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diumenge, 10 de novembre del 2013

Contra el olvido.


Aitor Fernández (2013) Vencidxs (359 págs.). Barcelona: Date cuenta.



Merodeando por la red, hace unas semanas encontré un crowdfunding en donde se pedía dinero para un proyecto de recuperación de memoria histórica. Debí de dar lo que se pedía porque hace dos días me llegó el foto-libro Vencidxs llamándome "mecenas", seguramente una categoría de clasificación de quienes contribuyen económicamente al proyecto.

Lo importante es el proyecto, ahora hecho realidad además de con el libro, con un vídeo y una página web. Cuatro años costó al fotoperiodista Aitor Fernández y un equipo de colaboradores que trabajaron altruistamente para recoger cien testimonios directos de otras tantas víctimas de las represión franquista, bien en la retaguardia durante la guerra, bien en toda España al concluir aquella. Son todas gentes muy mayores, actogenarios, nonagenarios, algún centenario. Varios han fallecido desde que se inició este proyecto de rescate de la memoria de uno de los episodios más siniestros de la historia de España, lo cual solo testimonia la urgencia de emprenderlo y el mérito de quienes lo han hecho sin subvenciones públicas o privadas, simplemente con sus medios y lo recaudado a través del crowdfunding

El libro tiene una parte gráfica y otra de relato. La gráfica es una serie de excelentes fotografías tipificadas: primeros planos de rostros muy ancianos y, muchas veces, también primeros planos de sus manos, ocasionalmente otras fotos relacionadas con el tema (huesos en fosas, por ejemplo) y fotografías de época, aportadas por los entrevistados, imágenes de hace setenta, ochenta años, jóvenes sonrientes, milicianos, padres, madres, hermanos, abuelos. A su vera, como colgados de las imágenes los relatos, las narraciones en primera persona de este centenar de hombres y mujeres, la mayoría de los cuales tiene padres, madres, tíos, hermanos asesinados y enterrados en las cunetas. Son gentes sencillas, procedentes de pueblos de toda España, gentes que han vivido tragedias, auténticos infiernos, y han pasado su vida calladas hasta que por fin han superado el miedo y han hablado. Algunos de ellos, bastantes, por cierto, ya habían publicado sus memorias, sus testimonios, a veces a su propia costa. Uno la tiene colgada en la red. Tal era su conciencia de haber sido testigos de algo atroz, tan espantoso que no podían permitir que cayera en el olvido.

Porque los relatos tienen estremecedoras coincidencias, una extraña uniformidad que delata cómo las represalias de los vencedores sobre los vencidos, sus sevicias, crueldades y crímenes, no eran hechos ocasionales, fortuitos, inconexos. Al contrario, respondían a un plan fríamente elaborado (tenemos las notas del general Mola para probarlo) de terror y exterminio de los adversarios políticos, entendiendo por tales todos quienes estuvieran a la izquierda de la Falange y la Comunión tradicionalista. O sea, un genocidio. Ese es el inmenso valor de este trabajo, documentar fehacientemente un genocidio.

Los elementos comunes a los relatos son: denuncias anónimas, por odio o por envidia; detenciones arbitrarias; humillaciones públicas (pelo al cero a las mujeres, aceite de ricino), violaciones, palizas, torturas, "sacas", "paseos", fusilamientos. En muchos casos queda constancia de cómo los curas señalaban a las víctimas e, incluso, participaban en su asesinato. Tratamiento inmisericorde de los vencidos, a los que había que dar un escarmiento que durara generaciones (como dura, de hecho), un régimen de terror del que no escapaban las mujeres ni los niños.

Una de las cuestiones irresueltas de la transición es qué hacer con las víctimas del franquismo, las únicas que no tienen reconocimiento ni reparación; las únicas a las que no se hace justicia. Confrontada con su responsabilidad, a título de herencia, la derecha se obstina en ignorar el pasado, sosteniendo que removerlo es reabrir "viejas heridas". En realidad es su procedencia franquista la que se lo impide. La iglesia tampoco reconoce su culpabilidad en los crímenes y, como si quisiera aturdirse, sigue consagrando mártires de su bando a cientos, con espíritu de guerra civil nuevo.

El gobierno de Rajoy hace saber a la ONU que no tiene por qué investigar los crímenes del franquismo ya que, sobre estar prescritos, han sido amnistiados por la Ley de Amnistía de 1977. Precisamente es el argumento que emplea para explicar por qué no se adhiere a la Convención de la ONU de 1968 sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes de Lesa Humanidad. Está mal que el gobierno no se adhiera a ese texto pero no puede olvidarse que los socialistas tuvieron veinte años para hacerlo y no lo hicieron.

Para cuando llegue el momento de que tales hechos puedan verse en un tribunal de justicia (como parece está pasando en la Argentina) este libro será una pieza acusatoria clave. Ya es un baluarte contra el olvido con su tupida red de historias de gentes del campo, peones, albañiles, maestras, dependientes, sirvientes, costureras, jornaleros, anarquistas, comunistas, socialistas, republicanos; suena como una coral del agravio silencioso, largos años contenido, un lamento colectivo de vivos y muertos, que no debe caer en el olvido. Que no caerá en él. 

Es nuestro pasado. Son nuestras raíces, regadas con sangre.

dissabte, 5 d’octubre del 2013

Como Dios manda.


Está la Patria enhorabuena. Ayer, en un acto de magnanimidad, Cospedal perdonó a los funcionarios hora y media de laburo a cambio de que fueran a no sé qué iglesia, a participar en los ritos por la festividad de San Francisco de Asís. Algo muy oportuno. Corre por ahí la desatentada idea de que el Estado no es confesional y estas cosas no deben hacerse. Los izquierdistas siguen siendo azañistas. No quieren reconocer que España es católica con la misma necesidad con que el sol calienta y la lluvia moja. España es naturalmente católica, igual que otros pueblos son naturalmente negros o tienen los ojos naturalmente rasgados. No hay que dejarse amilanar por el trasnochado anticlericalismo de la izquierda. Los funcionarios, a misa; los cargos, a las procesiones y curas por todas partes. Como Dios manda.

Los curas están especialmente contentos. Les han quitado de encima el íncubo diabólico de la educación para la ciudadanía, un catón ideológico radical que trata de apartar a los chavales del recto camino de la fe. Y la religión se impone en la educación como asignatura evaluable. Ahora solo queda eliminar las alternativas, cosa que se hace ya colegio por colegio. Con un poco de suerte, la iglesia acaba consiguiendo la vuelta de la religión a los universidades, a todas las facultades. Como Dios manda.

Dios manda igualmente celebrar las nostalgias de la dictadura, recordar las glorias de la guerra de liberación o cruzada. Así que ayer se concentraron también los fachas para conmemorar la batalla de Belchite. Pendones falangistas y del requeté. Se reúnen, supongo, en el Belchite nuevo, el que construyeron los presos republicanos, como represalia por el hecho de que su ejército destruyó el otro durante la batalla y destruido sigue. Luego de la misa, al parecer, profanaron una tumba común republicana. No vayan los rojos a creer que, pues ganaron la batalla de Belchite, ganaron la guerra. Como Dios manda.

Ganas tenían los patriotas (cada vez mejor organizados) de ir a aplaudir al general Rodríguez Galindo que ayer accedió asimismo a la libertad condicional. Pero las autoridades les aconsejaron no hacerlo, víctimas de esa pacatería gazmoña que les hace pretextar la sensibilidad de la chusma roja a la hora de celebrar los fastos nacionales.  Tuvieron que limitarse a cantar en las redes las excelencias del mártir de Inchaurrondo, sin poder ir a vitorearlo, como merece y  Dios manda.

Pero este año, habrá un 12 de octubre  como Dios manda. Los camaradas van a fletar una columna de autocares para ir a Barcelona, a celebrar el día de la Raza, la unidad de España y, si se tercia, abrir algunas cabezas de separatistas. Se han creído estos catalufos que la España conquistada un 18 de julio por nuestros abuelos se puede trocear como si fuera butifarra. Allí estará lo mejor de la estirpe, cantando el Cara al sol.Siempre como Dios manda.



Unos intelectuales piden pasar a la acción para combatir la hegemonía neoliberal. Vale. El neoliberalismo es un enemigo del pueblo. Pero el fascismo no lo es menos. Van juntos. Y, por lo demás, ¿qué significa "pasar a la acción"? 

dimarts, 1 d’octubre del 2013

Buscadlos, desenterradlos, hacedles justicia.


Aquí todo el mundo pide "grandeza" a los demás. Siempre a los demás. Rara vez a uno mismo. Desde el lejano Kazajistán, gobernado hoy por el antiguo primer secretario del Partido Comunista de la entonces República de la Unión Soviética, Nursultán Nazarbayev, pide Rajoy "grandeza" a Mas para renunciar a la independencia y Mas le devuelve la pelota sosteniendo que la "grandeza" sería dejar votar a los catalanes en la famosa consulta del dret a decidir.

A sus vez, los enviados de la ONU, pertenecientes al Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias que llevan una semana en Madrid haciendo averiguaciones sobre las desapariciones forzosas del franquismo, instan al gobierno a tomar medidas para hacer justicia a las víctimas. Ignoro si utilizan también el término grandeza pero es claro que encajaría y podrían hacerlo. Al fin y al cabo se dirigen a un gobierno y un partido cuyas relaciones con el franquismo son, por decirlo con suavidad, estrechas. Condenó de boquilla en cierta ocasión la dictadura, pero se negó a hacerlo en el Parlamento Europeo, se niega a aplicar la Ley de la Memoria Histórica en lo que hace a los símbolos y otros restos del franquismo y no ayuda en absoluto a que los familiares de los asesinados y enterrados en fosas comunes y anónimas por todo el país, sean resarcidos y obtengan justicia. Un partido y un gobierno que justifican su actitud con el argumento de que no hay que reabrir heridas cerradas, siendo evidente que las heridas no están cerradas, como se demuestra por la permanente presión de los familiares y descendientes de las víctimas para que se haga justicia, aunque para ello hayan de acudir a la Argentina o a la ONU. Un partido que, al menor descuido homenajea a los franquistas como vencedores de la guerra civil.

El gobierno, la fiscalía, la derecha en general argumentan que, por si los presuntos delitos no hubieren prescrito, la Ley de Amnistía de 1977 cierra el paso a su averiguación. Los teóricos de la derecha suelen añadir que la guerra civil conoció demasías por ambas partes y que conviene olvidarlo, pues tal es el espíritu de la reconciliación que animó la transición.

El grupo de trabajo de la ONU viene a decir que los delitos de desapariciones forzosas no prescriben y que, el parlamento español debe derogar la Ley de Amnistía que es una Ley de punto final y proceder a hacer justicia con los desaparecidos del franquismo. 

Ciertamente, si el gobierno se pusiera manos a la obra a cumplir las recomendaciones de los comisionados de la ONU demostraría grandeza. Es obvio que el asunto de la justicia a las víctimas del franquismo es una de las diversas partes por las que la transición hace aguas. Aquella Ley de Amnistía con la que los responsables de la dictadura se blindaban jurídicamente respondía al temor de que, cambiando la situación política, ellos pudieran sufrir represalias a manos de unas izquierdas que, precisamente para garantizar lo contrario, aceptaron la Ley de Amnistía en detrimento de los derechos de las víctimas. 35 años más tarde, siendo ya obvio que la Dictadura no acarreó consecuencias negativas para quienes la sirvieron, y habiendo cambiando mucho la conciencia moral y jurídica de los pueblos en relación a este tipo de crímenes, el mantenimiento de este criterio no es justo.

La transición se hizo con olvido de las víctimas del franquismo. Los derrotados de la guerra tuvieron que aceptar la segunda derrota de la memoria: a los cuarenta años del fin de la contienda, seguirían sin existir. Pero ahora han pasado casi otros tantos y es claro que los efectos negativos que para la reconciliación pudieran haberse temido en 1978 (que jamás fueron reales) ya no pueden invocarse.

El reconocimiento del carácter criminal de la dictadura y la garantía de justicia a las víctimas sería en verdad el acto de grandeza de la derecha  que cristalizaría en la auténtica reconciliación de los españoles. Mientras eso no se haga, las heridas continuarán abiertas, entre otras cosas porque los descendientes o herederos políticos de quienes las infligieron  consideran que las víctimas se lo merecían.

Ese es el problema.

(La imagen es una foto de El reñidero, bajo licencia Creative Commons).

dijous, 26 de setembre del 2013

La guerra no ha terminado.


Francisco Sánchez Pérez (Coordinador) (2013) Los mitos del 18 de julio. Crítica: Barcelona. 466 págs.


¡Otro libro sobre la guerra civil! Lo avisa el coordinador de esta obra en su excelente prólogo. Pues sí, y muy necesario y conveniente porque la guerra no ha terminado. (Viene a la memoria la peli de Resnais, La guerre est finie con un aroma nostálgico). No, la guerra no ha terminado. Sigue luchándose en otros campos, con otras armas, pero con la misma ferocidad e idéntica virulencia. Este frente, muy determinante para la guerra, que es pasado, algo reservado en gran medida a los historiadores es el historiográfico. La munición es la memoria. ¿Qué memoria? ¿La que fabricamos al dictado de nuestras convicciones y/o intereses o la que sale de los datos históricos, contrastados, irrefutables, y no permite más que una interpretación? Es una guerra sobre la interpretación de la guerra que enfrenta, a juicio de los autores de la obra, una historiografía fraudulenta, propagandística con otra seria, rigurosa, académica, basada en datos empíricos. 

Sin duda todos nos refugiamos en la segunda opción pues a nadie le gusta que le cuenten trolas o lo tomen por un pánfilo al que se pueden colocar unos rollos propagandísticos como si estuvieran científicamente probados. A nadie. Ni siquiera a quienes se dedican a la propaganda, razón por la cual sostienen siempre que sus interpretaciones están avaladas por rigurosas investigaciones históricas y que son los demás quienes se inventan los hechos. Es el problema que plantea toda propaganda: que dice no serlo. Ahora. Antaño se llevaba con un punto de orgullo, sin ir más lejos en el conflicto español: frente al Ministerio de Propaganda de la República, la Junta franquista de Defensa contó pronto con una Oficina de Prensa y Propaganda. La guerra civil también se libró en terrenos muy simbólicos. Y sigue haciéndose. 

Por eso es oportunísimo este libro. No solamente por la bulla que meten los escritores al uso del llamado "revisionismo" y el amigo Stanley Payne (que parece un brigada internacional de la derecha), todos los cuales son savia nueva para el tronco reseco de la historiografía franquista, al estilo de Joaquín Arrarás o del falangista García Venero. También ha sentado cátedra para la Historia la Real Academia correspondiente publicando un diccionario de biografías patrias, algunas de las cuales mueven un poco a risa. La más notable, la de Franco, encargada a un notable medievalista (muy oportuna la especialización, por cierto), fervoroso partidario del general biografiado. De tal modo, su texto corresponde más a las convicciones franquistas del autor que a los datos de la historia e incluso del sentido común. Que un historiador sostenga que Franco no era totalitario cuando hay documentos escritos y orales de circulación general que demuestran lo contrario porque el propio interesado confiesa serlo,  no precisa mayor comentario. Luis Suárez Fernández es el nombre de quien ha perpetrado este dislate con dineros públicos, un presidente, por lo demás de la Hermandad del Valle de los Caídos, el absurdo mausoleo en que está enterrado el dictador y miles de sus seguidores y de sus víctimas. 

El coordinador de la obra, Sánchez Pérez, hace una gran exposición de su sentido y aclara muy bien los términos de la controversia, poniendo a cada cual en su lugar, incluida la Real Academia de la Historia, que ya es universalmente célebre por incurrir en un ridículo mundial. Resume además el sentido del libro, consistente en responder a la pregunta central: ¿quién es el responsable de la guerra civil? ¿Quién tiene la culpa? ¿Quién la empezó? Con respuestas claras, basadas en investigaciones en fuentes originales, inéditas, con datos irrefutables, fácilmente contrastables. 

La tesis del libro, que está, además, organizado para apuntalarla en todas sus vertientes (militar, religiosa, política, etc.) es que la guerra la iniciaron, y es responsabilidad exclusiva suya, los militares sediciosos en connivencia con sectores civiles, partidos y políticos. Fue una "contrarrevolución preventiva", término que aparece pronto en las justificaciones frente a una revolución que no existía ni siquiera en grado de proyecto. Los rebeldes querían destruir la República y se inventaron una revolución como pretexto. 

El ataque más contundente, el arma más poderosa que deja definitivamente zanjada la controversia, viene a cargo de Ángel Viñas, cuya autoridad en la historiografía de la República y la guerra es hoy incuestionable. Aporta Viñas los contratos de compra de armamento italiano, firmados por Pedro Sáinz Rodríguez en nombre de la derecha española en su proyecto de golpe de Estado contra la República, financiado por Juan March. Los llamados "Contratos romanos", firmados el 1º de julio de 1936, antes del asesinato de Calvo Sotelo, hecho del que suele colgarse el llamado "Alzamiento Nacional" que, en realidad, bien se ve, venía siendo preparado desde mucho antes. Y no eran contratos por material para un golpe de Estado más o menos rápido, sino para una verdadera guerra.  

Dicho lo anterior, podríamos prescindir del resto del libro ya que el capítulo de Viñas da la respuesta definitiva a la pregunta planteada. Y no se crea que se trata de un oscuro asunto de eruditos, no. Hace pocas fechas, un dirigente del PP atribuía en público a la República la responsabilidad de haber causado "un millón de muertos". Ni fueron tantos como los de Gironella, a los que se referirá este buen hombre, ni son achacables a la República sino a los fascistas que se sublevaron contra ella con los que probablemente simpatice este político, pues los exonera de su responsabilidad. Pero el abandono no sería buena opción y, además, imposible porque, aunque parezca mentira en una obra de árida historiografía académica, el texto agarra como si fuera una narración literaria. Muchos de los demás capítulos son tan interesantes como el del Viñas, aunque no tengan su poder explicativo.

Si hubiera que buscar un antecesor a esta empeño, sería Herbert Routledge Southworth, al que varios de los autores del libro se refieren expresamente. Sin duda. La temprana obra del americano, El mito de la cruzada de Franco, publicada en Ruedo Ibérico en París, ya dejaba claro el edificio de patrañas y fábulas que había tejido la propaganda franquista. Sobrevive al escritor otra que creo es póstuma, en la que da cuenta de hasta dónde ha llegado en su tarea de desmitificar el franquismo, tarea en la que estos historiadores siguen empeñados con notable éxito. 

Como uno de los puntos cruciales que se tratan en el libro es el enfrentamiento en Barcelona de las izquierdas  en mayo de 1937, también se mencionan varias veces los nombres de Bolloten y Borkenau. Bolloten hacía pivotar aquí la "gran conspiración" comunista, tesis que parece convencer a Payne. Borkenau tiene otra perspectiva y su libro es más de reportaje. Lo que llama la atención en él es su agudeza de juicio. Así que, como propaganda, no vale. No lo es. De este asunto se ocupa el texto del fallecido Julio Aróstegui quien dictamina tras su notable trabajo que la pretendida revolución de las izquierdas que se invocó para justificar la sublevación militar de las derechas fue "más mitológica que real" (p. 188).

Dicha sublevación militar venía siendo en cambio preparada con mayor o menor fortuna (y con muchos elementos de típica chapuza hispana) desde años atrás a través de los agravios de una casta militar privilegiada, sobredimensionada, embriagada de su fuerza y convencida de que la República estaba tratando de convertirla en un chivo expiatorio de sus desmanes. Fernando Puell de la Villa, militar él mismo, analiza en un capítulo sobre "la trama militar de la conspiración" los elementos que alimentaban este espíritu insurreccional castrense que, a su juicio, se compone de una "mentalidad intervencionista" (p. 56), un "victimismo paranoide" (p. 58), con el añadido de algunos factores contingentes que siempre apuntaron en el mismo sentido, como la cuestión catalana (p. 61) o el supuesto "peligro bolchevique" (p. 64).

Muy informativo y sistemático resulta el capítulo de  Eduardo González Calleja, "la radicalización de las derechas", en el que distingue las corrientes de estas y da cumplida cuenta de las pintorescas relaciones que entre ellas mantenían: legitimismo carlista, catolicismo de la CEDA, alfonsismo y fascismo (p. 222). Cuatro banderías que reconocieron de inmediato que el punto de fusión de sus intereses comunes (dijeran lo que dijeran en sus proclamas) consistía en echarse en brazos de ejército.

El clérigo catalán Hilari Raguer, de la mítica abadía de Montserrat, tiene a su cargo presentar las relaciones de la iglesia católica con el "alzamiento". Un asunto crucial porque el clero funcionó desde el primer momento como el principal aliado y legitimador del golpe militar de los generales felones. Parece prudente encomendárselo a alguien que conoce la cofradía por dentro porque, en efecto, echa mano y expone información, de interés, como esa referencia al texto del canónigo magistral de Salamanca , Aniceto Castro Albarrán, El derecho a la rebeldía (p. 248) que, aunque conocido, no está lo suficientemente valorado en su importancia en cuanto entronque del golpismo del generalato con la tradición filosófico-política del derecho de resistencia.

Novedad para este crítico es la mención a la curiosa conspiración de aquel majadero que fue Eugenio Vegas Latapie, alma de todas las conspiraciones monárquicas y de Acción Española, quien pretendía organizar un atentado terrorista que provocara la guerra civil (p. 250). En el fondo, esta provocación criminal resume como una metáfora, el sentido todo de esta guerra que aún no ha terminado: quienes ansiaban acabar con la República en defensa de sus intereses de clase, estaban dispuestos a hacer lo que fuera para ello, a cometer todo tipo de crímenes y felonías... y a achacárselos después a quienes, al apoyar al gobierno legítimo, se opusieron a sus designios. En realidad, si los psicólogos quieren una muestra empírica incuestionable de esa patología que llaman proyección, inherente a la derecha española y consistente en acusar a los demás de hacer lo que ella hace, que consideren cómo los delincuentes rebeldes acabaron encarcelando, "juzgando" y asesinando a sus enemigos acusándolos de "rebelión". Tática de proyección que la derecha sigue aplicando hoy día de igual modo aunque, de momento, con efectos menos cruentos.

El capítulo de Raguer tenía que tratar el asunto de la cruzada en cuanto concepto legitimatorio esencial del franquismo emanado de la iglesia. El autor recuerda que el término no aparece en la famosa carta colectiva de los obispos españoles del 1º de julio de 1937 (p. 255) pero lo que es evidente, obispos o no obispos, es que el término echó raíces, fue esencial para la justificación de la guerra civil y la barbarie fascista desencadenada en España y, desde luego, salió de la iglesia. No de la propaganda del 5º Regimiento. Y que el Vaticano no la empleara expressis verbis tampoco quiere decir gran cosa para quien, como Raguer, seguramente conoce las muchas lenguas con que habla la Santa Sede.

El capítulo de Fernando Hernández Sánchez, "con el cuchillo entre los dientes: el mito del 'peligro comunista' en España en julio de 1936" tiene asimismo especial relevancia a los efectos específicos del libro. Remacha Hernández la idea de que la sublevación militar, producto de la previa (y única) conspiración antirrepublicana, fue una "contrarrevolución preventiva" (p. 275) y, muy convincentemente, concluye que el Frente Popular y su columna vertebral, el PCE, lucharon siempre en defensa de la legalidad republicana (p. 287). De revolución en ciernes, nada. Son incontables los testimonios que prueban cómo los comunistas se opusieron primero y yugularon después todas las ensoñaciones revolucionarias de la CNT/FAI o el POUM. Nos adentramos aquí en este episodio -ya tratado en otras partes del libro- que podríamos llamar la "guerra civil dentro de la guerra civil" que concluyó con el triunfo de los comunistas (o los estalinistas, como los llamaban los trostkistas) y la aceptación del principio de primero la guerra y luego la revolución.

En este asunto, como suele suceder en los hechos históricos, hay matices y matices. Si uno restringe el ámbito exclusivamente al escenario español, el punto de vista de Hernández es incuestionable: los comunistas pegan un giro a raíz del VII Congreso del Komintern en 1935 y pasan a propugnar la política de "frentes populares" como forma de lucha contra el fascismo. Un giro de 180º que tiene tanta justificación y elementos propagandísticos como sus posiciones anteriores. España fue una pieza más, sin duda importante, pero una más, en la formidable política de agit-prop de la Internacional Comunista, organizada en gran parte por aquel genio de la propaganda que se llamó Willi Münzenberg, posteriormente asesinado quizá por agentes estalinistas. Los comunistas en España obedecían consignas (entre otras, acabar con los "traidores" trostkistas) y las hubieran seguido aunque hubieran sido las contrarias. Reconozco que esto no cambia gran cosa en cuanto al fondo de la discusión de si había o no un "peligro comunista" en España en julio de 1936, pero hay que ir muy al fondo de las cosas y matizar bastante para los años posteriores. Bolloten, seguramente, se vendió por un plato de lentejas; pero, es de insistir, Borkenau fue mucho más perspicaz.

El capítulo de José Luis Ledesma, "La 'primavera trágica' de 1936 y la pendiente hacia la guerra civil", que es un buen complemento al de Francisco Pérez Sánchez, "Las reformas de la primavera del 36", muy concentrado en el análisis  de las distintas medidas de reforma de la República, supone un buen colofón a este recomendable libro. Ledesma no duda en calificar de "leyenda negra" lo de la amenaza revolucionaria pretextada por las derechas conspiradoras, sublevadas y golpistas (p. 311), pero matiza algo que es de justicia. No hubo una violencia especialmente significativa de las izquierdas antes de la sublevación militar (quizá fuera mayor la sistemática provocación de los pistoleros falangistas y católicos), pero sí se encendió en cierto grado a raíz de dicha sublevación. Pero eso, obviamente, requiere otro juicio. No se puede amalgamar con la anterior, como ha hecho sistemáticamente la historiografía franquista muchos de cuyos seguidores siguen produciendo esa bazofia seudohistórica y legitimatoria en defensa del que quizá haya sido el régimen más bestial, cruento, asesino y vergonzoso de la historia de este sufrido país.

Añádase a todo lo anterior con su poderosa armazón historiográfica la reproducción de los originales de las abrumadoras pruebas de cargo que aportan los autores: los contratos de Roma y en anexos los documentos elaborados por el general Mola en preparación del golpe de Estado de julio de 1936 que demuestran una clara voluntad de recurrir a la máxima violencia de la guerra para derribar la República y continuar luego con una política de represión y terror en contra de la población civil en términos que la conciencia posterior de la humanidad ha calificado de genocidio. Estos torturadores españoles que reclama hoy la justicia argentina son en realidad los servidores y perpetuadores de un régimen ilegal, delictivo, terrorista y genocida, preparado con mucha antelación a julio de 1936. Los contratos de Roma, por lo demás, ya se ha dicho, no apuntaban a un mero "golpe de Estado". Basta con ver el material bélico comprado que tan profusamente se describe. Además, lo que estas cuentas prueban asimismo es la directa implicación de Mussolini en la preparación del asalto armado contra la República española. Fueron los alemanes y los italianos quienes ayudaron decisivamente a Franco a ganar la guerra. Los rusos llegaron mucho más tarde y, por razones evidentes, pudieron hacer bastante menos.

Efectivamente, bienvenido este último libro sobre la guerra civil. Una guerra que aún no ha terminado. 

dilluns, 27 de maig del 2013

Vencedores y vencidos.


Leo dos noticias en Público que me interesan, me afectan personalmente, me conmueven y me llevan a reflejarlas en la entrada de hoy. Una es la de que las víctimas de la dictadura, las asociaciones de la memoria histórica, juristas, defensores de los derechos humanos, periodistas y personajes del mundo de la cultura ponen en marcha la Plataforma por la Comisión de la Verdad para hacer justicia a las víctimas del genocidio franquista. La otra: la plataforma Date cuenta, que ha elaborado un documental Vencidxs, ha lanzado una campaña de crowdfunding para financiar la conversión del documental en un libro en el que se recojan las voces de los vencidos en la guerra civil antes de que desaparezcan. Las dos noticias, muy buenas, son complementarias.

La constitución de la plataforma en pro de una Comisión de la verdad que acabe con la impunidad del franquismo es un paso decisivo en el logro de un objetivo de justicia que hubo de darse hace muchos años, al comienzo de la transición. No se hizo entonces por razones sobre las que seguiremos discutiendo largos años, sin duda. Una plataforma similar a las que han actuado en otros países salidos de dictaduras terroristas como la española. Su tarea, a la que en nada afecta que hayan pasado casi cuarenta años desde el fin de la dictadura, ya que los presuntos crímenes de esta, siendo de genocidio, no prescriben, es  derogar la Ley de Amnistía de 1977, ampliar la memoria histórica, hacer justicia a las víctimas del franquismo, compensar a sus allegados y herederos de todas las formas posibles pero muy especialmente entregándoles los restos de sus familiares asesinados y que aún yacen en las cunetas y las fosas comunes, rehabilitar sus nombres y echar por fin las bases de una reconciliación asentada no sobre la mentira y el olvido, sino sobre el recuerdo y la verdad. Esa comisión se personará en todos los foros nacionales e internacionales y en todos los procesos en que se reclame la memoria histórica y el derecho de las víctimas a la justicia.

La Ley de la Memoria histórica socialista ha sido insuficiente, ha quedado pronto arrinconada por la falta de voluntad de las autoridades de ponerla en práctica y su único resultado es la condena e inhabilitación del único juez que se atrevió a ponerla en práctica. Por ello esa comisión recoge el testigo en donde la demediada ley socialista lo dejó y lo llevará hasta el final, impidiendo que triunfe la deliberada política del olvido propugnada por la derecha y una parte de la izquierda sumisa, que equivale a infligir un nuevo castigo a las víctimas de aquel horror. No dudo de que habrá razones de mucho peso, pero todas son livianas como plumas ante el incontestable, imperecedero, derecho de toda víctima a que se le haga justicia. En nuestro caso reside esta en exhumar los restos de los asesinados, paseados, ejecutados sumariamente, entregárselos a sus allegados y rehabilitar su memoria, en un país en el que una parte importante de la opinión sigue empeñada en silenciar los hechos, ocultarlos, embellecerlos o mentir descaradamente sobre ellos.

La Comisión tendrá que actuar fundamentalmente en los organismos internacionales, gubernamentales o no gubernamentales, en todos los foros mediante los cuales pueda hacerse presión sobre el Estado español para que este acepte poner en marcha las medidas legislativas que hagan posible el restablecimiento de la verdad. Su tarea no será menuda en un momento en el que el país está gobernado por mayoría absoluta por un partido que incluso se niega a condenar el franquismo. Pero que haya de ser prolongada no quiere decir que sea imposible sobre todo si recordamos que su fuerza moral radica en que ni quienes se oponen a su logro se atreven a decirlo claramente en público.

La segunda noticia tiene una carga humana explosiva. El documental Vencidxs, de Aitor Fernández recoge en vivo y directo los recuerdos de los hijos y familiares de las víctimas (luego, víctimas ellos también), hombres y mujeres ya octogenarios, muchas veces represaliados a su vez, que buscan los restos de sus allegados asesinados. Son 104 testimonios valiosísimos de una memoria oral a punto de desaparecer, la de l@s vencid@s en la guerra, silenciada durante estos decenios, que no podido materializarse en forma alguna, sin monumentos, efigies, recordatorios, privada, incluso del conocimiento del lugar en que yacían los suyos. O, lo que quizá sea peor, sabiéndolo pero no pudiendo hacer nada, ni siquiera darse por enterada porque quienes los habían asesinado y enterrado, estaban presentes, eran vecinos, autoridades incluso, civiles, militares, eclesiásticas. Ese documento tiene el valor de una shoah hispánica, salvando todas las distancias.

Ahora los autores se proponen plasmar el documental en un libro de igual título para lo cual han puesto en marcha una iniciativa de Crowdfundig con el objetivo de sufragar los costes de edición. En el momento de redactar esto llevaban recaudados 6708 euros, equivalentes al 86 % del total presupuestado y aún les quedan veinte días. Me parece que lo van a conseguir y eso es para felicitarse sobremanera. El papel impreso está, sí, condenado a la práctica desaparición pero, de momento, sigue siendo irrefutable y actuando como un fedatario poderoso. Lo que consta en él, permanece.

Es muy importante que estas historias permanezcan, que no se las lleven las aguas del Leteo. Es muy importante que la víctima nos cuente en primera persona cómo entre los seis y los dieciséis años fue vejada, humillada, maltratada, purgada con aceite de ricino y guindilla. Es muy importante comprobar que no se trató de casos aislados, incontrolados, sino de una política deliberada de represión, castigo, humillación, un plan rigurosamente seguido a lo largo de los años. Un plan de exterminio en unos casos y sujuzgamiento sin contemplaciones en todos los demás. Porque, nos dice Aitor Fernández "En España no hubo una Guerra Civil. Aquí hubo una de guerra de los ricos contra los pobres para conservar sus privilegios".

Y ese es el misterio de esta insensata ocultación de decenas de miles de cuerpos, el hecho de que los herederos físicos e ideológicos de quienes perpetraron aquel crimen no puedan mirar de frente el pasado porque saben que tendrían que pedir perdón y no quieren. Ganaron la guerra, ganaron la paz, los vencidos no tienen derechos. La cuestión es, sin embargo, que esto no se puede sostener en ningún foro internacional civilizado. Resulta sarcástico que España, quien tanto ha hecho por los procesos de pacificación y de restablecimiento de la verdad en tantos otros paises, sea incapaz de hacerlo consigo misma.

Así como parece imposible hacer comprender a la jerarquía católica que su religión no puede gobernar la sociedad, lo parece que la derecha entienda que la verdadera reconciliación de los españoles solo puede darse sobre la base de la justicia y la verdad y, por tanto, sobre la aceptación de sus responsabilidades.

divendres, 24 de maig del 2013

Las dos Españas otra vez.


Julián Casanova (2013) España partida en dos. Breve historia de la guerra civil española. Barcelona: Crítica (240 págs.)


Los dioses son juguetones y tienen golpes de humor, aunque sea negro. Les atribuyo la coincidencia de que en el día en que me dispongo a escribir una reseña de este interesante libro de Casanova la prensa anuncie que se han desclasificado en el Reino Unido los documentos que prueban cómo el MI6 había sobornado a los generales de Franco para que España no entrara en la segunda guerra mundial del lado de Alemania como, al parecer, quería el caudillo. Y no solo a los generales; también a armadores y otro personal civil. Al parecer, gestionaba los pagos Juan March. Quienes hayan leído a Preston ya lo sabían. Pero ahora están los papeles a la luz del día. La primera reacción que esto suscita es de vergüenza. Pero tampoco muy profunda. Los españoles estamos acostumbrados a que los gobernantes hagan lo contrario de lo que predican. Hablar de dar todo por la Patria y coger sobornos por trabajar por los intereses de otra es más o menos lo mismo que forrarse a sobresueldos mientras se predica e impone todo tipo de sacrificios sobre el común. Moralmente detestable.

Pero la gracia de la coincidencia no reside en algo tan obvio. Hay un nivel algo más profundo relacionado con un asunto que Casanova trata en su libro con gran acierto, el de la política de No Intervención en la guerra civil española patrocinada por el Reino Unido y Francia. La hipocresía de los británicos y los franceses en esa ocasión bien podría estar motivada, al menos la de los primeros, por su mayor proximidad y conocimiento del generalato franquista al que tenía por más venal que los imponderables del mando del ejército republicano. Y ¿cómo era así? Pues, entre otras cosas, porque aquellos poseían información de primera mano sobre Franco gracias a un agente del MI6 que habían colado en el bando fascista como periodista: Kim Philby. Después, ese mismo Philby sería el alma del MI6, el que sobornaba a los generales franquistas. Lo gracioso era que Kim Philby era, en realidad, un agente soviético, uno de los famosos cinco de Cambridge, los espías soviéticos que tenían infiltrados el MI5 y el MI6. O tal cosa es lo que generalmente se acepta. Me extraña que los británicos se dejaran engañar por unas gentes que habían militado en el partido comunista en sus años de la universidad. A uno siempre le queda la sospecha de si los cinco espías no serían triples más que dobles agentes. Un desmedido amor por la patria inglesa los llevaría a morir en Rusia. Esto de los espías del MI6 es siempre novelesco.

Julián Casanova es un reconocido historiador de contemporánea. Este libro se publicó primero en inglés, por encargo de una editorial que quería una breve historia de la guerra civil española para un amplio público, no para eruditos. Y es lo que ahora aparece en español. Una obra divulgativa, sintética, pero académica, rigurosa y concienzuda. Y no es solamente una mera obra de historia que se limite a un relato cronológico de los hechos sino que, además de esto, realiza una labor interpretativa por temas. De este modo es, si, una historia, pero sincopada, por así decirlo en distintos temas de tratamiento ensayístico (la Iglesia, el extranjero, la polémica guerra/revolución en el lado republicano, etc) en los que el enfoque es siempre muy objetivo, sin ser neutral ni imparcial. Al contrario, hay una confesión de parte reiterada a lo largo de la obra que podría sintetizarse así: la responsabilidad de la guerra recae sin duda sobre los sublevados, cuya acción inicial y posteriores se critican y condenan sin paliativos. Subsiguiente condena merecen los excesos de las milicias al principio y también las arbitrariedades de la hegemonía comunista posteriormente (aunque sobre estas últimas me da la impresión de que el autor no habla tanto) si bien con el atenuante de que se trató de delitos y atrocidades en respuesta a la agresión y, muchas veces, en manos de incontrolados. Por último, la República en sí misma, un régimen sin aliados, abandonado de todos, enfrentado a sus fuerzas armadas, casi sin autoridad efectiva en el interior; un régimen desgraciado que, sin embargo, es el único depositario de la legitimidad, si no he entendido mal al autor. En el fondo es una interpretación similar a la famosa teoría de Madariaga de "los tres Franciscos": Franco, Largo Caballero y Giner de los Ríos.

Casanova, quien ha dedicado mucho tiempo e investigación a la iglesia española en la historia hace especial hincapié en la importancia de la coyunda entre los militares y la iglesia a través de la santificación de la guerra como cruzada. El término tiene una gran fuerza propagandística y sirvió para legitimar el golpe de Estado y la subsiguiente guerra (en principio, no prevista por el mando) a ojos de los católicos del mundo entero, no solo de los españoles. Casos como el de Bernanos serían excepcionales. Surgió así el nacionalcatolicismo. Fue el espíritu de cruzada el que permitió satanizar a los enemigos como hijos de Caín (p. 65). En verdad, ese hallazgo propagandístico presentaba una mancha indeleble y tanto el hecho de que se diera como el de que sus partidarios lo ignorasen dice mucho sobre la integridad moral de la derecha nacionalcatólica. Se trató de una "cruzada" de cristianos y moros contra otros cristianos que, por mucho que los anatematizaran, seguirían siendo más cristianos que los moros de las tropas de Franco.

En las otras cuestiones, el libro sigue el mainstream de la historiografía más solvente sobre la guerra civil, en la que hay una parte importante de estudiosos británicos y trata de explicar de modo generalmente convincente algunas de las cuestiones más señaladas y aun discutidas de este episodio histórico. Y lo hace pensando sobre todo en un público inglés. Eso da a la obra un aliciente añadido. Es bueno vernos con los ojos de los de fuera. Adquirimos más perspectiva.

El capítulo sobre los aspectos internacionales del conflicto explica los meandros de la política de No Intervención y da cuenta de la debilidad estratégica de la República. Con referencia asimismo a la clara conciencia en la época de que la guerra de España era el preludio de la batalla ideológica del fascismo contra la democracia. Esto de la ideología tuvo mucha más importancia en el lado republicano, en donde convivían y hasta se entrepeleaban proyectos políticos muy distintos, que en el franquista en donde pronto se impuso la unidad de mando en lo militar, lo político y lo ideológico. Visto el asunto en retrospectiva era claro que la República estaba perdida en cualquier caso pero parece cierto que la guerra civil dentro de la guerra civil de mayo de 1937 aseguró, si no adelantó, la derrota. Así se resolvió la polémica citada revolución/guerra (p. 106).

La guerra se prolongó en contra de las previsiones iniciales debido a una serie de hechos más o menos fortuitos, desde los errores militares de Franco al predominio del 5º Regimiento o la llegada de las Brigadas Internacionales. A partir de cierto momento, el militar sublevado, pronto reconocido por Alemania e Italia y seguro de su superioridad material, cambia de planes y decide prolongar el conflicto hasta el final, hasta la rendición incondicional de la República, asunto en el que Casanova se detiene con toda razón porque ello serviría para justificar la posterior represión inmisericorde. Pero sin olvidar, como oportunamente señala también el autor, que los planes de escarmiento, de terror generalizado, de lo que hoy llamamos genocidio eran los de los generales desde un principio, el general Queipo de Llano, el teniente coronel Yagüe y, desde luego, el general Mola, quien los dejó por escrito.

Lo que vino después, el horror de dejar una población civil a merced del ejército que la había conquistado a sangre y fuego y no tuvo ninguna, es lo que Casanova denomina una paz incivil.

dijous, 22 de novembre del 2012

Prohibir el homenaje a un dictador asesino en Madrid.

He creado una petición en Change.org para que una fundación de fascistas organice un homenaje al asesino de cientos de miles de españoles. Muchos de ellos aún yacen en fosas comunes por las cunetas de España ante la negligencia o la complicidad directa de las autoridades políticas y judiciales. Este homenaje es un insulto directo a su memoria. Es como si los asesinaran por segunda vez.
Se solicitan firmas.


dijous, 16 d’agost del 2012

¿Que incita a la violencia?

En 1939, hace ahora 73 años, terminó la guerra civil que desencadenó un grupo de militares delincuentes y genocidas contra el gobierno legítimo de la IIª República española. Fue un acto de violencia fascista contra un régimen liberal, democrático y pacífico con ayuda de los países fascistas de la época, Alemania, Italia y Portugal. Al concluir las hostilidades, los militares delincuentes establecieron unas dictadura totalitaria y ejecutaron un minucioso plan de genocidio, consistente en asesinar a cientos de miles de personas desarmadas, torturar a muchas más y aterrorizar así a una población indefensa que había quedado a merced del vencedor después de la contienda solo para descubrir que el vencedor no conocía la piedad ni la clemencia que sus curas, sin embargo, predicaban en los púlpitos. Esta labor de exterminio de los rojos (esto es, todos quienes habían hecho algo por la República, fuera lo que fuera, desde combatir en su defensa hasta haber participado en las festividades del 14 de abril) siguió durante los años siguientes más o menos hasta finales de los cincuenta.
En un ejemplo paradigmático del trastorno psíquico que los psicólogos llaman "proyección", los militares genocidas y sus auxiliares (los curas, los falangistas, los banqueros, etc) "juzgaban" (puras farsas), condenaban y ejecutaban sumariamente o simplemente asesinaban en las cunetas de las carreteras a los rojos (y mucho cuidado porque, para los descendientes ideológicos de estos criminales que están hoy en el gobierno, seguimos siendo eso, rojos), acusándolos de sublevación militar, es decir, acusándolos de los crímenes que habían cometido ellos. Los soldados, civiles y milicianos que habían cumplido con su deber defendiendo el régimen legítimo y pacífico de España, sus instituciones y su bandera, frente al asalto de una banda de forajidos sangrientos, pasaron a ser los criminales, los sublevados, los violentos según, claro está, los medios de comunicación de la época, todos ellos sujetos al férreo mando militar y sometidos a la censura política previa o posterior, de la que se encargaba precisamente el falangista Fraga Iribarne, luego fundador del PP.
Esa proyección, ese dar la vuelta a las cosas propio de los criminales fascistas que gobernaron España durante 40 años en la época más tenebrosa de la historia patria es la que esgrime el actual gobierno de la derecha, del partido fundado por el ministro del genocida, de herederos ideológicos de los criminales del 36.,
¿Que la bandera tricolor incita a la violencia? Es igual que decir que los militares que mantuvieron su honra y honor defendiendo el régimen al que habían jurado lealtad frente al asalto de los criminales perjuros eran los delincuentes. Revela la misma mentalidad canalla en los gobernantes actuales.
Y hoy eso es tan falso como entonces. Los republicanos no se habían sublevado contra nadie y la bandera tricolor es símbolo de paz y legitimidad. La que es ilegítima e impuesta por la violencia es la roja y amarilla de los fascistas victoriosos en la guerra y que el Estado español la tenga por oficial no la hace legítima sino que plantea preguntas (de respuestas obvias) sobre la legitimidad de ese Estado.
Pero es que, además de legítima, la bandera republicana es legal, según sentencia del 15 de diciembre de 2003 del Tribunal Superior de Justicia de Madrid que anulaba una decisión del Ayuntamiento de Torrelodones (entonces del PP, claro) por la que se ordenaba retirar una bandera republicana de un chiringuito de IU porque ... ¡podía incitar a la violencia!
Como se ve, los franquistas reinciden y reinciden porque lo que quieren es suprimir la bandera tricolor misma y, como ya no pueden asesinar a los rojos, tratan de despojarnos ilegalmente de nuestros símbolos. En el fondo, la razón es clara: la bandera republicana no solo es legítima y legal sino símbolo de la justicia, la libertad y la igualdad y su ondear recuerda a estos neofranquistas del gobierno su procedencia ideológica: el crimen, el terror, el genocidio que tratan de ocultar como sea.
Pero ese abuso de los gobernantes no puede quedar impune. La izquierda tiene la obligación de defender el empleo de los símbolos republicanos todos ellos pacíficos. Esa multa es ilegal y hay que hacer que la retiren. Nuestros representantes están para eso, no para achantarse y bajar la cerviz frente a la chulería y el fascismo de los herederos de un genocida.
(La imagen es una captura del blog Unidad Cívica por la República, bajolicencia Creative Commons).

dilluns, 9 de juliol del 2012

Glosas a la rabieta de un franquista.

Por fin no se consumará la última provocación fascista: la visita al Alcázar de Toledo que el diputado del PP, Agustín Conde, había programado para el 18 de julio con la prepotencia de los de su línea: sí o sí. Al principio solo reaccionaron con dignidad ERC que tachó el plan de broma macabra e IU. Los demás (PSOE, CiU, UPyD, etc) más listillos, o más cucos, o más cobardes, pensaban sumarse al viajecito de la vergüenza a la chita callando. Pero, ante la tremolina que estaba montándose, acabaron dando marcha atrás y tartamudeando excusas y pretextando nimiedades, se desengancharon. Las declaraciones de López Garrido (PSOE) diciendo que no iba a rendir pleitesía a los fascistas (dejémosnos de gaitas: era de lo que se trataba) porque ese día había un pleno son moralmente repulsivas y sitúan a su autor en una penosa luz. Los otros titubeantes, más de lo mismo. Tacharon la visita de despropósito. De despropósito, nada: era una típica provocación, un trágala fascista de la mayoría absoluta, y no decirlo muestra hasta dónde llega la entereza democrática y moral de algunos representantes del pueblo que debieran estar en otros menesteres.
Los fascistas jamás hacen las cosas por casualidad ni al desgaire ni por desconocimiento: siempre tratan de causar daño, de ensalzar sus crímenes, emponzoñar la convivencia y mancillar la memoria de las víctimas. La iniciativa de Agustín Conde era exactamente eso: una provocación para poner a los representantes democráticos (¡vaya representantes!) de rodillas ante los criminales que destruyeron la República, sumieron España en un baño de sangre e instalaron una dictadura totalitaria de 40 años que los historiadores a sueldo de la reacción en la Real Academia de la Historia creo que llaman algo así como el providencial régimen paternalista de su Excelencia el centinela de Occidente. Palinuro, indignado, ya avisó de que, si había un solo diputado socialista en esa afrenta, no volvería a votar al PSOE.
Se ha hecho la cordura y el viaje no se realizará. Pero no porque los diputados hayan tenido el valor, la gallardía y la nobleza de denunciarlo como lo que es (excepción hecha de ERC e IU, honor a ellos): una provocación, sino por el escándalo que se organizó, sobre todo en las redes. Lo llevo más lejos: un socialista en esa visita sería como si el PSOE fuera a escupir directamente sobre la tumba de Besteiro, de Araquistain, de Zugazagoitia, de Largo Caballero, de Prieto, de Negrín, etc, etc. Un crimen solo comprensible en espíritus de siervos y mansos.
El tal Agustín Conde, que no ha tenido el valor de defender su iniciativa y mucho menos declarar sus verdaderas intenciones, ha reaccionado con la ciega furia de los de su cuerda y ha rebasado los límites no ya de la prudencia sino de la misma cordura al decir que no admite que nadie ponga en duda las credenciales impecablemente democráticas de mi partido. Por si alguien lo olvida, es el partido que fundó Fraga Iribarne, ministro del dictador quien se presentó a las elecciones de 1977 flanqueado por otro seis exministros de Franco, la flor y nata de la democracia mundial.
Lleno de ira por no tener el coraje de sus convicciones y verse obligado a disimularlas ante la chusma roja, a Conde se le calentó la boca y llegó a acusar a ERC de haber dado en 1934 "un golpe de Estado a la República", con lo que la furia, el despecho y la inquina se transformaron en pura enajenación mental porque eso precisamente, esto es, un golpe de Estado, es lo que protagonizaron los héroes a los que Conde quería homenajear un 18 de julio por casualidad.

divendres, 6 de juliol del 2012

Las cosas, claras. El fascismo y el PSOE.

Que el señor Agustín Conde, presidente de la Comisión de Defensa del Congreso, y persona a la que no conozco de nada, haya programado una visita al Alcázar de Toledo el próximo 18 de julio no me parece en sí asunto noticiable. Siendo del PP, es probable que Conde sea un fascista a quien encantará ir a rendir tributo a sus héroes Moscardó y demás defensores de la España cristiana. Que la visita sea institucional sí me parece no solo grave sino un atentado a los principios democráticos. Aun así, está dentro de la lógica de las cosas. Con su mayoría absoluta, el PP, partido neofranquista, que no tiene en especial aprecio la democracia, forzará la utilización de las instituciones del Estado en honor de sus nostalgias fascistas. Lo hace siempre que puede: deja intacta la iconografía franquista, condecora a torturadores de la dictadura, se opone a que los familiares de los asesinados recuperen los cuerpos de los suyos, es una larga historia y no extrañará a nadie.
Como tampoco extrañará que los partidos democráticos, ERC, IU y PNV (por ahora) ya hayan manifestado su oposición al proyecto, a veces en términos contundentes, como debe ser.
Lo extraño, lo verdaderamente asombroso es el silencio del PSOE. Y, peor aun, las viscosas, escurridizas afirmaciones del socialista López Garrido. Dice este portavoz de defensa del PSOE que: "Lo primero que pensé cuando vi la citación es que coincide con un pleno extraordinario. No se me había pasado por la imaginación la coincidencia con el 18 de julio. No sé qué haremos y ya lo pensaremos, pero no creo que se haya elegido aposta esa fecha y, en todo caso, la veo incompatible con el pleno". Es el colmo. ¡No cree que se haya elegido aposta esa fecha! De 365 días del año en los que los fascistas pueden homenajear a los criminales que provocaron la mayor matanza de la historia de España, el mejor para ellos es obviamente el 18 de julio. Pero López Garrido no cree que lo hayan elegido aposta. Como conozco al hombre y sé que no es tonto, deduzco que toma por tontos a los demás.
Esta increíble actitud del PSOE (ya el año pasado, Bono leyó una declaración institucional el 18 de julio carente de dignidad y gallardía, como es él) va ayudando a entender este viraje a la derecha del socialismo de un tiempo a esta parte. Zapatero nombró a Dívar, renunció a la separación de la iglesia y el Estado y convocó elecciones un 20 de noviembre con la excusa de que es una fecha "como otra cualquiera"; una mentira evidente que desmienten los franquistas año tras año. Pero la deriva derechista, reaccionaria, está haciéndose ya patente con la actual dirección cuya tarea, al parecer, consiste en apoyar al gobierno ofreciéndole todo tipo de pactos para que le resulte más fácil llevar España a la quiebra, como lo está haciendo.
Pero esto del Alcázar el 18 de julio supera todo lo imaginable. Cuesta creer que una organización como CCOO pueda acabar en manos de un reaccionario al servicio de la derecha como pasó con José María Fidalgo; pero pasa. Cuesta igualmente creer que un partido socialdemócrata centenario como PSOE pueda acabar dirigido por otro reaccionario, insensible a la injusticia permanente que significan los más de cien mil asesinados por los franquistas y aun no repuestos en su dignidad de personas. Cuesta, pero pasa.
Ahora se entiende por qué la ley de la Memoria Histórica, tras meterle mano la entonces vicepresidenta del gobierno, la carcunda Fernández de la Vega, saliera tan enteca, cobarde y miserable como salió. Pero de ahí a que haya un solo diputado socialista en la celebración fascista del Alcázar el 18 de julio media un abismo.
De mí sé decir que, si eso sucede, no volveré a votar al PSOE.
(La imagen es una foto de My Web Page, bajo licencia Creative Commons).

dimecres, 4 d’abril del 2012

Robar muertos, robar vivos.

Entre las atrocidades a que se consagraron los franquistas durante la guerra civil y después de ella, por largos años, ocupan lugar destacado los asesinatos sistemáticos de civiles y sus parientes y el robo de los hijos de los rojos. Tanto es así que sus repercusiones se hacen sentir aún hoy, como si fueran réplicas de aquel terremoto, trasmitidas de generación en generación. Ambas prácticas son piezas claves de una tragedia que ensombrece el imaginario colectivo de los españoles. La negativa de la derecha a encarar estos hechos como requiere una ética elemental (y, desde luego, la cristiana), su defensa del olvido con la metáfora errónea del peligro de reabrir heridas, su intento de equiparar contra toda razón las atrocidades de los unos y los otros, solo demuestra su mala conciencia, incapaz de reconocer que aquellas atrocidades se cometieron en nombre de su dios y de sus creencias e intereses. Comprendo que fastidie reconocer que los discursos patrióticos, los pomposos ideales, los sueños imperiales, la dogmática de la nación católica rezumen sangre de inocentes. Pero mientras esto no se reconozca, mientras los curas no relaten lo que hicieron en la guerra y en la posguerra y no pidan todos perdón por tanta crueldad, las heridas no estarán cerradas.

No hace falta ser de izquierda para darse cuenta de que, con más de 100.000 asesinados, ejecutados extrajudicialmente, paseados, fusilados en sacas de las prisiones y enterrados en fosas comunes, anónimas, España no es otra cosa que un cementerio de víctimas de la barbarie y el odio. Y que los españoles caminamos literalmente sobre los huesos de las víctimas de un genocidio. Ahora mismo están unos geólogos excavando una fosa común en el jardín de una vivienda privada. Y ahora también, merced al descubrimiento de una peineta en una calavera queda probado lo que todo el mundo sabía: que, además de asesinar a los rojos, los franquistas asesinaban también a sus mujeres. Iban por ellas como iban por los hijos, los hermanos, los padres o los abuelos. El terror sembrado fue infinito y dura hasta hoy. Es un crimen de lesa Patria, cometido por quienes se pasan el día hablando de ella.

La otra atrocidad fue el robo de hijos de republicanos. Ahora ya sabemos mucho de esa práctica inhumana. Sabemos que esperaban a que las condenadas dieran a luz para fusilarlas y quedarse con los críos; sabemos que se llevaban los hijos de las presas y ya no se los devolvían; sabemos que secuestraban a los hijos de los exiliados mediante el servicio exterior de la Falange; sabemos que el robo de niños estaba amparado en las doctrinas inenarrables de un psiquiatra, Vallejo-Nájera, con calle en Madrid, que, en su demencia, consideraba, por ejemplo, que el marxismo era una enfermedad y que no tenía mucho que envidiar a los racistas alemanes.

Con el paso del tiempo seguramente empezaron a escasear los hijos de rojos que pudieran robarse y fue necesario buscar suministro en otra parte porque, muy probablemente, ese delito del robo de niños se había convertido en un negocio. Así, por lo que vamos sabiendo de esta siniestra trama en la que, cómo no, está mezclada la iglesia católica a través de sus curas y monjas, la actividad duró hasta fines de los años setenta y primeros de los ochenta. Que haya monjas metidas en este crimen demuestra hasta qué punto l@s religios@s católic@s hacen lo contrario de lo que predican. Se oponen a la contracepción y, con uñas y dientes, al aborto en nombre del supremo valor de la vida humana en abstracto, pero su respeto por la vida humana en concreto termina en el momento en que esta sale del seno materno.

La imagen de esa madre reunida con su hija de 29 años, que le fue robada nada más nacer, podría titularse rostros que irradian felicidad y la hacen contagiosa. Una felicidad mayor que los 29 años de sufrimientos impuestos por una gente desprovista no solo de corazón sino también de entendimiento. Fanátic@s y/o canallas.

(La primera imagen es una foto de Foro Cultural Provincia de El Bierzo, bajo licencia de GNU Documentación libre.). La segunda es la portada de El País de hoy.

dimecres, 30 de novembre del 2011

Franco.

La memoria de Franco pesa sobre la conciencia colectiva de los españoles como una losa más abrumadora que la de 1500 kilos que cubre la tumba del dictador. Se haga lo que se haga, ahí sigue, como un fantasma del pasado que no permite el descanso de los muertos ni la paz de los vivos. Su periódico retorno con uno u otro motivo resucita los sentimientos de humillación, terror y persecución de cientos de miles de españoles, vivos de nuevo en el recuerdo de los relatos de la España negra con los que crecieron sus descendientes.

¿De qué otra forma podía ser cuando, contra todo espíritu de magnanimidad, el cuerpo del dictador yace en el centro de un inmenso, ciclópeo mausoleo que se hizo construir en vida para su mayor gloria en la muerte a su vez en el centro mismo de España? Cercana al Escorial, pétreo emblema del imperio español, con voluntad de resurrección imperial, esa gigantesca cruz no simboliza la reconciliación de los españoles, sino la victoria de unos sobre otros y se alza en recuerdo de los casi cuarenta años del régimen más sanguinario que haya padecido el país nunca. Desde Cuelgamuros irradia el espíritu de unos vencedores inmisericordes que crearon un cementerio colectivo en el que enterraron a la fuerza los huesos de los vencidos para que les sirvieran como trofeo por los siglos de los siglos. Quienes afirman que el monumento trata de hermanar a los españoles más allá de la muerte y de honrar por igual a los caídos de ambos bandos sólo añaden la mofa a la afrenta. ¿Desde cuando se entierra a las víctimas con su victimario, a los asesinados con su asesino?

Mientras esa mole esté en donde y como está los españoles no conocerán la paz de espíritu ni podrán entenderse. Los descendientes de los vencedores porque se sentirán obligados a seguir respetándolo y aun rindiéndole honores como única forma de acallar sus remordimientos. Los de los vencidos porque, al no encontrar justicia ni reparación, seguirán siendo presas del recuerdo herido y sintiéndose derrotados, como experimentan quienes diariamente pasan junto al arco de La Moncloa que, para vergüenza de todos, sigue llamándose Arco de la Victoria.

Ahora la comisión de expertos a la que el Gobierno encargó la tarea de recomendar una decisión que hubiera debido tomar el Parlamento en su día propone exhumar los restos del Caudillo y llevarlos a otro lugar, siempre que la iglesia católica otorgue su permiso. Sin duda esta cautela está dictada por muy pertinentes consideraciones jurídicas pero equivale a dejar en manos de una organización privada una medida de enorme trascendencia pública; una organización privada que fue cómplice de la Dictadura a lo largo de su existencia. Y más que complice, fue, junto a ejército y la policía política, uno de sus pilares fundamentales bajo la forma del nacionalcatolicismo, la que tomó el fascismo en España.

Tres de los miembros de la comisión se oponen a lo que ésta recomienda porque contribuiría a dividir y radicalizar a la opinión pública, un argumento que pone de relieve lo que niega. Todo lo que tiene que ver con Franco divide y radicaliza porque él dedicó su vida a dividir y radicalizar España y, mientras no esté enterrado en algún otro lugar, mientras siga expuesto presidendo en cierto modo el centro mismo de la memoria colectiva de la tragedia nacional, así será. Tarde o temprano, aquí, en la Argentina o en donde sea, un tribunal de justicia calificará de genocidio la represión franquista, un delito que no prescribe, y condenará a Franco como genocida. Entonces el peligro de división y radicalización será máximo.

El franquismo es el responsable de que generaciones enteras de españoles experimentaran su condición nacional como una vergüenza cuando, al salir al extrajero, comparaban los Estados de derecho europeos, respetuosos con la dignidad de sus ciudadanos, con la tiranía que ellos padecían y que los trataba como súbditos y carne de presidio. Nada humilla más a una persona que vive bajo una tiranía que compararse con quien lo hace en un régimen de libertad. De ahí viene en buena medida el complejo de inferioridad de los españoles frente a los europeos.

Llega el informe en el momento del relevo en el gobierno y, por más que los socialistas pidan a Rajoy que no lo ignore, lo más probable será el olvido con el argumento de que no es un asunto urgente, pues los hay mucho más. Querrá ocultarlo recurriendo a esa fórmula huera de que España es una gran nación y se ayudará de los gritos de rigor al estilo Bono de ¡viva España! Pero una nación que maltrata a sus hijos, les niega la justicia y la reparación, jamás será grande. Vivirá seguramente pero será en la ignominia. El orgullo del presente hunde sus raíces en el pasado y el pasado español hiede a mortandad.

(La imagen es una foto de hermenpaca, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 27 d’agost del 2011

El Islam y sus tiranos.

Lo que en su día se llamó "la primavera árabe", con esa capacidad de los medios de acuñar expresiones muy gráficas pero bastante confusas, ha avanzado hacia un verano en el que al fuego del sol se ha unido el de las ametralladoras y los cañones. La "primavera árabe" apuntaba al supuesto de un movimiento de rasgos muy parecidos, casi unitario. Al fin al cabo, más que árabe, la primavera era islámica y el Islam, ya se sabe, viene a ser una umma, una unidad religioso-civilizatoria. Es más que una koiné porque traspasa la comunidad de lengua y afecta a la religión, los usos jurídicos, políticos, etc. Sin embargo, en su desarrollo, la supuesta unidad primaveral se ha fracturado según en qué países ha prendido. El Estado (o lo que pasa por tal en el Islam) se ha impuesto a la umma; y lo que en unos países fue un movimiento popular civil que acabó con dictaduras disfrazadas de democracias, en otros se ha convertido en guerras civiles (Libia), encontronazos armados entre grupos rivales (el Yemen) o cruel y sanguinaria represión militar (Siria), dejando claro lo dicho: cada país tiene su circunstancia.

Sin duda hay parecidos. El movimiento tradujo en un principio un hartazgo de las poblaciones con las sempiternas tiranías locales. Pero, como las reacciones de éstas han sido variadas, los conflictos se han diversificado y analizarlos requiere clarificar estas cuestiones. Otra similitud sorprendente es la del comportamiento de algunos tiranos. Gadafi parece seguir el modelo Sadam Hussein o Ben Laden. Desafiantes en un principio, mantienen un discurso hecho de baladronadas hasta cuando la situación es deseperada. Luego se dan a la fuga y se esconden con mayor o menor fortuna. Hasta que los encuentran y los ejecutan también de forma más o menos legal. Después se descubre que su vida privada se repartía entre la megalomanía, el lujo más absurdo y desenfrenado y una crueldad sin límites.

Las peculiaridades del Islam son tales que la aplicación de categorías propias de los análisis occidentales, de carácter racional y no religioso, sólo añade a la confusión. Tiene gracia esa bronca entre dos tendencias de la izquierda, minoritarias al estilo de la vida de Bryan, acerca de la actitud correcta en el conflicto libio. Unos aplauden el derrocamiento del dictador Gadafi, asesino de su pueblo, y otros sostienen que quienes aplauden ese derrocamiento hacen el juego a la OTAN. Los primeros acusan a los segundos de apoyar una dictadura criminal y los segundos a los primeros de someterse a un imperialismo no menos criminal. Realmente no merece la pena seguir.

Los países musulmanes tienen todos fuertes tendencias autocráticas porque el orden social que su religión impregna más o menos profundamente también es autocrático, intolerante, paternalista, machista y homófobo. Esas sociedades no pasan con buena nota una "auditoria" de derechos humanos ni siquiera despojado de todo perverso "eurocentrismo". Tampoco van muy allá en la distinción entre el ámbito de lo público y el de lo privado, que es una viga maestra de cualquier sistema democrático-liberal. En muchos países islámicos el poder político es prácticamente patrimonio de una casta (militar o partidista) e, incluso, de una familia. En estas condiciones, los ánálisis occidentales resultan patéticamente rígidos y maniqueos. Todas las posiciones en los conflictos son complejas y contienen elementos contradictorios: hay tiranos que actúan como dirigentes "progresistas", partidarios de la modernización y democratización de sus estados, al menos nominalmente y sin dejar por ello de ser déspotas odiosos. Y hay movimientos de resistencia en los que se mezclan y confunden reivindicaciones de carácter laico y democrático con otras de fanático integrismo. Tomar partido aquí es acabar defendiendo lo indefendible.

Luego está la faceta exterior. Mucha gente señala que la intervención armada occidental en este abigarrado y conflictivo mundo (en el Afganistán, en el Irak, ahora en Libia y quién sabe si en Siria) es un acto de imperialismo. Los países capitalistas tratan de asegurar sus fuentes de energía. Los occidentales, a su vez, al menos sus ideólogos, aducen la novísima doctrina del derecho internacional humanitario, del derecho de injerencia en los asuntos internos de otros Estados cuando los gobernantes atentan contra los derechos humanos de su población. Los críticos dicen que eso es falso y una simple excusa para continuar con la explotación manu militari de estos pueblos. Es posible que sea así, pero no es obligatorio. En otros términos, ¿se acepta o no que hay un derecho de injerencia por razones humanitarias? Si no lo hay, toda intervención es criminal; pero si lo hay, hay que ejercerlo.

Por otro lado, la misma acusación al imperialismo debe matizarse. Desde un punto de vista de Realpolitik, los países occidentales tienen unas necesidades de defensa que deben satisfacer. La idea de que unos u otros regímenes puedan utilizar la energía o las materias primas como armas en combate evitando los choques armados pero atacando directamente a la población civil no es disparatada. Rusia lo hace de vez en cuando con Ucrania y el suministro de gas. Mal gobernante será aquel que no proteja a sus ciudadanos de las agresiones, se produzcan dónde y cómo se produzcan. Igual que lo será el que no se defienda frente a ataques terroristas devastadores procedentes del exterior. Las torres gemelas y el atentado de Atocha son dos ataques que hubieran sido seguidos de otros de no ser porque las sociedades amenazadas (Alemania e Inglaterra, por ejemplo) tomaron las medidas necesarias para prevenirlos. Y esas medidas pueden obligar -y así sucede por razones tácticas obvias- a interferir en asuntos internos de otros Estados.

Por supuesto que el capitalismo desemboca siempre que puede en imperialismo explotador y esquilmador, pero la lucha contra éste no puede llevarnos al extremo de hacer causa común con asesinos como Gadafi o autócratas de impronta religiosa como Ahmadinejad. Que es lo que le pasa a Chávez, sin ir más lejos.

(La imagen es una foto de Vectorportal, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 9 de maig del 2011

22 de mayo.- Gürtel y las sabandijas.

A medida que se acerca el día en que el Curita tendrá que comparecer ante la justicia por los presuntos delitos de cohecho impropio, malversación, prevaricación, etc., pierde los nervios con mayor frecuencia y cada vez desbarra más, añadiendo ahora a sus habituales dislates alguna canallada que otra.

Que el hombre que, al parecer, se hace pagar los trajes por presuntos delincuentes; el que miente asegurando que no conoce al Bigotes que, sin embargo, es su amiguito del alma; el que parece amparar todo tipo de abusos, latrocinios y estafas a la administración pública que él debiera proteger; el mismo santurrón que supuestamente permite que cuatro chorizos se lucren con la visita del Papa; que el presunto mangante gürteliano, digo, haga bromas sobre un militar de la República que tuvo la integridad y la gallardía de morir por ser fiel a su juramento, cosa que el farmacéutico consorte ni huele, es algo que excede los límites morales de esta España de truhanes, ladrones, pícaros, corruptos y rufianes, para llegar a la de las sabandijas, especie muy frecuente en el rebaño de necios empingorotados que constituye la gente bien de toda la vida.

El abuelo de Zapatero murió asesinado por los facciosos en 1936, algo más de veinte años antes del nacimiento de su nieto. No es que no le diera ternura y cariño, como dice el Curita, sino que no pudo dárselos porque lo habían asesinado y lo hicieron los antecesores ideológicos de Camps. Es de suponer que no fueron los compañeros de su abuelo o su propio abuelo, que tanta ternura y cariño destiló en su nieto. Basta con oírlo hablar.

Es comprensible que en el PP estén dispuestos a todo con tal de tapar la Gürtel, como dice Felipe González. Y todo, por lo que se ve, es todo. Acusar al Gobierno de permitir la entrada de ETA en las instituciones a cuento de la sentencia del Tribunal Constitucional admitiendo las candidaturas de Bildu, además de ser un ultraje al mismo tribunal, es otro golpe bajo esta vez de Aznar cuyo abuelo, hombre fiel al Caudillo Franco, como lo fueron su padre y él hasta que le interesó disimular sis convicciones, le dio todo el cariño y la ternura que el abuelo de Zapatero no pudo dar a su nieto porque lo asesinaron los franquistas.

Hace poco que Aznar acusaba a los socialistas de ir removiendo huesos, que ya era una forma inhumana, perversa e inmoral de referirse a la Ley de la Memoria Histórica, pero la ignominia de Camps deja a Aznar reducido a aprendiz de provocador. Y aun más, este desalmado de los trajes impagos añade que, al día siguiente de las elecciones, llamará a Zapatero para exigirle elecciones anticipadas. ¿No será más propio que le pida perdón por zaherir sus sentimientos de forma tan estúpida y cruel?

Y tanta demasía no sirve para nada porque no hay quien oculte la Gürtel que no es otra cosa que la materialización delictiva del ideario neoliberal de privatizaciones, desregulación y predominio irrestricto del mercado. Materialización perfectamente instrumentada y coordinada por un partido en el que abundan las gentes que están en política para forrarse y lo hacen a rajatabla, esquilmando los dineros públicos con tanta pericia que, además, mirabile dictu, consiguen que los esquilmados los voten.

(La imagen es una foto de ppcv, bajo licencia de Creative Commons).

dissabte, 7 de maig del 2011

El derecho fundamental a honrar a los muertos.

Todas las civilizaciones conceden especial importancia al respeto a los muertos, al culto a los antepasados. Los que ahora somos, somos herencia de los que fueron y semilla de los que serán. Esa cadena no se debe interrumpir. Si por las razones que sean, normalmente bélicas, llega a romperse, la colectividad contrae una deuda con aquellos muertos que no hayan recibido la debida sepultura. De todas las pistas que los arqueólogos siguen para desentrañar una cultura la más consistente suele ser la de los ritos y usos funerarios. Porque todos los pueblos honran a sus muertos, a todos, y a nadie le gusta que los suyos yazcan arrojados en cualquier rincón

El Foro por la memoria histórica de Guadalajara convoca a una concentración el domingo para protestar por una decisión del ayuntamiento en el que el PP tiene mayoría, que le niega un plan de adecentamiento de la fosa común del cementerio municipal en donde hay enterrados unos quinientos republicanos asesinados por los sublevados del 36.

dijous, 14 d’abril del 2011

¡Viva la República!

80º aniversario de la proclamación del último régimen de libertad y soberanía popular que ha habido en España desde la efímera Iª República de 1873. Dejo la cuestión de si cuenta o no la Monarquía parlamentaria actual que dice también haber devuelto la soberanía al pueblo. Sea lo que sea lo de hoy, la IIª República fue un estallido de emancipación popular en un sentido muy profundo. Podía haber traído aquí alguna otra foto pero creo que ésta de las misiones pedagógicas es muy ilustrativa. Misiones es término de uso religioso. Los españoles seguían siendo mitad monjes pero no ya también mitad soldados sino maestros. Tal fue la IIª República. La República de los maestros. Y su efecto es el de la maravilla que reflejan esos rostros campesinos, curtidos que acceden a lo que ni habían podido intuir en los años de la monarquía de estúpidos parásitos que, por no saber, ni sabían hacer aquello para lo que se preparaban: la guerra. La única guerra que el ejército español ha ganado en serio, de modo definitivo y total, ha sido contra su propio pueblo y necesitó la ayuda de alemanes, italianos y moros. A las clases que nutrían y mandaban ese ejército les producía ira ver los rostros de la foto de la derecha. Eso era lo que les sacaba de quicio y lo que las empujó a dar un golpe de Estado con una guerra de tres años y una postguerra de treinta y cinco. Con el ejército empezó la cosa y con el ejército terminó. Casi nadie recuerda que, en buena medida, la proclamación de la República viene precedida del fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández en diciembre de 1930 por haberse sublevado en Jaca en favor de la República. Militares republicanos, por cierto, de los que había muchos pero no suficientes.

Así que aquel régimen, que se basaba en la soberanía popular, sucumbió al asalto militar de la derecha nacionalcatólica que estableció una dictadura genocida. Pero después vino la transición y la transición devolvió la soberanía al pueblo. Mas esto no es estrictamente cierto. La IIª República surgió como un acto del Poder Constituyente que es siempre originario y muchas veces revolucionario. La Monarquía parlamentaria emanada de la transición no es el producto de un Poder Constituyente soberano y originario sino de un poder constituido dentro de un marco más amplio que son las instituciones del 18 de julio, empezando por la propia Corona. La Comisión constitucional que ni siquiera se llamó constituyente por miedo tenía territorios vedados, el más señalado el de la Monarquía. Ésta en la persona de Juan Carlos no era producto de la legitimidad dinástica, puesto que su padre tenía mejor derecho, ni de la popular pues nadie la había votado en referéndum. Su legitimidad era, y sigue siendo, la del nombramiento de Franco.

El pueblo es ahora soberano, se dice, puesto que la Constitución prevé la posibilidad de un cambio en la forma de gobierno de la Monaquía por la República. Con muchas dificultades pero la prevé. Lo que sucede es que, a su vez, hay una especie de acuerdo fundamental entre los dos partidos mayoritarios en el sentido de que la Monarquía no se toca. Como eso no se puede decir en público, cada vez que alguien plantea la necesidad de acabar con el franquismo definitivamente sometiendo la forma de gobierno a referéndum se dice que no es el momento, que no es oportuno. Y eso que pedir un referéndum ya es hacer concesiones dado que la única forma de gobierno totalmente legítima en España al día de hoy es la República, que perdió la guerra pero no el mandato popular.

Así que, efectivamente, los republicanos somos unos plastas que llevamos setenta años pidiendo que nos devuelvan lo que nos arrebataron manu militari, nuestra República, sea o no sea el momento o la conveniencia. Hay quien, aparentemente ingenioso, amenaza con la pesadilla de un República presidida por Aznar. La mayoría de los no momentáneos dice que la Monarquía se ha legitimado por la intervención del Rey en contra de la intentona del 23-F que viene a ser algo así como el razonamiento de los comerciantes de Chicago que pagaban por conseguir la protección de quienes les destruirían los establecimientos si no pagaban. Es un argumento de conveniencia.

Tiene gracia ese discipulaje que profesaba el primer Zapatero en relación con el teórico político Philip Pettit y su teoría del republicanismo cívico, que es compatible con la Monarquía. En el fondo bien puede ser un asunto de palabras y que Pettit tenga razón en que lo importante es lo cívico, el ser ciudadanos y no súbditos. Hoy los reyes no tienen súbditos. Y ¿sobre quién reinan entonces? Claro, reinar o no reinar es tambien cosa de palabras. Pero, si es cosa de palabras, ¿por qué no cambiar unas por otras, súbdito por ciudadano y rey por presidente de la República?

No se trata de mirar la conveniencia ni de envolverlo todo en malabarismos semánticos sino de valores y principios. Por eso seguiremos pidiéndola. Yo, de momento, voy a hacerlo en Arenas de San Pedro.