dissabte, 6 de desembre del 2008

Caminar sin rumbo (XXI).

La playa.

(Viene de otra entrada anterior de la serie Caminar sin rumbo (XX) titulada El amor improbable).

El viaje de Madrid a Lisboa transcurrió en un santiamén o eso me pareció, pues iba pendiente de lo que Teresa decía, lo que a Teresa se antojaba, lo que Teresa miraba o de por qué callaba. Las relaciones entre edades muy separadas siempre se presentan en el mundo como si fueran, digamos, de las "normales" en el sentido de que son mayoritarias y que por ello sientan una "norma"; pero no lo son en modo alguno. Son relaciones con un fuerte elemento paterno (o materno) filial. El más joven mira al mayor con una mezcla de amor, deseo y reverencia que en mi caso se intensificaba porque la reverencia, además de su factor natural de caracter materno, llevaba otro artificial ligado a la condición religiosa. Para mí Teresa seguía siendo Teresa de los clavos de Cristo, sobre todo cuando estaba en mis brazos gimiendo por todas las razones incluida la de estar viviendo empecatadamente y acumulando una penitencia que habría que ver en qué consistía cuando se decretase y cómo se decretaba. Pero en la vida civil, por así decirlo, Teresa mostraba una aparente seguridad que me infundía confianza porque siempre sabía lo que había que hacer, jamás dudaba y no conocía qué fuera asesorarse o pedir consejo. En aquella ocasión ya lo tenía todo organizado. Su primo, que se llamaba Máximo estaría esperándonos en la estación, nos enseñaría Lisboa (ya que ella suponía -y no acertaba- que yo no la conocía) si queríamos y, si no, ya tenía alquilada un casita junto a la praia da Rainha en el centro de Cascais porque al fin y al cabo habíamos ido allí a ver el mar, a vivir en el mar, qué diablos.

La verdad es que Teresa era muy guapa o estaba muy guapa en aquella época. Llevaba en el rostro una especie de reflejo otoñal, de belleza que se sabe cumplida y está recibiendo los primeros estigmas del desgaste. El brillo de la mirada, por ejemplo, es muy característico porque sigue siendo intenso pero parece velado por una sombra de conformidad que refleja comprensión y ternura. Algo como para enloquecer a quien sepa verlo. Ya no llevaba moño ni coleta si no que se habá dejado el largo cabello liso suelto que era castaño irisado con algunas canas que no se molestaba en disimular. No se adornaba, su atuendo era sencillo, como antes, y nada provocativo. Seguía siendo un poco monja en su aspecto, había liberado algo la gesticulación y, por supuesto, el vocabulario Tenía una tez blanca con un gesto de cierta severidad pero reía fácilmente como con estallidos de alegría que la hacían aparecer como una diosa griega vestida con traje sastre.

El primo Máximo estaba en efecto esperando. Debía de tener algunos años menos que Teresa y era un hombrón huesudo, obeso, que se movía con dificultad y parecía que arrastrara los pies , quizá porque fueran planos. Era rubio, con el cabello rizado y sonrisa de querubín del quatrocentto que daban ganas de cruzarle la cara. Estaba encantado de recibirnos, sobre todo a su querida prima y muerto de curiosidad cómo era que había decidido abandonar su profesión e instalarse por su cuenta y qué pensaba hacer en el futuro. Después de presentarnos Teresa apenas lo escuchaba; sin contestarle a ninguna pregunta le dijo que habíamos ido allí a perdernos en la playa, mirando el mar y adorando al sol y, diciendo esto, me cogió la mano y se la llevó a los labios, en un gesto que no le había visto nunca y desconcertó al bueno de Máximo, que desvió la mirada. Dijo resignarse a que no nos quedáramos unos días en Lisboa pero insistió en que cuando menos aquella noche y el día siguiente los pasaríamos con él que se comprometía a llevarnos en coche a Cascais a la siguiente noche. Sospecho que se aburría pero tengo la impresión de que los diplomáticos no se aburren porque cuando no tienen algo útil que hacer lo hacen inútil, pero siempre están haciendo algo.

Así que estuvimos veinticuatro horas más o menos pegados al primo Máximo, recorriendo Lisboa de un sitio a otro con especial parada en la Fundación Gulbenkian que le fascinaba porque estaba muy intrigado con la vida del afamado financiero armenio, al que comparaba con el mallorquín Juan March aunque no paraba de recitar diferencias. En realidad los comparaba para poder diferenciarlos. Y se extasiaba delante de la estatua del magnate. Y lo que no era mostrarnos bellezas del lugar, puentes y fuentes, tanto que empecé a pensar si no sería agregado de turismo en la embajada pero pasado a la competencia, se le iba en charlar de asuntos de familia con Teresa. Así conocí de oídas a los padres de ambos; así me enteré de que, según Teresa, su padre había sido siempre un mujeriego y un faldero que había matado a disgutos a su madre que era muy piadosa y a través del primo Máximo trabé conocimiento con otro primo de ambos, el primo Ernesto, el que sobresalía de todos ellos, acaparaba la atención general, se llevaba detrás las miradas y de quien Máximo gastaba el chiste (supongo que ya estribillo en él) de La importancia de llamarse Ernesto. Luego dicen que viajando no se aprende. Se aprende, se conoce gente, aunque sea de oídas; gente que luego interfiere en el trato que tienes con quien compartes la vida. A partir de aquellos conocimientos veía a Teresa de forma distinta. Aprendí a verla de cría, de jovencita y me acabó de completar el cuadro.

Cuando Máximo nos dejó en la casita de Cascais, pasó a tomarse una copa de despedida, se puso romántico, nostágico, se tomó otra y otra, se emborrachó y hubo que dejarlo a dormir en el salón porque no estaba en condiciones de conducir de regreso a Lisboa. Yo le oí roncar y resoplar toda la noche desde nuestro dormitorio y eso me mantuvo en vela largo rato, muy preocupado por si al hombre se le ocurría presentarse allí pues había dado pruebas inequívocas de sentir atracción hacia su prima, ahora que la veía libre y en compañía de alguien a quien no pareció tomarse muy en serio porque podía ser su padre. Con ello me daba muestras de ser un faldero, como su tío, el padre de Teresa. A lo mejor era achaque de familia. Pero no se movió del salón. Durmió como un cachalote comparando con ello no el dormir en sí (pues ignoro cómo lo hace un cachalote) sino el animal.

Máximo se fue por fin barbotando excusas, muy azorado puesto que, al fin, era diplomático y nosotros comenzamos a vivir varios días a nuestra bola aprovechando un buen tiempo excepcional para ir de la casa a la playa, de la playa a la casa y andar de visitas por los alrededores. En una de estas caímos en Estoril y fuimos a contemplar el "Villa Giralda", un gracioso chalecito que entonces albergaba a la familia del pretendiente al trono de España, don Juan de Borbón. El residente pasaba entonces sus días navegando a vela por aguas de Portugal, recibiendo gente en la medida que sus medios se lo permitían, intrigando contra el correoso general que no le dejaba acceder al trono de sus antepasados, bebiendo wiskhy caro y visitando el casino pero jugando poco porque tenía escasas disponibilidades ya que vivía prácticamente de los donativos de sus seguidores, incluidos los de la Diputación de la Grandeza de España que, en su real opinión, jamás estuvo a la altura de la que se suponía a una antigua, gallarda y magnánima nación como era España.

También nosotros visitamos una noche el casino de Estoril, según Teresa para festejar que una revista de Madrid hubiera publicado un artículo mío sobre los Jardines del Buen Retiro. Acababa de leer el Manual de Madrid de Ramón de Mesonero Romanos así como las Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid y consideraba que yo no tenía por qué hacerlo peor. En realidad aquello era una excusa. Visitábamos el casino porque habíendose Teresa arrojado conscientemente al mundo y la carne, consideró que aquel sería el sitio más apropiado para encontrar al demonio y hacer pleno. Fue la primera y única vez que la vi vestirse un vestido de noche con un generoso escote y prácticamente nada en la espalda así como maquillarse. Bueno, lo cierto es que lo que salió del lavabo no era fácil de contemplar y menos con arrobo. Como carecía de experiencia, la pobre Teresa se había pintarrajeado como si fuera Drácula. Le cogí de la mano y la llevé a una boutique de belleza donde dije que la maquillaran.

- ¿Para qué?-, me preguntaron

- Para volver locos a los hombres.

Teresa lanzó una carcajada y se dejó maquillar. Más tarde, efectivamente, en el Casino causó estragos. Estuve a punto de pegarme dos veces con otros tantos galanes que se pusieron demasiado pesados. Por fin se le acercó un conocido noble español que no quería nada distinto de lo que buscaban los dos galanes pero tuvo la inteligencia de disimularlo y de admitirme como Teresa venía presentándome, como si fuera un pariente suyo vagamente situado entre un sobrino y un hijo, incluso un ahijado. En aquel medio de lujo y dispendio abundaban los ahijados. El noble, que se llamaba Ramiro y tenía un apellido compuesto y gruesos paquetes de acciones en varias importantes compañías, supo manejar la situación con la maestría necesaria. Yo pensé que en verdad era el diablo. No quería el cuerpo de Teresa al que evidentemente no tenía en mucho; quería su alma, quería llevársela. Y es lo que acabó haciendo. Visitamos un par de locales más canallas a beber y bailar y en el segundo de ellos, mientras yo dormitaba en la mesa los efectos de tanta bebida, la pareja desapareció por ensalmo.

Volver solo a la casa de Cascais iba a ser un problema. Pero no fue tal. La consumición estaba pagada y el camarero me miraba con cierta conmiseración; igual que la orquesta que seguía tocando aunque no había nadie en la pista y en la puerta me encontré un taxi pagado también de antemano con orden de conducirme a la casa de Cascais. Solo según iba llegando pensé que no tenía las llaves. Pero sí, sí las tenía. Me las había metido previsoramente en el bolsillo Teresa, según me contó después. De forma que llegué al dormitorio cansado, un poco bebido, solitario y abandonado por quien en ese mismo instante estaría poniéndome los cuernos en cualquier habitación de lujoso o no tan lujoso hotel o en el dormitorio de algún apartamento de soltero. No había nada que hacer así que me desplomé en la cama y me quedé dormido sin desvestir.

Me despertó Teresa a mi lado, todavía vestida de la noche anterior, con el maquillaje desecho, el cabello enredado, llorando a lágrima viva y pidiéndome que por favor la perdonase, que ya sabía que había hecho algo horrible, sin nombre, sin perdón...

Estaba liándose. Le dije:

- No pudiste evitarlo.

- No.

- Claro. Ibas buscando el demonio y lo encontraste..

- Veo que lo entiendes.

- Cómo no. ¿Qué podemos contra el diablo?

- No podía hacer nada.

- Con el diablo es difícil. Se resiste con más facilidad el bien que el mal.

- Lo entiendes, ¡qué alegría! Porque yo te amo con locura. Eso lo sabes, ¿verdad?

Más lo intuía o lo presumía porque oírselo no se lo había oído nunca. Pero hice un gesto de asentimiento, paladín de las siguientes falsedades en que incurriría.

- Por lo tanto me perdonas.

- Por supuesto.

Pero no era verdad. Mejor dicho, era y no era verdad. Era verdad en cuanto que la perdonaba. Es más, ni siquiera suponía que hubiera hecho algo por lo que hubiera de perdonarla. Irse con Ramiro anoche estaba tan dentro de su derecho como en mi caso irme con una o uno distinto. No lo era si por perdón se entendía lo que ella manifiestamente entendía que era restablecimiento de la relación exactamente como antes, ex ante facto. Pero eso no era posible ya para mí porque no podía verla, mirarla, como antes, como una amante/madre/monja puesto que una de las tres había resultado falsa. De las tres, las amantes traicionan, las monjas también, pero las madres nunca. Las madres nunca traicionan. Creo que los padres tampoco, pero de eso no estoy tan seguro ya que sólo puedo hablar por mí, mientras que en lo relativo a las madres lo hago por mí y por la mía y de ahí sé que las madres no traicionan. Teresa no era mi madre y, a partir de aquí, reconstruir la relación sería imposible.

Dije que sí supongo que por comodidad, por no tener una escena en un lugar tan poco apropiado, ya que Teresa era de carácter irascible y por buena voluntad, por tratar de poner algo de mi parte a lo que en el fondo de mi corazón sabía imposible y también, por qué no, por comodidad, por dejarme querer. Tanto en el viaje de regreso como en los primeros días de vuelta a la capital, Teresa se había convertido en una especie de animal erótico, casi lascivo; me acosaba y aprovechaba todas las ocasiones que la convivencia ofrecía, que son muchas, para llevarme a la cama con el ruego de "tú déjate hacer", como si quisiera mostrarme su refinada habilidad en una infinidad de posibilidades.

De todas formas tampoco me dio tiempo de tomar la decisión que había adoptado por mi cuenta. Mientras me dejaba querer un buen día Teresa se detuvo bruscamente en una de sus inagotables escenas de amor, se irguió, me miró a los ojos y me dijo que en cuarenta y ocho horas embarcaba en un vuelo a Somalia, que se había enrolado en una ONG de esas sin fronteras, enfermeros o médicos o veterinarios sin fronteras, que la habían admitido y que lo dejaba todo y se iba, que había descubierto por fin en dónde estaba su vocación, que era servir a los demás y hacerlo en lugar de peligro; nada de los viejecitos del barrio de La Latina, que era lo que quería y para lo que se había preparado. Era la penitencia que llevaba tiempo esperando por su vida de pecado, que se le había aparecido unos meses atrás, mirando un periódico en donde se hablaba de la noble y arriesgada misión que los miembros de la ONG llevaban a cabo en Somalia en una zona particularmente batida por la violencia llamada étnica. Lo nuestro había sido maravilloso, le había descubierto qué bella es la vida y qué gente maravillosa la habita, pero ella iba buscando la belleza del cielo, había hecho un alto en el camino y le tocaba reintegrarse a su vocación y devolverme a mí a la mía.

Lo que sucedía es que yo no tenía tan claro como ella en qué consistía mi vocación. De momento tendría que volver a mi viejo propósito de hacer oposiciones. Fue mi breve cuanto intenso encuentro con una semimonja, mi única experiencia a la que podría echar mano si, al final aceptaba la relación con Laura que Vlam me proponía, cosa que no acababa de decidir mientras caminaba a buen paso de regreso a la ciudad de X***, en busca de un lugar para comprar algo de ropa y una bolsa algo más cómoda y grande, con mayor capacidad, que la mochila y de otro en donde dormir. Finalmente me hice por un precio muy apañado con una mochila como dios manda, de montaña, con armazón de aluminio y sitio suficiente para llevar mudas en abundancia, una manta, etc. Alquilé una habitación en un hotelucho de dos estrellas a cierta distancia de la playa, en una especie de promontorio batido por la brisa, lo dejé todo y me encaminé a ver el mar, a sentarme en algún lugar perdido de la playa y a mirar el mar, mientras rumiaba mis circunstancias. Ya tenía claro que no volvería al club náutico que no haría nada por encontrarme con Laura y que seguiría mi camino. Las monjas, ex-monjas y resto del género sacro parecen tener un interés añadido pero luego resulta falso. Y en todo caso, el contexto criminal de la relación me impresionaba y me repelía al mismo tiempo. El descubrimiento de que Vlam era un criminal, el criminal perfecto, me había dejado perplejo y como tocado en alguna convicción profunda cuyo lugar no había averiguado y tendría que localizar. Pero era evidente que no podía y por tanto no tenía nada que hacer. No tenía ninguna posibilidad razonable de denunciarlo, pero sí podía poner tierra por medio con él. Si de verdad algún día escribía sus memorias o la novela o lo que fuera aquel libro, ya veríamos de qué iba la cosa. Entre tanto, tranquilidad. No ha llegado uno a bien avanzada la vida, en la perspectiva de pasar el resto en la quietud del retiro para mezclarla con la de quienes se la juegan permanentemente a uno y otro lado de la frontera de la ley, que diez veces te salvas pero una te cogen.

El Mediterráneo estaba rutilante. Ya tenía el sol a mi espalda de modo que el agua cabrilleaba casi como si chisporroteara; poco a poco, la luz iba haciéndose más densa, las sombras se alargaban. De algún chiringuito de los que milagrosamente estaban abiertos empezaron a llegar los primeros compases de Una furtiva lacrima. En las playas son muy aficionados al bel canto porque es estentóreo y se oye de lejos.

(La imagen es la 5ª Triunfo de la seríe Historia de un guante de Julius Klinger).

divendres, 5 de desembre del 2008

La opinión pública y el poder de los medios.

El barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas correspondiente al mes de noviembre de 2008 es muy revelador tanto del estado de ánimo de la opinión pública española como de la forma en que ésta se gesta. Pone de manifiesto que dicha opinión está condicionada por los medios de comunicación a tal extremo que si, en lugar de hacer el sondeo al modo habitual de preguntar a la gente, se hiciera vaciando los contenidos de los periódicos y los informativos de radio y televisión y analizándolos, el resultado sería el mismo que el que ha salido ahora. Preguntados los españoles que cuáles son los asuntos que más les preocupan, el paro aparece en primer lugar con una cifra record del 71 por ciento, lo que no es otra cosa que el reflejo directo del tratamiento de los medios de uno de los fenómenos concomitantes de la crisis económica que, ciertamente, también aparece entre las preocupaciones ciudadanas en segundo lugar pero relativamente distanciado, con un 58,1 por ciento, fiel trasunto del lugar que dan los medios al fenómeno de la crisis, que es el que más les interesa a ellos y no necesariamente el más lógico. En efecto, dado que el paro es efecto de la crisis económica y que ésta es la causa de aquel, el tratamiento mediático lógico habría de ser el inverso. Pero es el que es porque los medios tienen, todos y siempre, un elemento componente mayor o menor de sensacionalismo lo que los lleva a cargar sobre el paro que afecta directamente a las personas en lugar de la crisis que puede considerarse como cuestión más alejada. Y la opinión pública refleja mansamente esa opción mediática. Porque, cuando se pregunta a la gente que cuál de las circunstancias es la que más le afecta personalmente, la relación primera/segunda preocupaciones se invierte: el 50,2 por ciento asegura que los problemas económicos y el 34,8 que el paro

La tercera causa de preocupación es el terrorismo, pero a una distancia abismal, con el 21, 7 por ciento, esto es, a 49,3 y 36,4 puntos porcentuales de diferencia respecto de las preocupaciones primera y segunda. Ello porque el barómetro se hizo antes del último atentado de ETA; si se hubiera hecho después, la diferencia hubiera sido mucho menor o quizá hubiera sido a la inversa.

Pero en donde más se observa esta influencia sobre la opinión de los medios de comunicación es en las respuestas a las cuestiones políticas, específicamente dedicadas a la Constitución cuyo treinta aniversario se celebrará mañana. Un mísero 2,6 por ciento cree que los españoles conocemos bien la constitución, un 21,9 cree que la conocemos "por encima", un 46,2 que "muy poco" y un 24,6 que "casi nada". Con todos mis respetos para las habilidades semánticas del CIS, "por encima", "muy poco" y "casi nada" son casi sinónimos de "nada". Hubiera sido más práctico (aunque quizá no muy diplomático) preguntar: "Los españoles ¿conocemos la Constitución, sí o no?" Es realista pensar que creemos que no la conocemos, es decir, que el 92,7 por ciento no la conoce. Y es verdad. La cosa se comprueba cotejando estas cifras con las respuestas acerca de si el encuestado en concreto la conoce: el 11,4 por ciento sostiene que sí que la conoce bien y esa cifra bien pudiera ser cierta. Pero luego, el 28,3 por ciento dice conocerla "por encima", el 33,9 "muy poco" y el 25,8 de los más sinceros, "casi nada". En resumen, un 88 por ciento viene a admitir que no conoce la Constitución.

Pero eso no le impide pronunciarse sobre ella. Un 48,1 por ciento declara sentirse bastante satisfecho con ella y un 29,7 por ciento, poco satisfecho. Es decir, estamos satisfechos o insatisfechos con algo que no conocemos porque nos dejamos guiar por el parecer de los medios, que son nuestros ojos, ya que son los medios quienes mantienen esta preferencia de casi 2/1 de "bastante" y "poco" satisfechos con la Constitución.

El fenómeno de mediatización se hace patente cuando se pregunta a los ciudadanos si reformarían la Constitución, una Constitución que un 88 por conoce mal o poco y un 52,7 por ciento responde que sí, lo que es sorprendente. Y de los que son partidarios de la reforma, la cifra más alta, un 11,5 por ciento dice que lo que hay que reformar es lo relativo a la justicia, reflejando así al hecho de que en el momento en que se hacía el trabajo del barómetro, la justicia estaba en el centro de mira de los medios por muy diversos y graves problemas. Si, como sucede con frecuencia, los asuntos de interés mediático hubieran sido los relacionados a las autonomías (consulta de Ibarretxe, pretensiones de Carod Rovira, etc), la opinión pública hubiera cambiado de modo acorde.

Es decir, se prueba que en España la opinión pública es en buena medida opinión publicada.

(Las imágenes son la primera el anuncio de una revista satírica berlinesa de los años veinte y la segunda un óleo de Joaquín Sorolla llamado El Heraldo de Madrid).

La potencia del arte.

Hace ya algunas semanas y hasta primeros de enero del año que viene la Fundación Juan March de Madrid alberga una interesantísima exposición temática de conceptualismo moscovita entre 1960 y 1990. Es la primera vez que se ve conceptualismo ruso en España y afirmo que merece y mucho la pena. Al menos para mí que nunca había tenido oportunidad de ver una muestra tan completa de esta corriente de la que sólo conocía alguna reproducción aquí o allá de alguno de sus representantes más característicos, como Ilya Kabakov o Dmitri Prigov. En esta exposición, en cambio, están casi todos y con una amplísima representación de sus trabajos, cosa nada fácil dada la enorme y original variedad de los soportes en que están hechos, ya que no solamente se trata de los medios bidimensionales de representación artística (cuadros, grabados, ilustraciones, fotografías) ni siquiera de la imagen proyectada en movimiento (vídeos), sino que hay todo tipo de objetos, desde artilugios médicos a mobiliario, pasando por pancartas y carteles de varios metros y otros tipos de objetos (redes, cuerdas, etc) empleados para las típicas creaciones de las afueras de la ciudad, de Andrei Monastyrski, o sus acciones colectivas en las que hay carreteras, bosques, fosas, etc. Al respecto es muy de aplaudir el esfuerzo que ha hecho la Fundación Juan March para posibilitar un acceso completo a estas complicadas manifestaciones artísticas. Los comisarios se han encargado asimismo de editar un estupendo catálogo en español e inglés en el que, además de algunos estudios muy pertinentes de especialistas, el lector curioso encuentra textos históricos decisivos muy difíciles de hallar por ahí como el estudio de Boris Groys sobre el Conceptualismo romántico moscovita o los del citado Andre Monastyrski sobre las Afueras de la ciudad, y todo ello tanto más necesario cuanto que, al ser conceptualismo, el texto ocupa un lugar igual o superior a la imagen. A veces sólo hay texto y, dado que está en cirílico, plantea problemas difíciles de superar para el aficionado, lo cual explica, en parte, por qué es tan poco conocido el conceptualismo de Moscú y por qué el programa de mano de la exposición incluye una guía para entenderla. El catálogo trae las correspondientes traducciones, imprescindibles, por ejemplo, para comprender el trabajo de Viktor Pivoravov, de los seis paneles de la serie Proyectos para un hombre solitario (1975), en concreto, el que aquí se reproduce que es el Régimen diario de un hombre solitario.

El conceptualismo moscovita está vinculado al arte conceptual occidental en muchos aspectos siendo uno de los esenciales la creciente sustitución de la imagen por el texto que aparece teorizada en los trabajos de Sol Lewitt y en la nueva consideración de la proyección artística de los objetos que ya había empezado en los ready mades de Marcel Duchamp. Pero al mismo tiempo tiene su propio curso, su propia tradición y su propio medio. Y no sólo porque siendo el texto cirílico haya problemas de comprensión, sino porque es una corriente artística que surge en los años del comunismo, cuando el canon estilístico en todas las artes es el realismo socialista, al que alguien definió irónicamente como "chica encuentra tractor". Por supuesto, el conceptualismo se desarrolla al margen del arte oficial soviético y en lucha contra él. Pero no se crea que se trata de una lucha esencial de forma que la escuela sólo fuera comprensible como oposición al arte oficial. En absoluto. Lo grande del conceptualismo es que, despreciando el arte institucional y burlándose de él, lo adapta a sus necesidades y además crea sus propias manifestaciones a su vera y al margen de él. El famosísimo cuadro ¡Aprobada! (Una purga del partido), de Ilya Kabakov (1983) es una burla genial de las grandes composiciones del arte comunista a mayor gloria de los camaradas Lenin y Stalin y de eso hay bastante en el conceptualismo moscovita.

Pero lo mejor de la corriente no surge de la confrontación con el realismo socialista sino de lo que los alemanes llaman la Umfunktionierung, de éste, de lo que también se conoce como su canibalización, del aprovechamiento del canon estético comunista para otros fines, algo que vincula a los conceptualistas con los situacionistas occidentales, como puede verse a la izquierda en el detalle del enorme cuadro de Grisha Bruskin, Léxico fundamental I, que es un burlón y formidable repaso al concepto imperante en la estatuística representativa soviética, hecha de patrones fijos que ensalzaban distintas profesiones y andaduras de la vida. Tanto en este caso como en el de más arriba la experiencia artística conceptualista hace referencia a un hecho que a los occidentales nos resulta difícil de captar pero que era el pan nuestro de cada día, la experiencia cotidiana de los ciudadanos soviéticos: el discurso oficial permanentemente repetido por todos los medios, omnipresente, de que estaban viviendo en una sociedad buena y que se acercaba a la perfección que estaba ya al alcance de la mano. Para nosotros, los occidentales, la utopía es un concepto irremediablemente ubicado en un brumoso futuro; para los soviéticos era la experiencia diaria porque eso era lo que les decían las autoridades, que vivían en el futuro de los países capitalistas, en la utopía. Lo que hicieron los conceptualistas fue ponerse a imaginar y a representar cómo se vivía la vida cotidiana en la utopía y el resultado fueron esos"proyectos" del hombre solitario de Pivovarov, o el "léxico fundamental" de Bruskin, así como muchas otras obras fascinantes que se encuentran en esta exposición y que, muy a mi pesar, no puedo reproducir: textos descriptivos minuciosos de cómo vive un ciudadano en un mundo perfecto, qué hace, en qué casas habita y cómo se relaciona con los demás. Todo esto convivía difícilmente con el adocenado arte oficial soviético y las autoridades no le daban muchas facilidades, pero no podían reprimirlo porque, aun sabiendo, que eran manifestaciones corrosivas del "espíritu soviético", no le hacían frente de modo directo. Es una prueba de la potencia del arte en contextos represivos. Por supuesto, la difusión y publicidad de estas creaciones que hoy son consideradas con justa razón como la más genuina manifestación del arte soviético de aquellos años sórdidos de forma que sus creadores son los más cotizados en el mundo, tenía que asegurarse por mecanismos informales, samizdats y círculos de amigos.

El conceptualismo moscovita, muy pendiente del arte occidental tuvo asimismo su propio pop art que, para desesperación de los comisarios estéticos se llamó Sots art (de arte, socialista, claro, menudo sentido del humor), una de cuyas más evidentes manifestaciones puede verse más arriba, en la obra de Komar & Melamid, Post-Art No. 1 (Warhol) un obvio homenaje a Andy Warhol pasado por lo cutre del realismo socialista y el desastre del socialismo real. Y no solamente eso, el conceptualismo reconoce sus raíces rusas en las vanguardias artísticas bolcheviques, previas al estalinismo, en el futurismo y el suprematismo. Véase si no esa genial síntesis de Aleksandr Kosolapov, Malevich (1993) que aúna el nombre del gran suprematista con un diseño de cajetilla de Marlboro.

Normalmente la Fundación Juan March hace una muy meritoria labor de difusión del arte (pintura y música, sobre todo) pero con esta exposición ya se ha ganado el derecho al aplauso para todo el año.

Un divorcio con el que estoy de acuerdo.

Aquí les dejo un caso real de una sentencia de un tribunal de familia australiano que me parece justa, equitativa y ejemplar. Es una presentación ppt y se activa pinchando en las flechitas de abajo. También puede verse

directamente en Google docs. pinchando en el rectángulo sombreado o yendo a divorcio a la australiana.

Gracias, Andrés.

dijous, 4 de desembre del 2008

Matar, matar y matar.

Ya nadie sabe por qué y nadie para qué. La consigna es matar, matar y matar. Un empresario aquí, un concejal allá, hoy un guardia civil, mañana un payo de mandil. Dicen que lo suyo es luchar, que lo suyo es liberar pero sólo saben matar, matar y matar. Los vascos, afirman, no pueden hablar y por eso hay que matar. Los vascos, sostienen, no pueden actuar y por eso hay que matar. Hay que matar porque sí, matar porque no y por si acaso matar. Matar por Euskal Herria, por la revolución y por Santa María matar. Algunos quieren hablar, negociar, enredar donde sólo cabe matar, matar y matar. ETA está para matar como el sol para brillar y el lobo para atacar. Su gente no sabe pensar, menos aun hablar y qué decir de razonar; sólo sabe matar, matar y matar. Los jelkides quieren pactar, los cipayos argumentar y el pueblo engañado pide la paz cuando lo suyo es matar, matar y matar. En democracia no existe una única verdad, todo se ha de acordar, así que sólo vale matar, matar y matar. Sus amigos de la "izquierda" radical saben que es peligroso pensar pues todo se vuelve matar, matar y matar y que nadie ose aquí condenar. Dicen que llega el objetivo final, piensan que van a triunfar y acaban en la cárcel con mil años de condena y sin poder escapar. En una semana, un mes o un año la policía los detendrá, los jueces los encarcelarán y otros imbéciles ocuparán su lugar. Banda de idiotas, tontos del haba, criminales de nulo pensar. Son simples cuando hablan y simples cuando callan porque tienen un único afán: matar, matar y matar. Matar sin tasa ni tino, matar en todo el camino, matar como único destino. Cada tiro que disparan, cada vida que cercenan los alejan de aquello que anhelan, unen a la gente en la pena en una firme condena que no los dejará pasar y aunque eso les dé igual porque lo suyo es matar llegará el día en que en Euskadi reine la paz pues hasta el último subnormal del matar, matar y matar estará donde tiene que estar, donde ya están los demás: a buen recaudo de por vida en un penal. Y habrá libertad, Ignacio, habrá libertad.


(La imagen es una foto del último asesinado por ETA, Ignacio Uria Mendizabal, de Público, bajo licencia de Creative Commons).

La madre de todas las crisis.

Pelillos a la mar. Vamos a olvidarnos de las triquiñuelas de los políticos, con unos negando que hubiera crisis cuando ya nos estaba comiendo por los pies y los otros asegurando que poseían la solución sin tener ni idea de por dónde venían las bofetadas. Vamos a ignorar la vanidad de académicos, expertos y analistas, "yayos" (ya yo lo dije) y "yoyas" (yo ya lo advertí) que no tenían ni tienen ni probablemente tendrán la más zorrupia idea de por dónde nos andamos. Vamos a perdonar magnánimamente las sórdidas jugarretas de los agentes económicos que trucaron datos, falsificaron balances, mintieron en las cuentas para sacar provecho de una situación que creyeron pasajera siendo así que tiene pinta de ser muy duradera. Vamos a hacer caso omiso de los frikies del mundo entero, empezando por el Papa, que dice que los bancos están para ayudar a la gente y él está a la cabeza de uno de los más importantes, el del Espíritu Santo, que no ha movido ni moverá un solo dígito para realizar tan excelso propósito.

Vamos a ser modestos, a reconocer que no tenemos ni idea de cómo salir del maldito embrollo, que la crisis nos ha cogido in puribus, que no tiene precedentes y que, por tanto, las recetas de antaño, como las nieves del poeta, a saber en dónde están y que debemos situarnos ante la amenaza que supone con la actitud mental de la tabula rasa de Avicena o el velo de la ignorancia de Rawls, para venirnos más a nuestro tiempo. No es esto apresurado ni timorato. Hace unos meses, cuando entrábamos en recesión, se negaba que hubiera crisis; hoy, que quizá estemos asomándonos a una depresión, se dice que todavía no estamos en recesión. Sobrevalorar los riesgos es de agoreros pero infravalorarlos es de estúpidos y lo que ayer parecía imposible, por ejemplo, alcanzar una tasa de paro del quince por ciento, puede ser una cifra optimista para dentro de un mes y quizá convertirse en utópica dentro de tres en que dicha tasa a lo mejor está en el veinte o veintitantos por ciento. Y eso con los demás indicadores en escarlata, el déficit presupuestario, el comercial, los precios, las ventas, el consumo... Una catástrofe.

No sabemos a qué nos enfrentamos. Es la primera crisis del capitalismo global y tenemos que ser capaces de encontrar soluciones inventándolas y prácticamente sin tiempo para experimentarlas en prácticas de prueba y error. Hay que ser imaginativos. Al respecto, algunos de los remedios que se proponen son adecuados pero quizá insuficientes y, sobre todo, carentes de un planteamiento uniforme y general, son medidas bienintencionadas pero erráticas a las que hay que dotar de fuerza por dos vías:

Primera.Han de ir acompañadas de condiciones estrictas a los sectores que se beneficien de ellas. Adaptadas a la naturaleza propia de cada uno, pero exigentes y en favor del interés público. Por ejemplo, el dinero puesto a disposición de los bancos debe ir acompañado de medidas de vigilancia y control, de la exigencia de que se dirija a donde debe y de que se impedirá que se emplee en emolumentos desproporcionados de los directivos. El dinero que se inyecte en la industria automovilística debe ir acompañado también de exigencias. Está bien lo que pide el señor Rodríguez Zapatero de que las empresas no despidan trabajadores, pero es insuficiente (aparte de irrealizable porque ¿cómo conseguir que las empresas los mantengan si no los emplean?) y debe ir acompañada de otras muy estrictas, por ejemplo: que fabriquen coches que no contaminen, coches eléctricos, así como todo tipo de medios públicos de transporte, lo que vendrá apoyado por una intensificación de la inversión pública en infraestructuras viarias, todo lo cual generará puestos de trabajo. Esto último lo saco de un fascinante artículo de Mike Davis en Tomdispatch.com titulado Can Obama See the Grand Canyon? En el caso de la industria del ladrillo (otro sector que no cabe dejar caer, como el del automóvil), las ayudas deben ir orientadas a la exigencia de que las empresas pongan en el mercado el stock de viviendas con los precios rebajados entre el veinticinco y el cuarenta por ciento en que están sobrevalorados y con el Estado saliendo avalista de las hipotecas de los compradores de rentas más bajas.

Segunda.Éstas y otras medidas son obviamente de emergencia porque la situación lo es. Y, siendo tal la situación, quizá no esté de más empezar a pensar en gobiernos de concentración, con colaboración de varios partidos y, a ser posible, de los dos nacionales, cuando menos durante uno o dos ejercicios presupuestarios para afrontar la crisis con más fuerza, generar más confianza en los mercados y los agentes e impedir el sistemático debilitamiento de la labor de gobierno con una oposición que caerá siempre en la tentación de posponer el interés general al del partido. Y quien diga que ésta es una perspectiva irreal que recuerde que todos los gobiernos sin excepción han estado y están dispuestos a concertar sus acciones en el orden internacional siendo así que pertenecen a partidos enfrentados en la divisoria izquierda/derecha. Resulta algo absurdo que no puedan hacer en casa lo que pueden fuera de ella.

A paso de elefante.

A paso de elefante, seguro, tranquilo, firme es como se ha desarrollado la obra de la larga y fructífera vida de José Saramago hasta estos espléndidos ochenta y seis años de creatividad y maestría. Porque hace falta mucho de ambas para acometer un divertimento como el de este relato (El viaje del elefante, Alfaguara, Madrid, 2008, 270 págs) con la gracia, elegancia y fluidez de prosa de que da muestra el escrito, a la par que el despliegue de una posición filosófica escéptica de raíz pero de fortísima simpatía por los seres humanos, los del montón, los anónimos, los que no son nada, los que quizá luzcan un segundo por casualidad en el turbulento escenario de la vida para sumirse de nuevo en un silencio, oscuridad y olvido impenetrables. Una actitud ésta del escritor portugués que siempre me ha recordado mucho a la de Bertolt Brecht probablemente, supongo, porque ambos comparten una convicción comunista de fuerte raíz artística, creativa y humanista que revela el mejor rostro del comunismo, el de los humillados y ofendidos, ajeno al gesto lívido y rígido del sectario, el dogmático, el burócrata que acabaron prevaleciendo en la doctrina por la muy pedestre razón de que la mierda siempre flota. Y junto a esto, y por si fuera poco, Saramago aporta una vasta, polifacética cultura, popular y académica al tiempo que, como el agua remansada, acaba impregnando los poros de los diques de contención y manando por los intersticios, para solaz de los lectores que la descubren por el reflejo repentino del rayo de sol que devuelve como al desgaire.

Se deducirá de esta primera andanada lo mucho que me ha gustado este último libro del premio Nobel. Y se verá, también, porque poco más es lo que hay que decir sobre él ya que es lo dicho, un divertimento, una anécdota, una historia ligera (aunque cargada de enseñanzas sobre el alma humana y las relaciones sociales, así como sus matices lingüísticos, que Saramago jamás da puntada sin hilo) que narra la de un viaje de un elefante que en el siglo XVI regala el Rey de Portugal, Juan III, al archiduque de Austria y futuro Emperador Maximiliano II, yerno del César Carlos y residente en aquel momento en la ciudad de Valladolid. El elefante, de nombre Salomón por entonces en Lisboa, ha de viajar, guiado por su cornaca Subhro. Ambos dos, elefante y cornaca, habrán de cambiar de nombre por arbitraria, caprichosa decisión imperial en un episodio seguramente inventado, ya que el autor mezcla libremente lo histórico con lo imaginario, que sirve a Saramago para subrayar en un par de párrafos la abismal distancia que la sociedad europea del XVI establecía entre un Emperador y un cornaca, entre un Rey y un siervo. Por lo demás como la que, aunque reducida, también hay entre un cornaca y un capitan del ejército real portugués que está al mando de la tropa que custodia al paquidermo. Y sin embargo ambas distancias acaban puenteadas por la gran sabiduría, las dotes de observación y la habilidad de Subhro en el trato humano, todas ellas aguzadas, como suele pasar también en las obras de Brecht, por la imperiosa necesidad de sobrevivir en un entorno hostil.

Los únicos personajes por los que el autor, viejo anticlerical revenido, no siente simpatía alguna y a los que retrata en su inhumana doblez y su miseria moral son los curas, tanto el párroco aldeano que pretende simular un exorcismo sobre el proboscidio, como el de Padua, que se inventa un milagro para comunicar al concilio de Trento, ya que el relato sucede en el momento de reacción de la Iglesia católica frente al desafío luterano. Pero, ¿qué vamos a hacer? Yo también creo que los curas no tienen arreglo pues llevan el veneno del odio a la especie humana en el alma. Y asimismo creo que si alguna vez está el anticlericalismo "trasnochado", como dicen los meapilas, será porque el clericalismo esté, como el Estado según Engels, en un museo de antigüedades, junto a la rueca y el uso, cosa que, de momento, no se avizora.

El elefante habrá de llegar hasta Valladolid, por entonces sede de la corte imperial, debidamente escoltado por tropas portuguesas y de allí, custodiado a su vez por austríacos, hasta Viena. Es, pues, un relato de viaje; pero un relato de viaje contado por Saramago es mucho más que un relato de viaje; es también un oráculo manual de religión comparada (jamás olvidaré la burlona analogía entre la Trimurti hindú y la Santísima Trinidad cristiana), un estudio de psicología humana y animal (si a los animales, con permiso de Saramago, como diría el mismo Saramago, se les puede permitir tener psicología), de sociología de la época y de paisajística. Aunque el autor dedica un par de páginas a burlarse de sí mismo y poner de relieve su incapacidad para describir la magnificencia de los Alpes en invierno, en especial de los pasos del Isarco y de Brenner, lo que acaba consiguiendo es una maravillosa descripción perfectamente metaliteraria del paso de la comitiva imperial con el elefante por los Alpes, con un irónico recuerdo al cruce de Aníbal cuyo punto culminante es este diálogo entre el cornaca Subhro (que por entonces ya se ha visto obligado a llamarse Fritz como el elefante ha pasado de Salomón a Solimán) y el campesino en cuya casa pernocta en Bolzano: "Nací en la india y soy cornaca, Cornaca, Sí, señor, cornaca es el nombre que se les da a quienes conducen los elefantes, En ese caso, el general cartaginés también traería cornacas en su ejército, No llevaría elefantes a ninguna parte si no hubiese quien los guiase, Los llevó a la guerra, A la guerra de los hombres, Pensándolo bien, no hay otras, El hombre era filósofo." (p. 227)

No es, desde luego, lo menos llamativo del libro, la rara perfección a que ha llevado Saramago su peculiar sintaxis y que conserva toda su fuerza en la magnífica traducción de su esposa, Pilar del Río, a quien está dedicado el libro. A lo mejor es preciso llegar a este grado de compenetración conyugal para ser tan competente traductora. Y con la sintaxis, el conjunto de su estilo, que ha ido evolucionando a lo largo de los años de obra tan rica y variada, convirtiéndose en algo personalísimo y único, el signo claro del genio creador y que ha tocado desde temas de calado filosófico, como el Ensayo sobre la ceguera o hermenéutico, como El Evangelio según Jesucristo, pasando por asuntos de recia estirpe literaria como El hombre duplicado, hasta llegar a esta obra última en la que la maestría y la profundidad del pensamiento de este octogenario joven fluyen con la mesura de un clásico, la alegría incontenible de un rabelaisiano, la elegancia de un conceptista y el toque de genialidad del propio autor cuya lectura es un deleite tan genuino como el que sentimos al ver y escuchar ese hipotético "arroyo cristalino" del que Saramago se ríe con una risa antigua y sabia.

dimecres, 3 de desembre del 2008

A Rajoy le huele la cabeza a pólvora.

No hay duda de que esta derecha está de pim pam pum con su presidente y próximo candidato a la presidencia del Gobierno. Excepto su equipo de fieles, su estricta escudería, su guardia de corps, el señor Rajoy tiene al resto del partido más o menos en estado de fronda. Su último barón territorial, el navarro, se ha desligado del vasallaje y los que quedan en la península no parecen de indubitable lealtad, sin contar con alguno(a) cuya lealtad es peor que la picadura del alacrán.

En los medios de la derecha, esos que hablan con el lenguaje de la izquierda cuando afirman ser "críticos" con el "poder" (sólo si el poder es de izquierda) no lo quieren ni en pintura. Todo el frente mediático reaccionario, a excepción de La Razón, hoy dirigida por un antiguo cargo de Rajoy cuando era ministro, apuesta por sustituir al presidente del PP por algún otro, preferentemente Esperanza Aguirre, que es quien levanta ditirámbicas pasiones en El Mundo, la COPE y, por supuesto, su propia televisión, Telemadrid, especie de teatro de guiñol donde llueven los estacazos sobre la izquierda por su pretensión de "superioridad moral" y se ensalzan las nobles virtudes de la preclara dama que, a su vez, define su corralito televisivo como un "espacio de libertad".

El presidente de honor del PP, el guantanamero señor Aznar, últimamente desaparecido, duda a las claras del liderazgo del delfín que él mismo ungió con su divino dedo y cuestiona la estrategia de la dirección del partido ante los retoños de las Nuevas Generaciones. Y Aznar no es sólo Aznar, si no una poderosa maquinaria de propaganda, una Fundación (FAES), un grupo de Estudios (GEEES), órganos de un Think Tank dispuestos a pensar a toda pastilla y demostrar lo que el lider natural quiera que se demuestre. Si bien en los últimos días tanta materia gris tiene que estar concentrada en ver cómo salva al hombre providencial de la acusación de complicidad con los vuelos de la tortura a Guantánamo en poco tiempo volverá a las andadas porque es bien evidente que, como dice la señora Pajín, en el "lío interno" del PP se ve la mano de Aznar. Coincido con ella. Se ve la mano de Aznar sobre todo por la mala uva.

Ahora el antiguo vicepresidente del Gobierno de Aznar, el señor Álvarez Cascos, típico representante de lo que podría llamarse "la vieja guardia aznarina", aquel que, según Felipe Gonzalez, razona con el apellido, pronostica que en 2012 la candidata a la presidencia del Gobierno de España será la señora Aguirre y que el señor Gallardón nunca mandará en el PP . Del señor Rajoy no hace ni referencia, pero sí deja claro que el problema del PP "es de proyecto, de equipo y de trabajo", cuestiones de las que él sabe mucho, con la más desastrosa gestión en Fomento de la historia reciente de España. Esto ya es más que fronda y semeja un auténtico vendaval en contra de la dirección actual. Es lo que se llama un partido unido y bien avenido. Casi parece Izquierda Unida.

Para colmo de males las encuestas siguen siéndole desfavorables. La última aparecida en Público deja a su partido a dos puntos y pico porcentuales en intención de voto por debajo del PSOE que la tiene de 41,3, mientras que sigue yendo por detrás del presidente del Gobierno en popularidad: 4,3 frente a 4,7 del señor Rodríguez Zapatero. Y todo esto en plena crisis económica, con datos escalofriantes sobre descenso de consumo, aumento del paro, morosidad, despidos, etc. ¡Cómo será cuando empiece -si empieza- la recuperación hacia 2010! Aunque es posible que el señor Rajoy no llegue a esa fecha en su cargo actual si, como es de temer, su partido obtiene malos resultados en las elecciones europeas, vascas y gallegas que se avecinan. El señor Rajoy dice estar convencido de que ganará las próximas elecciones; pero sería bueno que se viera que cuenta con el apoyo incondicional de alguien más que los dos portavoces en las Cámaras y la Secretaria General, todos ellos excelentes personas seguramente pero que le deben el cargo.

(La imagen es una foto de Contando Estrelas, bajo licencia de Creative Commons).

¿Qué es un blog?

Leo en un interesante artículo de Antonio Delgado en la página de Consumer Eroski que tras haber rechazado una propuesta de dejar las cosas como están el Parlamento Europeo se apresta a meterse en camisa de once varas y abre un debate sobre las bitácoras y la red con el fin de imponer límites legales a los blogs. Es cierto que como señala el mismo autor en los últimos tiempos algunos blogueros se han visto ante los jueces, en especial por asuntos relativos a la polémica sobre derechos de autor, razón por la cual parece haber cundido la alarma y, a su rebufo, las peticiones de eso, de imponer un régimen jurídico específico a los blogs distinto del que rige para la prensa y los medios ordinarios. Sin embargo si se mira bien no hay más blogueros en los tribunales que periodistas tradicionales de la pluma o el micrófono. Al contrario teniendo en cuenta que la cantidad de blogs que hay en el mundo se mide en decenas de millones, proporcionalmente hablando los problemas de la blogosfera con la justicia son lo que los matemáticos llaman una cantidad despreciable. Entonces ¿por qué empeñarse en dictar una regulación especial para la blogosfera? Pues me temo que por lo de siempre: por ignorancia, por no haberse molestado en averiguar de qué se trata cuando se habla de blogs. Por eso hace bien el Parlamento Europeo en abrir un debate sobre los blogs pero no con vistas a una normativa especial si no con vistas a que sus señorías se enteren de qué va esto que ya es hora.

Los blogs son medios públicos de expresión atomizados al alcance de cualquiera, fáciles de crear, libres y gratuitos. Aunque nada impide que quien quiera los haga difíciles de crear, cautivos y de pago. La red es el reino de la libertad ilimitada y las únicas amenazas que sobre él se ciernen provienen de los gobiernos proclives a la censura por las razones que sean y los parlamentos con similar querencia, incluido el Europeo.

La definición en otros términos:

a) términos más poéticos y personales: los blogs son diarios individuales, privados que se hacen públicos aunque de nuevo nada impide que quien quiera los haga colectivos, institucionales, públicos y de acceso restringido. Uno puede escribir un blog que sólo lea él y si me apuran ni él. Van de la máxima publicidad al máximo secreto.

b) Términos etimológicos: blog es una curiosa contracción de la expresión web log que puede traducirse como "rollo en la red", entendiendo por rollo no lo que sueltan los políticos en los mítines, los profesores en las clases o los curas en las iglesias sino exactamente eso: un rollo de papel como los de papel higiénico o los de cocina o los de imprenta; rollos que como los papiros de antaño van desenrrollándose y dando a conocer una historia. De ahí que la función esencial para leer un blog (o cualquier página web por ejemplo un periódico digital que es también un blog) sea la de scroll down, "desenrollar" que se hace con la ruedecita central del ratón.

c) Términos mediáticos: el blog es un medio de expresión complejo pues es multimedia cuando quiere (es decir, escrito y audiovisual al mismo tiempo), interactivo que permite comunicación recíproca con una cantidad ilimitada de interlocutores en tiempo real y de difusión mundial instantánea sin más barreras que las idiomáticas, algo que ningún medio de comunicación clásico puede soñar con conseguir a no ser las versiones digitales de los medios que son, precisamente, blogs y en los últimos tiempos especie de contenedores de blogs como las bombas de racimo.

Siendo lo anterior así, ¿cuál es la necesidad de regular la actividad bloguera de forma especial, distinta de las regulaciones ordinarias del resto de los medios, contenidas en los códigos penales del mundo entero respecto a los derechos y libertades de expresión, información, intimidad y honor? ¿Por qué se piensa que la blogosfera debe sujetarse a una disciplina propia y única además de la nesciencia que Erasmo encontraba tan elogiable?

Parece claro: por el potencial político y mediático que representa la blogosfera y no sólo en un terreno simbólico si no muy eficaz. La blogosfera hace realidad el ideal griego del ágora, del espacio público crítico ciudadano y lo proyecta al mundo entero, hace posible la transición de la polis a la cosmópolis como ámbito discursivo en el que nada puede impedir la libre manifestación de los puntos de vista individuales entrelazados con los de otros individuos que no tienen por qué tener en cuenta banderías políticas, clientelismos económicos, respetos sociales, cacicatos, faccionalismos o sumisión a interés alguno. La blogosfera es el ámbito de la libertad absoluta.

Los procesos electorales y acontecimientos políticos de los últimos diez años demuestran que el debate público está transfiriéndose a pasos agigantados del terreno convencional al digital y a medida que avancen las generaciones para las cuales lo digital no sólo no es tabú sino que es su forma ordinaria de expresión, ese dominio será completo. La política que no se vuelque en la red, no existirá. Nada que no se vuelque en la red existirá. Ni los medios de comunicación, cuya supervivencia sólo se entrevé en lo digital.

Esto implica que los políticos como los periodistas y otros profesionales deberán hacerse a la idea de que no pertenecen a círculos de información privilegiada si no que sobreviven en un mundo en que ésta, la información, se ha democratizado, gracias a la blogosfera, y los obliga a competir con miles, millones de ciudadanos en todas partes del mundo que pueden criticar su labor y proponer la propia como mejor.

Por último, desde el punto de vista del bloguero que es el mío, cada persona puede abrir libremente un blog (o varios, aquí tampoco hay límites) y conseguirá la audiencia que busque y merezca. Rige en la actividad una ley de oferta y demanda mediada, como siempre, por los factores más o menos distorsionadores de la publicidad, la propaganda, la acción concertada, etc todos ellos obstáculos para la libre -e igual- difusión de las ideas, pero no impedimentos absolutos. Nada de eso puede acallar un blog. Para hacerlo será necesaria una base legal. De ahí que quienes están interesados en el mantenimiento del viejo monopolio de la expresión suspiren por la censura a la que llaman "regulación de la blogosfera".

Y reduciendo aun más el foco de interés, los blogueros no tienen por qué tener más vínculos, respetos o dependencias que los que ellos quieran aceptar (los hay encantados de imponérselos, como obediencias a consignas de partidos, intereses de jefes o lealtades de grupos) y disfrutan de una amplísima libertad de expresión sin otros límites que los comunes del código penal. La blogosfera es el reino de lo que este bloguero más valora en la vida: la libertad e independencia de juicio. Cierto que también aquí puede darse la habitual mentira de los medios que proclaman ser "independientes" cuando no lo son, pero se detecta como mentira con más facilidad que en ellos. Se acabó la dictadura de los mediocres decidiendo qué sale al aire y qué no, qué se publica y qué no. Se acabó el andar con miramientos respecto a cualquier imbécil a quien la habilidad, el instinto de oportunidad y la capacidad del halago (que no la virtú maquiavélica) han puesto en una situación que le permite dar relevancia a unos y ningunear a otros, de "gestionar" el espacio público.

Consecuencia: en la tupidísima red de la blogosfera mundial se encuentra hoy mucha, muchísima basura, probablemente lo más estúpido y espantoso que pueda concebirse; pero también se encuentra mucha, muchísima genialidad, quizá lo mejor y más brillante que hoy se está produciendo en todos los campos de la actividad humana. Y, por supuesto, también se encuentra la medianía más o menos dorada, más o menos marrón, que caracteriza a los medios clásicos y el ámbito tradicional de debate.

(Las imágenes son: la primera, una foto de Laughing Squid, la segunda de Annie Mole y la tercera de de jtheo, todas ellas bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 2 de desembre del 2008

El alma de Repsol y Lukoil.

Este asunto de la compra de Repsol, o de parte importante, quizá decisiva, de Repsol por Lukoil puede verse de dos modos. Uno en el aspecto día a día y de los avatares de las personas que tienen que ver con él y el otro desde un punto de vista más despegado y general, teórico, que se pregunta por las consecuencias de las privatizaciones.

Desde el punto de vista inmediato hay un lío muy difícil de entender, al margen de si merece la pena, acerca de si ha intervenido el Rey, de si el señor Zapatero tiene alguna deuda con don Luis del Rivero, presidente de Sacyr-Vallehermoso o qué diablos pasa.Todo eso, es de suponer, se explicará antes o después pero dejando claro con ello que el asunto es más que una simple compraventa entre dos empresas privadas en un mercado libre porque las intervenciones supuestas o reales del jefe del Estado y del presidente del Gobierno así lo demuestran. No se ve por qué los poderes públicos han de tomar posición en operaciones inter privatos salvo que se piense que no son estrictamente inter privatos. Porque hasta el PP, el partido que sostiene la autonomía del mercado, ha intervenido pidiendo una comisión de investigación sobre Lukoil. En el mercado privado, que yo sepa, a nadie se le ocurre pedir una comisión de investigación para indagar sobre uno de los agentes, el comprador en concreto. Entre otras cosas porque hay un problema de objetivos: exactamente ¿qué tiene que investigar esa Comisión en Lukoil? El mercado libre no investiga a los clientes; se limita a comprobar que tienen dinero. Eso es todo.

Se dice entonces que el sector energético es "estratégico", expresión que debe traducirse por de "interés público" o "nacional" o "patriótico", si queremos ponernos simbólicos. Entonces, por el amor de Dios, ¿por qué se privatizó? La privatización de la estratégica Repsol empezó con Felipe González y terminó con José María Aznar. Me da igual si hay diferencia o no acerca del modo de privatizar; lo que me parece algo indubitable es que los dos partidos privatizaron un bién público estratégico y ahora no saben cómo evitar la catástrofe que ellos mismos provocaron que es que una empresa extranjera compre en un sector estratégico español.

Y el problema es que no hay modo de evitarla, de acuerdo con las doctrinas más preclaras sobre el significado de globalización y libertad de comercio que suponen que una empresa rusa pueda comprar otra española que esté en venta porque para eso la privatizaron y la mandaron a cotizar en bolsa. Así que la metedura de pata está en la privatización de la empresa española. Esa es, me parece, la gran enseñanza de este episodio que, en sus aspectos thriller estilo Pantera rosa son divertidos (que si el Rey o Luis del Rivero) pero no decisivos en relación con los hechos.

Mas no se crea que con señalar esta relación perversa quede resuelto el problema porque éste reside en que, en epoca de globalización, las empresas públicas tampoco pueden blindarse frente a la compra, salvo que dispongan de una condición especial legalmente protegida. Con lo cual los partidarios de la supremacía del mercado sobre el Estado confiesan el fracaso de su doctrina ya en el comienzo. Está claro que sin el Estado no hay mercado porque cuando éste impone su libérrima condición, se libera del Estado, retorna al de naturaleza, donde la vida humana es solitaria, pobre, desagradable, bestial y corta, según decía Hobbes con su habitual sentido de la alegría. De momento está siéndolo de las empresas; luego vendrán los hombres.

Pero nada de eso importa: el ansia de lucro y la codicia de los seres humanos no conocen límites. El razonamiento es claro: primero sobrevivimos, que es un derecho; luego nos enriquecemos, que es otro derecho; y sólo después hablamos de las conscuencias de nuestros actos. Cada cual verá cuánto aguanta en un orden social así. Y cuánto creemos que vayan a aguantar los órdenes sociales aun así.

(La imagen es una foto de Kittykatfish, bajo licencia de Creative Commons).

Caminar sin rumbo (XX).

El amor improbable

Allí me quedé, en mitad de la acera pasado el mediodía de un día cualquiera de otoño en la ciudad de X*** sin saber qué decisión tomar. Vlam me había dado dos horas, más o menos, el tiempo de un almuerzo. Podía pensármelo, por ejemplo y acudir a la hora del café. Eso tiene sus ventajas y desventajas. Abrevia el tiempo, pero lo hace más intenso. Los almuerzos son como ejercicios de esgrima; las sobremesas, al menos en España son faenas de descabello y aterrizar en mitad de seis desalmados/as en estado de excitación no es perspectiva halagüeña por mucho que por allí anduviera Laura. Además, lo más seguro sería que no iría porque, la verdad, no quería saber nada de aquella gente. Es decir, no quería saber, a pesar de que éste, el contacto mismo con la realidad, es el núcleo del saber, es la experiencia directa; si no la hay o si la que hay no es directa sino de oídas, a saber lo que acaba uno pensando. En fin tampoco es necesario decir que el conocimiento teórico se basa en la experiencia empírica pero ésta no tiene por qué ser inmediata, física, intuitiva. Debe ser posible proponer medidas sobre los asesinos, conocerlos, sin necesidad de ser uno de ellos. Aunque sí, está claro que el conocimiento teórico suele ser quimérico. Da lugar a entes de razón, seres monstruosos que se instalan a vivir entre nosotros sin que acabemos de comprenderlos del todo y unos nos resulten más simpáticos que otros según las épocas: Leviatán, por ejemplo o los derechos del hombre (cuyo concepto de hombre no solamente no incluía a la mujer lo cual hasta cierto punto fuera lógico, sino que tampoco incluía al hombre negro, cosa que fue gran injusticia como puede verse hoy mirando a la presidencia de los EEUU), la voluntad del pueblo, la comunión de los santos, la conciencia de clase, el espíritu de cuerpo, la superioridad de la raza, la guerra santa o la alianza de las civilizaciones. Definitivamente, renunciaría a incorporarme al almuerzo, cerraría un capítulo nuevo con Vlam después de tantos años y volvería a mi camino.

Tendría que encontrar algún lugar para alojarme, donde lavar mi ropa y adquirir alguna nueva de recambio. Mientras me ponía en marcha no dejaba de pensar en la invitación. Los seres humanos somos indscriptibles: sólo nos interesamos por lo que nos atañe. Para mí, aquel almuerzo se componía de una masa confusa de cinco invitados cada uno de los cuales podía ocupar un capítulo entero del Guinness de los delitos si es que lo hay y una figura aparte, rutilante que, aun sin rasgos precisos, como esos rostros de maniquíes de Chirico que parecen balones de rugby pero pueden ser huevos cósmicos, irradiaba luz en toda la estancia: Laura. La información de Vlam había despertado en mí un recuerdo perdido en los recovecos más telarañosos de la memoria, una relación que tuve con una semimonja de muy jovencito yo y no tan jovencita ella. Preparaba yo por entonces recién acabada la carrera oposiciones a técnico de la Administración Local en el entendimiento de que por muy bajo que fuera mi resultado en caso de pasarlas no podrían mandarme a ejercer más allá de la linde municipal pues no quería marcharme de la capital a la que me unía la misma relación de amor/odio que me une hoy. Como buen opositor tenía una habitación en una pensión de mala muerte del centro en un edificio del siglo XVIII probablemente a punto de alcanzar la noble condición de ruinoso en cuya escalera los escalones de madera presentaban unas holladuras que parecían el valle de la Orotava y gemían y crujían según en donde fuera uno pisando. Me ganaba la vida dando clases particulares de lo que saliera en bachillerato, corrigiendo pruebas en las editoriales, haciendo traducciones mal pagadas, escribiendo novelas del Oeste bajo seudónimo, vigilando clínicas por las noches o cualquier sitio en donde pudiera chapar los temas de la oposición. Fue en esa escalera en donde me encontré un día a Teresa; bueno en realidad me dijo que se llamaba Teresa de los clavos de Cristo pero yo decidí dejarlo en Teresa. A cambio, cuando intimamos, jamás lo reduje a "Tere". Hubiera sido una falta de respeto. Me daba cuenta entonces (o sea, ahora, en el tiempo de este relato) de que jamás conocí su nombre de verdad si es que no era el que me dio, que no lo era porque pretendía profesar con él, como si fuera su nombre de guerra... de guerra conyugal, de guerra de novicia, de virgen. Acudía todas las tardes a las seis de la tarde al piso superior al de la pensión a cuidar a una anciana que no se valía, llevaba una especie de uniforme de teresiana: rebeca gris, camisa blanca de cuello abierto, pañuelo a la cabeza, falda parda plisada casi hasta los tobillos y zapato bajo. Coincidimos un día en el portal, subimos andando la escalera mientras hablábamos, nos quedamos unos minutos en el rellano de mi piso, luego la acompañé al suyo, estuvimos otro buen rato de charla, me dijo a qué hora salía y allí estaba yo a esperarla, la acompañé hasta su comunidad, para lo que había que coger el metro y ya hicimos amistad. Para mí aquella relación tenía un interés morboso, alimentado en todas las fantasías que en los adolescentes despiertan las mujeres que profesan y me puse a cultivarla como un loco, pero no me fue necesario esperar mucho porque antes de la semana éramos amantes. Creí comprender entonces que desde el momento en que una monja o una que se ve tal pone sus ojos en ti y acepta tu compañía y amistad, la ruptura grande ya se ha producido y de ahí al amor y al amor carnal sólo hay un paso. Más tarde, bastante más tarde, cuando nos separamos fue ella la que me aclaró que yo había sido un experimento en su vida, que aquella tarde, al entrar en el portal, ya llevaba intención de ligarse al primer hombre con el que se encontrase; al primero ligable, claro estaba; no a un cura o a un padre de familia, casado con la suegra a cargo. Y ese fui yo que, por entonces me di por satisfecho con la primera explicación, sobre todo porque tenía interés en darme por satisfecho. Teresa me sacaba casi quince años pero mantenía una espléndida plenitud de formas que ocultaba bajo su vestimenta desabrida y que, al quedar a la vista en las pocas ocasiones en que podíamos permitirnos tal lujo al comienzo, ella se obstinaba en ignorar e incluso en mortificar y maltratar, como si le molestara tener los senos firmes, las nalgas enjutas y el vientre plano y quisiera ser tripuda, avejentada, apellejada y en eso encontrara mayor placer que la visión real de sí misma.

Entre el picorcillo de lo blasfemo -estaba quitándole un a novia a Cristo- la curiosidad que sentía por la persona y el carácter contradictorio y angustiado de ésta, viví unos meses en vilo y, por supuesto, me suspendieron en las oposiciones, lo que en aquel momento agradecí porque me permitía dedicarme en cuerpo y alma a mi amada, a la que había iniciado en las maravillas del amor, yo que no sabía nada de él, porque nunca había tenido una relación duradera con nadie; ligues más o menos prolongados, de un día a varias semanas, muchos; estables como aquel, que traspasaba el tiempo que iba de una vacación a otra, ninguno y me sentía poseído de mi importancia. Añádasele que estaba llevando de la mano a una mujer que podía ser mi madre y que me miraba con la atenta devoción con que imaginaba que debía contemplar a su divino esposo. De forma que yo, tipo medianejo sin remedio, tan apagado que cuando me ponía un traje todo el mundo me preguntaba si iba de boda pero nadie si era el novio, yo, digo, me sentía como Febo Apolo deslumbrando a Esmeralda, con la diferencia de que mi Esmeralda no solamente jamás holló el suelo con el pie desnudo ni bailó en la calle sino que se persignaba cuando pasábamos ante una iglesia, como pidiendo perdón por haber perdido conmigo la virginal condición que la gacía valiosa a los ojos de aquella.

Para mí fue una relación muy importante que se consolidó con grandes incomodidades en los escasos momentos en que conseguíamos escondernos en mi cuarto, viéndonos obligados a hablar en susurros, apenas movernos, tener cuidado de no arrastrar una silla pues en aquel piso de interminable pasillo que actuaba como amplificador, todo se oía y Teresa era de las que gritan al follar con lo que aquello era un continuo sufrimiento que sólo se rompió un día en que no habiéndo llegado a tiempo de taparle la boca, la mayonesa se revolvió y, esa misma noche, después de cenar, la patrona me llevó a la cocina, me dijo que aquello no podía tolerarse, que su casa era una casa seria, que no era una casa de citas, que los otros huéspedes se habían quejado y que, en definitiva, me daba una semana para buscarme otro sitio y que, en el ínterin, aquella... señora (dijo señooooora) no podía volver a visitarme. Fue entonces cuando Teresa decidió alquilar un pisito no lejos de allí con unos ahorros de que disponía, trasfirió los cuidados de la anciana a una sustituta, se despidió de su comunidad y nos instalamos a compartir nuestros destinos, nuestras penas y nuestras alegrías por lo que aquello durara.

Teresa quería que firmara las oposiciones a la Escuela Diplomática porque ella, que era de buena familia, aunque nunca me precisó gran cosa sobre aquel aspecto ni sobre ninguno de su vida, tenía un primo que las había sacado, estaba de secretario o de canciller o no sabía de qué en nuestra embajada en Lisboa y había que ver qué bien vivía, que ella pudo verlo en cierta ocasión en que fue a visitarlo y anduvo paseando por la playa de Cascais. Yo la verdad no le hacía mucho caso porque siempre he congeniado más con la modesta, segura, fiel administración local que tiene menos brillo que el cuerpo diplomático pero es sentimentalmente más cercana. Todo lo más que estaba dispuesto a considerar era cambiar el cuerpo de técnicos de administración local por el de técnicos de la administración central. Tenía algunos amigos que pertenecían al segundo que parecía renacentista por lo polivalente, muchos de cuyos miembros se tienen por príncipes florentinos, en una obvia desmesura de la función y no concebía que se le pudieran hacer reparos. Quizá tomara, sí, aquella decisión. Pero entonces tenía veinticuatro años, cuando me hablaban del futuro me sonaba a la tierra de nunca jamás. Lo que más me interesaba, siguiendo natural inclinación de la edad, era estudiar el cuerpo desnudo de Teresa, verla desplazarse por el pisito, como a la dérobée, tratando de ocultarse y de lucirse al mismo tiempo en una ambivalencia permanente que la asaltaba con frecuencia. De hecho yo había empezado a dibujarla en papel, al carboncillo, en distintas posturas, le pedía que posara para mí, hacía bocetos, me encantaba verla. A veces pegaba un salto, se acurrucaba junto a mí y con tono de cría, de cría de casi cuarenta años, me preguntaba si no veía yo qué terrible decisión había tomado, cómo Dios no la perdonaría después de haberlo abandonado, como no la perdonaría su padre (su madre había fallecido unos años antes), que de sobre lo sabía ella, razón por la cual no le había dicho nada salvo que estaba retirada porque tenía una crisis de vocación y que fuera mejor que no la localizara, que ya lo haría ella cuando quisiera. Como ya no podía perdonarse a sí misma y tenía que despreciarse y se retorcía las manos con desesperación y yo bebía los gruesos lagrimones que le manaban de unos ojos grandes y oscuros que no conocían el rimmel ni les hacía falta porque siempre miraban desde algún tipo de fiebre y no todas sanas y acabábamos enredados en el suelo, sacándonos el alma a mordiscos.

Realmente sólo sabía hacer lo que Teresa en cierto modo me ordenaba pues, aunque ella venía siempre sumisa, preguntándose si tal ocurrencia que acababa de tener (súbeme la cremallera de la falda), que le venía rondando desde hacía un buen rato (abróchame los botones de la camisa en la espalda), era razonable pues consistía en (átame la cinta de recoger el pelo) cerrar el piso y marcharnos a pasar unos días a la playa de Cascais (sujétame bien sujeta por la cintura y apriétame y no me sueltes, no me sueltes que me pierdo, que eres lo único sólido que tengo en un mundo que naufraga en torno mío), con lo que toda la urgencia de la mar bravía estallaba dentro de mí, el piso se cerraba en un visto y no visto, los bultos de equipaje se hacían por ensalmo, sacábamos los billetes de tren para Lisboa y, embarcábamos dos horas después en un antiguo intercity, Teresa de los clavos de Cristo y yo, que me veía como un corcho nadando al capricho del correr de un torrente, pero estaba convertido en un mástil firme, un faro que señalaba seguro el camino, quizá en un clavo más aunque bien claro estaba que no de Cristo sino en todo caso del diablo. Sentados el uno junto al otro mientras aquello arrancaba perezosamente como dicen los literatos se me ocurrió pensar que pues el plan era caer sobre un apartamento que su primo el diplomático tenía allí alquilado lo mejor hubiera sido prevenirle por teléfono.

- Ya lo he hecho. No soy tan descuidada.

- ¿Cuándo?

- Ayer.

(Continuará).

(Las imágenes son tres óleos de Ramón Casas, la 1ª y la 3ª, Desnudo (1894) y Figura Desnuda (1894) están en el Museu del Cau Ferrat, Consorci del Patrimoni de Sitges, Sitges y la 2ª Figura desnuda (1893) Museu Nacional d'Art de Catalunya, Barcelona).

dilluns, 1 de desembre del 2008

Guantanamero.

Ahora se entiende mucho mejor por qué el PP cargaba con tanta saña contra el señor Rodríguez Zapatero porque éste no se llevara bien con Mr. Bush; por qué decían que España carecía de peso en el concierto internacional ya que el citado Mr. Bush se negaba a recibir al presidente español y lo hacía de menos: éste no le lamía las botas ni le tiraba de la levita, y ello por quedarme en estas actividades relativas a la indumentaria, sin mencionar otras posibilidades. Sin duda era mucho mejor tener la simpatía y el trato de los gringos. Mejor ¿para quién? ¡Para España unagrandelibre! dirían los guantanameros al unísono. Hay que contar en el concierto internacional; hay que ser algo. Y, para serlo, hay que estar a buenas con el Boss. ¿A qué precio?

Según lo que publica hoy El País Aznar dio vía libre al paso por España de presos hacia Guantánamo y lo ocultó. Y lo seguirá ocultando cuanto pueda y, cuando no pueda más, dirá que él no sabía de qué se trataba, que pasaba por allí de casualidad, como cuando se probó fehacientemente lo que todos conocíamos de sobra: que mentía como un bellaco en el asunto de las armas de destrucción masiva. Este hombre carente de escrúpulos y de un decoro mínimo en su función de correveidile y lacayo de los desmanes del Imperio había puesto a España en "donde le correspondía", en efecto, no hay más que verlo: la había puesto de escupidera. Y cuando el señor Rodríguez Zapatero rompe con esa vergüenza de ser tratados como lacayos, los guantanameros se le echan al cuello. Y cuando, finalmente, el señor Rodríguez Zapatero consigue poner a España de verdad en un lugar internacional aceptable en contra de la voluntad del señor Bush y de su valet Aznar, los guantanameros siguen poniendo el grito en el cielo, tratando de emponzoñar el ambiente, desacreditando los logros exteriores de España porque los dejan con sus (escasas) vergüenzas al aire.

Así que ahora ya se puede hacer un balance de los ocho años de gobierno del señor Aznar, más conocido como Ansar "el guantanamero":

Entró haciendo una oposición de "todo vale", aliado con el señor Anguita.- Cedió más en 14 días a los nacionalistas que los sociatas en 14 años, según dijo el señor Arzallus.- Intentó cercenar la libertad de expresión, cerrar El País y meter en la cárcel a los señores Polanco y Cebrián.- Privatizó todas las empresas públicas que pudo para beneficiar a sus amigos y compadres.- Negoció con ETA a la que llamó Movimiento Vasco de no sé qué.- Intentó imponerse al mundo del trabajo a base de "decretazos".- Metió a España en una guerra criminal, de robo, rapiña y tortura en contra de la opinión general de la ciudadanía.- Mintió descaradamente sobre la justificación de dicha guerra.- Se gastó una pasta de los dineros públicos en comprar una medalla estadounidense que no se le concedió.- Apoyó el golpe de Estado contra Hugo Chávez en Venezuela.- Se opuso con uñas y dientes a que se procesara al genocida Pinochet.- Se gastó otra pasta en casar a su hija en El Escorial, como si fuera de estirpe de reyes.- Dejó que un petrolero llenara de chapapote las costas de Galicia.- Permitió que un incompetente (o algo peor) hiciera una chapuza con la identificación de sesenta y cuatro militares fallecidos en un accidente aéreo causado por más incompetencia, dejadez y marrullería oficial.- Mintió (él personalmente) sobre la autoría del atentado más grave de la historia reciente de España achacándosela a ETA contra toda evidencia.-

Una joya. Añádase ahora la lacayuna aceptación de que los gringos usaran España como base para los vuelos a Guantánamo, en donde se tortura a personas secuestradas contra toda legalidad humana o divina, su complicidad en la tarea de los gringos de violar los derechos humanos de cientos de personas. Menuda ejecutoria. ¿Cómo puede este tipo hablar de libertad, democracia o derechos humanos? Preguntado en cierta ocasión que cómo iba España, respondió que "España va bien". Y eso es lo que dicen sus seguidores del partido guantanamero, que España iba bien porque se codeaba con los grandes que hacen la historia, como se ve, a golpe de delito, y ha dejado de ir bien desde que el señor Rodríguez Zapatero se enfrentó al amo gringo.

Pero la realidad es al revés: España cuenta ahora, cuando su presidente ha sabido aguantar la grosería y falta de educación del gringo y se ha ganado el sitio que corresponde a nuestro país. Cuando no contaba era antes, cuando estaba de guantanamera. Es decir, a España no le iba bien. A quien le iba y le va bien y muy bien es al señor Aznar, a quien han pagado sus servicios con puestos y canonjías de todo tipo, empezando por un salario en la empresa del señor Murdoch, al que ahora está asesorando con su reconocida competencia, esa que le hizo recomendar que para los vuelos delictivos de los aviones de los EEUU se usaran bases "discretas" en España, las que ya había puesto discretamente al servicio de los Estados Unidos su mentor espiritual, Francisco Franco, otro guantanamero.

¿Se entiende por qué llevo más de seis años preguntándome cómo fue posible que un hombre tan deleznable intelectualmente y moralmente detestable llegara a presidente de España? Aún no he sabido qué responderme...

(La imagen es una foto de Brocco Lee, bajo licencia de Creative Commons).

La Filosofía Política, venerable matrona.

Interesante trabajo el de Petrucciani (Modelos de filosofía política, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2008, 1ª ed. en italiano, 2003, 281 págs.), docente de filosofía política en la Universidad La Sapienza de Roma. Se ve que lleva unos años dedicado a la disciplina y tiene experiencia, razón por la cual hace un tratamiento de aquella dividido en tres partes desiguales: una muy breve primera con cuestiones categóricas y definiciones, siempre enfadosas y de escaso lucimiento, una segunda con una sucinta y perspicaz historia del pensamiento político desde los griegos hasta Marx, y una tercera con el estado de la cuestión al día de hoy o, por mejor decir y ser justos con la fecha de publicación del original italiano en un terreno en que las ideas galopan, al día de ayer, precisión necesaria para quien se sienta tentado a criticar en el libro no lo que hay si no lo que no hay pero que pueda haber emergido en estos cinco años.

La parte introductoria se arranca concibiendo la filosofía política como una reflexión sobre el poder. Pierde aquí el autor dos buenas ocasiones: la primera, recordar que ya Karl Loewenstein, viejo maestro del derecho público alemán, de los que se lo sabían todo, la había definido de tal modo e incluso propuesto un nombre propio para ella: cratología que no ha hecho mucha fortuna. Una pena porque si en lugar de hablar de filosofía, ciencia o teoría políticas habláramos de Cratología, quienes nos dedicamos a esto suscitaríamos una respetuosa sorpresa en el auditorio, al menos hasta que éste averiguara qué quería decir el término. La segunda ocasión perdida es conectar esta definición "cratológica" de la filosofía política con las brillantes propuestas de Foucault (que se considera a sí mismo cultivador de dicha ciencia) sobre el poder cuya naturaleza expansiva y ubicua daría a la Cratología o a la filosofía política el mayestático lugar que le asignaba Aristóteles de ser una ciencia superior y omnicomprensiva. En cuanto a la definición de política Petrucciani se remite a la de Sheldon Wolin que, como bien se sabe, señala que es actividad para buscar una ventaja relativa en un contexto de escasez, provocando en consecuencia cambios sociales (p. 30). No acaba de convencerme y, puestos a buscar en los Estados Unidos, prefiero la de David Easton, todavía más descaradamente economicista: "Autoridad para asignar recursos escasos entre opciones alternativas".

La segunda parte abarca los casi dos mil cuatrocientos años de pensamiento político occidental (europeo sobre todo) sin mención alguna a otros posibles pensamientos no occidentales. Como suele suceder en este tipo de elaboración histórico-reflexiva, al ser italiano el autor, trata la materia manejando sobre todo bibliografía italiana y situando los problemas en el marco del debate en Italia. Lo mismo hacen los estudiosos franceses con lo suyo, los alemanes o los ingleses. Los únicos que no proceden así son los españoles pero no porque atiendan al carácter cosmopolita y multicultural del pensamiento político sino porque no hay una línea consistente filosófico-política española; igual que no la hay filosófica a secas de importancia comparable a las de los otros países. Es lamentable decirlo pero en casi todos los campos del pensamiento y la erudición, España es una cultura traducida, que bebe de fuentes foráneas. A cambio, como se traduce casi todo (aunque a destiempo, para compensar), el país se convierte en un crisol de tradiciones culturales y los estudiosos "nacionales" de casi todas las disciplinas suelen tener una veta extranjera, habiéndolos afrancesados (de gran tradición en España), italianizantes, germanófilos y últimamente, como resultado del poder del Imperio, amigos del "primo americano".

Desde la dicha perspectiva Petrucciani trata con concisión y buen juicio a Platón y Aristóteles y se centra luego en las relaciones ente la Iglesia y el poder político, prácticamente hasta le Edad Moderna, cuando después de muchos conflictos tan aparatosos como la "Guerra de las Investiduras", la aparición de pensadores como Juan de Salisbury y Guillermo de Occam, zanjó la polémica de la plenitudo potestatis en perjuicio de las pretensionas papales. El golpe de gracia llegaría después, cuando Lorenzo Valla demostrara que la translatio imperii invocada en la Donación de Constantino era como el timo de la estampita.

La Edad Moderna comienza con las tesis contractuales en cuyo debate el autor examina con gran acierto el pensamiento de Hobbes, Spinoza, Locke y Rousseau, hasta la víspera misma de la Revolución francesa. Siendo todo lo habitual, me ha gustado la incidencia del autor en la importancia que tiene la propiedad privada en el pensamiento de Locke, hasta el punto de que es este filósofo y médico inglés quien formulará la teoría del valor-trabajo, adelantándose a Marx, ya que el valor es el que adquiere la propiedad a través de la incorporación del trabajo del propietario (p. 105). De Locke interesa reseñar aquí asimimo el hecho de que acepte el derecho de resistencia. De Rousseau se señala con acierto su lugar intermedio entre Locke y Hobbes, se pierde una vez más la ocasión de aclarar las incertidumbres de la "voluntad general" y se le acredita con el desdoblamiento del contrato (al que, por cierto, Petrucciani considera hipótesis "contrafáctica") en pactum unionis civilis y pactum subjectionis (p. 122) que luego elaborará Kant, cuya teoría pactista arranca, como es bien sabido, de su brillante idea de la insociable sociabilidad de los seres humanos.

La Revolución francesa inaugura la última etapa del recorrido histórico y el solo elenco de los pensadores que el autor trata revela mucho de su posición política: Benjamin Constant, Alexis de Tocqueville, John Stuart Mill, Hegel y Marx. Constant es un adelantado del voto censitario (p. 141), de Stuart Mill se subraya su solidaridad con el pensamiento socialista y cartista (p. 151). La exposición de Hegel es clarificadora, sobre todo al dar la composición por estamentos (Stände) del Estado, en lugar de limitarse a coronarlo como la culminación de la eticidad (p. 163). Marx cierra el ciclo moderno, habiendo puesto a Hegel sobre los pies pero, al ser el libro de 2003, el autor ha perdido una ocasión de oro de tratar la relevancia del pensamiento marxista a la vista de la renovada crisis del capitalismo que el filósofo de Treveris daba por segura, como ha llegado a hacer hasta un obispo bávaro (p. 165).

La tercera parte del libro consta de tres capítulos que encuentro muy desiguales. El primero, sobre los conceptos contemporáneos de libertad es metódico y clarificador, al tratar las tres doctrinas políticas imperantes de liberalismo, socialismo y democracia como formas distintas de entender la libertad. El siguiente que el autor llama "una confrontación de teorías políticas" versa en lo esencial sobre la obra de John Rawls, probablemente el filósofo político más importante del mundo en el último tercio del siglo XX. La exposición de la Teoría de la justicia es ortodoxa pero, como no se coteja con el posterior Liberalismo político, donde Rawls matizaba algunos de sus puntos de vista, no es completa. Sí se refiere Petrucciani a los otros filósofos políticos finiseculares, todos ellos en una especie de diálogo con Rawls, empezando por quien se consideraba su más seria alternativa: Robert Nozick (p. 218) y su concepción del "Estado mínimo" y siguiendo por los comunitaristas, Walzer sobre todo y Michael Sandel, a quienes Petrucciani tiene muy bien cogida la medida (p. 221). No tanto a Habermas ni a Foucault, cuyas exposiciones me han parecido algo confusas, aunque quizá sea porque es imposible sintetizar pensamientos tan ricos y matizados en un puñado de cuartillas. Termina esta parte con un capítulo felicísimo que demuestra que el autor es hijo de su tiempo, de perspectiva de género, de feminismo actual de muy conveniente lectura, tomando pie en las obras de Luce Irigaray y Carol Gilligan.

Por último Petrucciani aborda cuestiones litigiosas de la actualidad sin cortapisas, lo que es de acradecer aunque no siempre sea sincero. Piensa el autor que la filosofía política debe moverse en un terreno intermedio entre Rawls y Habermas sin que quede muy claro por qué (p. 245), salvo la vieja idea de que, cuando dos chocan, el tercero sale beneficiado como mediador o superador de enfrentamientos (p. 245). Insiste en que no es posible hoy concebir la política como el enfrentamiento schmittiano de amigo/enemigo (p. 258) pero me preguntó por qué no cuando Schmitt es punto de partida de buena parte de la filosofía política contemporánea, como Agamben o Toni Negri. Aborda luego el autor la cuestión de la globalización de modo consistente, sistemático y con bastante acierto y cierra su obra con un capítulo sobre bioética y biopolítica que no me parece especialmente inspirado.

En conjunto es un libro muy conveniente para quien quiera orientarse en el laberinto filosófico político de hoy y tiene algunos momentos brillantes en el tratamiento de la parete histórica que tampoco hubiera pasado nada si no apareciera.