Dice Jesús "aquel que escandalizare a uno de estos pequeñuelos más le valdría que le atasen una piedra de molino al cuello y lo arrojaran a lo profundo del mar" (Mat., 18, 6). No conozco a nadie que discrepe de esa actitud. Los abusos sexuales a menores se cuentan entre las prácticas que concitan mayor indignación pública. Y, al mismo tiempo están muy extendidos. Sobre todo, entre los hombres. No me atrevo a escribir que exclusivamente entre ellos, pero seguramente no desbarraría mucho si lo hiciera. Son los hombres adultos o francamente mayores quienes encuentran más difícil resistir a los encantos de niños y adolescentes, como los que tan magistralmente pintaba el Caravaggio (a la izquierda, Amor vittorioso, 1602), llenos de vida y de inocente malicia. Y es un problema que amenaza con minar el prestigio de muy venerables instituciones.
La BBC (¡estos británicos...!) anda buscándole las cosquillas al Papa a cuenta de su actitud en relación con la pederastia. Siendo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en 2002, Joseph Ratzinger dirigió una carta a los obispos instruyéndoles acerca de cómo tratar los casos de abusos sexuales. En la carta citaba un documento del Santo Oficio (la actual Congregación) de 1961 sobre el modo de tratar los delitos de solicitación, cuya versión inglesa se encuentra aquí. El delito de solicitación abarca más comportamientos que el del abuso de menores porque lo decisivo es que se haga en el sacramento de la confesión. Llama la atención del documento su cerrada exigencia de secreto y eso es lo que hace lamentable que el hoy Papa lo citara.
Pero de ahí a salpicar sin más a Benedicto XVI en algún caso de pederastia hay un abismo. Lo cual no quiere decir que en la Iglesia católica no se den con excesiva frecuencia estos comportamientos. La reciente suspensión a divinis del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, es una prueba más de un vicio muy extendido que afecta a esta Iglesia y que únicamente los más fanáticos, me parece, se niegan a relacionar con el celibato del clero.
Y no sólo es problema de la Iglesia. El escándalo del Representante republicano Mark Foley en Washington, quien ha dimitido por haber enviado emilios subiditos de tono a menores de edad es otro patinazo en la precampaña de las elecciones legislativas de noviembre en los EEUU. Entre otras cosas porque los emilios pedófilos parecen haber circulado por los correos de la Cámara. ¿Qué lleva a un diputado mayor de cincuenta años a andar tonteando con criaturas en internet? En general, ¿qué tiene en la cabeza un pedófilo? Éste, en concreto, según manifiesta su abogado, el hecho de haber sufrido abusos sexuales cuando niño a manos de un cura de su confesión, que es la católica. Vaya por Dios.
Va a ser que, en efecto, los católicos tienen un problema con su clero que no se arregla recurriendo a las actuaciones secretas, como recomendaba el Prefecto de la Congregación hoy Papa, sino, al revés, dándole la máxima publicidad. Kant decía que nada que no pueda hacerse público será justo. Nada.
Como el abuso de menores, también la tortura está (muy justamente) prohibida. Y, como aquel, se practica. Llevo un par de meses posteando sobre el caso de Iñaki de Juana y avisando de que es un problema y cada vez lo será más, porque el hecho de alimentar a la fuerza a un hombre que está en huelga de hambre se me antoja cercano a la tortura. Con escaso éxito.
Anteayer se me ocurrió escribir un artículo en Insurgente sobre el asunto y ayer me lo encontré en el Gara. Como ya sé que esto basta para criminalizar a alguien al sur del Ebro, aclararé que no abrigo duda alguna de que el señor De Juana obtuvo en su día un juicio justo y recibió la condena correspondiente a sus delitos, que incluían el asesinato. No abrigo duda, pues, de que se trata de un asesino.
Pero es un asesino que ha cumplido su condena y debe estar en la calle. El procedimiento de que se han valido las autoridades para mantenerlo en prisión, ya rechazado en primera vista por el órgano judicial competente, pero recurrido ante el superior, con todos los respetos, tiene el aspecto de una triquiñuela para impedir que se cumpla la ley por razones políticas y presión de la calle y los medios. Es decir, una de esas situaciones de indefinición, inseguridad jurídica e indefensión que son el núcleo mismo de la arbitrariedad. El afectado, no teniendo otro recurso, se ha puesto en huelga de hambre y, llegado el momento crítico, en vez de pronunciarse de modo claro y unívoco sobre su suerte, los jueces deciden alimentarlo a la fuerza. Para mí esto es una situación injusta y cercana a la tortura, ante la que no me parece bien guardar silencio.
Si alguien se declara en huelga de hambre, lo justo es examinar el caso, concediéndole lo que pide si le asiste el derecho, o negándoselo clara y taxativamente si no le asiste, permitiéndole en tal caso llevar su huelga de hambre hasta sus últimas consecuencias si quiere. Pero no dejarlo en una nebulosa, alimentándolo a la fuerza.