exposición otorga a las obras expresionistas o cercanas al expresionismo, con su inclinación a utilizar los colores y el dibujo para subrayar la condición artificial, de máscara, que tiene el rostro humano, aquello que vemos y que oculta la realidad de lo que es; o de lo que creemos que es. Una exposición que merece mucho la pena.