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diumenge, 21 de juny del 2009

Cura de humildad.

Cuando estemos a punto de pensar qué importantes somos y cómo nuestros asuntos son los asuntos esenciales de la Humanidad, se puede echar una ojeada a la situación del planeta pinchando en la imagen de la izquierda o en el Reloj del mundo. Las cifras producen vértigo. Todas: las de población, las de medio ambiente y emisión de CO2, las de crímenes, alimentos, energía, muertes. Cada segundo nacen algunos y mueren otros, o sea que no es posible saber cuántos somos salvo aproximadamente: seis mil millones setecientos cincuenta y dos millones quinientos diecinueve mil trescientos sesenta y cinco. Y al terminar de decir la cantidad ya somos más. Hagan la prueba. La cosmópolis se ha hecho realidad en la aldea global, convertida en una hipermegalópolis.

Gracias, Pilar.

dimarts, 9 de juny del 2009

La economía mundo, hoy.

Muy oportuno y muy interesante este libro (Jaime Requeijo, Odisea 2050. La economía mundial del siglo XXI, Madrid, Alianza, 2009, 197 págs.) escrito por un ilustre catedrático emérito de Economía Aplicada de la UNED a base del resultado de una investigación financiada en su día por la Fundación FUNCAS, de las Cajas de Ahorros. Sobre todo, oportuno, porque nos interesan visiones al día de los complejos procesos económicos y financieros de este mundo globalizado, especialmente si, como hace el autor de este libro, no se limita a los aspectos áridamente econométricos ni siquiera económicos de la cuestión sino que los relaciona con cuestiones que nos afectan socialmente como las migraciones, la esperanza de vida o los recursos energéticos. El autor tiene un punto de vista vagamente neoliberal que no comparto (con discrepancias que señalaré en su momento), pero sus análisis son siempre rigurosos y acertados.

Arranca Requeijo levantando constancia de la crisis financiera mundial y enumera los cuatro rasgos que considera esenciales en el sistema financiero mundial: 1) su total integración; 2) la enorme complejidad de muchos de los productos que se negocian; 3) la existencia de una sistema financiero "en la sombra", formado por bancos de inversión, fondos del mercado monetario, de alto riesgo, etc; 4) las entidades que tradicionalmente han evaluado la solvencia de instituciones y emisiones ya no son de fiar (p. 14).

Al comienzo del libro hace un análisis pormenorizado de las principales centros económicos del mundo. En el caso de los Estados Unidos señala que sus rasgos característicos son: 1º) el tamaño. Con 14 billones de dólares de producto total en 2007, es la mayor economía del mundo como país; 2º) su gran capacidad tecnológica que relaciona el mundo militar con el civil; 3º) la flexibilidad de sus mercados de productos y factores; 4º) su cultura individualista (p. 20). -La Unión Europea le parece un enorme Estado del bienestar gestionado por las administraciones públicas, lo que requiere un gasto público muy elevado, en torno al 50 por ciento del PIB que en España es del 40 por ciento (p. 21). Esta es una discrepancia típica con los neoliberales que ven el Estado del bienestar en términos de gasto público exclusivamente, sin referencia alguna a los aspectos desmercantilizados de su gestión y mucho menos de la justicia social, que es anatema en la doctrina neoliberal. La Unión Europea de los 27 Estados, a su vez es la mayor economía del mundo como conjunto. Algunos de sus miembros (Alemania, Francia, Reino Unido) tienen alta capacidad tecnológica, los mercados muy integrados y la ventaja de la moneda única. Pero el autor considera que está lastrada por el gasto de su Estado del bienestar. No es preciso decir que, a mi entender, el Estado del bienestar es una de las grandes conquistas del siglo XX e irrenunciable.-El Japón tuvo un crecimiento del 9,6 por ciento entre 1960 y 1973, gracias a su forma "administrativa de guiar", garantizada por el MITI (que, por cierto, implica intervencionismo económico) pero después ha bajado a un 1,5 por ciento (pp.24/25), quedando en una situación de estancamiento. La China ha salido adelante gracias a las reformas que se aplicaron al comunismo a raíz de la muerte de Mao y ha puesto en marcha un modelo de desarrollo basado en las exportaciones y que cuenta con la mayor reserva de divisas del mundo que acabarán dándole el primer puesto (p. 29).- La India tuvo un crecimiento medio anual del 6,03 por ciento entre 1982 y 2007. Es ya la duodécima economía del mundo y sigue avanzando (p. 31). Es el segundo país del mundo en población y en 2050 será el primero, con 1.658 millones de habitantes (p. 34). Los otros dos gigantes a los que se refiere Requeijo son el Brasil y Rusia.

En cuanto a la crisis actual, en parte se debe a la insuficiente regulación y supervisión de los sistemas financieros, que son responsabilidad del sector público (p. 42). Esta es una de las discrepancias más agudas: los neoliberales culpan de la crisis al sector público por no haber ejercido sus funciones con eficacia, pero se trata de una crítica muy injusta por cuanto fueron los mismos neoliberales quienes desmantelaron los sectores públicos e impideron que pudieran ejercer sus funciones supervisoras. Requeijo sostiene que la recuperación de aquella se enfrenta a dos tipos de inconvenientes: la limitación de los recursos y los problemas medioambientales (p. 43). Para el año 2050 considera que la jerarquía de las economías será la siguiente: 1º) EEUU; 2º) UE; 3º) China; 4º) Japón; 5º) India, Rusia y Brasil.

En un capítulo muy interesante titulado Los señores de la energía analiza los problemas del abastecimiento energético del mundo, el de los recursos no renovables, los ritmos de consumo a la vista de las demandas crecientes de economías emergentes, como la China y la India, el petróleo y los mercados de petróleo como fuentes de problemas y de situaciones conflictivas. En este contexto considera que debe reabrirse el debate sobre la energía nuclear y cita el caso del famoso "arrepentido", Patrick Moore, fundador de Greenpeace que publicó un artículo en el Washington Post en abril de 2006 invitando al movimiento a cambiar de actitud por creer que la energía nuclear es la única que puede salvar el planeta por ser menos contaminante que el carbón y más barata que las centrales térmicas e hidroeléctricas (p. 71). Siempre que se habla de energía hay un debate interminable. Entiendo el punto de vista semimalthusiano que habla del agotamiento y de la necesidad de la energía nuclear, pero no estoy seguro, ni creo que pueda estarlo nadie, de que esa sea la solución ideal. Sin necesidad de mencionar aquí las tesis de los partidarios del decrecimiento, con los que tampoco coincido, entiendo que todavía tenemos un tiempo para indagar en las fuentes alternativas y renovables ya que el problema con ellas no es si están o no disponibles, sino el de su explotación eficiente con el nivel tecnológico más desarrollado, cuestión que está lejos de resolverse y no se resolverá nunca si las sustituimos por centrales nucleares.

El autor dedica un capítulo titulado Cigarras y hormigas a analizar la famosa "paradoja de Lucas" según la cual la balanza de pagos es negativa en los países desarrollados y ricos y positiva en los pobres o, en otras palabras, el capital fluye de los países pobres (en donde hay más ahorro) a los ricos (en donde hay más inversión). En 2007 los mayores exportadores de capital fueron la China (21, 3 % del total), Alemania (14,5%), Japón (12,1 %), Arabia Saudita (5,5%), Rusia (4,4%) y, en cambio, los mayores importadores fueron: EEUU (49,2 %), España (9,8%), Reino Unido (8,0%), Australia (3,8%), etc (p. 78). El motivo por el que no hay apenas exportación de capital privado a los países pobres es el de su mala calidad institucional (p. 79). El canal fundamental de préstamo de los ahorradores a los desarrollados es la acumulación de reservas. Dos tercios de las reservas mundiales en 2007 pertenecían a los países asiáticos y a Rusia, con ellas tratan estos países de estabilizar su moneda y conseguir que el dólar no se deprecie (p. 81). El dólar y el euro son el 92% de las reservas de los países industrializados y el 89% de los países en desarrollo (p. 83). Esta situación preanuncia un futuro con tres posibles alteraciones de la economía mundial: 1) mayor inestabilidad del sistema monetario internacional; 2) redistribución del poder económico; y 3) posible resurgir de tensiones proteccionistas (p. 84).

La cuestión de las migraciones requiere también reflexión. Son el fenómeno contemporáneo por excelencia. Los emigrantes han pasado de 75.463.352 en 1960 a 190.635.564 en 2005 y sólo se habla de la legal (p. 98). Las emigraciones posibilitan el envío de remesas, que contribuyen mucho al desarrollo. Al propio tiempo es importante controlar el nivel educativo de los inmigrantes (p. 107). También hay problemas de compatibilidad y/o integración cultural. Considera aceptable el criterio de Samuel P. Huntington del "choque de civilizaciones" si bien matiza con otras concepciones, como la de Fouad Ajami, para quien los intereses son más importantes que las civilizaciones (p. 113). No me parece que los intereses sean desglosables de las civilizaciones y, en cambio, tiendo a pensar que, mediando la política, las relaciones entre civilizaciones no tienen por qué reducirse a las antagónicas del choque. Sostiene asimismo el autor que la inmigración ilegal (calculada en un 1 % aproximadamente de la población total de la OCDE) es un problema potencialmente explosivo (p. 114)

Otro fenómeno social de gran repercusión económica y financiera es el envejecimiento galopante de la población producido por la caída de las tasas de fertilidad conjuntamente con el aumento de la esperanza de vida. Avanzamos hacia un mundo de ancianos y, sobre todo, de ancianas. Los efectos económicos de la vejez se notarán en el aumento de las tasas de dependencia. Así ha sido en Europa y, sobre todo, en España, en donde la transformación ha sido brusca: de 2,8 hijos por mujer en 1976 a 1,39 en 2007; de una esperanza media de vida de 73,34 años en 1976 a 80,23 en 2007 (p. 133). Se proponen diversas soluciones para paliar el envejecimiento. El recurso al aumento de la inmigración es problemático y en algunos países, como el Reino Unido y Holanda, casi imposible (p. 138). La OCDE propone reformar la legislación en materia de jubilación, medida que se me antoja muy atinada; no tanto otras que propone el autor y que me parecen una forma indirecta de restar derechos a los trabajadores y aumentar su explotación. Por ejemplo: "...debe suprimirse en las negociaciones salariales la norma según la cual los años de trabajo cuentan positivamente en la fijación de los salarios futuros" (...) También propone evitar "las normas que protegen el empleo de los trabajadores de más edad porque, por ese conducto, lo que se consigue es desincentivar la contratación de este tipo de trabajadores." (p. 140) Un típico razonamiento neoliberal como ese de establecer el despido libre como medida para resolver el problema del paro.

No es posible hablar de economía hoy sin hacerlo de las nuevas tecnologías, que abren horizontes insospechados. Casi todas las fantasías utópicas de la humanidad llevan camino de cumplirse en un veloz proceso de aceleración tecnológica (p. 149). Frente a ello, nos encontramos con un problema de obsolescencia del capital humano. Requeijo identifica estos sectores como los siguientes: 1) banca y seguros; 2) Administración Pública y educación; 3) química; 4) ingeniería; 5) salud; 6) transportes y comunicación; 7) servicios a las empresas: 8) alimentos y bebidas; 9) otras manufacturas; 10) construcción; 11) comercio; 12; agricultura y pesca" (p. 154). En la medida en que conozco alguno de ellos, doy fe. Añadiría, no obstante y en puesto muy alto la administración de justicia.

En su capítulo de cierre, Requeijo trata el caso español. Nuestros puntos débiles son: a) la debilidad exterior por el déficit por cuenta corriente de la balanza de pagos que alcanzó los 105.838 millones de euros en 2007, equivalente al 10% del PIB y con una necesidad de financiación del 9,5% del PIB. (p. 166). Igualmente nuestro endeudamiento y nuestra debilidad energética (p. 169). Otras debilidades son la baja productividad y los elevados costes laborales, que equivalen a algo más del 47% de los costes totales de producción en 2007 (p. 173). La Productividad Total de los Factores (PTF), buen indicador de desarrollo y crecimiento, depende de: a) las infraestructuras; b) el capital humano; c) la inversión en i + d; d) el espíritu empresarial (p. 174). Al ser baja la productividad es baja la competitividad que es la "capacidad de un país para ganar y defender mercados" (p. 175). Hace un cálculo comparativo histórico para ilustrar la pérdida de competitividad tomando como base 100 el primer trimestre de 1999 de forma que en septiembre de 2008, la pérdida de competitividad frente a la Eurozona estaba en un 10,6%; frente a la UE-27, un 11,6; frente a países desarrollados, 15,8; frente a los países industrializados un 117,0; frente a nuevos países industriales de Asia (p.177). Desde la implantación del euro la exportación española ha ido perdiendo competitividad frente a las áreas globales de la economía mundial por el doble efecto del tipo de cambio-inflación relativa. (p. 179). Hace por último una serie de recomendaciones para resolver la crisis: a corto plazo la productividad aumentará por el incremento del paro, pero lo importante es que aumente el empleo y la productividad al mismo tiempo, lo que lleva a la productividad Total de los Factores (p. 180); hay que reducir la inflación y ha de mejorar la competitividad-tecnología.

No sé si el título del libro, Odisea 2050 está muy bien escogido. Parece que hace referencia por un lado a la Odisea de siempre y, por otro, al film de Kubrick; entiendo que se trata de visualizar cómo el mundo navega por las aguas procelosas de la crisis; pero no alcanzo a ver en dónde se situaría Itaca.

dijous, 21 de maig del 2009

Diálogo desde la izquierda.

Las ediciones de La catarata han sacado la cuarta edición de este libro de José Luis Sampedro y Carlos Taibo (Conversaciones sobre política, mercado y convivencia, Madrid, La Catarata, 2009, 180 págs.) publicado originalmente en 2006 porque tiene éxito, se vende bien y, además, le han incorporado una conversación nueva sobre la crisis ("la crisis" por antonomasia es ya la que padecemos), lo que justifica que Palinuro lo reseñe en esta sección del blog dedicada a los libros que acaban de aparecer.

He aquí, por lo demás, una obra de acuerdo con una de esta técnicas mdernas, la de la conversación entre dos o más personas, grabada y transcrita posteriormente. Es un género relativamente nuevo; tiene el formato de un diálogo y es un diálogo, pero no uno de la tradición literaria que aparece ya en Platón y que era inmaginarios sino uno de incuestionable realismo y actualidad. Los dos participantes, que se hicieron amigos a raíz de esta experiencia son una pareja de viejos e impenitentes izquierdistas radicales muy conocidos en el país. No hace falta decir que Palinuro está claramente sesgado en sus simpatías hacia esta posición y que su valoración general del libro es buena porque se trata de un texto del que se obtienen provechos. Por supuesto, hay algunos puntos de discrepancia que saldrán inevitablemente a la luz entre los autores y el crítico, pero estoy seguro de que aquellos entenderán que se trata de discrepancias amparadas en la coincidencia en los asuntos de base, de raíz, los valores (que diría el señor Aznar) que compartimos.

Y empiezo por una de esas discrepancias que se repite a lo largo de la obra en comentario y que obedece a lo que a mi juicio es cierta soberbia intelectual de los autores. Ambos son demócratas y radicales, pero cuando la gente no hace lo que ellos creen que debe hacerse o hace lo contrario, su opinión sobre ella es muy negativa. La gente, llega a decir José Luis Sampedro, "no está en condiciones de pensar, que está condicionada. La democracia se halla absolutamente falseada gracias a unos mecanismos técnicos que sustituyen la opinión pública por la opinión mediática" (pp. 24/25). Se trata de una actutud elitista muy frecuente entre los intelectuales de izquierda que no comparto porque viene a decir que nosotros sabemos mejor que la gente lo que la gente misma quiere, cosa lógica , si bien se mira, cuando se admite y se dice que los poderes "tienen atontada a la población" (p. 26). Sospecho que algo así no es tan fácil y que va siendo hora de que reconozcamos que, cuando la gente no hace lo que nos parece razonable y hace, por ejemplo, lo que pide la derecha, en principio se debe a que no hemos sabido ganárnosla. Y eso es todo y la democracia implica trabajar denodadamente y sin soberbia por recuperar las mayorías que nos hacen falta y que quizá se nos han marchado por nuestra falta de cabeza, pero no insultar a los votantes de otras corrientes.

Los dos amigos tratan a continuación el fenómeno de la globalización al que se oponen con uñas y dientes. Se trata de otro frente de discrepancia con los autores. Taibo cree que el término mismo de globalización es una especie de trampa para evitar conceptos más críticos como "capitalismo" o "imperialismo" y, por ello, propone hablar de "globalización capitalista y/o globalización neoliberal. Esto quiere decir, y me parece cierto, que no tiene sentido hablar de "alterglobalización" porque, señala Taibo, nadie sensato hablaría de "alterimperialismo" o "altercapitalismo". Obviamente lo que quiere decir es que, siendo la globalización intrínsecamente mala, como el imperialismo, una solución alternativa de forma pero igual de esencia no sería aceptable, lo cual es muy cierto... siempre que se acepte que, en efecto, la globalización es mala cosa per se. Si tal cosa no se acepta, cual es mi caso, la observación no se tiene de pie. A mi modesto entender, la globalización, como proceso técnico que es, es axiológica y racionalmente neutro; es buena o mala según el uso que se haga de ella. A primera vista me parece una gran conquista en muchos terrenos; que también pueda ser un pepla desde otros puntos de vista no es, a mi entender, un argumento válido contra la globalización sino contra quien la utiliza con fines, digamos, bastardos. A Taibo, sin embargo, la globalización le parece, como el pecado del catecismo del padre Astete, "la suma de todo mal sin mezcla de bien alguno" y ello por cuatro rasgos, a saber: la especulación, la función de los capitales, la deslocalización y la desregulación, todo lo cual contribuye a crear un paraíso fiscal a escala planetario (pp. 33-35) en una expresión (paraíso fiscal) que es muy atinada. Corona su diagnóstico Taibo sosteniendo que la palabra clave de la globlización es "codicia". Muy cierto, sí señor.

Aunque Sampedro es economista (de hecho, recuerdo que yo lo tuve en la carrera, en "Estructura económica" de segundo de Políticas) su visión del shibolet más amado de sus colegas economistas, el mercado, es muy crítica. Sostiene que el mercado, lejos de ser esa especie de extraño taumaturgo que supone la teoría clásica es un mecanismo de distribución y nada más. Incluso toma un vuelo algo sacrílego al afirmar que la Economía no es una ciencia sino una ideología y que, de hecho, los premios Nobel de Economía no los otorga la academia sino el Banco de Suecia (p. 40) y, para romper con la teoría clásica justificativa del mercado, relata la famosa historia a base de un caballo de J. K. Galbraith acerca de cuán buena es la economía de mercado pues sobre tirar del conjunto (como los caballos), permite que los gorriones se alimenten con sus excrementos (que vendría a ser la famosa función redistributiva que se atribuye al mercado.

Ambos autores izquierdistas echan una ojeada pesimista sobre Europa. Según Taibo el continente no defiende una idea distinta de globalización de la que tienen los Estados Unidos (p. 57). Sampedro va más allá: sostiene que la vieja Europa producto de la civilización ya no se enfrenta a los EEUU que, sin embargo, incumplen el Derecho Internacional. En parte ello se debe a que los antiguos partidos socialistas ya no son socialistas, no se cuidan de la función intervencionista del Estado ni de la regulación del mercado (p. 65). Los socialistas no defienden ya ni el capitalismo social que ellos mismos crearon y, según Sampedro, hay que exigir que se abandonen las privatizaciones (p. 69).

En cuanto a las políticas del imperialismo y el terrorismo, según Sampedro, hay medios técnicos con los que hemos vuelto a la barbarie; lo llama technobarbarie" (p. 70). Según Taibo hay un uso interesado del término "terrorismo" para ajustarse a la política exterior de los EEUU. Taibo analiza también ésta para lo cual pone de relieve las insuficiencias del término "terrorismo" sobre el que se invoca especialmente en contra del islamismo. Los rasgos son: 1) nos desentendemos de los conflictos singulares; 2) carta blanca a "gobiernos impresentables"; 3) aparición de fórmulas de "doble rasero"; 4) respuesta exclusivamente policial-militar al terrorismo; nada de indagar en sus motivaciones; 5) el mundo Occidental no tiene responsabilidad por las condiciones lamentables que prevalecen en el resto del planeta (p. 75).

Con respecto a los Estados Unidos, prueba del nueve de la carga crítica del discurso que esté elaborándose. Pone de manifiesto cómo las administradores republicanas admiten el déficit el armamento y defensa pero no el que se dé en sanidad y educación (p. 88). En opinión de Taibo, con la que coincido, los EEUU presentan los defectos siguientes: 1) hay cantidades elevadas de personas pobres, sin recursos; 2) la globalización desbocada; 3) la prepotencia del Gobierno de los EEUU; 4) y la geopolítica imperial del gobierno. En ausencia de las Naciones Unidas, cuyas funciones son hoy más patéticas que nunca (p. 101), han surgido los movimientos antiglobalización que se explican por cuatro razones: a) hacer frente a la globalización capitalista; b) responder al endurecimiento de las condiciones del trabajo asalariado en todo el mundo; c) hacer frente a los problemas de la democracia en la globalización; d) la insuficiencia de la izquierda tradicional (pp. 111-114). Sampedro cree que la cuarta razón es la más profunda porque en todas las izquierds han aceptado el sistema (p. 112). La gente ya no cree en los partidos tradicionales (p. 117). Taibo señala entonces que las virtudes de los movimientos antiglobalización son: a) aportan un horizonte de resistencia global; b) no son de los de brrón y cuenta nueca; c) los movimientos tienen genuinas redes transnacionales; d) han rescatado a mucha gente joven (p. 121)

En el siempre interesante capítulo de los nacionalismos, Sampedro se afirma partidario del derecho de autodeterminación, en lo que Palinuro coincide con él al ciento por ciento. Según el viejo profesor, su yerno, que sabe mucho Derecho Internacional, lo ilustra sobre el famoso problema de la dificultad de determinar el sujeto ejerciente del derecho de autodeterminación, a lo que Sampedro aduce que, habiéndose resuelto problemas más difíciles, también podrá resolverse éste (p. 126). No le quepa duda, máxime cuanto tampoco es un problema tan difícil salvo que una de las dos partes de la relación tenga mala voluntad, situación por lo demás muy frecuente. Taibo a su vez cree que hay un nacionalismo español muy influyente (p. 128). Efectivamente, así es y Palinuro añade que ese nacionalismo español, a diferencia del vasco, catalán y gallego, sostiene que no es nacionalismo, lo que no deja de ser chusco. Considero muy interesante y valiosa la aportación de Taibo a un juicio sobre el ámbito geográfico de la ciudadanía (p. 133), algo sobre lo que los nacionalistas españoles no quieren saber mucho.

El último capítulo, el añadido de 2009 y por el que se hace reseña de la obra es una conversación sobre la crisis. Para Taibo recuerda mucho la de 1929 (p. 147); algo que, por lo que llevo leído del libro del señor Aznar, éste niega vehementemente. O sea que Taibo tiene razón y también con un particular "yoya" de su cosecha, comprensible ciertamente porque viene a decir que ya lo avisábamos, que decíamos que algo así pasaría por la globalización capitalista y la creación de los paraísos fiscales a escala planetaria (p. 152). Según Taibo este sistema se basa en tres pilares que hay que cuestionar: 1) publicidad; 2) crédito; y 3) caducidad (p. 158). Creo que es un modo simple, elegante y cierto de condensar en tres palabras un sistema político-económico complejo como el capitalismo. A su vez, Sampedro, un hombre sabio, cuestiona el término desarrollo y su origen en el de la guerra fría (p. 161). Sampedro se apunta a la doctrina iniciada por el francés Serge Latouche del decrecimiento (La apuesta por el decrecimiento), lo que no quiere decir que uno la vea más realista que El Mago de Oz. Junto a la lógica de la propiedad, la competencia y el trabajo obsesivo se propugna el reparto de trabajo, el valor de lo local frente a la regeneración. Taibo entiende que hay tres territorios en que no opera esta mentalidad de sacrificio: 1) la famila; 2) algunas tradiciones del movimiento obrero; 3) los pueblos del Tercer Mundo (p. 164). Añado para acabar con broche de oro un gran trozo del mismo Sampedro: "Lo que pasa es que nuestro pensamiento, nuestra cultura, nuestra civilización, no está a la altura de los medios técnicos y científicos de que dispone. No sabemos administrarlos: por eso protagonizamos el disparate del despilfarro, de la destrucción..." (p. 173). Este es mi último punto de discrepancia con los autores: tengo estas jeremiadas sobre el advenimiento del ocaso, de la decadencia, por querencias de los intelectuales elitistas de izquierda. El propio Sampedro dice que en el Renacimiento "se vivía el nacimiento de nuestro mundo y ahora es el ocaso. Si no respetamos el equilibrio ecológico ni conseguimos justicia social, entraremos en tiempos oscuros." (p. 180) Este tono apocalíptico es frecuente en estos asuntos y casa bien con aquella cierta soberbia intelectual que detectaba al comienzo del libro para darnos el prototipo del intelectual de izquierda no reconciliado con la prodigiosa techné del hombre moderno y que quizá sucumba a ella. No creo que la solución sea decrecimiento alguno si no es dentro de muy rígidos límites temporales. Esta tendencia luddita a maldecir el progreso e idealizar la idiocia rural, tan vieja como la poesía de Hesiodo, cuando menos, es una inclinación en que se incurre muchas veces de cambios críticos. La humanidad sólo puede sobrevivir avanzando, resolviendo los problemas que se le plantean en ese avance y creando otros nuevos, al resolverlos, que también ponen en peligro su supervivencia. Y así pero en una especie de eterno retorno en espiral, como gustan los dialécticos.

dilluns, 27 d’abril del 2009

Toma globalización.

En menos tiempo del que nos hubiera gustado hemos recibido un par de clases prácticas acerca de qué significa la globalización a base de buenos mamporros. Primero fue la crisis financiera, convertida después en crisis de la economía real, que está dejando al mundo en cueros, a la gente en el paro, a los bancos tiritando, a las empresas en quiebra, a los gobiernos a bout de souffle. Comenzó con las famosas subprime en los Estados Unidos el verano pasado y en el otoño ya se había extendido por el mundo entero. Nadie está libre de la crisis que no respeta fronteras ni diferencias entre sistemas económicos. Hay tantos parados en China como en España, relativamente, claro es. Así hemos aprendido la lección amarga de la globalización: la internacionalización del capital, la universalización del comercio, todo apunta a la realidad de la famosa teoría del aleteo de la mariposa.

La globalización, ¿es buena o mala? La pregunta es hoy, como ayer y como lo será mañana, estúpida: la globalización, simplemente, es. Si, además de ser (y ser inevitable) resulta buena o mala, dependerá de muchos factores, circunstancias y situaciones. Dependerá incluso de los tiempos: a veces será buena y a veces, mala. Lo que es incomprensible es que todavía no se hayan elaborado los mecanismos internacionales para gestionarla. Gracias a la crisis global estamos asistiendo a una febril actividad de reuniones y cumbres que solamente ponen de manifiesto la dejadez con la que los Estados han actuado en los últimos veinte años, aproximadamente desde la caída del comunismo. Se acababa la guerra fría y, según decía el presidente Bush, padre del orate que ocupó la Casa Blanca los últimos ocho años, nos correspondería cobrar los dividendos de la paz. Y así ha sido: hemos cobrado dichos dividendos en forma de guerras y, ahora, la crisis más bestial del capitalismo desde 1929, merced a la aplicación irrestricta de los dogmas neoliberales.

Y ahora, la pandemia de la gripe porcina. Hay algo apocalíptico en este suceso. Como lo hay en el hecho de que haya empezado en México, D.F., la ciudad más populosa del mundo, con más de veinte millones de habitantes. Dicen que los chilangos y defeños en general están asustados. No me extraña. ¿Quién puede detener el contagio en una ciudad de veinte millones de habitantes, esto es, como dos veces Portugal?

Pero hay más: ¿quién puede detener el contagio del planeta entero en plena globalización? En tiempos de la peste negra que, como se recordará, se llevó por delante en el siglo XIV a un tercio de la población de Europa, la plaga se extendió con una lentitud que hoy daría verdadera envidia pues le llevó cuatro años para pasar de Turquía (en 1347) a Suecia (en 1351) a través de España, Francia, etc. Hoy, el virus de la gripe porcina ha tardado cuarenta y ocho horas en ir de México a España y a Nueva Zelanda. La pandemia está aquí. Ya veremos cómo se presenta la situación y qué cabe hacer. Pero es, obviamente, otro recordatorio de que hoy día los problemas son globales y sólo pueden resolverse con soluciones globales. Las medidas nacionales sólo debieran tener carácter subsidiario de las que se tomaran en el orden internacional mientras que ahora serán las únicas que se adopten y, en todo caso, tendrán que contar con la intervención decidida de las instancias públicas. Vamos a ver asimismo cómo funcionan los servicios de salud privatizados por estos nuevos piratas del siglo XXI llamados neoliberales y neoconservadores que se diferencian de los somalíes en que no se juegan la vida en sus actos de pillaje.

Además estoy seguro de que el señor Rajoy acabará acusando al gobierno socialista de haber traído la peste porcina.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 5 d’abril del 2009

Estrasburgo, la violencia.

La ira crece por momentos, los alterglobalizadores se pasan a la violencia. El movimiento antiliberal es de enragés. El partido anticapitalista va a simbolizarse en un cocktail Molotov. Mal vamos.

Esto de estar celebrando cumbres, reuniones de alto nivel, saraos, cenas, merendolas, consejos, asambleas, comités con la que está cayendo por el mundo quizá no sea la mejor idea. El contraste de noticias en el mismo bloque a veces hace hervir la sangre: de un lado, el paro en los EEUU ha aumentado en un solo mes en más de seiscientas mil personas y en España en ciento y pico mil; por otro, un imagen de Berlusconi haciendo tonterías en alguna cumbre. Es un poquito indignante. Al mismo tiempo es difícil ver cómo podría pensarse en resolver un problema mundial de esta magnitud si no es reuniendo a los jefes, líderes, barandas del mundo en algún lugar. No parece haber procedimiento alternativo.

Desde luego, los contrastes son muy grandes. De ahí las contramanifestaciones de los altermundializadores. Y no es raro que en ellas haya violencia. Pasó en Seattle, pasó en Milán, pasa con frecuencia. Pero no recuerdo que en las veces anteriores se llegara al incendio de edificios. Esto es una escalada. Hay quien dice que la cumbre de Londres, la presencia de Obama en Europa, la cadena de acontecimientos, con la reunión mixta EEUU-UE, la OTAN, etc, todo eso es como un maremoto propagandístico que ha anegado a los alterglobalizadores. Así que si estos querían salir en los telediarios tenían que hacer algo gordo. Y lo han hecho: incendiar un hotel así como otros edificios, una aduana abandonada, tengo entendido.

Manda narices, llegar a Estrasburgo, la ciudad en donde Francia y Alemania se unen, el corazón mismo del continente, sede de algunos organismos esencialmente europeos como el Consejo de Europa y que, de pronto te encuentres con que pasa lo mismo que en una zona suburbana francesa llena de hijos de inmigrantes que queman autos o en una de las afueras de Cincinatti, en medio de algún racial riot.

Está claro que la obstinación de las elites gobernantes por escenificar sus reuniones y cabildeos de todo tipo provoca verdadera ira en amplios sectores de la población, singularmente jóvenes alterglobales. Es comprensible, a la vista del panorama de la juventud en todos los países del planeta. Es ahora cuando se está escribiendo un nuevo Mirando atrás con ira.

Pero que sea comprensible no quiere decir que sea justificable. No hay justificación alguna para el empleo de la violencia más que la legítima defensa. Lo que sucede es que ese concepto de "legítima defensa" resulta ser muy elástico y cada cual lo entiende a su modo.


(La imagen es una foto de Ctruongngoc, bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 2 d’abril del 2009

La gran jamboree londinense.

(De mi corresponsal en Londres, Dick Fuckeveryone).

Esta reunión cumbre mundial no podía comenzar con mejor pie. Todo estaba preparado para recibir al Gran Jefe piel roja que en este caso es un negro, Mr. Yeswecan, en su primera visita a su patio trasero europeo. Venía acompañado de su squaw, que ha causado muy buena impresión en la corte londinense, en donde se han hecho lenguas de cuán civilizada parece. Hasta la Reina de Corazones, en lugar de pedir su cabeza, cual tiene por costumbre, invitó al matrimonio a té con pastas para ver más de cerca a dos auténticos especímenes de las antiguas y queridas colonias.

Os digo que aquí va a pasar algo. Por la mañana, Gran Jefe Yeswecan mantuvo una reunión con el gobernador del 51 Estado de la Unión, el edecán Mr. Gordon Brown, para comprobar que éste había aprendido lo que tenía que decir cuando comenzaran a llegar los demás invitados de la Jamboree, la recua de parientes pobres pedigüeños del continente allende el Canal de la Mancha y los pintorescos reyezuelos de la periferia mundial, incluidos el Gran Khan de la Mongolia citerior y el Maharajah de la India, Rawandgreasy, que acuden a la jamboree a ponerse ciegos de canapés.

Pero este es un mundo libre, amigos, y plural. Mientras Gran Jefe escenificaba su promiscua "relación especial" con el edecán, Hernández y Fernández empezaron a hacer de las suyas para llamar la atención: aseguraron que Francia y Alemania hablaban con una sola voz y hasta dijeron más: que Alemania y Francia voceaban con la misma habla, convocaron una rueda de prensa para afirmar que ya bastaba del mal ejemplo de Gran Jefe con su primo el edecan del "Tower State" de la Unión y después, con ganas de armarla, presentaron una lista de logros que la Jamboree tiene que garantizar en orden a restaurar la prosperidad capitalista, fuente de bienestar para el mundo entero, especialmente en el África, el Asia y América Latina: pretenden conseguir que los banqueros sean todos honrados y que los nidos de piratas y otros paraísos fiscales se hagan ONGs, un plan demasiado radical para Mr. Yeswecan pero sobre el que se puede hablar.

En algún momento creemos haber visto al tío Gepetto Berlusconi víctima de un peligroso síndrome de abstinencia: lleva ya casi un día sin asomarse a ninguna pantalla de sus ubícuas televisiones y ha intentado consolarse comprobando de modo directo si Frau Merkel está suficientemente mollar.

Muy aplaudido por la claque hispana el momento en que el grumete Rodríguez Zapatero, al igual que aquel heroico Rodrigo de Triana gritó "¡Tierra! un día de 1492, exclamó "¡Obama!" mientras emocionado avizoraba el horizonte con tantos nervios que se le fundió la cámara de fotos y no ha quedado testimonio gráfico del sentido abrazo de Gran Jefe Yeswecan y el grumete Rodríguez (a) "soplillo".

En resumen, queridos lectores, apreciado Palinuro, aquí estamos, emocionados, en Londres, haciendo historia del presente y del futuro porque, cuando todas las agendas y los carnés de baile estaban cerrando, apareció Dorian Gray, también conocido (aunque cada vez menos) como Príncipe de Gales, e invitó a la alegre muchachada internacional a una sesión de guiñoles sobre el cambio climático cuyo número fuerte era el momento en que pasa el carro de fuego y, en lugar de llevarse a Elías, se lleva a Al Gore.

Y como la historia nunca es auténtica historia hasta que hablan sus protagonistas, las masas soberanas, las calles se llenaron de un pueblo cariñoso y sumiso en cuyo seno se infiltraron algunos agentes ponzoñosos que asaltaron las sedes simbólicas del mundo de hoy, los bancos, y se enfrentaron violentamente con la policía sólo para provocarla, recibir unas cuantas galletas y, aprovechando que el Támesis pasa por Londres, pedir la dimisión del consejero señor Joan Saura que no piensa hacerlo mientras no lo echen. No contentos con ello, los más radicales no pararon hasta que obligaron a los Blue Meanies a matar a un manifestante con la única aviesa intención de empañar la feérica inauguración mundial de Gran Jefe Yeswecan y su encantadora esposa.

Estad atentos a la pantalla, amigos, que hoy tienen anunciada su llegada los scouts franceses y los Wandervögel alemanes con la intención de tomar venganza por su propio crimen y amargar la jornada en la que los líderes mundiales, Edecan Brown, Hernández y Fernández, Gepetto Berlusconi, el grumete Rodríguez (a) Soplillo, el Gran Khan Kon Su Mol y el hindú Rawandgreasy, pretenden poner remedio a la peor crisis de la historia.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 6 de març del 2009

La Europa poliédrica (y dos).

Continúa la reseña del número 31 de la Revista Internacional de Filosofía Política.

El siguiente trabajo de José María Zufiaur (El modelo social en la cuneta) pone de manifiesto que no hay un modelo social europeo. La evolución de la política social europea se ha hecho en tres fases: a) años sesenta y setenta, cuando se impuso la lógica del mercado; b) años ochenta y noventa, cuando lo hizo una lógica contradictoria: de un lado flexibilización y desregulación del mercado de trabajo y, de otro, un Mercado Único en 1992 que tuvo que implantar medidas complementarias en el ámbito social; c) paulatino deslizamiento del derecho social europeo hacia la gobernanza de las políticas públicas racionales (p. 110). El estancamiento actual de la Europa social obedece a varias causas: cambios en el sistema productivo, transformaciones sociológicas, como la explosión del modelo de familia, la globalización (p. 113). En la europa de los veintisiete miembros el modelo tiende a desplazarse desde el de soberanía compartida al concurrencial (p. 115). La perspectiva de futuro, dice el autor, supone: 1º) reforzar la Europa política y 2º) consensuar un nuevo plan social que detalla en la enumeración de reivindicaciones que plantea la Confederación Europea de Sindicatos) (p. 118).

Miren Etxezarreta presenta un trabajo (La evolución (perversa) de la política social de la Unión Europea) que me ha parecido especialmente claro, conciso y convincente. Su idea es que el marco de la política social europea hace que: a) se vea la política social sólo como un coste; b) se pretenda que el gasto social se convierta en un ámbito que proporcione beneficios; c) se vea la política social como un medio para disciplinar a la fuerza de trabajo (pp. 123/124). El capitalismo tiene una política social muy limitada (p. 124) que pone en peligro el modelo social europeo (p. 128) con una política social que parte de una reconsideración del "pleno empleo" que ya no significa lo que significaba (p. 131) y que, en relación con el Estado del bienestar, hace más hincapié en las posibilidades de empleo que de bienestar (p. 133) y trata de privatizar los elementos más importantes de la política social como gestión o prestación de servicios públicos (p. 134)

El trabajo de Patruno (La "lucha por la hegemonía" en la formación del derecho comunitario europeo) es, como su título avisa, una perspectiva marxista al problema de la juridificación de la Unión Europea. Sostiene que aporta una visión intermedia entre dos perspectivas que rechaza: a) la del expolio de la actividad normativa del Estado constitucional a favor de imperativos técnicos y económicos globales; b) la ampliación del algunos derechos, como la libertad al ámbito supranacional (p. 139). Justifica el empleo de la expresión "lucha por la hegemonia" de raíz gramsciana. Toma en cuenta la penosa realidad social europea y los dos modelos teóricos fundamentales de la teoría constitucional europea: a) la aproximación crítico-comunicativa y b) la aproximación neo-institucionalista (pp. 150/152). Su conclusión es que la geometría constitucional europea es incompatible con el Estado de derecho de legitimación democrática. (p. 159)

El trabajo de Yves Salese (Sobre la cuestión constitucional europea) también desde un punto de vista constitucionalista plantea el problema en ocho claves de carácter reivindicativo: 1) necesitamos una europa para responder a la mundialización; 2) no la tenemos; 3) el derecho d Europa es en lo esencial el derecho de la competencia; 4) porque las fuerzas hostiles a la Europa política son muy fuertes; 5) no hay una acumulación europea de capital; 6) el funcionamiento intergubernamental no contrarresta las fuerzas hostiles a la Europa política; 7) hay que romper con los límites en vigor: primacía del mercado e intergubernamentalismo; 8) el debate pro o contra Europa carece de sentido. De lo que se trata es de debatir sobre qué Europa (p. 166). Propone un nuevo proceso constituyente europeo (p. 175) y rechaza las objeciones que se le plantean (p. 176).

Xosé M. Núñez Seixas ( Los nacionalismos subestatales, la unificación europea y el mito de la soberanía: algunas reflexiones) es un trabajo soberbio que analiza en breves y condensados párrafos cuestiones de gran complejidad y las aclara considerablemente. No se ha producido, dice, la anunciada crisis del estado nación sometido a la teoría del "sandwich" por varias razones retardatarias que analiza (p. 181). Cuando se proponen paralelismos entre lo sucedido en la Europa central y oriental y la accidental los refuta por ser situaciones muy distintas (p. 182). Levanta constancia, sin embargo, de una expansión de las ideologías nacionalistas y ensaya un modelo explicativo base de cuatro causas que no está mal, entre las que se cuentan el argumento de la crisis del Estado nación, la aparición de multiplicidades identitarias, la mundialización, el euroescepticismo, el soberanismo (p. 190). No obstante sostiene que no existe un modelo del derecho a decidir (la autodeterminación, en definitiva) por razones muy convincentes (p. 193). Muy convincentes, sospecho, si no se acepta la idea de que el "derecho a decir" no puede estar regulado o previsto (por eso no hay modelo) porque forma parte del poder constituyente, que no depende de ningún poder constituido y el ejercicio de ese poder constituyente lo reconoce la nación de la que la otra quiere autodeterminarse o la parte que quiere autodeterminarse lo impone por la violencia. La primera vía es la reforma, la segunda la revolución. En el medio está el no hacer nada por si los problemas se resuelven por inspiración divina. Estas situaciones pueden ser más o menos apetecibles, pero el estudioso debe dar cuenta de ellas.

Por ultimo, el trabajo de Henri Pena - Ruiz (Los retos del laicismo y su futuro), ya dije en la primera parte de la reseña debía leerse como contraste al de Díaz Salazar. Eso es lo que recomienda también Jaime Pastor en su introducción. Pero como él ha de guardar la cortesía del editor, se limita a decir que se relacionen pero no dice por qué. Yo puedo decirlo: porque los dos son estudios normativos, de lo que debe ser (tanto si lo confiesan como si no) pero el de Díaz - Salazar, entiendo, se deja seducir o él mismo pretende seducir con esa cuestión de la "nueva laicidad" que no me parece otra cosa sino un intento de meter por la puerta de atrás de la sociedad laica a los curas que ésta echó por la de delante. De otro lado, el de Pena Ruiz está al servicio de lo contrario, esto es, de impedir el paso a los "nuevos" laicos que no son más que los clérigos de siempre. Su idea, bellamente expuesta es que el humanismo de la inmanencia es tan legitimo como el humanismo de la trascendencia (204). Está muy bellamente expuesto y no obstante yo al de la trascendencia no lo llamaría humanismo porque el humanismo consiste en la idea de que lo humano no es trascendente sino inmanente. Pero se entiende lo que quiere decir y lo suscribo por entero. La Iglesia, el clero, la religiosidad siguen teniendo enormes privilegios en las sociedades occidentales, incluida la laica Francia, privilegios que son irritantes desigualdades. Hemos llegado hasta aquí en lucha contra la violencia en la historia del clero (p. 207). Hay que impedir que vuelva a imponerse en la sociedad. La religión es un asunto estrictamente privado, diga lo que diga la nueva laicidad. Por eso hoy hay unos retos que es preciso asumir: 1) promover la separación jurídica completa entre los Estados y las Iglesias; 2) mostrar el papel imprescindible de la laicidad para la integración de poblaciones con diferentes orígenes culturales y religiosos; 3) hacer una crítica metódica de una terminología que es antilaica, pero que no lo parece. (p. 217) ¿A que se entiende muy bien?

dimecres, 18 de febrer del 2009

La estafa del capitalismo.

Ya han pillado a otro presunto granuja a gran escala, al estilo Madoff: Robert Allen Stanford puede haber estafado más de 8.000 millones de dólares a más de 30.000 clientes en unos 131 países. Como en el caso de Madoff se trata de gente que se pasó de lista al estilo "toco-mocho" invirtiendo en productos de rentabilidad mucho más alta que la del mercado, en duros a cuatro pesetas. Dejemos de lado el interesante problema ético de quién estafa a quién en el toco-mocho, así como el divertido hecho de que este supuesto mangante tenía el título de "Sir" expedido por el Estado de Antigua y Barbuda, antaño refugio de corsarios y hoy paraíso fiscal del que aquel se había hecho ciudadano. Dejemos ambos asuntos de lado pero sin perderlos de vista porque hablan mucho sobre la naturaleza humana.

Lo interesante aquí es que, a medida que avanza la crisis, de la que ya no se libran ni los casinos, icono del capitalismo triunfante, van aflorando más y más casos de estafas y fraudes gigantescos que muestran no ser excepción sino norma en el capitalismo y parecen probar que los mecanismos de supervisión y control del sistema financiero estaban en manos de ineptos y analfabetos financieros. Es posible.

Y también lo es que tales mecanismos de control estén en manos de cómplices de un sistema que en sí mismo es una gigantesca estafa y en el que sólo por ingenuidad, bondad angelical o, sí, verdadera ineptitud, cabe distinguir entre actividades especulativas lícitas e ilícitas. Un ejemplo: al aceptar el puesto de Ministro de Hacienda del gobierno del señor Bush en junio de 2006 el señor Henry Paulson, el del famoso plan de rescate de los bancos en quiebra en los EEUU, tuvo que dimitir como directivo del banco de inversiones Goldman Sachs, por cierto, principal donante a la campaña del señor Obama, por incompatibilidad. La baja supuso al señor Paulson 18,7 millones de dólares de prima por cinco meses trabajados como directivo y un beneficio por venta anticipada de acciones acumuladas en siete años en la casa de 486 millones de dólares; en total más de 500 millones dólares por siete años de trabajo consistente en lo esencial en magia financiera, en sacar de la chistera miles de millones de dólares de beneficios que, al estallar la burbuja especulativa, se han volatilizado sin que el mismo señor Paulson haya devuelto sus 500 millones sino que ha echado mano del dinero de los contribuyentes para salvar de la ruina a las entidades financieras, bancos de inversiones, fondos, etc a los que él y cientos, miles de pájaros como él han llevado a la ruina mientras ellos se enriquecían con el mismo descaro que él.

¿Cuál es la diferencia entre los Sir Robert Allen Stanford y los Hank Paulson fuera de que los primeros son media docena y están muy mal vistos y los segundos son, ya se ha dicho, miles y pasan por expertos y ejecutivos de prestigio? Que los segundos se van de rositas, que quedan impunes, que se guardan la pasta; pero nada más. La estafa, el fraude y, por ende, la ruina de cientos de miles, de millones, centenares de millones de personas son lo mismo. Porque es el sistema el que es una estafa. El sistema capitalista regido por piratas hoy llamados neoliberales cuyo evangelio de rapiña descansa sobre tres propuestas no solamente falsas sino en parte delictivas: 1ª) la codicia es buena; 2ª) el mercado se autorregula; 3ª) lógicamente, el Estado absit. Y digo delictivas porque, cuando el mercado se "autorregula" impera siempre la ley del más fuerte, del más ladrón y sinvergüenza. Por ello es necesario que el Estado se abstenga.

Hoy, en plena catástrofe a causa de estas recetas neoliberales, el Estado tiene que intervenir por doquier: tiene que salvar bancos e industrias en los EEUU, nacionalizar bancos en Alemania, Islandia, Inglaterra, acudir en ayuda de las entidades financieras y empresas en Francia, España, Italia...Hoy toca zafarrancho de salvamento a cargo del denostado Estado que no es otro que la sufrida población de sujetos fiscales a los que primero se robó con técnicas neoliberales y ahora se sigue esquilmando con técnicas intervencionistas. Por supuesto, el discurso dominante vuelve a ser del sano "espíritu capitalista protestante", se condena la codicia y se niega que el mercado pueda autorregularse pero ¿alguno de los citados estafadores "legales" ha devuelto un euro de sus fabulosas primas cobradas hasta ayer mismo? ¿Alguno ha ido a la cárcel como irán, es de esperar, los Madoff y los Stanford?


Coda carpetovetónica.

Los escándalos de corrupción de presuntos defraudadores organizados supuestamente en conexión con cargos del PP en España son la versión hispánica de este modo fraudulento, piratesco, neoliberal de entender el capitalismo. Los neoliberales españoles suscriben a pie juntillas las tres propuestas citadas más arriba (viva la codicia, abajo las regulaciones y fuera el Estado) y las ponen en práctica desde los puestos de la administración pública, desde sus cargos representativos, desde los puestos de gestión oficiales. Porque así como en los países avanzados el robo a la sociedad y al Estado se hace desde la robusta sociedad civil, en Carpetovetolandia se hace desde las covachuelas de ese mismo Estado, chupando de él con programas de desmantelamiento de lo público, de lo estatal, autonómico, municipal, de privatización de la riqueza y el patrimonio público. En el camino, según parece y presuntamente (por supuesto) muchos de estos avispados neoliberales se llenan los bolsillos. Es lo de Paulson y otros imaginativos gestores pero adaptado al país del Lazarillo de Tormes y Bienvenido Mr. Madoff.

(La primera imagen es un cartel antiguo de una película del famoso Fantomas, procede de Wikipedia y está en el dominio público), la segunda es una foto de Público, con licencia de Creative Commons).

dilluns, 12 de gener del 2009

Este desconsiderado planeta.

Los fenómenos de globalización, mundialización, universalización deben de ser los puntos centrales de debate contemporáneo en las ciencias sociales, especialmente la ciencia, la filosofía y la teoría políticas. Cómo se gobierna el mundo, cómo debiera gobernarse, qué sucede con las viejas soberanías estatales, qué con las sociedades civiles nacionales, cómo se administran los flujos migratorios, el multiculturalismo, el mestizaje, qué perspectivas tienen el cosmopolitismo, el comunitarismo o el realismo político son preguntas que hacen correr los consabidos ríos de tinta y sonar las ristras de palabras. Sobre todo ello ha escrito su libro John Keane (La sociedad civil global y el gobierno del mundo, Hacer, Barcelona, 2008, 214 págs.) y en él propone tesis nuevas y estimulantes.

No es su última obra. En realidad se trata de una traducción de un texto de 2003 y tengo la impresión de que si el autor pudiera reescribirlo hoy, matizaría alguna de sus afirmaciones, en especial la relativa al triunfo en toda línea de la ideología neoliberal de mercado que está en la base de su concepción del turbocapitalismo. Es la desventaja de los escritos políticos, que tienen períodos de vigencia relativamente breves. Quizá hubiera sido conveniente traducir éste algunos años antes. Es cierto, sin embargo, que el autor no ha vuelto sobre el tema salvo en una obra de 2006 titulada Civil Society: Berlin Perspectives que, más que un tratamiento teórico de la cuestión, parece responder a esa secreta fascinación que algunos ingleses sienten por Berlín, al estilo de Christopher Iserwood, con lo cual puede hablarse sobre el libro con relativa tranquilidad. Lo que no se puede impedir es que algunas de las cuestiones controvertidas en él quizá resulten ya vistas.

La obra, por lo demás, tiene un empaque, una profundidad teórica y una riqueza de perspectivas poco frecuentes en la bibliografía teórico-política. El autor, además de reconocido especialista, es hombre culto que, cosa rara tratándose de un anglosajón, cita autores y obras de otras culturas. Junto a Ruskin y Oscar Wilde aparecen Tolstoi, Kleist y Juan Goytisolo. No estoy muy seguro de que Keane haya conseguido demostrar la existencia de esa sociedad civil global que postula ni por asomo pero sí deja claro que él es uno de sus distiguidos miembros.

Reconoce Keane que la sociedad civil global es un neologismo de los años noventa del siglo pasado y sostiene que el concepto es producto de la confluencia de siete factores: el resurgimiento de la sociedad civil sobre todo en Europa del Este luego del hundimiento del comunismo, el reconocimiento de los efectos revolucionarios de las nuevas tecnologías de la comunicación, la aparición de una nueva conciencia estimulada por los movimientos ecologista y pacifista de que formamos parte de un sistema mundial potencialmente autodestructor, el surgimiento de un orden político nuevo a raíz de la implosión del comunismo soviético, el crecimiento de la teoría económica neoliberal y de las economías de mercado capitalistas, la desilusión fruto de las promesas rotas de los Estados poscoloniales y la preocupación cada vez mayor por los peligrosos vacíos dejados por el hundimiento de los imperios y las guerras inciviles (p. 2). Este verdadero arrecife de factores da lugar a un concepto que Keane cree tiene claros perfiles empíricos cosa que justifica recordando que en el mundo había a fines de los años noventa unas 50.000 organizaciones no gubernamentales (ONGs) (esenciales para su teoría) que celebraban 5.000 congresos internacionales (p.5). Esta enternecedora manía de confundir lo empírico con lo estadístico es muy propia de los teóricos con complejo de "ciencia blanda", que tienen la moral indebidamente comida por los cuantitativistas. Pero aunque fuera empírica mente comprobable la realidad de la sociedad civil global es difícil de clasificar; no se trata de un ente fijo sino de un tipo ideal (p. 8) dotado de cinco rasgos: a) está compuesta por estructuras no gubernamentales; b) es una sociedad en el sentido clásico como conjunto complejo de formas de acción social estructurada; c) es una estructura de civilidad de distintas civilizaciones que tienden a excluir la violencia; d) en su seno hay un fuerte pluralismo con potencial de conflicto; e) es global, esto es, un macrosociedad que funciona como una gran biosfera dinámica (pp. 11-17). Así considerada, lo más cercano a una definición que ofrece el autor es lo siguiente: "un gran espacio no-gubernamental interconectado y con múltiples niveles que incluye varios cientos de miles de instituciones autogobernadas y de formas de vida con efectos globales" (p. 19) lo cual no la hace más convincente que otras posibles fórmulas. Keane se refugia al amparo de Emmerich der Vattel y Kant y sostiene que esa sociedad civil global tiene dos niveles interrelacionados, el estatal y el global (p. 23). La historia de esta sociedad es antigua y echa raíces en la europea, en la violencia de las colonizaciones y la descolonización que, como en el caso de los Estados Unidos se hizo en nombre de una sociedad civilizada (p. 34). Pero en todo caso la sociedad civil global no es un invento exclusivamente europeo (p. 37).

A la hora de buscar el origen de este fenómeno se remonta muy atrás. Afirma que hubo civilizaciones religiosas que dieron la vuelta al mundo. En concreto la islámica. Recuerda que según el Corán, no hay un pueblo elegido (P. 40), lo cual apuntaba a un primer universalismo del Islam que luego se frustró. En su lugar aparece la histoire globale de Ferdinand Braudel que arranca de 1500 lo que ya permite la aparición de la sociedad civil global que se desarrolla en plenitud en la segunda mitad del siglo XIX: el telégrafo, el teléfono, la radio, los ferrocarriles, todo ello supuso un avance gigantesco (p. 44) a lo que Keane añade y no deja de ser curioso, las actividades de los misioneros mundo adelante (p. 45). La guerra de 1914-1918 fue una interrupción de la sociedad civil global. Hubo cambios de gobiernos hacia formas autoritarias y se generalizó la práctica de la violencia contra civiles en el siglo XX (p. 54). Ya a fines de este siglo llega la globalización y la aparición de ONGs como la WWL, Amnistía Internacional, ATTAC y los movimientos antiglobalización (p. 59). Suele decirse que aparece aquí un "sector no económico", lo que le sirve para criticar el Empire de Hardt y Negri no solamente por el hecho de que vuelva a postular un sujeto impreciso de la historia, el gran pueblo, la multitud, etc (62) sino porque su reflexión es un eco de la de Gramsci que él reputa errónea por hablar de una sociedad civil entre el Estado y el mercado, siendo así que, para Keane, la sociedad civil engloba al mercado para dar lugar a ese fenómeno decisivo que llama "turbocapitalismo" (p. 63) y que ha venido a sustituir al capitalismo keynesiano (64) y a contradecir la ley de Wagner de expansión del gasto público (p. 65) lo cual, en último término lleva al Acuerdo Mundial de Inversiones (AMI) (p. 66). Hoy sabemos que esto no fue así y que, a raíz del escándalo que se organizó, el AMI duerme el sueño de los justos en los cajones de la Organización Mundial de Comercio. Pero, en todo caso, "la división entre el mercado y la sociedad civil es inexistente" (p. 73). Esta inclusión del mercado en la sociedad civil produce cierto asombro en el prologuista del libro, el español José A. Estévez Araújo, indebidamente a mi juicio ya que es imposible separar el mercado de la sociedad civil.

A su vez Keane trata de perfilar la sociedad civil global en el trasfondo del sistema político. En primer lugar el autor refuta las concepciones que considera erróneas: la escuela del realismo político que sigue viendo el reinado del "dios mortal", el Estado, de Hobbes (p.92) y la escuela del "gobierno global", que hace referencia a los Estados territoriales y otras instituciones en lo que llama "el gobierno sin gobierno" (p. 93). Sostiene que hace falta una teoría del sistema político mundial emergente al que llama cosmocracia, definido con no mayor precisión que la sociedad civil global como "un conglomerado de instituciones subestatales, estatales y supraestatales entrelazadas y solapadas y de procesos multidimensionales que interactúan, con efectos políticos y sociales, en la escala global." (p. 96) Los tres tipos de instituciones dan lugar a los tres niveles de macro, meso y microgobierno (p. 99). Se trata de un orden político dinámico con tendencia al establecimiento de la legalidad (p. 103). La cosmocracia tiene "inestabilidades" que son: 1ª) la entropía política debida a la escasez de fondos, la falta de personal, las disputas jurisdiccionales, etc así como la esclerosis burocrática (pp. 111/112); 2ª) los problemas de rendimiento de cuentas (p. 113); 3ª) la existencia de una potencia hegemónica (p. 115). Ajusta Keane cuentas aquí con el cosmopolitismo de Archibugi y Held a los que considera utópicos (p. 120). El cosmopolitismo es una recuperación de la idea kantiana que reaparece en la propuesta de Rawls de unos "representantes de pueblos liberales" (p. 121). La cosmocracia es mucho más compleja y autocontradictoria de lo que supone el cosmopolitismo revisado. En realidad es una versión moderna de ese orden político neomedieval sobre el que reflexionaba Altusio (p. 123). En la medida en que el concepto así expuesto es aprehensible, lo cierto es que recuerda mucho el de la poliarquía de Robert A. Dahl; aunque en el caso de este último el término -que tiene evidente raigambre medieval vía Hegel- designa órdenes democráticos nacionales no veo por qué no designaría tan ricamente la cosmocracia de Keane.

El fenómeno más interesante de la globalización es la universalización de la educación superior que, con tanto reto globalizador, ha pasado a reconocer y administrar la "supercomplejidad" (p. 136). La sociedad civil global es un "proyecto de proyectos" (Martin Walzer). No es universal pues quedan fuera de él vastas zonas del mundo (p. 137) y hay ideología, la más típica "la ideología del libre mercado vinculada al turbocapitalismo -el discurso de la desregulación, la liberalización de las cuentas de capitales, el dinero estable, las restricciones presupuestarias, los ajustes estructurales, la privatización del sector público, las oportunidades, la asunción de riesgos, la productividad, las opciones del consumidor..." (p. 140). Esta cosmocracia aparece afectada por el triángulo de la violencia: las armas nucleares, las guerras inciviles y el terrorismo (pp. 143-148). Su arma es la política de la civilidad (p. 150) y su estrategia las intervenciones pacificadoras no nucleares (p. 153), de donde se sigue que la acusación de utopismo no debe reducirse solamente al cosmopolitismo revisado sino que hay que estar preparado para que se la lancen a uno. Es muy difícil sustraerse a esa acusación cuando se habla de cuestiones internacionales.

El último capítulo de la obra, a mi juicio el más interesante y el que contiene la clave, versa sobre la posibilidad de encontrar un fundamento ético a la sociedad civil global. Antes hay un reconocimiento paladino que pone en cuestión el conjunto del libro: "la sociedad civil global es tan compleja que se presenta ante nuestros sentidos como una totalidad abierta cuyos horizontes no son del todo cognoscibles" (p. 173): No estoy seguro de que merezca la pena reflexionar sobre algo que no se puede conocer; dos mil años hablando de dios debieran dejar alguna experiencia. En la búsqueda del fundamento ético Keane critica a la escuela de los que llama "los cascarrabias", por ejemplo, Chantal Mouffe, con su ética del "antagonismo" y el "agonismo", sacada de Carl Schmitt (p. 178), si bien le reconoce tres méritos : la voluntad de no disimular la realidad, la posibilidad del conflicto y la idea de que hay que regular jurídica y políticamente la sociedad civil global (p. 179). Igualmente se opone a quienes piensan que la ética de la sociedad civil global no es más un "ideal europeo" (181) así como a quienes, como Rorty o Buzan dicen que la ética de la sociedad civil global son formas occidentales de facto (p. 182). Criticables son también los que llama "el club de los creyentes en los Primeros Principios", los iusnaturalistas en la escuela de Grocio (p. 184), los partidarios del "universalismo mínimo" no etnocéntrico de Bhiku Parekh (p. 186) así como los enfoques neokantianos de la Ley Moral que acatamos por deber de unos principios universalizables (p. 188). Desde Wittgenstein no hay sino reconocer que en este campo reina la confusión y el desacuerdo al estilo de la torre de Babel con una actitud que, según las modas, privilegia unos enfoques sobre otros: antes se trataba de la pragmática universal y las teorías liberales de la justicia y ahora del comunitarismo y la deconstrucción (p. 190). Hasta el teólogo Hans Küng sostiene que existe un acuerdo básico de todas las confesiones (p. 191). El autor postula una sociedad civil global sin fundamentos merced a una Ley de la Controversia sin Fin, según la cual son poco plausibles los intentos prácticos de producir un consenso ético mediante la comunicación (Habermas) o de armonizar opiniones éticas rivales (p. 192). La sociedad civil global garantiza el derecho de residencia permanente a moralidades de todo tipo. Esas reglas son el "capital social" (p. 194). La sociedad civil está libre de "ismos" (p. 195). La civilidad implica que la sociedad civil global está marcada siempre por la ambivalencia moral (lo que tiene un notable parecido con la Moral de la ambigüedad, de Simone de Beauvoir) (p. 197). Sostiene sin embargo que no cabe admitir que todas las morales que conviven sean igualmente válidas. "La coexistencia duradera de múltiples formas de vida morales requiere que todas ellas acepten incondicionalmente la necesidad de las instituciones de una sociedad civil (...) Es como si la sociedad civil exigiera a todos sus participantes o miembros potenciales la firma de un contrato: el reconocimiento y respeto del principio de la sociedad civil global como principio ético universal que garantiza el respeto de las diferencias morales." (p. 199). Es decir, al final sí era cognoscible la sociedad civil global que es un "ideal ético universal" (p. 200) todo lo cual, a mi modesto entender, constituye una manifiesta petición de principio ya que la angustiosa búsqueda de un fundamento ético universal aparece sustituido por el Deus ex machina de la propia sociedad civil global convertida en ese mismo principio ético que necesita para fundamentarse. Francamente, no se ve por qué esta finta, análoga a la hazaña del barón de Munchhausen de sacarse a sí mismo del pantano tirando de sus propios pelos, ha de mostrar menos contingencia y menos principios autorreferenciales que los de algunas posiciones éticas que Keane critica.

Aunque no creo que el autor consiga probar -y menos empíricamente- la existencia de esa sociedad civil global, la cosmocracia y muchísimo menos su fundamento ético, el libro es muy interesante, ameno, bien razonado, con muchas referencias cultas y mantiene una posición bastante verosímil y racional.

Una última palabra sobre la traducción: quizá para faltar a la costumbre es muy buena. El traductor: Joan Quesada.

diumenge, 28 de desembre del 2008

Huntington.

Con motivo del fallecimiento de Samuel P. Huntington la prensa ha aireado su muy conocida teoría del choque de civilizaciones que en España encontró la contrapropuesta del señor Rodríguez Zapatero de la alianza de civilizaciones como si fuera un tipo ideal de contraposición entre el realismo político del académico gringo y el utopismo del presidente español, dado que el primero se mueve en el terreno de los hechos mejor o peor interpretados, y el segundo en el de las normas morales más o menos factibles. De momento el choque va ganando a la alianza por varios cuerpos de ventaja; pero no puede (ni debe) descartarse la idea de que alguna vez se establezca la tal concordia.

De todos modos para entender mejor la obra de Huntington que no se agota en éste su célebre penúltimo ensayo es preciso situarlo en la perspectiva del conjunto de su carrera. Destacaré cuatro de sus publicaciones, las que me parecen jalones de su pensamiento y de su modo de entender la realidad del momento porque el pensamiento de Huntington ha estado siempre muy vinculado a la realidad internacional. El primero, publicado en el significativo año de 1968, es un estudio comparado entre los EEUU y la Unión Soviética, titulado Political Order in Changing Societies , escrito al alimón con Zbignew Brzezinski y en el que se analizan en perspectiva comparativa los dos sistemas políticos y parece darse pábulo, aunque dubitativo, a una teoría muy en boga por aquellos años, la llamada teoría de la convergencia según la cual las sociedades industriales avanzadas tenían unas necesidades específicas de organización que coincidían y acabarían consiguiendo una convergencia de los respectivos sistemas políticos (comunismo y democracia liberal) en una especie de amalgama de carácter tecnocrático. La previsión se vino abajo con el hundimiento y silenciosa implosión del comunismo.

La siguiente publicación de importancia mundial fue un informe para la Trilateral, firmado por nuestro autor, el francés Michel Crozier y el japonés Joji Watanuki titulado The Crisis of Democracy: On the Governability of Democracies y publicado en 1976, como colofón a los agitados, turbulentos y revolucionarios años sesenta y en el que se avisaba de que las democracias podrían perecer por un exceso de demanda y por ser incapaces para gestionarla adecuadamente. Esto es se trataba de una especie de aviso de las consecuencias letales que podría tener la llamada "revolución de las expectativas crecientes" característica de las sociedades capitalistas desarrolladas. En el fondo una de las primeras formulaciones políticas del ataque generalizado contra el Estado del bienestar que se inició a raíz de la crisis mundial de 1973. Las democracias eran intrínsecamente inestables e inseguras a diferencia de los regímenes autoritarios. Lo que ha sucedido sin embargo es que las democracias han resultado muy resistentes (y también los Estados del bienestar) mientras que los sistemas autoritarios han ido quebrando uno tras otro.

Quizá para compensar en parte por este fiasco, Huntington publicó en 1991, meses antes del hundimiento de la Unión Soviética, The Third Wave: Democratization in the Late Twentieth Century en el que daba cuenta de la tercera ola de democratizaciones (las otras dos fueron de 1828 a 1926 y de 1943 a 1962) a partir de 1974 a raíz de la pérdida de prestigio de los sistemas autoritarios, el palpable fracaso del comunismo y el fin de la guerra fría, una tercera ola que afectó a los países del sur de Europa (Portugal, España y Grecia) y a otros de América Latina fundamentalmente. En el fondo, el libro trata de corregir el yerro de Crisis of Democracy... y se inscribe en la bibliografía que saluda el nuevo orden mundial a raíz de la globalización, el fin de la guerra fría y del comunismo. De momento sus previsiones se mantienen aunque ello tampoco es tan misterioso dado que en la obra Huntignton avisa de que tambiérn podría producirse una "tercera contraola", pues la democracia es un régimen político que avanza de modo leninista, dos pasos adelante y uno atrás. Así, desde luego, es muy difícil equivocarse.

El libro The Clash of Civilizations and the Remaking of World Order, de 1996, el único que los medios parecen recordar, parte del principio de que el mundo está dividido en ocho civilizaciones (occidental, latinoamericana, ortodoxa, africana, hindú, sínica, japonesa e islámica) así como algunas otras incipientes o abortadas e híbridas. Parte de una identificación genérica entre "civilización" y religión y sostiene que el choque de éstas sustituirá al de las ideologías. Puede ser. Pero lo que más llama la atención es justamente la tipología que establece y cómo puede justificar la existencia de una "civilización latinoamericana" distinta de la occidental. No es que tenga mucha importancia pero la verdad es que algo así sólo podía ocurrírsele a un gringo. Por lo demás, nos pongamos como nos pongamos, las únicas civilizaciones/religiones que muestran una contundente tendencia a la agresividad y la guerra son la Occidental/cristiana/mosaica (el hecho de que, a pesar de la identidad civilización-religión, el judaísmo no aparezca como civilización propia ya lo dice todo) y la islámica, esto es, las civilizaciones/religiones que llamamos "del Libro". Algunas otras (por ejemplo, la japonesa) han tenido a veces destellos de agresividad militar pero en estas occidental/cristiana/judaica e islámica la agresividad parece formar parte de su esencia misma, peculiaridad sobre la que no se encuentran muchas aclaraciones en la obra de Huntington.

Hace unos años (2004) el autor publicó su último trabajo, llamado Who Are We? The Challenges to America's National Identity en el que se suma a la alarma generalizada frente al peligro de dilución de la prístina personalidad nacional gringa, que es un macizo de anglosajón, protestante y blanco con raíces en los colonos. El elemento que amenasa esta pureza cultural es el mundo latino, especialmente el mexicano. Ahora se entiende mejor su idea de que latinoamérica sea una civilización distinta de la occidental. La identidad nacional gringa tiene que preservarse en el monopolio de la lengua y la institucionalización de la religión y la ética protestantes frente al catolicismo latino. El multiculturalismo, el cosmopolitismo y el bilingüismo son amenazas a la cohesión nacional gringa. Es decir no es un libro racista a la antigua usanza pero le falta poco.

Ciertamente Samuel P. Huntington fue uno de los politólogos más influyentes del siglo XX y lo que llevamos del XXI y su lectura es imprescindible para entender nuestro tiempo. Fue un hombre muy conservador cuyas previsiones se revelaron erróneas con harta frecuencia. Ojalá también lo sean las relativas al choque de las civilizaciones y la identidad nacional estadounidense.

Que la tierra le sea leve.

dijous, 11 de desembre del 2008

"Estado asesino, policía ejecutora".

Nuestro tiempo tiene una deuda contraída con la juventud. Todos la tienen o la han tenido en mayor o menor medida y en todos esa deuda se ha pagado de una u otra forma. Hoy también parece que esté pasando. Anoche varios cientos de manifestantes en Madrid y Barcelona provocaron disturbios callejeros, encontronazos con la policía, asaltos a comercios, sucursales bancarias y destrozos del mobiliario urbano. Eran concentraciones espontáneas en solidaridad con los jóvenes griegos que también ayer salieron a la calle en plena huelga general a seguir enfrentándose con la policía.

La espontaneidad es un rasgo característico de la juventud; la solidaridad desinteresada, otro. Parece que en los hechos de ayer podemos ver un comienzo de extensión de los disturbios de Grecia a otros países del entorno en que se dan circunstancias similares a las griegas.

Supongo que habrá mucha gente, sobre todo publicistas, columnistas, tertulianos y otros especímenes de la clase parlanchina que desaprobarán estos comportamientos en muy diversos tonos, desde los condenatorios inflamados de los guardianes del orden público que pedirán mano dura y represión, hasta los comprensivos que se harán cargo de que hay un creciente descontento entre los sectores juveniles que se debe canalizar constructivamente ya que éste del vandalismo urbano y los destrozos callejeros no son el camino sino un yerro. Y donde los unos pedirán que se empleen a fondo los antidisturbios los otros exigirán que lo hagan los servicios sociales.

En realidad, como están las cosas en el mundo, lo raro es que estas manifestaciones no sean más frecuentes, más amplias y más duraderas. Y me explico: tratemos de ver la realidad globalizada con los ojos de un/a chaval/a de veinte años. ¿Qué vemos?

Un sistema económico con unos defectos estructurales muy graves, sumido en una crisis de proporciones pavorosas, que genera paro y desigualdades crecientes en el primer mundo y hambre y miseria en el tercero; que se basa en un crecimiento ilimitado a costa de destruir el planeta; que se mueve tan solo por el afán de acumulación de riquezas en cada vez menos manos; que antepone el consumo compulsivo a cualquier otro tipo de valores y que, al mismo tiempo, es incapaz de garantizar los medios imprescindibles para acceder a él; que condena a la inmensa mayoría de la población a una vida de subsistencia en la inseguridad de puestos de trabajos precarios y que no permite que los jóvenes puedan encarar proyectos vitales satisfactorios porque pone dos elementos esenciales de estos como son el empleo y la vivienda fuera de su alcance; un sistema gestionado por una oligocracia de ladrones y corruptos que se ha enriquecido y sigue enriqueciéndose mediante un capitalismo criminal de rapiña que, además de robar los ahorros de infinidad de ciudadanos los condena a estar entrampados toda su vida.

Un sistema político también corrompido en el que bajo la pátina de las libertades democráticas, late el fascismo de la brutalidad policial, la represión sistemática, la universalización del tratamiento penitenciario, el empleo de la tortura, una administración de justicia corporativa, muchas veces arbitraria y que suele ser cómplice de los desmanes de los aparatos represivos; un sistema en el que ninguna fuerza política osa plantear alternativa alguna al organizado desorden existente sino que todas se adaptan servilmente a proteger los intereses de la oligocracia, los quinientos de la lista de Forbes y sus siervos en las administraciones públicas y el Estado de derecho y en el que los discursos políticos de cambio y renovación no cuestionan jamás el status quo dominante y comparten con los conservadores y/o reaccionarios la consagración de la dictadura del capital nacional e internacional.

Todo ello acompañado o en el contexto de un sistema social de feroz lucha por la existencia, carente de toda estructura real de valores pero en el que todos los días se predica sobre ellos en discursos justificativos, falaces y cómplices, articulados en las universidades, los think tanks financiados por las empresas y subvencionados por los estados, los púlpitos de unas iglesias retrógradas cuando no directamente delictivas; discursos formulados por intelectuales a sueldo que no solamente han perdido toda arista crítica si no que tienen a gala servir como lacayos a los intereses del capital, y difundidos por unos medios de comunicación que no son otra cosa que la voz de los consejos de administración de las mismas empresas que explotan a la gente, esclavizan a los inmigrantes, negocian con las guerras, esquilman al tercer mundo y condenan al hambre a la población de los países pobres.

Cualquiera que tenga veinte años y viva en esta situación tiene que sentir que le hierve la sangre cuando ve que un agente del "orden" descerraja un tiro a bocajarro a un chaval en plena calle. Hierve cuando se es mucho mayor, ¿cómo no lo hará cuando uno todavía cree no solamente que haya que poner coto a la injusticia, oponerse al crimen, acabar con la corrupción, impedir los abusos policiales si no que además está dispuesto a ponerlo en práctica porque su grado de implicación en toda esa miseria es nulo?

Se entienden muy bien las jeremiadas de las buenas conciencias: quizá tengáis razón, es posible que haya que nombrar una "comisión de expertos" para estudiar la situación real (no nos hagamos ilusiones, por favor) de la juventud y haga algunas propuestas, pero lo que no es admisible es la violencia indiscriminada, los disturbios callejeros, generalmente movidos por una minoría de grupúsculo. Se entiende muy bien, en efecto, pero no merece ni respuesta porque ¿conoce alguien modo más eficaz de obligar a la sociedad a reaccionar que las manifestaciones callejeras à tout hazard cuando tienen el suficiente seguimiento?

Claro que el empleo de la violencia es condenable en todo tiempo y lugar... salvo en el caso de la legítima defensa. Y un caso de legítima defensa es el que se ha dado en Grecia frente a la brutalidad policial, brutalidad que ha venido siendo repetida y creciente en los últimos años en nuestras ciudades, en Madrid, Vitoria, París, Génova, Seattle, etc. Es posible que tengamos que resignarnos a vivir en sistemas económicos, políticos y sociales injustos, desiguales, incompetentes y destructores de la biosfera, pero no se ve por qué haya que aguantar la arbitrariedad y la brutalidad de la policía.

(Las imágenes son fotos de La Haine, bajo licencia de Creative Commons).

diumenge, 16 de novembre del 2008

La primera cumbre de la era global y el canto del pato cojo.

Por fin reacciona la política como debe ante los infortunios económicos y empieza a tomar las medidas adecuadas de acuerdo con el único diagnóstico válido hasta la fecha. Pues la crisis es global, las soluciones habrán de arbitrarse globalmente. Eso es lo que viene repitiendo Palinuro hace más de un año. No basta con decir que estamos en la era global y actuar luego como si el mundo se acabara en los Pirineos o en el canal de La Mancha o en el Rin o en el lago Michigan o donde la naturaleza se haya servido poner un rasgo físico que los hombres han interpretado como una frontera. Los problemas globales requieren soluciones globales. De ahí que esta cumbre, la primera de su género en la historia, tenga importancia si no por sus resultados concretos sí por el cambio de mentalidad que inaugura: colaboración y entendimiento transnacionales, multilateralidad, o sea, globalización. Y por eso ha sido tan importante asimismo que España esté en la reunión porque es la que inaugura la gestión del mundo globalizado.

No va a refundarse el capitalismo, desde luego, entre otras cosas porque esa idea es una estupidez. El capitalismo no puede refundarse porque no lo fundó nadie nunca, no es la regla de San Benito, ni un club de fútbol, ni siquiera es como el socialismo, algo que se sacaron de la cabeza dos o tres teóricos y pusieron luego en práctica sus discípulos. El capitalismo es la forma espontánea de organización económica de la sociedad a lo largo de los siglos; no tiene texto canónico (la Riqueza de las naciones no se escribió para fundar el capitalismo sino para explicar cómo funciona) ni documento programático ni tratado fundamental, como la Unión Europea, por ejemplo. Ergo, no se puede refundar.

Pero sí cabe reformarlo, reordenarlo, reorganizarlo y siempre en el entendimiento de que, dada su gran elasticidad, todas esas manipulaciones pueden acabar en situaciones que nadie había previsto. En todo caso, si se lee la declaración final de la cumbre se verá que ésta tiene muy claras las causas de la crisis: básicamente el latrocinio de las élites ejecutivas del capitalismo con la complicidad de políticos neocons suficientemente sinvergüenzas sobre todo estadounidenses. El texto lo expresa con más diplomacia, desde luego. Asimismo podrán valorarse las medidas para combatirla y cuya característica fundamental es que rechazan expresamente la única que cortaría de raíz la posibilidad de repetición de tales crisis, esto es, la constitución de un organismo unitario internacional encargado de regular el sistema financiero mundial, que es la propuesta de las economías emergentes y del señor Rodríguez Zapatero. La declaración lo dice finamente, de acuerdo con la última voluntad del canto del cisne que aquí es un pato cojo: "La regulación es ante todo responsabilidad de los organismos reguladores nacionales que constituyen la primera línea de defensa contra la inestabilidad de los mercados". Aun así, el señor Matorral insistió en que las autoridades nacionales tampoco "regulen demasiado", pero esto ya era por fidelidad a la doctrina neoliberal que ha traído este desastre al planeta. Nada que nadie deba tomarse muy en serio.

El resto de las medidas que se adoptarán para remontar la crisis son: estabilizar el sistema financiero, utilizar la política monetaria según necesidades, estimular la demanda mediante la política fiscal, facilitar crédito a las economías emergentes y en desarrollo, reforzar las entidades financieras internacionales (BM, FMI) y los bancos multilaterales de desarrollo. Los fines que se pretenden conseguir son: reforzar la transparencia y la rendición de cuentas, mejorar los sistemas de regulación (la bicha neoliberal), incrementar la legalidad de las transacciones financieras combatiendo el fraude, reforzar la cooperación internacional y fortalecer las instituciones financieras internacionales. Y todo ello muy coordinado. Coordinación es le mot d'ordre de los nuevos tiempos. Es la globalización.

¿A qué suena todo eso? Al fin de la era neoliberal que se va por el sumidero de la historia en una bancarrota generalizada, producida por su absoluta incompetencia teórica y al restablecimiento de las políticas keynesianas. Es una pena que, por el consabido empeño de los gringos en fastidiar siempre la jurisdicción internacional del tipo que sea, no se haya podido establecer una autoridad global que regule el capitalismo financiero. Pero menos da una piedra. Quizá pueda hacerse en la próxima reunión cuando en lugar del señor Matorral-pato-cojo acuda Mr. Obama. Por lo demás, en algo hay que dar la razón al Pato Cojo: la crisis no es culpa del capitalismo ni del libre mercado, por supuesto que no. Es culpa del modo en que sus políticas neoliberales abordan la gestión del capitalismo y el libre mercado que, como se ha visto, oscilan entre la incompetencia y el pillaje. Ahora que gracias a los dioses el señor Bush se abre, quizá pudiera explicar de forma sencilla, como es él, este asunto a la señora Aguirre, impermeable a la luz de la razón y de la experiencia empírica.


Por cierto, si después de haber leído el necio ditirambo que ayer dedicaba el señor Aznar al señor Bush (véase la entrada de Palinuro titulada El tío Jodok) alguien tuviera alguna duda acerca de si Mr. Matorral-pato-cojo es o no el peor presidente en la historia de los EEUU, aquí van los resultados de ¡catorce! sondeos de opinión del último mes, recogidos por Polling Report.com y en los que puede verse que las medias son: aprobación, 24,7%, desaprobación, 63,5%. Hace falta ser muy Aznar para sostener que un tipo al que repudian dos tercios de sus paisanos haya dejado algo digno de valorarse.

En cambio échese una ojeada al índice de apoyo con que cuenta Mr. Obama antes de haber empezado su mandato. Se verá que es al revés que su antecesor: más de dos tercios de la población tienen mucha o bastante confianza en él. Los datos proceden también de Polling Report y, si se miran con mayor detenimiento, se observará que la gente es muy sabia y muy realista porque así como entre el 58 y el 70 por ciento dice que Mr. Obama será un buen presidente y que se trata de alguien que se ocupa de los asuntos y problemas de la gente común, el 54% no cree que pueda cumplir su promesa de rebajar los impuestos al 95% de la población y el 45% cree que, al final del mandato obamesco, estará pagando más impuestos que ahora. Los datos y cifras en President Elect Obama. Conclusión: le gente apoya a un presidente aun a sabiendas de que pagará más impuestos. Lo que demuestra que, cuando se tiene mensaje, la demagogia no es necesaria.

(La imagen es una foto de Público, bajo licencia de Creative Commons).