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dijous, 12 de novembre del 2015

Inhabilitar, sí, pero ¿a quién?


Ya vuelve el ganado por la querencia. Miguel Ángel Rodríguez, ariete del primer gobierno de Aznar, dice que Mas necesita una fusilamiento. Y él un cerebro.

En cuanto al pintoresco habitante de La Moncloa, el asunto es ya patético: después de cuatro años de abulia e inacción frente a Cataluña; de haber rechazado todas las peticiones nacionalistas; de haberse negado a negociar nada; de haber dicho que las multitudinarias manifestaciones de las Diadas eran algarabías; de haber convertido el Tribunal Constitucional en el alguacil y chico de los recados de sus caprichos; de haber hecho todo tipo de guerra sucia y recurrido a todos los procedimientos para  enfangar la figura de Mas; de haber prohibido la consulta del 9N sin poder impedirla; de imputar en vía penal a los responsables políticos de una consulta democrática; de perder las elecciones del pasado 27 de septiembre; después de todo eso, el gobierno da una patada al tablero y, en un ataque de soberbia y autoritarismo, quiere empapelar a una veintena de representantes democráticamente elegidos.

Para ello ordena al puñado de figurones capitaneados por un viejo franquista en el Consejo de Estado que le den argumentos para impugnar jurídicamente una declaración de intenciones políticas. Se reúne luego de urgencia en consejo extraordinario de ministros y ordena a ese remedo de Tribunal Constitucional (TC) a su servicio que suspenda una hoja de ruta de un órgano legislativo. Lo hace pretextando la defensa de la democracia que solo él y sus agentes en las instituciones están ignorando y pisoteando. Y afirma seguir un criterio de proporcionalidad, lo que seguramente quiere decir que todavía no ha ordenado bombardear el Parc de la Ciutadella.

El TC se presta a este dislate porque, en el fondo, carece de autoridad moral para emplear un juicio propio si alguno tuviera. Pero su pretensión es tan ridícula como las urgencias de un gobierno negligente e inepto, incapaz de prever las consecuencias de sus actos. De un gobierno de irresponsables que ha llevado al país a la ruptura y al riesgo de una explosión social.

En algo coinciden estos personajes, los secretarios fusileros, los gobernantes incompetentes y los magistrados serviciales: en el recurso a la amenaza frente al propósito previamente anunciado de las autoridades catalanas de desobedecer las órdenes y normas de las instituciones españolas que consideran deslegitimadas. Nadie ha explicado a estos genios que solo pueden proferirse amenazas que sea posible cumplir. Si las veintiuna personas designadas nominatim no hincan la cerviz ante la arrogancia y la prepotencia de unos gobernantes sin idea alguna de la que están organizando, ¿qué harán estos? ¿Mandar los tanques a la diagonal? ¿Suspender la autonomía invocando el artículo 155? ¿Aplicar la Ley de Seguridad Nacional, cocinada en secreto con Rubalcaba y que, según el ministro Catalá, estaba pensada para otros menesteres? ¿Encarcelar a los veintiún desobedientes? ¿Procesar a dos millones de independentistas? ¿Clausurar todos los ayuntamientos catalanes que se han adherido a la declaración cuestionada? ¿Decretar el estado de excepción, como decía Palinuro ayer?

Hasta Rajoy se ha dado cuenta de que el problema es el más grave de su mandato. Lo ha dicho en un programa de radio dedicado al fútbol, al parecer el único contexto que estimula su raciocinio. Por ello ha forjado una alianza sagrada con el PSOE, convertido en un partido auxiliar a sus órdenes, reaccionario, monárquico y centralista y con tanta idea del nacionalismo catalán y del nacionalismo en general como del tagalo. Sánchez y él coinciden en que primero va la unidad de España y luego lo demás, si es que hay demás. Y aquel es incapaz de exigir a este cuando menos explicaciones por haber llevado al país a esta situación de crisis constitucional sin precedentes. Y haberlo arrastrado a ella sin margen de actuación propia.  

En Europa están pasmad@s y contienen el aliento, a ver qué nueva barbaridad perpetran estos españoles, cuya pátina democrática ha desaparecido al primer conato de resistencia frente a la arbitrariedad. Palinuro barrunta que ya están preparándola: es posible que, en cuanto la mesa del Parlamento proclame su intención de seguir adelante con la declaración que el TC ha suspendido, los diputados de C's, el PP, también del PSC y quizá de Catalunya Si Que Es Pot (más conocido allí como QWERTY) se ausenten del pleno y escenifiquen una retirada al Aventino, es decir harán lo que el PSOE ha sido incapaz de hacer en esta legislatura en el Congreso por miedo. Así se generará una situación de bloqueo que radicalizará las posiciones en un momento en que ya están preparándose las movilizaciones ciudadanas para defender las instituciones. No duden los estrategas del gobierno de que los catalanes van a salir a la calle a apoyar a sus representantes. Con el parlamento en las únicas manos de los independentistas y el carrer para sus votantes, el presidente de los sobresueldos habrá conseguido el milagro: empujar él solo a la independencia de Cataluña. Así corona ya su desatino. 

Efectivamente, quizá sea pertinente inhabilitar a alguien, pero ¿a quién?

Un pueblo en marcha.

Vicent Partal (2015) 9-N. Història secreta d'una votació revolucionària. Barcelona: RBA (143 págs.)
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Los acontecimientos históricos deben tener sus cronistas. Y estos han ser contemporáneos de lo que relatan, deben vivirlo directamente, no contarlo por referencias. Para eso ya está la historiografía posterior. Los historiadores, además, agradecen los testimonios de los cronistas pues, aunque no cabe darles crédito incondicional, ya que siempre hay sesgo en los relatos, tienen una veta de realismo e inmediatez, muy conveniente para equilibrar las narraciones posteriores, los sesudos libros de historia que suelen escribirse cuando los protagonistas de los hechos son ya sombras del pasado. Los relatos de los cronistas, de los testigos directos, son esenciales no solo por lo que dicen o resaltan sino también por lo que no dicen, lo que callan o lo que olvidan, sin darle importancia y, con el paso del tiempo, a veces la tienen e incluso se revelan esenciales.

El libro de Partal, una crónica en vivo y en caliente de los acontecimientos que llevaron a la votación histórica del 9 de noviembre de 2014 (9N) que desembocaría luego en las elecciones plebiscitarias del 27 de septiembre de 2015 y en la situación que vivimos ahora mismo, es el resultado rápido, ágil, vibrante de un proceso de poco más de un año en Cataluña. Partal, director del digital Vila Web, es un periodista con mucha "mili", experimentado, templado, conocedor de la realidad que retrata y de los personajes que la viven. Su libro es la crónica de un hecho insólito: cómo Cataluña, reiteradamente frustrada en sus aspiraciones nacionales, finalmente consigue realizar la votación del 9N (primero planteado como referéndum, inmediatamente prohibido, y luego como consulta no referendaria) en ejercicio de una soberanía de hecho, no reconocida en texto legal alguno, en clara desobediencia del gobierno central, de un modo pacífico y democrático y con una participación ciudadana espectacular.  En aquella fecha votaron  2.344.827 ciudadanos y un ciborg (p. 109) y 80,91% de los votantes lo hizo con un doble sí a la pregunta del referéndum que el gobierno español consideraba ilegal: sí a que Cataluña se convirtiera en un Estado y sí a que fuera independiente. Un ciborg (Cyborg en inglés, esto es Cybernetic Organism) es un ser vivo consciente, racional, parcialmente orgánico y parcialmente mecánico. Se trataba de un anglo-catalán con pasaporte español que votó con toda legalidad como ciudadano que es.

Esa votación se produjo en neta desobediencia de la prohibición del Tribunal Constitucional y a causa de ella en este momento se encuentran imputados las tres personas que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña considera responsables: Artur Mas, presidente; Joana Ortega, Vicepresidenta e Irene Rigau, consejera de Educación. Y eso que el presidente Rajoy había dicho a los cuatro vientos que la votación (que él fue incapaz de impedir) era una pantomima carente de efectos jurídicos. Claro que nadie en España espera que las afirmaciones de Rajoy tengan relación alguna con la realidad.

Con aquel acto de desobediencia culminaba un largo proceso de movilización paulatina de las fuerzas soberanistas catalanas que tuvo una serie de hitos. El Estatuto de 2006 fue votado por 1.800.000 personas con un nivel altísimo de aceptación. Fue, sin embargo, recurrido por el PP ante el TC en lo que Pérez Royo llamó en su día un golpe de Estado que produjo una sentencia desfavorable de dicho tribunal en 2010, último golpe a un texto al que el Parlamento español ya había pasado una garlopa. Esta sentencia (en opinión de Palinuro una verdadera provocación y un ataque a los sentimientos nacionales catalanes) provocó una reacción de frustración e indignación entre la gente que fue manifestándose luego año tras año en asistencias cada vez más masivas a concentraciones y diadas (la fiesta nacional catalana del 11 de septiembre) El 10 de julio de 2010, en protesta por la sentencia del TC, 1.500.000 personas bajo el lema som una nació; nosaltres decidim. La Diada de 2012, 1.500.000 ciudadan@s bajo el lema Catalunya nou Estat d'Europa. La Diada de 2013, con el lema Via catalana (a la independencia), 1.600.000 personas. La de 2014, 1.800.000 personas con el lema Ara és l'hora, units per un país nou.

Aquí arranca el relato de Partal. Después de la Diada de 2013, conscientes las fuerzas políticas soberanistas de que había un fuerte ánimo independentista en el país, movido por las asociaciones de la sociedad civil como la Assemblea Nacional Catalana, Ómnium Cultural, la Asociació de Municipis per a l'independencia, Súmate, etc, resuelven articular y encabezar el proceso. En la mañana del 12 de diciembre de 2013, los representantes de CiU, ERC, ICV-EUiA y la CUP decidían convocar el 9-N (p. 20). Un "acuerdo muy rápido", impulsado por la vía catalana, aunque Mas aún era reacio a pronunciar la palabra "independencia" (p. 23). El acuerdo se celebró con una histórica fotografía en la galería gótica del Palau de la Generalitat, a la que, por cierto, el PSC no asistió (p. 29), inaugurando así una actitud de desconcierto, rectificaciones, contradicciones que han acabado con las escasas esperanzas del socialismo catalán. Algo que también ha sucedido en parte con la versión catalana de Izquierda Unida.

Por cierto, preguntado Rajoy qué pensaba de la movilización de 1.500.000 de personas en 2012, contestó despectivo que se trataba de una algarabía, mostrando así no solamente su desdén y desprecio por el nacionalismo catalán sino su absoluta irresponsabilidad que, andando no mucho tiempo (tres años más tarde), ha llevado al país a la ruptura.

Lo primero que los soberanistas intentan es un acuerdo con el gobierno de España. En tres ocasiones acude Mas a La Moncloa, en 2012 (aixó no ha anat bé), en agosto de 2013 y julio de 2014 y las tres veces Rajoy le da con la puerta en las narices.  El 23 de febrero 2014, el Congreso español rechaza la petición de referéndum de Cataluña por 299 votos en contra (PP, PSOE, UPyD) y 47 a favor (IU y nacionalistas) (pp. 36/37) y el 25 de marzo de 2014, el TC anula la declaración de soberanía del Parlament (p. 44), aprobada el 23 de enero de 2013. El mismo TC que anula el 29 de septiembre de 2014 la ley de consultas aprobada por CiU, ERC, PSC, ICV-EUiA y la CUP en el Parlament y firmada por Mas el 27 de septiembre (p. 68)

Entre los "no", "no" y "no" reiterados del gobierno central y su oficina de prohibiciones disfrazada de Tribunal Constitucional y carente de toda legitimidad, la fuerzas políticas soberanistas (CiU, ERC y la CUP) más las mentadas asociaciones de la sociedad civil, van tejiendo entre dificultades, contradicciones, errores, peleas y reconciliaciones que Partal relata con ritmo, en una carrera contra reloj la unidad que se proponen. En esa carrera, las aventuras exteriores dan una gran visibilidad al proceso que la diplomacia española, en manos de un incompetente, no consigue evitar y que el autor narra con especial delectación pues de todos es sabido que en cuestión de lenguas, extranjeras y la propia, el presidente es un saco de anécdotas chuscas.

Fijada la votación, por fin para el 9N, el Tribunal Constitucional vuelve a suspender la consulta participativa el cuatro de ese mes, pero Mas desobedece...y la consulta se celebra, Cataluña ha vencido al Estado en su propio territorio de defensa de soberanía y Partal recurre a la autoridad del viejo teórico de esta, Jean Bodin, para dictaminar que España es un Estado fallido (p. 135). Ese Estado fallido es el que, al día de hoy, se arriesga a provocar un desastre en manos del mismo inepto personaje que desgobierna lo que él, en su mundo de ilusión y propaganda, llama la nación más antigua de Europa, faltando a la verdad, como siempre.

Los buenos periodistas adoban sus crónicas con unas gotas de contenido sentimentalismo. El relato de Partal termina con un "episodio final" titulado Herri bat... que recoge un momento emotivo que luego tendría una consecuencia política de curioso calado. Cuando Mas -cuenta Partal- va a votar el 9N, reconoce en una de las mesas de interventor a David Fernández y, en un gesto espontáneo de ambos, los dos se funden en un abrazo que fue recogido por decenas de móviles y vídeos y se viralizó en las redes. El histórico Mario Zubiaga reproducía la foto en un tuit con una leyenda: Herri bat..., un pueblo. Algunos meses después, con motivo de la campaña en las elecciones del 27 de septiembre de este año, Pablo Iglesias desembarcaba en Barcelona como si viniera de la estratosfera, y en su primer mitin profirió aquella muestra de absoluta ignorancia del espíritu nacionalista catalán, confundiendo la lucha de clases con la pipa de Magritte, al decir a sus seguidores que "nunca lo verían abrazarse con Artur Mas". Allí quedó claro que Podemos no tenía nada que decir en Cataluña porque no sabía qué tierra pisaba ni con qué gente trataba.

Pues eso, con un poble en marxa. 

dimecres, 21 d’octubre del 2015

Cataluña/España.

Hoy, 21 de octubre, a las 19:00 en el centro cultural Blanquerna (c/ Alcalá, 44) presentaré el libro de Josep Centelles i Portella Entender Cataluña. Por qué tantos catalanes quieren un Estado propio en compañía del autor.

Quien quiera tener una idea aproximada de lo que voy a decir puede echar una ojeada a la crítica que le hizo Palinuro en su día, titulada La estatocracia española, en la que aprovechaba el concepto con el que el autor diagnostica la realidad del problema. Estado contra Estado, los independentistas catalanes quieren tener el suyo para combatir de igual a igual con el español en esa compleja relación de amor/odio que ha venido festoneando nuestras seculares relaciones. Es una vieja aspiración que se condensa en la antigua formulación medieval del aeque principaliter. Supongo que Centelles, cuyo catalanismo arranca de la amarga experiencia de formar parte de una España que jamás fue capaz de tratarse a sí misma ni a sus hijos con la dignidad que todos merecían, abrigará la esperanza de que el futuro Estado catalán, la República catalana, no incurrirá en el mismo defecto estatolátrico. Tratándose de un futurible, la cuestión quedará abierta. De momento, nuestro cometido es tratar de entender los motivos de un divorcio cada vez más inevitable.

Tod@s bienvenid@s.

diumenge, 18 d’octubre del 2015

Horizonte de desobediencia.

Aquí mi columna de elMón.cat en la versión catalana. Es imposible hablar ni dialogar con quien se niega a hacerlo, quien no se mueve, no hace propuesta alguna, no admite la existencia del otro, ni le reconoce legitimidad, ni siquiera respeta su derecho a la existencia. Es imposible entenderse con quien no quiere entender ni encontrar un terreno común y solo está dispuesto a emplear la fuerza.

Esta es la versión en español.



Horizonte desobediencia.
                                                                                                    
La política fluye, como un río que no cesa. Rebasada la declaración de Mas ante el TSJC, con amplio respaldo institucional y popular y fuerte proyección internacional, entramos en un tramo nuevo: constitución del Parlamento catalán y aplicación de la hoja de ruta hacia la independencia bajo la amenaza del procesamiento del presidente de la Generalitat. En el horizonte, la posible condena a Mas y la también posible desobediencia de las instituciones catalanas.

Es gravísimo que la Generalitat se plantee desobedecer la ley, dice la vicepresidenta del gobierno central. Tanto, añade su jefe el presidente, que, si la desobediencia se da, puede llegarse a la suspensión de la autonomía, vía artículo 155 de la CE. Entre tanto Manos Limpias seguramente pedirá la ilegalización de todos y cada uno de los votantes independentistas por sediciosos. 

El terreno de juego está perfectamente marcado. Nadie hay por encima de la ley, dice el gobierno. Ni él mismo, por la sencilla razón de que, cuando la ley no le gusta, la cambia porque sí. Igualmente es obligado obedecer las decisiones de los tribunales, compuestos por magistrados con carné del partido y que aplican la “justicia” del gobierno, la que complace al Rey pues por eso se administra en su nombre. El discurso del principal partido de la oposición es el mismo: hay que obedecer la ley del embudo y acatar la justicia de Peralvillo. 

El frente español está cerrado. España es un Estado de derecho y aquí no se mueve nadie ni se cambia nada. Con esta Constitución hemos tenido cuarenta años de paz, tantos como los que generosamente nos dio el Caudillo de emocionado recuerdo y así seguiremos otros cuarenta, viendo desfilar la cabra de la legión. 

El nacionalismo español ignora el abc de la política, su condición dinámica, fluida, líquida. La política, como la vida, es cambio y si uno no lo anticipa, no se prepara para él, no propone nada para encauzarlo en su propio (y legítimo) beneficio, para hacerlo fructífero y constructivo, esa cambio inevitable lo dejará de lado o lo arrollará. Lo que no se mueve, se pudre. Lo que no avanza, muere. Quien no prevé, perece. La política es iniciativa, proyecto, plan, todo lo que tiene el independentismo catalán y de lo que carece el nacionalismo español. La única reacción de este es una falta de acción y respuesta, elevada a epítome de la cazurra astucia de ese prodigio de incompetencia que reside en La Moncloa, para quien, la mejor decisión es no tomar decisión alguna. Con lo cual son los otros quienes las toman por ti y no te dejan ni el recurso a la socorrida mentira para tapar las vergüenzas de tu ineptitud.

Cuando se cansan de insultar y amenazar, los propagandistas del nacionalismo español , sobre todo los intelectuales que pasan el resto del tiempo desaparecidos en sus covachas, se ponen comprensivos y lamentan cómo el independentismo ha fracturado la sociedad catalana. El panorama es terrible: las familias están enfrentadas y los ciudadanos son sombras esquizofrénicas que vagan por las calles preguntándose angustiados por su identidad. Es difícil tomarse en serio esta basura pero no está de más recoger algo de su enseñanza porque si algo está fragmentado y fraccionado aquí es precisamente el nacionalismo español. Cualquiera que vea la sociedad catalana sin prejuicios observa una amplísima movilización popular fuertemente aglutinada con unidad de propósitos y, por supuesto, las naturales desavenencias en todo empeño complejo y colectivo. Ese mismo observador no puede ignorar que en el resto del Estado, la situación es la inversa: reina la atonía, la inacción, el desconcierto, el enfrentamiento y la irreconciliabilidad de proyectos que solo se remedia en la actitud reactiva frente al riesgo cierto de la secesión.

Que el PP y el PSOE hagan causa común frente a Cataluña demuestra por enésima vez que el problema español no tiene arreglo. Entre el nacionalcatolicismo reaccionario, oscurantista, oligárquico, represivo e intolerante de la derecha española, tan franquista hoy como siempre, y el sedicente nacionalismo liberal, tolerante, progresista, de las supuestas izquierdas, incapaces de formular proyecto alguno de reforma en serio, hay acuerdo básico en lo referente a los llamados “nacionalismos periféricos”. Ese acuerdo básico de los nacionalistas españoles, cuya incapacidad para reconocer su situación los lleva a proclamar el oxímoron de un nacionalismo no nacionalista. Queda claro así por tanto que se trata de último acto de esta tragicomedia llamada España en la que la idea de la modernidad, la tolerancia, la democracia y el respeto los derechos de un liberalismo enclenque, secularmente subalterno frente al reaccionarismo tridentino español. Una sociedad sumisa, fracturada, insolidaria, de súbditos claudicantes ante la oligarquía mesetaria y caciquil de siempre.

Esta España no tiene nada que ofrecer a unos pueblos que, por razones que no hacen al caso pero están en la mente de todos, tienen la suerte de contar con proyectos propios, con iniciativas políticas de renovación y regeneración. 

Esta España no deja otro camino que la desobediencia.

dijous, 15 d’octubre del 2015

75 años después.


En 1940, los fascistas españoles asesinaron a Lluís Companys por orden de Franco. 75 años más tarde su espíritu, su lucha por la dignidad y la independencia de Cataluña están más vivos que nunca y hoy los herederos y simpatizantes de los asesinos se los van a encontrar de nuevo. Democráticamente. Pacíficamente. Pero con la misma determinación que movió a Companys.

Ante la concentración del martes para acompañar a las consejeras Rigau y Ortega, el TSJC emitió un precipitado, duro y sorprendente comunicado calificando la movilización como "ataque directo y sin paliativos" a la independencia judicial. Horas después, el Consejo General del Poder Judicial respaldaba a los magistrados catalanes, hablando también de "inadmisibilidad". Por último el gobierno, en esa alegre coyunda que tiene con los jueces cuando son de su cuerda, consideraba igualmente "inadmisible" la presencia de consejeros del gobierno de la Generalitat en la concentración de apoyo a las dos imputadas. También Iceta, del PSC, afeaba la manifestación.

De inmediato llovieron docenas de ejemplos de cómo en el pasado tanto el PP como el PSOE arroparon a diversos imputados y condenados suyos al ir a declarar ante el juez o ingresar en la cárcel. Típica respuesta del "y tú más" que Palinuro considera siempre inaceptable. Si algo está mal, seguirá estando mal aunque otros lo hayan hecho antes.

Pero la concentraciones del martes y las mucho más concurridas que se prevén para hoy, ¿están mal? Sí, dicen quienes las rechazan, son "contrarias al Estado de derecho". A Palinuro le parecen manifestaciones pacíficas y legítimas de libertad de expresión, un derecho esencial de la ciudadanía. ¿Por qué están mal? ¿Son delito? Si son delito ¿cuál? Y ¿por qué no se detiene y denuncia a los delincuentes?

¡Ah! que no son delito pero a los jueces les molestan porque se sienten presionados. Pues es lamentable que sea así, ya se sabe que la política no es un rigodón versallesco y, cuando se actúa contra alguien que cumple un mandato democrático, uno debe esperarse condigna respuesta. Por lo demás, quienes afirman que la solidaridad con las personas investigadas, en este caso Mas y sus consejeras, intenta influir y condicionar el parecer de los jueces muestran escasa confianza en la integridad e independencia de estos. Quizá porque las miden según el juicio que les merecen las que ellos tienen.

Esta actuación judicial no debió producirse nunca. Un conflicto político como el que vive España con Cataluña debió tratarse siempre en clave política, no judicial. Pero, para que eso se produzca, es preciso que en los dos lados de la falla tengamos políticos demócratas. No políticos demócratas en uno y franquistas, autoritarios, represivos e incapaces de entender problema complejo alguno en el otro. Era preciso negociar y buscar alguna solución pactada. Pero fue imposible. Durante cuatro años, el gobierno, con ese incompetente fanfarrón a la cabeza, se cerró a todo diálogo y dejó que el independentismo ampliara su iniciativa, tomara impulso y, al final, despegara en dos consultas que, se miren como se miren, son dos hitos en el camino de los catalanes hacia la independencia.

Ahora, probablemente, no hay remedio. Esa citación a declarar a Mas en el aniversario del asesinato de Companys revela tal insensibilidad y desprecio ante la historia de Cataluña que asombra. Induce a pensar si, lejos de tratarse de mera ignorancia, quizá responda a un espíritu provocador con el fin de enconar las cosas en la esperanza de llegar a una situación que justifique un estado de excepción y una suspensión de las elecciones. Algo que está muy en la historia y el espíritu de la derecha franquista que hoy gobierna España.

Dice el ministro Catalá, en funciones de zahorí, que si Mas resulta condenado, no se convertirá en un  mártir. Delo usted por seguro, señor ministro. Ambas cosas: que será condenado y que se convertirá en un mártir en torno al cual arreciará el independentismo.

Será condenado porque el Estado no puede dar marcha atrás habiendo llegado hasta aquí. Fue él quien ordenó a la Fiscalía General actuar, aunque los fiscales catalanes, mejor avisados de la situación, se opusieron y aquella instó la actuación de los tribunales. Cualquier decisión de estos que no incluya una condena, por leve o suave que sea, sería vista como una irresponsable dejación de competencias y una invitación a continuar con el reto independentista al Estado. Pero cualquier condena, por insignificante que sea, convertirá a Mas en el símbolo de la lucha del pueblo catalán por su independencia.

Es difícil imaginar mayor ineptitud. 

dimecres, 14 d’octubre del 2015

Arturo contra Mordred.

La movida de ayer, a raíz de la declaración de Rigau y Ortega ante el TSJC, fue sonada por la mañana y repicada por la tarde en muchísimos ayuntamientos de Cataluña, aunque dudo de que los españoles se enteraran porque, en tema catalán, las televisiones son ciegas, sordas y mudas y así preparan el camino al escenario que quieren evitar, el de la independencia. Y toda esa convulsión será nada comparada con la que se avecina mañana, cuando Mas comparezca a declarar. 

Mientras el Tribunal Constitucional se prepara para actuar de corchete, según prevé la nueva ley que la mayoría absoluta del PP está a punto de perpetrar, el TSJC hace el trabajo rudo e incluso añade sal gorda de su despensa. Se queja el tribunal amargamente en un comunicado de la intolerable presión de los manifestantes -miembros del Govern incluidos- ante su sede. Efectivamente, no debe de ser plato de gusto que te saquen los colores pero, que yo sepa, aquellos están en su derecho. Si hubieran cometido alguna infracción, lo procedente no sería una lacrimógena declaración, sino una denuncia en toda regla y al calabozo con los de la protesta. No es así, luego toca aguantarse. La política está hecha de estas cosas. También el gobierno emplea a los jueces para resolver por las bravas conflictos políticos que él es incapaz de solucionar por su profunda ineptitud y su carácter autoritario y represivo. 

Y eso sin contar con que recurrir a los tribunales en un país que bulle de Ratos, Blesas, Correas, Matas, Granados etc., etc, mueve a risa. Con una justicia desprestigiada interferida por el gobierno, echar mano de ella para resolver conflictos políticos es absurdo.

El conflicto entre España y Cataluña es fundamentalmente político y solo podrá resolverse por vías políticas, no judiciales. Pero para que funcionen las vías políticas tiene que haber diálogo. Cierto, todos dicen estar dispuestos a dialogar y acuden a ese topicazo de la mano tendida, que parecen invidentes tanteando el paso.  Pero el gobierno pone en seguida los límites: dialogar, sí, pero no de la soberanía nacional, no de la Constitución, no de la financiación de las Comunidades Autónomas, no de la convocatoria de un referéndum; en definitiva, no de nada que interese a los catalanes. No, no y no. Si acaso, y algún octogenario aún la recuerda, estará dispuesto a una alegre colaboración en el marco del sano regionalismo, que tanto entusiasmaba al ministro franquista y falangista Fraga, posterior fundador del PP. 

Llevar a sus dirigentes ante los tribunales y aplicarles una descarada forma del derecho penal del vencedor no frenará el movimiento independentista, sino que lo intensificará. Y, si hay condenados, la solidaridad funcionará como mecanismo de movilización.

Esto nos lleva al factor simbólico de este asunto, el determinante. Dice el ministro Catalá que, si le condenan, Mas no quedará como un mártir. Y él, ¿cómo lo sabe? ¿Se lo ha dicho alguna de esas vírgenes a las que condecora su colega de Interior? De momento, el simbolismo de la situación es muy potente. Mañana, 15 de octubre, es el aniversario del asesinato de Lluís Companys por los franquistas. Mas irá a depositar una ofrenda floral en el monumento al presidente de la Generalitat mártir y luego habrá de comparecer ante unos jueces que son los herederos directos del "ordenamiento jurídico" que asesinó a Companys y aún no ha pedido perdón por ello. 

Si Artur Mas es condenado, quedará convertido en un mártir capaz de ganar la última batalla a Rajoy/Mordred y Catalá, reducido a su auténtica dimensión de cantamañanas.

diumenge, 11 d’octubre del 2015

Contra Cataluña.

Mi artículo de hoy en elMón.cat sobre el intento del gobierno central de someter a Cataluña por el chantaje y el boicoteo, primeros pasos antes de pasar a mayores violencias. Esta es la versión catalana y, a continuación, incluyo el original en español:

Objetivo: doblegar Cataluña.

Hace unos días un sabotaje paralizó el AVE Madrid-Barcelona. Fue la policía quien así lo llamó. Claro y rotundo: sabotaje. Ahora solo falta saber quién lo perpetró pero son pocas las dudas, ¿verdad? Hay alguien interesado en sabotear la independencia catalana, el proceso catalán, todo lo catalán. Y no hace falta indagar mucho para saber quién y calibrar los recursos de que dispone para ello, que son ingentes, pues son los de todos, incluidos los de los propios catalanes. Los saboteadores tradicionales del Estado español son especialistas en machacar a sus adversarios con los recursos de sus víctimas.

Según El País, verdadero Alcázar de este nuevo y ridículo Movimiento Nacional compuesto de exrojos achacosos y arrepentidos, los planes económicos de la Generalitat “alarman al empresariado”, ente mitológico tan evanescente como “los mercados”. Cuando ese empresariado pide despido libre, eliminar el salario base, suprimir las cotizaciones, terminar con las vacaciones pagadas o que los trabajadores despedidos devuelvan los salarios cobrados, sus siervos, los intelectuales orgánicos del capital y El Escorial, no alzan la voz por encima del nivel de su cobardía. Al fin y al cabo, se trata de la que puede caer en Cataluña si los catalanes se obstinan en ser libres y romper el aciago destino de España: ¡incurrirán en las iras de los empresarios, los mecenas de estos plumillas complacientes!

La consigna en Madrid es diáfana: hay que romper el espinazo a Cataluña, quebrar la resistencia de los catalanes. ¿Qué se han creído estos? ¿Que puede uno librarse de la pesada y estúpida carga del nacionalismo español de los andrajos y la fanfarronería? La consigna de amedrentar, asustar, amenazar, insultar y, llegado el caso, sabotear o algo peor circula por las sedes de los partidos, las tertulias audiovisuales plagadas de esbirros, las redacciones de la prensa falangista, las fundaciones, las sacristías, las dependencias administrativas de un gobierno tan vacío de dignidad como lleno de ladrones y de un consejo de ministros compuesto por franquistas de estricta obediencia.

El erario no está para administrarlo prudentemente en beneficio general sino para robar a manos llenas y, con lo que reste, financiar las campañas del miedo, sobornar voluntades y pagar actos de sabotaje. Una o dos de esas agencias de rating, chiringuitos de robaperas para jugar con el crédito de las instituciones según sus propios intereses y los de sus clientes, ha subido la nota de los títulos españoles y bajado la de los catalanes. Con la misma justificación con que habrían hecho lo contrario si hubieran sido los catalanes los que las hubieran pagado en vez de los españoles.

El caso es machacar Cataluña, augurarle las penas del infierno, vilipendiar el independentismo y amenazar con traer a Mas cargado de cadenas a esta corte de pandereta y programas cutres en prime time como hicieron los romanos con Vercingétorix. El mismo periódico que antaño presumía de independiente sin serlo jamás, El País, publica un editorial en contra de una opción que ha ganado limpiamente unas elecciones y de un hombre, al que ya solo le falta pedir que lo linchen o, más caritativamente, que lo encierren en un frenopático. Quien haya perpetrado esa vergonzosa pieza amparado en el anonimato es un pobre hombre a quien no le queda ni alma que vender al diablo.

Y eso es el nacionalismo español sedicentemente civilizado, el que dice respetar los derechos de los catalanes a la diferenciación, siempre que no exageren, claro está. De lo que rebuznan los demás, esa manga de analfabetos bramando en las ondas y pagados opíparamente con nuestros impuestos no merece la pena ni hablar.

El próximo martes, 13, el Rey visitará Cataluña. Es el día en que comienzan las declaraciones de l@s tres imputad@s de la Generalitat ante el TSJC, Rigau, Ortega, Mas. Cabría decir que en España la política va por un sitio y lo judicial por otro, pero sería mentira. En un país en el que el ministro de Justicia administra los tiempos procesales y, encima, presume de ello en la prensa, esa aparente separación es tan falsa como un discurso de ese mismo Rey o las estadísticas del gobierno que defiende. Felipe VI va a Cataluña a darse un baño de gloria mientras el presidente electo de los catalanes es forzado a comparecer ante los jueces por haber permitido que su pueblo expresara su opinión. Es un intento más de humillación y es de esperar y desear que sean muchos más los catalanes que acompañen a Mas que los que vayan a aplaudir al Borbón, por muchos autobuses que fleten en el ministerio del Interior y más bocatas que repartan entre los jubilados.

dissabte, 10 d’octubre del 2015

Un editorial de combate.


Por fin los genios de la Meseta se dan cuenta de la crisis del Estado español. Confiaban en la nulidad residente en La Moncloa para soslayar la "cuestión catalana" sin mostrar el pelo de la dehesa. Y descubrieron que la nulidad ha hecho lo que cabía esperar de él: nada. Y eso con suerte porque donde ha hecho o dicho algo ha sido para empeorarlo todo.

Y ahora la cuestión revela su imponente naturaleza de crisis constitucional, se quiera o no.

En el pasado, cuando el nacionalismo español, sempiternamente dominante, se veía en peligro recurría el expeditivo método de bombardear Barcelona para mostrar a los catalanes su fraterno afecto. Entre bromas y veras todavía hace poco recordaba esta práctica uno de los padres de la Constitución, lamentablemente fallecido. Pero es poco realista. Ni en sueños cabe pensar en una agresión militar del tipo que sea contra Cataluña. Europa no lo permitiría.

No se pueden emplear las armas. Pero se empleará todo lo demás. En primer lugar, los jueces y el conjunto del ordenamiento jurídico con una plétora de recursos, prohibiciones, suspensiones, pleitos querellas, todo lo que pueda ahogar la administración catalana. Y, por supuesto, los medios de comunicación. ¿No acaban de hacer besar o jurar la bandera al personal de TVE? Como cuando los soldados van a entrar en combate. Un editorial de El País equivale a un bombardeo ideológico, político, moral. El de hoy, Mas pende de un hilo, es una pieza ciegamente partidista y una muestra de la falsedad y los embustes con que los medios españoles contribuyen a la manipulación y el engaño de sus lectores. No tiene desperdicio. Un editorial es una pieza de opinión. Pero hasta en los editoriales ha de respetarse la regla de oro de que las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados y no es el caso. El editorial tiene tres facetas muy lamentables: 1) falsea los hechos; 2) su opinión es libre, pero muy injusta; 3) contribuye a la campaña del miedo y a legitimar un gobierno cuya incompetencia y corrupción ha llevado al país a este desastre.

1. Falsea los hechos. Sostiene El País que Mas ha perdido el plebiscito del 27 de septiembre. Ese plebiscito que el nacionalismo español, incluido El País, negó hasta el 26 de ese mes. Y, por tanto, ha perdido en el fondo las elecciones mismas. Debacle del 27 de septiembre, dice, porque, cuando quieren meter miedo, los españoles hablan gabacho. Y, por si quedara algún incrédulo diciendo que el independentismo en realidad ha ganado las elecciones y el referéndum, El País sostiene que "la prensa internacional de calidad y las cancillerías" han dictaminado lo contrario. Es justo al revés. La prensa internacional dio por ganador al independentismo. El truco radica en ese "de calidad". Si les muestras Il Corriere della Sera, por ejemplo, hablando de victoria independentista te dirán que no es "de calidad". Y lo de las cancillerías es tan chistoso que debe de habérsele ocurrido a Margallo. En todo caso ¿no eran unas elecciones autonómicas normales? ¿Por qué acudir a los medios extranjeros para difundir una trola más? Porque nadie da crédito a las trolas de la prensa española. Ni ellos.

2. Opinión injusta. El País tiene ojeriza a Mas. Es una muestra de la actitud cada vez más reaccionaria y retrógrada del medio, pues cree que cabe ignorar y reprimir o suprimir un amplio movimiento social espontáneo y mantenido por la voluntad de la gente a base de descabezarlo. Realmente muy típico de quien no cree que la gente tenga autonomía de juicio y exprese civilizadamente sus preferencias, de quien no entiende la democracia ni de lejos, de quien piensa que todo lo que se mueve es obra de un caudillo. Como el mismo Mas dice, lo han investigado hasta la pata de Adán... y no han podido sacarle nada. Así que van por él en otro terreno: el del desprestigio personal, su ridiculización y el juicio injustamente negativo sobre sus motivaciones. Habla El País de que el M.H. va de semitapado en cuarto lugar en la lista. La expresión lleva mala uva y trata de vincular a Mas con la tradición corrupta del PRI mexicano del tapado. Y ¿qué habría dicho El País si hubiera ido en primer lugar de la lista? Jefatura, movimiento, nazismo, populismo, personalismo, etc. Hicieron bien los indepes poniéndolo en cuarto lugar, así los otros no saben qué decir. Y claro lo dejan.

En su condición de verdadero cantamañanas y rehén de la CUP, sin voluntad propia alguna, Mas persigue, dice El País, una "estrategia desestabilizadora". O sea, es un irresponsable. Puro anatema. Ni un intento de explicar cuál es esa estrategia y por qué es desestabilizadora. No hace falta. L@s lector@s saben que aquí se ha pasado de una situación de estabilidad y envidiable entendimiento a una desestabilización repentina por obra de un orate o un malvado. ¿Por qué? Porque lo dice El País. Tan orate o tan malvado que prefiere pender de un hilo antes que hacer lo que El País considera conveniente. Esta es la línea argumental del nacionalismo español liberal.

3. campaña del miedo y legitimación. Por cierto, ¿de qué hilo? No será el de Atropos, la Moira que corta el hilo de la vida. Seguramente será el de Ariadna, del que se sirvió Teseo para salir del laberinto después de dar muerte al Minotauro. Y ¿quién es aquí el Minotauro? La CUP, un ente incomprensible y monstruoso compuesto, según el diario español de un machihembrado antisistema de la antigua Albania, el populismo bolivariano y la tradición anarquista barcelonesa. Nada menos. Pura dinamita, aunque un poco pedante. La "antigua Albania" seguramente se refiere a la de Enver Hoxa, aunque también podría referirse a la de Skanderbeg en el siglo XV, nunca se sabe. El populismo bolivariano es una especie de extraña epidemia de reciente identificación e incorporación a los terrores del milenio de la derecha. Y la tradición anarquista barcelonesa es de nota. Ya me parecía que David Fernández se da aires al Noi del Sucre. Desde luego, estos de la CUP propugnan medidas ultrarradicales y El País, no olvidando del todo su tradición de tolerancia, reconoce que son legítimas en una sociedad liberal. Reconoce también que es un grupo inobjetable en punto a su representatividad, y que ha prestado servicios en la lucha contra la corrupción. Pero sus propuestas le producen sarpullidos y sostiene que son contrarias al Estado de derecho, cosa que no se molesta en demostrar sobre todo porque no se puede. Esas propuestas no son contrarias al Estado de derecho. Otra cosa es que sean contrarias a los intereses de la derecha. Es distinto. Por supuesto, esa derecha no quiere que los propuestas se formulen. Probablemente porque prefiere la corrupción.

En el editorial no hay una sola palabra de crítica al PP. La crisis constitucional española y la revolución catalana son producto del capricho de un orate o un listo que trata de tapar su incompetencia convirtiéndose en el Moisés del siglo XXI. Hay un párrafo especialmente duro sobre Mas: en el que se le califica de un aventurero al que parece no importarle quebrar la sociedad catalana con tal de mantenerse al timón.

Perfecto. ¿No se ha pensado en El País que ese juicio case más con Rajoy y España?

Por último, ¿qué tal si El País de vez en cuando recuerda que cerca de dos millones de electores, casi el 50 por ciento, han votado por un orate y un machihembrado de albaneses, populistas bolivarianos y anarquistas de la Ciudad de los prodigios?

diumenge, 4 d’octubre del 2015

El gobierno catalán.

Aquí mi artículo de hoy en elMón.es (en catalán).

A continuación, la versión española:

Cataluña necesita un gobierno.
Ramón Cotarelo.

Cataluña es un país europeo típico. Después de cada elección legislativa, constituir gobierno suele ser un proceso trabajoso. En algunos Estados (Bélgica, por ejemplo) a veces se tarda meses y hay que recurrir a la figura del “facilitador”. La clave está en el carácter multipartidista de sus sistemas. Eso del “bipartidismo” que tanto se critica en España, tampoco reza con Cataluña, como muchas otras cosas.

El núcleo de la dificultad está en la negociación de JxS y la CUP. Habiéndose expuesto ya quizá toda la panoplia de posiciones de unos y otros, solo queda esperar que las negociaciones lleguen a buen término porque si el coste de formar gobierno en Cataluña es alto para ambas partes, el de no formarlo aun lo es más. A esto efectos cabe resumir la situación recordando lo que ninguna de las dos partes debe olvidar.

La CUP no puede olvidar que:
- el camino a la independencia precede a cualquier otra consideración;
- no es justo que 10 diputados impongan su voluntad a 62 afines;
- all things considered, Mas se ha ganado un puesto de relevancia en el proceso.

Una negociación tiene dos lados. A su vez, JxS no puede olvidar que:
- la CUP cumple su programa y no tiene por qué faltar a él;
- 62 diputados no son razón suficiente para imponerse sin más a 10 afines;
- CDC tiene un pasado frente al que no es obligatorio hacer la vista gorda.

A su vez, ninguno de los dos puede olvidar que:
- el momento es excepcional. No se trata de pedir la independencia sino de practicarla;
- las fuerzas hostiles están amalgamadas en una polarización interna muy fuerte:
- se enfrentan a un adversario exterior aun más hostil, con un Estado dispuesto a todo.

La imputación a Mas tiene un valor altamente simbólico. Sumada a esa reforma de la Ley del Tribunal Constitucional por la que este se convierte en un alguacil de los deseos del gobierno, se prueba que en España no hay respeto alguno por principios jurídicos esenciales del Estado de derecho como el debido proceso legal, la separación de poderes o la jurisdicción constitucional. Añadamos el acuerdo entre el PP y PSOE en torno a una delirante normativa de seguridad nacional, puro pretexto plagiado de los Estados Unidos para dar amparo seudolegal a las demasías que el nacionalismo español quiera cometer en Cataluña. Se trata de una cerrada actitud de los dos partidos dinásticos, protagonistas de la segunda restauración borbónica, en el enésimo intento de frustrar las aspiraciones catalanas.

Ese valor altamente simbólico se visualizará el próximo 15 de octubre cuando, tras hacer una ofrenda floral en el monumento a Companys, Mas comparezca ante el TSJC a declarar en una causa incoada a instancia directa de la Fiscalía general del Estado. Ni la fecha de la citación es debida al azar ni en el momento de la comparecencia Mas dejará de representar a la nación catalana sea o no por entonces presidente de la Generalitat.

El proceso de independencia es ya un hecho. Su primer acto fueron las elecciones del 27 de septiembre. El siguiente, la decisión de la junta de gobierno de Memorial Democrático, un órgano de la Generalitat, de denunciar políticamente el franquismo y pedir la declaración de nulidad del proceso de Companys y de todos los demás procesos políticos de la dictadura. Esa decisión será sometida a pronunciamiento del Parlament, que lo hará de modo soberano y, al hacerlo, declarará Cataluña territorio libre de franquismo y pondrá en cuestión todo el ordenamiento jurídico español, desde 1939 hasta hoy.

El reto es imponente. El primero de calado importante desde la transición que seguramente se encontrará con la animadversión y el ataque no solamente de los dos miembros del llamado “bipartidismo” sino de todos los demás partidos españoles probablemente sin excepción.

Cataluña necesita un gobierno unido y fuerte si ha de prevalecer ante lo que se le viene encima. Un gobierno procedente de un Parlamento que habrá de tomar una decisión hasta la fecha insólita: ¿tiene sentido que los partidos independentistas, embarcados en una hoja de ruta hacia la independencia participen en las elecciones legislativas de otro país?

A la independencia por la palabra.


Pau Vidal (2015) Manual del procés. Vocabulari imprescindible de combat. Barcelona: Angle editorial (172 págs.)

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Seguir de cerca el proceso independentista catalán obliga a tragarse docenas de libros de enfoque histórico, jurídico, político, económico y mucho ensayo periodístico de actualidad. Es lo que abunda en la oferta libresca. A veces, sin embargo, aparecen piezas raras, como esta, dedicadas al mismo tema pero con un enfoque y estructura distintos. Y se agradece tanto que uno las devora aunque, como es el caso, tengan la forma de vocabularios con entradas en orden alfabético, siempre de lectura más trabajosa.

Como casi todo lo que se escribe en Cataluña sobre Cataluña en estos tiempos, el libro tiene un marcado tono militante. Ya lo indica en el subtítulo "vocabulario imprescindible de combate" y lo justifica un prefacio del autor titulado Filología de combat. Ha sido premio Irla de este año, o sea, de la Fundación Josep Irla, independentista y cercana a ERC.

Pero, además de ser obra de combate, está escrita con mucho sentido del humor. Rebosa ironía, burla y hasta sarcasmo. El objeto mayoritario de las puyas es lo español, pero también lo catalán se lleva su parte. La visión del proceso independentista es muy militante pero también guasona. Como, además, viene cumplida de sabiduría filológica, desplegada sin presunción, la lectura es muy grata.

Y se aprende un montón de cosas. El recurso a la etimología y las familias léxicas revelan aspectos insólitos de términos de uso cotidiano que obligan a pensar y son reveladores. Que catalufo traiga como antecedente castellufo y castellanufo tiene su interés.

Al ser vocabulario de autor, las voces son las que este elige según su criterio. El conjunto es seguramente el de las más usadas en el debate. Si se recogiera una muestra de textos y se los cuantificara sin duda el resultado avalaría la selección. Eso impulsa al curioso lector a indagar si no debiera figurar alguna otra. Personalmente, y dado que no hay entradas en la letra "b", creo que estaría bien incluir botifler.

El análisis filológico tiene a veces tintes políticos de mucha carga que contribuyen a explicar el contenido del independentismo aun considerando términos que no tienen clara conexión con él. Por ejemplo, hablando de disciplina, se dice que "no es extraño que muchos títulos de estos artículos tengan un regustillo franquista" (p. 65). En otro orden de cosas, a propósito del verbo imponer se avisa de que desde la "transición española asistimos a la apropiación desvergonzada por parte de la derecha del vocabulario perteneciente tradicionalmente a la izquierda y, con el proceso, la operación ha llegado al paroxismo." Lo de la apropiación es cierto pero me atrevería a situar el paroxismo en otro sitio. Sin demérito alguno para lo que toca a Cataluña, no creo que se haya dado allí algo parecido al discurso del ministro de Justicia, Ruiz-Gallardón en el que justificaba privar a las mujeres de sus derechos reproductivos en nombre de su "emancipación".

El estudio de Nosaltres (i ells), que es la vertiente filológica de la política schmittiana de amigo-enemigo, es brillantísimo. El "nosotros" salvífico lo tienen todos, es un sujeto colectivo inclusivo a la par que excluyente basado en una intuición radical que no necesita justificarse mientras que el "ellos" es una masa amorfa cuyo único sentido es impedirnos el paso. Hay otro determinación también de interés aquí y es el "algunos", un "ellos" más circunscrito, animado generalmente de protervas intenciones: "algunos dicen que hay que subir los impuestos", por ejemplo.

Vidal da por resucitado el separatismo, señalando que cayó en el ostracismo al final de la dictadura junto con la "conspiración judeomasónica" (p. 151). No me parece que la primera, sin embargo, sea de uso frecuente. Circula más otra de similar significado, más grave, secesión. Incluso se discute si hay o no un derecho a la secesión.

Este manual de combate es como una aplicación del Cómo hacer cosas con palabras, de Austin. Pura performatividad del lenguaje.

La independencia como una performance.

dimecres, 30 de setembre del 2015

Empieza el ataque.

Ayer me preguntaron en "Mon.cat", digital en el que colaboro por la imputación a Artur Mas ante el TSJC. Dije lo que pienso sobre todo en relación con la actitud de la CUP de no investir a Mas. El texto en catalán de la entrevista de Gemma Aguilera está aquí:


Sigue la traducción española:

Todo el independentismo, también la CUP, está en deuda con Mas.
Ramón Cotarelo (Madrid, 1943) es escritor, politólogo y sociólogo. Colaborador de El Món, ha apoyado la CUP pero se muestra muy crítico con la posición de la izquierda independentista respecto a la investidura de Artur Mas.

El presidente de la Generalitat, Artur Mas, tendrá que declarar ante el TSJC por haber plantado las urnas el 9N. El día de la cita es el 15 de octubre, cuando se cumplen 75 años del fusilamiento del presidente Companys. La comparecencia unos días antes del debate de investidura, ¿debería obligar a la CUP a cambiar de parecer?

Absolutamente. Por muchas que sean las objeciones del independentismo de la CUP a la persona de Artur Mas, es una opción, y no me parece estrafalario que el independentismo mayoritario lo proponga como presidente. Se ha ganado el respeto de la gente. Y que la CUP responda a una pregunta: sin Artur Mas, ¿habríamos llegado aquí? La respuesta es "no", en modo alguno. Todo el independentismo, también la CUP, toda la gente que ha venido impulsando el proceso tiene una deuda con Mas, al margen de su pasado, de los recortes que haya hecho y de si su partido tiene casos de corrupción. Se ha puesto al frente del proceso, lo ha dirigido y se lo ha jugado todo, también personalmente. Y, estando imputado y atacado por el Estado ¿no es razonable pedir que se le apoye? ¿No es lo mínimo que se puede hacer?

Todo el apoyo ¿quiere decir que la CUP vote a favor de su investidura?

Sí, el hecho de que se lo llame a declarar obliga a la CUP a replantearse muchas cosas y no digo que le acompañe a la puerta del TSJC el día 15 de octubre, que me parecería lo más normal y digno. Es el momento de dejar de lado las rencillas internas porque el ataque a Mas, les agrade o no, es un ataque a Cataluña, a tod@s l@s ciudadan@s.

La CUP ha mostrado su solidaridad pero, de momento, no ha retirado su negativa a votar la investidura.

Mire, si yo formo parte de un movimiento, en este caso el independentismo, y una de las piezas clave, sino la más importante, soporta un ataque tan brutal del Estado, sin duda saldré en su defensa. La CUP ha de ser consciente de que el Estado ve el proceso como una cuestión de orden público y, como tal, la trata con represión, amenazas y, en último término, la prisión. Primero hay que dar una respuesta contundente al Estado y luego, ya veremos. En todo casi, diga la CUP lo que diga, Artur Mas ya tiene un lugar en la historia, y merecido. Apartar a Mas para evitar que siga liderando el proceso no cambiaría el curso de la historia. El proceso ya lleva su nombre. Insisto, tenemos una deuda con este hombre y este el momento de saldarla, defendiéndolo como él ha defendido a todos los ciudadanos de Cataluña al plantar las urnas.

¿Confía en que la CUP cambie de criterio?

Conociendo a la gente de la CUP, pienso que reflexionarán y espero que la reflexión sirva para que pongan por delante lo importante y dejen de lado otras consideraciones, como lo ha hecho Artur Mas al decir que lo importante es el proceso. Y yo me pregunto: ¿alguien de la CUP ha hecho algo parecido? ¿Prefieren perseguir a Artur Mas hasta los confines de la tierra cuando el Estado quiere encarcelarlo? ¿Qué más quieren? ¿Qué se clave un puñal y se sacrifique en público?

¿Tiene la impresión de que la CUP no está a la altura del momento histórico?

Lo que veo es que la CUP es muy de alzar el puño y corear "anticapitalismo" pero ahora que recibe un ataque directo del Estado no acaba de entenderlo correctamente. Y me fastidia porque, si hemos llegado hasta aquí, con casi dos millones de votos, es porque Artur Mas se ha empeñado y ha jugado magistralmente. Hagamos a un lado el 3% por una temporada, dejemos de pensar un tiempo que en vez de manos tiene tijeras y tengamos en cuenta que Mas goza de una proyección internacional que no tendrá ningún otro político del proceso. ¡Ninguna empresa se desharía de un activo así! La CUP ¿es tan pura que prefiere prescindir de la experiencia y el impacto exterior de Mas? Votar la investidura no quiere decir ni de lejos, dar apoyo a todo su programa. No veo que haya conflicto ideológico aquí.

¿Primero la independencia y luego el modelo social?

La cuestión es consolidar la independencia y el resto vendrá por sí solo. Porque de momento no sabemos si el programa de Junts pel Sí es de derecha liberal o de izquierda. Por tanto, diría a la CUP: sentaos a negociar y hablad. Y olvidad las viejas tácticas de hacerse el fuerte antes de sentarse. Lo que nos jugamos es tan importante y el ataque del Estado tan evidente que las otras cuestiones deben quedar en segundo lugar.
[…]

Presidente por imputación.


El gobierno ha hecho a Mas presidente al llevarlo ante los tribunales. Porque es el gobierno. La acusación proviene de la Fiscalía general, pues los fiscales catalanes se negaron a ella. Es el gobierno el que quiere poner fuera de juego a Mas porque ve en él el peligro. Con eso, fuerza una reacción obligada en el campo independentista por consideraciones de estrategia de los viejos maestros de la guerra: defiende todo lo que el enemigo ataca y ataca todo lo que el enemigo defiende. También es posible no hacerlo así pero, en tal caso, será preciso explicar qué se gana dejando de defender lo que el enemigo ataca.

El ministro de Justicia, en un alarde de sensibilidad democrática, explica que no se citó antes al presidente Mas por no interferir en el proceso electoral. Y también para evitar que el posterior 47% del voto hubiera sido muy superior. Pasado el peligro, viene la citación. Y esos asuntos, ¿los deciden los ministros, los políticos? ¿No los jueces?

Lo que se imputa a Mas acarrea posible inhabilitación para ejercicio de cargo público. Por haber convocado una consulta, ya que el Estado no le permitía hacer un referéndum. El rechazo fue por abrumadora mayoría del Congreso pues, en asuntos catalanes, las coincidencias entre los dos partidos dinásticos son inmensas.

Es decir, en el plazo de un año, en Europa se han vivido dos episodios en dos países distintos (Reino Unido/Escocia y España/Cataluña) con semejanzas y desemejanzas curiosas. En los dos casos hay sendas opciones y tendencias políticas a favor de la independencia. En Escocia se hizo un referéndum y triunfó el no a la separación. En España no se tolera referéndum territorial alguno y, quien lo inicia, puede acabar expulsado, sancionado, inhabilitado o, incluso, preso. Pero nadie ha aportado razón convincente alguna que justifique por qué los escoceses pueden hacer lo que los catalanes tienen prohibido, y quién se beneficia de esta anomalía.

En las circunstancias actuales, la llamada "cuestión social" se enfrenta a un incidente de prejudicialidad por cuanto, para tomar cualesquiera medidas, hay que disponer de un gobierno que lo haga y un Estado que le dé legitimidad. La cuestión social va después de la cuestión nacional, no por delante. Y una vez planteado el conflicto territorial ya solo queda saber de lo que cabe debatir en España. Realmente, de poco y ese poco a toda velocidad pues quedan tres meses para las elecciones generales. Prácticamente nada, con los partidos muy atribulados en un cuadro general poco previsible. El PP mira de reojo a C's. Estos se las prometen muy felices con el impulso catalán. El PSOE solemniza esa posición de centralidad que lo convierte en objeto de diversas querencias. Podemos, por último, se encuentra cómo Sísifo cuando ha de comenzar a subir de nuevo la cuesta con el pedrusco a la espalda. No le gusta nada quedarse en un grisáceo cuarto puesto. IU luchará por mantener la cabeza por encima de la barrera legal. De las otras posibles ofertas de la izquierda se hablará cuando abandonen el limbo de los proyectos unitarios.

En resumen, todo ello quisicosas electorales, programáticas, de negociaciones, pactos y contrapactos que animarán el trimestre de espera hasta las generales. Puro espectáculo mediático. Pero bastante rutinario. Si se quiere observar algo nuevo hay que seguir mirando a Cataluña. Todo hace pensar que la mayoría independentista pondrá en marcha su hoja de ruta en la forma que acaben negociando y con Mas de presidente, haya sido como haya sido su investidura. Ello va a implicar continuos enfrentamientos con el Estado que acompañarán a la imputación y quizá procesamiento de su presidente.

Pero también va a implicar más cuestiones, algunas de calado. Por ejemplo, los independentistas abordarán tarde o temprano la cuestión de si participan o no en las elecciones generales. Ese puede ser uno de los puntos de la desconexión. Esta abstención aumentaría la representación parlamentaria de los partidos nacionales españoles, pero no necesariamente la legitimidad del parlamento español y sus decisiones en Cataluña.

dimarts, 29 de setembre del 2015

La revolución catalana se expande.


Por fortuna solo eran unas elecciones autonómicas normales. Si llegan a ser un plebiscito, como querían los malvados independentistas, o un referéndum, como aconseja la prudencia, el resultado hubiera sido devastador.

Docenas, centenares de analistas y expertos están sacando punta a los datos igual que John Wesley Hardin se la sacaba a su revólver en la canción de Johnny Cash. Que si el voto "sí-sí", el "si-no" y el seco "no"; que si la relación voto-escaño; el sistema electoral; el cómputo de los indecisos, el boicoteo del voto exterior, etc. Ahí seguirán un buen e inútil rato pues ya está claro que el independentismo ha ganado. Tiene mayoría absoluta en el Parlament en un sistema parlamentario. Pues ya está todo dicho. Al menos para los medios internacionales que dan ganador al bloque del "sí-sí". Los medios españoles, en cambio, dan ganador al bloque del "no", pero todos saben que la finalidad de los medios españoles no es comunicar ni informar sino adoctrinar y mentir.

El triunfo independentista es indudable y todos los distingos y recuentos capciosos no lo convertirán en derrota. Ahora vienen los debates sobre hasta dónde llegan los poderes de un parlamento autonómico y si deja de serlo por una proclamación unilateral en la que se declara soberano en sentido pleno. Serán temas apasionantes en los próximos tiempos. Controversias institucionales de hondo, revolucionario, calado.

El eremita intelectual de La Moncloa se ha manifestado con la pompa de una custodia para recitar la habitual melopea de lugares comunes y expresiones hueras. Las elecciones fueron autonómicas y quien quiera romper la ley se las verá con él, su guardián. La afirmación de que está dispuesto a dialogar aunque siempre dentro de la ley es una conquista fruto del impacto de la revolución catalana en su pétreo ánimo. Pero recuérdese que será "dentro de la ley", esa misma ley que él cambia a su antojo mediando la mayoría-rodillo parlamentaria de que dispone. La instrumentalización del Congreso para legitimar una política puramente represiva hace sospechar que estamos a punto de restablecer los nefandos decretos de proscripción, casi las lettres de cachet, provisiones penales dirigidas contra individuos concretos, con nombre y apellidos, por ejemplo, Artur Mas.

Es tal la degradación del sistema político de la segunda restauración en esta increíble, valle-inclanesca legislatura de Rajoy, que Cebrián se ha sentido obligado a revestirse de su hopalanda de conciencia de la comunidad. En El País de hoy nos regala una de sus admoniciones colectivas, generalmente escritas con la iracundia con que Moisés increpaba al pueblo elegido cuando lo pillaba adorando el becerro de oro. En ella se insta con vehemencia al presidente del gobierno a abandonar su indolencia casi de serrallo y convocar elecciones anticipadas. Es lo que suele pedir para enderezar las cosas y, por lo general, las tuerce.  

La revolución catalana ha dejado tiritando el sistema de partidos en España. El ascenso vertiginoso de C's y el hundimiento de Podemos son ya objeto de grandes, enjundiosos debates. Confieso no tener las ideas claras con C's, aunque estoy dándole vueltas, pero creo entender mejor el fiasco de Podemos en Cataluña. Estaban avisados. Solo faltaba que alguien les gritara "¡es Cataluña, estúpidos!". Faltó. No lo entendieron y desembarcaron en el Principado desconociéndolo todo sobre él y fiados en cuatro teorías apolilladas sobre la naturaleza del nacionalismo. Por si les flaqueaba el ánimo, se agarraron de  la firme doctrina tradicional de la IU catalana, la vertiente de la IU española de la que Podemos abominaba como del maligno. Han obtenido dos diputados menos de los que tenía IU en solitario, antes de que el partido morado oficiara de introductor de las masas de "la gente". Dicho en plata, Podemos no aporta nada a IU; resta.

Que esto sea así o no en las elecciones generales está por ver, pero la experiencia catalana prueba que, al menos en Cataluña, la gente no te vota si lo ignoras todo sobre ella y la juzgas con orejeras y prejuicios. Te da la espalda si haces campañas electorales ruines, ambiguas, de muy problemática moralidad como la del famoso episodio de los abuelos. Este desastre no podía ser cubierto solo por el infeliz de Rabell y fue precisa la comparecencia de Iglesias a dar su versión de los hechos. Reconocer que un 47% del voto es independentista le honra pero no le hace ser más rápido. Y enseguida vuelve a torcérsele la buena intención por desconocimiento. Afirma que es preciso "escuchar" a los catalanes, como si Cataluña fuera una tribu de la frontera y no lo que es, un igual a España, de forma que quizá debiera ser esta quien escuchara alguna vez.

Producto del choque de esa revolución que los de Podemos iban a implantar pero no supieron ver cuando se inició, Iglesias promete convocar un referéndum de autodeterminación de los catalanes. Está claro, revolucionariamente claro, que solo votarán los catalanes porque, si votaran todos los españoles no sería de autodeterminación sino de heterodeterminación.

El seísmo provocado por el estallido catalán alcanza su máxima intensidad precisamente en los predios independentistas. La CUP anuncia que el plebiscito no se ha ganado, que nada de DUI y que no apoyará la investidura de Mas. O sea, una revolución dentro de la revolución. Pasa con frecuencia. Toda alianza o coincidencia política, sobre todo si es de izquierda, suele venir acompañada de controversias de carácter táctico, estratégico y hasta teórico. Es la termita de la unidad de la izquierda en todas partes. Supongo que la CUP, en este caso,  tiene poderosas razones para interponer un veto rotundo con consecuencias estratégicas fácilmente imaginables. Pero no se me alcanzan. La investidura de Mas no implica necesariamente un voto de confianza a su hipotético programa y, en cambio, demuestra desconfianza hacia alguien que, al menos en la cuestión nacional, no la merece, sino todo lo contrario. La aportación de Mas al proceso independentista a un coste personal que está por determinar, ha sido y es esencial. Y a ello se añade el criterio de que imponerse a la mayoría por la fuerza de los números (aunque sean paradójicamente menores, pero necesarios) y no de la razón no es aceptable.

Estaba dando vueltas a esta cuestiones cuando de pronto Mas se descuelga dando un  paso atrás y declarándose dispuesto a renunciar a la presidencia a cambio del acuerdo y la unidad de acción del independentismo. Es difícil atribuir este gesto a intenciones malévolas de ningún tipo. Al contrario, ensalza la figura de Mas quien, como un nuevo Marco Curcio, se sacrifica por la salud de la República.

La revolución catalana tiene muchas facetas.