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dimarts, 10 de desembre del 2013

¡Qué alto hablan los muertos!


Los muertos. Los asesinados, paseados, fusilados, desaparecidos y enterrados en las innumerables fosas comunes a lo largo y ancho de España.

Durante los cuarenta años de la dictadura se decretó el silencio sobre esta tragedia. Nadie podía hablar de ella. Un silencio sostenido en el miedo de una población aterrorizada que había comprobado en sus carnes cómo los vencedores de la guerra actuaban en la posguerra sin misericordia alguna con los vencidos, asesinándolos, amedrentando a los familiares y allegados supervivientes, represaliándolos de modos arbitrarios, robándoles los hijos.

Un silencio denso, sostenido en el terror del Estado y con la complicidad de la iglesia católica que había declarado Cruzada el golpe de Estado de 1936 y la subsiguiente guerra civil. Complicidad que, en muchos casos, derivaba en colaboración activa en las denuncias, persecuciones y asesinatos. Esa misma iglesia que beatifica a sus quinientos mártires, mientras olvida a las decenas de miles asesinados por los de su bando, muchos de ellos, católicos y algunos, sacerdotes. Sacerdotes asesinados y sacerdotes asesinos. Esa es la realidad.

Un silencio que sobrevivió al franquismo y se impuso a la transición. Aquella política de “reconciliación nacional” del PCE, probablemente animada de nobles intenciones, degeneró en un olvido de los muertos que quedó torticeramente consagrado en una ley de punto final, norma antijurídica, que se llamó la Ley de Amnistía, por la que los asesinos decretaron su impunidad.
La transición arrancó con una mácula que ha acabado devorándola. Quienes sellaron aquel pacto creyeron que con él consagraban la reconciliación y quienes lo contemplamos, no supimos o no pudimos o no quisimos elevar la voz y creímos –o quisimos creer- que aquel pacto era la esperada y siempre dilatada reconciliación de los españoles que, tras reconocer noblemente sus culpas, todas, recuperarían esa unidad entre el hoy el ayer en que se basan las naciones.

Así, el silencio de la dictadura prosiguió durante la democracia, incluso con gobiernos socialistas. ¿No era cierto que la transición había traído la reconciliación?

No, no era cierto. La derecha española sigue siendo lo que era, viéndose como la vencedora de la contienda y negando toda justicia a las víctimas del franquismo. El gobierno de Zapatero aprobó una tímida, alicorta, Ley de la Memoria Histórica, que el PP en el poder incumple y ha anulado de hecho. El presidente del gobierno comenta a veces con displicencia que está harto de oír hablar del franquismo y la República.

Pero la palma de la iniquidad se la lleva ese diputado y portavoz del PP, Hernando, quien sostiene que los familiares de los asesinados solo se movilizan en busca de los suyos cuando hay subvenciones, una expresión indigna que califica a quien la profiere como un ser despreciable y sin escrúpulos. Teniendo en cuenta, además, que precisamente es su gobierno quien ha suprimido las subvenciones

Sin embargo, los muertos se han alzado y están haciendo oír su voz. Un sonido que ha cruzado el océano y ha encontrado audiencia en la Argentina, en donde una jueza que aplica la doctrina de la jurisdicción penal internacional, acuñada entre otros, por Garzón, ha puesto en marcha un procedimiento para hacer justicia a las víctimas del franquismo. Algunas de estas, valiéndose de sus propios escasos medios -y no de ninguna inexistente subvención- emprenden un viaje de 10.000 kilómetros a edades muy avanzadas para buscar allende los mares la justicia que los tribunales españoles debieron brindarles. Es el caso de esa anciana de 88 años, Ascensión Mendieta que, por fin, ha podido relatar ante un tribunal lo que lleva setenta y cuatro años callando: cómo su padre, dirigente de UGT, fue fusilado en 1939 -bajo la acusación de un vecino- por "auxilio a la rebelión", tras un juicio sumarísimo de guerra, sin derecho a defensa; una farsa. Fusilado y enterrado en secreto. Y toda la ambición de Ascensión es llevarse a la tumba cuando menos un hueso de su padre. Es imposible que los Hernandos de este mundo entiendan esto.

Y los muertos hablan cada vez más alto y más recio. Es la voz del derecho, de la justicia, de la reparación. La que el gobierno y la iglesia se obstinan en desoír, aunque ya se escucha en el mundo entero. La ONU pide al gobierno justicia para las víctimas del franquismo. Contra dos torturadores de la dictadura hay ya una petición de extradición. Y a estas, seguirán otras.

Esa voz no se puede acallar porque ya no es posible volver a matar a los muertos. Esa voz mueve a los vivos que han perdido el miedo y ven cómo crece la solidaridad hacia ellos, dentro y fuera de nuestro país. Cómo se pide (¿a qué espera la oposición para sumarse?) la constitución de una Comisión de la Verdad, que haga justicia a las víctimas y exponga a la luz pública a los victimarios.

Es una voz potente la de los muertos. La única que puede traer la verdadera reconciliación entre los españoles. 

dilluns, 28 d’octubre del 2013

¡Despierta, hierro! Vencedores y vencidos.


Regresando por la A-4 desde Chiclana, se pasa por Santa Elena, Jaén, a cuya vera la Junta edificó en los años 90 un Museo de la batalla de las Navas de Tolosa que es más bien un centro informativo de aquel decisivo hecho de la Reconquista española. Cuando se llevan 400 kms de monótona autovía, viene bien detenerse y sumergirse un momento en una lucha de hace ochocientos años que enfrentó una coalición de ejércitos cristianos (unos 70.000 hombres) al mando de Alfonso VIII de Castilla con otro muy superior de musulmanes almohades y confederados (unos 120.000), a su vez encabezado por el califa Muhammad An-Nasir, más conocido como Miramamolín. Tiene cierta gracia que el lugar esté a unos 30 kms de Bailén, lugar de otra batalla unos 600 años después tan decisiva para echar a los franceses de España como la de las Navas lo fue para acabar echando a los agarenos. El lugar es modesto, austero y relata el episodio a base de reproducciones de tapices y diversos objetos de los dos bandos: espadas, cascos, ballestas, arcos, lorigas, arzones y diversos tipos de utensilios. Porque la explicación de la batalla y su contexto, no solamente es objetiva (en cuanto no se incurre en alharacas propagandísticas), sino minuciosa. Se nos informa hasta de lo que comían las caballerías, solo para que nos hagamos una idea del prodigio de logística que supuso para los cristianos organizar las líneas de avituallamiento de aquella tropa en territorio enemigo. El centro tiene también una torre, llamada "Mirador" desde la que puede contemplarse el campo de batalla, cosa que hace uno dejando libertad a la imaginación para ver aquellos parajes de olivos y monte bajo las zonas de los ataques y contraataques, los avances de los peones y las infanterías, las maniobras de las caballerías, sobre todo la de la almohade, terrible heredera de los jinetes númidas. En fin, aunque parezca mentira, una distracción y un descanso para el espíritu.

Los dos bandos habían declarado la guerra santa. Inocencio III proclamó la Cruzada, una de verdad y no como la de la sublevación de Franco, proclamada tal por los obispos españoles pero no por el Papa de Roma, como lo fue esta del siglo XIII. Los musulmanes también habían proclamado la Yihad. Querían liberar de infieles Al-Andalus. Igual que los cristianos trataban de liberar de infieles la Hispania que había sido romana en sus tiempos. Guerra santa en ambos bandos. Algo que dejaría huella.

En el ejército cristiano, entre las tropas de Pedro II de Aragón, había un fuerte contingente de almogávares, catalanes y aragoneses, guerreros profesionales que no hacían prisioneros y atacaban al grito de ¡Despierta, hierro! y ¡Matad, matad! aunque en catalán, pues no hablaban castellano.

Esa exigencia de la manifa de la AVT de una paz con vencedores y vencidos me ha traído a la memoria el despierta, hierro de los almogávares. Indica el mismo tipo de extremosidad. El ánimo de los manifestantes era muy exaltado y, en su rabia, tiraba contra el Tribunal de Estrasburgo y contra el gobierno español, tildado de "traidor", exactamente lo mismo que Rajoy llamó en su día a Zapatero en sede parlamentaria al acusarlo de traicionar a los muertos. Así, los altos cargos del PP presentes en la manifa tuvieron que abandonarla escoltados por la policía entre insultos y abucheos. Poco después sonarían los acordes del himno nacional y muchos asistentes alzarían el brazo fascista en su mejor estilo fascista. Quizá todo esto haga ver a Rajoy los frutos de la demagogia de jugar con los sentimientos de las víctimas por intereses partidistas. Quizá.

Pero la extremosidad es aun mayor. El deseo de que haya, y sea manifiesto, vencedores y vencidos (cosa que contradice el saber convencional de que, para restañar heridas es mejor que no haya vencedores ni vencidos o se haga como si no los hubiera) está lejos de ser un ex-abrupto motivado por la indignación que se moderará así pasen unos días. Ni hablar. Es una actitud ante la vida. Es la actitud de quienes siguen considerando que en la guerra civil hubo vencedores y vencidos y conviene que así siga siendo, razón por la cual beatifican a cientos a sus mártires mientras se niegan a desenterrar de las fosas anónimas en las cunetas a las decenas de miles de asesinados. Esos brazos en alto, como las banderas franquistas, son el lazo que une el pasado con el presente con un fuerte elemento de venganza.

La exigencia de la AVT de que el gobierno no acate la sentencia del TEDH es inviable. Lo que se está pidiendo es que aquel incumpla un convenio internacional, en el que es parte sin reserva alguna, de protección de los derechos humanos. Porque por muy sanguinarios que sean los etarras, no se les puede negar un principio básico, universal como es el de la no retroactividad de las normas penales. Tampoco es avisada solución desprestigiar el TEDH como hace Esperanza Aguirre al sostener que no se trata de jueces sino de "políticos" por la muy elemental razón de que las reglas de juego se cuestionan antes de jugar, y revela bastante baja estofa cuestionarlas cuando se pierde.

En el terreno jurídico las habas están contadas. Se acata la sentencia del TEDH y se aplica a todos los casos como el de Inés del Río. Si ello suscita rechazo, como lo hace, la respuesta ha de articularse en el terreno político, en el legislativo. ¿De qué tipo? Deberán ser quienes solicitan la decisión quienes lo determinen. Aznar no asistió a la manifa. Pero es evidente que tampoco ve el mundo con los ojos del gobierno. Muchos -quienes le piden que vuelva y quienes están esperando a ver qué dice- confían en algún tipo de pronunciamiento del presidente del honor del PP que les aclare el camino.

Pero, entre tanto, ni la AVT ni todas las víctimas del mundo pueden imponer sus pretensiones y sentimientos, por profundos que sean, a la voluntad del legislador, que ha de atender al bien común y no al de una parte. Y el gobierno que envía a destacados miembros de su partido a manifestarse contra sí mismo y pedirse en la calle lo que de ningún modo puede hacer, jugando a un doble juego para tratar de evadir la responsabilidad que contrajo por su demagogia cuando estaba en la oposición, simplemente incurre en una mezcla de falsedad, hipocresía y estupidez. Como acostumbra.

(La foto está tomada de Twitter).

dijous, 24 d’octubre del 2013

Tragicomedia de España.


"Usted traiciona a los muertos", dijo Rajoy en cierta ocasión a un atribulado Zapatero, presidente del gobierno, que no sabía en dónde meterse. No era cierto, como Rajoy, entonces en la oposición, sabía muy bien. Pero indiferente a toda cortesía, toda contención, toda ética y toda estética, lo soltó porque calculaba que venía bien a sus intereses, consistentes en llegar al poder al precio que fuese.

Ahora es de él de quien ya están diciendo las asociaciones de víctimas del terrorismo que traiciona a los muertos al acatar la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH) en relación con la doctrina Parot. Lo que le exigen es que España denuncie el Convenio Europeo de Derechos Humanos, que la sentenia invoca. Si no lo hace, estará traicionando a los muertos. Tiene su gracia que le suceda esto precisamente a él. Parecería un caso de alguacil alguacilado, algo simétrico, de no ser porque hay una diferencia fundamental entre las asociaciones de víctimas y este Rajoy a quien ahora presionan. En concreto, aquellas pueden ser radicales y extremas en sus peticiones, pero hay pocas dudas de que son genuinas. Las víctimas han sufrido injustamente y es comprensible que respiren por la herida y reaccionen con extremosidad, a veces demasiada, porque han sido heridas. Pero a nadie se le ocurre que estén fingiendo y que su dolor y su rabia sean impostados. 

No cabe decir lo mismo de Rajoy. Este no era ni es víctima ni allegado a víctima alguna. No estaba cegado por la indignación o el dolor; sabía que era mentira lo que afirmaba de Zapatero; pero le daba igual porque carece de escrúpulos y porque, por llegar al poder, está dispuesto a decir lo que sea: que bajará el paro, no subirá los impuestos, no tocará la sanidad, la educación ni las pensiones, dará siempre la cara, llamará pan al pan y vino al vino y Zapatero traiciona a las víctimas. Lo que sea. Si París bien valía una misa, La Moncloa bien vale un rosario de embustes que no le cuestan mucho porque el pájaro es un redomado mentiroso.

Quienes agitaron las calles contra ZP en su día se echarán a ellas de nuevo el domingo pero esta vez contra su sucesor que ahora no se atreve ya ni a esconderse, como es su inveterada costumbre. Y con el añadido de que se suman gentes muy significadas de su mismo partido. Gentes levantiscas que ya se la tenían jurada de antes por considerarlo demasiado blando con el secesionismo catalán. Él, que acusaba a Zapatero de romper España, se ve ahora acusado de lo mismo por su inactividad y negligencia. Al final parece que será el PP entero, como banda organizada que es, quien se sumará a la manifestación del domingo para evitar que esta se vuelva contra el gobierno.

Que en el siglo XXI un partido de gobierno de un Estado de derecho en un país civilizado se manifieste en contra de la sentencia de un tribunal de justicia es algo tan asombroso que parece un chiste. 

Las desventuras nunca llegan solas. El nombre de Bárcenas, tan obstinadamente silenciado, en lugar de sumirse en el olvido, está en todas las noticias todos los días, recordando perpetuamente que el caso Bárcenas es el caso Rajoy. A veces desde la severa austeridad de una sala de vistas judiciales, a veces en un escenario rocambolesco como de vodevil. Un intruso armado que, según la policía, no tiene bien la azotea, ha entrado en la vivienda del ex-tesorero, ha maniatado a su familia y ha exigido sus pen drives y discos duros portátiles. Venía el hombre medio disfrazado de cura, esgrimía un revólver de la guerra de Cuba y su ánimo era arreglar los problemas de España. Justo lo mismo que dice Rajoy, que no puede distraerse con habladurías pues está concentrado en resolver los problemas de España.

De momento no se le ha visto con alzacuellos ni portando un pistolón pero no es algo impensable.

Siempre que los necios al uso creen estar llamados a resolver los problemas de España solo se consigue que aumenten la confusión, la humillación, el desorden, la injusticia. Y, como directa consecuencia, la policía tiende a extralimitarse en sus funciones. En un par de días las agentes de servicio en el Congreso parecen haber vejado a una invitada obligándola a desvestirse, aunque sostienen que no es cierto; la policía ha entrado en el campus de la Completense en Somosaguas y el de la Autónoma sin permiso de la autoridad académica; unos seis u ocho mossos catalanes parecen haber matado a un hombre a patadas en plena calle. Todo esto para que vayamos enterándonos de cómo las gastan los matones y granujas de uniforme y con armas que pagamos todos con nuestros impuestos; incluidos los que mueren bajo sus coces.

Y así vamos a estar otros dos años. Arreglando los problemas de España.

dimarts, 22 d’octubre del 2013

El veneno de la "doctrina Parot"


El escándalo montado con motivo de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), dando la razón a la etarra Inés del Río en su recurso contra la aplicación en su caso de la "doctrina Parot" es un fiel indicador del estado moral de nuestra sociedad. Apenas conocido el hecho, un miembro de Nuevas Generaciones tuiteó su furia insultando al diputado Alberto Garzón, quien había celebrado el fallo del TEDH por entenderlo ajustado a derecho y respetuoso de los derechos humanos que, por lo demás, es para lo que está el Tribunal de Estrasburgo. El cachorro de NNGG llamaba de todo al diputado de IU (payaso, gilipollas, hijo de puta) y, finalmente, lo amenazaba de muerte. NNGG salía al paso rápidamente, censurando a su miembro y abriéndole un procedimiento de expulsión. El propio insultón, habiéndose enfriado un tanto, presentaba acto seguido su dimisión.

Es solo una muestra del estallido de indignación que la sentencia produjo en mucha gente, especialmente las víctimas del terrorismo, quienes hablan en su nombre, la opinión pública derechista y conservadora y una buena parte de la de izquierda, incluida IU. Era muy de ver cómo algunos izquierdistas se ponían estupendos, argumentando unas insospechadas complejidades técnicas de la cuestión con el objetivo implícito pero muy habitual, de desautorizar a quienes como Garzón y, desde luego, Palinuro, consideran que la sentencia es justa, arguyendo falta de competencia específica en el asunto. Es un viejo truco de leguleyos: tratar de llevarse la razón aduciendo profundidades misteriosas que, no estando al alcance del común de los mortales, deben ser suficientes para que estos se callen.

Y no ha lugar porque, afortunadamente, el TEDH no está en manos de rábulas sino de jueces capaces de hacer justicia en un lenguaje llano comprensible para todo el mundo. Según su sentencia, el Estado español ha vulnerado los artículos 5 y 7 del Convenio Europeo de Derechos Humanos que él mismo firmó y se comprometió a acatar en todos sus términos. El artículo 5 habla del derecho de toda persona a un proceso justo y el 7, prohíbe algo que también prohíbe el ordenamiento jurídico español, esto es, la retroactividad de las normas sancionadoras y penales. Pero hay más, la segunda parte del art. 7,1 del citado convenio dice: Igualmente no podrá ser impuesta una pena más grave que la aplicable en el momento en que la infracción haya sido cometida, que es exactamente lo que hace la llamada "doctrina Parot" que el Tribunal Supremo se sacó de la manga en el caso Parot en 2006: prolongar injustamente una pena de prisión más allá de la aplicable en el momento del delito. Así que el TEDH ha hecho justicia y eso es para alegrarse.

Las gentes de mala ralea -muchas-, siempre retorciendo las cosas, inquieren escandalizadas: ¿se alegran ustedes de que los asesinos etarras salgan en libertad? En modo alguno. Nos alegramos de que se haga justicia porque vivimos en un Estado de derecho bajo el imperio de la ley y odiamos que sea ese mismo Estado quien la infrinja porque eso es una especie de terrorismo. Si por cumplir la ley se beneficia a personas que, según las convicciones morales imperantes en el momento, no debieran beneficiarse, será la ley quien deba resolver la situación y no una decisión de un tribunal adoptada, según se ve, contra el mismo derecho que, como tribunal, está obligado a defender.

No hay mucha diferencia entre los GAL y la doctrina Parot. Ambos son veneno para el Estado de derecho. La única es que mientras los primeros fueron una chapuza de terroristas y criminales más bien toscos, la segunda tiene el refinamiento de saberse amparada por tan altos tribunales como el Supremo y el Constitucional que, evidentemente, cuando establecieron esa "doctrina", no estaban en su mejor día o quizá lo hicieron dejándose arrastrar por las pasiones del momento. Algo que un juez no debe hacer jamás. 

Nadie se alegra de que los asesinos salgan en libertad antes de tiempo. Pero es que no salen antes de tiempo sino, según establece la sentencia del TEDH, después de tiempo a tal extremo que hemos llevado nuestra ignominia a tener que pagar una indemnización de 30.000 € más intereses, impuestos, costas, etc a la terrorista Inés del Río. En verdad, una vergüenza.

Es comprensible la indignación de las víctimas del terrorismo y sus allegados, pero no es necesariamente justificable. Las víctimas (en el fondo, todos, pues todos somos, directa o indirectamente, víctimas de los crímenes terroristas) están en su derecho de protestar, mostrar su disgusto, hasta su rabia. Pero no pueden obligar al Estado a desacatar una sentencia firme de un tribunal cuya jurisdicción ha aceptado voluntariamente; no pueden obligar a las instituciones a ir contra la ley del Estado de derecho. No pueden dictar su voluntad al resto de la sociedad porque, en el momento en que intenten hacerlo, su indignación se troca en odio y venganza y ninguna sociedad puede sobrevivir sobre el odio y la venganza.

Si las víctimas del terrorismo creen que los terroristas convictos deben padecer mayores castigos que los previstos en la ley, si quieren imponer la cadena perpetua o la pena de muerte, por ejemplo, que lo propongan abiertamente y será la colectividad la que decida. Pero, a falta de eso, carecen de todo derecho a exigir de esta y de sus autoridades comportamientos ilegales. 

Porque lo que ha hecho el TEDH ha sido algo muy sencillo: obligar al Estado español (o sea, a todos nosotros) a cumplir la ley que nos hemos dado y que excluye taxativamente la retroactividad, como hace el art. 25, 1 de la Constitución española: "Nadie puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento". Alguien podría decir que esta prohibición no afecta a los cálculos o cómputos sobre aplicación de beneficios penitenciarios hechos por los tribunales, que es de lo que va la doctrina Parot . Es absurdo y además no merece la pena detenerse en esto. Lo que el TEDH sentencia es que España ha infringido no su Constitución sino el vigente Convenio Europeo de Derechos Humanos en su artículo 5, 1, más arriba citado, y que repito aquí como colofón:Igualmente no podrá ser impuesta una pena más grave que la aplicable en el momento en que la infracción haya sido cometida. A nadie, incluida la terrorista más sanguinaria.

dimecres, 27 de febrer del 2013

Yolanda.

El 1º de febrero de 1980 dos criminales, Emilio Hellín Moro e Ignacio Abad Velázquez, secuestraban, torturaban y asesinaban de tres disparos en la cabeza a una chica de diecinueve años. Se llamaba Yolanda González, era vasca y vivía en Madrid, en donde estudiaba formación profesional y militaba en un grupúsculo trostkista. El frío relato de los hechos en Wikipedia da una idea de la época y ayuda a comprender el espíritu de la transición: los militantes de Fuerza Nueva andaban asesinando gente, como habían hecho -ellos u otros de la misma vena- con los abogados de Atocha, con la connivencia, cuando no la activa ayuda de la policía.

Hoy, treinta y tres años después de aquel crimen, nos enteramos de que el ministerio del Interior tiene contratado al asesino de Yolanda como asesor o instructor o adoctrinador de la policía y la guardia civil. Tras haber cumplido de forma bastante accidentada una parte de la condena original, el sujeto ha mudado de nombre y, entre otras, realiza las colaboraciones señaladas y alguna más para ocasionales autoridades del PP. Aquí se plantea la cuestión de qué sucede con los delincuentes cumplidos y su reinserción social. Seguramente. Pero el delito de Hellín, sobre ser especialmente odioso, tiene unos elementos de ideología política imposibles de ignorar. El asesinato de Yolanda fue un crimen político, un acto de terrorismo típicamente político. Que yo sepa, Hellín no ha pedido perdón ni mostrado arrepentimiento por el crimen cometido. ¿Acaso esas exigencias se plantean únicamente a los etarras o proetarras? Con tanta mayor razón aquí porque no existe garantía ninguna de que el Hellín de extrema derecha no aproveche su posición para orientar ideológicamente las actividades de la policía o, incluso, para cometer una nueva fechoría. La muestra de arrepentimiento tampoco sería una garantía, pero es de todo punto exigible.


Hellín fue contratado por el ministerio en 2006. Entonces era responable de Interior Rubalcaba. Quiero creer que el ministro socialista no sabía a quién se contrataba para la instrucción de la policía. No me cabe en la cabeza que lo supiera y no dijera nada. Y, si es así, ya está tardando en comparecer en público a decirlo. ¿O le parece bien contratar a un criminal fascista que no se ha arrepentido?

Veintiséis años después de su muerte, Yolanda fue asesinada de nuevo en su memoria por quien la había matado y quizá con la connivencia de quienes entonces lo ayudaron.

dilluns, 20 d’agost del 2012

Estampas del verano. Mayor Oreja, el franquista que no ceja.

Hace un tiempo preguntaron a este veterano, correoso, contumaz y bastante pesado político del PP si condenaba el franquismo. Respondió que por qué tenía él que condenar el franquismo cuando, a su parecer, había sido una epoca extraordinariamente apacible, una expresión que se ha hecho célebre y lo perseguirá hasta su último día que Palinuro le desea lejano.
El menda procede de la democracia cristiana, que nunca llegó a articularse satisfactoriamente en España por estar llena de zapadores ideológicos, sobre todo la de Óscar Alzaga. Cuando el intento democristiano fracasó, Mayor, beato como es, quiso fundar su propio partido, la Unión del Pueblo Vasco, pero estos tiempos de relativismo no le fueron propicios. De vuelta se integró en el PP, el partido de los franquistas, todos ellos católicos al fin ya al cabo y ahí se quedó, formando su ala más intransigente en punto a cuestiones morales como el matrimonio y el aborto y nacionales, como la de ETA.
En su larga carrera política (de hecho no ha tenido otra; muy típico de los peperos, que hablan de la "sociedad civil" pero son todos políticos profesionales) ha sido de casi todo y la culminó como ministro del Interior del hombrecillo enfurecido, azote del Irak. Desde entonces vegeta en el cementerio de elefantes del Parlamento europeo, de donde lo traían los sectores más carcundas, ultramontanos y reaccionarios de la derecha española cuando montaban alguno de sus alborotos callejeros al gobierno del impío Zapatero, para que diera el do de pecho y dijera la barbaridad mayor. Para eso lo lleva en el apellido.
En su falta de raciocinio, de flexibilidad, de discernimiento, el hombre acabó ganándose fama de ogro tragasables con quien no convenía enemistarse pues arrastraba a los sectores más integristas de la derecha. Rajoy que, en su falta absoluta de principios morales de todo tipo, lo temía como Herodías temía al Bautista, trató siempre de congraciarse con él, de suavizarlo, no fuera a empezar a rugir y le incendiara la peña.
Pero todo tiene un límite. Por fin Rajoy ha tenido que medirse con la realidad del País Vasco como protagonista, no como espectador desde la barrera; ha tenido que tomar decisiones en lugar de criticar siempre las de los demás y hete aquí que, a la primera de todas, la excarcelación de un etarra con cáncer terminal, la fiera ha vuelto a salir del cubil rugiendo al grito de: España se rompe si el gobierno manda al canceroso a morir en su casa.
En fin, es verano y Palinuro tiende a la ensoñación y la indiferencia. Propone ignorar los aspavientos de este incansable franquista cuyo obvio interés es mantener la situación de crispación y violencia en el País Vasco cuanto pueda. Su tiempo ha pasado y sus admoniciones y avisos ya no los escucha más que su alter ego, aquel insólito Carlos Iturgaitz que se llevó con el al Europarlamento y de cuya condición racional hay serias dudas.
Solo una última reflexión: ¿qué cristianismo es el de un pavo carente de piedad para un hombre frente a frente con su muerte en un breve y cierto plazo? ¿No será otra estafa como la del apacible franquismo que, en realidad, fue una dictadura de asesinos como sabe de sobra el meapilas Mayor Oreja?
(La imagen es una foto del PP de Madrid, bajo licencia Creative Commons).

dimecres, 27 de juny del 2012

Víctimas y victimarios


Vamos a robar unos minutos a la obsesión colectiva con la nueva catástrofe del 98 y considerar un problema de índole moral muy profunda que agita los corazones. Hay en marcha una confusa experiencia gubernativa de poner en contacto las víctimas de ETA con sus victimarios con intenciones nada claras sobre las consecuencias de la práctica en el destino de los presos etarras. A ella dedicaba un artículo en El País Jorge M. Reverte, titulado Las lágrimas de 326 verdugos según el cual no es defendible otorgar gracia alguna a los presos si no median arrepentimiento y delación. A ese artículo responde al día siguiente Euclides Perdomo en su blog AMANADUNU con una entrada titulada Víctimas, presos y chivatos defendiendo lo contrario con duras descalificaciones de Reverte. Creo que, a pesar de todo, Reverte haría bien en contestar para aclarar la cuestión. Puede decirse que no merece la pena porque AMANADUNU es un modesto blog mientras Reverte publica en El País. Pero eso no nos dice absolutamente nada sobre el asunto de fondo. Y suponiendo que nos pongamos de acuerdo sobre cuál sea este.
Conozco a ambos autores, aunque no sé si ellos se conocen entre sí, pero imagino que podrían encontrar estimulante darse réplica y contrarréplica. En cuanto a mí respecta, considero el razonamiento de Reverte vigoroso, claro, pero no convincente. Me inclino más del lado de Euclides, aunque yo no lo pondría en términos tan agresivos, si bien comprendo que, como víctima del franquismo, se sienta personalmente interpelado en la refriega.
Yo tampoco entiendo cómo ha podido Reverte escribir esta pieza. Desconozco su última obra y quizá esté a tono con ella, pero no me parece justa. Euclides predica aquí su indignación como un profeta bíblico por el clamoroso olvido de las víctimas del franquismo, tan víctimas como las de ETA, los GAL, los GRAPO, lo que sea. Porque están desaparecidas. Parecería decirlo Reverte: hay miles de personas en España que no saben ni quién mató a sus familiares ni por qué. Y vuelve a decirlo: Hay miles de personas en Euskadi y también en el resto de España que quieren saber quién mató a sus familiares y por qué. Pero un error de cálculo delata enseguida la desaparición de las víctimas del franquismo: no son miles, Jorge, son decenas de miles, más de un centenar de miles que llevan setenta años esperando saber "quién mató a sus familiares y por qué". Eso, me temo, no se puede olvidar ni hay derecho a pretender imponer el olvido a las víctimas, nos pongamos como nos pongamos. Pero pasa. Y, por donde pasa, lo envenena todo.
Habrá quien diga que esto no vale pues los conflictos morales deben resolverse aquí y ahora; no en el pasado. Hasta cierto punto. Un sistema basado en la amnistía de cuarenta años de dictadura terrorista no tiene la legitimidad intacta. A pesar de todo, puede abordarse como un problema concreto, de hoy. Veamos: ¿se puede negar el derecho de las víctimas a la reparación? No. El problema reside en qué se entienda por "reparación". Según Reverte, se entiende arrepentimiento y delación. Es lo que llama "reparación moral". Lo demás es una burla a las víctimas. No estoy seguro; quisiera escucharlas directamente.
Arrepentimiento y delación son requisitos muy serios en lo jurídico y en lo moral. Además, externamente se da la impresión de imponer condiciones de imposible cumplimiento e, internamente, la de tratar de conseguir la quiebra de la personalidad del etarra que no pueda volver a su pueblo o caserío como un héroe sino como un delator. Y no es de consuelo alguno que quepa la vía de la mentira o el fingimiento pues en cualquiera de los casos la obra destructiva ya está hecha ya que opera sobre la conciencia del sujeto. Delatar a un muerto, como aconseja el pragmatismo, no es válido pues siempre será acusar falsamente a alguien de un delito; o sea, otro delito.
Es un requisito cruel. Innecesario decir que no lo es menos porque el preso lo sea más. La delación que se exige no es la de un delincuente común por otro a quien no conoce, sino algo más: se trata de delatar a alguien con quien se ha tenido una comunidad de espíritu e idea (falsa o errónea es irrelevante), con quien se ha luchado por la misma causa con clara conciencia de sacrificio. Convertir a alguien en delator es, para mucha gente ligada por códigos del honor (o deshonor) del guerrero, matarlo en vida; hacerle comprar su libertad al precio de la de un compañero.
Cabe eludir la cuestión y sus aristas morales llevándola a la del mero cumplimiento de la ley, al margen de las intenciones de cada cual: hay obligación de denunciar los delitos que se conozcan. Punto. Cierto. Pero para castigar el incumplimiento fuerza es probarlo. No hacerlo equipararía el procedimiento penal a una ordalía medieval. Euclides se refiere a la época de Franco con experiencia propia y tiene razón. Pero no es necesaria aquí. Todo Estado democrático reconoce el derecho del acusado a no declarar y hasta a mentir en su propia defensa. Una confesión obtenida bajo amenaza y con el añadido de una delación de terceros no puede servir para condenar a nadie. Eso si se quiere ser justo.
Al tratar de la justicia, reaparecen las víctimas, rodeadas del cariño de la sociedad.  Y ¿cuáles son sus derechos? Exactamente los que diga la ley. Si esta es clara, se aplica; si no lo es, que decidan los jueces y, si no pueden decidir los jueces, a lo mejor es una buena idea promulgar una ley particular, especial para regular las gracias y concesiones que el Estado pueda otorgar a los reclusos condenados en firme por delitos violentos siempre que se dé una circunstancia nueva de cese el fuego total, definitivo, comprobable y disolución de la banda armada. Así obtiene un título más general una ley pensada para el caso vasco, igual que se hizo con la famosa Ley de partidos políticos de 2003.
Lo que no parece prudente es dejar el destino de los victimarios en manos de las víctimas y menos de quienes las apoyan o dirigen. Es más, si la nueva ley recurriera a esa práctica sería inconstitucional por llevarnos a un sistema penal bárbaro de expiación de la culpa a manos de las víctimas que impondrían su justicia a la de la voluntad general.
(La imagen es una foto de VinothChandar, bajo licencia Creative Commons, titulada: United Support For Victims Of Torture - June 26th, 2011, en honor del millón y pico de tamiles asesinados en Sri Lanka).

dissabte, 5 de maig del 2012

Los dolores del sepelio.


Deslomada, contra las cuerdas, sin capacidad de golpear y, lo que es más importante, habiendo comprendido por fin que en España se puede conseguir más desde 1978 por la vía institucional que por la violenta, ETA quiere dejarlo. Se lo ha dicho a los de la Comisión Internacional de Verificación y estos, tras recordar a los gudaris que no parece bien verlos por ahí pistola al cinto, han comunicado al gobierno el nuevo giro de la situación... y lo han pillado prometiendo aliviar la condenas de los etarras en la cárcel si se portan bien al tiempo que se mete hasta el gaznate en una fea pugna con los suyos, los militantes de su partido, los de otros y los ciudadanos que actúan como víctimas en lo relativo a los contactos con terroristas. De inmediato Sáez de Santamaría, vicepresidenta y portavoz del gobierno aclara que este no va a negociar con terroristas Lo bueno del semblante querubínico de Saéz es que resulta convincente a la hora de enunciar absurdos. Si hubiera de hacerlo Cospedal con su gesto adusto y amenazador no quedaría tan bien. Cada cual está para lo que está y la vicepresidenta está para hacer creíble lo increíble. Si el gobierno tiene un adarme del sentido común que Rajoy suele apropiarse como si fuera de su consumo exclusivo, negociará con terroristas y con el mismo Satanás si hay una posibilidad razonable de conseguir un resultado beneficioso para la colectividad. Es más, contará para ello con toda la izquierda parlamentaria que se abstendrá de organizar el guirigay que organizaba el PP cuando era el PSOE quien pretendía negociar.
Por otro lado la misma Sáez de Santamaría hace saber que el gobierno no necesita comisiones de verificación para tratar el asunto. El razonamiento es parcialmente autodestructivo porque, si el gobierno no va a negociar con terroristas, la cuestión de la verificación ni se plantea. Si se plantea es porque dice que no, pero sí negocia. Afortunadamente. Esta comisión, por lo demás no es nada del gusto del integrismo nacionalcatólico. Son seis personas, creo, todas ellas procedentes de la Commonwealth o de lo que Churchill llamaba the English speaking peoples y uno de Sri Lanka que probablemente también será anglófono: la antiespaña protestante, la leyenda negra, la pérfida Albión. Para verificar nos bastamos y sobramos pues nos conocemos todos.
Lo que sucede es que el gobierno no se enfrenta aquí a la oposición, sino a la hostilidad de sus propias filas. Y con enfrentamientos así como campanudos, con los intervinientes lanzándose al rostro epítetos injuriosos como traidor que es muy fuerte y suena a teatro del Siglo de Oro, sin ánimo de ofender al Siglo de Oro. Y no solo de sus filas; también de las adyacentes. Rosa Díez ha lanzado otra acusación similar al PP por engañar con el asunto de los presos. No hace falta hablar de Mayor Oreja. En cuanto a las víctimas, a algunas de las asociaciones, ya solo las medidas penitenciarias las llevaron a hablar con el ministro del Interior. La nueva noticia de la posible negociación para la disolución de la banda puede echarlas a la calle.
En el fondo, Rajoy está sufriendo los vendavales que él mismo sembró cuando, con una falta de sensibilidad pasmosa, acusó al presidente Zapatero de "traicionar a las víctimas". Siempre que la derecha se pone estupenda habla como Calderón de la Barca, insisto, sin ofensa para don Pedro. El político del PP vasco que apadrina la iniciativa de medidas penitenciarias, Borja Semper, ha escrito una tribuna en El País (¡El País! ¡Qué clara está la traición!) titulada, muy euskaldunamente, Presos en la que se lamenta con amargura de Díez y Mayor Oreja. Pero estos están encendidos. Sobre todo Mayor Oreja que, de no ser por su figura corpulenta y un poco plomiza (como su mentalidad) recordaría al flamígero Elías o a Juan el Bautista. Sostiene el exministro que no solamente es un error monumental negociar nada con los etarras sino que se está cayendo en la trampa de estos que consiste en que volverán a las andadas en cuanto puedan y en una situación de mayor debilidad y desmoralización del campo constitucional.
Es tal la efervescencia en la derecha que se ha considerado obligado a intervenir el hombrre providencial, Aznar. Y, como siempre, ha dejado el campo mucho más minado de como lo encontró. Dice Aznar, casi desde la altura del oráculo de Delfos, que lo obligado en España es "cumplir la ley sin atajos ni ocurrencias". Estas verdades de perogrullo son muy dañinas, al menos mientras exista la posibilidad de que a uno lo acusen de ser innoble partidario de los atajos o un ocurrente. Un peligro que pende sobre Rajoy como una espada y blandida precisamente por quien tuvo la ocurrencia de acercar muchos presos etarras a las cárceles del País Vasco mientras alimentaba las esperanzas de un final feliz en una no negociación en Ginebra que jamás se produjo.
(La imagen es una foto de peru, lili eta marije, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 22 de març del 2012

El periodismo fábula

Esto no es ya ni periodismo basura. Es en realidad una fábula. El País informa hoy de que El Mundo trató de sobornar a dos testigos protegidos del 11-M para que se desdijesen de su declaración y así ayudasen a exculpar a Jamal Zougam, el principal condenado, a deslegitimar el juicio y sembrar dudas sobre la imparcialidad del presidente, Gómez Bermúdez.
Por descontado, todo esto supuestamente y pendiente de demostración. Pero no hay duda de que está en la línea que El Mundo adoptó desde el principio en el caso 11-M y en donde ya se produjeron hechos suficientemente alucinantes como el del condenado Trashorras, al que el periódico daba cancha cuando denunciaba ser víctima de un golpe de Estado encubierto tras un grupo de musulmanes. Una fórmula que condensa el mensaje de la derecha a la hora de interpretar el 11-M: los islamistas son una pantalla de una oscura y sórdida conspiración en la que están pringados ETA, el PSOE, sectores de la policía y algún servicio secreto, la antiEspaña, en definitiva. Su finalidad: echar al PP del gobierno mediante eso, un "golpe de Estado". Lo sostiene asimismo Aznar: el atentado trataba de acabar por la tremenda con el gobierno del PP al que no podían ganar las elecciones. Y así llevan once años dando la murga con ocurrencias tan peregrinas que las aventuras de Pimpinela Escarlata, a su lado, parecen la rutina de un regimiento prusiano, hurgando entre la chatarra y vociferando desde los titulares. Lástima que el propio Trashorras se fuera de la lengua y acabara confesando aquello tan famoso de "Mientras 'El Mundo' pague, yo les cuento la Guerra Civil". Es decir, siempre aparece El Mundo pagando a cambio de historias imaginarias, fabulosas. Y no de ahora. Ya en el asunto de los GAL, al parecer hubo pagos a Amedo para que contara una historia y no otra. Aquí se trata de imponer frente a la que el periódico y el resto de los conspiranoicos llaman la versión oficial otra que está oculta, pero acabará viendo la luz como una versión mundial (o sea, de El Mundo).
La pregunta inmediata es: ¿para qué está el periodismo, para informar sobre la realidad o para crearla y, cuando menos, inventársela? Pasa la práctica por ser "periodismo de investigacion", pero no deja de ser periodismo de agitación y bastante malo, en el fondo pésimo porque es una imitación andrajosa del mítico Watergate. En verdad no hay diferencia entre este tipo de prensa y aquel primer Informaciones de la Dictadura del que, cuando los alemanes iban perdiendo la guerra y preguntaban por esta a Hitler, el cabo austriaco decía "no tan bien como dice Informaciones pero vamos tirando".
De ser ciertas las denuncias de las dos testigos rumanas, los tratos que aseguran haber tenido con las gentes de El Mundo son casi un estudio de antropología. ¿A quién se le ha ocurrido que las rumanas valorarían, además de una ayuda con la hipoteca y una mejora en el empleo, una camiseta del Real Madrid? Yo, en lugar de los merengues me cabrearía. ¡Tratan nuestras camisetas como si fueran abalorios! Periodismo de fábula, fábula ramplona y ruin, pero fábula. Recuerda este proceder el del tabloide de Murdoch, el extinto News of the World pues plantea la misma cuestión: ¿vale todo en el periodismo? ¿Se puede hacer periodismo cometiendo delitos? Presionar, sobornar, corromper testigos son delitos, igual que las escuchas ilegales.
Uno está tentado de asimilar estas fábulas a las inocentes leyendas de la inmortalidad del héroe o del supremo villano: Elías volverá, pues no murió; Arturo regresará de Avalon porque tampoco murió; ni el rey Sebastián, ni Hitler, ni Walt Disney. Lo unico que distingue la fábula de la versión mundial del 11-M de estas otras leyendas es que está pensada para hacer daño.
(La imagen es una foto de NetraaMT, bajo licencia de libre documentación GNU).

diumenge, 11 de març del 2012

Los crímenes del 11-M.

Así, con esta mentira amaneció el infausto día 11 de marzo de 2004. Bien es verdad que Aznar mismo había llamado al parecer a los directores de los periódicos para colocarles el embuste con el que este innoble personaje pensaba ganar las elecciones tres días más tarde sobre los cadáveres de 200 personas. El diario corrigió la patraña de inmediato en cuanto comenzó a saberse que Aznar y su gente estaban mintiendo a todo el mundo con el fin de hacer cosecha electoral.
¿Qué hubiera pasado si El País no rectifica? Pues que se encontraría como hoy El Mundo, que sigue sosteniendo la mentira ya sin más finalidad que atentar contra la democracia en España y hacer todo el daño que pueda a la convivencia entre los españoles. ¿Es un problema de lentitud neuronal? Por supuesto, también. Pero sobre todo es un problema de encanallamiento moral. Quienes manipulan de este modo el sufrimiento de tantas personas durante tantos años no merecen más que desprecio. ¿Que el partido en el gobierno (el mismo que pretendió mentir a a los españoles con la autoría del 11-M) los apoya? Pues más desprecio para él. Mucha gente pretende no darse por enterada de este inmundo atropello y hacen como si estuvieran tratando con gente normal aunque equivocada. Allá cada cual. Para Palinuro quien no llama cobardes inmorales a quienes se valen del dolor ajeno para sus planes, en el fondo, los ayuda.

diumenge, 27 de novembre del 2011

Caballería roja. El arte y el comunismo.

La Casa Encendida alberga una portentosa exposición de arte soviético titulada Caballería roja. Arte y poder en la Rusia soviética, 1917-1945 con tal abundancia de material, magníficamente organizado por la comisaria, Rosa Ferré, que si se pretende contemplarla con cierto detenimiento, da para más de un día. Se ha hecho con un enorme esfuerzo de coordinación y colaboración con muchos museos de Rusia que debe aplaudirse porque el resultado es impresionante. En los cuatro espacios de exposición de la planta baja y sótano de la Casa Encendida se exhibe la mejor muestra del arte soviético, de todo él y en todas sus manifestaciones, que pueda imaginarse.

Hay cuadros de Kandinsky, Chagall, Malevich (uno suyo da nombre a la exposición), Deyneka, Brodsky, etc; carteles de El-Lissitsky, Dmitri Moor, Gustav Klutsis, Maiakosky; fotomontajes de Rodchenko y otros; música de Shostakovich y Prokofiev; libros y poemas de Ana Ajmatova u Ossip Mandelstam; novelas y relatos de Babel, Gorki, Pasternak, Pilnyak; bocetos y diseños de Meyerhold, Maiakovsky de nuevo; artefactos de Tatlin o Theremin; películas de Dziga Vertov, Eisenstein o Pudovkin; esculturas de Vera Mujina e Ivan Shadr. Treinta años de creatividad muy bien expuestos, que dan una idea de la evolución del arte soviético desde la revolución bolchevique hasta 1945, el fin de la Gran Guerra Patria, que no del estalinismo.

Sin embargo, esa idea puede resultar engañosa si el visitante no sitúa en el debido contexto la enorme afluencia de obras de arte que lo asaltan. Para hacerlo, lo aconsejable es comprar el catálogo de la exposición, una obra muy apreciable con aportaciones de especialistas en la materia. Las de Rosa Ferré, las más abundantes, son con mucho las mejores. De este modo, armado con las claves que en el catálogo se encuentran el espectador ya no corre peligro de caer en la trampa de una visión convencional del arte comunista que, de darse, vendría a ser como el triunfo póstumo de la única habilidad en la que el comunismo ha destacado con auténtica maestría: la propaganda.

En efecto, el visitante de buena fe recorrerá las salas y su primera impresión (que, muchas veces, la mayoría, es la única que se obtiene) será coincidente con la interpretación al uso de la evolución del arte soviético y que, más o menos, dice lo siguiente: con la revolución bolchevique, en vida de Lenin y durante los primeros años de la joven república soviética (hasta el ascenso de Stalin en 1927) hubo un tremendo florecimiento del arte, en medio de la libertad de creación más absoluta, un montón de genios en todas las ramas estéticas asombraron al mundo con la fuerza, la originalidad y la belleza del arte revolucionario. Es cierto que, en muchos casos, la creación procedía de las vanguardias prerrevolucionarias pero, a partir de 1917, el comunismo revolucionó no solo la política y la economía sino la literatura y el arte en general, haciendo aportaciones que todavía se imponen con fuerza. A partir de 1927, sin embargo, con el ascenso de Stalin y, sobre todo, al comienzo de los años treinta hay un giro de radical de la política artística del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), el mismo Stalin se mete en cuestiones estéticas, el más rígido dogmatismo ahoga toda creatividad artística, se instalan el realismo socialista y el culto a la personalidad, los artistas se convierten en acobardados servidores y propagandistas de la ideología pseudomarxista del estalinismo y las obras de arte son falsas, bombásticas o puro kitsch.

Esta interpretación al uso es parcialmente cierta y parcialmente no. Es cierta la segunda parte: el estalinismo significó la sumisión del arte a las obtusas directrices del PCUS, administradas por Jdanov, consuegro de Stalin y que tenía tanto sentido estético como un boniato; significó asimismo el soborno de los intelectuales y artistas que se sometieron y la persecución, la tortura, el destierro o la muerte para los que no lo hicieron. Este triste destino afectó a miles de creadores. De los seiscientos asistentes al congreso de escritores en Moscú en 1934, unos años después doscientos habían sido fusilados.

En cuanto a la primera parte, es cierto que en los primeros años de la revolución hubo una verdadera explosión de creatividad artística, pero es falso, como suele darse a entender (ya que nadie se atreve a decirlo claramente por ser claramente mentira) que tal explosión estuviera animada por las autoridades comunistas o que Lenin fomentara la creatividad artística que no estuviera estrictamente ligada a la propaganda. Más abajo volveré sobre este asunto que no es sino el enésimo intento de cargar todas las monstruosidades del comunismo sobre Stalin, salvando la figura de Lenin, cuando es claro que lo único que diferencia a Lenin de Stalin, en esto como en todo, es que el primero murió prematuramente y no le dio tiempo a llevar a cabo todos los crímenes que cometió el segundo. No obstante hizo lo suficiente para justificar este juicio que, insisto, expondré al final de la entrada.

Antes unas palabras sobre el régimen de terror de Stalin que literalmente revuelve las tripas. En 1932, el ex-seminarista pone fin a la multiplicidad de escuelas, corrientes e ismos artísticos y crea una Unión de Escritores Soviéticos. El congreso de 1934 impone la doctrina del realismo socialista y ésta se expande a todas las ramas del arte a partir de la creación en 1936 de un Comité de Asuntos Artísticos de la Unión. Los artistas y creadores que querían prosperar tenían que pertenecer a estas organizaciones; los que no lo hacían ya sabían que les esperaba el ostracismo, la persecución o algo peor. Stalin fue especialmente duro con los escritores y, en concreto, con los poetas: Maiakovsky, Yesenin y Marina Tsvetaeva fueron empujados al suicidio, Mandelstam murió en el gulag, como Shyleiko y Nicolai Punin, segundo y tercer maridos de la poetisa Ana Ajmatova, cuyo hijo, Lev Guvilev también fue deportado y murió en consecuencia. Todo esto lo encontramos en la exposición.

Es Ajmatova, precisamente, la que cuenta en su introducción al primer poema de su obra Requiem que sólo pudo publicarse en Rusia en 1987 la famosa y estremecedora historia que mejor describe el terror stalinista. Estaba la poetisa en una de aquellas colas de familiares de presos y desaparecidos que todos los días tenían que ir a la puerta de la cárcel de Leningrado a esperar durante horas con temperaturas bajo cero por ver si conseguían alguna noticia de sus allegados y que tan bien describe Grossman en alguna de sus obras, cuando una mujer que estaba detrás le susurró al oído (nadie podía hablar en voz alta): "¿puede usted contar esto?" "Sí", respondió Ajmatova, "puedo". El resultado es el poemario Requiem, que pone los pelos de punta.

Pero no fueron únicamente los poetas los perseguidos. En los años del Gran Terror (de 1934 a 1940), Stalin hizo fusilar pintores (Pavel Filonov, 1937), cartelistas fieles hasta la muerte (Klutsis, 1938), novelistas (Boris Pilnyak, 1938; Isaak Babel, 1940), cineastas (Boris Shumiatsky, 1938), dramaturgos (Vsevolod Meyerhold, 1939) o periodistas (Mijail Koltsov, 1940). La exposición contiene obra de todos, mucha de ella, paradójicamente, alabando a su asesino. Por supuesto, al ser la exposición de arte, nada se dice de la masacre estalinista de políticos, militares, médicos, científicos y gente de la calle. Aun hoy es imposible calcular cuánta gente asesinó este tirano.

¡Ah, pero es que el estalinismo fue una degeneración del comunismo, del leninismo! Lenin era otra cosa. ¿Acaso no previno en su testamento de lo que se venía encima con el georgiano al que él mismo había nombrado secretario general? Es posible que tuviera segundos pensamientos pero, en realidad, Stalin no es sino la continuación de los métodos de Lenin. Fue Lenin quien cerró la asamblea constituyente y ahogó la democracia en la cuna; fue él quien ordenó reprimir a sangre y fuego la sublevación de Kronstadt, él quien hizo fusilar al Zar y su familia, incluido el zarevich, un niño, sin juicio alguno (y mantener oculto este crimen durante años) y él quien puso en marcha los primeros campos de concentración. En realidad no es Stalin ni tampoco Lenin, es el comunismo. Con él comienza el terror y la única diferencia entre Stalin y Lenin es que éste fallece muy pronto, está muy ocupado con la supervivencia del poder bolchevique (guerra civil, comunismo de guerra, NEP) y, desde su muerte (en 1924) hasta el triunfo de Stalin en la lucha interna por sucederle (1927), los comunistas tienen poco tiempo de ocuparse de los artistas.

Es decir, el grandioso florecimiento del arte revolucionario que se abre en 1917 es posible no gracias a los bolcheviques y Lenin, sino, al contrario, gracias a que los bolcheviques y Lenin estaban ocupados tratando de sobrevivir. Así se desarrollaron las vanguardias, o los grupos de artistas, como el Proletkult o Lef, por cierto, todos ellos sinceramente bolcheviques y revolucionarios. De todo esto hay magníficos ejemplos que suspenden el ánimo en la exposición. En punto a producción artística, la Rusia bolchevique no tenía nada que envidiar a la Alemania de Weimar. Y si en ésta hubo expresionismo o la neue Sachlichkeit, en Rusia hubo futurismo, constructivismo, acmeísmo, suprematismo o productivismo. Otro curioso parecido que se daría unos años después entre Alemania (ahora la nazi) y la URSS fue la persecución de las formas artísticas que disgustaban a las respectivas tiranías y ambas bajo el mismo nombre: "arte degenerado".

Pero todo ello no gracias a Lenin, sino a pesar de él. El fundador del bolchevismo no tenía inquietudes artísticas y sus gustos eran conservadores, por no decir del montón. Odiaba las vanguardias (para vanguardia ya estaba él) y los ismos. Su único interés en el arte residía en su faceta propagandística y por eso apoyó el cine, puso al dramaturgo Anatoli Lunacharski al frente del comisariado de arte y facilitó que se crearan aquellos trenes que llevaban los documentales de Dziga Vertov por los pueblos de la estepa. Pero ahí se acababa su preocupación y en el resto fue tan arbitrario y censor como Stalin sólo que mucho menos eficaz. Si Nadia Krupskaia iba al teatro y no le gustaba la obra, el dramaturgo recibía un aviso, igual que cuando Stalin iba al estreno de, por ejemplo, la Lady Macbeth de Shostakovich, no le gustaba y, al día siguiente, la Pravda cargaba contra una música que no era tal, sino un caos burgués, asunto peligroso que podía llevar al creador al gulag. Fue Lenin quien mandó al exilio a docenas de intelectuales y creadores, desde el novelista Evgenii Zamiatyn hasta el filósofo Nicolai Berdiaev, pasando por el sociólogo Pitirim A. Sorokin. Y fue igualmente Lenin quien hizo fusilar en 1921 a Nicolai Gumilev, primer marido (divorciado) de Ana Ajmatova, bajo la acusación de conspiración monárquica. Aún no se había descubierto la práctica de torturar y fusilar gente bajo la acusación de trostkistas. Es el estalinismo, es el leninismo, es el comunismo en definitiva, el que ahoga toda libertad creadora y, cuando puede, termina con los mismos creadores.

Una última noticia respecto a otro episodio siniestro de abyección de los intelectuales y artistas en la Unión Soviética que se encuentra documentado en la exposición y del que da cumplida cuenta el catálogo. En 1934, Maxim Gorki pone en práctica su teoría de que los escritores deben trabajar en brigadas como los proletarios y escoge a ciento veinte autores para escribir un libro glorificando la construcción del canal de Bolomor, que unió el mar Báltico con el el mar Blanco con una longitud de 227 kms. Era una de las grandes obras emblemáticas del estalinismo y no sólo por la proeza de ingeniería. Lo que Gorki y los demás escritores al servicio de Stalin celebraban era el hecho de que la obra fuera, además, una comprobación de las doctrinas comunistas sobre la regeneración de los presos mediante el trabajo forzado. Porque el canal -que los ciento veinte autores visitaron mientras se construía- fue obra de presos que lo hicieron picando el granito casi con las manos. Es decir Gorki y los autores estalinistas no tuvieron inconveniente en glorificar el gulag.

Relación de imágenes:

Primera: Kasimir Malevich, Caballería roja (h. 1930).

Segunda: El Lissitsky, Derrotad a los blancos con la insignia roja. (1920).

Tercera: Kuzma Petrov-Vodkin, Retrato de Ana Ajmatova (1922).

Cuarta: Isaak Brodsky, Stalin (1933).

Quinta: Stepan Karpov, La amistad de los pueblos (1922-24).

Sexta: Vera Mujina, El trabajador y la koljosiana (s.d.).

Séptima: Gustav Klutsis, Viva la URSS (s.d.)

dilluns, 31 d’octubre del 2011

El programa de los ricos.

Rajoy retrasó cuanto pudo la exposición de su programa electoral pero, al final, no hay modo de mantenerlo oculto, aunque sí sea posible maquillarlo de tal forma que no se sepa lo que dice, o no se entienda o diga lo contrario de lo que en verdad se pretende. Todo lo cual tiene su mérito, como puede verse en el resumen que hoy adelantan los periódicos de lo que aprobará el Comité Ejecutivo Nacional.

El programa electoral de la derecha, según criterio general, es ambiguo, impreciso, como viene siendo Rajoy desde que se ve a tiro de piedra de La Moncloa. Un programa moderado, al igual que el candidato se define a sí mismo: moderado. Pero lo llamativo no es que el programa tenga estas características. Un programa moderado tiene tanto derecho a existir como uno radical. Será el electorado el que decida. Lo llamativo es que ese programa contradice dos datos reales de modo frontal: a) no coincide con el radicalismo de la oposición del PP durante estos tres últimos años, ni con el catastrofismo de sus juicios, ni con su insistencia en que, pues nos encontramos en una situación límite, deben aplicarse reformas "valientes", "profundas"; b) tampoco coincide con lo que la derecha está haciendo allí en donde gobierna, en Madrid, Valencia o Castilla La Mancha, entre otros lugares, esto es, aplicando esas medidas "valientes" y "profundas" que están ausentes en el programa en forma de drásticos recortes en la sanidad y la educación, por ejemplo. Lo llamativo es que alguien diga que no piensa hacer lo que está haciendo.

El programa electoral del PP se alimenta de la vieja ideología neoliberal de reducir el Estado y bajar los impuestos a las rentas más altas con el argumento de que, al disponer éstas de más dinero, invertirán y crearán empleo. Como si no existieran los paraísos fiscales acerca de los cuales, si no me quivoco, nada se dice. Se emplean varios eufemismos, como bajar los impuestos a las Pymes y a los "emprendedores", término con menos connotaciones que "empresarios". También se pretende bajar los impuestos al ahorro a largo plazo; dado que el ahorro no tributa, se refiere al capital y sus beneficios. Se habla de una reforma laboral que permitirá bajar más los salarios y se pretende eliminar los convenios colectivos, sustituidos por los de empresa, lo que deja a los trabajadores literalmente a merced de los empresarios en condiciones que, a no dudarlo, frisarán con la esclavitud. Es decir las líneas de un programa electoral de clase están claras. ¿Cuánto nos apostamos a que lo primero que suprime Rajoy es el derecho de huelga de los funcionarios, que tanto molesta a Esperanza Aguirre?

Hay un silencio revelador acerca de la sanidad y la educación. Sólo se sabe que Rajoy declara que no le "gustaría tener que tocar la sanidad y la educación". ¿Qué va a decir? ¿Que le gustaría? Las recortará pero que quede claro que a disgusto. A la hora de acusar el golpe, es de esperar que el pueblo llano recuerde con cuánto disgusto se toman las medidas que lo acogotan, aunque para entonces ya no habrá remedio. La vía está marcada en las comunidades madrileña y valenciana: sanidad y educación de calidad para los ricos. Los otros, resignación cristiana.

En derechos sociales el panorama es bastante oscuro. Habrá, dice el programa, una reforma de la ley del aborto para proteger el derecho a la vida, es decir, se restringirá el derecho al aborto. En qué medida, dependerá de la mayoría parlamentaria con la que se cuente y del predominio que en ella ejerzan los más integristas. Y, desde luego, los homosexuales pueden despedirse de su derecho a contraer matrimonio; algo tan obvio que ni se menciona.

El programa compromete al gobierno del PP a "no negociar con terroristas", lo que es una afirmación sorprendente por dos razones: primera porque nadie está negociando con terroristas (aunque Mayor Oreja sostenga lo contrario pertinazmente); y segunda porque lo que resta por hacer, después del fin de ETA, no es negociar, sino dialogar para normalizar el País Vasco de una vez. Si por "no negociar" se entiende "no dialogar", la normalización puede truncarse.

Comparando el programa electoral del PP con el del PSOE es incomprensible que alguien pueda sostener que son lo mismo. ¿Cómo va a ser lo mismo bajar los impuestos a las rentas más altas que subírselos; recortar los derechos sociales que mantenerlos y ampliarlos; suprimir la sanidad y la educación públicas que mantenerlas, no dialogar que dialogar, eliminar los derechos laborales que protegerlos? ¿Qué fines reales persiguen quienes sostienen que son lo mismo? ¿No son los del PP?

dissabte, 22 d’octubre del 2011

La vida sigue.


Entrevista de Josep Cuní a Eulàlia Lluch,
filla d'Ernest Lluch
.




Hace unos días un analista político cuyo nombre no he retenido afirmaba en un buen artículo que un eventual fin de ETA no incidiría en el cantado resultado electoral del 20-N porque la gente ya lo daba por descontado y no le preocupaba. Lo decía con conocimiento de causa y basado en buenas razones. Según el último barómetro del CIS, de septiembre, el terrorismo preocupaba al 3,7 por ciento de la población y era la octava causa de inquietud siendo la primera el paro (80 por ciento), la segunda los problemas económicos (49, 6 por ciento), etc. El terrorismo no alcanza el 10 por ciento desde abril de 2010. Hace diez años podía llegar al 70 por ciento y ser la primera causa de preocupación. Son otras hoy las congojas de los ciudadanos. Era pues razonable concluir que el fin del terrorismo no tendría impacto.

Sin embargo, ayer fue el asunto por excelencia. Opinaron todos los políticos nacionales y algunos extranjeros (Obama, Sarkozy, Cameron, Santos, etc). En los medios fue la única noticia. No la deuda, ni la crisis, ni los empresarios: ETA. En la prensa, la radio y la TV y no digamos las redes. En noticiarios y tertulias. Sólo se habló de ETA. Los patronos vascos se felicitaron y la Conferencia Episcopal Española aprovechó la ocasión para pedir el voto al PP y, de paso, dijo una de esas solemnes perogrulladas que dicen los del capelo : que el terrorismo es intrínsecamente perverso. Un descubrimiento.

Y todo este ruido, esta cacofonía, esta batahola por un comunicado de la banda que muchos consideran poca cosa, business as usual; otros un dulce empozoñado ; otros un regalo electoral a los cómplices del PSOE; otros un ejercicio de retórica socarrona; otros un señuelo para distraer la atención mientras la banda se rearma e così via. Y todo con la poco digna intención de rebajar las expectivas electorales del PSOE reduciendo la importancia del hecho, de anular el impacto que decía el analista que no iba a producirse y sí está produciéndose. Como se prueba precisamente en el zafarrancho general para evitarlo.

¿Qué pasaba entonces? Que en efecto, la gente ya sabía hace meses que ETA estaba derrotada y se había preparado para su final sin armar grandes alharacas. Pero es que en el terrorismo la gente llevamos más de treinta años reprimiendo alharacas, sofocando sentimientos, aguantando situaciones terribles, bárbaros asesinatos en masa como el de Hipercor, sin perder los nervios, controlándonos, apoyando siempre a los gobiernos. Pero eso no quiere decir que los sentimientos sofocados no existieran. Han existido y siguen existiendo. Pero van por dentro. La alegría del fin de ETA también ha ido por dentro. La hemos exteriorizado los plumillas, los opinantes en público, los parlanchines, tertulianos y predicadores en general. Pero la gente la sentía en su fuero interno y está todo el mundo muy interesado en lo que suceda ahora porque ahora, el contencioso, el llamado conflicto, se traslada a los tribunales de justicia y las crónicas judiciales apasionan a la opinión.

Y vamos a eso del conflicto. Dice la izquierda abertzale que el comunicado de ETA no cierra el conflicto político. Tan profundo como lo de los obispos. Claro que no cierra el conflicto político ni ningún otro conflicto. Lo que cierra es el asesinato. Todos los conflictos siguen vivos. Alguien debe enseñar a los hasta ayer amigos de los pistoleros cosas elementales como que la sociedad no es otra cosa que cientos de conflictos cruzados, de todo tipo y condición: religiosos, económicos, sociales, de género, nacionales, etc. Si partimos de la idea de que un conflicto es aquella situación en que alguien quiere algo que otro no quiere darle, la vida social es conflicto. Y la democracia es el mejor sistema político porque garantiza que los conflcitos se canalizan civilizadamente; no que se resuelvan porque ese es otro asunto que depende de mayorías y minorías. Para entender esto es necesario a su vez aceptar que el conflicto que a uno le parece esencial, prioritario, único en realidad, puede que no se lo parezca así al resto de la sociedad que tiene otros conflictos. Si uno renuncia a imponer la solución de su conflicto preferido a tiros tiene uno que aceptar que a la gente el conflicto de uno le parezca irrelevante. Que se haya defendido por medios criminales no lo hace más urgente ni más real.

Porque, cuando callan las armas, la vida sigue. Y parte de este seguimiento es que, mientras ETA no se disuelva, las autoridades también seguirán deteniendo etarras y poniéndolos a disposición del juez por pertenencia a banda armada, posesión de armas y los demás delitos en que continúen incurriendo. Y eso no forma parte del "conflicto político", no es político. Es criminal.

(La imagen es un cuadro de Thomas Hart Benton, abuelo de la pintura estadounidense actual, escuela neoyorquina, titulado América hoy. Actividades ciudadanas con suburbano, pintado en los últimos años veinte).

divendres, 21 d’octubre del 2011

España sin ETA.

Cuando Pérez Rubalcaba llegó al ministerio del Interior traía dos objetivos prioritarios: reducir la siniestralidad en las carreteras y acabar con ETA; dos graves problemas de los españoles de muy distinta naturaleza. Los ha conseguido. Ahora, lo lógico es votarlo para que, como presidente del Gobierno, gestione la definitiva normalización democrática del País Vasco y del conjunto de España.

Las comparecencias de ayer de Zapatero y Rubalcaba en sendas ruedas de prensa fueron ejemplares. Los dos hubieran podido recordar que en su combate contra ETA tuvieron que superar los ataques de una oposición empeñada en utilizar la lucha antiterrorista como arma para desgastar al gobierno y obtener réditos electorales. Zapatero hubiera podido recordar aquella infamia de Rajoy de que estaba traicionando a las víctimas de ETA. Rubalcaba, las continuas acusaciones de estar negociando con ETA -él, que siempre se opuso a toda negociación de este tipo-, y de no querer el fin de la banda, coronadas por la última canallada de acusarlo, así como a sus subordinados, de colaboración con banda armada.

Pero ninguno de los dos lo hizo sino que ambos rindieron tributo a las víctimas, a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y atribuyeron la victoria sobre los pistoleros a la unidad de las fuerzas democráticas y la colaboración de Francia. Bien cierto; esa es la perspectiva adecuada para afrontar el próximo futuro en que será necesario gestionar con acierto la multiplicidad de problemas que plantearán las secuelas de una actividad criminal que ha durado decenios, ha hecho destrozos enormes en la convivencia democrática y ha dejado heridas que habrá que sanar con tesón, habilidad y generosidad. Sigue siendo imprescindible la unidad de las fuerzas democráticas y a ello irá orientada probablemente la mayoría de los comentarios que se lean en los próximos días.

El comienzo de la nueva etapa, sin embargo, deja ya ver claroscuros. En su comparecencia ayer Rajoy se mostró manifiestamente incómodo por cuanto el destino parece repetirse y, cuando ya se ve triunfador en las próximas elecciones, un hecho repentino puede volver a dejarlo en la estacada. Trató de rebajar la trascendencia del momento afirmando que, si bien era un paso importante, no era el decisivo que no llegará hasta que la banda se disuelva de forma irreversible. Se adivina que esa será una de las líneas principales del ataque de la oposición conservadora. Pero Rajoy no tuvo más remedio que reconocer que se trata de una victoria porque no se ha pagado precio político alguno por el cese definitivo de la violencia. Un reconocimiento que deja en evidencia a Aznar y a Mayor Oreja quien aún ayer decía que el gobierno y ETA negociaban un fin sin fin.

La actuación del PP en este campo ha consistido en impedir como fuera que el gobierno socialista capitalizara el fin de ETA. Se negó a asistir a la conferencia de paz de Donostia hace unos días y sus trompeteros mediáticos arrojaron toneladas de basura sobre los participantes, siguiendo el ejemplo del inefable Aznar que no ha mucho acusaba al gobierno de suplicar y mendigar gestos de ETA. A eso es a lo que llaman colaborar en la lucha antiterrorista. Ayer también Esperanza Aguirre, que tiene la virtud de reducir siempre las cosas al absurdo, trataba de desmerecer la noticia asegurando que los comunicados de ETA tienen credibilidad cero. En efecto, es la línea que va a adoptar la derecha, la de aquí no ha pasado nada. Como ETA cuando se restauró la democracia en España sostenía que "aquí no ha pasado nada" y siguió asesinando, la derecha seguirá atacando al gobierno, diciendo que negocia con ETA y que Rubalcaba colabora con los terroristas.

A esta posición bastante ignominiosa ayuda la actitud intransigente de algunas asociaciones de víctimas que se reservan el derecho a decir que el terrorismo sólo habrá acabado cuando se cumplan las condiciones que ellas establecen. Y, entre tanto, también proseguirán en sus ataques al gobierno.

Sin embargo dos cosas están claras: 1ª) las víctimas tienen mucho peso moral y merecen el reconocimiento del conjunto de la sociedad. Pero las decisiones colectivas que afectan a ésta son competencia de las instituciones demócraticas legítimas, en especial el Parlamento. 2ª) La derrota de ETA es un logro indiscutible del gobierno de Zapatero, algo por lo que éste ha sacrificado mucho y por lo que sin duda pasará a la historia. La pieza esencial de ese gobierno, la que ha convertido en realidad el deseo de millones de españoles es Rubalcaba quien se ha ganado limpiamente el derecho a ser a su vez presidente.

Hay un tercer personaje que ha sido decisivo en la derrota de ETA, sin el cual ésta no se hubiera producido y a quien todavía no he visto mencionado en la catarata de parabienes que llueven sobre España: el juez Garzón. Zapatero dirigió el aspecto institucional de la lucha antiterrorista; Rubalcaba el policial; y Garzón el judicial. Fue su idea de llevar la lucha contra ETA al terreno de sus apoyos sociales, económicos, culturales, la que acorraló a la banda y la puso al alcance de la policía.

Garzón, sin embargo, está esuspendido, en una especie de exilio y perseguido judicialmente en su país, lo que es literamente una vergüenza y un baldón sobre la alegría que produce el fin del terrorismo. Si Rubalcaba gana las elecciones y es presidente del gobierno debiera contar con este juez que, como todos los seres humanos, se habrá equivocado alguna vez, pero es la honra de la profesión judicial.

(La imagen es una foto de www_ukberri_net, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 2 d’octubre del 2011

Fuga de ETA.

La Conferencia Política del PSOE siguió ayer su curso con los trabajos de las comisiones. Trataban éstas de los puntos del programa: igualdad, democracia, economía, etc. Debates sobre textos y enmiendas que podían ser asumidas, transaccionadas, subsumidas y, obviamente, rechazadas. Eso de subsumir enmiendas tiene gracia. El interés estaba también en los pasillos por los que pululaban los barones, un par de ellos con imperio y todos los demás, almas en pena, sine imperio. En fin, mañana recuperará Palinuro las impresiones de la Conferencia cuando se sepan las conclusiones y haya hablado Rubalcaba como Moisés descendiendo del Sinaí con las tablas del programa electoral.


Fuga de ETA.

La obra está acabando. Se oye ya el tema final, ¡Oh, Señor, líbrame del Mal!. Es una polifonía abigarrada: de un lado se escuchan las voces de ETA (que se apaga), Bildu (que va in crescendo), EKIN (que se calla), Aralar (que apoya), la "izquierda abertzale" (primer coro) y los presos (segundo coro); de otro las de las Asociaciones de Víctimas, el gobierno central, el autonómico y (con matices) el PNV y, como tercera variante, la recientemente constituida Comisión Internacional de Verificación (CIV).

El problema es que el contrapunto no funciona. La parte independentista es un vivo batiburrillo en todas las tonalidades. La otra parte, que llamaremos "no independentista" (sin querer herir la sensibilidad del PNV), mantiene una sola tonalidad. La Comisión, por último, aún no ha sonado, aunque probablemente lo hará en armonía con la parte no independentista.

La polifonía independentista es sumamente variada: ETA está en tregua, dedicada al género espistolar, y se ha comprometido a colaborar con la CIV. Bildu construye patria y exige del gobierno español que "dé pasos" en respuesta a los pasos que dan los suyos. EKIN ha dado el último paso, tirándose por el abismo. Aralar anima a que se "avance" en el proceso, lo que es una variante de los "pasos". La izquierda abertzale formula la respuesta colectiva en forma de manifestación frente a cada alevosa medida del Estado español en contra de la gran patria vasca. Los presos, por último, son como las plañideras, como el amargo lamento de los que penan dentro cuando los de fuera ya ni pegan tiros.

El contrapunto a esta melopea es el empecinamiento de la parte no independentista en exigir como paso previo, antes de nada, antes de mover un dedo, la disolución explícita, real y verificable de la banda. Hasta la aparente variación de los diez puntos del Lehendakari López implica que el acercamiento de los presos etarras (que el otro bloque llama políticos) depende de que se dé el requisito de la disolución de ETA. El contrapunto no funciona. No hay melodía.

Y la cosa puede complicarse cuando hable la Comisión, con la que ETA dice que colaborará. Porque lo más probable es que la Comisión diga que el primer paso (a estas alturas el enésimo pero, en todo caso, imprescindible) es que ETA deponga las armas. A continuación se planteará el problema de si el Estado puede aceptar la interlocución con ETA y en calidad de qué. Pero ETA tiene un problema previo mucho más grave: ¿puede no deponer las armas si la CIV se lo exige? Poder, puede; pero, si lo hace, se pondrá ya decididamente enfrente de la izquierda abertzale, lo que sería su final. Así que lo más probable es que sea ella misma la que, como un gesto de buena voluntad para facilitar el proceso, se disuelva.

A lo mejor estaba pensado así desde el principio, como una salida honrosa para una voz que ya no armonizaba con nada, que se salía de la escala, que era un eco monstruoso de un acorde del pasado. Y ojalá así los demás en España podamos dedicarnos a pensar en otras cosas que no sean la unamuniana agonía de los vascos consigo mismos.