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dilluns, 8 d’abril del 2013

Maggie y Sarita.


La sociedad patriarcal utiliza gozosa los diminutivos siempre que se trata de mujeres. Es impensable que nadie llamara a Edward Heath Eddie o Jimmy a James Callaghan, así como tampoco Fernandito a Fernando Fernán Gómez o Toñín a Antonio Banderas en España. Hay alguna excepción, claro, como Bill (William) Clinton o Nikita (Nikolai) Kruschef. Pero lo normal es que el diminutivo sea para las mujeres. A veces con tan poca razón como en los casos de estas dos damas hoy fallecidas, las dos mujeres de personalidad, arrojo y ambas triunfadoras en sus vidas coetáneas, sí, pero muy, muy diferentes. Muy diferentes y, sin embargo, con un punto en común que trataré de exponer.

Sé algo de Margaret Thtacher porque, aparte de que su actividad cae en mi campo de estudio y de que aquella fue notoria, leí en su día sus memorias, (The Downing Street Years), un texto aburridísimo, pero repleto de información imprescindible. En cuanto a Sara, aparte de haber visto muchas de sus películas y alguna varias veces, como Yuma (un film de Samuel Fuller, 1957), la conocí personalmente, habiéndola tratado en un par de ocasiones, una en los años sesenta, y otra a mediados de los años noventa, con treinta  entre medias. Por ello oso hablar de lo que me parece que tuvieron en común: sus orígenes. Los de las dos son modestos; Thatcher es hija de un tendero y Montiel de un campesino que más tarde abriría una bodega en Orihuela en donde creció Sara, que era natural del Campo de Criptana. Y las dos alcanzan el éxito en la vida aplicando una filosofía propia de sus orígenes, de sentido común, realista, escéptica, la filosofía del comercio, de las realidades tangibles, del pan pan y el vino vino. La filosofía del tendero. Las dos conocían los vicios y virtudes de su época y sabían que, para coronar sus ambiciones, debían saber jugar con las ilusiones y las quimeras de los contemporáneos, pero sin creérselas ellas mismas.

Así que Thatcher se vistió de Iron Lady y devolvió a una atristada Gran Bretaña el orgullo de los tiempos imperiales pasados gracias a su victoria en la guerra de Las Malvinas, aunque fuera contra un enemigo tan patibulario como los dictadores argentinos y se erigió en figura de John Bull femenino, poniendo contra las cuerdas el continente europeo. Montiel personificó en cambio la figura de la voluptuosidad inalcanzable en la miserable España anterior al desarrollo, hermosa sensual que alegró los deprimidos ánimos de los españoles de los cincuenta sometidos al despotismo de la vocinglería fascista de baja estofa y la cutrez reprimida de las sacristías.

Hay entre las dos también una gran diferencia. Sara Montiel triunfó, llegó a ser la actriz mejor pagada del mundo gracias a El último cuplé, sin hacer daño a nadie, fuera de las habituales trifulcas que habrá en la vida privada de cada cual, sin predicar a los demás, sin intentar imponerles sus ideas. Thatcher, en cambio, no solo triunfó ella sino que quiso -y lo logró- que en buena medida triunfaran sus doctrinas neoliberales, que han causado y siguen causando mucho sufrimiento en el mundo entero. Su férreo carácter se echa de ver en ese enunciado TINA (There Is No Alternative) que invocan todos los gobernantes que se aprestan a infligir padecimientos a la gente. Y esa diferencia es esencial. Una deja un buen, agradecido, merecido, unánime, recuerdo. La otra, no.

Pero que la tierra sea leve a ambas.

(Las imágenes son dos fotos, una de de Roberthuffstutter, bajo licencia Creative Commons) y otra de Biografías y vidas, en  uso libre).

dijous, 14 de març del 2013

Humilde y mínimo.

Después de dos o tres fumate nere, fumata bianca. Habemus Papam. Se ha bautizado en el solio de San Pedro como Francisco. No Francisco I, cual le correspondería al serlo; sin duda por tacto gálico. Hasta ahora el gran Francisco I de la historia es Francisco I Capeto, también conocido como Francisco El narizotas y a quien Carlos I llamaba primo porque pasó media vida combatiéndolo. Así pues Francisco a secas. Por no emular al Rey, prefiere emular al Santo de Asís. El primer jesuita papa se nos hace franciscano. Seguramente esto quiere decir mucho en el inefable lenguaje de la Iglesia. Al parecer en su tierra era conocido como el cardenal de los pobres. Es lógico que, al aumentar su parroquia, aumente su rango.

Los medios, sobre todo internet, ferozmente aferrados al tiempo real, el directo y la hemeroteca, han exprimido una biografía de Jorge Mario Bergoglio en un par de horas. Ya se sabe que es conservador y furibundamente contrario al matrimonio homo. Tampoco es saber mucho. No me parece que se pueda esperar otra cosa de los curas, desde los diáconos a los sumos pontífices. Más vidrioso es el asunto del comportamiento con la dictadura de los espadones. Porque es la dictadura de los desaparecidos, los torturados, los robos de niños, los vuelos de la muerte. Circula por la red una foto en la que parece verse a Bergoglio administrando la comunión a Videla. No es seguro que sea él, aunque se le parece mucho. Tampoco estoy seguro de si este mero hecho convierte al prelado en colaboracionista de la dictadura. También circulan textos en los que, si no como colaborador, aparece como encubridor. La veracidad de estos datos se aquilatará en poco tiempo y será el momento de preguntarse por el alcance de los hechos, si los ha habido. Porque, obviamente, colaborar con la dictadura de Videla (en el robo de niños, por ejemplo) o encubrirla cuando se tienen cuarenta o cincuenta años y se es obispo o cardenal no es lo mismo que haber pertenecido a la Hitlerjugend cuando se tenían dieciséis o diececiocho y no se era nada o se era seminarista.

En fin, el Vaticano, ensimismado en sus turbulencias internas. Coincido sin embargo con la hermana Teresa Forcades, médico, teóloga y benedictina en que lo más urgente para la Iglesia ahora es renovarse y, en concreto, plantearse su actitud hacia las mujeres. Por cuanto sabemos eso será lo último que haga la Iglesia católica, probablemente la organización más misógina del mundo. No es la suya una actitud de ignorancia o aprovechamiento y explotación de las mujeres, como suele darse. Es una actitud de hostilidad o de odio. La mujer es el vaso del diablo. El celibato del clero puede entenderse como una muestra de esa enemistad. La renuncia al trato carnal simboliza el repudio a las mujeres en la única función que la Iglesia les reconoce a regañadientes: la reproductiva.

Hacer justicia a las mujeres es, en efecto, una tarea urgente de la Iglesia. Pero esta hará ver a la hermana Forcades, si no es ya plenamente consciente de ello, que el significado de "urgente" para una organización que se considera eterna carece de perentoriedad. Dios dispone de todo el tiempo. ¿Cómo urgirlo? Y ojo al pecado de soberbia. ¿Quién como Dios?

dissabte, 9 de març del 2013

Cospedal y la reducción al absurdo.

De todos los políticos desagradables del PP -y hay un buen puñado- la más repulsiva es Cospedal. Su carácter altanero, desabrido, agresivo, provocador; su sectarismo, su angosto horizonte intelectual, su tendencia al embuste y al infundio hacen de ella lo contrario de lo que debe ser una política capaz de comunicarse con la ciudadanía, de identificarse y solidarizarse con sus problemas. A su lado, las cantinflerías de Floriano, las milongas de Arenas o las insensateces de Pons resultan sesudos discursos. Su característica mala fe provoca tal rechazo que ni cuando se ve obligada a hacer el ridículo en público tartamudeando mentiras evidentes despierta simpatía. Al contrario, el lamentable balbuceo que protagonizó tratando de explicar el finiquito en diferido de Bárcenas se ha convertido ya en un clásico de la hermenéutica bufa.

Cospedal no se arredra ante las cuestiones más arriesgadas y resbaladizas y habitualmente sale de ellas tirando por elevación mediante la reducción al absurdo. ¿Se discute sobre la sensibilidad social de los partidos en España? La secretaria general zanja el asunto asegurando que el PP es el partido de los trabajadores. El partido que ha destruido el ya débil sistema jurídico de protección al trabajo, el que ataca a los sindicatos y priva de prestaciones a los más vulnerables es el partido de los trabajadores. ¿Es o no absurdo?

¿Se habla de supuestas actividades ilícitas de espionaje del anterior gobierno socialista? Cospedal denuncia impertérrita que ese gobierno hizo de España un Estado policial. Sin pruebas, sin ir a los tribunales, sin retractarse cuando se le pedía. Y ello al tiempo en que se investigaba la trama de espionaje llamada gestapillo en la Comunidad de Madrid. Otro obvio absurdo.

¿Se habla de la necesidad de acabar con la corrupción en la política española? La presidenta de Castilla-La Mancha sostiene que el PP es el partido más transparente. Ahogado en la corrupción, rehén de un presunto delincuente, sospechoso de haber estado saqueando las arcas públicas en diversos puntos de España, con un presidente acusado de recibir dineros ilegales, con procesos abiertos por doquier por corrupción, cohecho, malversación, apropiación indebida, estafa, es un partido transparente. Pura reducción al absurdo.

Ayer, día internacional de la mujer trabajadora, Cospedal rizó el rizo con unas declaraciones en contra de las cuotas femeninas que revelan su mala fe y su inquina hacia todo lo progresista y de lo cual, sin embargo, hipócritamente se beneficia. ¿O cree alguien que en una España basada en la idea de género de la muy beata Cospedal una mujer en su situación civil y social hubiera podido tener un hijo por inseminación artificial? Eso es posible gracias al sacrificio y la lucha del movimiento feminista que Cospedal odia. No cabe mayor doblez, en todo similar a la de esos gais ocultos que propugnan leyes antigais.

La prueba es simple y está en el empleo de ese término machista. Las cuotas son machistas, dice la buena señora. Se trata de un robo lingüístico. El término machista y sus connotaciones es un hallazgo de la izquierda para caracterizar precisamente los roles de género y el patriarcalismo de las relaciones sociales que la derecha, con Cospedal al frente, defiende, desde la segregación por sexos en las escuelas del ministro Wert a la consagración de la familia cristiana (la del Pater familias, vamos) que el ministro Fernández Díaz, otro ilustrado, llama natural. Secuestrar términos y significados, utilizarlos para lo contrario de lo que son, instrumentalizarlos, emascula su fuerza crítica y convierte el debate público en un absurdo. Que quien se pone un velo y una peineta y se somete a la voluntad omnímoda del colegio de varones en la iglesia hable de machismo carece de sentido.

Porque no es cierto que las cuotas sean machistas. Al contrario, machismo es que no haya cuotas que protejan a las mujeres en sociedades claramente machistas, en donde se las explota, se las discrimina negativamente, se las maltrata y se las asesina a decenas. Sin embargo el argumento es tendencioso, falaz y engaña a mucha gente, diz que de buena fe. Vamos a suponerlo así, aunque tiendo a pensar que quienes son engañados, en el fondo, lo quieren. Porque precisamente la aparente fuerza del argumento (esto es, las cuotas humillan a las mujeres que valen porque desmerecen su mérito) muestra su falsedad. La subalternidad de las mujeres se remonta a los tiempos de Maricastaña, impregna las culturas, las tradiciones, las instituciones, el arte, la filosofía y hasta la misma lengua, ahormada en un uso sexista que salta siempre en todo discurso. Decir que esta situación de milenios, cuyo veneno se ha incorporado a la socialización de las mismas mujeres, puede cambiarse de la noche a la mañana mediante una ley, promulgada, además, por el partido socialista es incurrir en engaño. Decir que, de ahora en adelante, vivimos en una mundo de igualdad de oportunidades para hombres y mujeres en el cual cada uno de los sexos puede y debe mostrar lo que vale sin ayudas o prótesis, pasa del engaño al insulto.

Tómese un ejemplo sencillo: la emancipación de les esclavos negros en los Estados Unidos en el siglo XIX. El ejemplo es pertinente porque los dos movimientos, el abolicionista y el feminista unieron fuerzas en su lucha. Pues bien, ¿cree alguien en serio que la discriminación positiva y las cuotas a favor de los negros era una prueba del supremacismo blanco? ¿No es obvio que, dada la preterición secular de los esclavos estos jamás podrían competir con los blancos libres si la colectividad no los protegiera y amparara? ¿No fue necesario reformar la Constitución para que los Estados del sur no privaran a los negros del derecho de voto, aun habiendo sido emancipados?

Pues lo mismo con las mujeres. Pero hay más. Otro de los argumentos aparentemente redondos del discurso machista disfrazado de feminista en contra de las cuotas es el de la discriminación positiva. Esta atenta, se dice, contra el Estado de derecho porque rompe el principio de igualdad ante la ley. La desvergüenza sonroja. O bien cabe llamar Estado de derecho a cualquier cosa o el argumento es un sofisma. Estado de derecho se llamó a un constructo en el que se ejercía un derecho de sufragio universal que excluía a las mujeres. Originariamente proclamó una Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano de la cual también estaban excluidas las mujeres. En el Estado de derecho, "universal", al parecer, quiere decir la mitad del universo. Y con mala uva. Cuando Olympe de Gouges publicó su Declaración Universal de Derechos de la Mujer y la Ciudadana, su osadía le costó la cabeza.

El Estado de derecho fue compatible con códigos civiles que trataban a la mujer no ya como desigual ante la ley sino como menor de edad sometida a tutela, y códigos penales que convertían en delitos derechos de las mujeres y las criminalizaban con mayor dureza que a los hombres. Y ahora, una discriminación positiva pensada para ayudar a una parte de la población secularmente preterida, humillada, ofendida y agredida, resulta que atenta contra la igualdad ante la ley. Eso se llama morro y morro machista.

Quienes han sufrido injusticias permanentes, expolios sistemáticos, genocidio (el feminicidio es una forma de este) tienen derecho a reparación y compensación. Es algo que se reconoce a los antiguos esclavos, a los pueblos indígenas expoliados por la codicia de los hombres blancos, a las comunidades étnicas despojadas de sus tierras, a los judíos, perseguidos por doquier y víctimas de la inhumana solución final ¿y no va a reconocérsele a una parte de la población que ha sido tradicionalmente discriminada en el mundo entero desde el comienzo de los tiempos?

Ese es el machismo reducido al absurdo de Cospedal y todas las cospedales que, a derecha e izquierda, tratan de apuntillar el feminismo prostituyéndolo.

El PSOE también muestra la patita.

Había que celebrar el ocho de marzo. Así pues el PSOE, celebró una reunión de mujeres en su sede en Ferraz en donde, seguramente, se trataron cuestiones de interés para el feminismo. Los socialistas han sido bastante timoratos en su obra legislativa en favor del adelantamiento social de las mujeres. Pero son los únicos que han hecho algo real, práctico, tangible, en ese sentido. Había, pues, mucho or tratar.

Pero, al mismo tiempo, a 450 Km al NO, en Ponferrada, capital de la noble comarca de El Bierzo, se desarrollaba un episodio en todo contrario al espíritu que, sin duda, prevalecía en Ferraz. El aprovechamiento del transfuguismo -ya condenable en sí- se complementaba con el de un caso de acoso sexual. Una cosa es lo que se dice en la sede y otra lo que se hace en las agrupaciones. El secretario de organización no vio inconveniente en condonar la operación. Y el secretario general, como siempre, no se enteró o se enteró tarde y hubo de tomar una medida drástica que no le ha evitado dar la impresión por enésima vez de no estar a la altura de las circunstancias. Y a un coste altísimo para el prestigio del partido en cuestiones feministas. Una prueba más de que el machismo insidioso se hace presente al menor descuido y obliga a una actitud de vigilancia permanente con perspectiva de género obligatoria. ¿O cabe pensar en algo más machista que celebrar el día de la mujer proclamándose alcalde con el voto de un acosador sexual?

divendres, 8 de març del 2013

Felicidades a todas.

¡Feliz día de la mujer!

Especialmente dedicado a las más estúpidas machistas actuales: las mujeres que rechazan las políticas de cuotas por considerarlas machistas. Ejemplo perfecto de las esclavas felices. Cosa que no tendría nada de malo si se limitaran a serlo ellas mismas. Pero, por desgracia, son las más activas en el intento de mantener la esclavitud de las demás, a las que pretenden engañar con los razonamientos del amo.

Está empíricamente demostrado que los países que más avanzan en la igualdad de las mujeres, que cuentan con más de estas en las instituciones públicas y en la actividad privada son los que aplican políticas de cuotas. Pero eso no afecta a la siniestra actividad de estas lacayas porque lo suyo no es el reconocimiento de la realidad, sino la doctrina a machamartillo, en especial, la de la iglesia católica, probablemente la institución más misógina de la tierra. 

Las mujeres que rechazan la política de cuotas son las que se someten a la política de cuotas alternativa, la masculina que, por supuesto, no se llama así, sino que se considera natural a la especie pero tiene un porcentaje del cien por cien. El ejemplo más acabado esa misma iglesia católica, que afirma tener en alta consideración a las mujeres, pero les prohíbe el ejercicio del sacerdocio, reservado en un cien por cien a los hombres, aunque tengan a gala no ejercer como tales. Esa iglesia en la que tan a gusto están las más granujas de las mujeres: las que niegan las políticas de cuotas -únicas que pueden favorecer a las de su sexo- con argumentos falaces.

dijous, 14 de febrer del 2013

Contra las mujeres.



Raquel Osborne (ed.) (2012) Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad, 1930-1980. Madrid: Fundamentos. 419 págs.

He aquí un libro bien interesante, original, innovador, pues, si bien versa sobre una época, el franquismo, abundantemente tratada y se centra en un aspecto, el de la represión, también muy estudiado, lo hace con un objetivo nuevo. Estudia en concreto la represión franquista sobre las mujeres. Ciertamente, esta represión también ha sido materia de la investigación histórica del franquismo. Pero, en lo que yo sé, lo ha sido siempre como parte del cuadro de la represión general de la dictadura sobre los vencidos, subdivididos por categorías: obreros, profesiones liberales, militares, catalanes, vascos, mujeres, curas, funcionarios. No conozco estudios monográficamente dedicados a la represión femenina, pero puede haberlos.  Sin embargo, aunque los hubiera, este libro seguiría siendo original porque no versa sobre la represión de las mujeres en cuanto pertenecientes al bando de los vencidos en la contienda o relacionadas con él (si bien no ignora este aspecto) sino sobre la represión de las mujeres en cuanto mujeres. La represión de todas las mujeres, vencidas y vencedoras. Y, dentro de este campo, el símbolo, la metáfora que ese estudio persigue es el de la represión del lesbianismo y de la sexualidad femenina en concreto, a la que la sociología ortodoxa del siglo pasado llamaba desviada.

Es un terreno sin cartografiar. La invocación a la memoria que hay en el título tiene un carácter ritual. La memoria se apoya en hechos, en realidades pasadas, quizá olvidadas, pero preexistentes y que pueden rescatarse, reconsiderarse, resituarse. Nada de esto es posible cuando no hay hechos ni realidades o, mejor dicho, los hay pero están ocultos. La memoria aquí es un ejercicio de voluntad que se lanza al pasado en busca de unos testimonios que las protagonistas no han querido o no han podido dejar. La memoria es un acto de construcción de una realidad pasada. Por eso dice la editora, profesora Osborne, en su introducción que han contribuido a crear un espacio temático nuevo (p. 29), el estudio del lesbianismo durante la dictadura de Franco. Un empeño de titánidas porque, al fin y al cabo, el Patriarcado en todas sus dimensiones (el Estado, la Iglesia, la educación, la izquierda, la ilustración, la familia y hasta una parte del feminismo) ha decretado la invisibilidad del lesbianismo. Hasta tal punto es así que, incluso al perseguirlo, tenía que asimilarlo a otras formas delictivas, como la homosexualidad masculina o, más frecuentemente, el escándalo público. Era invisible porque era inconcebible. Ni siquiera tenía nombre. De tal suerte que, exagerando un poco, cabe equiparar la búsqueda del lesbianismo durante los años nacionalcatólicos a la del Santo Grial o el unicornio.

Sin embargo, lo hubo. Hubo sexualidad femenina transgresora. Oculta, clandestina, pero la hubo. Quedan supervivientes, algunas piezas, fotos antiguas, cartas, escritos, pecios que es preciso rescatar antes de que se pierdan del todo. El libro recopilado por Osborne recoge bastantes resultados de investigación de un proyecto sobre el tema y de trabajos encargados también a especialistas sobre aspectos concretos que a veces aportan datos e información sobre asuntos poco conocidos, como ese estudio de Cecile Stephanie Stehrenberger sobre Los coros y danzas de la Sección Femenina en Guinea Ecuatorial. Un caso de estudio entre política de género y colonialismo. La Falange femenina en Guinea Ecuatorial que entonces era la Guinea Española, compuesta de Fernando Poo y Rio Muni. Eso sí que tuvo que ser un "choque civilizatorio".

Son veintiún trabajos referidos a la sexualidad transgresora en el franquismo desde diversos ángulos que la editora ha agrupado en seis grandes temas, con las inevitables oscilaciones, imponiéndoles una extensión similar, lo cual es de agradecer. El tratamiento es generalmente el de la investigación académica, aunque hay alguna escapada al terreno de la ficción creadora, como el de Raquel (Lucas) Platero, "Su gran placer es usar calzoncillos  y calcetines": la represión de la masculinidad femenina bajo la dictadura. La perspectiva literaria es obligada por cuanto se trata de la lectura hoy de un expediente policial y penal de una transexual, allá por los años cincuenta, a quien aplicaron la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 (que, por cierto, la población reclusa conocía como La Gandula), y de quien no se sabe nada. De esta forma, Platero hace una creación literaria empática, poniéndose en el lugar de la protagonista, tratando de ver el mundo como lo veía ella. Esto apunta, por supuesto, a que toda la metodología de la investigación es cualitativa, desde los análisis de textos, los iconográficos, a los grupos de discusión, las entrevistas en profundidad o las historias de vida. Puro Verstehen y, además, urgente, pues las escasas testigos van falleciendo.  Y con unos marcos teóricos escuetos porque apenas si la sociología o la ciencia política se han ocupado de este fenómeno específico. La teoría está por hacer. Las escasas referencias apuntan a Bourdieu y, algo más a la bio-política de Foucault.

En algunos casos, los estudios son muy prometedores porque versan sobre hechos susceptibles de mayor indagación y ampliación hasta convertirse en historias por sí mismas, como el capítulo de Raquel Osborne sobre la peripecia de Carlota O'Neill y el de Matilde Albarracín sobre Identidad(es) lésbica(s)  en el primer franquismo, toda una interesantísima aventura de clandestinidad sexual, con la generación de unas pautas y códigos culturales. Y, desde luego, el de David Berná, Un golpe de Estado y dos billetes de autobús. Mujeres gitanas, sexo y amor en la dictadura franquista, un hallazgo literario, basado en un hecho real, la historia de dos muchachas gitanas (una de ellas madre de tres hijos, con diecinueve años) que rompen con su pueblo, se fugan y viven toda su vida como pareja entre payos en el franquismo.

Una gran parte del libro se dedica a la propaganda nacionalcatólica y su práctica a través de las instituciones, la iglesia (hay un par de capítulos sobre monjas) y, destacadamente la Sección Femenina de la Falange. Todo el aparato nacionalcatólico iba orientado a la imposición de un ideal femenino de esposa sumisa y madre amantísima, basado en las doctrinas de Marañón, profundamente erróneas en lo atingente a las mujeres y, ya en un escalón más bajo, más disparatado y hasta criminal, las doctrinas de la Iglesia y las de eminencias como Vallejo Nágera o López Ibor. Auténticas barbaridades.

Diversos trabajos abordan la Sección Femenina, encargada de elaborar el modelo ideológico de la mujer. Es de gran interés el trabajo de María Rosón Villena, Contramodelo a la feminidad burguesa: construcciones visuales del poder en la Sección Femenina de la Falange, un buen estudio iconográfico en el que, además, se sugiere que las falangistas, al constituir una "comunidad sin hombres, compuesta de mujeres independientes, solteras y sin hijos" (p. 307), en cierto modo, profesaban una especie de lesbianismo sublimado. Algo en la línea de la leyenda de las amazonas de no ser porque el espíritu de esta sorority se condensaba en el nombre de su revista, Y, de la Reina Isabel de Castilla.

Por último, proclamo mi admiración por el ensayo de Begoña Pernas, Voces del lesbianismo en Vindicación Feminista. Es una pieza brevísima sobre el modo en que la citada revista, fundada por Lidia Falcón, y que se publicó entre 1976 y 1979, trató el lesbianismo. Es un análisis inteligente, matizado, muy sutil, de un texto, un subtexto y un metatexto.

Merece la pena el libraco. Enhorabuena al equipo investigador y a la profesora Osborne.

diumenge, 3 de febrer del 2013

Las siervas de Satán.

Mi universidad ha organizado una interesantísima exposición en el Ateneo de Madrid, titulada Mujeres bajo sospecha. Memoria y sexualidad (1930 - 1980). Es un conjunto de piezas, carteles, objetos, modelos, fotografías, cartas, postales, tebeos, libros, etc., acompañadas de abundantes explicaciones ilustrativas, gratas de leer y bien documentadas. Se ve la mano cuidadosa de Raquel Osborne, profesora de la UNED y comisaria de la exposición, que también es la editora del libro de igual título (Madrid: Fundamentos, 2012) en el que se recogen diversos trabajos de especialistas sobre los asuntos tratados en la exhibición y he incorporado a mis próximas lecturas.

No es una exposición espectacular al uso sino más recogida, modesta, de la vida cotidiana, del oscuro y normal trajín de la existencia. Es como una metáfora del mensaje trasmitido, esto es, en España (1930 - 1980) la mujer es un ser de segunda, destinado a los aspectos menores de la existencia, descanso del guerrero, apoyo en la sombra del hombre como madre, como esposa, como hija. Manda Dios mantenerla en esa condición, sofrenando sus internos impulsos a la perversión, el pecado, la lascivia. En el empeño colaboran la cultura tradicional, las convenciones, las ideologías, la educación, el Estado y, por supuesto, en primerísimo lugar, la Iglesia católica. Esta lo hace con especial refinamiento pues, habiendo elevado a aquella a la condición de madre de Dios, le rinde culto. Por supuesto, de hiperdulía, inferior al de latría (el de Dios), aunque, supongo, superior al de dulía, el de los santos. La Iglesia venera a la Virgen y la ha subido a los cielos. ¿Alguna duda sobre su respeto y reconocimiento a la mujer? La Virgen está en el cielo, como su hijo, Cristo, Dios. Pero Cristo ascendió por sí mismo en tanto su madre fue asunta pues ella sola, carne del mundo, no hubiera llegado muy arriba. ¿Dudas? Ninguna. La Iglesia católica es una institución radicalmente misógina.

La exposición tiene dos momentos: el breve lapso emancipador de la República y la larga noche del franquismo. La primera subraya la aportación de las mujeres a la nueva sociedad española, en paz y en guerra. Se hace referencia al origen y desarrollo del feminismo español y se habla y se muestra a Pardo Bazán, Victoria Kent, Clara Campoamor. Y también se valora lo que la República hizo por las mujeres, el derecho de sufragio, el acceso a las profesiones tradicionales feudos masculinos, la ley de divorcio, la extensión de la educación sexual, etc. También una referencia a la aportación de las mujeres al esfuerzo de guerra no solo en la retaguardia, sino en las formaciones milicianas. Habrá quien diga que fue esta disposición de las mujeres a defender sus recién adquiridos derechos con las armas en la mano la que explica la especial saña de los vencedores de la guerra contra ellas. No es ni siquiera necesario. Las mujeres iban a ser objeto de una represión específica, propia, particularmente injusta y brutal, doble en cualquier caso. Es su suerte en todos los conflictos armados de la humanidad. Las mujeres son objetivo estrategico en las guerras normalmente declaradas por hombres y a través de prácticas odiosas, como las violaciones, el ridículo público o la prostitución forzosa. No hay grandes diferencias entre las violaciones y vejaciones infligidas por los franquistas a las mujeres republicanas y las que practicaban los serbios en las recientes guerras de los Balcanes o las de los hutus a las mujeres tutsis en el conflicto de Ruanda. El ataque a las mujeres forma parte de toda estrategia militar desde tiempo inmemorial del Patriarcado.

Por eso el franquismo se cebó especialmente con ellas durante la guerra y en los primeros años después: represión, tortura, violación, asesinato, por ser madres, esposas, hijas de perseguidos; es decir, por ser eso que el nacionalcatolicismo considera la triple excelsa misión de las mujeres. Después de la especial brutalidad de la primera postguerra vino la represión en la paz, la dominación doctrinal a cargo de la Iglesia y la política y social a cargo de la Sección Femenina, dirigida por la hermana del Ausente, Pilar Primo de Rivera. Por cierto, creo haber advertido en la exposición una sugerencia, como al desgaire, de que las mandos falangistas, casi todas solteras y lo que los machistas llaman marimachos, venían a ser una especie de sublimación de unas tendencias lésbicas quizá inconscientes y, en todo caso, reprimidas. Es una observación interesante. Forma parte de un hilo sutil que informa el espíritu de toda la exposición: entender el lesbianismo (y otras formas de sexualidad no conformista) como una tendencia que pugna siempre por burlar el poder patriarcal y manifestarse de mil formas. Tiene mucho valor una vitrina que contiene pruebas de la constitución de un grupo marginal de homosexuales hombres y mujeres quienes, en los años setenta, habían creado una especie de red clandestina en la Barceloneta con un complicado sistema de señales para realizar actividades colectivas en donde no tuvieran que disimular, esconderse o temer la represión.

Porque esta siguió siendo muy dura para las mujeres (y, por supuesto l@s homosexuales) hasta el final mismo de la Dictadura. En su apogeo, la vida de las mujeres fue la de un sector subalterno, en minoría de edad civil permanente, práctica esclava del macho de turno, marido, padre, hijo y hasta chulo para aquellas que, por una razón u otra, hubieran acabado en el grupo de las llamadas mujeres caídas. Para quienes vivimos buena parte del franquismo, la muestra trae piezas con un valor de memoria incalculable. Hay unos minutos del No-Do de los años cincuenta, con una demostración de la Sección Femenina en la explanada del Monasterio del Escorial ante el Caudillo Franco, bajito, regordete, ataviado con una chaqueta blanca de gala falangista y una boina roja, inolvidable. A much@s se les encenderán los recuerdos al ver las ediciones de los libros de Celia, por Elena Fortún, que leyeron siendo niñ@s. Y no hablemos de un spot televisivo de "OMO lava más blanco" entre dos marujas de los sesenta que es para troncharse de risa. De risa sardónica.

En fin, películas, Marisol, Isabel la Católica, España imperial, todo entre acericos, canesús y hasta Mariquita Pérez, la Barbie del franquismo, las novelas de Corín Tellado, el desarrollo, el turismo. Las mujeres son tontas en general y perversas y si, además, son comunistas, entonces, amigo, hay que aislarlas porque padecen una enfermedad terrible, transmisible, como científicamente demostraba el psiquiatra del régimen, el doctor Vallejo-Nágera, quien aún tiene una calle en Madrid. El franquismo reprimió a todo el mundo. Pero a las mujeres las reprimió el doble.

Desde entonces hemos progresado mucho. Las mujeres han conquistado una posición social en todos los órdenes jamás antes igualada. Pero el Patriarcado es un sistema tenaz, duro de pelar. Todavía les (nos) queda mucho trecho por recorrer. La prueba la proporciona inconscientemente el folleto de la exposición en cinco columnas en orden cronológico. La primera (años treinta) se titula afirmativa Las modernas. La quinta (años setenta) se titula dubitativa ¿Las liberadas?

diumenge, 13 de gener del 2013

Mundos aparte y un poco de vinagre.

Aplausos fervorosos a la joven Camila Vallejo, candidata a diputada al parlamento chileno por el Partido Comunista. Tiene en su haber el liderazgo del movimiento estudiantil de oposición del año pasado que hizo claudicar al gobierno en sus aviesas intenciones. La presencia activa de l@s jóvenes en las instituciones es imprescindible en nuestras democracias si de verdad queremos regenerarlas. Su radicalismo y su falta de ataduras de intereses creados les dan la fuerza necesaria para ello. Los políticos, los políticos profesionales, todos de mediana edad para arriba, salvas contadas excepciones de acólit@s, no pueden resolver los vicios de funcionamiento de las instituciones porque son sus principales beneficiarios.

Según El Pais de hoy, el 96% de la población cree que hay demasiada corrupción en España o que es "muy alta" o algo así. ¡Aleluya! Por fin se percata el personal. Hace unos meses, la corrupción no era siquiera un problema. Y hace algunos más, Camps salía elegido en Valencia con mayoría absoluta reforzada. Es una muestra obvia de la profunda sabiduría popular. La vox populi, vamos. Alta lo es la corrupción un Rato largo. Llega a las más elevadas instancias del Reino. Y, además de alta, generalizada, universal, asfixiante. Los gobiernos -no todos, desde luego- se dedican al saqueo. Lo llaman privatización, externalización, liberalización y siempre quieren decir quedárselo ellos, sus parientes y amigos (a los que tienen salpimentados por la administración pública, a veces a cientos, como el tal Baltar), cofrades, seguidores y asociados en inteligentes operaciones mercantiles. Regenerar esta situación de corruptela general no va a ser fácil. Una situación en la que un hombre con la hoja de servicios de Rato es contratado como asesor por Telefónica y no sucede nada no es sencilla de remediar.

Por eso está muy bien que irrumpa la juventud en las instituciones. Los partidos de izquierda deben darle paso con generosidad. Podían también abolir esas juventudes que suelen tener como lugar en donde aparcar las energías juveniles para ir luego cooptando a l@s más dóciles. Y si, además de jóvenes, son mujeres, servicio doble a la causa. La juventud tiene un potencial de cambio muy fuerte, pero las mujeres jóvenes lo duplican. Por eso, aplausos, renovados aplausos y aplausos también al país en donde esto sucede. Ojalá pase también en España.

La foto de Camila se encuentra por doquier en la prensa. Google da 429.000 resultados. En esta época mediática la imagen es muy importante y Camila es fotogénica y atractiva. Doble valor para la causa de las mujeres que quizá sea la causa más importante de nuestro tiempo.

Porque mientras Palinuro aplaude la naticia de Camila Vallejo, no puede dejar de pensar en esas dos mujeres que, con diferencia de días, han sido violadas en grupo en la India y la primera, además, torturada y bárbaramente asesinada. De esos casos vamos a encontrar muchas menos fotos. De las infortunadas, ninguna. Algún medio se atrevió a publicar una imagen del rostro tumefacto de la primera violada agonizante, pero ha desaparecido de la red. Es otro mundo, ¿verdad? Vivimos en mundos aparte. El planeta es el mismo pero en Chile una joven atractiva puede presentarse candidata a diputada y en la India esa misma muchacha no puede subir a un autobús sin peligro para su vida.

Es injusto que la gente se muera de hambre en el África, o a tiros en Ciudad Juárez, que los gobiernos rebajen los salarios de los trabajadores, las empresas despidan sin contemplaciones y exploten trabajo esclavo e infantil en otros países, es injusto que los niños no tengan igualdad de oportunidades en educación ni los adultos en sanidad. Sin duda. Pero la metáfora de todas esas injusticias es que en la India, en el África, millones de mujeres vivan bajo el permanente temor a ser violadas, torturadas, asesinadas cuando menos lo esperen, "cualquier día, en cualquier esquina."

Los hombres no sabemos lo que es eso, aunque podíamos intentarlo.

Es más, nos tranquilizamos pensándonos superiores. Aquí "eso" no sucede. No es imaginable. Tenemos la pulsión controlada: medio centenar de asesinadas al año y unos cientos de maltratadas. O sea, no estamos tan lejos. No estamos tan lejos. Y los medios debían ayudar a recordarlo, no cediendo a los aspectos fáciles de la comunicación.

divendres, 28 de desembre del 2012

Palinura.

Palinuro, siempre tan celoso de su predio, lo cede de muy buen grado para reproducir un magnífico artículo de Inés Gestido en el digital Insurgente, un periódico de la izquierda no sectaria, pues también la hay. Es una pieza breve, clara, sencilla, actual que relata y delata una injusticia lacerante, parte del abuso general y generalmente aceptado sin discusión a que nuestra sociedad somete a más de la mitad de sus miembros. Y con la complicidad no ya de quienes lo perpetran directamente sino de tod@s l@s que no lo denuncian. Porque quienes viven en la injusticia, de ella se benefician, aunque sea involuntariamente, y no la denuncian son cómplices.
Gestido aclara además de forma diáfana y concisa qué pretende el femenismo y qué quienes lo combaten. Lo subscribo por entero excepto en su última frase que atribuyo a un exabrupto, por lo demás presente en todo el artículo, razón por la cual este tiene tanta fuerza. Salvo la última frase. El feminismo no puede propugnar dictadura alguna, ni la propia, ni en broma. Nadie es libre en una dictadura. Tampoco l@s dictador@s.
Suele llamarse extremistas a quienes relacionamos la condición femenina en el patriarcado con la esclavitud. Tanto más exagerad@s cuanto que no podemos ignorar y no ignoramos lo mucho logrado cuando hace unas décadas (tampoco tantas), en algunos puntos del planeta (no en todos, por ejemplo, no en los países musulmanes) y en algunos órdenes sociales (tampoco en todos, por ejemplo, no en la iglesia católica) se reconociera la igualdad ante la ley del hombre y la mujer. Ya se hablaba de igualdad ante la ley mucho antes, pero -eso iba de suyo- las mujeres quedaban siempre excluidas.
Mencionaré un hecho incontrovertible, como todos los hechos: la ley reconoció antes el derecho de sufragio (y por tanto la ciudadanía) a los esclavos que a las mujeres.

dijous, 27 de desembre del 2012

Machismo.

Bueno, vamos a ver. Esas cuarenta y seis mujeres asesinadas -la cuota sangrienta de una violencia que tiene muchisimas más víctimas- son, o deben ser, un aldabonazo en la conciencia de la colectividad. Sumadas a las cuarenta y tantas o cincuenta y tantas del año anterior y el anterior, obligan a una reflexión a fondo sobre las causas. No podemos admitir que una determinada cantidad de hombres mate a sus parejas con la misma inevitabilidad con que a partir de ciertos grados, hierve el agua.
No podemos tratar de disfrazarlo u ocultarlo con circunloquios tan falsos como cursis. Esa violencia en el entorno doméstico con que la inenarrable ministra de Sanidad pretendió, como buena cipaya de género, escamotear el comportamiento asesino del machismo, carece de toda dignidad intelectual; como ella misma.
Tampoco podemos obstinarnos en abordarlo como una problema legal. Es preciso, sí, legislar para prevenirlo y castigarlo. Legislar más y mejor. Pero no basta con legislar. Debe abordarse con un enfoque integral, haciendo intervenir todos los factores posibles. Empezando por la educación, tanto en la escuela como en la familia y la que se transmite a través de los medios.Si el ministro Wert, otro fenómeno de la España Hurraca, sostiene que la separación por sexos en la enseñanza no es necesariamente causa de discriminación en favor o contra de nadie, juega al sofisma ya que la separación, sobre ser causa, es ya efecto de la discriminación. La separación es, obviamente, discriminación.
El enfoque integral implica la revisión permanente de una infinidad de prácticas sociales por insignificantes que puedan parecer. Es un proceso también educativo, pero del conjunto de la sociedad, a lo largo de toda la vida, no solo en la escuela. Es la aplicación de la perspectiva de género, que debiera ser universal e incuestionable porque se trata de devolver a la mitad de nosotros la dignidad que hace siglos viene negándosele. Cuando un cura italiano dice que la culpa de la violencia machista es de las mujeres por ir por ahí provocando cada vez más, u otro clérigo en Canarias achaca asimismo a la desenvoltura de los chavales la pederastia del clero, la estupefacción general apenas oculta el hecho de que se trata de manifestaciones de un sentir latente muy generalizado en la sociedad patriarcal.
Lo mismo pasa con las burlas sobre la corrección política. La prensa está llena de individuos que presumen de incorrección política a título de rebeldía, como esos lacayos del poder que dicen estar contra todo poder cuando no mandan los suyos. Suelen ser los aficionados a contar chistes verdes, generalmente denigratorios hacia las mujeres, en esas sobremesas densamente estúpidas de machos ahítos que son el orgullo de la estirpe hispana de Braulios larrianos.
Más en concreto, es preciso disipar cualquier ambigüedad, conformismo y enfrentarse a toda agresión de género, se dé como se dé. Hace unos días leí un estupendo artículo de Lorena Aguilar Aguilar en Caos en la red titulado No es piropo, es acoso callejero en donde se consideraba la costumbre del piropo una forma de agresión de género. Aunque es un poco blando para mi gusto, pues parece sugerir que si la agresión fuera "de verdad" piropo, sería admisible, me sentí identificado de inmediato con él. Hace veinte años se me ocurrió decir por la radio en Onda Cero que el piropo era una manifestación de machismo y se me vino encima una avalancha de críticas de todo tipo con los manidos argumentos en defensa de esa forma de violencia: es un arte, tampoco es para tanto, a las mujeres les gusta, es inevitable, es un reconocimiento de la belleza, es ingenio popular, etc., etc. Todas falacias de manual, generalmente esgrimidas por los mismos que justifican de modo parecido la tortura y muerte de los toros en las corridas. Hay también toques patrióticos: el piropo, amig@s es muy español. Cierto, cierto, menuda desgracia. No me consta traducción aceptable del término en otras lenguas como el francés, el alemán o el inglés. Lo más cercano parece ser cumplido, también existente en español, prueba de que no es piropo. Además de otras cosas, el piropo es una grosería.
Los asesinatos de mujeres están ya en potencia en los últimos rincones y pliegues de nuestra cultura, desde los piropos a la instrumentalización del cuerpo femenino en la publicidad, hasta en el lenguaje. Y no se diga nada de la religión. De todas las religiones. ¿Cómo no va a ser feminicida una cultura cuya religión empieza por decir que la culpa del pecado original la tiene la mujer, Eva?
Y una última consideración de rabiosa actualidad. Son los nuestros tiempos de penuria, de empobrecimiento, de desempleo, inseguridad, injusticia, atropellos. La inmensa mayoría de la población pasa penalidades. Hombres y mujeres. Pero las mujeres padecen una desgracia añadida: a su regreso a casa, su pareja puede asesinarlas. No falla: las mujeres siempre llevan la peor parte. Y, si son negras, ya ni hablamos.

dimarts, 21 d’agost del 2012

El odio a las mujeres.

No sé cómo andarán las cuentas de las casos de asesinatos de mujeres a manos de sus compañeros, amantes, novios, maridos o lo que sean. Con darse más de uno ya es escandalosamente alto; pero no es uno; será una cincuentena. Las mujeres están sometidas a una agresión permanente en nuestra sociedad que fácilmente deriva a violencia de género (eso que Ana Mato, en una alarde de ingenio, quería suavizar llamándolo "violencia en el entorno doméstico" o alguna cursilada así) y llega al extremo en el asesinato.
Y aun parece que hayamos de darnos con un canto en los dientes porque hay países en los que se las lapida. En Sudán, por ejemplo, es práctica legal y reiterada. La próxima en lista de espera es Layla Ibrahim Issa Jumul, una joven de 23 años condenada por adulterio. Condenada por lo que sea. Nadie tiene derecho a infligir tal sufrimiento a un semejante. La sola idea de que alguien pueda morir lapidado subleva el ánimo. Las redes sociales han comenzado a movilizarse para impedir esta atrocidad. Eso está bien pero, si nos paramos a pensar un poco, resulta insuficiente. La comunidad internacional (ese ente vagaroso que suele invocarse para bombardear algún lejano país) debe hacerse presente para bien por una vez e intervenir con toda claridad en el proceso. Hay que llevar el asunto a la ONU y solicitar un pronunciamiento de la Asamblea General en el sentido de expulsar a Sudán si comete tal fechoría. Expulsarlo y someterlo a sanciones económicas. Palinuro sería incluso partidario de medidas más drásticas. Ni Sharia, ni soberanía, ni idiosincrasias culturales. Hay que acabar con este feminicido universal que toma formas muy diversas, cultural y religiosamente condicionadas pero siempre acaban en lo mismo, en violar y asesinar a las mujeres; en el comedor del hogar; en mitad de un descampado a pedradas; en un poblado en el Congo, previa violación en masa; o en un prostíbulo en Ciudad Juárez.
Hay países en los que la ley prevé pena de muerte por lapidación para los delitos de adulterio y homosexualidad. El odio a los homosexuales es tan oscuro, irracional, viscoso y ancestral como el odio a las mujeres y lo que se dice respecto a estas vale también para los otros: ni una lapidación más, se ponga Alá como se ponga y el que lo haga, que se atenga a las consecuencias. Los países occidentales o la famosa comunidad internacional deberíamos romper relaciones diplomáticas con Estados homófobos y misóginos.
Claro que, a la hora de ponerse a dar lecciones a los demás sobre respeto a los derechos humanos, conviene que sepamos cómo tenemos nuestra propia casa. En España, el asesinato de mujeres corre a cargo de particulares y las instituciones luchan contra esta lacra o, al menos, no se solidarizan con ella. Ni la iglesia. Sin embargo, los curas siguen cargando contra los homosexuales y las autoridades pretenden negarles el derecho a contraer matrimonio. Cada voz que se alza aquí en contra de los homosexuales, cada vez que se les niegan sus derechos, se arroja una piedra en alguna lapidación en algún otro lugar.
En los Estados Unidos, un candidato republicano al Senado al que debe de faltarle algún tornillo, firme enemigo de todo aborto, ni siquiera lo admite en caso de violación porque, dice el menda, en la mayoría de las violaciones legítimas la agresión no termina en embarazo. En mi vida he leído muchos disparates pero este de la violación legítima supera los más absurdos. Claro que a lo mejor no es tanto disparate. ¿En dónde puede ser legítima una violación? Sencillo: en un mundo de violadores. En este. Al congresista Akin lo ha traicionado el subconsciente. El dice que se ha expresado mal. En absoluto, los republicanos están indignados con él porque ha dicho lo que muchos piensan pero saben que no conviene decir, esto es, que las mujeres pueden ser objeto de legítima violación, como el que habla de la legítima defensa. El amigo Akin hizo sus declaraciones en presencia de su esposa. Esto es lo que hay y no sirve de nada ocultarlo. 
Se debe impedir el crimen del Sudán y contestar como se merece al retrógrado Akin.

dimecres, 14 de març del 2012

Argumentos contra las mujeres.

El lector atento sabrá ya que el de Palinuro es un blog francamente feminista. El autor está convencido de que la feminista es la revolución más importante desde la francesa. Más aun, es la verdadera consecuencia de la Revolución francesa, sin demérito de las individualidades señeras anteriores, desde Hipatia hasta Mary Wollstonecraft. La revolución proletaria (en especial en su manifestación histórica, la bolchevique) que se presentaba como la continuación y superación de la Revolución francesa, también llamada con cierta condescendencia burguesa, ha sido un fracaso colosal y de ella no queda prácticamente nada.

La revolución feminista, la lucha por la emancipación de las mujeres, no es un golpe de Estado fulminante sino, como se ve, un proceso largo, secular, de desarrollo histórico. E ininterrumpido. No es el único producto de la Revolución francesa pues esta también alumbró la liberación de los esclavos y, de hecho, el sufragismo y el abolicionismo recorrieron juntos gran parte del siglo XIX. Como era de esperar, los negros consiguieron la abolición de la esclavitud (con todas las reservas del mundo) mucho antes que las mujeres el derecho de sufragio. Por eso su movimiento siguió hasta el día de hoy.

Un movimiento típicamente hijo de la Revolución francesa, incluso en el terreno declamatorio. La ciudadana Olympe de Gouges publica en 1791 (dos años después de la Declaración Universal de Derechos del Hombre y del Ciudadano) una Declaración de Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, lo que la llevaría a la guillotina dos años más tarde. La asesinaron sus compañeros revolucionarios que debían de ser más hombres que revolucionarios. La Revolución francesa es producto de la Ilustración y eso explica que las mujeres hayan enfocado su emancipación a través del acceso a la educación, por el que llevan siglos luchando. En muchos países europeos, España por ejemplo, las mujeres no han accedido a los estudios universitarios hasta el siglo XX, con algunas exepciones.

La necesidad de que ese movimiento prosiga se hace a veces perentoria cuando suceden verdaderas monstruosidades como el de esa niña marroquí que se ha suicidado porque la han casado con su violador. Estas barbaridades inhumanas revelan cómo están las cosas para las mujeres en unas u otras partes del mundo. También ayer se supo que los argentinos legalizan el aborto de las violadas, lo que quiere decir que antes era ilegal. ¿Qué ley humana ni divina puede obligar a una mujer a tener un hijo producto de una violación? Muchas, desde luego, pero no son leyes justas sino inicuas.

En estas circunstancias el Parlamento Europeo urge a establecer cuotas femeninas en las empresas pues están las cosas muy feas. Justo en ese momento se materializa Ana Botella y suelta la doctrina antifeminista y machista con la que se pretende mantener a las mujeres en situación de subalternidad. No le gustan las cuotas a Ana Botella, le parecen atajos a la larga contraproducentes y defiende la primacía del mérito, de la preparación para que las mujeres vayan ascendiendo por su propio valor en condiciones de igualdad. Tanta osadía y falta de sentido del ridículo maravilla y suspende el ánimo. Porque, obviamente, esos requisitos no se le aplican a ella que está en donde está por el enchufe de su marido. Y cuando pides a los demás algo que tú no haces entras en la zona viscosa de la hipocresía.

Pero, debe admitirse, este es un argumento ad hominem no válido por cuanto no contesta al razonamiento de la otra parte, ese que comparten casi todos los hombres y un buen puñado de mujeres. Este razonamiento dice que las cuotas y otras formas de discriminación positiva son eso, discriminaciones, favoritismos que en realidad perjudican a las mujeres, sobre todo a las que valen y no es, por tanto, un buen ni justo procedimiento de selección. ¡Abajo las cuotas, "atajos peligrosos"! Pero este razonamiento es patentemente falso en sí mismo puesto que, aun reconociendo de boquilla -como hace Botella- la necesidad de avanzar en la mejora de la situación de las mujeres, da por supuesto que el orden social es igualitario y que en él tienen iguales oportunidades hombre y mujeres. Lo cual es un embuste. Las mujeres están en situación estructural (¡incluso lingüísticamente!) de inferioridad y subalternidad. Un mínimo sentido de la equidad manda compensar esa inferioridad situacional de las mujeres con medidas especiales que establezcan la igualdad de oportunidades. Son cosas tan patentes que negarlas no puede ser solo producto del error o la ignorancia sino de la mala fe.

Como ese otro argumento también muy socorrido que se horroriza del ataque al principio de igualdad ante la ley que supone el que ciertas normas sean más gravosas para los hombres por el hecho de ser hombres. El ataque al principio de igualdad ante la ley, dicen, es un ataque al Estado de derecho. Es posible pero, sin duda, puede aguantarlo. ¿O no es este el Estado de derecho que se gloriaba de ser tal al tiempo que llamaba sufragio universal al sufragio masculino, solo para los hombres y no para todos sino únicamente para los más ricos?

(La imagen es una foto de PP Madrid, bajo licencia de Creative Commons).

dimarts, 13 de març del 2012

Violación.

¡Cómo avanza la civilización! En la Argentina ya se permite que las mujeres violadas aborten. ¡Vaya por dios! Hasta ahora estaba prohibido, como en todos los demás lugares en que rige la moral (y la ley) patriarcal/machista que privilegia al hombre e ignora a la mujer, la trata casi como un semoviente y no tiene una pizca de compasión por las manifestaciones concretas de un sufrimiento y una humillación que duran siglos. Es necesario ser realmente un granuja, un ruin granuja, para no entender la tortura que acarrea el gestar un ser producto de la brutalidad de una violación pues la elección es siempre agónica: o se aborta (y, encima, con la penalización de una ley injusta) o se tiene el hijo del enemigo y, haciendo de tripas corazón, se es una madre para él, en bastantes ocasiones, además, arrostrando la hostilidad de los allegados.

Porque muchas veces la violación es un crimen aislado, esporádico, individualizado; pero muchas otras es una política deliberada del mando que ordena a las tropas vencedoras en una guerra que, tras exterminar a los vencidos, violen en masa a sus mujeres para implantar en sus senos la semilla de la etnia, la raza, el color de los violadores. Política deliberada de destrozo desde tiempos inmemoriales y que recientemente se ha visto aplicar en el Congo o en la antigua Yugoslavia.

Si este aborto por violación está aun prohibido en muchos sitios es porque sigue pesando el repugnante parecer de esos curas de tres papadas, orondos eunucos sobaniños que predican cómo la mujer violada, es decir, la mujer atropellada en lo más íntimo de su ser, debe sobrellevar su infortunio con resignación y parir y criar al inocente fruto de su vida destrozada. Y estos son los caritativos curas occidentales o sus devotos doctrinos al estilo de Gallardón. En el mundo musulmán, en donde los curas son todavía más brutales e imbéciles que los cristianos, la violación se echa en cargo de la víctima y esta no solo queda deshonrada sino en peligro de perder la vida.

Quizá haya cosas tan odiosas, crueles e inhumanas como una violación pero, desde luego, no más. El forzamiento deja siempre secuelas terribles en quien lo sufre, físicas y psíquicas. Y solamente desalmados y descerebrados, como esos policías que -ya no tanto, afortunadamente- solían reírse de las mujeres que se atrevían a denunciar una violación diciéndoles que eso sería lo que ellas quisieran. ¡Cuánto canalla ha vestido y sigue vistiendo uniforme de policía, bata de médico, toga de juez! La solidaridad machista presenta siempre un frente cerrado para obligar a las mujeres a hincar la cerviz y aguantar los atropellos, desde el chulo de discoteca hasta el intelectual semiculto y pedante, de vuelta de todo, que describe en su columna periodística cuán harto está ya de la tiranía feminista, de la queja continua de las mujeres, de la sobreprotección de que gozan, de la falsa igualdad de que se aprovechan, frente al sufrido varón al que, a priori, se hace culpable de todo. Luminarias de la estupidez que confunden el ruido de sus tripas con el sonido del ingenio.

La falta de sensibilidad del machismo dominante en nuestra sociedad es abrumador y, en buena medida está sostenido por mujeres, enajenadas por los curas y sus propias frustraciones que defienden la causa que las oprime. Por ejemplo, esa inefable alcaldesa de Madrid que prefiere que la igualdad tarde más a que haya "atajos" porque no se atreve a decir que no quiere que haya igualdad en absoluto ya que, si la hubiera, ella no habría llegado a donde ha llegado pues lo ha hecho gracias a su marido y no a los méritos personales que sin embargo pide a las demás.

Realmente, la hipocresía social que rodea al patriarcado es repugnante y para removerla no basta ese terrible caso de la adolescente marroquí que se ha suicidado porque los criminales que la rodeaban bajo el nombre de familia (sacrosanta, desde luego) la obligaron a casarse con el otro criminal que la había violado, una niña en la flor de la vida a la que el machismo brutal sobre el que se permiten hacer bromas los señoritos de la derecha (y muchos de la izquierda), prefiere ignorar pues no puede ridiculizar directamente a la víctima que es lo que les pide el cuerpo castrado con la "contracorrección política" que les imbuyeron de niños. Esa noticia que subleva el ánimo, enciende la sangre y clama al cielo debiera ser primera en todos los periódicos y telediarios. Pero no, ni siquiera aparecerá. Al fin y al cabo, una injusticia cometida con una menor, marroquí, africana, mujer..., nada. Lo importante es lo que dice esa enchufada, engreída e hipócrita, Ana Botella.

(La imagen es un grabado de Castelao de 1937, titulado Atila en Galicia y refleja uno de los muchos crímenes que los fascistas cometieron con la población civil y que sus herederos ideológicos no quieren que se investiguen. La base del terror franquista, que llega hasta hoy).

divendres, 9 de març del 2012

Mujeres.

Tremendo el cuadro de Gustave Courbet, el origen del mundo (1866), en el Museo d'Orsay, París, ¿verdad? Hágase un interesante ejercicio: pregúntese cada cual por qué resulta chocante un cuadro tan normal como realista/naturalista. Las respuestas se relacionan de mil modos con el problema que plantea la lucha por la emancipación de las mujeres, probablemente el conflicto social más antiguo y más profundo.

Ayer se celebró el día internacional de la mujer trabajadora. Los 364 restantes son "normales". "Normales" quiere decir ordinarios en nuestras sociedades patriarcales en las que la desigualdad y la discriminación por razón de sexo son permanentes y universales y se agudizan con la plaga de violencia de género por la que mueren decenas de mujeres todos los años en España, miles en el mundo entero. 364 días en que las mujeres tienen que soportar una condición social de subalternidad y eso en las sociedades avanzadas; en las otras, en muchas otras, su condición es de humillación, de esclavitud, inhumana.

Una condición muy difícil de remediar porque, aunque las mujeres plantean la lucha como solidaria entre los dos sexos, la verdad es que el masculino tiende a desentenderse, cuando no a oponerse. Mientras las injusticias de trato golpean directamente a las mujeres, a cada mujer, en su vida cotidiana, en su autoestima como persona, los hombres se enfrentan a ellas como no directamente afectados, por solidaridad y su compromiso es mucho menor. Cuando es. Véase qué sorprendente solidaridad de género hay entre la izquierda y la derecha a la hora de tratar este problema en sus justas dimensiones y no darle la prioridad absoluta que de hecho tiene.

La emancipación de las mujeres no es solamente un problema legal. Si lo fuera, ya estaría resuelto. Es mucho más profundo. Afecta a la autoestima de los hombres igual que a la de las mujeres, pero estos no gustan de reconocerlo. Sin embargo es obvio que todo cuanto atañe a las mujeres plantea problemas morales en los que los hombres, con razón o sin ella, se sienten concernidos y sobre los cuales tienen opiniones tajantes y pretenden imponerlas: el aborto, la prostitución, la violencia de género, el feminicido, la trata. Todo ello levanta una gran polémica y origina legislaciones muchas veces contradictorias, prueba de que no hay un criterio único como sí lo hay, por ejemplo, con la esclavitud. Ningún país la tolera legalmente; otra cosa es la práctica.

Y eso que no se ha mencionado aún el problema más profundo que es el de la imagen, el concepto, la idea de la mujer, que vienen condicionadas por el hecho de que prácticamente todas las civilizaciones son misóginas. Hay varias explicaciones para este fenómeno, también discrepantes y que no hacen aquí al caso. En la civilización occidental la misoginia es abrumadora. La religión católica, puntal civilizatorio, es misógina, como todas las religiones; las instituciones, culturas y tradiciones, también lo son, como los códigos legales, las tradiciones artísticas, la literatura y hasta el lenguaje. Esos académicos que salen al paso de las guías de lenguaje no sexista dan por supuesto que la lengua es una especie de fenómeno natural, sempiterno, inamovible en su estadio actual en el que no es otra cosa que el reflejo lingüístico de la forma de dominación patriarcal. Una imagen de inferioridad que comparten muchos hombres y, lo más grave, han interiorizado muchas mujeres. Esas, por ejemplo, que piensan que la discriminación léxica está en la naturaleza de las cosas y no es la cristalización relaciones sociales de dominación que se pueden cambiar.

Un movimiento que pretende romper estructuras autoritarias tan antiguas no lo tiene fácil. La conciencia de que esto es así ha llevado al feminismo históricamente a aliarse con otras minorías reprimidas. La primera con la que hizo frente común en el siglo XIX fue la de los esclavos hasta el punto de que el movimiento sufragista y el abolicionista llegaron a fusionarse. Posteriormente el feminismo ha hecho causa común con otras minorías discriminadas o perseguidas como las sexuales, en concreto las de homosexuales (gays y lesbianas), las de bisexuales y transexuales. En este terreno nos movemos casi en el inicio de los tiempos. En los países occidentales sigue sin estar admitida la plena igualdad de derechos entre homosexuales y heterosexuales. Pero en otros es peor. Los 56 países de la Organización de la Conferencia Islámica han boicoteado una reunión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU sobre los homosexuales porque en muchos de ellos la homosexualidad no es un derecho sino un delito que en algunos se paga con la muerte. Ese rechazo no augura nada bueno para el avance del feminismo cuya suerte está vinculada a la de las demás minorías discriminadas.

La emancipación de las mujeres es un proceso duro, difícil, con altibajos, que no se coronará en una generación, ni en dos; que no se sabe cuándo se coronará y si se coronará. Porque no depende de las modas, sino de quienes las imponen; no de las instituciones, sino de quienes las hacen; no de las leyes, sino de los legisladores; de lo que estos tienen en la cabeza y en el corazón, de lo que piensan, sienten y hablan. Todo eso que se resume en el cuadro de Courbet y que les hace ocultar o prohibir aquello que más les importa y, en muchos casos, lo único que les importa.

divendres, 3 de febrer del 2012

La revolución es cosa de mujeres.


Juan Sisinio Pérez Garzón (2011) Historia del feminismo. Madrid: libros de la catarata, 255 págs.



Juan Sisinio ha escrito un libro ameno, de agradable lectura, sobre uno de los temas de nuestro tiempo. No es una obra académica, carece de aparato crítico, está concebida más en ánimo divulgativo pero con bastante rigor y trae una orientación bibliográfica final muy útil.

Inicia el autor el estudio en los tiempos más remotos y no de la realidad histórica sino del mito, con mención a los de Eva y Pandora para fijar la idea de que desde el origen de los tiempos en la humanidad ha predominado la misoginia. Este proceder caracteriza todo el libro que es una historia intelectual del feminismo y sólo en el último siglo esa historia intelectual se convierte en real en la medida en que los debates teóricos prenden en la sociedad con instituciones y políticas concretas.

Misógino es el cristianismo y, desde luego, la iglesia católica en mayor medida que el cristianismo reformado. En todo ese tiempo no hay feminismo y la excepciones (Christine de Pisan, Poulain de la Barre) son eso, excepciones. El feminismo arranca en realidad con la Ilustración, la revolución francesa y el liberalismo posterior. El liberalismo, que postulaba la libertad del individuo será la puerta por la que entre el feminismo de igual forma que entra el abolicionismo. Juan Sisinio recuerda con mucha razón que ya a mediados del siglo XIX, luego de la revolución de 1848, el feminismo toma la forma de sufragismo en cuanto emancipación política de las mujeres que estas vinculan expresamente a la abolición de la esclavitud (p. 93) .

Sin duda en el liberalismo se encuentra el núcleo del feminismo y del abolicionismo pero no lo parece en un primer momento. Jefferson, que firmó la declaración de independencia de los EEUU, en la que se proclamaba verdad evidente en sí misma que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, Jefferson, digo, era propietario de cientos de esclavos. Una disonancia cognitiva típica. La misma que lleva a los revolucionarios franceses a guillotinar a Olympia de Gouges que postulaba una Declaración de derechos de la mujer y la ciudadana.

Productos de la Ilustración, aunque en diferente medida y con distinta repercusión son la Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft y el caso de Flora Tristán. La obra de la primera responde a Burke pero es, en realidad, una especie de Antiemilio que rompe el dominio absoluto de la pedagogía de Rousseau al afirmar el derecho y la necesidad de la educación de las mujeres. La segunda dejó fórmulas que harían luego fortuna, como la de "proletarios del mundo, uníos" o la concepción de la mujer como "proletaria del proletario" (p. 80); más o menos lo que hoy se considera como "feminización de la pobreza".

Como buen historiador, el autor estudia el contexto en que se da esta historia intelectual y subraya tres aspectos decisivos: la importancia del paulatino acceso femenino a los estudios; el impacto de las dos guerras mundiales, que obligaron a incorporar a las mujeres al trabajo en la retaguardia, lo que asimismo forzó que se les reconociera el derecho de voto; y, por último, el desarrollo del capitalismo, con la expansión de los electrodomáticos, que posibilitó una mayor libertad de aquellas.

El libro pasa demasiado deprisa pòr el episodio del feminismo y la revolución soviética. Hace buena valoración de la obra de Alejandra Kollontai durante el bolchevismo y de Clara Zetkin (quien aun siendo alemana, actuó sobre todo al final en el ámbito soviético y en el de la IIIª Internacional (p. 127). Pero estaría bien prestar algo más de atención a la involución estalinista en materia de emancipación femenina.

Hay un buen tratamiento del llamado "feminismo de la segunda ola" en las figuras de Simone de Beauvoir ("no se nace mujer; se llega a serlo") (p. 192) y de Betty Friedan, cuya Mística de la feminidad fue el aldabonazo que necesitaba el feminismo para echar a andar de nuevo en los años sesenta del siglo XX (p. 197). También son interesantes los análisis de las relaciones del feminismo con las concepciones revolucionarias de los sesenta y el nacimiento de un feminismo "radical" en cuyo campo se tratan las obras de Kate Millet (Política sexual) y Sulamith Firestone (Dialéctica de la sexualidad), que son asimismo las que más influencia ejercieron en España. Es curioso que no haya sido en otros casos en que hubo obras tanto o más radicales, como En contra de nuestra voluntad, de Susan Brownmiller y El eunuco femenino, de Germaine Greer.

El feminismo de la segunda ola es, en cierto modo, producto del Estado del bienestar. Se ha conseguido la igualdad jurídica de las mujeres pero no su igualdad real, impedida por la supervivencia del patriarcado. Y en ello es preciso concentrarse. En realidad es un espíritu análogo al que lleva a T. H. Marshall a formular su teoría de los derechos al amparo de ese mismo estado del bienestar, haciendo hincapié en los derechos económicos y sociales.

La tercera ola, la actual, aparece con la reivindicación del feminismo de la diferencia, cuya autora principal es Luce Irigaray (228). Los debates actuales se dan en este último ámbito, la acción positiva, la discriminación positiva, el ecofeminismo o el ciberfeminismo (p. 232). estaría uno tentado a considerar que se trata de un feminismo postmoderno.

En resumen, una obra de síntesis, clara y relevante. Da una idea completa del nacimiento y desarrollo de una revolución de extraordinaria importancia en la historia de la humanidad y que se diferencia de las anteriores (la estadounidense, la francesa, la bolchevique) en que no es de raíz nacional alguna y no se manifiesta como un hecho histórico único y concreto sino como un proceso paulatino y prolongado cuyas consecuencias, sin embargo, son tan importantes como las de las dos primeras y mucho más que la tercera, la bolchevique, de la que no queda gran cosa.

Una última consideración meramente terminológica. Acepta el autor la versión latinoamericana de empowerment como "empoderamiento" (p. 247). Probablemente será inevitable pero no hay que rendirse demasiado pronto. El término es espantoso y, si no quiere usarse "apoderamiento", intentémoslo con el castizo "habilitación", aunque suene un poco burocrático.

divendres, 25 de novembre del 2011

La violencia contra las mujeres

Hoy, 25 de noviembre, se celebra el día en contra de la violencia machista. En lo que va de año en España han muerto 54 mujeres asesinadas por sus parejas o ex-parejas. En el resto del mundo la situación no es mejor; en otras partes, en México, en Colombia, en la China, en los países árabes es muchísimo peor. Está bien que se haga cuanto se pueda por elevar la sensibilidad de la sociedad frente a esta lacra que, a pesar de las leyes y las medidas de todo tipo de las autoridades para prevenirla y castigarla, no parece remitir.

Y ¿por qué no remite? Porque no es un delito o un vicio social que haya aparecido en nuestra época, como el tabaquismo, por ejemplo, contra el que es relativamente fácil luchar. Al contrario, es en nuestra época cuando ha comenzado a manifestarse la conciencia de que se trata de un crimen sistemático que nos degrada a todos y desmiente la idea de que la civilización avance. Es importante ahondar en esa conciencia y afrontar el problema en su pavorosa magnitud.

La civilización occidental, la que presume de sintetizar el judeocristianismo, la filosofía griega y el derecho romano, está basada en la violencia contra la mujeres. No me atrevo a hablar de las otras por falta de conocimiento bastante, aunque, por lo que sé, no andan muy a la zaga. En la nuestra esa violencia no sólo esta tradicionalmente admitida, sino glorificada, enaltecida, consagrada; desde siempre. Muchos filósofos, de Aristóteles en adelante, no ha hecho sino racionalizar los prejuicios en contra de la mujeres. Un mero repaso al conjunto de imbecilidades misóginas de Schopenauer debiera bastar para cuestionar la mera racionalidad del inventor de la Eudemonología.

Y no son únicamente los filósofos; los poetas, los literatos, los dramaturgos, los músicos, los pintores rivalizan en una misoginia agresiva que traza una imagen tradicional de las mujeres como seres inferiores, despreciables, odiosos, lo que justifica que se las maltrate. La celebrada figura de la doma de la bravía, un tema muy tratado en el Siglo de Oro, en Cervantes, en Lope y también en Shakespeare, etc., tiene eco en todas las culturas. A la mujer hay que "domarla", como se doma a las caballerías. Y nos se hable ya del llamado crimen pasional que todo lo justifica y que abunda en la literatura del siglo XIX. Mujeres atacadas "por amor", como El rojo y el negro, empujadas al suicidio, como en Ana Karenina o en Madame Bovary. La mujer es siempre la víctima.

El desprecio a las mujeres y su consideración como vasos del diablo y perdición de los hombres (compatible, por cierto con su imagen ideal en la tradición caballeresca) es inherente a las religiones, al cristianismo, desde luego. Que hay que violentar a las mujeres de todas las formas posibles es recomendación que se encuentra en la llamada sabiduría popular secular, en el refranero y en las políticas de los Estados; ejemplo universalmente conocido, las tres K del nazismo como destino de las mujeres: Kinder, Kirche, Küche (niños, iglesia y cocina).

La misoginia ha impregnado las leyes civiles y penales de todos los países hasta hace muy poco y, en muchos sitios, por ejemplo en el islam, se sigue haciendo. Está embebida en las instituciones y hasta en el lenguaje mismo, como las feministas han señalado repetidamente.

Corregir esta tradición implica reevaluar toda la tradición filosófica, religiosa, artística, jurídica de occidente. No es fácil y por ello se requiere una actitud combativa e intransigente con las infinitas formas de complacencia que se dan diariamente y son como una bruma que desnaturaliza los esfuerzos de la sociedad para acabar con él. A quienes propugnan esta lucha se los trata de exagerados. ¿Que tiene de malo la simpática costumbre del piropo, los concursos de belleza, la denigración de las mujeres en la publicidad comercial? Pues que todas estas prácticas son la antesala de la mentalidad feminicida.

En efecto, puede parecer una exageración. Pero lo que verdaderamente es una exageración es que sólo en este año haya habido 54 mujeres víctimas de asesinatos machistas. La dominación de los hombres sobre la mujeres desde el origen de los tiempos al día de hoy se basa en la amenaza de la violación y en su práctica individual o colectiva, muchas veces política de guerra, como dice Susan Brownmiller en En contra de nuestra voluntad . De lo que se trata es de someterlas por ese miedo difuso a ser agredidas, violadas, mutiladas, desfiguradas, asesinadas. Y el mejor modo de mantenerlo vivo es seguir recurriendo a esas prácticas.

Queda muchísimo por hacer. Apenas hemos comenzado, y nos enfrentamos a grandes resistencias, en no pocas ocasiones ofrecidas por las mismas mujeres, y eso es terrible.

(La primera imagen es un dibujo de Max Klinger titulado Asesinato y rapto. La segunda, un óleo de Degas, La violación (h. 1868). La tercera, otro de Frida Kahlo, titulado Unos cuantos piquetitos (1935)).

dissabte, 9 d’abril del 2011

El macho normal.

Hay una cuestión que me inquieta en estos casos en que periodistas o políticos de la derecha (casi siempre son de la derecha) dicen barbaridades de corte machista. Puede tratarse de ese Sostres que excusa un asesinato de género, el alcalde de Valladolid que se pone bravo con los morritos de una ministra o el otro de la televisión que no sabe si un transexual es chico, chica o chique. Tales propósitos basura, de los que es faro y guía el bolígrafo de Aznar por el escote de una reportera, dan por supuesto que quienes los formulan tienen sobrada experiencia en lances galantes. ¿Por qué, sin embargo, suenan a baladronadas de machos ibéricos de sobremesa, hartos de vino y ganas?

Sobre todo, ganas. La pregunta es si estos tres citados, que no son los únicos ni mucho menos, se han mirado en un espejo. Y qué han visto. Porque aquí puede estar la clave de la cuestión que mencionaba al principio. Con esas pintas, por favor, y aunque haya gente para todo, está claro que hablan de lo que oyen y lo que imaginan. Así dicen lo que dicen y en lo que dicen hay tal fondo de odio a las mujeres que se entiende que lo dicen porque no hacen.

dimecres, 30 de març del 2011

Duke vs. Wal Mart.

Los Estados Unidos son un foco de civilización. El mayor hoy día. Eso de la civilización, sin embargo, hay que matizarlo porque sabido es que se han cometido crímenes monstruosos y genocidios en su nombre; pero también gestas inmortales en beneficio de la humanidad. Dado que por lo general van mezclados es necesario pararse a discernir. Por ejemplo, los EEUU han creado, consentido y glorificado uno de los movimientos más odiosos del mundo, el Ku Klux Klan. Pero lo han hecho a través, entre otros medios, de una de las películas más fascinantes de todos los tiempos, la epopeya del cine, el origen de esta arte contemporánea, el Nacimiento de una nación (1915), de David W. Griffith que lo hace, además, con esa intención explícita de vincular el Klan con el nacimiento de la nación gringa.

Así que la actitud razonable hacia los EEUU no puede ser una elección maniquea de totalmente a favor o totalmente en contra. Tendrá que ser mestiza, como todo en la vida. De los EEUU vienen y han venido noticias e influencias nefastas y también otras benéficas. Así como las matanzas de indios en el Oeste fueron un horror, la revolución que llevó a la independencia ha sido el faro que ha guiado muchas aventuras posteriores, como se visualiza al llegar a Nueva York y ver la estatua de la Libertad, regalo/tributo de Francia que también hizo una revolución que, como la gringa, es patrimonio de la humanidad.

Algunas de las mayores barbaridades imperialistas en los últimos cincuenta años han venido de los EEUU; pero también las mayores oleadas de luchas por los derechos civiles, contra la discriminación de los mujeres, los negros o los homosexuales. La sentencia en el famoso caso Roe vs. Wade, recaída en 1973, definía el aborto como un derecho fundamental de las mujeres al amparo del derecho a la intimidad de la cuarta y la novena enmiendas y según el cual, la decisión sobre la interrupción del embarazo es cosa que compete a la propia mujer. Esa sentencia influyó en el mundo entero, abrió esperanzas a millones de mujeres y, de paso, una polémica a veces violenta con los "pro vida" en el interior del país que reclaman que se revierta Roe, igual que en España el PP quiere derogar o, al menos, recortar la ley del aborto.

Pues bien, la demanda que han presentado Betty Duke y otras cinco mujeres en representación de un millón y medio más contra Wal Mart por discriminación es también también un asunto histórico que va a influir en todas partes. Por un lado el carácter masivo del hecho, muy gringo, como las producciones de Cecil B. de Mille. Los mismos gringos se ríen de esto cuando dicen que todo lo americano es grande, ruidoso y no funciona. Y, por otro, la importancia del fondo de la cuestión. El Tribunal Supremo tiene ahora que decidir si admite a trámite una demanda por discriminación una de cuyas pruebas es la diferencia salarial sistemática y persistente en el tiempo entre hombres y mujeres en contra de estas. Es claro que el gigante Wal Mart, uno de los símbolos de EEUU, va a movilizarse a tope para evitar una decisión del Tribunal porque supondrá indemnizaciones siderales pero que no son otra cosa que la contabilización a precios de hoy de la sobretasa de explotación a que están sometidas las mujeres. El valor del ejemplo para los europeos es que estos comprendan que la discriminación salarial a que están sometidas las mujeres en Europa y en todas partes es denunciable en los tribunales; al menos en el viejo continente. Y que ya es hora de que se empiece a hacer.

Por eso hay que ser cauto en el juicio sobre los EEUU, país del que proviene mucha propaganda nacionalista pero también las películas de Michael Moore, dedicadas a denunciar el funcionamiento no democrático de la democracia. Lo que Duke vs. Wal Mart va a dirimir, igual que antaño lo hizo Roe vs. Wade es una cuestión que afecta a toda la sociedad porque se plantea en el campo de los derechos fundamentales. Y se plantea también para todas las mujeres que trabajan en Europa y en el resto del mundo, aunque aquí las necesidades puedan ser más apremiantes. Exactamente, ¿con qué razonamiento puede justificarse que a trabajo igual no haya salario igual? ¿Con el de la intrínseca superioridad de los hombres? ¿El de sus más sublimes necesidades?

No en balde los países occidentales, a pesar del antiamericanismo que hay en ellos, copian cuanto pueden de los EEUU. Entre ellos España que les copió la Constitución de la Iª República, aquella que era federal, cosa a la que la vigente ni se ha atrevido.

(La imagen es una foto de sashafatcat, bajo licencia de Creative Commons).