Tres periodistas muertos a tiros en las últimas horas; 78 en diferentes circunstancias, pero siempre con muerte violenta, en lo que va de año. El periodismo es una profesión de alto riesgo, a fuerza de ejercerse en las zonas de peligro, en donde se ventilan los asuntos del poder, el dinero, el crimen, el fanatismo, la venganza, etc. Zonas que no presentan un único escenario, pues tanto son remotas aldeas del Afganistán, como montañas de Chechenia o alfombrados pasillos de cancillerías.
Uno tiene la impresión de que en la actividad periodística hay de todo y junto a periodistas que truenan cotidianamente desde sus columnas como Catón el Censor, se dan estos otros casos, que son verdaderas vidas de aventureros, como esa pareja de alemanes que trabajaban (freelance, me parece) para la Deutsche Welle. Junto a los "Dir-com" que van de ministerio en ministero, actúan otros que, como la periodista Anna Politkovskaya, también conocen los centros del poder, pero desde el otro lado de la trinchera. Algunos de estos aventureros metomentodo pagan cara su audacia. Y todos son merecedores de nuestro agradecimiento. Gracias a ellos nos enteramos de sucesos que, de otro modo, ignoraríamos porque, a pesar de ser de gran importancia, la autoridad los prefiere silenciados, secretos. Quien lea el reportaje de Politkovskaya sobre el caso de un envenenamiento en masa en un colegio de Chechenia tendrá acceso directo al lado más siniestro del poder ruso en la conducción de una guerra de la que no se habla tanto como de la del Irak, pero que no le queda a la zaga en brutalidad. A la vista de ello, parece claro que las autoridades responsables de la situación no pararán hasta silenciar a quien airea sus canalladas.
A reserva de que la correspondiente investigación proporcione alguna sorpresa, no hay gran diferencia entre este asesinato y el de José Couso en cuanto a lo que los asesinos pretenden. Como siempre, matar al mensajero. Y, para eso, siempre hay algún gangster, dispuesto a disparar al pianista.
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Los provocadores y gamberros de la kale borroka que asaltan ayuntamientos, destrozan el mobiliario y dejan pintadas en las paredes, son los mismos que, órdenes mediante, asesinan periodistas, llegado el caso; actividad que, como otras en el País Vasco, viene de largo. Supongo que esos actos de vandalismo tan dañinos como estúpidos perseguirán alguna finalidad que no puede ser otra que la de amedrentar a la gente e, imagino, forzar al Gobierno a dar eso que llaman "pasos concretos" en el proceso de paz. Pero es sorprendente que sus instigadores no comprendan que si el proceso marcha -hipótesis aún por comprobar, salvo que se suponga que se trata de un proceso en el que no sucede nada y cuya esencia consiste en mantener abierta la posibilidad de que ocurra- es a pesar de sus actos de barbarie, no gracias a ellos. El señor Rodríguez Zapatero mantiene incólume ese optimismo que saca literalmente de quicio a la derecha bronca que, en este momento, es a la única a la que se oye. Que los dioses se lo conserven porque, como decía servidor en un post anterior (qué grato esto de autocitarse, dándose el gustazo de añadir lo de la "modestia aparte"), si el proceso llega a término será tarea hercúlea en contra de los esfuerzos de la derecha y de una parte de la izquierda independentista vasca porque descarrile. Lo que sucede es que, si se entiende muy bien el cálculo electoral de la derecha española, son incomprensibles las motivaciones de los provocadores de la "kale borroka", salvo que no se trate de verdaderos provocadores, sino de autómatas que alguien se haya olvidado de desprogramar