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dijous, 3 de març del 2011

Qué es la violencia y cómo se la condena.

Siempre que ETA y su entorno dan que hablar el discurso de la izquierda abertzale viene a ser opuesto al del resto de las fuerzas políticas en España. Con motivo de la detención en enero de diez miembros de Egin y Askatasuna, igual que con la de los cuatro presuntos etarras en Bilbao, al parecer con las manos en la masa de doscientos kilos de explosivos, la izquierda abertzale critica que el Gobierno no esté a la altura de las circunstancias y no ceje en su actividad represiva, desperdiciando la ocasión del alto el fuego de ETA. Es verdad que ETA está en alto el fuego porque, si no, ya habría hecho un estropicio con tal cantidad de explosivo almacenada en una ciudad tan densamente habitada como Bilbao.

Pero del lado del Gobierno, y de todos los que leen los periódicos, se dice que el alto el fuego de ETA es unilateral, que el ministerio del Interior no está en alto el fuego y que lo que los terroristas tienen que hacer es deponer las armas y entregarse. Entre tanto, la policía sigue cumpliendo su misión de perseguir el crimen y prevenirlo siempre que sea posible. Porque así como el deseable fin de la violencia en el País Vasco no acarreará contraprestación política alguna, las treguas mucho menos.

Es de esperar que Mayor Oreja no aproveche el momento para decir que estas detenciones son detenciones trampa, cortinas de humo para ocultar las negociaciones de este pérfido gobierno con ETA. Es de esperar, pero quizá sea demasiado esperar. Dadas las circunstancias y las gentes que las viven todo lo que, por desgracia, acabará produciéndose quizá no sea más que un incómodo silencio en donde debería haber un cerrado aplauso a la tarea que llevan a cabo las fuerzas de seguridad.

Las detenciones se cruzan con el procedimiento abierto para ver si se permite o no que Sortu sea legalizado como partido. Y no ayudan a la legalización, es evidente. Ni tienen por qué. Sortu ha perdido una ocasión única de dar peso a su solicitud condenando la tenencia de explosivos. Pero los abertzales contestan que: a) ya dijeron que condenaban sin ambages la violencia de ETA; b) de hecho, aquí, no se ha producido violencia.

Está claro que el problema reside en qué se entienda por violencia. En principio es sencillo: violencia es toda fuerza hecha sobre terceros en contra de su voluntad. La violencia puede vivirse consciente o inconscientemente. Si me disparan de frente, es violencia y si por la espalda, también es violencia. La violencia pueder ser en acto o en potencia, como distinguían los escolásticos. La explosión de doscientos kilos de explosivos de golpe o en porciones es violencia como también lo es la tenencia de esos doscientos kilos siempre que exista una probabilidad superior a cero de que vayan a emplearse. Y existe. Y es bastante alta.

Hay un acuerdo generalizado en que, excepción hecha de la legítima defensa, toda violencia es condenable. La violencia de los aparatos del Estado se entiende siempre en legítima defensa de la colectividad. La condena, a su vez, puede ser de carácter abstracto o dirigirse a un caso concreto. Pero la una llama a la otra. La condena de la violencia en abstracto, como una lacra de la condición humana desde el principio de los tiempos, tiene su complemento en la condena de esta violencia concreta, aquí y ahora, la de los doscientos kilos de explosivos. Lo universal comprende lo particular, argumenta la izquierda abertzale. Cierto. Y lo particular comprende igualmente lo universal. Condenar el universal sin condenar su manifestación concreta equivale a no condenar.

Ignoro en qué medida basará el Tribunal Supremo su decisión en estas cuestiones de la condena de la violencia pero, en la medida en que lo haga, Sortu no está actuando de forma que favorezca su petición de legalización. Ellos sabrán lo que hacen pero no es lógico poner en peligro el logro del objetivo en el último tramo por una cuestión de empecinamiento. Lo que el Supremo tiene que decidir es si y en qué medida la continuidad de las personas entre Batasuna y Sortu revela continuidad de los propósitos y tal parece que la haya desde el momento en que quienes callaban antaño frente a la violencia y, por lo tanto, otorgaban, siguen haciéndolo hoy.

(La imagen es una foto de Chesi - Fotos CC, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 1 d’octubre del 2010

El golpe del Ecuador.

Ya tenemos en marcha uno de esos confusos golpes de la nueva escuela, al estilo del de Honduras. Todo el mundo invoca la institucionalidad al tiempo que se cometen atropellos con su legítimo gestor en ese momento, el Presidente. Parece que se ha sublevado la policía y una parte de los militares, aunque no el mando supremo que sigue leal a la Constitución. El Presidente está en algo parecido a un secuestro. El motivo de la sublevación es una ley de la Asamblea por la que se aplican a las fuerzas del orden unas medidas de austeridad como las que venimos soportando en Europa hace un par de años.

En algún sitio se dice que Correa está pensando en disolver el Parlamento, facultad que tiene reconocida en el Constitución. Pero esa misma Constitución condiciona tal facultad de disolución a que se ejerza antes del tercer año de mandato y creo que Correa va por el cuarto.

Si de lo que se trata es de que el Presidente se vaya, éste siempre puede dimitir. Pero cuesta creer que vaya a hacerlo cuando no tiene porqué y menos porque lo pidan unos funcionarios sediciosos. Alternativamente la Asamblea Nacional puede destituirlo mediante juicio político en casos específicos y siempre dentro de los tres primeros años de la legislatura. Pero ¿por qué habría de hacer la Asamblea tal cosa cuenta habida de que en ella están los partidarios de Correa?

Parece bastante claro que lo único que cabe hacer aquí es que el ejército leal reduzca a los sediciosos y restablezca el poder civil, es decir, vuelta a la normalidad. Luego ya se hará justicia. Por cierto que la reacción internacional ha sido ejemplar y enardecedora. Todo el mundo ha pedido el restablecimiento del legítimo mandatario y el fin de esa especie de astracanada ilegal. Los países de la Unasur apoyan al Presidente unánimemente.

Los más cautos, los Estados Unidos, que se limitan a decir que "siguen de cerca" el asunto. Por una vez da la impresión de que no están detrás de los golpistas. Porque está claro que se trata de un golpe de la derecha. Así lo ha dicho el ministro de Exteriores. Otra cosa es que como golpe esté bien organizado. La presencia en el Brasil del líder de la oposición de la derecha, Lucio Gutiérrez, suena un poco a fabricación de coartada: yo no estaba allí, por tanto no tengo nada que ver con los hechos. Coartada prefabricada que no engaña a nadie y pone de manifiesto la ambigüedad habitual a la derecha que juega a la democracia pero no hace ascos a la posibilidad de llegar al poder por algún otro medio y eso mientras, como hace Gutiérrez, acusa de "dictador" al Presidente democráticamente electo; que la derecha, de allá o de acá, anda siempre con la lengua tan suelta como su lealtad al Estado de derecho.

El sólido frente internacional de rechazo es una garantía de que los golpistas no van a ir muy allá en un contexto exterior hostil. El problema realmente está en el interior: ¿qué hacer ahora con unos funcionarios de policía que se han sublevado contra el gobierno legítimo? Y ¿cómo mantener el orden cuando los encargados de hacerlo respetar son los primeros en saltárselo y comportarse como delincuentes?


Actualización a las 08:00

Parece que, en efecto, el ejército ha cumplido con su obligación y ha liberado al Presidente. Encomiable rapidez. Ahora, me temo, habrá de ser el propio ejército el que se encargue de las tareas de orden público mientras las autoridades legítimas deciden qué hacer con semejante cuerpo de policía y los militares que lo secundaron. Hubiera sido un golpe de Estado parecido al de la guardia pretoriana. Algo sin sentido y, al propio tiempo, una señal de advertencia acerca de cómo van estrechándose los márgenes de acción en nuestras sociedades según avanza la crisis y van tomándose medidas de austeridad que, como en este caso, chocan con estatutos corporativos consagrados que se resienten. Realmente hubiera tenido que escribir sobre Irlanda, en donde la situación de crisis provocada por las políticas neoliberales (que algunos que parecen tener serrín en la cabeza siguen preconizando como solución) está a pique de derivar en algo similar a lo del Ecuador.

(La imagen es una foto de Adalbertop, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 20 de març del 2009

La calle siempre es suya.

Nada se parece tanto a un ministro del Interior como otro ministro del Interior. El partido al que pertenezcan es secundario cuando no irrelevante por completo. Siendo Fraga, ejemplar franquista, ministro del Interior en los tempranos días de la Monarquía, la policía mató a cinco manifestantes en Vitoria e hirió a muchos otros mientras el político acuñaba su famosa frase: "la calle es mía".

En tiempos de la República de Weimar se dijo que el ministro del Interior, el socialdemócrata Gustav Noske, permitió el asesinato de Rosa Luxemburg y Karl Liebnecht si es que no lo ordenó directamente. Hace dos días que la policía catalana y balear esta repartiendo estopa en las calles a los jóvenes manifestantes en contra del proceso de Bolonia con un resultado de heridos y contusionados que aún no se conoce de cierto. En Cataluña, el consejero de Interior es el señor Joan Saura, presidente de Iniciativa per Catalunya-Els Verts, esto es, la Izquierda Unida catalana.

Supongo que mucha gente en IU estará horrorizada de este Fraganoske a la catalana, pero todo será cuestión de acostumbrarse a la consolidada sabiduría popular: "si quieres conocer a Juanillo, dale un carguillo". Es de esperar que este ministro del Interior de izquierda tome contundentes medidas con los policías que han actuado con evidente abuso, demasía y salvajismo, que se presenten disculpas a la población civil y se castigue a los responsables. Si esto no sucede habrá que reconocer que un ministro del Interior es siempre un ministro del Interior, como saben todos los policías que hay en el mundo y la única posibilidad de enfocar esta cuestión desde la izquierda quizá sea acudir al desván de la polvorienta memoria y recordar que la izquierda preconizaba la desaparición del Estado, cuya manifestación más genuina es el ministerio del Interior.

(La imagen es una foto de InSurGente, bajo licencia de Creative Commons).