diumenge, 10 de novembre del 2013
Contra el olvido.
dissabte, 5 d’octubre del 2013
Como Dios manda.
dimarts, 1 d’octubre del 2013
Buscadlos, desenterradlos, hacedles justicia.
La transición se hizo con olvido de las víctimas del franquismo. Los derrotados de la guerra tuvieron que aceptar la segunda derrota de la memoria: a los cuarenta años del fin de la contienda, seguirían sin existir. Pero ahora han pasado casi otros tantos y es claro que los efectos negativos que para la reconciliación pudieran haberse temido en 1978 (que jamás fueron reales) ya no pueden invocarse.
El reconocimiento del carácter criminal de la dictadura y la garantía de justicia a las víctimas sería en verdad el acto de grandeza de la derecha que cristalizaría en la auténtica reconciliación de los españoles. Mientras eso no se haga, las heridas continuarán abiertas, entre otras cosas porque los descendientes o herederos políticos de quienes las infligieron consideran que las víctimas se lo merecían.
Ese es el problema.
(La imagen es una foto de El reñidero, bajo licencia Creative Commons).
dijous, 26 de setembre del 2013
La guerra no ha terminado.
Dicha sublevación militar venía siendo en cambio preparada con mayor o menor fortuna (y con muchos elementos de típica chapuza hispana) desde años atrás a través de los agravios de una casta militar privilegiada, sobredimensionada, embriagada de su fuerza y convencida de que la República estaba tratando de convertirla en un chivo expiatorio de sus desmanes. Fernando Puell de la Villa, militar él mismo, analiza en un capítulo sobre "la trama militar de la conspiración" los elementos que alimentaban este espíritu insurreccional castrense que, a su juicio, se compone de una "mentalidad intervencionista" (p. 56), un "victimismo paranoide" (p. 58), con el añadido de algunos factores contingentes que siempre apuntaron en el mismo sentido, como la cuestión catalana (p. 61) o el supuesto "peligro bolchevique" (p. 64).
Muy informativo y sistemático resulta el capítulo de Eduardo González Calleja, "la radicalización de las derechas", en el que distingue las corrientes de estas y da cumplida cuenta de las pintorescas relaciones que entre ellas mantenían: legitimismo carlista, catolicismo de la CEDA, alfonsismo y fascismo (p. 222). Cuatro banderías que reconocieron de inmediato que el punto de fusión de sus intereses comunes (dijeran lo que dijeran en sus proclamas) consistía en echarse en brazos de ejército.
El clérigo catalán Hilari Raguer, de la mítica abadía de Montserrat, tiene a su cargo presentar las relaciones de la iglesia católica con el "alzamiento". Un asunto crucial porque el clero funcionó desde el primer momento como el principal aliado y legitimador del golpe militar de los generales felones. Parece prudente encomendárselo a alguien que conoce la cofradía por dentro porque, en efecto, echa mano y expone información, de interés, como esa referencia al texto del canónigo magistral de Salamanca , Aniceto Castro Albarrán, El derecho a la rebeldía (p. 248) que, aunque conocido, no está lo suficientemente valorado en su importancia en cuanto entronque del golpismo del generalato con la tradición filosófico-política del derecho de resistencia.
Novedad para este crítico es la mención a la curiosa conspiración de aquel majadero que fue Eugenio Vegas Latapie, alma de todas las conspiraciones monárquicas y de Acción Española, quien pretendía organizar un atentado terrorista que provocara la guerra civil (p. 250). En el fondo, esta provocación criminal resume como una metáfora, el sentido todo de esta guerra que aún no ha terminado: quienes ansiaban acabar con la República en defensa de sus intereses de clase, estaban dispuestos a hacer lo que fuera para ello, a cometer todo tipo de crímenes y felonías... y a achacárselos después a quienes, al apoyar al gobierno legítimo, se opusieron a sus designios. En realidad, si los psicólogos quieren una muestra empírica incuestionable de esa patología que llaman proyección, inherente a la derecha española y consistente en acusar a los demás de hacer lo que ella hace, que consideren cómo los delincuentes rebeldes acabaron encarcelando, "juzgando" y asesinando a sus enemigos acusándolos de "rebelión". Tática de proyección que la derecha sigue aplicando hoy día de igual modo aunque, de momento, con efectos menos cruentos.
El capítulo de Raguer tenía que tratar el asunto de la cruzada en cuanto concepto legitimatorio esencial del franquismo emanado de la iglesia. El autor recuerda que el término no aparece en la famosa carta colectiva de los obispos españoles del 1º de julio de 1937 (p. 255) pero lo que es evidente, obispos o no obispos, es que el término echó raíces, fue esencial para la justificación de la guerra civil y la barbarie fascista desencadenada en España y, desde luego, salió de la iglesia. No de la propaganda del 5º Regimiento. Y que el Vaticano no la empleara expressis verbis tampoco quiere decir gran cosa para quien, como Raguer, seguramente conoce las muchas lenguas con que habla la Santa Sede.
El capítulo de Fernando Hernández Sánchez, "con el cuchillo entre los dientes: el mito del 'peligro comunista' en España en julio de 1936" tiene asimismo especial relevancia a los efectos específicos del libro. Remacha Hernández la idea de que la sublevación militar, producto de la previa (y única) conspiración antirrepublicana, fue una "contrarrevolución preventiva" (p. 275) y, muy convincentemente, concluye que el Frente Popular y su columna vertebral, el PCE, lucharon siempre en defensa de la legalidad republicana (p. 287). De revolución en ciernes, nada. Son incontables los testimonios que prueban cómo los comunistas se opusieron primero y yugularon después todas las ensoñaciones revolucionarias de la CNT/FAI o el POUM. Nos adentramos aquí en este episodio -ya tratado en otras partes del libro- que podríamos llamar la "guerra civil dentro de la guerra civil" que concluyó con el triunfo de los comunistas (o los estalinistas, como los llamaban los trostkistas) y la aceptación del principio de primero la guerra y luego la revolución.
En este asunto, como suele suceder en los hechos históricos, hay matices y matices. Si uno restringe el ámbito exclusivamente al escenario español, el punto de vista de Hernández es incuestionable: los comunistas pegan un giro a raíz del VII Congreso del Komintern en 1935 y pasan a propugnar la política de "frentes populares" como forma de lucha contra el fascismo. Un giro de 180º que tiene tanta justificación y elementos propagandísticos como sus posiciones anteriores. España fue una pieza más, sin duda importante, pero una más, en la formidable política de agit-prop de la Internacional Comunista, organizada en gran parte por aquel genio de la propaganda que se llamó Willi Münzenberg, posteriormente asesinado quizá por agentes estalinistas. Los comunistas en España obedecían consignas (entre otras, acabar con los "traidores" trostkistas) y las hubieran seguido aunque hubieran sido las contrarias. Reconozco que esto no cambia gran cosa en cuanto al fondo de la discusión de si había o no un "peligro comunista" en España en julio de 1936, pero hay que ir muy al fondo de las cosas y matizar bastante para los años posteriores. Bolloten, seguramente, se vendió por un plato de lentejas; pero, es de insistir, Borkenau fue mucho más perspicaz.
El capítulo de José Luis Ledesma, "La 'primavera trágica' de 1936 y la pendiente hacia la guerra civil", que es un buen complemento al de Francisco Pérez Sánchez, "Las reformas de la primavera del 36", muy concentrado en el análisis de las distintas medidas de reforma de la República, supone un buen colofón a este recomendable libro. Ledesma no duda en calificar de "leyenda negra" lo de la amenaza revolucionaria pretextada por las derechas conspiradoras, sublevadas y golpistas (p. 311), pero matiza algo que es de justicia. No hubo una violencia especialmente significativa de las izquierdas antes de la sublevación militar (quizá fuera mayor la sistemática provocación de los pistoleros falangistas y católicos), pero sí se encendió en cierto grado a raíz de dicha sublevación. Pero eso, obviamente, requiere otro juicio. No se puede amalgamar con la anterior, como ha hecho sistemáticamente la historiografía franquista muchos de cuyos seguidores siguen produciendo esa bazofia seudohistórica y legitimatoria en defensa del que quizá haya sido el régimen más bestial, cruento, asesino y vergonzoso de la historia de este sufrido país.
Añádase a todo lo anterior con su poderosa armazón historiográfica la reproducción de los originales de las abrumadoras pruebas de cargo que aportan los autores: los contratos de Roma y en anexos los documentos elaborados por el general Mola en preparación del golpe de Estado de julio de 1936 que demuestran una clara voluntad de recurrir a la máxima violencia de la guerra para derribar la República y continuar luego con una política de represión y terror en contra de la población civil en términos que la conciencia posterior de la humanidad ha calificado de genocidio. Estos torturadores españoles que reclama hoy la justicia argentina son en realidad los servidores y perpetuadores de un régimen ilegal, delictivo, terrorista y genocida, preparado con mucha antelación a julio de 1936. Los contratos de Roma, por lo demás, ya se ha dicho, no apuntaban a un mero "golpe de Estado". Basta con ver el material bélico comprado que tan profusamente se describe. Además, lo que estas cuentas prueban asimismo es la directa implicación de Mussolini en la preparación del asalto armado contra la República española. Fueron los alemanes y los italianos quienes ayudaron decisivamente a Franco a ganar la guerra. Los rusos llegaron mucho más tarde y, por razones evidentes, pudieron hacer bastante menos.
Efectivamente, bienvenido este último libro sobre la guerra civil. Una guerra que aún no ha terminado.
dilluns, 27 de maig del 2013
Vencedores y vencidos.
divendres, 24 de maig del 2013
Las dos Españas otra vez.
dijous, 22 de novembre del 2012
Prohibir el homenaje a un dictador asesino en Madrid.
dijous, 16 d’agost del 2012
¿Que incita a la violencia?
(La imagen es una captura del blog Unidad Cívica por la República, bajolicencia Creative Commons).
dilluns, 9 de juliol del 2012
Glosas a la rabieta de un franquista.
divendres, 6 de juliol del 2012
Las cosas, claras. El fascismo y el PSOE.
dimecres, 4 d’abril del 2012
Robar muertos, robar vivos.
Entre las atrocidades a que se consagraron los franquistas durante la guerra civil y después de ella, por largos años, ocupan lugar destacado los asesinatos sistemáticos de civiles y sus parientes y el robo de los hijos de los rojos. Tanto es así que sus repercusiones se hacen sentir aún hoy, como si fueran réplicas de aquel terremoto, trasmitidas de generación en generación. Ambas prácticas son piezas claves de una tragedia que ensombrece el imaginario colectivo de los españoles. La negativa de la derecha a encarar estos hechos como requiere una ética elemental (y, desde luego, la cristiana), su defensa del olvido con la metáfora errónea del peligro de reabrir heridas, su intento de equiparar contra toda razón las atrocidades de los unos y los otros, solo demuestra su mala conciencia, incapaz de reconocer que aquellas atrocidades se cometieron en nombre de su dios y de sus creencias e intereses. Comprendo que fastidie reconocer que los discursos patrióticos, los pomposos ideales, los sueños imperiales, la dogmática de la nación católica rezumen sangre de inocentes. Pero mientras esto no se reconozca, mientras los curas no relaten lo que hicieron en la guerra y en la posguerra y no pidan todos perdón por tanta crueldad, las heridas no estarán cerradas.
No hace falta ser de izquierda para darse cuenta de que, con más de 100.000 asesinados, ejecutados extrajudicialmente, paseados, fusilados en sacas de las prisiones y enterrados en fosas comunes, anónimas, España no es otra cosa que un cementerio de víctimas de la barbarie y el odio. Y que los españoles caminamos literalmente sobre los huesos de las víctimas de un genocidio. Ahora mismo están unos geólogos excavando una fosa común en el jardín de una vivienda privada. Y ahora también, merced al descubrimiento de una peineta en una calavera queda probado lo que todo el mundo sabía: que, además de asesinar a los rojos, los franquistas asesinaban también a sus mujeres. Iban por ellas como iban por los hijos, los hermanos, los padres o los abuelos. El terror sembrado fue infinito y dura hasta hoy. Es un crimen de lesa Patria, cometido por quienes se pasan el día hablando de ella.
La otra atrocidad fue el robo de hijos de republicanos. Ahora ya sabemos mucho de esa práctica inhumana. Sabemos que esperaban a que las condenadas dieran a luz para fusilarlas y quedarse con los críos; sabemos que se llevaban los hijos de las presas y ya no se los devolvían; sabemos que secuestraban a los hijos de los exiliados mediante el servicio exterior de la Falange; sabemos que el robo de niños estaba amparado en las doctrinas inenarrables de un psiquiatra, Vallejo-Nájera, con calle en Madrid, que, en su demencia, consideraba, por ejemplo, que el marxismo era una enfermedad y que no tenía mucho que envidiar a los racistas alemanes.
Con el paso del tiempo seguramente empezaron a escasear los hijos de rojos que pudieran robarse y fue necesario buscar suministro en otra parte porque, muy probablemente, ese delito del robo de niños se había convertido en un negocio. Así, por lo que vamos sabiendo de esta siniestra trama en la que, cómo no, está mezclada la iglesia católica a través de sus curas y monjas, la actividad duró hasta fines de los años setenta y primeros de los ochenta. Que haya monjas metidas en este crimen demuestra hasta qué punto l@s religios@s católic@s hacen lo contrario de lo que predican. Se oponen a la contracepción y, con uñas y dientes, al aborto en nombre del supremo valor de la vida humana en abstracto, pero su respeto por la vida humana en concreto termina en el momento en que esta sale del seno materno.
La imagen de esa madre reunida con su hija de 29 años, que le fue robada nada más nacer, podría titularse rostros que irradian felicidad y la hacen contagiosa. Una felicidad mayor que los 29 años de sufrimientos impuestos por una gente desprovista no solo de corazón sino también de entendimiento. Fanátic@s y/o canallas.
(La primera imagen es una foto de Foro Cultural Provincia de El Bierzo, bajo licencia de GNU Documentación libre.). La segunda es la portada de El País de hoy.
dimecres, 30 de novembre del 2011
Franco.
La memoria de Franco pesa sobre la conciencia colectiva de los españoles como una losa más abrumadora que la de 1500 kilos que cubre la tumba del dictador. Se haga lo que se haga, ahí sigue, como un fantasma del pasado que no permite el descanso de los muertos ni la paz de los vivos. Su periódico retorno con uno u otro motivo resucita los sentimientos de humillación, terror y persecución de cientos de miles de españoles, vivos de nuevo en el recuerdo de los relatos de la España negra con los que crecieron sus descendientes.
¿De qué otra forma podía ser cuando, contra todo espíritu de magnanimidad, el cuerpo del dictador yace en el centro de un inmenso, ciclópeo mausoleo que se hizo construir en vida para su mayor gloria en la muerte a su vez en el centro mismo de España? Cercana al Escorial, pétreo emblema del imperio español, con voluntad de resurrección imperial, esa gigantesca cruz no simboliza la reconciliación de los españoles, sino la victoria de unos sobre otros y se alza en recuerdo de los casi cuarenta años del régimen más sanguinario que haya padecido el país nunca. Desde Cuelgamuros irradia el espíritu de unos vencedores inmisericordes que crearon un cementerio colectivo en el que enterraron a la fuerza los huesos de los vencidos para que les sirvieran como trofeo por los siglos de los siglos. Quienes afirman que el monumento trata de hermanar a los españoles más allá de la muerte y de honrar por igual a los caídos de ambos bandos sólo añaden la mofa a la afrenta. ¿Desde cuando se entierra a las víctimas con su victimario, a los asesinados con su asesino?
Mientras esa mole esté en donde y como está los españoles no conocerán la paz de espíritu ni podrán entenderse. Los descendientes de los vencedores porque se sentirán obligados a seguir respetándolo y aun rindiéndole honores como única forma de acallar sus remordimientos. Los de los vencidos porque, al no encontrar justicia ni reparación, seguirán siendo presas del recuerdo herido y sintiéndose derrotados, como experimentan quienes diariamente pasan junto al arco de La Moncloa que, para vergüenza de todos, sigue llamándose Arco de la Victoria.
Ahora la comisión de expertos a la que el Gobierno encargó la tarea de recomendar una decisión que hubiera debido tomar el Parlamento en su día propone exhumar los restos del Caudillo y llevarlos a otro lugar, siempre que la iglesia católica otorgue su permiso. Sin duda esta cautela está dictada por muy pertinentes consideraciones jurídicas pero equivale a dejar en manos de una organización privada una medida de enorme trascendencia pública; una organización privada que fue cómplice de la Dictadura a lo largo de su existencia. Y más que complice, fue, junto a ejército y la policía política, uno de sus pilares fundamentales bajo la forma del nacionalcatolicismo, la que tomó el fascismo en España.
Tres de los miembros de la comisión se oponen a lo que ésta recomienda porque contribuiría a dividir y radicalizar a la opinión pública, un argumento que pone de relieve lo que niega. Todo lo que tiene que ver con Franco divide y radicaliza porque él dedicó su vida a dividir y radicalizar España y, mientras no esté enterrado en algún otro lugar, mientras siga expuesto presidendo en cierto modo el centro mismo de la memoria colectiva de la tragedia nacional, así será. Tarde o temprano, aquí, en la Argentina o en donde sea, un tribunal de justicia calificará de genocidio la represión franquista, un delito que no prescribe, y condenará a Franco como genocida. Entonces el peligro de división y radicalización será máximo.
El franquismo es el responsable de que generaciones enteras de españoles experimentaran su condición nacional como una vergüenza cuando, al salir al extrajero, comparaban los Estados de derecho europeos, respetuosos con la dignidad de sus ciudadanos, con la tiranía que ellos padecían y que los trataba como súbditos y carne de presidio. Nada humilla más a una persona que vive bajo una tiranía que compararse con quien lo hace en un régimen de libertad. De ahí viene en buena medida el complejo de inferioridad de los españoles frente a los europeos.
Llega el informe en el momento del relevo en el gobierno y, por más que los socialistas pidan a Rajoy que no lo ignore, lo más probable será el olvido con el argumento de que no es un asunto urgente, pues los hay mucho más. Querrá ocultarlo recurriendo a esa fórmula huera de que España es una gran nación y se ayudará de los gritos de rigor al estilo Bono de ¡viva España! Pero una nación que maltrata a sus hijos, les niega la justicia y la reparación, jamás será grande. Vivirá seguramente pero será en la ignominia. El orgullo del presente hunde sus raíces en el pasado y el pasado español hiede a mortandad.
(La imagen es una foto de hermenpaca, bajo licencia de Creative Commons).
dissabte, 27 d’agost del 2011
El Islam y sus tiranos.
Lo que en su día se llamó "la primavera árabe", con esa capacidad de los medios de acuñar expresiones muy gráficas pero bastante confusas, ha avanzado hacia un verano en el que al fuego del sol se ha unido el de las ametralladoras y los cañones. La "primavera árabe" apuntaba al supuesto de un movimiento de rasgos muy parecidos, casi unitario. Al fin al cabo, más que árabe, la primavera era islámica y el Islam, ya se sabe, viene a ser una umma, una unidad religioso-civilizatoria. Es más que una koiné porque traspasa la comunidad de lengua y afecta a la religión, los usos jurídicos, políticos, etc. Sin embargo, en su desarrollo, la supuesta unidad primaveral se ha fracturado según en qué países ha prendido. El Estado (o lo que pasa por tal en el Islam) se ha impuesto a la umma; y lo que en unos países fue un movimiento popular civil que acabó con dictaduras disfrazadas de democracias, en otros se ha convertido en guerras civiles (Libia), encontronazos armados entre grupos rivales (el Yemen) o cruel y sanguinaria represión militar (Siria), dejando claro lo dicho: cada país tiene su circunstancia.
Sin duda hay parecidos. El movimiento tradujo en un principio un hartazgo de las poblaciones con las sempiternas tiranías locales. Pero, como las reacciones de éstas han sido variadas, los conflictos se han diversificado y analizarlos requiere clarificar estas cuestiones. Otra similitud sorprendente es la del comportamiento de algunos tiranos. Gadafi parece seguir el modelo Sadam Hussein o Ben Laden. Desafiantes en un principio, mantienen un discurso hecho de baladronadas hasta cuando la situación es deseperada. Luego se dan a la fuga y se esconden con mayor o menor fortuna. Hasta que los encuentran y los ejecutan también de forma más o menos legal. Después se descubre que su vida privada se repartía entre la megalomanía, el lujo más absurdo y desenfrenado y una crueldad sin límites.
Las peculiaridades del Islam son tales que la aplicación de categorías propias de los análisis occidentales, de carácter racional y no religioso, sólo añade a la confusión. Tiene gracia esa bronca entre dos tendencias de la izquierda, minoritarias al estilo de la vida de Bryan, acerca de la actitud correcta en el conflicto libio. Unos aplauden el derrocamiento del dictador Gadafi, asesino de su pueblo, y otros sostienen que quienes aplauden ese derrocamiento hacen el juego a la OTAN. Los primeros acusan a los segundos de apoyar una dictadura criminal y los segundos a los primeros de someterse a un imperialismo no menos criminal. Realmente no merece la pena seguir.
Los países musulmanes tienen todos fuertes tendencias autocráticas porque el orden social que su religión impregna más o menos profundamente también es autocrático, intolerante, paternalista, machista y homófobo. Esas sociedades no pasan con buena nota una "auditoria" de derechos humanos ni siquiera despojado de todo perverso "eurocentrismo". Tampoco van muy allá en la distinción entre el ámbito de lo público y el de lo privado, que es una viga maestra de cualquier sistema democrático-liberal. En muchos países islámicos el poder político es prácticamente patrimonio de una casta (militar o partidista) e, incluso, de una familia. En estas condiciones, los ánálisis occidentales resultan patéticamente rígidos y maniqueos. Todas las posiciones en los conflictos son complejas y contienen elementos contradictorios: hay tiranos que actúan como dirigentes "progresistas", partidarios de la modernización y democratización de sus estados, al menos nominalmente y sin dejar por ello de ser déspotas odiosos. Y hay movimientos de resistencia en los que se mezclan y confunden reivindicaciones de carácter laico y democrático con otras de fanático integrismo. Tomar partido aquí es acabar defendiendo lo indefendible.
Luego está la faceta exterior. Mucha gente señala que la intervención armada occidental en este abigarrado y conflictivo mundo (en el Afganistán, en el Irak, ahora en Libia y quién sabe si en Siria) es un acto de imperialismo. Los países capitalistas tratan de asegurar sus fuentes de energía. Los occidentales, a su vez, al menos sus ideólogos, aducen la novísima doctrina del derecho internacional humanitario, del derecho de injerencia en los asuntos internos de otros Estados cuando los gobernantes atentan contra los derechos humanos de su población. Los críticos dicen que eso es falso y una simple excusa para continuar con la explotación manu militari de estos pueblos. Es posible que sea así, pero no es obligatorio. En otros términos, ¿se acepta o no que hay un derecho de injerencia por razones humanitarias? Si no lo hay, toda intervención es criminal; pero si lo hay, hay que ejercerlo.
Por otro lado, la misma acusación al imperialismo debe matizarse. Desde un punto de vista de Realpolitik, los países occidentales tienen unas necesidades de defensa que deben satisfacer. La idea de que unos u otros regímenes puedan utilizar la energía o las materias primas como armas en combate evitando los choques armados pero atacando directamente a la población civil no es disparatada. Rusia lo hace de vez en cuando con Ucrania y el suministro de gas. Mal gobernante será aquel que no proteja a sus ciudadanos de las agresiones, se produzcan dónde y cómo se produzcan. Igual que lo será el que no se defienda frente a ataques terroristas devastadores procedentes del exterior. Las torres gemelas y el atentado de Atocha son dos ataques que hubieran sido seguidos de otros de no ser porque las sociedades amenazadas (Alemania e Inglaterra, por ejemplo) tomaron las medidas necesarias para prevenirlos. Y esas medidas pueden obligar -y así sucede por razones tácticas obvias- a interferir en asuntos internos de otros Estados.
Por supuesto que el capitalismo desemboca siempre que puede en imperialismo explotador y esquilmador, pero la lucha contra éste no puede llevarnos al extremo de hacer causa común con asesinos como Gadafi o autócratas de impronta religiosa como Ahmadinejad. Que es lo que le pasa a Chávez, sin ir más lejos.
(La imagen es una foto de Vectorportal, bajo licencia de Creative Commons).
dilluns, 9 de maig del 2011
22 de mayo.- Gürtel y las sabandijas.
A medida que se acerca el día en que el Curita tendrá que comparecer ante la justicia por los presuntos delitos de cohecho impropio, malversación, prevaricación, etc., pierde los nervios con mayor frecuencia y cada vez desbarra más, añadiendo ahora a sus habituales dislates alguna canallada que otra.
Que el hombre que, al parecer, se hace pagar los trajes por presuntos delincuentes; el que miente asegurando que no conoce al Bigotes que, sin embargo, es su amiguito del alma; el que parece amparar todo tipo de abusos, latrocinios y estafas a la administración pública que él debiera proteger; el mismo santurrón que supuestamente permite que cuatro chorizos se lucren con la visita del Papa; que el presunto mangante gürteliano, digo, haga bromas sobre un militar de la República que tuvo la integridad y la gallardía de morir por ser fiel a su juramento, cosa que el farmacéutico consorte ni huele, es algo que excede los límites morales de esta España de truhanes, ladrones, pícaros, corruptos y rufianes, para llegar a la de las sabandijas, especie muy frecuente en el rebaño de necios empingorotados que constituye la gente bien de toda la vida.
El abuelo de Zapatero murió asesinado por los facciosos en 1936, algo más de veinte años antes del nacimiento de su nieto. No es que no le diera ternura y cariño, como dice el Curita, sino que no pudo dárselos porque lo habían asesinado y lo hicieron los antecesores ideológicos de Camps. Es de suponer que no fueron los compañeros de su abuelo o su propio abuelo, que tanta ternura y cariño destiló en su nieto. Basta con oírlo hablar.
Es comprensible que en el PP estén dispuestos a todo con tal de tapar la Gürtel, como dice Felipe González. Y todo, por lo que se ve, es todo. Acusar al Gobierno de permitir la entrada de ETA en las instituciones a cuento de la sentencia del Tribunal Constitucional admitiendo las candidaturas de Bildu, además de ser un ultraje al mismo tribunal, es otro golpe bajo esta vez de Aznar cuyo abuelo, hombre fiel al Caudillo Franco, como lo fueron su padre y él hasta que le interesó disimular sis convicciones, le dio todo el cariño y la ternura que el abuelo de Zapatero no pudo dar a su nieto porque lo asesinaron los franquistas.
Hace poco que Aznar acusaba a los socialistas de ir removiendo huesos, que ya era una forma inhumana, perversa e inmoral de referirse a la Ley de la Memoria Histórica, pero la ignominia de Camps deja a Aznar reducido a aprendiz de provocador. Y aun más, este desalmado de los trajes impagos añade que, al día siguiente de las elecciones, llamará a Zapatero para exigirle elecciones anticipadas. ¿No será más propio que le pida perdón por zaherir sus sentimientos de forma tan estúpida y cruel?
Y tanta demasía no sirve para nada porque no hay quien oculte la Gürtel que no es otra cosa que la materialización delictiva del ideario neoliberal de privatizaciones, desregulación y predominio irrestricto del mercado. Materialización perfectamente instrumentada y coordinada por un partido en el que abundan las gentes que están en política para forrarse y lo hacen a rajatabla, esquilmando los dineros públicos con tanta pericia que, además, mirabile dictu, consiguen que los esquilmados los voten.
(La imagen es una foto de ppcv, bajo licencia de Creative Commons).
dissabte, 7 de maig del 2011
El derecho fundamental a honrar a los muertos.
Todas las civilizaciones conceden especial importancia al respeto a los muertos, al culto a los antepasados. Los que ahora somos, somos herencia de los que fueron y semilla de los que serán. Esa cadena no se debe interrumpir. Si por las razones que sean, normalmente bélicas, llega a romperse, la colectividad contrae una deuda con aquellos muertos que no hayan recibido la debida sepultura. De todas las pistas que los arqueólogos siguen para desentrañar una cultura la más consistente suele ser la de los ritos y usos funerarios. Porque todos los pueblos honran a sus muertos, a todos, y a nadie le gusta que los suyos yazcan arrojados en cualquier rincón
El Foro por la memoria histórica de Guadalajara convoca a una concentración el domingo para protestar por una decisión del ayuntamiento en el que el PP tiene mayoría, que le niega un plan de adecentamiento de la fosa común del cementerio municipal en donde hay enterrados unos quinientos republicanos asesinados por los sublevados del 36.
dijous, 14 d’abril del 2011
¡Viva la República!
80º aniversario de la proclamación del último régimen de libertad y soberanía popular que ha habido en España desde la efímera Iª República de 1873. Dejo la cuestión de si cuenta o no la Monarquía parlamentaria actual que dice también haber devuelto la soberanía al pueblo. Sea lo que sea lo de hoy, la IIª República fue un estallido de emancipación popular en un sentido muy profundo. Podía haber traído aquí alguna otra foto pero creo que ésta de las misiones pedagógicas es muy ilustrativa. Misiones es término de uso religioso. Los españoles seguían siendo mitad monjes pero no ya también mitad soldados sino maestros. Tal fue la IIª República. La República de los maestros. Y su efecto es el de la maravilla que reflejan esos rostros campesinos, curtidos que acceden a lo que ni habían podido intuir en los años de la monarquía de estúpidos parásitos que, por no saber, ni sabían hacer aquello para lo que se preparaban: la guerra. La única guerra que el ejército español ha ganado en serio, de modo definitivo y total, ha sido contra su propio pueblo y necesitó la ayuda de alemanes, italianos y moros. A las clases que nutrían y mandaban ese ejército les producía ira ver los rostros de la foto de la derecha. Eso era lo que les sacaba de quicio y lo que las empujó a dar un golpe de Estado con una guerra de tres años y una postguerra de treinta y cinco. Con el ejército empezó la cosa y con el ejército terminó. Casi nadie recuerda que, en buena medida, la proclamación de la República viene precedida del fusilamiento de los capitanes Galán y García Hernández en diciembre de 1930 por haberse sublevado en Jaca en favor de la República. Militares republicanos, por cierto, de los que había muchos pero no suficientes.
Así que aquel régimen, que se basaba en la soberanía popular, sucumbió al asalto militar de la derecha nacionalcatólica que estableció una dictadura genocida. Pero después vino la transición y la transición devolvió la soberanía al pueblo. Mas esto no es estrictamente cierto. La IIª República surgió como un acto del Poder Constituyente que es siempre originario y muchas veces revolucionario. La Monarquía parlamentaria emanada de la transición no es el producto de un Poder Constituyente soberano y originario sino de un poder constituido dentro de un marco más amplio que son las instituciones del 18 de julio, empezando por la propia Corona. La Comisión constitucional que ni siquiera se llamó constituyente por miedo tenía territorios vedados, el más señalado el de la Monarquía. Ésta en la persona de Juan Carlos no era producto de la legitimidad dinástica, puesto que su padre tenía mejor derecho, ni de la popular pues nadie la había votado en referéndum. Su legitimidad era, y sigue siendo, la del nombramiento de Franco.
El pueblo es ahora soberano, se dice, puesto que la Constitución prevé la posibilidad de un cambio en la forma de gobierno de la Monaquía por la República. Con muchas dificultades pero la prevé. Lo que sucede es que, a su vez, hay una especie de acuerdo fundamental entre los dos partidos mayoritarios en el sentido de que la Monarquía no se toca. Como eso no se puede decir en público, cada vez que alguien plantea la necesidad de acabar con el franquismo definitivamente sometiendo la forma de gobierno a referéndum se dice que no es el momento, que no es oportuno. Y eso que pedir un referéndum ya es hacer concesiones dado que la única forma de gobierno totalmente legítima en España al día de hoy es la República, que perdió la guerra pero no el mandato popular.
Así que, efectivamente, los republicanos somos unos plastas que llevamos setenta años pidiendo que nos devuelvan lo que nos arrebataron manu militari, nuestra República, sea o no sea el momento o la conveniencia. Hay quien, aparentemente ingenioso, amenaza con la pesadilla de un República presidida por Aznar. La mayoría de los no momentáneos dice que la Monarquía se ha legitimado por la intervención del Rey en contra de la intentona del 23-F que viene a ser algo así como el razonamiento de los comerciantes de Chicago que pagaban por conseguir la protección de quienes les destruirían los establecimientos si no pagaban. Es un argumento de conveniencia.
Tiene gracia ese discipulaje que profesaba el primer Zapatero en relación con el teórico político Philip Pettit y su teoría del republicanismo cívico, que es compatible con la Monarquía. En el fondo bien puede ser un asunto de palabras y que Pettit tenga razón en que lo importante es lo cívico, el ser ciudadanos y no súbditos. Hoy los reyes no tienen súbditos. Y ¿sobre quién reinan entonces? Claro, reinar o no reinar es tambien cosa de palabras. Pero, si es cosa de palabras, ¿por qué no cambiar unas por otras, súbdito por ciudadano y rey por presidente de la República?
No se trata de mirar la conveniencia ni de envolverlo todo en malabarismos semánticos sino de valores y principios. Por eso seguiremos pidiéndola. Yo, de momento, voy a hacerlo en Arenas de San Pedro.