Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris República.. Mostrar tots els missatges
Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris República.. Mostrar tots els missatges

diumenge, 14 de febrer del 2016

La rebeldía catalana

Aquí mi artículo de hoy en elMón.cat sobre lo que dice el título: la rebeldía catalana. El mundo independentista es complejo, abigarrado y complicado. Hay muchos catalanes deseando romper con España en todos los aspectos y circunstancias, sin matiz alguno. Hay otros que quieren romper con España por lo que España significa, por su historia, trayectoria y forma de estar en el mundo, que quizá no quisieran romper si España fuera de otra forma, más civilizada, abierta, tolerante, democrática.

Pero no es el caso. Y eso se ve con toda claridad en el modo de enfrentarse a la monarquía española. Hay mucha gente en el Estado de izquierda, de tradición republicana pero, hasta la fecha, nadie ha hecho nada por activarla y convertirla en hechos. Al contrario: si alguien plantea la conveniencia de hacer un referéndum sobre Monarquía/República, se echa encima racimos enteros de políticos, personalidades y personajes de la derecha, el centro y la sedicente izquierda sosteniendo que es una iniciativa inoportuna, que "no toca", que no es algo importante para los españoles, etc. Por supuesto: iniciativas institucionales, como la del Ayuntamiento de Arenys de Munt en Cataluña, de declarar persona non grata a Felipe VI, ni hablar; o las de otros ayuntamientos y municipios catalanes, de retirar nombres, nombramientos y honores a laos Borbones, la Corona o el trono. Todavía menos. En España los dos partidos mayoritarios son dinásticos, cortesanos y los republicanos rezongan por los rincones, pero no hacen nada.

En Cataluña sí emerge un sentimiento antimonárquico y republicano con apoyo popular y eso es ya una buena señal para el republicanismo español. Si alguna esperanza tiene este de que llegue una IIIª República, vendrá en la estela de la lucha de la Cataluña republicana.

A continuación, la versión española del artículo.

La rebeldía cotidiana

(A Muriel Casals)

¿De qué está hecha la historia de las naciones? ¿De grandes batallas, tratados, descubrimientos, declaraciones o de actos menores, diarios, habituales? Las bombas destrozan rocas en un instante, derriban murallas que pueden reconstruirse. La lluvia y el viento las erosionan con la fuerza de los siglos, de modo imperceptible y cambian el paisaje para siempre.

Dice Puigdemont que un día los ciudadanos escucharán por la radio la noticia de la independencia de Cataluña. Por la radio, la tele o internet, que los tiempos cambian, President. Pero, para entonces, no será una noticia sorprendente, un scoop, sino la confirmación de una situación de hecho a la que todo el mundo se habrá venido acostumbrando como el normal día a día de la existencia cotidiana. La conclusión de un proceso que había comenzado mucho antes, encarnado en la vida de las personas.

La desconexión de Cataluña no es solamente cosa de las declaraciones solemnes en sede parlamentaria o las medidas de gobierno con sus formalidades, sus proyectos y evaluaciones. Nada de esto serviría si no viniera apoyado en la voluntad firme, sostenida, generalizada, de la población de aplicarla en su vida ordinaria, en el normal quehacer y la rutina diarias.

Arenys de Munt ha declarado persona non grata en su término municipal a Felipe VI. Los historiadores cortesanos ya estarán glosando el insólito hecho del Rey al que sus súbditos rechazan y en cuyos territorios no puede pisar. En la realidad es un hecho que la supervivencia del Estado depende de su libre aceptación por los gobernados y, no dándose esta, de su capacidad de imponerla por la fuerza. Al día de hoy, la Monarquía española no tiene la primera ni puede recurrir a la segunda. Y ello por los actos libres, concretos, cotidianos, de los habitantes, los que crean conciencia.

En otros casos, son las propias personas no gratas las que facilitan la tarea de la desconexión y dejan patente que no hay otro camino, como cuando García Albiol se ausenta con pompa y circunstancia de un acto de la Generalitat porque en él se falta al respeto al gobierno de España. Se va de donde no le quieren y con él se lleva la representación de un gobierno que no estaba invitado, sino expresamente rechazado en la ceremonia porque no había contribuido un céntimo a la inversión que allí se celebraba.

Es la vida cotidiana la que encauza los rumbos divergentes de España y Cataluña. Cuando Puigdemont reúne el cuerpo consular en Barcelona, el presidente del gobierno español gimotea desde el bunker de La Moncloa que se trata de un acto “lamentable e inconstitucional”. Pero no tiene medios de evitarlo porque, en verdad, el Estado hace ya tiempo que ha hecho dejación de sus responsabilidades en Cataluña.

Y no es de extrañar si se calibra adecuadamente la paradójica situación del Estado y la eficacia de sus aparatos represivos e ideológicos cuando se comprueba que los dos partidos dinásticos, mayoritarios en España, PP y PSOE, con el añadido del tercer partido nacionalespañol, C’s, que en total suman más de dos tercios de escaños de la Cámara, no pueden concertar su acción ni siquiera en el único punto en el que están de acuerdo: frenar la independencia de Cataluña, de Cataluña la republicana.

El municipio de Arenys de Munt es un episodio más de un sentir generalizado en Cataluña y que se reitera una y otra vez en la vida de otros ayuntamientos y localidades, cuando se priva al monarca reinante de honores concedidos otrora en condiciones muy distintas o cuando se suprimen los símbolos callejeros de su presencia, de la institución que encarna o los títulos que ostenta. Arenys de Munt es un ejemplo, una adelantada de un sentimiento que ha ha tomado cuerpo en Cataluña entera: en realidad, Felipe VI es persona non grata en Cataluña entera y eso que debe de ser el primer Borbón que, por necesidad, se ha visto obligado a hablar catalán.

Con él, los catalanes rechazan la Monarquía borbónica, tres veces restaurada en España en doscientos años, la última por obra de una pronunciamiento militar fascista que fue dirigido contra la libertad de España y muy especialmente de Cataluña. Y ese sentimiento antimonárquico que se presume en España pero los españoles son incapaces de imponer es el que los catalanes expresan día a día, hora a hora, pacífica y democráticamente, en su vida cotidiana camino de la independencia.




dissabte, 9 de gener del 2016

Gobierno en Cataluña

Mi artículo de elMón.cat. Menuda lección de política de altos vuelos ha dado Mas a todo el mundo. Ya quisiéramos tener en España alguien de esta categoría, alguien capaz de diseñar una salida de este calibre al lío catalán, encauzarlo y poner de nuevo la máquina en movimiento con la elegancia de quitarse del medio. Alguien capaz de explicar el asunto en catalán, español, inglés y francés, a diferencia del pobre hombre de La Moncloa, que no sabe ni expresarse en su lengua. Y alguien capaz de recuperar el movimiento, a toda velocidad y con garantías de estabilidad para llevar a cabo su programa porque, además, ha aniquilado a la CUP. Pero no quiero adelantar el contenido de Palinuro de mañana.

De momento, dejo el artículo de hoy, después de haber visto las negociaciones y seguido la rueda de prensa de Artur Mas. A continuación, la versión castellana:

Se va, pero se queda

Un paso al lado es un paso al frente. Un presidente en funciones es un presidente permanente. Un expresidente es un presidente que se hace a sí mismo.

De él se dirá que puso el proceso en marcha, lo sostuvo contra los ataques, fue procesado por él y lo salvó cuando lo necesitaba sabiendo que hacer renuncia a lo formal salvaguardaba lo material y esencial. Se dirá que, llegado el momento de hacer realidad lo que se dice, hay quien lo hace y quién no. Que la prioridad retórica se convierta en realidad.

Se dirá que fue él quien supo poner el país por delante de su partido y de su persona, entendiendo por el país, la gente que lo habita. Toda la gente.

Y sobre todo se dirá que saber convertir una retirada y una derrota fáctica a corto plazo en una victoria política y moral a largo plazo no está al alcance de cualquiera, sino solo de los grandes.

Con su decisión de ayer, Artur Mas ha dejado de ser el presidente en funciones de la Autonomía catalana para pasar a ser el presidente in péctore de la próxima República catalana, su fundador.

Eso en cuanto a los aspectos morales de la decisión de ayer. Pero esta dimensión moral vino encajada en un marco pragmático que asegura que tanta inteligencia y tanto sacrificio, tanto tesón y tanta paciencia no vayan a perderse después en las contingencias caprichosas de la política práctica. Ese marco pragmático consta de los siguientes elementos:

El presidente, Carles Puigdemont, propuesto por el propio Mas, goza de su confianza antes de solicitar la del Parlamento.

Dos diputad@s de la CUP pasan a integrarse en el grupo parlamentario de Junts pel Sí y, actuando al modo de los antiguos rehenes en las guerras del pasado, garantizan la estabilidad del gobierno de la Generalitat para los próximos 18 meses.

En asunción de sus errores, dos diputad@s de la CUP causarán baja y serán substituid@s por otr@s dos como garantía suplementaria de la dicha estabilidad de gobierno.

El grupo parlamentario de la CUP se compromete a apoyar siempre al gobierno de JxS y a no votar nunca en ningún caso con los grupos contrarios al derecho a decidir. Los tres meses de negociaciones hasta la fecha han mostrado qué disfuncionales pueden ser las sorpresas y altibajos en la realización de un proyecto colectivo de todo el país, que no puede estar a merced de lo que decidan grupos movidos por lealtades parciales.

El gobierno llevará adelante la hoja de ruta en los 18 meses hasta preparar el nuevo escenario que, elecciones mediante, pueda alumbrar el camino a la República catalana.

Obviamente, esta decisión –de una complejidad, sutileza e inteligencia notables- aleja el peligro de elecciones nuevas que, como dijo Mas, solo podrían traer caos a Cataluña. Igualmente tranquiliza a la població, especialmente los votantes independentistas, que ven compensadas sus tribulaciones últimas con un acuerdo que, sobre su altura moral, añade una seguridad pragmática que garantiza el cumplimiento del programa previsto.

En ningún momento se ha mencionado que este acuerdo se hace en un contexto de especial debilidad del Estado que carece de gobierno; el que tiene en funciones está absolutamente desprestigiado en el interior y el exterior y no parece que vaya a resolver este desconcierto en el corto plazo por la evidente incompentencia de los políticos españoles que, sumados todos ellos, no dan un Mas. Porque en todo conflicto –y el de Cataluña/España lo es- no basta con que las propias fuerzas estén preparadas y tengan un mando esclarecido. Si, además, el adversario carece de preparación y de mando, la tarea se facilita.

Todo lo anterior se refiere al pasado y sobre todo al presente. Pero la comparecencia de Mas, añadió a su dimensión de político la de estadista que indudablemente tiene y perfiló también el futuro. Habló de los costes y los beneficios de la decisión, tanto personales como institucionales que, por supuesto, están mezclados. Y ese parlamento fue más importante aun que el propio acuerdo que glosaba porque acabó siendo la verdadera garantía del proceso, la que todo el mundo entendió aunque no se formulara: él se va, pero se queda.

Mas no abandona la política, queda como expresidente y, por si alguien duda del alcance de sus palabras, aclaró que las competencias del expresidente las decidiría él mismo. El modelo del dualismo Putin/Medveded quedaba esbozado. El expresidente tutelará el rumbo a la República con todas las consecuencias, incluidas, claro es, las amenazas judiciales españolas.

Además dedicará los 18 meses en cuestión a refundar CDC, muy probablemente a lo largo de la línea de un movimiento con cierto eco gaullista y, al final, deja abierta la puerta a la posibilidad de presentarse a las próximas elecciones como legítimo aspirante a ser el primer presidente de la República catalana de la que ya lo es in péctore desde ayer.

dimarts, 27 d’octubre del 2015

Hoy, la República.


Los dos discursos de Julià de Jòdar y Carme Forcadell dejan claro que este Parlamento acaba de inaugurar la ruta hacia la República catalana. Como se sabe, Forcadell recibió 77 votos, cinco más de la suma de JxS y la CUP y que, obviamente, proceden de Catalunya Sí Que Es Pot, con lo cual se comprueba la opinión de que esa alianza está dividida y no tiene opinión unánime. Otra cosa es que el líder de Podemos, Iglesias, haya entendido el mensaje cuando dice que los cinco votos de su formación a Forcadell no son un respaldo al gobierno de Mas sino una muestra de que Podemos son los únicos que pueden hablar con todo. É ben trovato, pero falso. Está claro que es un intento de hacer de necesidad virtud. Ni siquiera es seguro que el propio dirigente supiera que había cinco votos a favor de Forcadell entre sus diputados. Más legítimamente podremos decir que el independentismo en el Parlament no son 72 diputados, sino 77. Los indepes ganaron el plebiscito.  

Me gusta el título que se ha elegido para la mesa redonda: de la revolució a la República. Me encuentro como en casa. Sin falsa modestia, fui uno de los primeros en calificar el proceso independentista catalán de revolución. Por supuesto, con los consabidos matices de que se trata de una revolución de nuevo tipo y sin precedentes. Y, como republicano acendrado, nada puede agradarme más que un proceso político termine estableciendo una república, esto es, un sistema en el que todos los cargos públicos son electos por los ciudadanos, incluido el Jefe del Estado. Y no quiero mirar a nadie.

Porque la única fuente de legitimidad del poder (en la medida que el poder, cualquier poder, tenga aspiraciones a ser legítimo) procede del pueblo.

Allí nos veremos. El momento es molt interessant.

dilluns, 26 d’octubre del 2015

Mañana, la República.

Mañana, 27 de octubre, Palinuro participará en un acto/mesa redonda con Vicent Partal, director del digital Vila Web, en Barcelona, en el Casinet d'Hostafrancs, c/ Rector Triadó, 53, a las 19:00.

Según el tenor de la declaración que haga hoy el Parlament de Cataluña, el encuentro estará más o menos animado. Mejor dicho: más o menos encendido, porque animado lo estará en todo caso, dados los tiempos que estamos viviendo. 

Me gusta el título que se ha elegido: de la revolució a la República. Me encuentro como en casa. Sin falsa modestia, fui uno de los primeros en calificar el proceso independentista catalán de revolución. Por supuesto, con los consabidos matices de que se trata de una revolución de nuevo tipo y sin precedentes. Y, como republicano acendrado, nada puede agradarme más que un proceso político termine estableciendo una república, esto es, un sistema en el que todos los cargos públicos son electos por los ciudadanos, incluido el Jefe del Estado. Y no quiero mirar a nadie.

Porque la única fuente de legitimidad del poder (en la medida que el poder, cualquier poder, tenga aspiraciones a ser legítimo) procede del pueblo.

Allí nos veremos. El momento es molt interessant.

dijous, 16 de juliol del 2015

La República catalana de Podemos.

La presentación ayer de la lista única ha abierto la caja de los truenos en Cataluña. De los truenos, los relámpagos y otros meteoros, incluso las auroras boreales. Las reacciones se han sucedido en cascada hasta llegar a términos casi de delirio.

Empezó la CUP desmarcándose con muy plausibles razones y clarificando su posición con bastante congruencia. Es una fuerza de izquierda independentista que quiere distinguirse de lo que considera el oportunismo de ERC y, al mismo tiempo, apoyar el proceso soberanista. Y pretende recoger votos entre electores que, no siendo independentistas, son de izquierda y no tragan la alianza con el nacionalismo burgués de Convèrgencia.

Al conocerse los integrantes de los primeros puestos en la lista, especialmente el de Romeva, un estremecimiento recorrió los estamentos de Iniciativa per Catalunya Verds que ahora teme por su integridad. Voces se oyeron llamando "traidor" al exeurodiputado ecologista. Los sentimientos se exaltan con facilidad.

En la movida, la inimitable señora Sánchez Camacho decidió disfrazarse de Cambó al menos nominalmente y pidió "una coalición de la concordia" para afrontar el reto soberanista. Coalición que habrá de tomar la forma de un "frente constitucionalista". De las palabras a los hechos, mucho trecho, porque cuenta para formarlo con los diputados del PP y los del PSC que bien pudieran en total quedarse en ocho, quizá llegar a docena y media si se suman los de Ciudadanos. Y está por ver si consiguen unirse porque, siendo pocos, también están mal avenidos.

Pero el zafarrancho mayor se ha montado en Podemos. El resumen del artículo de Roger Tugas casi parece un texto de política ficción: El acuerdo político inicial entre ICV, EUiA (o sea, Izquierda Unida en Cataluña), Podem y Procès Constituent (esto es, la plataforma de la monja exclaustrada Teresa Forcades) prevé un proceso constituyente catalán no subordinado que culmine con una Constitución propia y una República catalana que decida en referéndum la vinculación con el Estado. Hay quien se ha acordado inmediatamente de la República Catalana de Francesc Maciá dentro del Estado español. Pero esto es todavía más confuso. Y esa confusión convierte el discurso de Podemos tanto en Cataluña como en el conjunto del Estado en un verdadero galimatías, una especie de trabalenguas conceptual repleto de incongruencias.

El Podemos hostil a toda confluencia con los "pitufos gruñones" de IU en España va del bracete con la IU de Cataluña sin mayor problema y también con otras organizaciones, algunas, cuando menos peculiares, como el procès constituent de Forcades. Y, para más pitorreo, no solo confluye con la IU catalana, sino que lo hace manteniendo todos sus siglas bajo un paraguas común, Catalunya si que es pot. El nombre estará mejor o peor escogido, pero no es Podemos ni Podem, condición sin embargo inexcusable para confluir al sur del Ebro.

El lado catalán de Podemos es un territorio feraz de posibles cuestiones quodlibetales que dejan al descubierto un discurso incoherente. Podemos ha dicho muchas veces que ejercitar el derecho a decidir mediante referéndum no es posible por ahora por ser ilegal. Hay que esperar a unas elecciones y un proceso constituyente (se supone que español) en el que se podrá debatir sobre todo (guiño a los independentistas). No es imaginable, sin embargo, constitución alguna del Estado español en la que sea legal un proceso constituyente catalán no subordinado, sea cual sea el resultado de las elecciones catalanas. Aunque Catalunya si es pot obtuviera el 100% de los votos y de los escaños en el Parlamento catalán, no podría poner en práctica ese propósito por ser mucho más inviable jurídicamente que el referéndum de autodeterminación aquí y ahora. Y no se hable de esa Constitución absolutamente quimérica y esa República Catalana ambas en el seno de la monarquía española. Eso ya es un puro delirio. Mucho más que en el caso de Maciá porque, cuando menos, el coronel esperó a que en España se proclamase la República. Y que este ente fantasmal decida en referéndum su vinculación con el Estado monárquico solamente es pensable en la Freedonia de Sopa de ganso.

Al lado de este conjunto de dislates, que parecen fuegos de artificio, la anodina propuesta federal de los socialistas resulta un catón del buen y prudente gobierno. Pero el problema para Podemos no está en lo pintoresco de sus afirmaciones en el Principado sino en cómo explica a los españoles, a los que anima a constituirse en pueblo y a defender la Patria, popular, por supuesto, pero sin cuestionar la monarquía, que en Cataluña defenderá una república que, a su vez, se apoyará en otro pueblo y, por ende, otra Patria.

Dado que, con este programa en Cataluña, Podemos perderá las elecciones en España, se da la divertida paradoja de que, para poner aquel en práctica en el Principado, el partido de los círculos tendría que proponer o apoyar una declaración unilateral de independencia (DUI), justo lo que propugnan aquellos contra los que Podemos quiere luchar, con los que nunca se abrazaría, los de la lista única por la independencia.

¿No será que esto de Cataluña los supera?

dijous, 16 d’abril del 2015

Juegos propios de la edad.


Podemos no se unió a las celebraciones del 14 de abril, aniversario de la IIª República. Por boca de un@ de sus portavoces había hecho saber que “no es tema prioritario para los españoles.” Pasmosa la velocidad de envejecimiento de la joven organización, poniéndose al paso de los partidos de la casta. Esta afirmación reproduce la que suelen hacer los dos partidos dinásticos. Y también el coro mediático en cuya atronadora polifonía jamás se cuela una sola nota del Himno de Riego: la República es pasado remoto, no interesa nadie y, por supuesto, a nadie interesa que interese a alguien.
 
La República ¿no sale en los medios porque no interesa a la gente o no interesa a la gente porque no sale en los medios? Cautiva la sagacidad que late en la más célebre de las teorías sobre la función de los medios en nuestra sociedad, la del agenda setting, esto es: son los medios los que determinan los contenidos del debate público, los que crean la realidad. Una teoría que se reputa verdadera o falsa según nos interese. Los medios ¿apenas hablan de los chanchullos secretos para cocinar el TTIP? Prueba evidente de que los ocultan porque existir, existen. Los medios ¿callan sobre el aniversario de la República, masacrada por un golpe de Estado fascista? Prueba no menos evidente de que no existe y no interesa a nadie.
 
El pragmatismo tiene estas cosas. La causa de la República está perdida. La prueba más evidente es que no ganó la guerra. Y celebrar una derrota es algo que solo hacen los nostálgicos y los catalanes, como se ve en la Diada. Pero estos de Podemos salen a ganar. Se pasan la vida diciéndolo. Nada de perder. Asociarse con perdedores no es acertado. Desde el punto de vista de la táctica electoral, muy oportuno, voto a tal. Pringan.
 
Palinuro participó el día 14 en un acto en memoria de la República. La edad media de los asistentes, así como la de los que fueron a los otros actos en toda España, convocadas por diversas organizaciones, especialmente IU, rondaba la de la jubilación. Apenas había jóvenes. Dentro de unos años dejará de celebrarse el 14 de abril por extinción física de celebrantes y su memoria ya no obligará a nadie a dar enojosas explicaciones.
 
Sin embargo, el 14 de abril conmemora un régimen derribado injustamente por la fuerza y el crimen. El crimen siempre será crimen y el paso de los años y las generaciones no lo convertirá en otra cosa. Sí se dirá que eso pasa con muchos otros crímenes en la historia: la muerte de los Graco, por ejemplo; la decapitación de Thomas More; la noche de San Bartolomé; la ejecución de Olympia de Gouges, etc. Nadie pide que les dediquemos aniversarios. Es verdad pero es porque sus consecuencias ya no inciden directamente sobre nuestro presente (indirectamente, sí, desde luego) como lo hacen las del trágico fin de la IIª República.
 
En todo caso, admitido, es algo transitorio, efímero y pertenece al fuero interno de cada cual. Podemos practica una transversalidad del discurso que no le permite declararse republicana. No quiere banderas tricolores en sus manifas. Pues sí, asunto del fuero interno de cada cual.
 
Al día siguiente Pablo Iglesias acude a la recepción del Rey en Bruselas. La república, no; la monarquía, sí. ¡Ah, pero no es lo mismo! No fue a rendir pleitesía, como el resto de políticos cortesanos, sino que, según él mismo dijo, rompió el protocolo al regalar a Felipe VI, unos DVDs de Juego de Tronos. Ahí quedaba eso: el protocolo roto por un gesto de audacia que coloca a la monarquía en su debido lugar. A su lado, el de los eurodiputados de IU y grupos nacionalistas de no acudir al pase de revista de Preparao es una chiquillada. Algunos hasta publicaron fotos en Face y Twitter con la bandera republicana. Criaturas.
 
En Juego de Tronos, que el Rey asegura no haber visto, encontrará, según el obsequiante, algunas de las claves de la actual crisis política española. Porque él, evidentemente, sí ve y sigue la serie. Hasta le ha dedicado reflexiones en forma de libro. Y suele tomarla como referente, casi tanto como a Anguita.
 
Podía el secretario general de Podemos haber regalado al Rey algún libro de Eduardo Galeano. Y, si temía que la caverna mediática le sacara punta con el que Chávez regaló a Obama, Las venas abiertas de América Latina, podía haber escogido uno de Günther Grass. Pero ha sido Juego de Tronos.
 
Aquí está el meollo de la cuestión. No en el hecho del regalo, sino en su naturaleza. ¿Por qué Juego de Tronos? Obvio: porque es una serie de TV y una serie muy popular, de gran éxito y difusión, criterios esenciales en Podemos, de alcance epistemológico: si algo está generalizado y es popular, es válido, es verdad. Ahí hay que estar y no en los cenáculos de los derrotados, élites inoperantes. Podemos es un partido mediático. Se encuentra siempre en donde estén los medios que fabrican la noticia. Y luego borda el asunto siendo noticia dentro de la noticia.
 
Fotografiarse con el Rey, aunque sea en camisa es otro juego de lo que los especialistas en negociación llaman win-win o beneficio mutuo: Podemos legitima la monarquía y la monarquía legitima a Podemos. Esto va a la par con la galopante moderación de su programa en puntos esenciales como las nacionalizaciones, el salario universal o las jubilaciones, muy en la línea del programa socialdemócrata tradicional y respetable, ese que el actual PSOE ha traicionado vilmente para mimetizarse con el PP, según vieja doctrina de IU aggiornata por Podemos.
 
Se extiende una impresión, una especie de intuición generalizada de que Podemos ha tocado techo en las expectativas electorales y con la aparición de Ciudadanos y el retorno al aprisco de los votantes socialistas, fascinados en un primer momento por el fulgor retórico de los nuevos, comienza el declive. Es decir que, llegadas las elecciones del 24 de mayo, es posible que la organización quede en un porcentaje similar al de la vieja IU, a quien en realidad ha venido a sustituir.
 
No sé cómo corresponderá el Rey al obsequio. Supongo que los reyes no están obligados a reciprocidad de regalos porque no está en su papel agasajar a los plebeyos. Pero, por si acaso le diera por romper también él el protocolo, podía hacer llegar al secretario general un ejemplar de la Anábasis, de Jenofonte.

dimarts, 14 d’abril del 2015

Honi soit qui mal y pense.

Es el lema de la Orden inglesa de la Jarretera, que aparece también en el escudo de armas de Gran Bretaña. “Avergüéncese el mal pensado”, podría ser una traducción aceptable. El episodio histórico es conocido: el honor de una dama principal, trasferido ahora al de todo un reino. Caiga la vergüenza sobre quien sea mal pensado. Es una expresión que contradice de plano la sabiduría convencional corriente por estos pagos: “piensa mal y acertarás”. ¿Con cuál nos quedamos, con la fórmula culta o con la popular? Eso lo decidirá cada quién en su fuero interno.
 
Hoy celebramos el aniversario de IIª República. Palinuro participa en un acto de Izquierda Socialista de Guadalajara bajo la advocación del socialismo republicano. Dice un amigo mío que la expresión es redundante pues el socialismo es republicano o no es socialismo. Así deben de pensar también los de IS pues se sienten obligados a subrayar el carácter republicano del socialismo. ¿Por qué? Seguramente porque el PSOE como partido, salvo que Palinuro ande errado, no tiene prevista actividad alguna de conmemoración de este 84º aniversario de la República. Probablemente haya actos aislados aquí o allá, de IU o del mainstream del partido; pero no del partido como tal. El 14 de abril es un día como otro cualquiera. La República es historia y no podemos celebrar todas las efemérides posibles porque entonces no haríamos nada. Menos de lo que habitualmente hacemos.

¡Pobre República, qué triste es tu sino! Destruida por un golpe de Estado delictivo que provocó una guerra civil de tres años y una dictadura clerical-fascista durante 35. Negada y vilipendiada su memoria por decenios de propaganda fascista, historiografía mendaz y mercenaria al servicio de la dictadura. Todavía hoy falsamente acusada de vicios y crímenes propios de quienes se alzaron en armas contra ella. Difamados y calumniados sus principales protagonistas, muchos de los cuales murieron en el exilio o en las cárceles, fusilados o, simplemente, asesinados en una cuneta. Perdida su memoria simbólica, sustituida por una inundación atosigante de iconografía fascista que en buena medida perdura al día de hoy. Abandonada y olvidada por todos, por quienes la destruyeron manu militari y sus descendientes y también por los de quienes la defendieron de palabra y obra y en incontables casos murieron por ella.

Hoy sigue bebiendo el amargo cáliz del olvido, las aguas del río Leteo. No tendrá homenajes, ni banderas, himnos y grandes discursos. Si acaso los que le haga IU, los grupos de izquierda del PSOE, los fieles círculos republicanos, los laicos, los cuatro masones del Reino y los amantes de las causas perdidas, como Palinuro. Con la precisión de que no todas las causas perdidas le parecen dignas de defensa sino solamente aquellas animadas por la razón, la justicia y el sentido de la humanidad. La de los nazis también fue una causa perdida y muy bien y justamente perdida. No es el caso de la República, una causa injustamente perdida.

Pero nadie quiere reparar en ello ni comprometerse a nada. Será causa injustamente perdida, pero está perdida. Lo mejor es no remover memorias amargas. Que los muertos entierren a los muertos. Los que puedan, porque aún quedan más de 100.000 tirados en fosas comunes y no se sabe quién querrá enterrarlos.
 
Pero honi soit qui mal y pense. El día a día tiene exigencias urgentes. Vivimos en siglo XXI, nos enfrentamos a otros problemas. La política de la memoria es política de la nostalgia y la nostalgia es emoción propia de los perdedores. Y aquí nadie está dispuesto a perder. Todos quieren ganar. Primero, las elecciones; luego, el gobierno; después, la fama y la gloria; y, por último, la memoria imperecedera para el futuro. No podemos enredarnos con la del pasado ni admitir que también sea imperecedera. Algún día los gritos de esos muertos sin sepultura se acallarán para siempre. El silencio caerá sobre la memoria y el olvido sobre la República. Pero no se piense mal, por favor. Nadie cuestiona el ejemplo de los valores de aquel régimen de libertad con el que sus enemigos acabaron a sangre y fuego.

Hay que ganar las elecciones. No se pueden perder votos asustando a los sectores a quienes la República asusta. No es el momento. Tiempo llegará. Y, si no llega nunca, tampoco pasará nada. El PSOE no tiene previsto acto conmemorativo, pero mañana se reunirá con el Rey en una visita de este al Parlamento europeo en la que hablará con todos los eurodiputados españoles. No con todos. Se autoexcluyen los de Izquierda Plural y asimilados. Supongo que también, aunque no estoy seguro, los nacionalistas, pues no se consideran españoles, pero nunca se sabe. Asistirán, probablemente, PP, PSOE, Podemos, UPyD, C’s y algún otro.

El espíritu republicano late, pues, en Izquierda Plural. En los otros, PSOE y Podemos, entiéndase, no es que no lata sino que tienen otros latidos más fuertes. No se piense mal. Lo dicho: hay que ganar las elecciones y no arriesgar la derrota por reproducir memorias antañonas. Me parece bien. Cada cual actúa según le dicta su conciencia.

Palinuro tiene una sola pregunta a ambos partidos. Los dos se afirman partidos de la nación española. Con matices diferenciadores sustanciales, pero con una identidad de fondo: la nación española. La pregunta reza: ¿qué nación es la que no honra a sus muertos? Cierto, ni hoy ni mañana se conmemora algo que tenga que ver con los muertos. Solamente el aniversario del régimen por cuya defensa esos muertos fueron asesinados.

Por fortuna esta pregunta no necesita respuesta. La justicia que esos asesinados esperan de la nación española hace cuarenta años ya no depende de la nación española sino de la conciencia moral y jurídica internacional, de la justicia universal, de los tribunales argentinos, de la ONU, quizá también de la Unión Europea. Pero honi soit qui mal y pense. Nadie tiene nada contra la República y los republicanos asesinados. Sería absurdo equiparar la desidia y el desinterés por la República y los republicanos con la evidente mala fe y el obstruccionismo de las fuerzas políticas herederas ideológicas de quienes se rebelaron contra el orden constitucional republicano, lo destruyeron por la fuerza de las armas y asesinaron después a miles y miles de compatriotas desarmados acusándolos de la misma rebelión que ellas habían protagonizado. Asoma la oreja el refrán de piensa mal y acertarás. Pero sería absurdo acertar aquí, ¿verdad?
 
Absurdo...

dilluns, 13 d’abril del 2015

La República.

Los amigos de Izquierda Socialista de Guadalajara me han invitado a participar en un acto en conmemoración de la Segunda República, según  puede verse en el  cartel de la izquierda en el que, además, han tenido la generosidad de añadir un castizo José a mi nombre.
 
Mi cometido en este acto es el que se marca a la derecha: "visión general de lo que representó la II República". Lo tengo fácil. La II República fue el último régimen legítimo que tuvo España. Los 40 años de dictadura del general golpista y genocida, fueron una ignominia. La segunda restauración borbónica que le ha sucedido, primero en la figura de Juan Carlos I (llamado Campechano) y luego en la de su hijo, Felipe VI (llamado Preparao)tampoco es enteramente legítima. De las tres legitimidades que cabe aducir aquí, esto es, la franquista, la dinástica y la popular, solo operan las dos primeras. La tercera brilla por su ausencia. Franco nombró sucesor "a título de Rey" a Juan Carlos I, después de que este jurara fidelidad a los principios del llamado Movimiento Nacional. Es decir, tanto él como su hijo cuentan con la legitimidad del 18 de julio, un golpe de Estado militar-fascista en contra de su propio pueblo. Y con ella siguen.
 
Habiendo abdicado en su hijo Juan Carlos I, su padre, Juan, le confirió la legitimidad dinástica. Y esa es la que este régimen tiene porque carece de la popular. Nunca se sometió a referéndum ni consulta democrática la existencia de la monarquía en España, sino que entró de matute en el referéndum de la Ley para la Reforma Política de 1976. La trampa consistía en que, si se votaba "no" a esa ley, se votaba "no" a la democracia. Al votar "sí" a la democracia, la gente tuvo que tragar la figura del Rey. Más miserable, ruin y ramplona no puede ser la forma de restablecer a los Borbones en España.
 
Por mi parte, entiendo que el espíritu de la II República y lo que esta trajo a España se resume en tres grandes apartados: a) avance en la emancipación de las mujeres; b) reformas civil, militar, religiosa y agraria; c) expansión y consolidación de un sistema educativo universal  público y gratuito.
 
Los republicanos sabían y sabemos hoy que la educación es el puntal de una sociedad moderna, avanzada y libre. Por eso la suprimieron los fascistas y por eso tratan de suprimirla de nuevo sus herederos ideológicos, los gobernantes de la cleptocracia actual.

dimarts, 31 de març del 2015

Dos años.


España se enfrenta a un reto para su supervivencia como Estado. El más grave de su historia reciente, al menos desde la guerra civil. Y, sin embargo, las fuerzas políticas españolas no parecen reconocerlo. Están absortas en sus conflictos en el conjunto del Estado. Este año es especialmente intenso: hay cuatro elecciones, se estrenan dos partidos nuevos, otros luchan por sobrevivir y el sistema entero cruje por la corrupción y el desgobierno. No hay tiempo para abordar la cuestión catalana. Pero esta no ha aparecido ayer; tampoco a raíz del comienzo de la legislatura de mayoría absoluta de la derecha, especialmente hostil al nacionalismo catalán, si bien esa hostilidad lo ha encarnecido mucho. Viene de antes, desde la peripecia del Estatuto de 2006, laminado en el Congreso y laminado de nuevo por el Tribunal Constitucional, luego de un referéndum aprobatorio en Cataluña.

Ya podían los partidos nacionalistas españoles haberse preparado, sobre todo el PSOE, para tener una actitud más abierta y dialogante. Entre otras cosas porque de él dependía la subsistencia de un PSC hoy raquítico. Pero ninguno hizo nada. El PP confía todo a la vigencia de la ley con una práctica de gobierno despótica y autoritaria en la que la ley dice lo que él quiere y, si no lo hace, se reforma. Y los demás la acatan sin rechistar. El PSOE, menos troglodita, se saca de la manga un difuso federalismo y una propuesta de reforma de la Constitución. Menos da una piedra, desde luego, pero es nada para enfrentarse a una iniciativa soberanista que en diez años no ha hecho sino crecer, hasta el punto de desafiar la soberanía española el pasado 9N y ampliando su iniciativa política con un objetivo claro: la independencia.

Ahí está el nudo de la cuestión, en la iniciativa política. El nacionalismo español, desconcertado, está a la defensiva, no tiene iniciativa y se enfrenta a la soberanista sin otra propuesta que la prohibición y, llegado el caso, la represión.

Ayer se firmó el preacuerdo entre fuerzas soberanistas catalanas para fijar la hoja de ruta a la independencia. El plan tiene unos objetivos, establece unos requisitos y fija unos plazos. Otro paso de iniciativa política, otra manifestación de soberanía de hecho. Firman CDC-Reagrupament y ERC, así como Omnium Cultural, ANC y AMI. Quedan fuera las CUP, de momento, EUiA, C's, PSC, Podem y, me figuro, aunque no estoy seguro, UDC. Las razones para objetar son muy diversas. Menciono la de EUiA por ser significativa: cuestiona el carácter plebiscitario de las elecciones de 27S.

Como siempre en democracia, los problemas se relacionan con las elecciones. El nacionalismo español insiste en que se trata de elecciones autonómicas ordinarias en el marco de la CE y que este no les reconoce carácter plebiscitario. Es el mismo criterio según el cual los catalanes no podían celebrar consulta alguna el 9N. El mismo que niega efectos jurídicos a la votación ese día. Las elecciones se celebraron, a pesar del nacionalismo español y a las del 27S no cabe negarles eficacia jurídica pues son legales. Si tienen o no valor plebiscitario dependerá de lo que suceda después porque es a partir del 27S cuando se genera una situación políticamente nueva con un Parlamento catalán iniciando un proceso de 18 meses (dos años a partir de ahora) hasta la independencia que se hará unilateralmente si no hay acuerdo previo alguno.

¿Por qué hubo elecciones de 9N? Porque el nacionalismo español (el de derechas y el de izquierdas) se negó -y sigue negándose- a reconocer a los catalanes el mismo derecho que el nacionalismo inglés reconoció a los escoceses, el derecho de autodeterminación. No se permitió referéndum y el referéndum se celebró bajo forma de consulta. Ahora se niega que las elecciones de 27S tengan carácter plebiscitario. Lo tendrán. No hay argumento para que no lo tengan. No lo hay de fondo pues los catalanes pueden llamar a sus elecciones como quieran. Pero tampoco lo hay de forma. Quienes digan que un parlamento salido de unas elecciones autonómicas ordinarias no tiene competencias para iniciar un proceso constituyente catalán tendrán que explicar por qué en España rige una Constitución que fue elaborada por unas Cortes ordinarias, no constituyentes. Claro, entonces no había una España vigilante de lo que hiciera España en tanto que ahora sí la hay vigilante de lo que haga Cataluña. Pero eso no es un argumento. Es una amenaza.

No es fácilmente comprensible por qué el nacionalismo español se niega a tratar con el catalán en el nivel que merece. Deben de intervenir muchos factores, incluso de naturaleza neurótica. Sobre todo, no se entiende por qué no acepta un referéndum de autodeterminación en Cataluña al estilo de los dos quebequeses y el escocés, los tres perdidos por los independentistas. No hay ninguna razón válida para negarlo como no sea un autoritarismo impresentable y una concepción patrimonialista del Estado y su territorio, propia de la oligarquía tradicional española, para la cual Cataluña es "tierra conquistada". Al negarlo, demuestra tener tanta confianza en la nación española que dice defender como en la generosidad de los banqueros.

Siempre se está a tiempo. La hoja de ruta deja abierta esta posibilidad cuando hace un inciso para comprometerse a Mantenir una actitud expectant respecte l'alternativa d'un referèndum vinculant per part de l'Estat espanyol sobre l'indèpendencia de Catalunya.

Si el Estado convoca un referéndum de autodeterminación en Cataluña, habiendo negociado condiciones, pregunta y consecuencias, no habrá recuperado la iniciativa política pero, cuando menos, se pondrá a la par. Y tendrá toda la legitimidad del mundo para defender la continuidad de Cataluña en un Estado español plurinacional.

Según cómo configure su oferta en el caso de una respuesta no independentista en el referéndum, incluso podría recuperar la iniciativa política. Soñar es gratis.

dimecres, 24 de desembre del 2014

No son lo mismo.

Desde el minuto uno de la admisión a trámite de la querella contra Mas por desobediencia han comenzado a formarse colas de ciudadanos que voluntariamente acuden a autoinculparse junto a su presidente. Una especie de espontánea leva del orgullo patrio. Porque, como era de esperar, la persecución judicial a Mas se ve como el enésimo ataque castellano, mesetario, español, a Cataluña y un paso más en la afirmación de un espíritu de desobediencia civil que está incubándose. "He aquí", argumentarán los independentistas, "otra razón a favor de la independencia: que no vengan de fuera a perseguir a nuestros presidentes". No solo de la independencia en un brumoso futuro, sino de la independencia aquí y ahora, ya, a través de una declaración unilateral. Y todo aparecerá simbolizado en la persona de Mas, como un nuevo Moisés, que lleva a su pueblo tras de sí.

No se me alcanza en qué situación habría de estar Rajoy para que los ciudadanos españoles acudieran en masa a autoinculparse de un delito, prestos a desobedecer. Por tanto, la equiparación de ambas figuras en peripecias tan distintas es francamente desacertada, además de una afrenta a muchísimos catalanes. Pero es que, se dice, no es esa la cuestión. Nadie duda de la gallardía de Mas, capaz de arrostrar consecuencias personales desagradables por sus convicciones, cosa que el otro ni huele, y si no se menciona es por algún lamentable olvido. Pero el asunto es más profundo. No afecta a las personas concretas de Rajoy y Mas sino a lo que ambos representan, los programas que defienden, las políticas que aplican, siempre iguales, a fuer de casta. Casta española, casta catalana y con la casta no se va ni a cobrar el aguinaldo, mucho menos a bautizar el niño.

Ciertamente, pero ese tampoco es el problema. Nadie niega que Mas represente los mismos intereses económicos, industriales, financieros que Rajoy. La cuestión es si, además, personifica un ánimo, un espíritu, una reivindicación nacional compartida hasta ahora por una mayoría de diputados del Parlament y, es de suponer, del electorado. Y así parece ser por reconocimiento de sus partidos aliados y amplios sectores de la sociedad civil. La equiparación entre Rajoy y Mas en este campo presupone que solo se admite un eje social como linea de fractura y no otro nacional. Podemos niega a Mas y CiU legitimidad para liderar un proyecto soberanista cuando todo el bloque soberanista se la reconoce, como se prueba, entre otras cosas, por la oferta de Junqueras a Mas de presidir la Generalitat aunque pierda las elecciones.
 
Esa negativa al reconocimiento de la dimensión nacional solo puede hacerse por dos vías, ambas poco admisibles. Por la primera, poniendo en duda la sinceridad del espíritu soberanista de CiU. Un partido que tiene sedes embargadas por asuntos de corrupción y que ha llegado a institucionalizar esta es casta y con la casta, lo dicho, ni a la esquina. La idea de que corrupción y patriotismo son incompatibles necesita muchos matices y no merece la pena porque hay una hipótesis más simple. En la medida en que el bloque soberanista cierra filas con la Generalitat y su partido, CiU, en un proyecto de construcción nacional, Mas puede ser un bandido sin entrañas, un estafador o un trilero, pero se verá obligado a personificar la figura del líder que consiguió la libertad de su pueblo, el padre de la nación catalana, a interpretar una historia heroica como la del General della Rovere. Porque es la gente la que lo quiere así. Y la gente no es casta, ¿no?
 
Por la segunda vía el dedo no se pone en la llaga de la sinceridad, sino en el del concepto mismo de soberanía. Esta no es, según Podemos, una cuestíón de banderas y otros símbolos, sino de realidades materiales, tangibles. Es un renacimiento de la vieja distinción de Lassalle entre la constitución material y la constitución formal. Muy afortunada, como siempre y como siempre, muy opinable porque tan legítimo es propugnar la primacía de lo material y tangible sobre lo simbólico y formal, como al revés.  Podemos llama soberanía a someter todo, lo material y lo formal, a debate en un proceso constituyente salido de unas futuras elecciones legislativas en el marco de la Constitución de 1978. A someter todo a debate de todos, cosa en la que no todos coinciden. El bloque soberanista, en cambio, quiere conocer antes el alcance de los poderes de cada cual porque él también tiene un proceso constituyente en marcha y bastante más avanzado que el español, hasta el punto de que incluso está redactándose un proyecto de Constitución de la Repúblican Catalana.
 
Y aquí ya se mezclan dos conceptos que son anatema en el debate público español, independencia y república.
 
Definitivamente, no es cosa de nombres. Es cosa de proyectos.  

dissabte, 7 de juny del 2014

Referéndum.





Por un referéndum sobre la República.

Las dinastías pasan. Los pueblos permanecen.

La dignidad de las personas reside en su autonomía y su derecho a decidir como individuos y como pueblos. El derecho a decidir es la base moral de la civilización en libertad.

Lo más importante que las personas deben decidir es su orden de convivencia y su forma de gobierno.

Nadie puede arrogarse el derecho a decidir por la mayoría si no es por determinación expresa de esta. El derecho a decidir individual y colectivamente es originario y se actualiza cuando circunstancias extraordinarias lo exigen. La única forma de averiguar la voluntad de la mayoría es consultándola en un referéndum sobre la forma de gobierno y/o sobre la organización territorial del Estado.

Este Parlamento fue elegido para asuntos ordinarios y sostener que la sucesión es uno de ellos cuando es fuerza aprobar una ley orgánica por vía de urgencia, quebrantar normas de procedimiento y modificar de hecho la Constitución es un evidente abuso. De tratarse como asunto ordinario, la sucesión será legal pero no legítima y la monarquía, último legado de la Dictadura, seguirá siendo ilegítima. El relevo es la oportunidad de reconsiderar o validar la decisión que se tomó en el pasado en otro momento de excepcionalidad. No hay razón para aceptar sin más una forma de gobierno impuesta por circunstancias que ya no están vigentes.

Desde el momento en que la democracia es la igualdad de todos ante la ley, el concepto mismo de “monarquía democrática” es una contradicción en los términos. Cuando las personas son libres, nadie es más ni menos que nadie.

Esta monarquía hereditaria, basada en un principio sucesorio patriarcal, es una afrenta al sentido de la libertad, la igualdad y la dignidad de la conciencia contemporánea.

La República, en cambio, es la negación de todo privilegio y la garante de la igualdad ante la ley.

Ramón Cotarelo.

dilluns, 2 de desembre del 2013

¡Viva Europa!

Esto que vemos aquí abajo es un mapa dinámico de Europa desde el año 1000 de nuestra era hasta el presente. Puede activarse pinchando directamente sobre él o yendo a buscarlo a su página web, LiveLeak. Merece la pena.



1000 años de historia de una ojeada a toda máquina. Conclusión: Europa es una realidad geográficamente estable y políticamente frenética. Es un magma en permanente ebullición. En su suelo se han erigido imperios de vocación milenaria, reinos, principados, repúblicas de toda clase, Estados de las más variadas formas y las más insólitas pretensiones, hordas, naciones, federaciones, confederaciones, teocracias, comunas anarquistas, consejos obreros que anunciaban un futuro de sociedad sin clases y sin Estado de la mano del hombre nuevo; se han dado alianzas territoriales, separaciones, anexiones, conquistas, reconquistas, invasiones, liberaciones prometedoras del milenio. Y todo se lo ha llevado el viento de la historia. El mismo que se llevará lo que nosotros vivimos hoy.

Conviene ser algo escéptico ante las pretensiones actuales de eternizarnos una vez más.

dimarts, 19 de novembre del 2013

Por la República.


La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria, dice la Constitución española en su artículo 1, 3. Esta lapidaria afirmación consagra solemnemente una de las historias más rocambolescas de los últimos años por la que se produce, no la segunda restauración de los Borbones, como suele decirse, sino la tercera. La primera se ignora por un prurito de orgullo patrio, visto el comportamiento traidor de Carlos IV y su hijo Fernando. Al restituir a este como Fernando VII en el trono de sus antepasados, las Cortes aceptaban como Rey a quien unos años antes había entregado la Corona de España y sus posesiones a Napoleón. Que este felón arbitrario y despótico fuera llamado el Deseado dice mucho del masoquismo sarcástico de los españoles. La segunda restauración fue en la persona de otro hijo, Alfonso XII, tras el destierro de la Reina madre, la valleinclanesca y sin par Isabel. Entre medias, una pintoresca instauración de la casa de Saboya que no prosperó. La tercera restauración, la actual, se la sacó del magín Franco quien, con su habitual zorrería, marginó al legítimo (desde el punto de vista dinástico) pretendiente, Juan, hijo de Alfonso XIII, se entretuvo en enfrentar entre sí las distintas corrientes dinásticas y, por último, nombró sucesor a título de Rey a Juan Carlos quien previamente había jurado fidelidad a los principios del Movimiento Nacional, el remedo de constitución que se dio la dictadura.

En puridad de los términos, Juan Carlos no es el sucesor de su padre sino del general Franco. Empezó su reinado solo con la legitimidad que le daba ese juramento. Luego, faltó a él, es decir, cometió perjurio. (En el Elogio de la traición: sobre el arte de gobernar por medio de la negación, un tratadillo de política, los autores, Denis Jeambar e Yves Roucaute, analizan expresamente el caso de Juan Carlos como un ejemplo de la conveniencia de la traición en política). De esa forma, perdió aquella legitimidad, la vergonzosamente llamada del 18 de julio, fecha del golpe de Estado fascista contra la República, lo cual, obviamente, era bastante recomendable. Más tarde, se hizo con la legitimidad dinástica, al forzar una renuncia de su padre a sus legítimos derechos. No fue muy elegante ni muy filial, pero fue.

La legitimidad popular es la que no fue nunca pues la tal forma política jamás se sometió a consulta de los españoles. Sus partidarios dicen que se votó en la Ley para la Reforma Política de 1976 (que ya incluía la monarquía) y, desde luego, en la Constitución. Pero este argumento es falaz. En ambos casos lo que se consultaba era la democracia y la Constitución y la Monarquía se metió de matute. Votar "no" por no votar la Monarquía hubiera sido votar "no" a la democracia. Lo curioso es que, al final, la Constitución consagra una forma política impuesta por Franco. El dictador no solo nombraba reyes (ese a título de Rey es sublime) sino que dictaba constituciones póstumas. El ejemplar de la Constitución quese conserva en el Congreso de los Diputados lleva el águila del escudo de la dictadura. Y el Rey sigue sin legitimación popular directa.

La Monarquía fue el coste de transacción de la Transición. Un acomodo entre los franquistas llamados "evolucionistas" y la oposición de izquierda. Ese pacto o acuerdo recibe todo tipo de calificativos a día de hoy, desde modélico a traidor. Pero, en todo caso, existió. Sin embargo, no tiene por qué ser eterno. Esa es una ilusión muy peligrosa. Los pactos deben revisarse siempre y, si hay motivos para romperlos e interés de una de las partes y hasta de las dos, debe romperse. Es absurdo atarse a un cadáver. Admitida la necesidad de la revisión, lo primero que se plantea es la cuestión de Monarquía o República.

Los monárquicos argumentan en un crescendo de pasión: la monarquía ha sido funcional para el desarrollo de la democracia y el Estado de derecho. No hay modo de probarlo y ni siquiera está clara la actuación del Monarca durante el Tejerazo. Además, el desprestigio en picado de la Casa Real en los últimos años, verdadera farsa de las borbonadas más tradicionales, emparentadas ahora con el mundo de la delincuencia de guante blanco, ha conducido a una valoración bajísima de la Corona en la opinión pública y eso no es nunca funcional. Señalan igualmente los cortesanos que la monarquía es la forma de los Estados más avanzados de Europa. Falso. El más avanzado es una república y repúblicas algunos de los siguientes. En todo caso, responden los dinásticos (tanto los conservadores como los socialistas), el asunto no es urgente; hay otros más perentorios que preocupan más a la gente y reclaman nuestra acción colectiva. Pero esa es una mera opinión, un punto de vista particular, no contrastado con el parecer de la ciudadanía, a la que no se consulta jamás para nada, ni siquiera para reformar la Constitución (esa que, luego resulta ser intocable) sino solo para pronunciarse cada cuatro años sobre cuál de los dos partidos dinásticos gobernará y cómo lo hará, si pactando con los nacionalistas o amargándoles la existencia. Por último, afirman los monárquicos, la experiencia histórica de las dos Repúblicas ha sido catastrófica: revoluciones, guerra civil y desintegración de España. También falso. Esas son experiencias de la Monarquía que, al ser mucho más longeva, ha traido revoluciones, algaradas, pronunciamientos, dos de las tres guerras carlistas y una dictadura; también cabe atribuirle mediatamente la guerra civil del 36 y la dictadura de Franco. La Monarquía actual ha convivido con la mayor ofensiva secesionista del siglo XX y lo que va del XXI. Primero fueron los independentistas vascos con la violencia de ETA y ahora ha tomado el relevo el nacionalismo democrático y pacífico catalán, mucho más peligroso para la unidad de España, vía a la que también se ha sumado el reciclado nacionalismo euskérico.

La conveniencia de la República no solo se prueba a contrario, sino por sus propias virtudes. Su naturaleza electiva hasta la más alta magistratura es más acorde con el principio de igualdad, base de la dignidad del individuo como ciudadano titular de derechos. Es un asunto de principios y, por eso, tiene importancia. No es lo mismo ser ciudadano que súbdito, aunque las almas flexibles nos digan que los nombres no son importantes.

La recuperación de la República es un horizonte político noble que simboliza la de la plena soberanía de los españoles, distinta de esa demediada que se esgrime en la Constitución. Cuando, hace unos años, unas almas benditas quisieron importar el concepto de patriotismo constitucional, estaban confesando implícitamente su deseo de encontrar una nación que no fuera necesariamente la España impuesta a la fuerza por la dictadura. Así, la nación de la que andaba huérfana la izquierda española era la Constitución. El PP entendió el mensaje e incorporó a su ideario el patriotismo constitucional como consagración de esta Constitución. Y, claro, el concepto reventó en España. La Constitución producto de un pacto de mínimos, de un acomodo en una situación de amenaza, de concesiones y componendas, no suscita patriotismo alguno.

La República, sí, porque está incontaminada. Es la víctima del atropello del golpe de Estado de 1936, para ella no ha habido perdón (ni lo necesita) y con sus defensores no se ha hecho justicia todavía y esos sí la necesitan. Es una causa, hasta la fecha perdida, pero legítima;  un horizonte político muy nítido en tiempos de zozobra y confusión por el impacto de la crisis no solo en lo económico sino también en lo político.

Al respecto. la izquierda, y en concreto el PCE, parece retornar más y más decididamente al republicanismo. Pasa página de la concesión de Carrillo, al aceptar la bandera y la Monarquía y se desvincula del pacto, pidiendo el restablecimiento de la República, última forma de gobierno legítima en España desde el punto de vista popular, la que la Monarquía ha tratado de ganarse sin conseguirlo.

La posición del PSOE en cambio es más de mantenella y no enmendalla. Según su secretario general, el partido, aun siendo republicano, apoya la Monarquía. Eso es una falacia insostenible. Hay, sin embargo, dicen los socialistas monárquicos de conveniencia, dos poderosas razones para justificar este oportunismo. Una: estamos atados por el pacto de la transición. Dos: cuestionar la monarquía ahora es peligroso pues significa acumular turbulencia sobre turbulencia. Las dos falsas: no queda nada del tal pacto pues la derecha lo ha roto flagrantemente en casi todos sus puntos con su involución y, sobre todo, con su cruel, inhumana, decisión de no hacer justicia a las víctimas de la dictadura de Franco. La turbulencia la provoca la obstinación en mantener un sistema fracasado, hundido en el caciquismo, la corrupción, la incompetencia, la quiebra económica, la ruptura social y la fractura territorial.

La conversión del PSOE en un partido dinástico, alimentado por un sentido nacional español similar al de la derecha con la salvedad de una vagarosa promesa federal que ni él mismo sabe cómo articular, resta mucho crédito a sus demás propuestas reformistas. Esa petición de reforma limitada de la Constitución (que tampoco sabe cómo impondrá) demuestra que el PSOE ha renunciado a dar forma a un creciente espíritu de regeneración democrática que no puede agotarse en unos cuantos parches; ha renunciado a dibujar un horizonte de renovación política. Esas timoratas e inciertas reformas constitucionales son los balbuceos de quien no se atreve a hablar de proceso constituyente, una petición perfectamente legítima en una sociedad democrática que podría articularse mediante una Convención constitucional que replanteara todas las posibilidades de organizacióndel Estado, centralismo, autonomía, federación, confederación, independeencia.

En lugar de esto, el discurso se formula en clave de prudencia, de cautela, continuidad, inmovilismo, también llamado "estabilidad". En clave de miedo. El miedo que alumbró la Transición y reaparece ahora. El miedo de quien no quiere participar en proyectos democráticos si no puede controlar el resultado de antemano.

Sin embargo, solo la República garantizará la regeneración democrática y el restablecimiento de una virtud cívica que el país ha perdido en el lodazal del caciquismo y la corrupción. En las zahúrdas de la tercera restauración.

(La imagen es una foto de Miguel, bajo licencia Creative Commons).

diumenge, 3 de novembre del 2013

El PSOE y la República.


Llevaba tiempo rumiándolo, iba soltando indirectas, tenía prohibido a sus seguidores hablar mal de Rey, intervenía siempre en favor del trono y se desvivía por conocer de primera mano el estado de salud de S.M. Juan Carlos; pero no soltaba prenda con claridad. Palinuro lleva un tiempo sosteniendo que el PSOE es un partido dinástico, el equivalente al Partido Liberal de la primera restauración y tan interesado como este en un sistema de alternancia bipartidista en el marco de una monarquía parlamentaria. Era una deducción extraída de los gestos y declaraciones, cautos, minimalistas, pero transparentes par un analista político de medios pelos. Ahora ya sí, Rubalcaba lo ha dicho con claridad y pocas palabras, esto es, que el PSOE aboga por mantener el pacto que hizo hace 35 años para que España siga siendo una monarquía parlamentaria

Dicho queda. No es que Rubalcaba sea personalmente monárquico (aunque no quede excluido) al modo que es del Real Madrid, o de algún otro equipo (no estoy seguro) por lo mucho que habla de futbol, o como podría ser vegetariano o miembro de la secta Moon. No. Ahora es pronunciamiento que vincula la acción del partido -y quién sabe si del gobierno si ganara las próximas elecciones- en un sentido dinástico. El argumento está claro: hace 35 años se hizo un pacto entre otros asuntos en favor de la Monarquía y el PSOE es de los de pacta sunt servanda.

Vale, pero es falso. Hace 35 años se aprobó una Constitución que incluía la forma monárquica de Estado y muchas otras cosas, fórmula tutelada por el ejército, albacea testamentario de Franco. El artículo 2º, como todo el mundo sabe, se redactó en los cuarteles. Así que el pacto o compromiso o acuerdo tiene una validez modesta por cuanto fue impuesto y es, a efectos políticos, nulo. Otra cosa es que, no siendo tal pacto, sea o haya sido eficaz para organizar la convivencia. Pero eso es otra cosa.La Constitución es un ejercicio de retórica profesoral progresista en un rígido marco institucional heredado del franquismo, cuyas previsiones sucesorias se cumplieron con algún leve retoque, como ese de substituir las Leyes Fundamentales por una Constitución. La Monarquía no fue nunca sometida a votación popular directamente sino un par de veces envuelta en el celofán de las libertades y el Estado de derecho. Su legitimidad de origen es la del 18 de julio, alzamiento militar en contra de la legalidad republicana. Ese supuesto pacto a la fuerza no merece mayor respeto.

Y aunque lo mereciera. Dos razones hay para no quedarse en él: a) nada nos obliga nunca a mantenernos inmóviles, a eternizarnos en una situación. Después de un tiempo, no es deshonroso salirse de un acuerdo y emprender un camino propio; b) la otra parte del pacto no ha hecho honor a sus compromisos: el franquismo campa por sus respetos en las prietas filas del PP por las villas y pueblos del reino. El gobierno ha dejado sin fondos la aplicación de la Ley para la Memoria Histórica y, además, se niega a cumplir la tarea que por ley le corresponde de borrar de los edificios públicos los símbolos y emblemas del bando ganador de la contienda. En estas condiciones, nada nos obliga a cumplir un pacto que la otra parte incumple.

Está claro; lo del pacto y los 35 años es pura retórica por si cuela a título de explicación acerca de cómo unpartido republicano se torna monárquico. Es cierto que, históricamente, el PSOE ha sido relativista o accidentalista en cuanto a la forma de Estado (incluso se acomodó con la dictadura de Primo) pero lo es más que luchó por la República y se identificó con ella. Aceptar la forma de Estado impuesta por las armas y cuarenta años de dictadura y represión no está ni medio bien.

¡Ah, que burro este Palinuro! No se da cuenta de que, en el fondo, se trata de una cuestión táctica. El PSOE quiere ganar las elecciones y necesita votos de todas partes. La cuestión Monarquía-República no es actual y menos urgente. La atención del partido (y del gobierno, si lo pilla) es la salida de la crisis y el retorno a la prosperidad. Además, si se plantean las cosas con esta crudeza, corre peligro el pacto de la transición.

En este punto, el razonamiento es circular: hay que respetar el pacto de la transición porque si no lo respetamos, lo destruiremos. Hasta ahí llega la profundidad del razonamiento y, como de lo que se trata es de ganar elecciones, esto se da por sobreentendido: si cuestiono la Monarquía, hoy por hoy, me arriesgo a perder votos y quedarme de oposición toda la vida. No hay que dejar al adversario las banderas que mueven el ánimo del pueblo votante. Somos monárquicos de conveniencia, como el pabellón de ciertos barcos que navegan al margen de la ley.

Sin embargo, la oposición República/Monarquía, se quiera o no, no es un asunto táctico sino estratégico. Es de principios. Da algo de vergüenza recordarlo pero la política, al menos la de la izquierda, no puede ser un asunto del día a día, de las medidas a corto plazo, sin un horizonte temporal más a medio plazo. Justificamos nuestras medidas de hoy en virtud de una idea de la sociedad futura. Y, en esa sociedad futura, orientada a los principios de libertad, igualdad y fraternidad, ¿qué lugar cabe a la Monarquía? Ningún socialista, entiendo, puede aceptar como justa una sociedad en la que domina la desigualdad por razón del nacimiento a la hora de acceder a las más altas magistraturas del Estado.

Y eso a pesar de todos los pactos que se hayan hecho o soñado.

Y queda por ver qué dirá la Conferencia Política del próximo finde en materia de separación iglesia-Estado. Hasta ahora, el secretario general, siguiendo inveterada costumbre, ha mencionado de modo ambiguo la cuestión un par de veces y conjugando los verbos en condicional: el PSOE podría denunciar los Acuerdos con la Santa Sede de 1979. Al loro de lo que diga la Conferencia. Veremos si tiene la infinita osadía de proclamar que España es un Estado laico (como afirma de Francia la Constitución francesa) o si sigue comportándose como hasta la fecha, es decir, no solo cual partido dinástico, sino firme defensor del trono y el altar.

Palinuro no ignora ni menoscaba la importancia de las aportaciones del PSOE al Estado del bienestar y otros campos de la convivencia en España. Llegada la crisis, no supo responder a ella y absorto ahora en la tarea de medidas a corto plazo, desarrolla un pragmatismo ciego que, a lo más, puede acabar llevándolo a un modelo de gran coalición a la alemana. Ahí se llega a base de pactar y de olvidarse de los principios. De ese modo, puede pactarse cualquier cosa.

Cualquier cosa, cuando se invoca, por ejemplo, la unidad de España. Que, por cierto, está simbolizada en la Monarquía y militarizada en el artículo 8 de la Constitución

(La imagen es una foto de Elena Cabrera, bajo licencia Creative Commons).

dijous, 26 de setembre del 2013

La guerra no ha terminado.


Francisco Sánchez Pérez (Coordinador) (2013) Los mitos del 18 de julio. Crítica: Barcelona. 466 págs.


¡Otro libro sobre la guerra civil! Lo avisa el coordinador de esta obra en su excelente prólogo. Pues sí, y muy necesario y conveniente porque la guerra no ha terminado. (Viene a la memoria la peli de Resnais, La guerre est finie con un aroma nostálgico). No, la guerra no ha terminado. Sigue luchándose en otros campos, con otras armas, pero con la misma ferocidad e idéntica virulencia. Este frente, muy determinante para la guerra, que es pasado, algo reservado en gran medida a los historiadores es el historiográfico. La munición es la memoria. ¿Qué memoria? ¿La que fabricamos al dictado de nuestras convicciones y/o intereses o la que sale de los datos históricos, contrastados, irrefutables, y no permite más que una interpretación? Es una guerra sobre la interpretación de la guerra que enfrenta, a juicio de los autores de la obra, una historiografía fraudulenta, propagandística con otra seria, rigurosa, académica, basada en datos empíricos. 

Sin duda todos nos refugiamos en la segunda opción pues a nadie le gusta que le cuenten trolas o lo tomen por un pánfilo al que se pueden colocar unos rollos propagandísticos como si estuvieran científicamente probados. A nadie. Ni siquiera a quienes se dedican a la propaganda, razón por la cual sostienen siempre que sus interpretaciones están avaladas por rigurosas investigaciones históricas y que son los demás quienes se inventan los hechos. Es el problema que plantea toda propaganda: que dice no serlo. Ahora. Antaño se llevaba con un punto de orgullo, sin ir más lejos en el conflicto español: frente al Ministerio de Propaganda de la República, la Junta franquista de Defensa contó pronto con una Oficina de Prensa y Propaganda. La guerra civil también se libró en terrenos muy simbólicos. Y sigue haciéndose. 

Por eso es oportunísimo este libro. No solamente por la bulla que meten los escritores al uso del llamado "revisionismo" y el amigo Stanley Payne (que parece un brigada internacional de la derecha), todos los cuales son savia nueva para el tronco reseco de la historiografía franquista, al estilo de Joaquín Arrarás o del falangista García Venero. También ha sentado cátedra para la Historia la Real Academia correspondiente publicando un diccionario de biografías patrias, algunas de las cuales mueven un poco a risa. La más notable, la de Franco, encargada a un notable medievalista (muy oportuna la especialización, por cierto), fervoroso partidario del general biografiado. De tal modo, su texto corresponde más a las convicciones franquistas del autor que a los datos de la historia e incluso del sentido común. Que un historiador sostenga que Franco no era totalitario cuando hay documentos escritos y orales de circulación general que demuestran lo contrario porque el propio interesado confiesa serlo,  no precisa mayor comentario. Luis Suárez Fernández es el nombre de quien ha perpetrado este dislate con dineros públicos, un presidente, por lo demás de la Hermandad del Valle de los Caídos, el absurdo mausoleo en que está enterrado el dictador y miles de sus seguidores y de sus víctimas. 

El coordinador de la obra, Sánchez Pérez, hace una gran exposición de su sentido y aclara muy bien los términos de la controversia, poniendo a cada cual en su lugar, incluida la Real Academia de la Historia, que ya es universalmente célebre por incurrir en un ridículo mundial. Resume además el sentido del libro, consistente en responder a la pregunta central: ¿quién es el responsable de la guerra civil? ¿Quién tiene la culpa? ¿Quién la empezó? Con respuestas claras, basadas en investigaciones en fuentes originales, inéditas, con datos irrefutables, fácilmente contrastables. 

La tesis del libro, que está, además, organizado para apuntalarla en todas sus vertientes (militar, religiosa, política, etc.) es que la guerra la iniciaron, y es responsabilidad exclusiva suya, los militares sediciosos en connivencia con sectores civiles, partidos y políticos. Fue una "contrarrevolución preventiva", término que aparece pronto en las justificaciones frente a una revolución que no existía ni siquiera en grado de proyecto. Los rebeldes querían destruir la República y se inventaron una revolución como pretexto. 

El ataque más contundente, el arma más poderosa que deja definitivamente zanjada la controversia, viene a cargo de Ángel Viñas, cuya autoridad en la historiografía de la República y la guerra es hoy incuestionable. Aporta Viñas los contratos de compra de armamento italiano, firmados por Pedro Sáinz Rodríguez en nombre de la derecha española en su proyecto de golpe de Estado contra la República, financiado por Juan March. Los llamados "Contratos romanos", firmados el 1º de julio de 1936, antes del asesinato de Calvo Sotelo, hecho del que suele colgarse el llamado "Alzamiento Nacional" que, en realidad, bien se ve, venía siendo preparado desde mucho antes. Y no eran contratos por material para un golpe de Estado más o menos rápido, sino para una verdadera guerra.  

Dicho lo anterior, podríamos prescindir del resto del libro ya que el capítulo de Viñas da la respuesta definitiva a la pregunta planteada. Y no se crea que se trata de un oscuro asunto de eruditos, no. Hace pocas fechas, un dirigente del PP atribuía en público a la República la responsabilidad de haber causado "un millón de muertos". Ni fueron tantos como los de Gironella, a los que se referirá este buen hombre, ni son achacables a la República sino a los fascistas que se sublevaron contra ella con los que probablemente simpatice este político, pues los exonera de su responsabilidad. Pero el abandono no sería buena opción y, además, imposible porque, aunque parezca mentira en una obra de árida historiografía académica, el texto agarra como si fuera una narración literaria. Muchos de los demás capítulos son tan interesantes como el del Viñas, aunque no tengan su poder explicativo.

Si hubiera que buscar un antecesor a esta empeño, sería Herbert Routledge Southworth, al que varios de los autores del libro se refieren expresamente. Sin duda. La temprana obra del americano, El mito de la cruzada de Franco, publicada en Ruedo Ibérico en París, ya dejaba claro el edificio de patrañas y fábulas que había tejido la propaganda franquista. Sobrevive al escritor otra que creo es póstuma, en la que da cuenta de hasta dónde ha llegado en su tarea de desmitificar el franquismo, tarea en la que estos historiadores siguen empeñados con notable éxito. 

Como uno de los puntos cruciales que se tratan en el libro es el enfrentamiento en Barcelona de las izquierdas  en mayo de 1937, también se mencionan varias veces los nombres de Bolloten y Borkenau. Bolloten hacía pivotar aquí la "gran conspiración" comunista, tesis que parece convencer a Payne. Borkenau tiene otra perspectiva y su libro es más de reportaje. Lo que llama la atención en él es su agudeza de juicio. Así que, como propaganda, no vale. No lo es. De este asunto se ocupa el texto del fallecido Julio Aróstegui quien dictamina tras su notable trabajo que la pretendida revolución de las izquierdas que se invocó para justificar la sublevación militar de las derechas fue "más mitológica que real" (p. 188).

Dicha sublevación militar venía siendo en cambio preparada con mayor o menor fortuna (y con muchos elementos de típica chapuza hispana) desde años atrás a través de los agravios de una casta militar privilegiada, sobredimensionada, embriagada de su fuerza y convencida de que la República estaba tratando de convertirla en un chivo expiatorio de sus desmanes. Fernando Puell de la Villa, militar él mismo, analiza en un capítulo sobre "la trama militar de la conspiración" los elementos que alimentaban este espíritu insurreccional castrense que, a su juicio, se compone de una "mentalidad intervencionista" (p. 56), un "victimismo paranoide" (p. 58), con el añadido de algunos factores contingentes que siempre apuntaron en el mismo sentido, como la cuestión catalana (p. 61) o el supuesto "peligro bolchevique" (p. 64).

Muy informativo y sistemático resulta el capítulo de  Eduardo González Calleja, "la radicalización de las derechas", en el que distingue las corrientes de estas y da cumplida cuenta de las pintorescas relaciones que entre ellas mantenían: legitimismo carlista, catolicismo de la CEDA, alfonsismo y fascismo (p. 222). Cuatro banderías que reconocieron de inmediato que el punto de fusión de sus intereses comunes (dijeran lo que dijeran en sus proclamas) consistía en echarse en brazos de ejército.

El clérigo catalán Hilari Raguer, de la mítica abadía de Montserrat, tiene a su cargo presentar las relaciones de la iglesia católica con el "alzamiento". Un asunto crucial porque el clero funcionó desde el primer momento como el principal aliado y legitimador del golpe militar de los generales felones. Parece prudente encomendárselo a alguien que conoce la cofradía por dentro porque, en efecto, echa mano y expone información, de interés, como esa referencia al texto del canónigo magistral de Salamanca , Aniceto Castro Albarrán, El derecho a la rebeldía (p. 248) que, aunque conocido, no está lo suficientemente valorado en su importancia en cuanto entronque del golpismo del generalato con la tradición filosófico-política del derecho de resistencia.

Novedad para este crítico es la mención a la curiosa conspiración de aquel majadero que fue Eugenio Vegas Latapie, alma de todas las conspiraciones monárquicas y de Acción Española, quien pretendía organizar un atentado terrorista que provocara la guerra civil (p. 250). En el fondo, esta provocación criminal resume como una metáfora, el sentido todo de esta guerra que aún no ha terminado: quienes ansiaban acabar con la República en defensa de sus intereses de clase, estaban dispuestos a hacer lo que fuera para ello, a cometer todo tipo de crímenes y felonías... y a achacárselos después a quienes, al apoyar al gobierno legítimo, se opusieron a sus designios. En realidad, si los psicólogos quieren una muestra empírica incuestionable de esa patología que llaman proyección, inherente a la derecha española y consistente en acusar a los demás de hacer lo que ella hace, que consideren cómo los delincuentes rebeldes acabaron encarcelando, "juzgando" y asesinando a sus enemigos acusándolos de "rebelión". Tática de proyección que la derecha sigue aplicando hoy día de igual modo aunque, de momento, con efectos menos cruentos.

El capítulo de Raguer tenía que tratar el asunto de la cruzada en cuanto concepto legitimatorio esencial del franquismo emanado de la iglesia. El autor recuerda que el término no aparece en la famosa carta colectiva de los obispos españoles del 1º de julio de 1937 (p. 255) pero lo que es evidente, obispos o no obispos, es que el término echó raíces, fue esencial para la justificación de la guerra civil y la barbarie fascista desencadenada en España y, desde luego, salió de la iglesia. No de la propaganda del 5º Regimiento. Y que el Vaticano no la empleara expressis verbis tampoco quiere decir gran cosa para quien, como Raguer, seguramente conoce las muchas lenguas con que habla la Santa Sede.

El capítulo de Fernando Hernández Sánchez, "con el cuchillo entre los dientes: el mito del 'peligro comunista' en España en julio de 1936" tiene asimismo especial relevancia a los efectos específicos del libro. Remacha Hernández la idea de que la sublevación militar, producto de la previa (y única) conspiración antirrepublicana, fue una "contrarrevolución preventiva" (p. 275) y, muy convincentemente, concluye que el Frente Popular y su columna vertebral, el PCE, lucharon siempre en defensa de la legalidad republicana (p. 287). De revolución en ciernes, nada. Son incontables los testimonios que prueban cómo los comunistas se opusieron primero y yugularon después todas las ensoñaciones revolucionarias de la CNT/FAI o el POUM. Nos adentramos aquí en este episodio -ya tratado en otras partes del libro- que podríamos llamar la "guerra civil dentro de la guerra civil" que concluyó con el triunfo de los comunistas (o los estalinistas, como los llamaban los trostkistas) y la aceptación del principio de primero la guerra y luego la revolución.

En este asunto, como suele suceder en los hechos históricos, hay matices y matices. Si uno restringe el ámbito exclusivamente al escenario español, el punto de vista de Hernández es incuestionable: los comunistas pegan un giro a raíz del VII Congreso del Komintern en 1935 y pasan a propugnar la política de "frentes populares" como forma de lucha contra el fascismo. Un giro de 180º que tiene tanta justificación y elementos propagandísticos como sus posiciones anteriores. España fue una pieza más, sin duda importante, pero una más, en la formidable política de agit-prop de la Internacional Comunista, organizada en gran parte por aquel genio de la propaganda que se llamó Willi Münzenberg, posteriormente asesinado quizá por agentes estalinistas. Los comunistas en España obedecían consignas (entre otras, acabar con los "traidores" trostkistas) y las hubieran seguido aunque hubieran sido las contrarias. Reconozco que esto no cambia gran cosa en cuanto al fondo de la discusión de si había o no un "peligro comunista" en España en julio de 1936, pero hay que ir muy al fondo de las cosas y matizar bastante para los años posteriores. Bolloten, seguramente, se vendió por un plato de lentejas; pero, es de insistir, Borkenau fue mucho más perspicaz.

El capítulo de José Luis Ledesma, "La 'primavera trágica' de 1936 y la pendiente hacia la guerra civil", que es un buen complemento al de Francisco Pérez Sánchez, "Las reformas de la primavera del 36", muy concentrado en el análisis  de las distintas medidas de reforma de la República, supone un buen colofón a este recomendable libro. Ledesma no duda en calificar de "leyenda negra" lo de la amenaza revolucionaria pretextada por las derechas conspiradoras, sublevadas y golpistas (p. 311), pero matiza algo que es de justicia. No hubo una violencia especialmente significativa de las izquierdas antes de la sublevación militar (quizá fuera mayor la sistemática provocación de los pistoleros falangistas y católicos), pero sí se encendió en cierto grado a raíz de dicha sublevación. Pero eso, obviamente, requiere otro juicio. No se puede amalgamar con la anterior, como ha hecho sistemáticamente la historiografía franquista muchos de cuyos seguidores siguen produciendo esa bazofia seudohistórica y legitimatoria en defensa del que quizá haya sido el régimen más bestial, cruento, asesino y vergonzoso de la historia de este sufrido país.

Añádase a todo lo anterior con su poderosa armazón historiográfica la reproducción de los originales de las abrumadoras pruebas de cargo que aportan los autores: los contratos de Roma y en anexos los documentos elaborados por el general Mola en preparación del golpe de Estado de julio de 1936 que demuestran una clara voluntad de recurrir a la máxima violencia de la guerra para derribar la República y continuar luego con una política de represión y terror en contra de la población civil en términos que la conciencia posterior de la humanidad ha calificado de genocidio. Estos torturadores españoles que reclama hoy la justicia argentina son en realidad los servidores y perpetuadores de un régimen ilegal, delictivo, terrorista y genocida, preparado con mucha antelación a julio de 1936. Los contratos de Roma, por lo demás, ya se ha dicho, no apuntaban a un mero "golpe de Estado". Basta con ver el material bélico comprado que tan profusamente se describe. Además, lo que estas cuentas prueban asimismo es la directa implicación de Mussolini en la preparación del asalto armado contra la República española. Fueron los alemanes y los italianos quienes ayudaron decisivamente a Franco a ganar la guerra. Los rusos llegaron mucho más tarde y, por razones evidentes, pudieron hacer bastante menos.

Efectivamente, bienvenido este último libro sobre la guerra civil. Una guerra que aún no ha terminado.