El Plural se califica a sí mismo de periódico progresista que es como ir pidiendo guerra en un país en el que el término "progre" ha llegado a ser de ludibrio, un concepto-omnibus en el que cabe todo lo peyorativo, desde necio a tonto del higo, pasando por cursi o farsante. Según ese periódico, Stanley Payne piensa que quien defienda la IIIª República no está en sus cabales. Con ello demuestra cuánto se ha españolizado. Porque ¿hay algo más español que mandar al manicomio al que piensa de forma distinta a la de uno? Seguramente sí: fusilarlo. Pero de eso no conviene hablar ahora por no mentar la soga en casa del ahorcado.
Los republicanos de la IIIª República, v.gr., un servidor, debemos tomar el sendero de la loquería, ha dicho el señor Payne en conferencia ante el Príncipe de Asturias. No ha sido muy audaz el conferenciante y, como buen intelectual, ha debido de dejar a S.A.R., don Felipe de Borbón, con los ojos haciéndole chiribitas. Los intelectuales son pasmosos. ¿Por qué será que en donde hay un incendiario hay un intelectual, pero en donde hay un cortesano, también, a veces el mismo, aunque no sea éste el caso?
El republicanismo en España es hoy una magnitud políticamente baladí pero moralmente de peso. O eso supongo, con un vaticinio: la ley de memoria histórica que salga del Parlamento será más audaz, más avanzada, más justa que el proyecto que hizo el Gobierno, temeroso de la reacciones reaccionarias y anticuado. La patria está hecha, entre otras cosas, de recuerdos comunes. Si una de las partes se obstina en secuestrar los recuerdos de la otra no puede haber una patria, aunque sí pueda haber dos o más. Un vicio que a quien perjudica de verdad es a esa idea unitaria, monolítica, nacional española que dice profesar la derecha. Las causas sacrosantas suelen encontrar paladines o defensores generalmente, cómo no, intelectuales. La Paz, a Marsilio de Padua, la Fe a Francisco Vitoria, la Constitución a Carl Schmitt, la Nación española a un grupo de políticos e intelectuales cuyo principal defecto es ser españoles. Porque sólo a los españoles se les ocurre organizar una Fundación en Defensa de la Nación Española identificando a ésta de forma agresiva con uno de los partidos que la componen, el Popular, sin caer en la elemental cuenta de que la parte nunca podrá ser igual al todo. Probablemente porque la derecha nunca ha entendido bien la idea de partido. Esa permanente apropiación partidista de los símbolos comunes convierte la convivencia en un infierno. ¿Cómo no entienden los promotores de la idea que la Nación, además de componerse de la suma de sus territorios, cual se ve en ese frondoso árbol, se compone de la de sus partidos, confesiones y tendencias? Pues no solamente no lo entienden sino que consideran que un español de izquierda no es español y si, además, es republicano, carece de juicio. Hay cosas sobre las que no cabe bajar la guardia. Una es el racismo, otra la tortura. La existencia de la tortura muestra que una sociedad está envilecida, enferma. Y como las sociedades no son sino la suma de los individuos que las componen, son estos los envilecidos y enfermos. No se puede callar cuando el Parlamento de un país democrático en la tradición del imperio de la ley legaliza la tortura. Por eso es tan importante el movimiento de intelectuales y activistas estadounidenses en contra de la tortura de que informa Rebelión, porque es lo que acaba de hacer el Congreso, legalizar la tortura de los llamados "enemigos combatientes", de momento. Si la noticia es cierta y no responde a un wishful thinking del periódico, es un rayo de esperanza respecto a la recuperación de la dignidad moral de la sociedad, una sociedad en la que la mayoría prefiere ignorar la iniquidad que se comete en su nombre al torturar a un ser humano. Insistir en la persecución de la tortura, de toda tortura, equivale a ponerse enfrente de la mayoría, lo que no siempre es grato. Pero la lucha por conquistar la voluntad de la mayoría acerca de un asunto tan sórdido como éste es de las más nobles que quepa imaginar. En EEUU y en España, donde la tortura no está legalizada, pero en donde no dejan de producirse casos que prueban que, sin ser legal ni, claro, inherente al régimen democrático, la tortura se produce.
¡DEFIÉNDETE, PATRIA!