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dijous, 7 d’agost del 2008

La gente del espíritu.

Este libro de Wolf Lepenies (¿Qué es un intelectual europeo? Los intelectuales y la política del espíritu en la historia europea, Barcelona, Círculo de lectores, 2008, 467 págs) está compuesto por la serie de quince lecciones que como titular de la Cátedra Europea del Colegio de Francia pronunció en esta institución el filósofo y sociólogo alemán en 1992. Aunque la traducción (de Sergio Pawlowsky) es del francés, de una edición de Seuil de 2007, el lapso que va desde que las lecciones se pronunciaron hasta su aparición en forma de libro tanto en Francia como en España no afecta gran cosa a su contenido pero a la parte a la que afecta (la última) lo hace mucho.

La obra se divide en tres partes. Las dos primeras ("Utopía y melancolía" e "Historia natural e historia de la naturaleza") son como síntesis y reelaboraciones de dos famosas obras anteriores suyas (Melancolía y Sociedad y Las tres culturas), mientras que la tercera ("El origen de las ciencias y la pérdida de la moralidad"), de mayor actualidad es la que más acusa esa distancia entre el curso y la publicación.

El título general induce a cierta confusión. Me da la impresión de que, por los motivos que sean, quizá que se trate de apuntes o que no se hayan reelaborado suficientemente, la confusión, ciertas soluciones de continuidad y algunas reiteraciones se manifiestan en toda la obra. Parece que va abordarse la sempiterna cuestión que interesa sobre todo a los intelectuales acerca de qué sean ellos mismos, pero no es el caso puesto que el autor da por sentado que aquello por lo que pregunta está ya definido y, sin más dilaciones, pasa a exponer sus cogitaciones sobre algunos aspectos específicos de lo que podríamos llamar la "historia del espíritu europeo" sin tomarse el trabajo no ya de definir aquello por lo que pregunta sino de justificar por qué habla de lo que habla y no de otros asuntos.

Lo del "espíritu" (la política del espiritu) está también en el título y remite a uno de los autores que Lepenies toma como guía y hasta cierto punto modelo: Paul Valéry. Ello nos pone sobre la pista de dos datos que caracterizan la obra en comentario. El primero que no hay intelectuales ni espíritu sino es en Europa. El segundo que, dentro de Europa, este alemán invitado a un sacrosanto templo del saber francés, hace alarde (ignoro si sincero o simulado) del tradicional complejo de inferioridad germánico frente a la latinidad francesa y acota su tema en ese acomplejado diálogo franco-alemán. Todo lo cual resulta curioso si se tiene en cuenta que uno de los puntos de arranque de la reflexión de Valéry sobre el que también se apoya Lepenies es precisamente la conciencia de que la era de la supremacía europea ha pasado y que Europa no puede ya "ordenar el mundo según los designios europeos" (p. 38).

La primera parte (las cinco primeras lecciones), la que es reelaboración de Melancolía y sociedad, versa sobre los intelectuales como seres tradicionalmente insatisfechos, disconformes con el mundo y melancólicos. Esa melancolía es la que los hace fabricar utopías porque en las utopías está desterrada la melancolía. Y esa relación entre melancolía y utopía es lo que, a su juicio, caracteriza al espíritu europeo.

No dándose el recurso al pensamiento utópico, los intelectuales oscilan entre el aburrimiento y el resentimiento y el modelo que toma y analiza minuciosamente es el de las Máximas de La Rochefoucauld, el hombre de acción que ha de resignarse a serlo de pensamiento (y por lo tanto a aburrirse) por el fracaso de la Fronda. Fracaso es aquí la sensación dominante y donde reaparece Valéry con su señor Teste, clara muestra de aquel por no haber ahuyentado la melancolía. Cierra la consideración una cita de Walter Benjamin: "El intelecto sigue siendo cuestión privada, y ese es el melancólico secreto del señor Teste" (p. 107). Una interesante referencia al Oblomov de Goncharov (y, claro, el oblomovismo, propio de la sociedad rusa prebolchevique) abre paso al inevitable masoquismo germánico: la burguesía alemana es una muestra de melancolía sin poder (p.121).

En la segunda parte (otras cinco lecciones) trata del segundo tipo de intelectuales, los científicos, las buenas conciencias de las que ya hablara en su Las tres culturas, el paso al pensamiento histórico como ruptura decisiva del pensamiento europeo, concretado en la transición de la historia natural a la historia de la naturaleza. Dedica un capítulo a cada uno de los que toma como ejemplos científicos en distintos campos y con distintas perspectivas: Buffon, Winckelmann (para la historia del arte), Georg Forster (para una nueva antropología) y Linneo. Como es lógico, la oposición es Buffon-Linneo, pero no estoy muy seguro de que haga justicia a ninguno de los dos porque se concentra en la parte de la obra de estos que tiene una incidencia (a veces colateral) sobre las ciencias sociales o, incluso, la literatura. Al tratar de Buffon se detiene no sobre la Historia Natural sino sobre el Discurso sobre el estilo y el famoso dictum buffonesco de que "el estilo es el hombre mismo" (171). De aquí a referirse a la cadena de influencias sobre Balzac, Flaubert, Zola, Proust hay una clara solución de continuidad a mi juicio ya que los que los novelistas creyeron aprovechar era la aplicación del espíritu científico a las cosas humanas. La influencia de la Historia natural, dice, "sobrevive en forma de novelas, mientras que sus autores se ven reducidos a literatos y las pretendidas novelas de Buffon desaparecen poco a poco de la ciencia seria" (p. 188).

Algo parecido sucede con el caso de Linneo. Lepenies se concentra en una obra que no es el Sistema de la naturaleza pero tiene gran interés por tratarse de un intento de aplicación de su método científico al mundo humano, histórico y social. Trátase de la Nemesis divina, una obra que no se publicó íntegra hasta 1968, si bien se conocían fragmentos en el siglo XIX y que muestra el interés de Linneo por incardinarse en el contexto de la físico-teología y de la teodicea. Lepenies se refiere a la máxima de Ovidio que Linneo citaba en la némesis divina y que presidía su dormitorio, Innocue vivito, numen adest ("vive en la pureza porque Dios está presente") (p. 239). Al final el mundo tiene un orden, es un orden moral y está impuesto por Dios, incluso a través del castigo y la venganza. Que Linneo representa el avance en la ciencia frente a Buffon, pero no en el orden humano e histórico queda claro y es convincente cuando Lepenies lo contrapone a Adam Smith, también empeñado en demostrar el orden moral pero que confiaba éste no a la némesis divina sino a la probabilidad (p. 314).

El tratamiento de los otros dos intelectuales Winckelmann y Forster, el maestro de Humboldt, se me antoja más insatisfactorio y confuso. Winckelmann trató de establecer una ciencia del arte de acuerdo con los criterios claisficatorios de Linneo, pero no conseguiría superar la objeción que plantearía Kant en la Crítica de la facultad de juzgar según la cual el juicio del gusto no es cognitivo, ni lógico, sino estético y, por tanto subjetivo. (p. 208) y algo parecido sucedería con Forster que, en su intento de crear una "nueva antropología" se vincularía expresamente a Winckelmann y acabaría tropezando esta vez expresamente con Kant, con quien polemizaría agriamente a propósito de la obra de éste Definición del concepto de raza humana, tratando de contraponer las observaciones de "un simple empirista, aunque perspicaz y digno de confianza a la verborrea especiosa de un espiritu sistemático y parcial" (p. 229), teniendo que reconocer posteriormente su falta de formación para esta controversia.

Antes de acometer la tercera parte del libro (las cinco últimas conferencias) hay un capítulo dedicado al origen de las ciencias sociales a través de la pérdida de la perspectiva moralizadora. El personaje en el que centra el análisis es el crítico Sainte-Beuve de quien dice muy acertadamente que "es una encarnación asombrosa de ese tipo de intelectual que, en el siglo XIX, preso de la corriente científica de la época o incapaz de sustraerse a la misma, traspone las pautas de pensamiento científicas a la literatura, en particular a la crítica literaria" (p. 331). Quedan así dibujadas las "tres culturas" que forman el núcleo esencial de la doctrina de igual nombre de Lepenies: a) la buena conciencia de las ciencias naturales, hoy más poderosa que nunca; b) los "hombres que se quejan", esto es, los escritores y cultivadores de las ciencias humanas; y c) entre medias, oscilando, las ciencias sociales (p. 295).

La tercera parte se concentra en lo que llama el autor "la iglesia de los intelectuales". El punto de arranque en el concepto de clerisy, de Coleridge (p. 345), que le da mucho juego para entender la obra de Matthew Arnold y, sobre todo, del alemán Karl Mannheim enfrentado, como no, al francés Julien Benda. Donde Mannheim entiende que el papel del clérigo aparece consagrado como el "intelectual que flota libremente", sin ataduras, lo que le permite abrigar la esperanza de que la política llegue a ser una ciencia (p. 334), Benda denuncia la traición de esos mismos clérigos.

Y a esa traición se remite Lepenies en dos capítulos dedicados al caso alemán que suenan como una especie de curiosa "mea culpa": en primer lugar la traición que representaron los intelectuales fascistas que él ejemplifica en un estudio (por cierto, magnífico) de Gottfried Benn como el hombre que habiendo tenido la lucidez de llamar a la función intelectual "palabrería protegida por el Estado" (p. 368) acabó al servicio del Estado nazi y, aunque excluido por él, sin perder nunca sus convicciones. El juicio negativo de Lepenies es contundente: "Estetizar la política, deshumanizar la vida, limitar la moral a la forma: esto conduce inevitablemente al rechazo de la democracia." (p. 379)

La otra traición de los clérigos alemanes es la del comunismo, de la que Lepenies sabe mucho porque nació y se educó en la Alemania Democrática. Al menos lo suficiente como para, tras pasar revista a los intelectuales más destacados del régimen comunista, concluir de forma lapidaria que lo más característico de ellos fue cómo aprendieron "el arte de ser dominados" (p. 395).

La obra se cierra con una invocación contemporánea a la "política del espíritu" de Valéry y en un tono negativo y resignado: "En el mismo instante en que la especie está amenazada en su supervivencia, el Homo sapiens celebra su adiós a la historia separándose por un lado de las experiencias del pasado y por otro de las expectativas del futuro. Esta locura de la desaparición comporta un adiós a la moral: en ausencia de alternativa, la diferencia entre el bien y el mal desaparece progresivamente; Leibniz podría estar contento. Hemos llegado a la época de una nueva teodicea. Este mundo es el mejor de todos los mundos posibles porque no hay otro, y porque éste no cambiará".

Así se veían las cosas en 1992, recién hundida la Unión Soviética. Ya dije al principio que este lapso afecta mucho a la visión del autor. Es obvio que este mundo no puede ser el mejor de los posibles si se afirma que no hay otro porque eso carece de sentido; es obvio que no es el mejor de los posibles a secas ya que basta con verlo; y es obvio por último que no solamente cambiará sino que de 1992 hasta ahora ya ha cambiado mucho.

divendres, 1 d’agost del 2008

En recuerdo del VP.

La semana pasada uno de los cursos de El Escorial, de la Universidad Complutense de Madrid versó sobre la figura del que fuera alcalde de Madrid, don Enrique Tierno Galván. El motivo es que está a punto de aparecer una recopilación del conjunto de su obra escrita, amorosamente recopilada por uno de sus discípulos más entusiastas, Antonio Rovira, hoy catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad Autónoma de Madrid y director asimismo del curso. En él ha participado gente de renombre que tuvo un contacto directo con don Enrique, como los profesores Raúl Morodo y Pedro de Vega.

Igualmente me invitaron a mí atendiendo sin duda al hecho de que también tuve una relación personal con el Viejo Profesor, aunque no tanta ni tan intensa como los dos colegas antecitados, sobre todo Raúl Morodo, su más fiel discípulo y mejor intérprete, a la par que maestro mío. Manuel Mella quien durante años fue la sombra misma del VP de tan inseparable, me ha pedido que cuelgue en el blog la presentación que hice, cosa que haré cuando tenga aclarado lo relativo a los derechos de autor de las imágenes porque una cosa es proyectar algo en una pantalla en una conferencia y otra distinta colgarlo en la red.

Lo que puedo hacer aquí es contar lo que dije allí que, en lo esencial, consistió en defender el punto de vista de que la obra del VP es una especie de adelantada de la posmodernidad porque no es una obra sistemática, estructurada, con pretensión omniexplicativa, sino fragmentaria, inconexa, realizada en diversos planos, con multitud de perspectivas y, ciertamente, pluridisciplinar, pues abarca la filosofía, la sociología, el derecho, la ciencia política, la historia, la crítica literaria y el género autobiográfico.

No existe una Teoría Tierno Galván acerca de algo o una escuela tiernista o galvanista que defienda una línea de pensamiento determinada. Otra cosa muy distinta pudo ser en su día el "tiernismo" como posición política práctica y que nunca estuvo tampoco del todo clara, oscilando entre un izquierdismo elitista que quería base popular y un reformismo práctico que se negaba en la teoría.

Las primeras manifestaciones del mundo intelectual de Tierno se encuentran en el estudio académico de la teoría política del barroco, singularmente del intento de creación de una ciencia política nueva, racional, antimaquiavélica, que sería el tacitismo (La influencia de Tácito en los escritores políticos españoles del Siglo de Oro), con su compleja unificación del punto de vista moral y el sentido de la razón de Estado. Alguna otra obra de la época (Los supuestos escotistas en la teoría política de Bodino, etc) testimonia del empeño del primer Tierno por abrirse camino en este compacto mundo conceptual que acabaría abandonando por preocupaciones teóricas más engarzadas en la realidad de su tiempo, como son el regeneracionismo y el funcionalismo.

La vertiente regeneracionista se da en un contexto teórico abstracto (Tradición y modernismo) que luego lo lleva a formular interpretaciones que tenían una línea crítica, muy en la de la filosofía de la sospecha y con una actitud claramente deconstructivista antes de tiempo. Por ejemplo, su visión de Costa como "prefascista" en Costa y el regeneracionismo que ponía de manifiesto la vaciedad de la interpretación acrítica del regeneracionismo español, incluida la obra de Ortega, y que daría lugar a una considerable controversia.

El funcionalismo pondría al VP en la senda de los debates filosóficos y científicosociales de la época (Introducción a la Sociología, La realidad como resultado) pero, sobre todo, sería ya el puente que le permitiría lo que siempre había buscado sin conseguirlo hasta entonces, al formularlo en el plano teórico (Federalismo y funcionalismo europeos) y en el práctico con la fundación de la Asociación para la Unidad Funcional de Europa, que tendría como función manifiesta el estudio de la unificación europea y como función latente articular la oposición al franquismo, bajo el postulado europeísta que es intrínsecamente regeneracionista.

Sus aportaciones fueron siempre pinceladas, juicios muy incisivos, cargados de erudición e ironía como las Acotaciones a la historia de la cultura occidental en la Edad Moderna. Muy significativo lo de "acotaciones", que remite a la idea de comentarios o glosas. Siempre un saber marginal al tratado, del que ya había tenido buena muestra con su traducción del Tractatus Logico-philosophicus, de Wittgenstein. Se va articulando así una actitud con ciertos toques ácratas. Y eso cuando los escritos no se adelantaban claramente a su tiempo, a modo de premoniciones, pudiendo entonces desmentir la tesis de Canguilhem de que no existen precursores. Por ejemplo, Desde el espectáculo a la trivialización es una obra que preanuncia la crítica a la "sociedad del espectáculo" de Guy Debord.

Hasta en su forma de hacerse marxista (pues ni un esprit fort como él pudo librarse del hechizo del tiempo), lo fue de modo singular y contradictorio, como si quisiera reunificar en sí la escisión socialista entre marxistas y bakuninistas. Por eso se ocupó de Graco Baboeuf (Baboeuf y Los Iguales. Un episodio del socialismo premarxista) y prologó una antología de la obra de Marx escrita en el espíritu de los Manuscritos económico-filosóficos, que permitían ver un Marx humanista y problemático por debajo del granito estructuralista. También en este itinerario anduvo Tierno un sendero peculiar, teñido de escepticismo, lo que le permitió acuñar su célebre frase de que "Dios no abandona nunca a un buen marxista", rotundo sentido del humor dado que él era agnóstico.

Incluso después de que el tiempo que le tocó vivir se acelerara y su compromiso político le obligara a concentrarse en la actividad práctica y la vida de partido, tuvo el humor de titular sus memorias dentro de ese mismo espíritu posmodernista, fragmentario y hasta contradictorio del que era muy consciente, Cabos sueltos. Su referente a contrario según él mismo gustaba de manifestar era aquel otro que decía haberlo dejado todo "atado y bien atado".

En su actividad política no resultó menos posmoderno: republicano de primera fecha, hombre a quien muchos, incluido él mismo, veían como el primer presidente de la III República, acabaría declarándose monárquico; anarquista por juvenil devoción tuvo siempre la convicción de que la acción política tenía que canalizarse en forma de agrupación o partido y, de hecho, fundó varios en su vida. Y acabó ésta con un cargo institucional, el de alcalde, el único que puede entenderse congruente con un temperamento antiautoritario, en especial en la larga tradición española de alcaldes críticos, respondones y rebeldes.

Como corresponde a una obra que no forma un único corpus teórico uno se la tropieza cuando quiere verla en su conjunto como un campo en el que hubiera varios almiares, cada uno de ellos un núcleo de preocupación de Tierno. Su huella se detecta en los soportes más variados, desde el inmarcesible al más efímero, pues aparece en forma escrita y publicada desde la noble del libro a la más modesta del panfleto ciclostilado, pasando por la autoría de una pieza sin igual por su brillantez y originalidad que son sus bandos como alcalde. Una huella que muestra que el hombre supo andar entre la serena majestad de la ley, como puede verse en el hecho de que el Preámbulo de la Constitución española vigente sea suyo, y el mundo contingente y mudable de los grafitti, como ese que todavía adorna la fachada de una casa en la madrileña calle de Tres cruces: "La paz no se consigue sin esfuerzo. Si quieres la paz, trabaja por la paz."

Quizá por ello fuera tan querido por la gente.

(Las imágenes, todas ellas escenas del parque Tierno Galván en Madrid son fotos de Alvy, de Darkomen y de losmininos, las tres bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 6 de juliol del 2007

Querido maestro.

El Centro de Estudios Políticos y Constitucionales (CEPC) ha editado un interesantísimo libro homenaje a Elías Díaz con motivo de su jubilación en la cátedra de Filosofía del Derecho. Un acierto más de esta ya venerable institución. El CEPC es el viejo Instituto de Estudios Políticos, fundado en los años más duros del régimen de Franco, allá por 1939, con la finalidad de expandir la doctrina nacionalsindicalista y la teoría del "Estado Nuevo". El mismo Instituto que, en 1962, bajo la dirección de Manuel Fraga, editaba un curioso folleto al cuidado de González Seara, titulado El asalto al Parlamento y que era el informe que Jean Kozak, miembro del Buró Político del Partido Comunista Checo, presentaba sobre la conquista del poder en Checoslovaquia, como recuerda InSurGente, que trae unas consideraciones de Malime sobre el folleto. En aquellos años sesenta, el Instituto se convertiría en un foco de intelectuales contrarios al régimen de Franco, entre los cuales, si no ando equivocado, estaba el propio Elías. Intelectuales encriptados en el centro de fabricación ideológica del régimen pero prestos a fabricar la contraria, un maquiavelismo al que el propio Instituto había dado pábulo al publicar el informe de Kozak aduciendo que era preciso saber qué y cómo pensaba el enemigo. Andando el tiempo, ya con la democracia, Elías asumiría brevemente la dirección del Instituto, por entonces rebautizado como Centro de Estudios Constitucionales. Es la única excursión que yo conozca que haya hecho Elías al ámbito de la gestión, al que otros intelectuales son tan aficionados.

El libro en cuestión ha estado a cargo de tres de los más conocidos discípulos de Elías. Liborio Hierro, Paco Laporta y Alfonso Ruiz Miguel escriben una interesante introducción al pensamiento del maestro, dedicando su atención a los tres campos que consideran constitutivos de su obra: el del pensamiento español, el de teoría política y el de filosofía del derecho. Igualmente cuentan que, al decidir hacer un homenaje a Elías, tropezaron con la cerrada negativa de éste, opuesto a que se le tributase su "centón" y, como le caracteriza una considerable tozudez, de la que con gracia habla Raúl Morodo en el primer apartado del libro, acabó saliéndose con la suya, sustituyendo la obra homenaje clásica por un libro en el que se repasaran los trece que él ha publicado, encargando cada uno de ellos a un amigo o colega al que, por el tema o alguna otra circunstancia, más le encajara y con el añadido de tres o cuatro reseñas, recensiones o críticas que en su día se hubieran publicado sobre el libro en cuestión, también firmadas por alguien cercano a nuestro autor.

Pues nada, chapeau, Elías: has conseguido transformar un aburrido libro homenaje en una interesante monografía colectiva sobre tu obra, que reúne puntos de vista muy distintos, aportados por personas de mucha cualificación y que te conocen y aprecian. Una obra que se lee con verdadero placer.

Me gustaría hablar de todos los capítulos, pero sería petulante e imposible, porque, además, tambien yo quiero decir algo sobre Elías, al que considero maestro, aunque durante todos estos años fingiera por pudor aceptar la relación de amistad de igual a igual con que él siempre me ha distinguido.

En cuanto a los trabajos, los que más me han gustado (sin demérito de los otros, por cierto) han sido el de Raúl Morodo, sobre Sociedad democrática y estado de derecho, esa obra que leyó con entusiasmo mi generación porque abrió nuestros revolucionarios ojos a la necesidad de preservar las formas, pues por verdaderas formas y no platónicas, sino por formalismos, podíamos tener la democracia y el imperio de la ley. La de Virgilio Zapatero, que señala el empeño de Elías por conciliar el marxismo con la democracia en Legalidad-Legitimidad en el socialismo democrático, empeño nada fructífero pero de muy conveniente formulación. El de Nicolás López Calera, en defensa del Estado, de cierto tipo de Estado, al hablar de La maldad estatal y la soberanía popular. El de Luis García San Miguel, por desgracia ya desaparecido que, al comentar La transición a la democracia reivindica su actitud siempre "reformista" y se felicita de que Elías también lo sea haciendo causa de lo que éste llama la "falacia" de la identificación entre capitalismo y democracia. Por supuesto. Menudo socialista democrático sería aquel que pensará que la democracia sólo es compatible con el capitalismo. Y, por último, el de Ernesto Garzón Valdés sobre Un itinerario intelectual. De filosofía jurídica y política porque aborda el fascinante tema del deber de obediencia al derecho en Elías, cuya doble naturaleza de jurista y de filósofo se desdobla aquí, predominando la del filósofo en el momento en que habla del deber ético de desobediencia al derecho, desobediencia que en el franquismo era casi un imperativo categórico.

Tengo leídos, creo, todos o casi todos los libros de Elías y comentados varios de ellos. Incluso en cierta ocasión le hice una entrevista para Diario 16 en la que dijo cosas muy interesantes, cómodamente sentado en un salón de su casa en la zona de Ciudad Lineal. (Espero digitalizarla un día de estos y te la mando, que seguro que no la guardas).

Profeso admiración por Elías. Creo que es un gran intelectual que ha procurado siempre unir la rigurosa reflexión teórica con la praxis (de ahí esa su atención a la Sociología del Derecho que Manuel Atienza subraya en este libro), dentro de una línea de exigencia ética de fortísima raíz kantiana. A ello se añade su obra de reflexión sistemática sobre el pensamiento de su época (del que el suyo forma parte esencial) y su capacidad para vincular la tradición krausista con las cuestiones del socialismo democrático en la época del así llamado "capitalismo tardío".

Confieso que cuando en alguna de las obras de Elías me encontré la idea (que cito de memoria) de que el Estado del bienestar es la juridificación de la transición al socialismo, se me aclararon muchas cosas en la cabeza.

Me uno al homenaje que tantos discípulos y amigos tributan a Elías y agradezco a los organizadores que se acordaran de mí e incluyeran un breve comentario a una de las obras del maestro.

divendres, 23 de març del 2007

Peleas de intelectuales.

En El País del domingo pasado abrieron un debate bien interesante sobre un fenómeno muy curioso: "¿Por qué los intelectuales de izquierda se hacen de derechas?" Participan dos conocidos intelectuales, los dos de izquierda, uno más radical que el otro, Francisco Fernández Buey, con un artículo titulado El truco de la autocrítica e Ignacio Sotelo con otro titulado Fin de las oscilaciones. El de Sotelo me pareció el más flojo de los dos y, a veces, incomprensible, cuando no claramente condicionado por la experiencia del autor en Alemania en los años 60 y 70. Casi cabría pensar que cree que esto de ser de izquierda o de derechas es cosa de modas y de ahí el título del artículo.

El de Fernández Buey me pareció no solamente más interesante, sino más atingente a la cuestión que se trataba de dilucidar. Tendría dos cosas que reprocharle y nada baladíes. La una, que valore por encima de todo la perseverancia en las creencias como si ésta fuera una bendición de los cielos muy superior a la capacidad para cambiarse y adaptarse a la realidad que, al menos en el sentido político, no cesa de variar; lo que llama "transformacionismo" que no estoy seguro de que sea una elección terminológica acertada. La otra que dé la impresión de estar cien por cien seguro de saber qué sea la izquierda, concepto sobre el que, sin embargo, no reina general consenso. Por ejemplo, me atrevo a pensar que eso que se llama la "izquierda radical", comunistas y allegados, suele negar la vitola de izquierdistas a gentes como Ignacio Sotelo, socialdemócratas de toda la vida. Claro que el propio Sotelo parece darles la razón cuando habla de las "sedicentes izquierdas y derechas que en el fondo se parecen como dos gotas de agua"; justamente la teoría de "las dos orillas" o "son todos iguales" de los comunistas que, paradójicamente coincide con esa aparentemente amargada experiencia de la derecha de que, en efecto, "todos los políticos son iguales". Como me cuesta pensar que Sotelo se tenga por una gota de agua, sería cuestión de preguntarse desde dónde habla o cómo se considera a sí mismo. Por lo demás, quizá no le resulte sorprendente a Fernández Buey saber que mucha gente, incluso de izquierda, considera que los comunistas no son de izquierda.

En verdad, este lío de quién es o quién no es de izquierda es bastante estúpido pero, como decía el filósofo, la "estupidez se hace invisible cuando se generaliza" y así hay que seguir escuchando a unos u otros bobos negándose mutuamente la condición de izquierdistas. Eso raramente se ve entre los de derechas.

El caso es que, estando así las cosas, tercia en la polémica Fernando Savater con una carta de lector al día siguiente o al otro, titulada ¿Quiénes son?, en la que precisa algún punto a Sotelo, al citar tres nombres de casos de intelectuales que hicieron el trayecto contrario, esto es, de la derecha a la izquierda (Aranguren, Sacristán y París) y pone en solfa luego el argumento de Fernández Buey con bastante agresividad, viniendo a decir que esos intelectuales a los que el primero cree hay que rendir homenaje por haberse mantenido fieles a sus principios, en el fondo son más derechas que nadie... por omisión, por no haberse manifestado contra ETA desde siempre y a favor del Estado de Derecho en el País Vasco, y de las víctimas.

Parece una carta impropia de Savater por la cantidad de falacias que contiene. En primer lugar, que haya habido un puñado de intelectuales fascistas que dejaran de serlo y se pasaran a la izquierda en la España de Franco es la excepción de la regla de que, en España y fuera de España, lo abrumadoramente frecuente es lo contrario, de la izquierda a la derecha. Y la soterrada acusación de derechismo por omisión a los intelectuales de izquierda a que pudiera estar refiriéndose Fernández Buey pasa por alto algún dato muy relevante pues si de biografías se está hablando: ¿cuándo empezó a condenar a ETA el propio Savater? ¿Cuándo a ponerse del lado de las víctimas fueran del partido que fuesen como dice? Porque, que yo recuerde, muchos intelectuales de izquierda empezaron a condenar a ETA ya bien entrada la transición y a ponerse al lado de todas las víctimas bastante más tarde. Quizá no sea el caso del firmante de la carta, pero sí de algunos intelectuales que, además han seguido siendo de izquierda. En realidad, el ataque de Savater es tan desaforado que le resulta fácil a Fernández Buey defenderse en una carta posterior, titulada Respuesta a Savater citando nombres de intelectuales que se han conservado fieles a sus principios y siguen siendo de izquierda, estando enfrentados al nacionalismo y a ETA.

Por lo demás, con estos asuntos no se agota el apasionante tema propuesto a debate. Por supuesto que hay intelectuales que han pasado de la derecha a la izquierda pero lo cierto es que, salvas algunas excepciones, ese itinerario no es nada frecuente y los ejemplos y casos son poquísimos. Pienso que inexistentes entre intelectuales de prestigio internacional. Y también hay intelectuales, legiones, que han pasado de la izquierda a la derecha. Pero legiones: en el PP abundan como moscas y, mirando las columnas de El Mundo, La Razón, el ABC, Libertad Digital, etc, así como ciertas tertulias televisivas y programas de radio, se encuentra al resto. No hace falta dar nombres porque son muy conocidos. Y tampoco es preciso caer en el maniqueísmo que Savater critica. Ciertamente, habrá conversiones de la izquierda a la derecha dictadas por convicciones sinceras pero, mirando lo que se ve en los medios en España, la verdad, predominan los que parecen haber evolucionado por conveniencia personal, por despecho, por dinero o por vanidad herida que, tratándose de intelectuales, cuenta mucho.

Y eso tampoco agota el elenco. ¿Qué decir de los intelectuales que han evolucionado desde la izquierda a un puntilloso "centro"? Por ejemplo, Antonio Elorza publicaba ayer mismo también en El País un artículo titulado Sin vida política en el que equiparaba al PP y al PSOE culpándolos prácticamente por igual del mal funcionamiento del sistema y el debate políticos en el país. Cómo se pueda equiparar el comportamiento de ambos partidos en las sesiones parlamentarias o con respecto al poder judicial es algo que sólo cabe entenderse en función de "transformismo" de que habla Fernández Buey. Cierto, el articulista dirige gran parte de sus acusaciones al PP, que es quien tiene el cuasi monopolio de la desestabilización en el ámbito parlamentario, en el poder judicial y algunos otros, mientras que el PSOE apenas si puede defenderse ante esa agresividad constante. Pero luego, tomando pie en la política exterior y algún que otro caso, sitúa casi a igual nivel al PSOE, al que corresponsabiliza de la inexistencia de la vida política. Cualquiera que vea la televisión o lea la prensa sabe que eso no es cierto, que el "todos iguales" es injusto. .. y además, lo que predica la izquierda radical por un lado y pretende dar a entender el PP por el otro. ¿Qué lugar correspondería a estos intelectuales?

(En las imágenes, diversas tallas de los pueblos fang, songye y chowke).