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dimecres, 20 de febrer del 2008

Fidel se va, pero no se va.

Un día después de que servidor publicase una crítica del libro de mi buen amigo Iñaki Errazkin, En eso se fue Fidel, Castro renuncia al poder absoluto, total, incuestionable que ha ostentado desde 1959 y pone en marcha la solución a la discrepancia que mantenemos Iñaki y yo (y, con nosotros, medio mundo) acerca de si el socialismo sobrevivirá a la desaparición del Comandante en Jefe, vulgo hombre fuerte o dictador. Cuestión que no podremos dilucidar, sin embargo, porque, al quedarse Fidel en vigilante segundo plano, vicia las condiciones de una hipotética transición.

Los dictadores suelen querer que su obra los sobreviva. Franco, por ejemplo, hizo una especie de ensayo general de muerte en el verano de 1974, un año antes de fallecer de verdad: se puso muy malo, hubo que ingresarlo en la UVI y se hizo un traspaso formal de poderes al entonces Príncipe de España, don Juan Carlos. Desde la UVI el tirano vigilaba lo que hacía su sucesor y, cuando vio que se portaba "bien", decidió mejorar, salió de la UVI, recuperó el mando y duró un añito más. Algo así ha venido pasando con la larguísima enfermedad de Castro. Cuando éste se ha rendido a la evidencia de que no podrá volver a la jefatura y de que su hermano Raúl obedece órdenes como un doctrino, ha decidido poner fin a esta peregrina (por no decir ridícula) situación de que un país entero de once millones de almas esté en una especie de suspensión política hasta ver si el Jefe sana o sucumbe... durante casi dos años. Si tomamos como fecha de la independencia real de Cuba no 1898 sino 1908, con la salida del Gobernador yankee Charles Edward Magoon (que estaba allí en virtud de la infausta enmienda Platt) y el ascenso del presidente José Miguel Gómez, veremos que Fidel ha gobernado la isla durante la mitad de su historia.

Muchos en la izquierda tenemos el alma dividida respecto a Cuba. Por un lado valoramos las conquistas sociales de la Revolución (básicamente sanidad y educación; en la isla no hay analfabetos) y somos sensibles al argumento que emplea Errazkin de que los términos de comparación con Cuba no deben ser los EEUU u otros países desarrollados, sino Haiti, Santo Domingo, Nicaragua, etc. Pero, por otro lado, no podemos tragar la falta de libertades democráticas. Somos mayores, hemos visto mucho y las milongas de la "verdadera democracia" del partido único y el Jefe indiscutible del Estado y todos los resortes, legitimado por mayorías del cien por cien en elecciones no competitivas, con sindicato también único, sin libertades públicas ya no se lo traga nadie ni puede nadie justificarlo de buena fe. Cuba es una dictadura; quizá ilustrada, pero una dictadura. Y, como todas las dictaduras, se embellece a sí misma, con ayuda de sus apologetas, tratando de hacerse pasar por una democracia "verdadera", "popular", "orgánica", "revolucionaria" "corporativa", "de clase", etc, etc, cualquier cosa para ocultar la tiranía..

Lo ideal sería que la democracia fuera compatible con los altos niveles de prestaciones sociales; pero eso no es seguro, entre otras cosas porque, además de la democracia política, a la isla debe volver el mercado, que haga posible el funcionamiento de la economía y ponga fin al disparate de la planificación centralizada que sólo puede garantizar el desabastecimiento, la escasez, el mercado negro y, por supuesto, la corrupción.

Cuando Castro muera, cosa que deseo tarde lo más posible, podremos ver si en verdad puede mantenerse el socialismo sin él. Lo que ya está visto sin grandes dudas es que, con él o sin él, a falta de democracia el socialismo será siempre una enorme mentira, como lo era en la Unión Soviética, en las llamadas democracias populares, en la República Popular China y en ese adefesio que le ha seguido. Nada, ni el aumento del bienestar, puede justificar la supresión de las libertades públicas y los derechos civiles.

(En la foto, impresionante, están el Che Guevara, Castro y Camilo Cienfuegos, dos mitos muertos y uno vivo. Es de pietroizzo y está bajo una licencia de Creative commons.)

dilluns, 18 de febrer del 2008

Cuba: reinar después de morir.

De Cuba siempre se hablará como de un "caso". Para bien o para mal, pero un "caso". Un "caso" hecho de arriba a abajo por un hombre, Fidel Castro, comandante de la guerrilla, creador de la Cuba socialista, primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, jefe de las heroicas Fuerzas Armadas Revolucionarias, presidente del Consejo de Estado y del Gobierno de la República de Cuba, impulsor principal de dos Programas Nacionales e Internacionales de Salud Pública y de Educación e impulsor principal del Programa Nacional de la Revolución Energética en Cuba.

Uno de los debates de mayor prosapia dentro del marxismo fue siempre el de la función del individuo en la historia. Si Plejanov y otros ilustres filósofos hubieran contemplado la Cuba castrista, se hubieran ahorrado un montón de libros. Por eso muchos dicen que no hay "Cuba castrista", sino "Cuba socialista" y que ese ser socialista pervivirá a la desaparición del compañero Fidel. Así lo piensa también mi buen amigo Iñaki Errazkin (p. 18).

Eso es dudoso a la vista de las experiencias en otras partes en que los regímenes obra de hombres fuertes no perviven a la muerte del creador, salvo que cuenten con un heredero, como en el caso de Corea. Un hermano no es propiamente hablando un heredero, del que Fidel carece. De todas formas no podemos saberlo porque el Comandante que delegó "provisionalmente" ese rosario de cargos en distintas personas (básicamente su hermano Raúl) va ya para dos años, no se muere, pero tampoco le dan el alta, con lo que, de vez en cuando va el señor Chávez a hacerse una foto con él para que el mundo sepa que sigue vivo y que no se trata de una caso de reinar después de morir, como doña Inés de Castro.

No me parece que el sistema sobreviva a su fundador, aunque puede pasar. La condición insular de Cuba, que la ha protegido contra un destino similar a los demás países comunistas, también puede impedir, al menos por un tiempo, una transición del sistema autoritario a la democracia, la desaparición del partido único y las otras formas de la dictadura.

Porque el fracaso se puede atribuir al estúpido bloqueo estadounidense o al desmerengamiento (la expresión es de Fidel, vía Errazkin, y me parece muy buena) de la Unión Soviética o a los hados del averno, pero sería un milagro que en Cuba funcionara un sistema que no ha funcionado en ningún otro punto del planeta. Es la socialización de los medios de producción y la abolición del mercado lo que no funciona, como se ha visto hasta la saciedad; ni funcionará. Alguien puede decir (imagino que el autor del libro por ejemplo) que es que es precisa la emergencia de un "hombre nuevo". En ese "hombre nuevo", del que también hablaba el Che Guevara creo tanto como en el "superhombre" de Nietzsche.

Sin ignorar nada de lo anterior, Iñaki ha escrito un libro en cerrada defensa de la revolución cubana como cuestión de principìo y digo como cuestión de principio porque como poco más cabe defenderla. De hecho, como Errazkin es noble y directo según él suele decir, a fuer de vasco y de comunista, el libro, por lo demás muy breve, se convierte en una requisitoria contra el sistema que no le deja hueso sano. Señala, apunta, acusa Iñaki los cortes de luz y otras increíbles escaseces (p. 32), el racionamiento y las corruptelas de amplios sectores de la población (p.33), la prohibición de salir al extranjero (p. 34), la cuestionable "política de comunicación" (p.34), el monopolio ejercido por el Partido Comunista (p. 34), una lista de trece asuntos problemáticos que van desde dificultades de transporte a corrupción e ilegalidades, pasando por inestabilidad en el abastecimiento de agua (p. 35), la conversión del marxismo en una "maría" (p. 37), la picaresca (id.), el estraperlo (p. 38), la delincuencia, la prostitución, las drogas (p. 40), la pesadez y el ocultismo de la burocracia (p. 43), la corrupción generalizada (p. 51).

Luego de la enumeración se queda uno pensando: y ¿qué defiende Iñaki en Cuba? Ya lo dije: el principio, el principio de la revolución. Y lo hace de modo tan apasionado que dan ganas de aplaudirle:

"Fidel es algo nuestro y la revolución que comandó debería ser proclamada Patrimonio de la Humanidad, faro y guía de civilizaciones presentes y futuras, por los logros obtenidos y por los que, sin duda, ha de producir en el porvenir. (p. 18)

No hay duda de que el autor es muy partidario del sistema imperante en la isla. Tanto que a veces razona de forma sorprendente como si, poseído por la razón revolucionaria, fuera contra las razones conservadoras de las cosas. Por ejemplo, pone como ejemplo la creación de esa unidad contable imaginaria llamada CUC que, por decisión del gobierno, es paritaria con el dólar, procedimiento que no es otra cosa que exprimir más a la población a la que se paga en una moneda débil pero se le cobran los productos en moneda fuerte (p. 27). O esa curiosa conclusión, apoyada en Iñaki Gil de San Vicente, de considerar que el recurso al trueque es un adelanto respecto a los intercambios monetarios, una especie de conquista de la revolución, siendo así que es un fracaso como un castillo, obligado cuando se negocia con monedas no convertibles y no se tienen divisas.

Así que en mi humilde opinión, Errazkin ha escrito una crítica demoledora del sistema cubano del que, sin embargo, aplaude efusivamente el sistema sanitario, el educativo, la firme voluntad internacionalista, cooperadora y solidaria y la decisión con que Fidel, cuando gozaba de salud, abordaba directamente los más fastidiosos problemas, dando la impresión de que considera que el hecho de que Fidel los aborde equivale a verlos resueltos. En definitiva, es un libro encomiástico a favor no de la Cuba que es, sino de la que Iñaki ve y la que quiere que sea con todo su corazón. Leyendo su libro me acordaba de algo que le oí en cierta ocasión al polaco Adam Michnik que decía que los intelectuales occidentales son siempre partidarios del comunismo... en el país del vecino.

El resto lo constituyen tres apartados de muy distinto interés. Uno dedicado a las noticias sobre Cuba que Falsimedia no ha publicado; otro un ramillete de trabajos de terceros sobre la isla a cual más entusiasta; y el último, una serie de artículos del propio Fidel que Errazkin titula "el blog de Fidel".

Ya se supone que ese término de Falsimedia designa a todos los medios y toda la prensa del mundo que no apoye a Fidel, todos falsarios. La verdad es que hay mucho que hablar sobre esto. Habitualmente tan radical descalificación procede de cuarteles que tienen una idea militante de la información. Lo curioso es que quienes creen que la información verídica es compatible con la militancia, el partidismo, la parcialidad, la ideología y, en definitiva, el interés (siempre que sean los suyos) nieguen luego profesionalidad a los demás que, en el peor de los casos, hacen como ellos.

Por último, el blog de Fidel está muy bien. Desde su forzoso retiro, en una especie de limbo, entre la vida y la muerte, el Comandante expone sus reflexiones y, con esa pasión fáustica que lo caracteriza, trata de influir en el acontecer político de los pueblos, como cuando hizo historia, dentro de poco hará cincuenta años, entrando en La Habana un 1º de enero de 1959, dispuesto a cambiar el mundo. Lo que sucede es que este Fidel ya no es aquel y el mundo de hoy no es el de entonces. Y tampoco Cuba es hoy lo que fue ayer.

dissabte, 28 de juliol del 2007

La gerontocracia cubana.

¿Se acuerda alguien de los espectáculos que daban los jerarcas soviéticos en los últimos decenios de la URSS, en las actos públicos solemnes como el 1º de mayo o el día de la Gloriosa Revolución de octubre? Ancianos decrépitos, temblorosos, que apenas se mantenían de pie y solían tropezar o dormirse, pero que se obstinaban en permanecer al mando del país, negándose a dejar paso a generaciones más jóvenes con proyectos de cambio y renovación, siempre imprescindibles en toda sociedad humana.

Cámbiese la Unión Soviética por Cuba y el inclemente clima de la estepa rusa por el calor y el color caribeños y se tendrá una situación parecida, como puede observarse en la foto de El País que muestra a un cuarteto de venerables prebostes ninguno de los cuales, probablemente, baja de los setenta y cinco años de edad.

No estoy diciendo que los más viejos no hayan de ocupar puestos de responsabilidad. Sería privarse de la sabiduría que da la experiencia. Pero sí que no deben ocuparlos a lo largo de toda su vida, como si fueran de su propiedad. Cualquiera de los cuatro ancianos de la foto lleva ocupando cargos más de cuarenta años y, como es obvio, en cuatro decenios ha habido tiempo de aportar todo lo bueno que se tenga a la colectividad y ya sólo se atiene uno a la rutina, mientras que la experiencia que se acumula es solamente astucia para que no lo desplacen a uno del sillón.

Además de perpetuarse en los cargos, los viejos tienen tendencia a acapararlos, como si fueran condecoraciones. El actual Presidente interino de la isla, señor Raúl Castro, hermano de Fidel, es vicepresidente del Consejo de Ministros, primer vicepresidente del Consejo de Estado de Cuba, vicesecretario del Politburó y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba (PCC), y Máximo General de las Fuerzas Armadas (Ejército, Marina y Fuerza Aérea), segundo del Comandante en Jefe, Fidel Castro. Por supuesto, el señor Fidel Castro es igualmente una infinidad de cosas de forma que entre los dos hermanos acaparan una cantidad de poder superior a la que ostentan los otros dos célebres fratelli polacos que, por lo demás, probablemente saltarán en las próximas elecciones anticipadas.

Cosa que, bien seguro es, no pasará en Cuba donde ya deben estar acercándose al ideal marxista de la desaparición del Estado porque el máximo gobernante, que concentra todos los poderes, puede estar de baja un año sin que suceda nada. Supongo que habrá incondicionales que digan que esta situación es prueba de ese oximoron que llaman normalidad revolucionaria. A mí se me antoja manifestación de un paternalismo insufrible que trata a la población como a un conjunto de menores de edad.

dijous, 29 de març del 2007

Cuba, mi hijo.

Mi amigo Xabier Vila-Coia ha publicado el libro de fotos cuya imagen se ve en la de la izquierda, en la editorial La Pinga Ediciones, que debe de ser él mismo. Recoge en el libro una buena colección de fotos que hizo de un viaje y estancia de 14 meses en la isla en 2003. Son fotos sin texto, que pretenden ilustrar el resultado de un trabajo de investigación que el autor define en el prólogo como empirio-realismo y cuya característica fundamental, en cuanto que método de acción consiste en lo que llama la participación provocativa que, como su nombre indica, consiste en vivir en la realidad de la que se quiere dar cuenta y "provocar" en ella el acontecimiento. A primera vista puede resultar, en efecto, un poco provocativo, deliberadamente provocativo y, desde luego, lo es, si se lee ese prólogo, por lo demás lo único escrito del libro (pues el resto son imágenes), con el título de "la cientificación del arte: del Dadá al Yoyó".

Recorriendo las fotos, agrupadas por grandes bloques temáticos, casi todas ellas de La Habana, se va descubriendo una especie de hilo narrativo, algo que ya se deja entrever en la sutil ambigüedad del título que puede querer decir dos cosas, según como se entienda el término "utopía". En un primer sentido, quizá el más obvio, parece querer decirse que el socialismo es una posibilidad, esto es, la vieja idea que llevó a Engels a contraponer el socialismo científico (el suyo, claro), al utópico que, por no ser científico, no sería realizable. En un segundo sentido, si se toma el término "utopía" en su aspecto valorativo, como la sociedad ideal, la impresión que parece transmitirse es que el socialismo es una cruda y desagradable realidad, nada envidiable y que uno no desearía que le sucediera en vida.

Supongo que el punto de vista del autor se encuentra en algún impreciso punto medio entre las dos interpretaciones, una especie de mirada serena, comprensiva con las características del sistema de la isla y crítica también con ella. Por muy provocativa que haya sido su participación y muy participativa su provocación, es una mirada ajena la que se posa sobre la realidad y nos la trasmite, con una mezcla de ironía y comprensión.

Abundan las imágenes de grandes carteles con consignas revolucionarias de todo tipo y en todas partes. Cuba es una sociedad permanentemente movilizada , como lo eran todas las antiguas sociedades del llamado "socialismo realmente existente" de las que se decía que lo que era socialista no existía y lo que existía, no era socialista. Hoy han desaparecido, como barridas por el viento de la historia. Queda alguna, como esta cubana y aquella característica de la permanente movilización está muy agudizada. El continuo aleccionamiento a base de consignas por doquier trata de mantener un grado elevado de conciencia ciudadana y, por lo general, lo que suele acabar logrando es el efecto contrario: la indiferencia y la burla.

Vila-Coia tiene ojo para los detalles significativos de la arquitectura urbana. El libro trae muchos testimonios de La Habana vieja: los edificios modernistas, como el de la imagen, en un estado notable de deterioro. Creo que esa es la impresión que me dejó La Habana en el único viaje que hice allí a mediados de los años 90. Edificios y calles en mal estado entre los que se desarrollaba una vida bulliciosa, con esa alegría diáfana que sólo se encuentra en los países del Caribe.

Por supuesto, la obra trae también abundante testimonio gráfico de la población y sus formas de vida, la abigarrada mezcla étnica, las tonalidades de lxs mulatxs, la vida de los barrios, los colegios, con sus actividades al aire libre y los uniformes de lxs escolares. Y también la omnipresencia de esos viejos cochazos de fabricación estadounidense, los Cadillacs, Oldsmobiles, Chevrolets, Buicks de los años 50 que ya no se ven en ninguna otra parte del mundo, salvo en las películas de aquellos años, de Doris Day y Rock Hudson, con sus carrocerías pintadas de colores vivos y que, piensa uno, es un milagro que sigan funcionando, probablemente provistos con piezas de recambio de vaya Vd. a saber dónde. Ese parque automovilístico que era el típico de La Habana y toda Cuba en los tiempos de Batista y que se quedó como congelado, cuando los revolucionarios de Sierra Maestra, entonces jóvenes y hoy superannuated acabaron con aquel régimen proyanqui para instalar otro que trajo un indudable avance en todos los órdenes, justicia social, un bienestar mejor distribuido, pero no más libertad y que sustituyó durante muchos años la dependencia de los EEUU por la de la Unión Soviética y el conjunto de los países del Este. Como puede verse en la última imagen de la izquierda en la que, bajo un cartel que haría las delicias de un Spinoza, autor de un Tratado Teológico-Político, pueden verse modelos de Lada soviéticos, que junto a los Zhiguli o los Trabant de Alemania Oriental, vinieron a substituir a los de fabricación estadounidense.

Me ha gustado el recorrido en imágenes; me ha hecho revivir recuerdos únicos de esta isla única. La luz, sobre todo su luz.