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divendres, 20 de novembre del 2015

¿Homenajear a un criminal?



Para el 3 de diciembre próximo, la Fundación Francisco Franco, una entidad subvencionada por el Estado y dedicada a ensalzar la memoria de un golpista y dictador, ha convocado una cena en homenaje a su caudillo en el hotel Meliá Castilla. Change.org ha puesto en marcha una campaña de recogida de firmas para pedir a los responsables del hotel que cancelen ese acto repugnante que insulta a todos los demócratas y la memoria de las víctimas de la vesania fascista. Para firmar se puede pinchar sobre la imagen o aquí.

dilluns, 26 d’octubre del 2015

El fascismo simpático.


Han transcurrido treinta y cinco años desde que Bertram Gross publicó su famoso libro Friendly Fascism. The New Face of Power in America, pero su contenido y sus conclusiones son hoy tan vigentes como antaño. El autor caracterizaba con esta fórmula de fascismo simpático la revolución neoliberal y conservadora que arrancó en los Estados Unidos y el Reino Unido a fines de los años setenta y se consolidó en los ochenta durante los mandatos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. La teoría económica de matriz neoclásica, monetarista, centrada en la oferta, desreguladora, enemiga del consenso del Estado del bienestar se llamó Reaganomics en los EEUU y Thatcherism en el RU. Y está perfectamente retratada en esta expresión del "fascismo simpático".

¿Algo más simpático que un actor mediocre de Westerns y una dama rígidamente metodista, hija de un tendero? Simpáticos y, en el fondo, fascistas. Los discursos dogmáticos y rimbombantes del fascismo con su fe en el heroísmo, la pelea, la rivalidad, la conquista y el triunfo, se convierten aquí en las monsergas sobre el espíritu empresarial, la libre competencia, la supervivencia de los mejores, el éxito, el individualismo y la libertad.

En España es lo mismo. La dicharachera Esperanza Aguirre con sus tonterías sobre el mercado libre y la libertad de los agentes suena igual que los discursos de José Antonio Primo de Rivera, y está muy cercana al Rivera actual, razón por la cual le gustaría que desapareciera porque lo ve como un rival peligroso en su mismo pastizal.

En teoría, entre el fascismo de siempre y el fascismo simpático hay una gran diferencia de actitud en cuanto al  Estado, pero no es así. Es cierto que los neoliberales españoles abominan del Estado y tratan de reducirlo a su mínima expresión, descapitalizándolo, dejándolo sin servicios públicos para decir después que no funcionaban y suprimirlos o privatizarlos. Pero también lo es que eso es de boquilla. Luego viven todos de parasitar el Estado. Esperanza Aguirre no ha trabajado casi nunca en la empresa privada pues lleva toda su vida en cargos públicos, cobrando del erario, como Rajoy, Báñez, etc o bien de los fondos de la Gürtel, también como Rajoy y otro.. Además también tiene estupendamente colocada en puestos públicos a casi toda su familia. Y, como ella, docenas, cientos de cargos del PP. Hablan mal del Estado, pero viven de parasitarlo.

Lo mismo sucederá llegado el momento con C's. El talante fascista de nuevo cuño, simpático, es evidente en todo cuanto hace y dice Rivera. España no se toca; la Iglesia, menos; la Corona, ni te cuento. Las corridas de toros son una tradición artística y cultural que es preciso preservar frente a la antiespaña, siempre al acecho. Hay que favorecer la industria, lo que quiere decir el capital, reducir los derechos laborales de la gente a la nada y permitir que la exploten hasta recuperar la tasa de beneficio en detrimento de los trabajadores.

El fascismo simpático se presenta con ademanes juveniles, renovadores, partícipe en esa moda de exigir relevos generacionales en todas partes,  como si el hecho de ser menor de cuarenta años diera más luces a cualquiera. Tiene asimismo el consabido respeto por la jerarquía, la disciplina y la teórica entrega a una causa. Pero, si se escarba un  poco, sale el viejo dogmatismo hispánico.

Y lo que sale siempre también es la demagogia de un populismo trivial que habla a los sentimientos de la gente para engañarla mejor.

diumenge, 2 d’agost del 2015

El mítico Franco.

Julián Casanova (Comp.) (2015) 40 años con Franco. Barcelona: Crítica. 403 págs.
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Hace aproximadamente un mes, Palinuro dio cuenta de una exposición sobre el franquismo que, comisariada por Julián Casanova, podía visitarse en Zaragoza. En la exposición cabía adquirir también el libro ahora en comentario, lo que quizá sea un catálogo bien original. Compilado por el comisario, en él colabora un grupo de especialistas en diversos campos del saber para dar una visión cruzada del franquismo. Paso a comentar las aportaciones:

Abre un ensayo de Paul Preston titulado Franco: mitos, mentiras y manipulaciones. Cuando se ha escrito lo que muchos consideran la biografía canónica del personaje, puede resultar difícil condensar tanto saber en unas cuarenta de páginas. Sobre todo si, como da la impresión, están escritas un poco a vuelapluma y con cierto descuido. La intención del trabajo es clara: trazar un cuadro, a modo de resumen, del conjunto de la persona de Franco y su obra. Desde la insistencia en la ignorancia científica (especiamente en economía) y la credulidad del caudillo, hasta el altísimo concepto que tenía de sí mismo como enviado providencial, el ensayo traza los episodios más conocidos de su vida: la autarquía; el sistema educativo como "una especie de lavado de cerebro nacional" (p. 21); el control férreo de la prensa; los ditirambos imperiales de los intelectuales del régimen; la corrupción de este, que fue una de sus garantías de pervivencia; el desembarco de los tecnócratas del Opus en el plan de estabilización; la transición y el "exorbitante precio que España pagó por los 'triunfos' de Franco" (p. 49). Es una visión de conjunto muy crítica, si bien da la impresión de estar matizada por una especie de leve síndrome de Estocolmo. Tantos años conviviendo con el objeto de estudio hacen que Preston atribuya a Franco algunas habilidades y cualidades que no suelen reconocérsele y, en principio, con razón.

Julián Casanova, La dictadura que salió de la guerra. Fue de hecho una dictadura de la "victoria". Lo fue hasta el final, y todavía hoy el arco del triunfo que se yergue en La Moncloa se llama oficialmente "Arco de la victoria". La Iglesia se encargó de fabricar el mito de la cruzada, Franco enviado providencial que salvó a España en una leyenda que se cultiva en el NO-DO (p. 58). Esa exaltación contrastaba con la represión que se vivió en el día a día. Entre fines de 1939 y comienzos de 1940 había 270.719 presos de los que 23.232 eran mujeres (p. 63). Toda la vida del país estuvo marcada por la "causa general", una monstruosidad jurídica que sirvió para alimentar el clima de odio, venganzas y rencor que se había impuesto (p. 66). Un Estado policial fascistizado en el que se había organizado la División azul, con el pleno dominio de la Iglesia. Esta forma parte de la triada que, con el ejército y la Falange, constituyó la base del régimen de Franco (p. 75).

Ángel Viñas, Años de gloria, años de sombra, tiempos de crisis. Viñas, un reconocido especialista, dedica su trabajo a revelar los contenidos de la politica exterior de Franco en sus diversas etapas: la autarquía, el fracaso de las fantasías imperiales (p. 86) y el comienzo de la "estabilidad" para el que algunos apologetas acuñaron el término más suave de "dictadura desarrollista" (p. 88). El "contubernio de Múnich" de 1962 y, por supuesto, las relaciones más importantes y humillantes para España con los Estados Unidos, acostumbrados a tratar a los militares españoles como "cipayos" (p. 97), porque, en realidad, España no podía aportar nada de interés para los estadounidenses fuera de su posición geoestratégica, mientras que estaba muy necesitada del reconocimiento internacional que los yanquies proporcionaban. En Europa, la política exterior española de Franco solo tenía límites (p. 100)  y era la única posible. Las otras políticas de apertura al Este y similares era un puro Ersatz, en expresión que Viñas toma prestada a Fernando Morán (p. 101). En realidad, toda la hagiografía que presenta a Franco como caudillo sapientísimo que supo dirigir siempre la nave del Estado por las procelosas aguas internacionales era la consabida mitología franquista (p. 111).

Borja de Riquer, La crisis de la dictadura. El ensayo se concentra en los años de 1973 a 1974, parte del llamado "tardofranquismo", la época de Carrero Blanco y Arias Navarro. Menciona al comienzo algunos puntos de interés, como los nerviosos debates en Consejo Nacional del Movimiento entre 1971 y 1973, muy ilustrativos de la mentalidad de la clase franquista y poco aprovechados hasta el momento (p. 117). Da importancia a la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes que, bajo la dirección del Cardenal Tarancón, aprobó por gran mayoría (217 votos a favor y 26 en contra) una declaración sobre la independencia entre la Iglesia y el Estado. Otra declaración que pedía perdón por el comportamiento de la Iglesia en la guerra civil no prosperó (p. 119), lo cual debe tomarse en cuenta a la hora de aceptar la tesis de la oposición democrática católica sobrevenida en el tardofranquismo. El resto del capítulo se mantiene en los limites de la interpretación mainstream de la época, con una referencia (hoy de amargo recuerdo para sus protagonistas) de cómo el PCE y el PSOE propugnaban por entonces el derecho de autodeterminación de las naciones "periféricas" (p. 139). Se añade un interesante colofón: a pesar de los esfuerzos de la dictadura por "educar"  a la población, fracasó en el intento. Los sondeos del tardofranquismo muestran una cultura política democrática (p. 147). De Riquer no indaga en qué razones explican esta disonancia cognitiva y no ha lugar aquí a preguntar por ellas. Pero sí parece evidente hoy día que la afirmación final del autor de que la agonía de Franco fue la de su régimen "que ya era considerado anacrónico por una mayoría pasiva, pero esperanzada, de españoles" (p. 148) es aguda, pero quizá puede matizarse a la vista del apoyo que tiene el partido neofranquista PP.

Carlos Gil Andrés, Los actores, es un trabajo poco frecuente en estos libros, pero muy conveniente: una serie de breves semblanzas de algunos protagonistas del franquismo, especialmente el tardío y la transición. Se lee con gusto y se obtienen enseñanzas de las biografías de Arias Navarro, Carrero Blanco, Carrillo, Fraga, López Rodó, Muñoz Grandes, Pla y Deniel (con su pastoral sobre las dos ciudades, no las de Dickens, sino la celestial y la terrenal, con la que daba apoyo a la doctrina de la sublevación fascista como una cruzada), Pilar Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y Serrano Suñer.

Mary Nash, Vencidas, represaliadas y resistentes: las mujeres bajo el orden patriarcal franquista,  aporta la imprescindible perspectiva de género en este asunto. La represión franquista se cebó con las mujeres, las rojas, porque rompían la falsa imagen que pretendía acuñar de la función que les correspondía. El adoctrinamiento (la "fiel esposa", sierva del marido, recluida en el hogar para garantizar la reproducción) corría a cargo de la Sección Femenina de la Falange (p. 196). Por supuesto, la represión de las rojas (tanto las que se suponía lo eran por sí mismas como las que pagaban por el mero hecho de ser parientes de rojos) mostraba la hipocresía de esta ideología franquista y nacionalcatólica. Todavía era más patente la contradicción en el terreno laboral: la doctrina franquista de la mujer en el hogar, concentrada en la maternidad que trataba de sacar a las mujeres del mercado laboral tropezaba con el hecho de que, con pocos hombres disponibles (muertos en la guerra, exiliados o presos), los empresarios contrataban mano de obra femenina que, además, tenía la ventaja de percibir salarios inferiores a los de los hombres y no respetaban siquiera las normas franquistas de fomento del matrimonio y excedencia obligada de las casadas (p. 214).

José-Carlos Mainer, Letras e ideas bajo (y contra) el franquismo es un documentado trabajo sobre la producción literaria y ensayística bajo el franquismo, desde los primeros tiempos de lealtad imperial de Escorial, pasando por la literatura del "tiempo de silencio" hasta las obras ya claramente opositoras a partir de los años sesenta. Pero no hay nada sustancialmente nuevo en relación con el resto de la obra de Mainer en este campo. Es interesante, con todo, la rápida mirada lanzada a la literatura y cultura populares las revistas gráficas (de donde surgiría Triunfo), los tebeos y, cómo no, los seriales radiofónicos, especialmente de Guillermo Sautier Casaseca y Luisa Alberca, que están pidiendo a gritos un estudio semiológico (p. 244).

Agustín Sánchez Vidal, El cine español durante el franquismo tambien un ambicioso proyecto que queda algo desbordado por el alcance del tema. Desde el cine de la inmediata postguerra (y la Raza del caudillo) hasta las últimas películas de los años setenta, se pasa por muy diversas épocas, géneros  e intencionalidades nada fáciles de resumir. Filmes aparentemente realistas, abundante cine histórico ("de cartón piedra), temas intrascendentes (p. 282). Tratamiento especial reserva el autor a un espíritu incipientemente crítico, en concreto la obra de Berlanga (pp. 286 ss.), hasta el nuevo cine de los años sesenta (dentro del cual hay que contar el Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, para festejar los "XXV años de paz")  y el destape. Lo que está claro es que la industria cinematográfica vencería los angostos límites de la organización institucional de la censura. Otra cosa sería la calidad de los productos, sobre todo si, como no suele hacerse en la bibliografía sobre cine español, se comparan sus producciones con las extranjeras.

Enrique Moradiellos, Franco y el franquismo en tinta sobre papel: narrativas sobre el régimen y su caudillo, es un trabajo en el que se encara el muy peculiar y a veces bizantino asunto de la naturaleza del régimen. El autor lo aborda tras recordar que el conocimiento científico depende de las tipologías y las clasificaciones y por eso es imprescindible tipificar correctamente el fenómeno en cuestión. No seré yo quien niegue esta resplandeciente verdad, pero sí me permitiré cuestionar su pertinencia para una perspectiva histórica ya que la historia, como ciencia, es el reino indiscutible de lo único, incomparable, irrepetible. Las tipologías y clasificaciones son sin duda imprescindibles para las ciencias sociales, que son "idiográficas", según los neokantianos, pero tienen menos importancia para la más idiográfica de todas, precisamente, la historia. De hecho, el autor no tarda en dar vueltas a la ya bastante vista cuestión de la tipificación del franquismo como totalitarismo o régimen autoritario (Linz) (p. 329), tras pasar en volandas por las caracterizaciones bonapartistas. Es como el asunto del elefante descrito por diez ciegos: cada uno de ellos toma la parte que palpa por el elefante entero. Algo similar cabe decir de un régimen tan longevo, tan proteico, oportunista y pragmático, capaz de contradecirse en 24 horas si lo creía necesario: el franquismo fue bonapartista, totalitario, autoritario, nacionalcatólico, seudoimperial, corporativo, militarista, etc, según el momento y el fondo de la cuestión. Y lo mismo cabe decir del propio Francisco Franco en persona, del que se ocupa una serie de biografías de un lado y del otro y de las que Moradiellos da cumplida cuenta. Sin olvidar que el de la biografía es un género interminable.

Hay al final una especie de epílogo a cargo de Ignacio Martínez de Pisón bajo el título Cuarenta años sin Franco, un texto interesante, en estilo de autobiografía y recuerdo, inteligente y con acierto. Recojo una última exclamación del escrito especialmente significativa, aunque no me parezca cierta: "El fracaso de la socialdemocracia es también (¡ay!) el fracaso de mi generación..." (p. 360). Habría bastante que hablar sobre qué se entienda por "fracaso", de qué "socialdemocracia" se hable y en cuanto a si afecta a su generación, eso ya es asunto de ella misma, si se reconoce como tal.

En resumen, un buen libro y actual sobre el franquismo, con las virtudes y los defectos de las obras compiladas, estén o no escritos los trabajos a propósito para la obra. Lo que se busca es analizar el mito (o los mitos) del caudillo por la gracia de Dios. Ese término de mito quizá sea el que más suena en todas las investigaciones sobre Franco. Aparece aquí, está en el título del capítulo de Preston, lo emplean otros autores de esta obra. Y no es casual: ya estaba en una de las más famosas, la de Herbert Routledge Southworth, El mito de la cruzada de Franco y también en otra más reciente de Alberto Reig Tapia, Franco caudillo: mito y realidad. Todo en el franquismo es mito. No es este lugar para ahondar en el asunto pero habrá que hacerlo algún día, aunque solo sea para librar ese hermoso concepto de mito de cualquier afinidad con esa basura espiritual que fue el franquismo en todos sus aspectos, militar, jurídico, civil, intelectual, religioso, etc. Esa vergüenza colectiva que arrastramos los españoles como un baldón por la historia: la de haber sido (y, en buena medida, seguir siendo) un pueblo al que se negó la libertad y se humilló, haciéndolo pasar por la indignidad de tratarlo como menor de edad. Como lo pretende hoy un gobierno de franquistas.

dilluns, 20 de juliol del 2015

Puta barata podemita. Ta-ta-ta.

Efectivamente, "ta-ta-ta", es lo que hubiera gustado a este individuo, ametrallar a la portavoz socialista de su ayuntamiento de Villares del Saz, Cuenca. Así lo hacían sus antecesores ideológicos, los sublevados el 18 de julio de 1936, por cuyo retorno reza un cura en los Jerónimos de Madrid. Porque en España tenemos el raro privilegio de que 30 años después de una de las dictaduras más salvajes, estúpidas, inhumanas y ridículas que se han dado en el mundo, hay clérigos que honran la memoria del genocida y encomiendan su alma a su dios.
 
Suele decirse que este tipo de exabruptos son casos aislados, que no pueden ni deben generalizarse. Falso, absolutamente falso. Es el espíritu mismo del PP, fundado por otro matón, servil ministro de la dictadura, Fraga Iribarne, y en el que tienen acomodo todos los franquistas, hasta los más burros, como se ve en Cuenca. Basta con recorrer las noticias e ir seleccionando los casos: cachorros de las Nuevas Generaciones haciendo el saludo fascista o paseando la bandera de Franco; un alcalde diciendo que los asesinados por los franquistas se lo merecían; otro, que las mujeres están para violarlas; el amigo Hernando, portavoz del PP, un jayán pendenciero, insultando a las víctimas de los asesinatos franquistas; otro todavía más necio, Casado, que llama "carcas" a los de izquierdas por querer recuperar los restos de sus familiares o allegados, con lo que une el insulto a su supina ignorancia pues desconoce el significado de carcas; Sáenz de Buruaga, llamando "buena gente" a tipos que, como un antepasado suyo, son responsables de auténticas masacres; Miguel Platón, asegurando que la mano de obra esclava del Valle de los Caídos no era esclava sino gente que estaba allí voluntariamente y por la paga. En último término, la intención de la liberal Aguirre de denunciar al Ayuntamiento de Madrid si elimina los nombres de los asesinos franquistas del callejero pertenece al mismo tipo de actitud: la de quienes no solamente no condenan la sublevación de los fascistas ni la dictadura que erigieron, sino que la celebran y anhelan su restauración.
 
No, no son casos aislados ni impredecibles. Es política deliberada del PP, esa derecha que, según los acobardados liberales españoles Fraga había civilizado, no siendo cierto en modo alguno porque es tan agresiva, franquista y ridícula como siempre. O más, porque van sin complejos.
 
Es el propósito de no condenar el franquismo, no eliminar sus huellas, monumentos y homenajes, el de torpedear la Ley de la Memoria Histórica o, en los casos de las franquistas más contumaces, como Aguirre, incluso pedir que se derogue. No quieren que nada se revise, que nada se toque. Pretenden que todo quede como siempre, los cien mil asesinados en las cunetas, la iconografía franquista en las ciudades. Que no se reabran las heridas, que no vuelvan a encenderse los odios. Esta derecha tiene un problema psiquiátrico colectivo. No puede defender su pasado. Al contrario, trata de ocultarlo y negarlo porque le pesa en la conciencia. Es un caso de neurosis, de acto rechazado, de recuerdo reprimido.
 
No, no se trata de exabruptos aislados. Pero tampoco se limita a esa mala conciencia de saberse herederos ideológicos de unos militares golpistas y unos curas cómplices. No serían ellos si esto quedara así. El franquismo no fue solamente una dictadura que suprimió el Estado de derecho e instaló un régimen criminal. También fue un expolio, un robo organizado y sistemático. Los vencidos quedaron a merced de los vencedores, quienes no solamente los persiguieron, torturaron y fusilaron sino que, además, les robaron sus pertenencias, propiedades, títulos, casas, empresas, tierras, hijos. Y todo para lucro personal de los vencedores. Antonio Maestre muestra cómo muchas de las empresas que cotizan en el IBEX 35 se originaron en el expolio franquista de los vencidos. Muchas fortunas actuales se hicieron arrebatándoles sus propiedades, despojándolos de sus pertenencias. La fortuna de la señora Gomendio, por ejemplo, hasta hace poco secretaria de Estado de Educación se origina directa o indirectamente en la dictadura o como resultado de la actividad criminal de su bisabuelo, el general Kindelán, responsable del bombardeo de Gernika y a sueldo del Foreign Office británico durante la guerra. Hicieron una guerra para robar y en ello siguen.
 
¿Cómo va a querer esta gente que se haga memoria histórica, que se haga justicia a las víctimas, que se sepa la verdad? Se empieza desenterrando a los asesinados y se termina teniendo que dar cuenta del origen de la fortuna y/o riqueza de que se disfruta. Y eso es algo inadmisible para una gente acostumbrada a un país, que considera suyo, sin libertades y en el que media población vive a base de de explotar a la otra media. Si condenara, quizá tendría que empezar a devolver lo robado en su día.
 
Y mientras llega ese momento y por si acaso, insultan a mansalva pues, de momento, no pueden volver a fusilar.

dijous, 9 de juliol del 2015

A la sombra de su sombra.

Juan Maestre Alfonso (2015) Persiguiendo mi sombra. Pecado, culpa y sociedad en la España de Franco. Salamanca: Comunicación social (297 págs.)
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He leído de un tirón el libro de Juan Maestre. Me atraparon los dos primeros párrafos, en los que cuenta cómo un cura abusaba de él con prudencia jesuítica cuando era niño. El hermano Z. (casi todos los nombres en la obra vienen en iniciales) le metía mano. No a fondo, pero sí lo suficiente para que el chaval tardara veinte años en contárselo a alguien y, además, a un compañero de colegio, que es un contar a medias, y unos sesenta en explayarse sobre ello en público.
 
Es un libro de memorias, pero tan original y personal que se lee como una novela. Porque viene novelizado. Maestre, con toda una larga trayectoria de sociología cualitativa a la espalda, influido por Jesús Ibáñez y sus grupos de discusión, por Ángel de Lucas y, sobre todo, por la técnica de las historias de vida, en la que tiene reconocida reputación, ha pasado a contar la suya pero a través de las de los demás. Incluso cuando habla de sí mismo (capítulos primero y último) lo hace distanciado, en los momentos de apertura y cierre, por así decirlo, de su ciclo vital. Verse a sí mismo en el recuerdo como otro y verse a sí mismo en el retrato de hoy pero como un tercero, introduce una visión literaria. Las historias de vida son cruces de caminos en que se encuentran varias ciencias sociales y la literatura. De hecho las memorias están siempre, obligatoriamente, realizadas desde la perspectiva que los novelistas llaman "narrador omnisciente".  Y eso sucede en persiguiendo mi sombra, en dos capítulos habla de sí mismo a través de sí mismo y en cuatro de sí mismo a través de otros, y en todos prevalece la figura del narrador, punto al que se refieren las historias propias y las de los demás.
 
Una obra así concebida, escrita en un castellano fluido, elegante, sobrio, sincero, encandila. No se lee; se devora o se bebe. Fui posponiendo otros quehaceres, sacando tiempo de donde no lo había, hasta concluir la lectura, fascinado por el despliegue de una vida que, en su mayor parte, ha transcurrido bajo el franquismo, como se hace notar en el subtítulo de Pecado, culpa y sociedad en la España de Franco. Concluido el leer, llegó la perplejidad. Ese libro narra también mi vida. No solamente porque sea más o menos coetáneo del autor sino porque algunos de los personajes de que trata también los traté yo, porque los lugares de su infancia en Madrid son los míos en mi adolescencia. El cuadrilátero urbano que dibuja, Bilbao, Quevedo, Argüelles y Dos de mayo (p. 257) me es tan familiar (ampliando el límite sur del Dos de Mayo hasta el metro de Noviciado) como mi cuarto. Y porque fui partícipe de algunas de las peripecias que cuenta, no en los episodios narrados, pero sí en otros.
 
 Mi primera reacción fue ponerme al teclado y escribir un ditirambo. Yo también publiqué hace unos años una especie de memorias, igualmente mezcladas con consideraciones sociales y políticas que, en el fondo, nos sirven a los académicos para no ir demasiado a lo privado, (Rompiendo amarras. La izquierda entre dos siglos. Una visión personal. Madrid: Akal, 2013). En la medida en que eran memoria, también recreé esos paísajes urbanos, incluidos los bulevares, de cuya desaparición se lamenta Maestre. Sí, preciosos aquellos paseos centrales arbolados por cuyas veras subía y bajaba el tranvía que iba a Rosales, pero absolutamente incompatibles con la densidad de tráfico que hoy soportan los cinco tramos de Marqués de Urquijo, Alberto Aguilera, Carranza, Sagasta y Génova. Cinco nombres de calles de Madrid sin  ningún militar ni santo ni cura. Un milagro. El resultado hubiera sido una crítica laudatoria, hablando de los viejos tiempos, que no tiene mayor interés.
 
Luego reparé en que las coincidencias de lugares, hechos y personas, dan pie a muchas discrepancias también. Juicios sobre las personas, valoraciones de los hechos, interpretaciones de las relaciones. Mi segunda reacción fue de nuevo saltar sobre el teclado a dejar constancia de mis objeciones, críticas, reproches, a meterme en donde no me llaman y enjuiciar al autor. La crítica podía convertirse en una controversia, en una diatriba. Pero no por ello tendría mayor interés si bien, quizá, mayor audiencia, por cuanto siempre atrae más la riña que la concordia, aunque lo correcto sea decir lo contrario.
 
Me llevó más decidirme a comentar el libro que leerlo. Al final me puse a hacerlo adoptando como guía el huir de los dos extremos, el ditirambo y la diatriba, pues ambas actitudes obscurecen y acartonan el relato. Basta con que este se componga de observaciones espontáneas, surgidas al paso de una lectura que tiene muchos registros pero aparece unificada por un hilo conductor: el de un hombre que intenta exponerse como se ve. Con otro paralelo: el de un lector que trata de entender cómo se ve el autor y, de paso, verse a sí mismo como punto de referencia. Y ese es a mi juicio el mayor mérito del libro de Maestre, que nos interpela personalmente. 
 
Así que el hermano Z le metía mano. Maestre se educó en los jesuitas de Areneros y eso marca. Elitismo, privilegios, disciplina y mucha hipocresía. Claro que marca. Maestre ve su propia vida como una lucha por librarse de la marca. Y no está muy seguro de haberlo conseguido. Este capítulo autobiográfico lo prueba.  "En materia de castidad no existe pecado venial", le decían. Considera que es algo tremendo que todavía lo obsesiona y le afecta porque entiende que la represión sexual fue una constante de su generación, de la que esta no podía sustraerse y la mayor a que se la ha sometido y lo reitera en la obra (pp. 18, 41, 159). Recordando los ejercicios espirituales, acaba asimilando el colegio a un campo de exterminio, como los de los nazis y los comunistas pero, como a estos, el tiro les salió por la culata pues fueron muchos los que se situaron en las antípodas de lo que los jesuitas querían (p. 52). Los jesuitas sufren a veces esas paradojas. Recuérdese a Voltaire, siete años interno con los jesuitas de Louis-le-Grand. Pero tampoco es el asunto tan drástico. A pesar de irse a las antípodas, reconoce que, aun habiendo roto los lazos institucionales, mantiene relaciones "fluidas, sinceras, distendidas" con los padres (p. 65). Igual que Voltaire, cuya veneración por algunos de sus maestros le duró toda la vida.

De los jesuitas alaba cierto espíritu igualitario que probablemente enlaza con el de las misiones del Paraguay y que se observaba en el hecho de que el colegio tenía también unos internos uniformados de los que, dice, los externos intuían que "no eran de nuestra clase" (p. 59). Es curioso. Yo me eduqué en un colegio de medios pelos, gestionado por el arzobispado de Madrid y también me llamaron la atención aquellos internos uniformados. Eran los contingentes de huérfanos de distintas instituciones que los colegios de Madrid tenían que admitir después de la guerra. Nunca los consideré de "otra clase" y tenía amigos entre ellos, como entre los externos. Claro que, como hijo de republicanos vencidos en la guerra civil, eso no me era difícil. Maestre expone reiteradamente su conciencia de ser de familia de vencedores. Yo crecí en familia de vencidos. Pero de vencidos que se consideraban moralmente vencedores. Algo que muchos vástagos de los vencedores de la generación de Maestre acabaron aceptando, lo cual explica algunos misterios de la historia reciente del país.

Además de ser hijo de vencidos que no aceptaron la derrota y siguieron luchando por la República, en mis años de colegio jamás vi un cura. El único clérigo era uno secular encargado de los frecuentísimos ritos religiosos de la época, misas, rosarios, via crucis. Todo el profesorado era seglar. Hasta el profesor de religión era un cura défroqué y algunos de los enseñantes hasta republicanos a las escondidas, habiendo sobrevivido con argucias a las temibles depuraciones que hicieron los fascistas. La pederastia allí estaba descartada y la represión sexual era parte de la represión general de las ordenanzas hispanas, pero acababa a las puertas del colegio y cada cual se buscaba la vida como podía, algunos con notable éxito.

Profesa Maestre gran admiración por su compañero de curso V. P. D., quien llegó a príncipe, categoría definitiva en el ámbito jesuita. Pero se molesta porque V. P. D. consigna en un libro valoraciones negativas (que él considera superficiales y periféricas) de la labor de los jesuitas en América y del padre Arrupe en concreto (p. 65). Son los misterios de la marca de la casa. Al hermano de Voltaire lo educaron los jansenistas y las conversaciones entre ambos debían de ser asaz curiosas. Por mi parte no comparto en absoluto la admiración de Maestre por la capacidad intelectual de V.P.D. pero sí coincido con este en tener muy pobre opinión de los jesuitas allí en donde se den.

Salido del colegio con propósito de no ser monje, Maestre opta por las armas. Será soldado y se prepara para la carrera militar. Esta parte de la historia ya tiene una ajena, la de su compañero Antonio quien, fracasado en el mismo intento castrense, acaba al parecer, suicidándose en Peñíscola. Su propio abandono de la vocación militar se explica a la luz de su juicio actual sobre las fuerzas armadas de entonces (el actual ha mejorado) a las que hace responsables de la  "tibetanización de la nación" (p. 80, 187). El término tiene una claro eco orteguiano. España necesitó 16 años para superar la brecha de la guerra civil y vivía "tibetanizada" en Europa (p. 89). Y el plazo parece desacertado. En 1955 no se superó brecha alguna, salvo que se interprete por tal el ingreso en la ONU, cosa poco convincente. Hoy, además, sabemos que, mientras haya más de 100.000 personas asesinadas en las cunetas de España, esta no habrá superado brecha alguna.

Hay un toque de color en la aventura militar de Maestre al referirse al africanismo de Franco: la "guardia mora" (p. 90), la "guerra de Ifni" (p. 91). El "africanismo" tenía un toque casi tribal. El espectáculo de la guardia mora era de película de Hollywood y, de hecho, lo que la historia gráfica recuerda de aquella guerra semioculta es la visita que hizo Carmen Sevilla a las tropas en Sidi Ifni en la nochevieja de 1957. Una imitación de la que hizo Marilyn Monroe a las tropas yanquies en Corea en 1954. El país es así. Puro plagio.

Por fin Maestre reconoce que tampoco quiere ser soldado y se apunta a las letras. Y ese es el comienzo de su tercera vida, que resulta ser la definitiva. Estudia Derecho, Ciencias Políticas, Graduado Social, se licencia, se doctora y emprende una vida que casi puede caracterizarse de errante por distintas geografías, recala en Lovaina, es becario en Israel, escribe dos libros (luego, llegarán más), es sociólogo del ministerio (p. 96), viaja por América, ejerce docencia y asesoramiento en diversas partes del mundo, hace política en España y finalmente se jubila en la Universidad hispalense en la que es emérito, rodeado del reconocimiento de colegas y discípulos. Atalaya desde la que describe su vida en clave de vidas ajenas

Metafóricamente podríamos asimilar la decisión de Maestre de colgar los futuros hábitos y renunciar a lucir uniforme a una especie de rebelión final contra la figura del Padre. Al fin y al cabo, está muy presente en su ánimo su idea de proceder de una "típica familia de clase media-alta, católica a lo hispano, de derechas y, en consecuencia, de los vencedores de la guerra civil..." (pp. 94/95, 164, 174, 178, 236), en donde esos oficios se verían con buenos ojos. "Padre", llega a firmar Maestre, es la palabra clave en la educación de Antonio, (p. 101), el supuesto suicida de Peñíscola. Porque, añade, el problema del padre es el de su generación, que considero la mía, porque desemboca en el autoritarismo que parte del régimen e invade la familia, sobre todo la familia del régimen. Muchas reacciones antifranquistas eran a veces reacciones contra el padre (p. 105). Sí, el padre suele ser el problema, pero también cuando falta. Mitscherlich, el discípulo de Freud, consideraba que la sociedad alemana de la posguerra era una "sociedad sin padres", lo cual era estrictamente cierto dado que en la guerra habían muerto muchos de los que hubieran podido serlo o ya lo eran. La presencia o la ausencia del padre son siempre problemáticas. En mi caso, por ausencia, dado que mi padre se exilió y yo crecí en un matriarcado.

La vida política de Maestre parece haber sido tan moderada como radical su doctrina. En otro capítulo pergeña la vida de otro personaje, Fernando, un elemento pocedente del frente de juventudes (p.141) que se pasa a la izquierda y se enamora de una señorita bien, Gloria, quien le correspondía. Lo grueso del relato -que las nuevas generaciones harán bien en calibrar, tratándose de la España de los años sesenta o setenta del siglo XX- es que la familia no aceptó la situación y metió a la niña en un hospital psiquiátrico en Santander durante cinco años (p. 148). Fernando no pudo sacarla de allí y acabó casándose con otra. Su izquierdismo lo llevó al PSOE y el autor, que reconoce haber militado cierto tiempo en el PCE, lo juzga como "visceralmente anticomunista" (p. 154) pero aun así, capaz de hacer campaña en contra de la permanencia de España en la OTAN. Siempre me ha llamado la atención esa expresión de "visceralmente anticomunista" con la que los militantes del PCE daban por perdidos los casos de determinados interlocutores. Y la verdad es que, los breves meses que yo estuve en el PCE, tambén encontré muchos comunistas que eran "visceralmente antisocialistas". En realidad, entre el PCE y el PSOE siempre ha habido muchas vísceras. Maestre parece haberse movido más cómodamente en la esfera del PSOE que izquierda es, al fin y al cabo. Ignoro qué actitud adoptaría frente a la cuestión de la OTAN, que fue muy reñida. De mí puedo decir que me pronuncié por el sí sin ser ni haber sido nunca militante del PSOE, únicamente empujado por mi convicción de que España debía dejar de ser "singular" y estar en todos los organismos y organizaciones en que estuvieran los llamado "países de nuestro entorno". No hace falta señalar que hube de aguantar entonces y aun ahora, mucha "visceralidad".

El capítulo dedicado a un tal José Luis A. trata de un episodio que también me toca muy de cerca. En los años 60, la guardia civil detuvo a tiros a dos miembros del Partido Comunista de España (m-l), cuyo dirigente por entonces era mi padre y en el que no milité jamás. Uno de los detenidos, Riccardo G., un italiano, recibió un tiro en la boca (p. 164). Riccardo era amigo mío. Habíamos estado juntos en el PCE y, luego, mientras yo abandoné  toda militancia partidista, él se hizo prochino. Desde entonces nos hemos visto ocasionalmente. Curioso destino el suyo. Maestre actuó como su abogado el juicio que se le siguió en el Tribunal de Orden Público, pero la historia que le interesa es la de José Luis A., el copiloto de Riccardo en el momento del disparo. Igualmente un ejemplo de buena familia, muy católica y muy derechas, exmiembro del Frente de Juventudes (p. 173), admirador del Tercer Reich y también militar frustrado. Un caso similar al del autor que confiesa haberlo perdido de vista cuando salió de la cárcel (p. 195) y no sabe que haya hecho nada. Con algo de resignación viene a decir que, en definitiva, la Transición la hicieron los "reformistas del franquismo", Suárez, Rosón, Martín Villa, Aparicio Bernal, Gabriel Cisneros (p. 172), en realidad, los que habían hecho la carrera a la que  José Luis A. se destinaba a sí mismo y de la que se desvió.  

Hay un curioso capitulo dedicado a Tomasa, la sirvienta que estuvo prácticamente toda la vida con su familia, a la que llama "asistenta" y que luego heredó él. "Una más de la familia". En casa de mis abuelos paternos siempre había un par de criadas y una cocinera, generalmente chicas jóvenes que mi abuela traía de la aldea y a las que renovaba según volvían a ella para casarse o porque las familias las reclamaban. Es decir, ninguna duraba. En casa de mis padres hubo en ocasiones alguna interna pero que también cambiaba con frecuencia, según dictaban las oscilantes circunstancia económicas de la familia, nunca muy boyantes y, a veces, angustiosas. Es decir, no he conocido esa experiencia de la sirvienta "de la famila", que ve crecer a los hijos y acaba siendo como una especie de madre para ellos. En todo caso, al autor le sirve no solo para dedicarle un recuerdo sentimental sino también para asomarse al mundo de la gente más pobre y desasistida. Tomasa era hija de un peón caminero que tuvo abundante descendencia. Casó con uno de su condición y tuvo la mala suerte de montar la casa en Brunete, el de la famosa batalla. Al terminar esta, ya no tenía casa y pasado poco tiempo, quedó viuda y, luego perdió a su hijo. Las observaciones de Maestre sobre la resignación y el fatalismo con los que Tomasa vivió su duro destino son de las más ilustrativas de un libro en el que hay muchas otras, pero no sé si tan sentidas. (p. 220).

Los capítulos centrales nos llevan por otros vericuetos al trozo autobiográfico del final en el que Maestre despliega sus tres nombres, Juan Mariano Julián, y da las últimas pero muy significativas pinceladas al cuadro. Matiza el autor la imagen de "familia privilegiada de vencedores", situándola, al menos en parte entre los "desertores del arado", si bien añade que eso pasa a casi todo el mundo excepto a la Familia Real y a Romero de Solís (p. 238), uno de los pocos que no está oculto tras unas siglas y, por probable afinidad profesional,  se tratará de Perico. Me siento hermanado con el autor. Mi familia paterna es de desertores del arado en sentido estricto. Mi abuelos paternos, labrantines poseedores de una herrería en un pueblo de Cuenca. Sus hijos, comunistas. Mi abuela materna, rica terrateniente gallega (que ya es difícil), casada con prestigioso vástago de linaje de letras y naturalmente del régimen, aunque tibios a fuer de tradición liberal. Esas mezclas, transgresiones de clase, las trajo la guerra.

Casi al final del libro, el autor señala que fue hace poco tiempo cuando su mujer le informó del origen ilegítimo de su padre, cuestión que no le preocupa. Pero de nuevo se viene a la memoria Voltaire, con quien empezó esta crónica, cuando decía, lleno de orgullo, no que su padre fuera ilegítimo, sino que lo era él mismo y siempre dijo admirar grandemente a su madre por haberlo concebido del señor de Rocabrune, "mosquetero, oficial, autor y hombre de espíritu" y no del vulgar notario Arouet. Hablando de padres...

 

dimecres, 24 de juny del 2015

La ficción del franquismo.

Quedan unos días para ver la exposición que sobre el franquismo en España han venido albergando la casa de los Morlanes y el palacio de Montemuzo en Zaragoza, comisariada por Julián Casanova, catedrático de historia contemporánea de su universidad. La exposición es bastante pobre de contenido. Tiene algunas piezas de interés, como unos pupitres de escuela primaria del franquismo, algún mapa de la época, un par de uniformes de falangistas, un modelo de garrote vil sacado de algún almacén municipal, muchas fotos, algunas con apoyaturas materiales, como las maletas de los emigrantes a Alemania, varias revistas y no de las más significativas, documentos más o menos relevantes, cedidos por archivos que el historiador visita con frecuencia y un par de vídeos con selecciones mezcladas de trozos del NO-DO y algunas de las películas señeras de la época, como Raza, Surcos, Balarrasa y otras ya del desarrollo, con Marisol o Pepe Luis Vázquez. Como muestra no está mal, pero deja mucho que desear por sus  carencias. Hay aspectos enteros del franquismo que no se ilustran y otros se tratan superficialmente, si bien es cierto que los 40 años de la dictadura están muy bien y rigurosamente tipificados en sus distintas épocas y rasgos: la represión, la escuela, la Iglesia, el turismo, la emigración, etc. Otra cosa es que también estén materialmente representados, asunto más difícil, que requiere otro tipo de profesionalidad, si bien no hay duda de que lo logrado es meritorio. Lo mejor son los largos textos que ilustran la exhibición y están sacados del libro que, editado por Casanova, se vende en la exposición con el mismo título de esta, Cuarenta años con Franco, y del que hablaremos en su momento, empezando ya por reseñar que la preposición "con" en el título no parece muy afortunada. Lo más insatisfactorio son las dos antologías filmadas porque los trozos escogidos, tanto del NO-DO como de films de ficción, no hacen justicia a su objetivo. No obstante, los organizadores han compensado esta carencia programando unos ciclos complementarios de cine con un buen puñado de films muy representativos pero que requieren, claro, más tiempo del que lleva una exposición.

En todo caso es de aplaudir que, a los 40 años de la muerte de un sangriento tirano, que marcó para siempre la historia de este desgraciado país, se ofrezca la posibilidad de contemplar una retrospectiva de lo que fueron aquellos cuatro inenarrables decenios que hoy han revivido frescos como las rosas del haz falangista en estos cuatro años de nacionalcatolicismo pepero, ultrarreaccionario y delictivo. Sobre todo porque da pie a una reflexión sobre el franquismo, una interpretación que vaya más allá de la documentación de sus aspectos más sórdidos, siniestros y genocidas, y que, traída hasta el día de hoy, quizá no sea del todo inútil y sirva para abrir una perspectiva nueva tanto en el juicio sobre la transición como sobre la época actual.

A los 40 años de la muerte del dictador sigue habiendo muchas discrepancias en el juicio global de su régimen y, por lo tanto, de sus consecuencias. La reciente controversia sobre el tratamiento de la figura de Franco en el Diccionario Biográfico Nacional de la Real Academia de la Historia es prueba de ello.  La insistencia de los franquistas y asimilados en que el conocimiento en democracia huye de las "verdades oficiales", confundiendo a propósito la mera verdad con la "verdad oficial", es coherente con su empeño de que no se aliente la memoria colectiva y se olvide este episodio para, suelen decir, "no reabrir heridas". La guerra civil fue un deplorable cuanto inevitable episodio; la dictadura, una desgracia, pero un mal menor que, además, tuvo sus aspectos buenos y hasta salvíficos. Y, sobre todo, dejó un régimen democrático homologable a los de los países del entorno. Mejor no hurgar en el pasado. España se ha normalizado y en eso coinciden casi todos.

En definitiva, el franquismo fue un tiempo particularmente duro, tiránico, inhumano pero que, finalmente, se terminó, dejando paso a una España normal en la cual es posible articular visiones de la dictadura tan críticas, bien fundamentadas y convincentemente expuestas como las de Casanova y otros historiadores como Preston o Ángel Viñas.

La visión dominante, general, es la que ve el franquismo como un interregno de la historia política de este país. La pelea está luego en el carácter de ese interregno: dictadura militar, nacionalcatolicismo, autoritarismo, totalitarismo, movilización fascista. Cuarenta años dan para mucho. Pero, ¿y si no fuera un interregno, sino un cambio sustancial de la evolución histórica de España? Es decir, no como la isla que divide el río en dos brazos durante un tramo y que luego se reunifican en su caudal original, sino como un dique que lo obliga a desviarse en una dirección distinta.

El franquismo fue el resultado de un golpe de Estado, preparado en una conspiración previa de financieros, empresarios, gente acaudalada, monárquicos, militares y curas. La sublevación convirtió automáticamente en delincuentes a quienes la perpetraron y sus auxiliares desde el primer momento, por haber roto sus juramentos y atentado contra la legalidad repúblicana que, para ocultar sus designios delictivos, aseguraban querer defender. El hecho de ganar por la fuerza de las armas tras tres años de guerra no convirtió a los delincuentes en menos delincuentes. Siguieron siéndolo hasta el final, cuarenta años más tarde. Porque la legalidad republicana fue abolida a tiros, pero era y sigue siendo la única legítima en España.  En esos cuatro decenios, los delincuentes erigieron un remedo de Estado, de ordenamiento jurídico, de orden institucional completamente falsos. Una escenificación orwelliana en la que todo, absolutamente todo, era lo contrario de lo que simulaba ser.  El franquismo creó un país ficticio en el que la injusticia era la justicia; el robo, la integridad; la maldad, la bondad; el despotismo, la libertad; la crueldad, la caridad. Y todo eso en nombre de un dios que se había impuesto manu militari sobre sus sufridos creyentes y con ayuda de adoradores de otro dios.

Suelen señalarse algunas macabras ironías que apuntalan esta interpretación del franquismo. El cardenal Pla y Deniel bautizó de cruzada a una sublevación de militares felones que traían soldados musulmanes en sus filas. O bien el reiterado hecho de que tanta gente del bando vencido fuera ejecutada bajo la acusación de rebelión militar en procesos-farsa seguidos ante tribunales militares compuestos por rebeldes. Pero estos son casos concretos de un comportamiento generalizado en la sociedad y que acabó impregnando la mentalidad de los españoles durante aquellos cuarenta años. Téngase en cuenta: se trataba de un país en el que media población había sido derrotada por la fuerza de las armas por otra media y quedaba a su merced incondicional y esa otra media victoriosa no tuvo ninguna. Los mismos que habían torturado, fusilado, asesinado a decenas de miles de personas indefensas, que habían violado a mansalva, ultrajado y expoliado, eran los que predicaban en todos los púlpitos civiles, políticos, religiosos, económicos que tenían en monopolio la melopea unánime del humanismo cristiano y el valor absoluto de la persona. Los mismos que se valieron de marroquíes, alemanes, italianos para ganar la guerra, que mandaron luego la División Azul bajo uniforme alemán a batallar en Rusia, que entregaron la soberanía territorial a los Estados Unidos mediante la autorización de las bases, eran los que hablaban de la patria, la nación, etc. Los mismos que habían roto las familias y secuestrado a miles de niños, hablaban del carácter sacrosanto de la familia y siguen haciéndolo hoy día, mientras dejan impunes los habituales casos de pederastia del clero.

Y así todo. El franquismo no era un Estado en el sentido moderno del término sino un remedo, una ficción. Como ficción era todo, desde las instituciones hasta el conjunto del ordenamiento jurídico que dependía de la voluntad omnímoda del caudillo, en quien se residenciaba la potestad legislativa. Un país sometido al capricho de un hombre que, a su vez, delegaba las funciones de organizar la vida (en el sentido de la biopolítica de Foucault) en la Iglesia católica. La última ratio, por supuesto, militar.

Así, gobernada por el cuartel y gestionada por los curas, la sociedad española como trama civil de relaciones entre privados en un marco jurídico laico y seguro, si existió alguna vez, se desmoronó. Un régimen empeñado en imponer creencias y ordenar la vida privada de los ciudadanos acabó consiguiendo lo previsible: la lealtad de los sectores beneficiados y la oposición de los perjudicados pero, en ambos casos, el absoluto descreímiento sobre la moral de las relaciones sociales de todo tipo. Todo era falso y mentira y lo sabía todo el mundo. Detrás de cada decisión del poder político había un chanchullo y la cuestión era cómo beneficiarse de él. Detrás de cada ley, una trampa. Los padres de la patria eran una sarta de vendidos; los empresarios, unos ladrones y los curas no les iban a la zaga. Todos parasitando a un pueblo sometido y humillado por la fuerza. Nadie creía nada. Los valores eran todos de pacotilla, salvo que cotizaran en bolsa. Así se generó una cultura de desconfianza, apatía, deslealtad, de incredulidad, de falta de fe en el sentido de la acción colectiva que aqueja a los españoles y muchos confunden con la "desafección a la democracia". No es a la demcracia. Es a la política. Y es un producto típico del franquismo que llega al día de hoy.

Acaecido lo que en el esperpéntico régimen franquista se llamó el inevitable hecho biológico, el franquismo institucional, con su vasto apoyo social, ofreció cooptar a la élite de la oposición en el puente de mando, al menos en apariencia. Por convicción general, la perpetuación de la dictadura en sus dimensiones militares era imposible, sobre todo porque el difunto ya había proclamado "sucesor a título de Rey" a Juan Carlos y porque, además, las potencias tutelares de España presionaban para conseguir una solución más civilizada. Para ello, lo más recomendable era integrar en la administración del sistema a la izquierda que ardía en deseos de serlo. Y de ahí vino ese consenso tan aplaudido ayer como denostado hoy, cristalizado en la Constitución de 1978, también despectivamente conocido como régimen del 78. Sobre la transición, ancha es Castilla, pero sí parece evidente que, a los cuarenta años de la muerte del dictador, no se ha producido una liquidación del franquismo: los muertos siguen en las cunetas, las calles y plazas rebosan de recuerdos, los nombres, los títulos. La siniestra cruz del Valle de los Caídos aún proyecta su sombra sobre el país, al modo del famoso cartel de la guerra que la consagraba como cruzada y el arco de entrada a Madrid por La Moncloa se llama Arco de la Victoria.

El retorno de los herederos ideológicos y biológicos del franquismo al gobierno desde 2011 supone la liquidación definitiva de la transición y de su famoso cuanto impreciso consenso. España vuelve a estar gobernada en forma de ficción o remedo. El gobierno tiene el mismo olímpico desprecio por la verdad que los de Franco y se encuentra con la misma indiferencia e incredulidad de los auditorios. Carece de crédito y la gente profesa el mismo desprecio por estos ministros como el que tenía por los mangantes franquistas del bigotito. Su política nacionalcatólica se ha expandido de nuevo a todos los ámbitos sociales, sigularmente la educación. Es tan autoritario y represivo como su inspirador ideológico y, si no prohíbe los partidos políticos, como Franco, no es porque no quiera sino porque no puede, como no puede prohibir la prensa libre, ni el proceso soberanista catalán. Si pudiera, cerraría todos los medios críticos y bombardearía Barcelona. Es el espíritu que alienta en la próxima Ley Mordaza, una norma para prohibir y reprimir críticas y protestas. Es el estilo de la casa. Igual que la absoluta confusión entre lo público y lo privado, que ha producido el mayor episodio de corrupción de la historia de España desde Franco, solo comparable por su generalización e institucionalización a la que había con él. Un sistema político cleptocrático que vuelve a estar gobernado por ladrones y en el que el partido del gobierno (no en balde fundado por un ministro de Franco, cosa que la exposición subraya) lleva veinte años funcionando al margen de la ley, configurando lo que algún juez reputa presunta asociación para delinquir. Y los que delinquen son delincuentes. Como los de antaño.

La cuestión que siempre se ha planteado era la de cómo entender que la corrupción no pareciera pasar factura en las urnas. Por eso, ¿qué tal ofrecer una respuesta que apunte a las consecuencias del franquismo, a la herencia del franquismo, al franquismo que impregna la sociedad española?  Durante los cuarenta años de la dictadura esta se dividió en dos grandes sectores (huella de las dos Españas de siempre), el de los beneficiados, hoy los votantes del PP, y el de los resignados que hoy parecen agitarse en poco votando opciones indignadas.

Aceptarlo es molesto porque viene a indicar que España no se ha normalizado. Y, efectivamente, no lo ha hecho. Y con la izquierda dinástica envuelta en la bandera rojigualda todavía lo hará menos.

divendres, 5 de juny del 2015

Los viejos soldados nunca mueren.


Esta línea de la antigua  balada antimilitarista, reconvertida luego en timbre de honor por el general MacArthur en la guerra de Corea, se aplica a la inenarrable ceremonia de ayer en la que Felipe VI homenajeó en París a los combatientes españoles republicanos de la novena compañía de la división Leclerc y haciéndolo, si no yerro, bajo los colores de la bandera de quienes los expulsaron de su país. Palinuro lo trató en un post titulado ¿con esto tampoco va a pasar nada? Aquí solo una reflexión complementaria, para ver más de cerca esta vergüenza de la Gran Nación.
 
La Europa de hoy es el resultado de la derrota del fascismo. España lo es de su victoria. Allí ganaron quienes aquí perdieron. No compartimos memorias. No compartimos nada. En Europa abundan los recuerdos, monumentos, homenajes a los antifascistas. No hay ninguno que honre la memoria de los fascistas. Aquí es al revés: apenas dos o tres placas y recuerdos a los antifascistas, generalmente por iniciativa municipal, y una plétora de monumentos, calles, plazas, arcos, fuentes, paseos y hasta pueblos enteros dedicados a honrar la memoria de los fascistas. La historia la escriben los vencedores y, por eso, el arco de La Moncloa, a la entrada de Madrid,  sigue llamándose Arco de la victoria.
 
Felipe VI hiló un discurso vergonzoso. Por el contenido y por la circunstancia. Citó como si fuera motivo de orgullo, la presencia en Francia de artistas e intelectuales españoles, entre los que mencionó a Picasso, Dalí y Machado. Pero no dijo nada de las razones de la marcha de muchos de ellos.  Y eran poderosas. Palinuro le ofrece un par de ejemplos, entre otros posibles, por si las desconoce. Julián Zugazagoitia y Lluís Companys eran dos españoles que también se fueron a Francia en aquellos años. Los ocupantes alemanes los capturaron, se les entregaron a Franco y Franco los hizo fusilar. ¿Entiende S.M. por qué se iban los españoles, incluidos los combatientes de la Nueve?
 
Pero hay más. Hay la circunstancia. Casi nadie subraya el hecho verdaderamente aleccionador de que el discurso de Felipe VI se hiciera en presencia de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, nieta de exiliado político del franquismo e hija de emigrante económico de ese mismo franquismo. El franquismo que nombró Rey a su padre.
 
No, los viejos soldados nunca mueren. Solo se difuminan.

dijous, 4 de juny del 2015

Con esto, ¿tampoco va a pasar nada?

Que el Rey pueda ser un imbécil o un criminal capaz de homenajear en España a los compañeros de quienes su protector Franco asesinó a mansalva y cuyos huesos yacen aún en fosas comunes en todo el país está dentro de la naturaleza de las cosas. Hasta es probable.
Que al gobierno de mangantes neofranquistas esto no le produzca reparo alguno y hasta le parezca bien, también es muy probable dado que está compuesto de nacionacatólicos y fascistas más o menos nostálgicos, a quienes la coherencia ética nunca ha parecido asunto de interés porque desconocen qué sea la ética, la conciencia u otras zarandajas. Si hay que disimular y hacer como que la justicia y los derechos humanos nos importan, se disimula y se hace. Al fin y al cabo, lo suyo es robar.
Que la oposición -en gran medida heredera de los héroes de la Nueve en París y de los asesinados en el genocidio franquista- todavía no haya dicho nada, ni protestado siquiera, demuestra su grado de abyección moral, habiendo cambiado un lugarcejo al sol de las elecciones por su responsabilidad por el restablecimiento de la justicia en nuestro país. Demuestra que no solamente no tiene valor para presentar una moción de censura, sino que también carece de él para respetar sus propios ideales y la memoria de quienes murieron por ellos. O sea, que es tan escoria y bazofia como la corona, el gobierno y su partido.
Que los medios no den la noticia, no digo ya completa, como aquí, sino ni siquiera manipulada, censurada, por temor a que la gente ate cabos, demuestra que, si los políticos de la oposición son miserables y cobardes, los periodistas lo son por partida doble porque su deber es precisamente este: informar de algo que tiene una indudable trascendencia.
El Rey homenajea en París a los republicanos españoles, compañeros de los cientos de miles que los fascistas también españoles asesinaron y enterraron en fosas comunes y que el gobierno de este Rey y él mismo siguen negándose a desenterrar y hacerles justicia.

dimecres, 29 d’abril del 2015

Otra obra de la canalla franquista.


Solo para ver sobre qué barbarie, que crueldad, qué ignominia, qué inhumanidad está construido nuestro presente. Para escuchar, ver de primera mano, contado por los/las protagonistas cómo los curas, las monjas, los falangistas, los funcionarios y resto de perros guardianes de aquella atrocidad que fue el franquismo trató a los niños y niñas desde 1939 hasta bien entrada la democracia, hasta los años ochenta. Niños y niñas abandonadas, huérfanos de guerra, hijas de presos políticos, pero también hijos de madres solteras o padres divorciados. Cualquier menor que tuviera la desgracia de caer en las garras de aquellos delincuentes y criminales vestidos de sotanas, hábitos, uniformes, togas judiciales o cualquier otro disfraz que mancillaron con su hipocresía y profunda inhumanidad.

Para que, al ir a votar, todos recordemos que los Rajoys, Cospedales, Aguirres, Aznares y demás tropa de mangantes y corruptos, además,  son los descendientes ideológicos (y, en muchos casos biológicos) y defensores de los canallas que perpetraron estas atrocidades y que, por todo cuanto sabemos, les gustaría repetirlas. Que las pías y devotas damas de buena sociedad, las Aguirres y Botellas de ayer y de hoy, son las mismas sádicas hipócritas que condenaban a niños y niñas a vidas de sufrimiento y humillación en nombre de su beatería y su repugnante dios, como hoy quieren acabar con los mendigos, los sin techo o las putas y putos a base de multarlos, reprimirlos, humillarlos y escarnecerlos.  Que los caballeros hoy neoliberales y nacional católicos de comunión diaria son los mismos o parecidos granujas que cometieron todo tipo de excesos, incluidos los abusos sexuales con los niños huérfanos, abandonados.


dijous, 19 de març del 2015

Recordatorio a día de hoy.

El lunes subí este post, anunciando dos conferencias de servidor en Barcelona para hoy. Lo reproduzco aquí para refrescar la noticia, por si alguien no lo vio hace tres días y, sobre todo, porque la técnica básica de la publicidad es la reiteración y el machaque. Pero no haya cuidado. Eso solo es en el departamento de publicidad de la afamada empresa Encuentros Palinuro. En cuanto a los contenidos, son ágiles, variados, nuevos y efervescentes. Reproduzco el texto primero.
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Nunca he tenido muy claro lo de la identidad y la dualidad, por no decir la multiplicidad. Por eso frecuento la tertulia de Luigi Pirandello, en donde suelo encontrar a Italo Calvino y Franz Kafka tomando café y charlando animadamente sobre esa nueva promesa de Paul Auster. Son magos del "yo" que te ayudan a no tomarte muy en serio el tuyo.
 
Es el caso que el proper dijous 19 de març, doy dos conferencias el mismo día en dos lugares distintos pero cercanos de Barcelona. En uno, el centro de la UNED, Av. Río de Janeiro 56-58, a las 17:00, sobre el tema del cartel de la izquierda. La otra, sobre la pervivencia del franquismo en España en la Biblioteca de Singuerlin-Salvador Cabré, Plaça de la Sagrada Familia s/n en Santa Coloma de Gramenet, sobre el tema del cartel de la derecha.
 
Todavía no he conseguido estar en los dos sitios al mismo tiempo, que es lo que mola. Tengo que frecuentar más la tertulia, a ver si aprendo cómo se hace.

Estaré encantado de encontrar a l@s amig@s que quieran asistir y de firmar mi último libro, La desnacionalización de España .

dilluns, 16 de març del 2015

El conferenciante desdoblado.


Nunca he tenido muy claro lo de la identidad y la dualidad, por no decir la multiplicidad. Por eso frecuento la tertulia de Luigi Pirandello, en donde suelo encontrar a Italo Calvino y Franz Kafka tomando café y charlando animadamente sobre esa nueva promesa de Paul Auster. Son magos del "yo" que te ayudan a no tomarte muy en serio el tuyo.
 
Es el caso que el proper dijous 19 de març, doy dos conferencias el mismo día en dos lugares distintos pero cercanos de Barcelona. En uno, el centro de la UNED, Av. Río de Janeiro 56-58, a las 17:00, sobre el tema del cartel de la izquierda. La otra, sobre la pervivencia del franquismo en España en la Biblioteca de Singuerlin-Salvador Cabré, Plaça de la Sagrada Familia s/n en Santa Coloma de Gramenet, sobre el tema del cartel de la derecha.
 
Todavía no he conseguido estar en los dos sitios al mismo tiempo, que es lo que mola. Tengo que frecuentar más la tertulia, a ver si aprendo cómo se hace.

Estaré encantado de encontrar a l@s amig@s que quieran asistir y de firmar mi último libro, La desnacionalización de España .

dimarts, 13 de gener del 2015

El muerto al hoyo y el vivo al voto.


Ayer, en la Pablo de Olavide, intervención de Zapatero y coloquio posterior con el juez Garzón y otros. Tema: la Comisión de la Verdad. Zapatero dice que no sería "acertado" crear una Comisión de la Verdad, convencido de que mantener un "punto de templanza" es una "gran virtud".

¿Por qué no sería "acertado"? Porque hay que mantener un punto de "templanza". Se entiende lo que el expresidente quiere decir: un punto medio. Hay una larga tradición que honra esa posición del "justo medio", la templanza. Desde Aristóteles hasta hoy, pasando por Montesquieu. El justo medio. ¿Entre qué y qué? Entre los vencedores de una guerra que edificaron un "orden" victorioso que, en muchos aspectos, subsiste y los vencidos, que todavía no han podido recoger a sus muertos y, por lo tanto, no han recibido justicia. Es decir, el punto medio entre la justicia y la injusticia. Quizá exista ese punto medio, pero jamás será justo.

Supongo que, con la mejor intención del mundo, Zapatero es partidario, lo ha demostrado, de un acuerdo de mínimos que, salvando algún tipo de resarcimiento de las víctimas, permita pasar página, no agitar lo ánimos y proceder en interés de la estabilidad, la convivencia y, en definitiva, la unidad de la nación española. No hay motivo para dudar de su buena intención. Pero sí se le puede plantear una objeción: no creo que una nación pueda erigirse sobre una injusticia. O, por decirlo en términos más familiares por estos pagos: la reconciliación no podrá producirse mientras quienes se identifican con los vencedores sigan negando a los vencidos el derecho a recoger a sus muertos y honrar su memoria. Que las víctimas de la represión franquista sigan en los hoyos en que las metieron los victimarios no es defendible. Sobre eso no puede construirse nada.

No he leído los argumentos de Garzón que, seguramente, serán mejores que los míos pero algo es claro. Solo una Comisión de la Verdad debidamente legitimada y bajo auspicios internacionales, puede restablecer las bases para articular una convivencia democrática en España. El país tiene que mirarse en el espejo y reconocerse en su pasado. El argumento de Zapatero de que las democracias no tienen una verdad "oficial", que reproduce otro idéntico, formulado hace unos días por un ilustre miembro del PP, y que por ello no ha lugar a la Comisión de la Verdad, tiene un defecto: que el país vivió cuarenta años con una verdad "oficial" que nadie ha desmentido y, aunque cuestionada desde el ámbito publicístico y el académico, no lo ha sido en el ámbito judicial ni en el político ni en el de la vida práctica ni se ha admitido iniciar procesos que, contradiciéndola, alienten el pluralismo democrático de verdades que, al parecer, se propugna. Ni siquiera se permite allegar las pruebas necesarias para que esos procesos se consoliden. Los muertos se quedan en los hoyos porque los vivos están más interesados en los votos.

El debate sigue hoy, al parecer, entre el expresidente y el exjuez. Casi se diría, un debate de "ex". Se oirá poco en la campaña electoral porque los partidos le temen. Dejad que los muertos entierren a los muertos, dirán, y nosotros vamos a lo nuestro.

Las elecciones. En el PP están ya lanzados. Han puesto de responsable de la campaña a Carlos Floriano pero le han colocado un vigilante nombrado portavoz que trae pedigree de FAES. Están seguros de que van ganando, según dicen sus encuestas. Las de los demás los dan perdedores. En esas condiciones, ¿a quién creería usted? A las nuestras, a buen seguro. Las otras las cocina el enemigo. Además, ¿qué van a salir diciendo? ¿Que van a perder? Eso no lo dice nadie. Ellos van a ganar. Sus fórmulas son simples: El PP o el caos y el PP o la nada, de esas con pegada. Enfrente tienen un panorama de desunión y enfrentamiento, incluso un verdadero guirigay y un proceso soberanista en marcha en Cataluña, cuyo impacto en las elecciones municipales y, desde luego, las generales, dan por descontado a su favor. Único motivo de preocupación, el súbito ascenso de Ciudadanos en el ámbito español. Ya hay quien habla de un Podemos de la derecha, en donde tendrán su parte consideraciones personales sobre el porte, el verbo, la imagen de respectivos lideres, Iglesias y Rivera. ¡Ah, las generaciones, Rajoy! Repentinamente te has convertido en el viejuno de la política española y, contigo, tu fiel escolta, empezando por ese Floriano que parece un entrenador de equipo de fútbol de barrio y da la impresión, como todos ellos, de saber tanto de las redes sociales como de la Atlántida.

El campo de Agramante está en la izquierda y agitado. Ese lío de la candidata de IU de Madrid tiene una pinta fatal y, luego de la dimisión del responsable de la Comunidad, creo, Eddy Sánchez, vaticina más lío. No es que estas situaciones tan problemáticas sean excepcionales en IU. Al contrario, son relativamente frecuentes. Pero no sé si al extremo de oscurecer el proceso de consolidación de un nuevo liderago con Alberto Garzón. De la convergencia con Podemos ya no va a hablarse gran cosa.
 
La cuestión es ahora la lucha por la hegemonía entre Podemos y PSOE. Poco a poco van fijándose posiciones. El PSOE, que pierde votos por la izquierda, tiene, entre otras, dos opciones: tratar de recuperarlos formulando un discurso más a la izquierda que el que ha tenido hasta la fecha o aceptar la pérdida y modificar el discurso más mirando a los votantes de centro. Zapatero parece más inclinado al centro; Sánchez, a la izquierda.
 
Me atrevería a decir que el reto del PSOE es formular un discurso socialdemócrata propio, diferenciable y, sobre todo, nuevo; uno que concilie el restablecimiento de la justicia social con la flexibilidad de la organización económica, la productividad y eficiencia coordinada con la redistribución. No tiene que ir a la busca de votantes. Tiene que articular un discurso y unas propuestas que los votantes busquen. Tiene que  hacer lo que ha hecho Podemos, hablar lo que la gente quiere escuchar. Y ahí su reto es muy duro porque los de Podemos son verdaderos maestros.
 
En un punto coincide el desconcierto de la izquierda española y es el catalán. Es urgente que las dos formaciones tomen posición sobre lo que está pasando ahora mismo en Cataluña. No en un futuro incierto, para después de las elecciones generales, sino aquí y ahora.

dijous, 8 de gener del 2015

El derecho a la Justicia.


El gobierno ha encargado a un grupo de expertos un informe acerca de cómo adecuar la legislación española a las insistentes recomendaciones de los organismos internacionales, en especial la ONU, sobre el tratamiento de los derechos humanos en España. Los expertos lo han redactado y entregado pero, al parecer, el gobierno lo ha censurado o secuestrado. Ahora los autores anuncian que lo publican en la editorial valenciana Tirant Lo Blanch, mi editorial. Aplausos entusiastas. Y pitos a un gobierno que tiene miedo a todos los papeles, los de Bárcenas, los de los jueces, los de los expertos y académicos, aunque por razones distintas.

Dicen los expertos que el gobierno está obligado a adaptar el ordenamiento español a los mandatos internacionales en la materia citada, la universalidad de la justicia penal, la imprescriptibilidad del delitos de genocidio y otros aspectos más concretos y también decisivos como la tipificación del delito de secuestro de niños, la aplicación de la pacata ley socialista de la Memoria Histórica, la derogación o inaplicación de la Ley de Amnistía de 1977, algunos de los cuales condujeron a la injusta exclusión del juez Garzón.

En definitiva, dicen al gobierno que está obligado a hacer justicia a las víctimas del franquismo. A hacer lo que mis colegas llaman justicia postransicional (Paloma Aguilar).

Y el gobierno, obviamente, no quiere. Si se le presiona seguirá tratando de evadirse con formalidades, como la Ley de Amnistía. No siendo eso, echará mano de excusas morales, sentimentales, falsas, del tipo de que "no hay que reabrir heridas". En el fondo, esta es la cuestión. Una cuestión de lenguaje sobre la que hay que ponerse de acuerdo. Este gobierno, tan presto a reconocer la condición de víctimas de las del terrorismo, de Melitón Manzanas o Carrero Blanco, ¿reconoce asimismo la de los asesinados y enterrados por decenas de miles en fosas anónimas en toda España?

Hasta la saciedad se ha dicho: España es el segundo país del mundo después de Camboya con más asesinados en las cunetas. ¿Cree el gobierno que son víctimas y debe hacérseles justicia, desenterrarlos, devolvérselos a sus familiares, buscar y castigar o, cuando menos, identificar a los responsables?  ¿Sí o no?

No habrá respuesta. Si acaso, la melopea de que en la guerra ambos bandos cometieron crímenes. ¿Y los de la posguerra? Esos le importan una higa, como demostró recientemente el diputado Hernando, hoy portavoz del grupo parlamentario del PP al decir que algunos solo se acuerdan de su padre cuando hay subvenciones para buscarlo, una monstruosidad agravada por el hecho de que justamente su gobierno ha suprimido las subvenciones. O menos que una higa. Quizá hasta se merecían que los asesinaran, según el alcalde del PP de Baralla.

¿Hacemos las cosas bien por una vez en la vida? Se condena el franquismo, se ilegalizan todas las asociaciones franquistas, sus fundaciones y hermandades, se suprimen todos los reconocimientos honoríficos al dictador, se hace justicia a las víctimas, se desentierra a los muertos, se devuelven a sus familiares, se identifica a los responsables, se busca a los niños secuestrados y se notifica a sus progenitores.

O sea, se reconoce el derecho de la gente a la justicia.

Mientras tal cosa no se haga, llamar "gran nación" a esto es de risa.

dissabte, 13 de desembre del 2014

La democradura.


Vuelve el franquismo y trae de la mano un neoliberalismo voraz, bendecido por el clero nacionalcatólico. Lo llaman "Neofranquismo", pero ese Neo debe de ser el de Matrix. Es el franquismo más castizo; ahí están los nombres de calles, plazas, lugares, los emblemas, insignias, monumentos, misas, conmemoraciones, fundaciones dedicadas a la memoria del  caudillo, alcaldes que defienden su sacra memoria, curas que llaman a una nueva Cruzada Nacional. Solo falta él, a quien un lamentable hecho biológico privó de su justo título a la inmortalidad.

Vuelve la esencia española. Las corridas de toros declaradas arte y patrimonio cultural del Reino y debidamente subvencionadas. Las atrocidades menores con toros, cabras, burros, gallos y otros animales, no alcanzando el excelso nivel del arte, deben de ser artesanía. Nacional, claro.

Los caciques, figuras reciamente tradicionales, pueblan las noticias, en la mayoría de los casos las de tribunales, porque son pilares esenciales de la tupida red de corrupciones que envuelve el país y sus instituciones. Del franquismo dijo en cierta ocasión un embajador yanqui que era una "dictadura atemperada por la corrupción"; de este neofranquismo cabría decir que es una corrupción atemperada por la dictadura. Es tal el encenagamiento que más que hablar de políticos corruptos debe hacerse de corruptos políticos.

Si la cantidad de casos subiúdice es indicativa proporcionalmente a la extensión del fenómeno, la corrupción es total. Y eso que se trata de una justicia descaradamente intervenida por el poder político, en gran medida al servicio del Príncipe y sus arbitrariedades. Muy al estilo de la dictadura, en cuyo espíritu respira todavía parte de la judicatura. De ello se beneficia asimismo la Iglesia católica, firme impulsora de esta involución general en la que ejerce su poder hierocrático, impone o trata de imponer sus dogmas y aberraciones como legislación civil del Estado y, de paso, hace su agosto parasitando el erario público de mil maneras y dedicada desde hace años a una tarea de reamortización que ya la ha convertido de nuevo en la principal propietaria del país.

En este clima aparece el presidente del gobierno como un Pantocrator a proclamar que la crisis es ya historia. Hemos pasado de ser el enfermo de Europa a ser su locomotora. Algo pasmoso, pero típico de la furia española. Es la Raza. La Gran Nación. Los datos, todos, hablan en contra de este supuesto. Y la conciencia de la gente, toda, incluidos los miembros del gobierno, no da el menor crédito a la hiperbólica declaración. Algo también esencialmente franquista. Recuerda mucho aquella anécdota de cuando a fines de 1943 ya era evidente para todo el mundo que los nazis estaban perdiendo la guerra pero el diario Informaciones seguía dándolos ganadores. El gobierno franquista, en consecuencia, recomendaba a la gente viajar menos y leer más el Informaciones. Ahora recomienda leer toda la prensa de papel y atender a casi todos los medios audiovisuales.

Porque los medios, como los de la Dictadura, están poblados por comunicadores al servicio incondicional del poder político, tanto en los privados como en los públicos; en estos últimos, además, a sueldo directo y generalmente astronómico. Si la consigna es que la crisis es historia, hablarán de ella en pasado remoto a los millones que cobran el salario mínimo de 625,30€ o menos, al 24% de parados, la mitad de ellos sin prestaciones, al 35% de empleados en precario, a los desahuciados a razón de casi doscientos al mes, a las decenas de miles de emigrados, a los dependientes a quienes se ha reducido o eliminado la asistencia.

Si la consigna también es que en Cataluña no hay nada que decidir que incomode al poder central, los mismos medios y los mismos comunicadores levantarán una barrera de prohibiciones, impedimentos, reproches e insultos, llamando a los soberanistas, según les dé, nazis, egoístas, palurdos, totalitarios, medievales, delincuentes y masa de borregos. Menos viajar al norte del Ebro y más leer La Razón. En Cataluña lo que hay es una algarabía de un puñado de nacionalistas rabiosos frente a una inmensa mayoría silenciosa profundamente española.

El poder de los medios se juzga determinante pero, por si acaso no lo fuera, el Parlamento acaba de aprobar y de remitir al Senado un Ley de Seguridad Ciudadana que es una Ley Mordaza, un candado a los derechos y libertades públicas, un ataque represivo y probablemente inconstitucional a la seguridad jurídica de la ciudadanía y su derecho al amparo de los tribunales. Una ley inspirada en la Ley de Orden Público de Franco. Pleitear, discrepar, salir a la calle a protestar es algo que va a quedar reservado a las grandes fortunas. Porque la democracia es suya. Como el erario público. Y la conciencia de los ciudadanos.

"Afortunadamente", piensan algunos optimistas irremediables, "están en ciernes las elecciones que, de eso, Franco, no sabía mucho". Las elecciones, sí, las elecciones. Corren rumores en los mentideros de la Villa y Corte de que andan los abogados del Estado, nuevo vector de propagandistas de la fe nacionalcatólica, buscando triquiñuelas para aplazarlas hasta enero o febrero. Conociendo el talante de los neofranquistas, Palinuro preguntaría de qué siglo. Que tampoco es preciso echar mano de la fantasía. Imagínese que sucede algo en Cataluña que justifique, aunquen sea por los pelos, una situación de excepción. Lo primero que se pedirá aplazar sine die serán las elecciones, quizá con el apoyo de los dos partidos dinásticos. 
 
Encima podrían echar la culpa a los catalanes.

(La imagen es una foto de La Moncloa en el dominio público).