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dissabte, 6 de desembre del 2008

La crisis general del capitalismo.

Los últimos datos del índice de producción industrial, que señalan el mayor descenso de ésta en su historia,un 12,8 por ciento respecto al mes de noviembre de 2007, demuestran que va muy acelerado el proceso de transferencia de la crisis financiera a la de la economía real y que, por lo tanto, la ya confirmada recesión puede acabar convertida en una depresión en toda regla. Es opinión cada vez más extendida que resucitan los vaticinios de Karl Marx respecto a la crisis general del capitalismo.

La posible depresión viene dada por el círculo vicioso del exceso de producción (epítome, la burbuja inmobiliaria) en paralelo con un descenso del consumo que obliga a restringir la producción y despedir mano de obra lo que, a su vez, deprime más el consumo que incide de nuevo sobre la producción, etc. ¿Y cómo se puso en marcha esta dinámica viciosa? Como parece por acuerdo general a través de la contracción del crédito a que ha dado lugar la crisis financiera disparada con las famosas subprimes estadounidenses: no hay liquidez en el mercado, las empresas no pueden pagar las nóminas, suspenden pagos, los trabajadores se van a la calle, los bancos no conceden créditos y, en el colmo del rizo del rizo, no se conceden créditos entre sí. En estas condiciones la demanda ha caído aceleradamente sin visos de recuperarse.

Según todos los datos nos encontramos en una situación similar a la de los años treinta, de la que se saldría años después aplicando las recetas keynesianas, sobre todo del llamado “keynesianismo de guerra” cuando toda la producción civil giró a la producción bélica y aumentó la inversión no para producir coches o tractores sino carros de combate y piezas de artillería. Pero ahora, al parecer, las medidas keynesianas no son de aplicación, y menos las de guerra por dos razones: la primera porque no hay conflicto bélico imaginable en el horizonte de envergadura similar al de la segunda guerra mundial. Los conflictos hoy abiertos mundo adelante, aunque muy numerosos, son de efectos limitados, generalmente asimétricos y suelen dilucidarse básicamente con armas pequeñas y ligeras, de las que hay muchas en los mercados internacionales, a pesar de los acuerdos de la ONU en su contra.

La segunda razón: porque la economía y el sistema financiero se han globalizado de modo tal, que aquellas medidas keynesianas, pensadas para mercados nacionales más o menos protegidos en el contexto de Estados soberanos tradicionales ya no son aplicables. La situación es nueva con una globalización de hecho y, en algunos casos (como la Unión Europea), una transferencia de hecho y de derecho de las competencias estatales al orden supranacional. De este modo las decisiones requeridas carecen de referencias por lo que sus resultados pueden ser contraproducentes como de hecho han sido bastantes de las que se han tomado hasta ahora.

A diferencia de los años treinta los países afectados cuentan con sistemas desarrollados de bienestar capaces de amortiguar el impacto de la crisis económica sobre los regímenes democráticos. Los seguros de desempleo, los servicios universales de salud, la educación gratuita, universal y obligatoria y el complejo de prestaciones sociales de los Estados del bienestar deberán funcionar como salvaguardias que impidan el extremismo y polarización políticas que llevaron a las dictaduras y el conflicto de los años treinta en que amplios sectores sociales se radicalizaron políticamente y en una situación en que no había apenas seguro de desempleo ni el resto de características del Estado de bienestar, en muchos casos se afiliaron a partidos políticos extremistas y a sus organizaciones armadas lo que, entre tras cosas, les daba unos rendimientos. Ahora todos aquellos elementos del Estado del bienestar deberían bastar para impedir una crisis de los regímenes políticos democráticos.

Todo lo cual será cierto siempre que no olvidemos dos factores: primero la tendencia de la economía a abusar y a desmantelar los mecanismos de salvaguardia es directamente proporcional a la fortaleza de estos; basta recordar cómo las ingenierías de los despidos (por ejemplo, las prejubilaciones) se hacen normalmente drenando recursos públicos para fines privados de forma masiva. El capitalismo depredador avanza desmantelando cuanto encuentra a su paso y, si puede, externalizará sus costes destruyendo lo que resta de los mecanismos públicos de protección social.

El segundo que los sistemas políticos democráticos descansan sobre altos niveles de desafección ciudadana, baja participación y bajísima afiliación a partidos, todo lo cual es caldo de cultivo para el surgimiento de populismos (alimentados a su vez por la presencia masiva de inmigrantes) y corrientes políticas extremistas dispuestas a capitalizar la crisis económica en radicalismo político sectario. El resurgimiento de la extrema derecha y los partidos populistas en diferentes países europeos, en algunos de los cuales, como Italia o Austria, han conseguido llegar a los gobiernos, es revelador de la situación.

La crisis es ya una crisis general del capitalismo y cada vez resulta más probable que de ella no se saldrá sin un grado considerable de destrozo institucional y de dificultades crecientes de los sistemas democráticos.

(La imagen es una foto de Álvaro Herraiz, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 26 de novembre del 2008

¿Lo ven?

No paran, no cejan, no se detienen ante nada. Comerciantes de la muerte, mercaderes del miedo, agiotistas de la angustia, carroñeros de la incertidumbre humana, contrabandistas de la infelicidad, despiadados, miserables, inmorales, canallas, ahora dicen que Gramsci se convirtió al catolicismo antes de morir. Lo suyo es utilizar, instrumentalizar, servirse de los sentimientos de la gente, del miedo natural a la muerte, para seguir haciendo su infame negocio de acumular riquezas y poder en este mundo en nombre de quien predicaba la pobreza evangélica, para dominar a la gente y someterla a su oscura y viscosa tiranía. Porque, aunque fuera verdad este bulo, ¿qué importancia real tendría? ¿En qué cuestionaría la breve, febril y feraz actividad del filósofo de los Quaderni del carcere? Él mismo, de estar hoy vivo, lo aclararía con la concisión a la que se veía obligado a causa de la vigilancia fascista diciendo que este tipo de patrañas indemostrables es táctica en la guerra de posiciones, parte de la lucha por la hegemonía ideológica y se incrusta en el complejo estructural y cultural al que se refería como la questione del mezzogiorno: campesinos hambrientos, explotados, víctimas de los caciques y las supersticiones alentadas por los curas.

No les bastó con tenerlo los últimos once años de su breve vida en prisión sino que ahora prosiguen la tarea que se fijó el fiscal fascista ante el tribunal que lo condenó: "tenemos que conseguir que este cerebro deje de funcionar durante veinte años". Los buitres vaticanos aliados del fascismo de entonces quieren ahora acallarlo para siempre, enterrar su obra bajo la gazmoñería de una estampita de monja.

Pues nada, hombre, que lo canonicen. Ya va siendo hora de que los comunistas tengan su santo.

dissabte, 16 d’agost del 2008

Más sobre el debate del Frente Popular.

A raíz de mi post Me apunto al debate respondiendo a un artículo de Jesús Prieto en Insurgente, titulado Hacia un Frente Popular. Autocrítica, Malime publica otro en Insurgente, llamado Me apunto también al debate sobre "hacia un Frente Popular" en el que, según cree, responde a las preguntas de mi escrito. Pero ¿lo hace?.

Ante todo quiero agradecer a Malime el tono de su artículo, civilizado, sin argumentaciones ad hominem ni insultos tan frecuentes en estos debates en los que suele salir la fiera que llevamos dentro. Dicho lo cual no rompo las reglas de la cortesía si digo que su respuesta deja mucho que desear, que ni siquiera es una respuesta, sino un escrito bastante dogmático y nada ceñido a la cuestión.

La aportación de Malime consiste de un lado en demostrar la superioridad de la democracia socialista (o revolucionaria o proletaria, como quiera llamarla) sobre la democracia "burguesa" y de otro, responder a la pregunta de qué sea el socialismo.

En la cuestión de la democracia Malime basa su razonamiento exclusivamente en el argumento de autoridad: que si Lenin dijo, que si Marx dijo. No aporta prueba empírica alguna de que sea cierto lo que él dice, entre otras cosas porque no la hay de la existencia de esa democracia consejista de abajo arriba que Malime piensa que es la verdadera democracia en ninguna parte del mundo. El argumento en contra de la democracia "burguesa" ni siquiera es un argumento sino una diatriba. Se dice que la división de poderes es "falsa" (dos veces) pero no porqué. El término democracia aparece siempre entrecomillado, como dando a entender que, de democracia, nada. La democracia es una "apariencia" y su ejercicio es "falso" y el sufragio universal aparece calificado con un "llamado" que debe de querer decir que o no es sufragio o no es universal. Y todo esto sin una sola prueba, ni un argumento excepto decir que, cuando la democracia recurre a la legislación de excepción es cuando demuestra que no es democracia. Un argumento sin sentido dado que todos los sistemas tienen que prever situaciones excepcionales; de hecho, la misma dictadura del proletariado se justifica como situación excepcional y transitoria hasta la desaparición del Estado y otras utopías.

A todo esto se soslaya por entero decir qué tipo de estados y sociedades eran la Unión Soviética y las llamadas "democracias populares". Eran, para seguir un célebre dicho, dictaduras atemperadas por la corrupción, verdaderas tiranías plagadas de archipiélagos Gulag y basadas en el terror. Y lo siento mucho pero esas realidades no tienen nada que ver con la izquierda. El intento de explicación (que más bien es una evasión) que plantea el artículo de Malime es decir que Lenin y el leninismo fueron "buenos", verdaderamente revolucionarios y comunistas mientras que el régimen de su seguidor, Stalin, corrompió el camino y pudrió el comunismo. Así lo formula: "Stalin no tenía la cabeza de Lenin, se dieron pasos gigantescos en aquel atrasado país, se generaron condiciones objetivas y materiales para que el poder fuese devuelto al pueblo, pero no se produjo, el poder siguió en manos de la clase dominante, que con el tiempo se fue burocratizando, hasta retornar a la esencia del burocratismo que es el capitalismo." Lenin y el comunismo quedan impolutos. Sin embargo es razonable pensar que todo Stalin estaba ya en Lenin, que fue él quien creó el sistema de campos de concentración (Konzentrationslager, así, en alemán) y quien dió el visto bueno al empleo del terror contra la población (esto es, los "enemigos de clase") durante el "comunismo de guerra" en el que murió mucha gente y de formas muy crueles.

Finalmente, Malime aborda la cuestión del socialismo, pero dice: "Socialismo no creo que sea necesario explicarlo, basta con admitir que los medios básicos de producción y servicios sean de propiedad colectiva." Luego de una observación tan decepcionante, añade: "Otra cosa es la confusión existente sobre lo que supone el Estado y la Democracia de los trabajadores organizados como clase dominante de forma permanente de abajo arriba, desde los centros de producción administrando el poder productivo y político, incluso ejerciendo a cada nivel el poder legislativo y judicial, controlando y revocando en cualquier momento a los cargos electos." En efecto, es "otra cosa", es la configuración de una utopía para negarse a hablar de la realidad. La realidad es que, según Malime, el socialismo no necesita definición porque es la propiedad colectiva de los medios básicos de producción. Por medios "básicos" de producción habrá que entender los medios directos, esto es, infraestructura, maquinaria, materias primas, excluidos loas factores de producción, tierra, trabajo y capital. ¿Y la propiedad colectiva? Por ejemplo, las sociedades anónimas son propiedades "colectivas" pero seguramente la definición de socialismo no descansa sobre ellas y por "propiedad colectiva" ha de entenderse de "todo el pueblo", de la nación, del Estado, vaya. El socialismo que llegó a haber en la Unión Soviética y las democracias populares, el socialismo que llamaban "realmente existente" comprendía también la propiedad estatal de los factores de producción, incluida en muchos casos la tierra aunque en otros, transitoriamente, se tolerara propiedad individual de ésta. Y no hay ningún ejemplo que no haya sido así. La Yugoslavia autogestionaria era un puro disfraz del mismo sistema totalitario. ¿Es posible que haya propiedad colectiva de los medios pero no de los factores de producción? Hasta la fecha no, entre otras cosas porque no parece factible separar los medios de los factores de producción.

Teniendo un discurso tan rígido y dogmático, que se expresa con fórmulas litúrgicas y citas de autoridades de hace siglo y medio y que es incapaz de analizar la realidad viva, ¿cómo extrañarse de que la representación parlamentaria de Izquierda Unida sean dos diputados? Y si sigue con esta forma de razonar puede llegar a perderlos.

dijous, 1 de maig del 2008

En Valencia, la historia social.

Aquí me he llegado, a la hermosa ciudad del Turia en la que se celebra ahora una feria anual del libro, antecedente de la de Madrid. He venido invitado por mi amigo Javier Paniagua, director del centro de la UNED de Alzira-Valencia, para presentar algunas de las publicaciones del centro como tal y también del Instituto de Historia Social, que depende de él. Este Instituto está haciendo una obra muy interesante centrada sobre todo en la publicación de una Revista de Historia Social, cuyo número 60 era uno de los libros que había que presentar hoy.

Cuando en 1988 Javier y su amigo José Antonio Piqueras, hoy catedrático de la Universidad de Alicante, me contaron que pensaban poner en marcha el proyecto de la revista de Historia Social, mi vaticinio fue que esas revistas académicas no suelen pasar del tercer número. Como se ve, soy un zahorí catastrófico, pues la publicación lleva ya 60 números, tiene más de setecientos suscriptores y está a punto de ser traducida al inglés, lo que es todo un mérito. Aquí incluyo una portada de un número atrasado en espera de hacer la reseña del número 60, al que acompañará la correspondiente foto.

En estos veinte años la revista ha demostrado tener una gran calidad académica e investigadora, publicando tanto trabajos empíricos como temás de carácter teórico y cuestiones metodológicas de lo que, cuando se fundó la publicación, era una disciplina en ciernes en España y hoy, en buena medida gracias a ella constituye una rama del conocimiento historiográfico muy productiva, centrada en asuntos específicamente sociales. La revista ha publicado números monográficos sobre anarquismo, sindicalismo, populismo, antropología, cuestiones de género, huelgas, franquismo, nacionalismo, negocios y poder, la clase obrera, Edward Thompson, lenguaje, conflicto, familia, elites, artesanía, inquisición, nazismo, Iglesia, caciquismo, campo, ocio, migraciones, etc en muchos de los cuales es lectura obligada. Casi todos los temas se sitúan en los siglos XIX y XX, pero la publicación no desdeña tratar temas hasta en la Edad Media. La idea fundamental es no hacer la historia de los Reyes, príncipes, Estados, guerras, paces, tratados, sino la de las gentes, las clases sociales, los conflictos de todo tipo, las ideologías que han movilizado a muchedumbres, las mentalidades, los movimientos sociales, etc. Es hacer la historia de los avatares de los modos de producción y singularmente de las relaciones productivas. En el fondo, la historia social tiene patrocinador esencial en la persona de Karl Marx pero, por supuesto, no se agota en él, sino que ha incorporado otras perspectivas en un cuadro articulado y pluridisciplinar muy enriquecido. Casi da la impresión de que se trata de una respuesta muy articulada a aquel curioso problema acerca de la "función del individuo en la historia". Sea la que sea, parecen decir los historiadores sociales, no puede ensombrecer la historia colectiva, de los pueblos, las clases, los movimientos , los avances, retrocesos, triunfos y derrotas de las distintas causas en la historia.

La verdad es que esta revista es un lujazo para nuestro país en torno al cual se ha articulado una interesante línea de investigación historiográfica, como lo es el Instituto de Historia Social de la UNED, cuyo nombre reproduce el muy prestigioso del International Institute of Social History, de Amsterdam.

El Centro de la UNED de Valencia ha publicado también dentro de otras colecciones, tres libros recientes que también presenté y sobre los que hablaré con mayor detenimiento en posts posteriores, uno sobre los efectos del cambio climático en el Mediterráneo español, conjunto de trabajos de diversos especialistas recopilados por María José Estrela Navarro; otro que me parece del máximo interés acerca del impacto de las tecnologías de la información y la comunicación (tics) sobre las relaciones laborales, El trabajador distante, de Emilio Sáez Soro y un tercero, breve pero muy enjundioso, un conjunto de crónicas sobre el conflicto entre palestinos e israelíes escrito por José Luis Ferrando Lada, que es un gran conocedor del país por haber residido largos años en él. Me quedé con ganas de hablar algo más con José Luis, porque Palestina es uno de mis mayores intereses.

Pero no fue posible porque estas jornadas de presentaciones y actos públicos suelen ser trepidantes y sin pausas. Y hoy, primero de mayo, tomo el avión de vuelta a Madrid. Para quien quiera informarse más sobre ambas instituciones, aquí están las direcciones electrónicas: Centro Uned Alzira-Valencia "Francisco Tomás y Valiente" e Instituto de Historia Social.

(La primera imagen es una foto de Tonyç, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 28 d’abril del 2008

La revolución aquí y ahora.

Cuando, si los dioses no lo remedian, estamos a punto de celebrar los fastos y nefastos de los mayos de 1808 y 1968, viene bien leer el último libro publicado en español de Antonio Negri, uno de los principales protagonistas italianos del segundo mayo: La fábrica de porcelana, Barcelona, Paidós, 2008, 214 págs.

La obra es relativamente breve pero, como suele suceder con los trabajos de Negri, bastante densa y redactada en un lenguaje filosófico no siempre transparente para quien no esté familiarizado con la ya muy considerable obra del pensador de Imperio. Si además se tiene en cuenta que la traducción del francés es sencillamente abominable, cuajada de disparates y expresiones absurdas, se verá que la lectura no es sencilla. Una pena porque el estilo del autor, aun complejo, es agradable.

La fábrica de porcelana no supone, a mi juicio, avance alguno respecto a las últimas elaboraciones del autor sobre el imperio, la multitud o la biopolítca foucaultiana. Parece una especie de recapitulación y como un breviario, que tiene también su interés para quien quiera acercarse al estado actual de las propuestas de Negri que, como siempre, se orientan a pensar en la factibilidad de la revolución, como si fuera una especie de empeño o sino vital. La obra lleva el subtítulo de Una nueva gramática de la política que inmediatamente me trajo a la memoria la A Grammar of Politics del venerable Harold Laski y, salvando las enormes distancias, está concebida de una forma similar, en este caso a base de "talleres", que son como lecciones de un único seminario destinado a examinar la "cesura" entre modernidad y postmodernidad, aquilatar las respuestas de la postmodernidad a la globalización (también un ritornello en el pensamiento de nuestro autor), para examinar las condiciones en que haya de producirse la revolución.

Negri no fue nunca un marxista "ortodoxo" y tampoco lo es ahora, pero el fundamento mismo de su razonamiento sigue siendo marxista. Un marxismo que se ha imbricado en el análisis foucaultiano de la política. Al fin y al cabo, ¿que es el Imperio sino el estadio contemporáneo del imperialismo leninista? ¿Qué la multitud sino la sucesora que él y Paolo Virno han encontrado al proletariado marxista? Pero en todo caso se trata de un marxismo con un grado de abstracción y mescolanza con otras perspectivas (Spinoza, Deleuze, Guattari, etc) que lo haría extraño al propio Marx.

El punto de partida es la imposición del gobierno biopolítico de la sociedad como algo totalitario que subsume la sociedad bajo el capital, lo que provoca: "la mercantilización de la vida, la deaparición del valor de uso, la colonización de las formas de vida por parte del capital", pero también (y subraya el "también"), "la construcción de una resistencia en ese nuevo horizonte" (p. 46), resistencia, dicho sea de paso, concebida como "dispositivo multiforme de producción subjetiva" (p. 47). Y nadie me quita de la cabeza que, a su vez, este dispositivo es el heredero de las antiguas "condiciones subjetivas".

El fenómeno contemporáneo (con el que Negri lleva años batallando) es la globalización, una situación neocolonial en la que se ha producido la "crisis de todas las leyes y de todas las formas de desarrollo capitalista" (p. 67) dando lugar a un "estado universal de excepción" (p. 69) que lleva a una situación en la que a) se han disuelto las fronteras; b) se ha acabado el derecho internacional; c) y hay una creciente necesidad de dominio (p. 72). Puro Imperio, en definitiva.

Para hacer frente a la situación refina Negri la grámatica política que es como una gramática parda del neomarxismo: frente a la caduca (y falsa) distinción capitalista entre lo público y lo privado, lo común que se observa a la perfección en la expansión universal de la red (p. 90). Frente al avance del biopoder globalizado, la resistencia, que nada tiene que ver con la marginal que aparece en el "pensamiento débil" que no le parece más que "un pensamiento arrepentido, lleno de rencor y que se siente culpable del mayo de 1968" (p. 102). Lyotard, Baudrillard y Virilo están aquí en el punto de mira, como es lógico en un pensador que, a fuer de espinoziano, detesta el arrepentimiento. Y detrás de ellos, van nada menos que Luhmann, Habermas y el bueno de Rawls, todos reos de dar consistencia real a "la imagen ilusoria de la opinión pública" (p. 105)

A partir de aquí entramos en la parte propositiva del libro. La resistencia es la forma en que se articula la diferencia, el "separatismo" de ciertos grupos, singularmente las mujeres y los obreros (p. 126) que emprenden el camino del éxodo, entendido éste como "separación creativa" y que, la verdad, se parece bastante al exit de Hirschman. Luego de un relativamente prolijo análisis de algunos conceptos tradicionales de la iuspublicística (poder constituyente, Constitución formal y Constitución material) en los que se sienten los ecos del viejo professore de la Universidad de Padua, la multitud ejerce un derecho de resistencia frente al poder constituyente que no gusta nada a las instituciones del capital y que, convertida en una "ciudadanía cosmopolita", alcanza una "democracia radical". Quien pueda estar pensando que tampoco hacía falta tanta hojarasca marxista para acabar diciendo lo mismo que David Held y sus amigos, tome nota de la distinción que hace el autor al hablar de "la diferencia que existe entre la democracia como forma de gobierno, como gestión del poder, como articulación/ejercicio de la voluntad general, y la democracia como proyecto, como praxis democrática, como reforma del gobierno, como ejercicio de lo común, como articulación de la voluntad de todos." (pp. 151/152). La distinción no resulta evidente, ¿verdad? Bueno, llévese a sus últimas consecuencias y se verá que, como cada cual es hijo de sus obras, vale para justificar la violencia: "La violencia política es simplemente una función del actuar político democrático, porque ella muestra también, a su manera, la resistencia; e impone el antagonismo allí donde el Estado sólo puede afirmar su dominación y su control." (pp. 156/157)

El resto se dará por añadidura. La nueva gramática de la política sirve para sustituir también el viejo gobierno por la nueva gobernanza, concepto muy en boga en la ciencia política contemporánea pero que en Negri tiene una imago revolucionaria pues equivale al ejercicio del poder constituyente de la multitud como potencia común (p. 174).

Todo es cuestión de "decisión" y "organización". Suenan aquí inevitablemente los ecos del decisionismo schmittiano, pero no me parece muy relevante, pues de alguna forma hay que llamar a la voluntad de actuar. El caso es que ambas, decisión y organización de una multitud entendida como multiplicidad, abocan a la revolución que es "una aceleración del tiempo histórico, la realización de una condición subjetiva, de un acontecimiento, de una apertura cuya convergencia es hacer posible una producción de subjetividad irreductible y radical." (p. 194)

Se queda uno pensando si realmente será que el tiempo no ha pasado y que un hombre tan inteligente, profundo y perspicaz sigue articulando la revolución como una especie de milenarismo, como una hipotética solución de continuidad con el presente cuyas claves de aparición sólo él o los de su grupo son capaces de desentrañar. Pero no haya cuidado, Negri sabe muy bien de lo que habla, no se deja arrebatar por sus mismas previsiones y con harto realismo sitúa la acción del "nuevo derecho subjetivo transformado en potencia multitudinaria (no) en las márgenes ni fuera de la actual configuración de los sistemas de poder, sino en el centro, de manera interna, dentro."

O sea, aquí y ahora.

dilluns, 24 de març del 2008

El despotismo asiático.

Una de las categorías más interesantes de la obra de Karl Marx fue la del "modo de producción asiático", esto es, un tipo de formación que no encajaba en su división canónica de comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo y que se caracterizaba por un sistema político despótico que descansaba sobre el dominio de una casta burocrática, propietaria colectiva de los medios de producción y la mano de obra esclava. En cuanto al modo de producción, uno de los factores esenciales eran los grandes sistemas de regadíos, obras públicas en definitiva, también administradas de forma monopólica por la casta burocrática. Este rasgo es el que indujo al economista marxista Karl Wittfogel a llamar a estos sistemas "despotismos hidráulicos".

Por supuesto, la categoría marxista no tuvo gran predicamento en la Unión Soviética por el temor de lo rusos a que se cayera en la cuenta de que el concepto reflejaba bastante bien el sistema que tenían organizado, como refleja hoy el de China. De hecho. tal era la posición del filósofo marxista Rudolf Bahro en su famosa obra Die Alternative y de otros de su corriente que no vivían enfeudados en los pivilegios de las castas comunistas dominantes. De este modo, sólo los marxistas occidentales hablaban del "modo de producción asiático"; los orientales, rusos o chinos, hablaban de "socialismo".

Hoy día China es el ejemplo más acabado de despotismo asiático que hay sobre el planeta. El monopolio político, economico y social del partido comunista (los otros partidos son meras comparsas del comunista y su existencia sólo sirve para legitimar a éste) y de la casta burocrática que lo controla, el totalitarismo como intervención del Estado en todos los aspectos de la vida social, singularmente las telecomunicaciones, la falta de derechos políticos y libertades civiles de la población, así lo prueban.

La forma en que China ha abordado el problema del Tíbet, recurriendo a la represión, la expulsión de los corresponsales extranjeros para que no puedan denunciar el atropello de los derechos humanos que allí se está produciendo, es la consecuencia lógica de esa estructura dictatorial y totalitaria del sistema chino.

Pero, al mismo tiempo, China es un país poderoso. Con sus mil doscientos millones de habitantes, constituye un mercado muy atractivo que nadie quiere perder y, como el poder político lo controla a través del capitalismo de Estado, chantajea a los demás países que pudieran protestar por la represión en el Tíbet para que mantengan un vergonzoso silencio. De ahí que sea tan imprescindible que la opinión pública de los países democráticos presionemos a nuestros gobiernos para que tengan el coraje de enfrentarse al atropello y ponerle coto. De hecho, somos la única defensa de la población civil tibetana, abandonada a la arbitrariedad de las fuerzas represivas chinas. Por eso son esenciales las campañas de protesta internacionales y de recogida de firmas como la de Avaaz para hacer ver a los dictadores chinos que el mundo está pendiente de lo que hacen en el Tíbet y, por supuesto, de lo que hacen con la propia población china, tan desprovista de derechos fundamentales, libertad de asociación, de expresión, de sindicación, etc como lo están los tibetanos. Es la importancia de la publicidad que tan agudamente vio en su día Kant como garantía de la justicia. El poder, sobre todo el poder despótico, quiere el secreto, el silencio y la ocultación, justo en la misma medida en que las fuerzas democráticas quieren la publicidad y la trasparencia; les va la supervivencia en ello.

Los dos argumentos que suelen emplear los exégetas y los servicios de propaganda de la China son: a) el principio de no injerencia en los asuntos internos de otros países y b) la falta de respeto a los derechos humanos en otras partes del mundo, empezando por aquellas que más protestan. Sabido es que el derecho internacional humanitario hoy día ya no reconoce el principio de no injerencia. Los derechos humanos son un principio superior a las fronteras de los Estados y con ellos no hay no injerencia ni asuntos internos que valgan. Y la falta de respeto a los derechos humanos en cualquier parte del mundo no puede nunca ser un argumento a favor de su violación en otra. Por lo demás, quienes protestamos por la violación de los derechos humanos en Europa (los innumerables casos de Yugoslavia), en los Estados Unidos (Guantánamo, pena de muerte, etc) o en España (casos de torturas en el País Vasco) no vamos a ignorar los atropellos de la tiranía china contra sus pueblos indefensos. Aquí no hay nadie exento y la crítica no puede dejar de ejercerse allí donde exista algún tipo de afinidad electiva ya que, en tal caso, se convierte en un remedo de sí misma. En el caso concreto que nos ocupa, sostenemos que la mejor ayuda que se puede prestar a la lucha de los pueblos por su libertad es la denuncia de los crímenes que se cometan contra ellos, incluso con la vergonzosa complicidad de nuestros sistemas democráticos.

(La imagen es una foto de Papermakesplanes bajo licencia de Creative Commons)