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divendres, 18 de novembre del 2011

¿Está echada la suerte?

La derecha está eufórica. Los dirigentes que se consideran con posibilidades ya se reparten los ministerios. Los gobernantes territoriales ven llegado el ansiado momento en que toda España se teñirá de azul y hablan sin tapujos de que será un azul oscuro, como advierte Cospedal quien augura protestas cuando Rajoy diga lo que hay que hacer, lo que equivale a un reconocimiento de que aún no lo ha dicho. En efecto, el candidato ha pasado toda la campaña evitando comprometerse y silenciando sus intenciones, al extremo de que no ha permitido que los periodistas le hicieran preguntas. Pero como la seguridad del próximo triunfo anunciado por los sondeos también se le ha contagiado ha ido dejando escapar propósitos, intenciones que presagian tiempos más difíciles para un electorado que lleva ya más de tres años pasando dificultades.

Mucha gente dice que las campañas electorales no sirven para nada, que quienes tienen el voto decidido no lo cambian por ellas y quienes andan indecisos, si al final se deciden, lo hacen por otras razones. Puede que sea cierto pero esta campaña electoral sí ha conseguido, cuando menos, que el PP y su candidato cambien claramente su discurso. Rajoy la inició con el espíritu con que venía haciendo oposición desde 2008: confrontación con el gobierno en todos los ámbitos (la economía, la lucha contra el terrorismo, el Estado del bienestar), negándole toda competencia y atribuyéndola a sí mismo y su equipo. Para salir de la crisis, para crear empleo, para salvar España, en definitiva, hundida por la incapacidad de los socialistas, bastaba con cambiar de gobierno poniéndole a él al frente. Por supuesto, esa salvación sería casi milagrosa porque, al tiempo que España se recuperaría, se mantendría el Estado del bienestar. Lo que no se decía era cómo se lograría.

En el curso de la campaña, parte sustancial de ese discurso se ha convertido en su contrario. Viéndose ya inquilino de La Moncloa, Rajoy ha empezado a rebajar las expectativas que llevaba tres años alimentando. Confiesa que no tiene una varita mágica para resolver la crisis y que la creación de empleo habrá de esperar por lo menos hasta finales de 2015, lo que viene a ser un mentís a sí mismo en toda regla. En todo caso, que nadie espere ahora los milagros que se venían anunciando, en feliz repetición del milagroso tiempo de Aznar.

¿Y entre tanto? Entre tanto, las "decisiones valientes" de que habla Cospedal, esto es, prácticamente el desmantelamiento del Estado del bienestar. Ya ha anunciado Rajoy que la ley de la dependencia no es viable, es decir, que va a suprimir esta prestación, quizá la más simbólica del bienestar. La sanidad, la educación, los funcionarios, todo sufrirá recortes, privatizaciones, supresiones. Sólo se compromete el candidato ahora a no tocar las pensiones y esto tampoco es del todo cierto ya que su programa propone revisarlas bienalmente y se dispone a considerar la idea de que las más altas paguen sus medicamentos, que es una forma de recortarlas.

Y eso en lo que hace al Estado del bienestar. En el campo de los derechos cívicos las últimas declaraciones del candidato anuncian una verdadera involución: se reducirá o suprimirá el derecho al aborto, se paralizarán las actividades y recursos dedicados a la igualdad, se despojará a los homosexuales del derecho al matrimonio y hasta es muy posible que se vacíe de contenido la ley contra el tabaquismo. España pasará de estar a la cabeza de Europa en derechos cívicos a estar a la cola.

El programa oculto aparece a la vista de tod@s. La seguridad en su triunfo ha soltado la lengua a la derecha y, cuando acudan a votar, los electores lo harán con conocimiento de causa. Como la causa es bastante sombría y no hay ya modo de edulcorarla, comparecen los mercados en un último frenesí especulativo que trata de crear un clima de pánico de forma que la ciudadanía, resignada, acepte ponerse en manos de quien va privarla de la base material de su condición. La perspectiva es un país de ciudadanos convertido en uno de atemorizados súbditos.

Algunas de las candidaturas que concurren el 20-N han empleado consignas como tú decides o tú eliges. En efecto, el 20-N la gente decidirá y lo hará sabiendo lo que está en juego pues, aunque el monopolio mediático de la derecha ha impuesto un discurso maniqueo de negro socialista contra el blanco conservador, la realidad hace ver que ese blanco está tan lleno de oscuridades que es más negro que el supuesto negro anterior. No, la suerte no está echada.

(La imagen es una foto de Iker Parriza, bajo licencia GFDL).

dimecres, 12 d’octubre del 2011

Si Rubalcaba quiere ganar...

Parece que habrá debates. No se sabe cuántos ni en qué formato (esa idea del ciberdebate es espléndida; habrá que dedicarle un post) ni a quiénes enfrentará; pero habrá debates. En los debates, si se quiere ganar, hay que cumplir dos requisitos: es necesario tener ideas y que éstas sean claras, que se comuniquen bien.

Hasta la fecha es patente que Rajoy y el PP no cumplen el primer requisito. Rajoy no ha enunciado una sola idea en la Convención de su partido y tampoco en ese libro que acaba de publicar y del que ya hablaremos. Y si la hubiera enunciado, de inmediato la ha relativizado con su característica ambigüedad. Los ciudadanos no saben qué se propone hacer. Sólo saben que "las cosas tienen que cambiar", que "hay que hacer bien las cosas", que "las cosas se hacen como Dios manda". El sustantivo plural "cosas" en boca de Rajoy necesitaría un Umberto Eco de intérprete. Él mismo afirma que su reacción a las "cosas" dependerá, sin que la gente sepa de qué. Sus seguidores afirman muy ufanos que, ante tal o tal problema, Rajoy hará "lo que deba hacer". Esto no son ideas; esto es pedir a la gente que firme un cheque en blanco en las elecciones.

Frente a esta situación, Rubalcaba tiene ideas. Va desgranándolas por los páramos de España y quiso sistematizarlas en el programa de la Conferencia Política pendiente a su vez, creo, de un Comité Federal, pero ¿están claras? ¿Se comunican bien? ¿Las entiende la gente? Temo que no. El candidato está todo el día soltando propuestas, sopesando las ajenas, matizando y señalando al mismo tiempo que Rajoy no dice nada. Pero lo que él dice, ¿se entiende? Muy poco porque, por táctica o naturaleza, rehuye los pronunciamientos tajantes que quizá le enajenen electores. En opinión de Palinuro, sin embargo debiera hacerlos y debieran ser los siguientes:

Reformar el sistema electoral, no sólo desbloquear las listas, sino llegar hasta donde pueda.

Convertir el Senado en una cámara continua de representación territorial.

Garantizar la gratuidad y universalidad de los servicios públicos, la sanidad y la educación; esto es, frenar y revertir las privatizaciones.

Aprobar la dación en pago.

Luchar contra la corrupción y los privilegios de la clase política en todos sus niveles y, si se han de reducir cincuenta diputados que sean de los "territoriales" y no los proporcionales.

Suprimir el fraude fiscal y los paraísos fiscales. Ningún español que se valga de ellos o tribute en el extranjero puede ocupar cargo público alguno.

Elevar el tipo marginal del impuesto sobre la renta para que tributen más quienes más tienen.

Auditar el comportamiento de gestores, financieros y banqueros en la crisis y proceder por lo penal si fuera justo.

Garantizar el derecho al aborto en los términos de la ley.

Garantizar el derecho de los homosexuales a contraer matrimonio.

Aprobar de una vez una ley de libertad religiosa que separe por fin la Iglesia del Estado.

Luego ya se verá hasta dónde se puede llegar en cada caso, según el apoyo parlamentario que tenga, pero esas medidas deben anunciarse y hacerlo claramente, sin ambages.

El PSOE ha perdido mucha intención de voto por la izquierda, tanto que Cayo Lara llama a sus "desencantados" y hace bien porque son un pellizco. El único modo que tiene el PSOE de restablecer sus expectativas es presentar un programa claro de izquierda. Claro no quiere decir radical. Las propuestas de más arriba no son extremosas ni radicales; son de izquierda, sí, pero moderadas. Las comparte mucha gente, incluso en el PSOE. Este tiene además el problema del crédito que sus propuestas ofrezcan, pero más problema tendrá si, además de la falta de crédito, no las formula o no son claras.

Son propuestas que entiende la clase media, casi tan castigada por la crisis como la trabajadora. Las entiende y las aprueba porque, en definitiva, es la clase media la que más se ha beneficiado siempre del Estado del bienestar.

Así que, si Rubalcaba quiere ganar, tiene que presentar ideas y hacerlo de modo diáfano, conciso, inteligible, que se quede. Le van a dejar poco tiempo para hablar en los debates en los que todos va a atacarlo blandiendo el paro. Tiene que aprovechar sus intervenciones para dejar claras y breves sus propuestas: dación en pago suena bien a todos los oídos excepto los de los banqueros; eliminación del fraude fiscal también, excepto a los de los defraudadores; eliminación de los privilegios de los políticos igualmente a todos menos a los políticos. La mayoría entiende que homosexuales y heterosexuales somos iguales en derechos y que también es un derecho el aborto. Como entiende que ya es hora de que la Iglesia se meta en sus asuntos. Si quiere ganar tiene que atreverse a decir lo que la mayoría quiere oír.

Ciertamente, Palinuro puede estar equivocado y no ser ese el criterio de la mayoría. Se verá el 20N si el PSOE adopta este discurso. Al menos, hay una posibilidad frente a lo que todos auguran como una derrota segura, empezando por muchos socialistas. En el fondo es un ejemplo clásico de teoría de juegos: ¿Qué prefiere la gente, una probabilidad de 1/2 de ganar diez euros o una de 1/10 de ganar mil? ¿Una probabilidad 1/2 de ganar 120 diputados o una de 1/10 de ganar trescientos cincuenta y uno? Recuérdese que en política el primero de esos "ganar" en realidad es "perder".

(La imagen es una foto de psoe extremadura, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 30 de setembre del 2011

La doctrina del tiburón.

Hace un par de días Palinuro señalaba que el programa del PP para las próximas elecciones ya no está oculto pues distintos altos dirigentes, empezando por Rajoy, así como presidentes de Comunidades Autónomas lo han ido desgranando poco a poco en dichos y hechos. Por si eso no fuera suficiente, ayer en los desayunos de TVE Cristóbal Montoro formuló la teoría que justifica ese programa. Es una teoría clásica pero, al tiempo, contradictoria, confusa, porque en realidad no es una teoría, sino una fórmula depredadora de carácter ideológico que pretende acabar con el Estado del bienestar en beneficio del capital. Su núcleo es la afirmación de que no es el Estado el que garantiza el bienestar.

El Estado del bienestar se llama así porque se basa en la convicción de que la educación, la salud, la vivienda y las pensiones son derechos de los ciudadanos. Derechos, no mercedes. Como Montoro no puede ignorar que sólo el Estado garantiza derechos en nuestra sociedad, pues es su función, la única forma de entender su afirmación es que no considere que la educación, la sanidad, la vivienda y las pensiones sean derechos. En el fondo, en efecto, tal cosa es lo que los conservadores creen, que no son derechos, sino que dependen de la buena voluntad de los acaudalados, de su caridad, de lo que la portavoz socialista Elena Valenciano llama la beneficencia.

El ataque al Estado del bienestar es, en el fondo, el ataque a la misma condición de ciudadanía en cuanto titularidad de derechos, de acuerdo con la celebrada teoría de T. H. Marshall que consideraba alcanzada la ciudadanía plena cuando estuvieran garantizados los derechos civiles, políticos y sociales, siendo los últimos, por supuesto, los mencionados más arriba. Despojar a los ciudadanos de los derechos sociales equivale a despojarlos de su condición ciudadana, reconvertirlos en súbditos, incluso siervos, sin derechos, a merced de la la ley del más fuerte.

Dada la conciencia moral de la época, esto no se puede decir, por lo que Montoro se enreda en una explicación confusa, embrollada, que deja aun más patente que su doctrina es la del tiburón. Su visión del bienestar no se formula en términos de derechos (que son quiméricos) sino de rentabilidad y eficiencia económica, que quiere ser una mentalidad práctica, la tecnocrática de toda la vida: habrá bienestar si hay con qué pagarlo, esto es, el bienestar dependerá del empleo y de la renta. A primera vista, nada que objetar. Si no hay dinero, no habrá con qué atender a los gastos de los derechos sociales. Y ¿quién garantiza que haya empleo y renta? De eso es de lo que tiene que ocuparse el gobierno, dice Montoro; es decir, el Estado. Pero tal cosa es contradictoria con el pensamiento liberal que anima a Montoro y el conjunto del PP, según el cual, el empleo y la renta son cosas del mercado. Era Keynes quien decía que dependen de la acción del Estado y por eso tituló su obra fundamental Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Punto básico de la doctrina del Estado del bienestar: es la intervención del Estado la que debe garantizar el pleno empleo.

¡Ah, pero el Estado del bienestar, en crisis desde 1981, dice Montoro, es una pesada maquinaria de despilfarro y mala gestión! El Estado del bienestar según la doctrina liberal es el principal responsable de su propia crisis. Para resolverla hay que conseguir que los servicios públicos se gestionen con eficiencia de empresa privada y, como esto es algo que el Estado no puede hacer (ya que no es una entidad con ánimo de lucro), lo mejor es privatizarlos y que el Estado se encargue de poner las condiciones para que, mediando el empleo y las rentas, las gentes tengan después con qué pagarse esos servicios. Dado que Montoro debe de ser buen cristiano, está dispuesto a hacer excepciones con algunos sectores especialmente vulnerables, como los ancianos o los jóvenes sin recursos. Los demás, a los tiburones del mercado.

En su contradicción, la teoría es depredadora: se despoja a los ciudadanos de los derechos sociales y, por lo tanto, se exime al Estado del deber de garantizarlos. El Estado se concentrará en asegurar el pleno empleo y la renta y de lo demás se encargará el mercado, en donde las necesidades educativas, sanitarias, de vivienda y pensiones de la población serán la base de pingües negocios de las empresas privadas que así garantizarán la vuelta a la sociedad de la abundancia. Si acaso el Estado habrá de subvencionar a esas empresas para que puedan atender con eficiencia privada aquellas necesidades. Es una especie de crudo neokeynesianismo que consiste en poner el Estado no al servicio de los ciudadanos sino de la valorización del capital. Y eso, obviamente, no será despilfarro.

El mucho sufrimiento que la doctrina del tiburón provoca no hace ésta menos inepta. Lo que está en crisis desde los años ochenta no es el Estado del bienestar sino las fórmulas neoliberales que vienen aplicándose desde entonces para desmantelarlo, y que han conducido a este desastre en el que nos encontramos.

(La imagen es una foto de hermanusbackpackers, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 21 de setembre del 2011

Una digna respuesta.

La educación, la sanidad, la vivienda, el seguro de desempleo y las pensiones son los pilares del Estado del bienestar, la conquista democrática del siglo XX en Europa basada en la idea de que esos servicios constituyen derechos de los ciudadanos. Como tales deben tener igual reconocimiento y garantía que los derechos clásicos civiles y políticos y los derechos fundamentales. Porque son derechos fundamentales, no mercedes graciables del poder ni actos de beneficencia de organizaciones privadas. Mucho menos negocios.

Esa conquista democrática es la que la derecha neoliberal quiere desmantelar y lleva camino de hacerlo si las sociedades bajo ataque no se defienden. Las pensiones están congeladas; el seguro de desempleo, reducido y acortado; el acceso a la vivienda es una quimera. Ahora el ataque es contra la educación y la sanidad que, privatizadas, son suculentos negocios. La novedad de la situación es que el neoliberalismo no niega ya (como sí lo hacía antes) que la educación y la sanidad sean derechos. Lo que dice ahora es que, por desgracia, no hay dinero para financiarlas y que, en época de crisis, hay que recortar. Pero esto es una excusa.

En primer lugar, no hay dinero porque hace años que está descapitalizándose el Estado a base de reducir los impuestos y renunciar a ingresos bajo la engañosa consigna de que "en donde mejor está el dinero es el bolsillo de los contribuyentes", sin especificar de qué bolsillos se habla. En segundo lugar si, con todo, hay que reducir partidas, habrá que pensárselo mucho, ser muy transparentes y justificar que no hay otro lugar del que reducir que no sean la educación o la sanidad. Si las exenciones fiscales y privilegios que la Comunidad Autónoma de Madrid concede a la enseñanza privada concertada alcanzan los ochenta millones de euros y esa es la cantidad que se ahorra con los recortes de la enseñanza pública, será preciso demostrar por qué es más justo privilegiar a la privada en detrimento de la pública. No blandir el hacha y asestar el tajo sin más explicaciones.

Esa es la política de la Comunidad de Madrid, la de los hechos consumados y las confrontaciones. Porque a Esperanza Aguirre no le interesa conservar la enseñanza pública sino desmantelarla en beneficio de la privada. Por eso no razona, sino que insulta. La historia de su mandato es de hostilidad a los servicios públicos. No da razones sino que va por la vía de hecho y, en lugar de, cuando menos, explicar las medidas tomadas, pues no las ha consensuado con nadie, trata de desprestigiar a los docentes (como intentó hacer en la legislatura anterior con la sanidad pública y las calumnias al doctor Montes) mintiendo sobre su jornada laboral, descalificando su labor y agrediendo a los sindicatos. Eso no es política democrática, de diálogo, sino política autocrática, de imposición. Y no es casual ni repentino sino algo calculado, planeado y ejecutado fríamente, es el desmantelamiento del Estado del bienestar.

La colectividad de enseñantes, padres y alumnos respondió ayer ejemplarmente por segundo día en la calle con una manifa multitudinaria que es en realidad una enmienda a la totalidad de la política educativa de Aguirre y de su consejera, Lucía Figar, esa pía dama que según ella misma dice, piensa entregar suelo público gratuito para que las sectas ultracatólicas que son de su agrado pueden adoctrinar a los niños de la región. Visto lo visto imagino que estas sectas edificarán en los terrenos públicos unos colegios de excelencia para los hijos de los ricos y, al lado, unas chabolas para enseñar el catecismo a los hijos de los pobres que, bien pensado, es lo único que necesitan aprender.

Y no acaba ahí el alcance político de la combatividad de Aguirre. No solamente desprestigia a los docentes y miente sobre su jornada sino que ataca la legitimidad de la huelga atribuyéndosela a los sindicatos, el PSOE, los indignados y "los de la ceja" y, en definitiva, al gobierno central. Es decir, todo el conflicto está provocado y planeado por la Comunidad de Madrid con el fin de plantear un problema más al gobierno central y como eso es absurdo porque éste carece de competencias en la enseñanza en Madrid, se lleva por el lado de la demagogia, asegurando que está alentando a los huelguistas y poco menos que sosteniendo que la huelga está organizada por Rubalcaba y que el ministro de Educación dimita por ello. Una actitud de tan disparatada frivolidad en un asunto de tal importancia muestra que a Esperanza Aguirre la enseñanza pública y los docentes le importan un comino. Y los alumnos, menos.

divendres, 1 de juliol del 2011

El ataque al Estado del bienestar.

Allá por 1984 Palinuro publicó un libro, Del Estado del bienestar al Estado del malestar, (Madrid, Centro de Estudios Constitucionales), que se reeditó en 1991, cuando la Unión Soviética estaba viniéndose abajo. Su contenido era el que preanunciaba el título, que resultó profético. A raíz de la crisis del petróleo de 1973 (precedida por la supresión de la convertibilidad del dólar en 1971) se desencadenó un ataque contra el Estado del bienestar en cuatro frentes: teórico, político, jurídico y económico. En el teórico se argumentaba que el Estado del bienestar era insostenible y que había que volver a la teoría clásica, enterrando el keynesianismo (en esencia, la llamada revolución neoliberal; en el político, el hundimiento del comunismo dejó a la izquierda en los países capitalistas sin su "última razón", sin su apoyo empírico; en el jurídico, se puso freno a la juridificación y constitucionalización de los avances en derechos y políticas sociales, a lo que Elías Díaz llamaba la "juridificación de la transición al socialismo"; en el económico, el proceso de globalización ha fortalecido el capital, que se ha internacionalizado, pero no el trabajo, que no lo ha hecho.

Este dato es más importante de lo que parece y permite al capital, en una posición de fuerza, replantear el pacto social-liberal de la postguerra, el del Estado del bienestar y los acuerdos de Bretton Woods. Desde el momento en que una parte importante del antiguo Tercer Mundo, China y el sudeste asiático, pero no sólo ellos, pasa de ser mercado de productos occidentales a convertirse en productor que invade los mercados de las antiguas metrópolis, éstas están sometidas a una competencia feroz que no pueden resistir porque el viejo recurso del proteccionismo ya no se puede emplear. Ha sido el capital internacionalizado en busca de mayor rentabilidad el que, al deslocalizarse, ha puesto en marcha la maquinaria que trae la crisis a los países en los que se originó.

Para poder sobrevivir en una competencia en la que los antiguos mercados se han convertido en potencias financieras y son las que invierten ahora en los países occidentales, bajo sus condiciones, el capital exige la reducción de costes en todos los órdenes, públicos y privados. Esa exigencia, contra la que los Estados del bienestar están política y jurídicamente desarmados (además de deslegitimados por la tremenda ofensiva teórica neoliberal), puede ser la sacudida definitiva para que el edificio se desmorone.

Lo único que puede parar esta destrucción es la movilización de las poblaciones con los consiguientes riesgos de conflictos, disturbios, trastornos sociales, turbulencias de todo tipo. Lo que sucede es que esa movilización no es muy plausible, habida cuenta de que carece de una clara proyección en el futuro. Ningún partido con relevancia política y parlamentaria en Europa propone la socialización de los medios de producción. De todos. Sin embargo, esa práctica es la única alternativa visible al capitalismo que descansa sobre la propiedad privada de tales medios. Y si alguien quiere calibrar en qué medida el capital está ganando la guerra, que considere cómo la consigna del tiempo es privatización y consiguiente desaparición de cualesquiera sectores publicos.

Sin orientación estratégica, la movilización ciudadana (el 15-M, por ejemplo) se limita a proponer reformas tácticas. Estas pueden ser muy importantes; por ejemplo, pueden plantearse como un control democrático de los mercados y del uso de los medios de producción. Así se soslayaría el inconveniente de la socialización. Pero lo que ésta tenía de erróneo lo tenía de claro mientras que es posible que lo que la democratización tenga de acertado, lo tenga de confuso ya que la democracia es término muy contestado. La prueba: la frecuente crítica de que las democracias representativas no son verdaderas democracias. Razón por la cual, se dice, la democracia está ahora en la calle, en la lucha por el Estado del bienestar.

dimarts, 29 de març del 2011

Cómo desmantelar el Estado del bienestar en doce sencillas lecciones.

Primera. Convénzase de que el Estado no es la solución sino parte del problema y pida que se jibarice o desaparezca por entero.

Segunda. Reduzca o elimine la progresividad en el impuesto sobre la renta argumentando que es injusto desde el punto de vista de Hayek.

Tercera. Elimine todos los impuestos especiales, reduzca el tipo general e incremente los impuestos indirectos porque así cada cual paga por lo que consume y no por lo que consumen otros.

Cuarta. Desregule la actividad de las empresas y otórgueles todo tipo de incentivos fiscales, incluso la exención, con el argumento de que son las que crean riqueza y generan puestos de trabajo

Quinta. Liquide el sector público rentable a precio de saldo para dinamizar el tejido productivo y lo que no sea rentable, sanéelo con dineros públicos.

Sexta. En tanto desaparece el Estado, imponga por ley del máximo rango el principio del presupuesto equilibrado con el generoso fin de no endeudar a las generaciones venideras y limite también el gasto público por ley, vinculándolo a la productividad, no a los beneficios.

Séptima. Vivimos en una mundo global, por tanto, permita la libre circulación de capitales que, de todas formas, tampoco puede impedir.

Octava. No ponga inconvenientes a los paraísos fiscales. Son puertos de descanso de la excesiva fiscalidad del capital. Si el capital no tributara y su color no importara, ¿a que se acababan los paraísos fiscales? Una prueba más de que la culpa de los paraísos fiscales es de los Estados.

Novena. Derogue los restos del antaño tremendo edificio del ordenamiento jurídico del trabajo, elimine el derecho del trabajo incluso como asignatura y reduzca los sindicatos a la mínima expresión porque sólo así se conseguirá flexibilizar el mercado de trabajo, la jornada laboral y hasta los propios trabajadores.

Décima. Socialice las pérdidas y mantenga privados los beneficios que ya ellos se encargarán de redistribuirse por la sociedad en forma de caridad, beneficencia o maná.

Undécima. Emplee los recursos públicos que queden después de las diez primeras medidas en garantizar la tasa de beneficio del capital, salvando las financieras de las crisis o subvencionando directa o indirectamente unos u otros sectores industriales.

Duodécima. Como es evidente que con las once medidas anteriores el Estado se ha empobrecido y descapitalizado hasta el borde de la quiebra, la población debe empezar a pagar si quiere seguir teniendo servicios sociales como la educación o la sanidad. El Estado ya no tiene dinero porque, como hemos visto, ha renunciado a él para transferirlo al bolsillo de la gente. De alguna gente.

(La imagen es una foto de Bettysnake, bajo licencia de Creative Commons).

dimecres, 2 de març del 2011

El Estado del bienestar y sus amigos.

En estos momentos de crisis aguda del capitalismo parecida a la de 1929, que tanto hizo porque naciera el Estado del bienestar, a éste le han salido amigos y defensores como si de una noble causa perdida se tratara. En el momento en que muchos entonan el requiescat por esta forma de Estado (y, de paso, acusan con fruición a los socialistas de enterrarla) la derecha y la izquierda radical o transformadora como gusta llamarse, aúnan fuerzas, cosa tampoco tan rara, en brava defensa de un Estado del bienestar a punto de zozobrar sometido a los cuatro vientos.

Estamos en período preelectoral (o sea, electoral) y Rajoy ha prometido ante un auditorio de la tercera edad en Castilla-La Mancha que él jamás congelará la pensiones. A su lado María Dolores de Cospedal, secretaria general del PP, partido que defiende a los trabajadores como todo el mundo sabe, no podía sino asentir, arrobada. Para que ningún mal pensado fuera a suponer que tan noble propósito, el de las pensiones era emanación de la fiebre electoral, Rajoy sostuvo ante sus oyentes que es hora de mostrar la casta del galgo y desmitificar el origen del Estado del bienestar que en absoluto se debe a la izquierda sino a los conservadores y los demócratas cristianos. Cierto que los demócratas cristianos, que en España no existen como partido parlamentario de ámbito estatal, se adaptaron muy bien a los Estados del bienestar, echando mano para ello de la doctrina social de León XIII en la Rerum Novarum, de 1892. Pero no fueron sus creadores.

Esta idea de Rajoy es falsa. No con falsedad de juzgado de guardia, como las que suelta Cospedal, pero sí manifiestamente descarada. En prácticamente todas partes el Estado del bienestar ha sido producto de la acción de la izquierda socialdemócrata con la oposición más o menos furibunda de la derecha y de la izquierda transformadora con las consiguientes excepciones. En Suecia surge en 1932,en los Acuerdos de Saltsjobaden, bajo un gobierno socialdemócrata; en los EEUU comienza en la política del New Deal en los años treinta con Franklin D. Roosevelt, un demócrata, que es el equivalente estadounidense a los socialdemócratas europeos y eso mientras los republicanos lo llamaban "comunista"; en Inglaterra se articula en el Informe Beveridge, de 1942, siendo Beveridge un socialista fabiano asesor del ministro de Trabajo, Ernest Bevin, un laborista en el Gobierno de Unión Nacional de Churchill; en Francia lo legisla el Frente Popular francés en 1936/1937 bajo un gobierno socialista con otros partidos de izquierda y el apoyo exterior del Partido Comunista; en Alemania se origina en los años 80 y 90 del siglo XIX con Bismarck, quien aplica las políticas que le recomienda el grupo de economistas alemanes de la Asociación de Política Social, Gustav Schmoller, Adolf Wagner, etc, también llamados Socialistas de cátedra.

Así que de producto de la derecha, el Estado del bienestar tiene poco o nada. Salvo que se quieran computar como Estado del bienestar los Estados paternalistas y "de obras" (públicas) del nazismo alemán y los fascismos italiano y español (al fin y al cabo el SOE y el INI son creaciones de Franco, como el Auxilio Social), pero estas son herencias que tiznan, porque les falta un elemento esencial de la doctrina del Estado del bienestar, el carácter democrático. La derecha jamás ha simpatizado con esta forma de Estado y sigue sin hacerlo. Al contrario, los ataques más temibles vienen de ella, de políticos como Reagan o Thatcher, admiradora de von Hayek, a su vez discípulo de Ludwig von Mises, abuelo del neoliberalismo actual.

El ataque al Estado del bienestar desde la derecha se ha complementado hasta hace bien poco con el procedente de la izquierda. En los años treinta, en la postguerra, en los años cincuenta y sesenta, los comunistas sostenían que los Estados del bienestar eran añagazas de la burguesía aliada a sus lacayos socialistas para emascular el movimiento obrero revolucionario; trampas y mentiras como también lo era la democracia, rechazada bajo el epíteto de burguesa. Algunos autores eran ingeniosos. Paul Sweezy, economista gringo de la Nueva Izquierda sostenía que el Welfare State era un Warfare State o Estado para la guerra. En La crisis fiscal del Estado el marxista O'Connor coincidía con los vaticinios neoliberales sobre la bancarrota del Estado. Ha sido sin embargo el Estado en todas partes quien ha evitado la bancarrota del mercado.

En la actualidad la izquierda transformadora mantiene un discurso confuso en lo referente a la democracia pero con respecto al Estado del bienestar es meridiano: el Estado del bienestar incorpora las conquistas históricas del movimiento obrero y ella se postula como su verdadera defensora frente a la claudicación y la traición de los socialistas que, como siempre, bailan el agua al capital. Así que ahora la derecha de toda la vida y la izquierda transformadora coinciden en defender un Estado del que antes abominaban.

Como diría Charlie Brown, "es bueno tener amigos".

(La primera imagen es una foto de Partido Popular de Cataluña (Jornadas 'Para Mejorar tu Vida') vía Creative Commons. La segunda, una de Victor O', bajo licencia de Creative Commons).

dijous, 3 de febrer del 2011

El pacto social: a contracorriente.

Este Gobierno tiene pocos amigos en los medios y está sometido a una crítica muy dura desde la derecha y desde la izquierda. Una crítica que ha arreciado al sellarse por fin el acuerdo económico y social que cierra, de momento, el paquete de reformas de carácter ortodoxo, conservador o neoliberal (según el punto de vista que se adopte) para hacer frente a la crisis. Un pacto que han firmado el Gobierno y los agentes económicos y sociales sin presencia de los partidos políticos. Este dato hace que el actual acuerdo no pueda compararse con los Pactos de la Moncloa, en los que figuraban los partidos más no la patronal ni los sindicatos. El PSOE en todo caso está detrás del gobierno y al PP no le queda más remedio que sumarse a regañadientes porque la patronal ha pactado. Por eso quizá no sea inútil considerar los argumentos que se esgrimen contra un acuerdo que casi todo el mundo, dentro y fuera, ha visto con alivio.

La crítica de la derecha es errónea y se ha visto desmentida por los hechos. Zapatero no es responsable de la crisis; no lo es de la nacional puesto que la burbuja inmobiliaria se gestó en tiempos de Aznar ni de la internacional como es obvio. Otra cosa es que la reconociera a tiempo. Pero responsable no es. Tampoco es cierto que sea un incompetente y que su Gobierno no haya atinado con la solución puesto que ésta es la que firmaron ayer solemnemente los agentes económicos y sociales. De nuevo otra cosa es que esta solución solucione algo; pero está claro que consiste en las medidas que todo el mundo está aplicando y que aplicaría el mismo PP, de forma que en la derecha no hay alternativa.

Si de competencia se trata, hay dos ejemplos que dejan claro cómo el Gobierno actúa con diligencia y autoridad y resuelve los problemas de modo eficaz: uno es el final de ETA, una hipótesis plausible por primera vez, y el otro, la respuesta contundente a la huelga/chantaje de los controladores aéreos, con declaración de estado de alarma incluida. Los argumentos de la derecha son insostenibles. El Gobierno ha mostrado una notable capacidad de liderazgo que es condición cara a los conservadores porque viene a ser el principio del caudillismo con levita democrática. Así que, a falta de argumentos, la derecha recurre al esperpento, a los delirios e infamias del "Estado policial" y a los protocolos de los sabios de Atocha.

La crítica de la izquierda parece tener mayor enjundia si bien su representatividad social es muchísimo menor que la de la derecha. Digo esto porque si el pacto lo apoya el Gobierno, su grupo parlamentario, el PSOE y los dos sindicatos mayoritarios esa crítica es formulada por un grupo ciertamente reducido de ciudadanos. Suele decirse que hay gran descontento entre los votantes socialistas, muchos de los cuales irán a la abstención, y es bien posible. Pero la crítica de izquierda sigue siendo minoritaria. Ello, sin embargo, no exime de considerar sus argumentos por su valor y su pertinencia.

El argumento central es que el Gobierno ha renunciado a la línea socialdemócrata y se ha hecho neoliberal, que ha abandonado la política económica de izquierda y cultivado la de derecha.

Efectivamente, en el conjunto de las medidas adoptadas (rescate del sistema financiero, reforma laboral, recorte del gasto público, reducciones salariales, incremento de la carga impositiva indirecta y reforma de las pensiones) hay alternativas concretas de izquierda que, en lo esencial, se reducen a dos: dejar las cosas como están (en función de la defensa del Estado del bienestar) y/o aumentar el gasto público, encomendándose a los manes del keynesianismo. La cuestión es si esas alternativas son viables en un contexto doblemente difícil que ellas mismas no suelen considerar: la globalización y la Unión Europea, quiérase o no, límites poderosos a la soberanía del Estado. El problema es el déficit y cómo financiarlo en un mercado global en el que el Estado no puede actuar con entera libertad. Es cierto que las reformas en principio penalizan a los sectores más débiles y a las generaciones venideras. Pero más penalizaría, sobre todo a las segundas, un déficit desbocado, como sabemos de sobra con la experiencia de la crisis de la deuda en América Latina en los años noventa.

No es disparatado pensar que los regímenes normativos deban adaptarse a los cambios sociales como la mayor esperanza de vida. En general las reformas propuestas son razonables (prueba, los sindicatos), lo irritante es que no vayan acompañadas por medidas positivas en otros campos, que todo sea ceder y recortar derechos. Personalmente me parece lamentable que el Gobierno haya abandonado sus políticas de igualdad, ampliación de derechos y separación de la Iglesia y el Estado.

Lo que sucede es que estas posibilidades suelen depender de la fuerza relativa que cada parte tenga en las negociaciones. Y la verdad es que en la situación existente, en medio de una crisis global, con Europa entera en manos de los conservadores, la fuerza negociadora de la izquierda es nula. La señora Merkel viene a decir hoy que hay que desvincular los salarios de la inflación, de forma que sólo suban aquellos cuando haya beneficios. Un nuevo hachazo a la substancia de la contratación colectiva. Y la izquierda, me temo, tiene que tragar porque es algo que se hace en nombre de la productividad, en cuyo aumento también ella confía (aunque no sepa decir cómo aumentará) para defender sus propuestas porque sin el aumento de la productividad no hay nada que hacer.

En mi opinión se debe esperar a la recuperación económica y el cambio en la correlación de fuerzas para reconquistar el terreno perdido en el Estado del bienestar. Justo que la defensa de este Estado del bienestar, que fue una conquista de la socialdemocracia con la oposición de la izquierda, sea hoy el objetivo de esa izquierda quizá debiera hacerle pensar que si se equivocó una vez bien pudiera equivocarse una segunda. Decir que la socialdemocracia es enemiga del Estado del bienestar que ella misma creó y trata de mantener frente al desmantelamiento sistemático de la derecha, además de injusto es torpe.

La izquierda puede recurrir a la retórica radical a título de consuelo porque su capacidad real de movilización es muy escasa, como se vio en la huelga general del 29 de septiembre; puede encastillarse en la consigna de "ni un paso atrás", pero muestra ignorar algo que ya se sabía en la época de Lenin: que a veces hay que dar dos pasos atrás para dar luego uno adelante.

(La imagen es una foto de 20 Minutos, bajo licencia de Creative Commons).

divendres, 26 de novembre del 2010

Meditación sobre la crisis.

El capitalismo es un modo de producción que se caracteriza por sus crisis periódicas; que sean o no cíclicas es asunto discutible; pero, desde luego, son recurrentes. Es uno de los aspectos en que la historia ha dado la razón a Marx. Esas crisis, seguía diciendo Marx, son de exceso de producción. Algo que ya había él intuido cuando se hacía lenguas de la capacidad productiva del capitalismo en El manifiesto del partido comunista. El exceso de producción obliga a recortar gastos, entre otros, los salarios. Los salarios más bajos contraen más la demanda y ahí comienza el vértice del tifón contra el que sólo Keynes encontró una solución duradera.

De esas crisis solía salirse por el expediente de una guerra, en aplicación extrema de la doctrina de la destrucción creativa que se asocia normalmente a Schumpeter aunque la cosa viene de antes, por ejemplo de la obra de Werner Sombart, La guerra y el capitalismo y en general del marxismo. Al principio eso era relativamente fácil porque la guerra se usaba para abrir mercados que daban salida a los excedentes de las metrópolis. Inglaterra conquistaba la India y los Estados Unidos abrían a cañonazos el mercado del Japón para que sus respectivas poblaciones pudieran mantener altos niveles de vida, albergaran lo que los marxistas llamaban "aristocracia obrera".

Pero este expediente bélico ya no puede emplearse al menos en las proporciones que serían necesarias. Sin duda el mundo está sembrado de guerras, pero son de baja intensidad. Hoy todo lo que no sea nuclear es de baja intensidad. En todo caso no se puede recurrir al expediente bélico por dos razones: En primer lugar la guerra extrema es imposible debido al overkill existente en unos silos nucleares que abrigan una cantidad de bombas atómicas capaz de destruir el planeta varias veces. Ya lo era durante la guerra fría que precisamente se llamó fría porque no podía ser guerra. Hoy con más razón cuando las armas nucleares han proliferado.

Además, aunque la guerra fuera posible, no cumpliría satisfactoriamente la tarea de destruir para volver a crear porque el excedente contemporáneo es inmaterial ya que es dinero. La crisis es financiera (la industrial es su reflejo, no su causa) porque lo que el capitalismo ha producido en demasía es dinero, valor nominal, no de uso. Y eso no se puede bombardear. El dinero es indestructible por la vía material. Hay que destruirlo en la simbólica. Por eso el elemento definitorio de la crisis actual gira en torno al crédito, a la confianza, que son elementos morales, extraordinariamente subjetivos. Porque ¿qué juzga la confianza? El grado de creencia que se tenga en la capacidad de alguien de cumplir sus compromisos. Es decir, no es un juicio de hecho sino de futuro. Si se le aumentan los tipos de interés de la deuda se le crean dificultades que a su vez debilitan su capacidad de cumplir los compromisos lo que es también el comienzo de otra espiral.

La segunda razón de la imposibilidad del expediente de la guerra es la globalización. Lo más obvio de ella es que ya no quedan mercados cerrados por abrir o vírgenes por descubrir y conquistar. El mundo entero es un mercado, un libre mercado, sin fronteras, sin límites, sin barreras. Aunque sobrevivan aquí o allí prácticas proteccionistas, el comercio mundial está arbitrado por la Organización Mundial del Comercio, firme partidaria del libre cambio.

La globalización hace añicos las teorías de la conspiración del tipo de "ataque de los mercados contra el euro" o contra España, o lo que sea. No hay ataques concertados. No hay un centro mundial de operaciones. El mundo es un sistema en el sentido de Luhmann, autopoiético, esto es, que se crea a sí mismo, no está dirigido desde parte alguna. El orden (o desorden) mundial es el resultado espontáneo de la confluencia de trillones de trillones de decisiones que se toman en todo el planeta de modo autónomo e independiente. Eso no hay quien lo controle. Nadie puede prever nada (y mucho menos prevenir) cuando las decisiones, todas (las de previsión también), se toman al unísono en virtud de una información en tiempo real y que llega a todas partes en el mismo instante y en la misma cantidad. Es decir, no hay nadie más o mejor informado que otro si el otro no quiere. La carrera por la información es frenética y de ahí que no se opere sobre los datos que hay sino sobre las expectativas. Son los mercados de futuros.

Por estas razones esta crisis financiera es una crisis capitalista, sin duda, pero no tiene precedentes. Además el capitalismo carece de alternativas. El socialismo fracasó y todo indica que, si se reprodujera, fracasaría de nuevo si cometiera el mismo error de suprimir el mercado. Y, si no se suprime el mercado, el modo resultante podrá llamarse socialismo pero seguirá siendo capitalismo. Por eso había sido tan ingeniosa la fórmula socialdemócrata de intervenir en los mercados sin abolirlos, esto es, de domesticar a la fiera. Pero ahora, en esta crisis, la fiera se ha soltado y se ha comido al domador puesto que los partidos socialdemócratas se han convertido todos, más o menos declaradamente, al evangelio neoliberal. Ya puede Alfonso Guerra pedir a la izquierda respuestas a la crisis. Ni siquiera se atreve esa izquierda a defender el Estado del bienestar porque se ha tragado el dogma neoliberal de que es un cobijo de vagos y defraudadores. ¿Cuándo no han dicho los ricos que los pobres lo que son es unos vagos y unos delincuentes? Así que esta crisis lo es del Estado del bienestar. También lo es del euro y, por extensión, de la Unión Euopea, pero ese es rollo aparte. Aquí lo importante es el ataque al Estado del bienestar que viene a ser un bocatto di cardinale como la galera capitana en la flota de las Indias, una nao cargada de tesoros: los ahorros presentes y futuros de nuestras sociedades.

Y la cosa es complicada porque, siendo la crisis global, las medidas que se toman son de carácter nacional, lo cual es perfectamente inútil, dicho sea sin desdoro de las meritorias pero harto insuficientes decisiones de la Unión Europea de alcance colectivo. Tomar medidas de alcance nacional para atajar una crisis global es algo inútil salvo que sean las medidas que precismente exige esa crisis global interpretada por los organismos financieros internacionales. Sólo un dato para la memoria: ¿nadie se acuerda de la dureza de las medidas impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a los países latinoamericanos con motivo de la crisis de la deuda de los años ochenta? ¿Quién iba a decir a los países europeos que a ellos se les aplicaría la misma medicina por el mismo motivo: la deuda?

dilluns, 9 de novembre del 2009

Yes, we could!

La votación del sábado en la Cámara gringa de Representantes del primer plan de cobertura universal de salud en los Estados Unidos, en reñido cómputo de 220 votos a favor y 215 en contra, es un hecho histórico aparte de una sonada victoria para el presidente Obama que ve cómo está a punto de cumplirse la promesa más importante y significativa de cambio en su programa electoral. A punto porque todavía está pendiente la votación en el Senado y no se descarta algún disgusto, dado que la mayoría exigida en la Cámara alta es de 60 senadores que son justos de los que dispone el Partido Demócrata (58 escaños propios más otros dos de independientes que votan con los demócratas) sin que sea seguro de momento que todos secunden la iniciativa ya que cuando menos uno de los independientes, Joe Lieberman, se opone a ella.

Por ahora, sin embargo, momentos de euforia. Los Estados Unidos dejan de ser el pato feo de las democracias occidentales en cuanto a cobertura de salud por carecer del sistema universal que acaba de aprobarse. Éste vendrá a garantizar la atención suficiente a los más de 46 millones de personas sin atención médica alguna así como los otros 26 que la tienen muy deficiente. Este plan universal y obligatorio crea un seguro público (Public Option) que funcionará para todo el mundo que quiera acogerse conjuntamente con los planes previos de Medicaid (para los pobres de solemnidad) y Medicare (para los mayores de 65 años) y que se financiará con un impuesto extraordinario sobre las grandes fortunas y las compañias aseguradoras que, como es de suponer, están que trinan y han acentuado sus bien pagadas campañas de propaganda en contra de la reforma, acusando al señor Obama de bolchevique, terrorista, despilfarrador y negro. Todos los trabajadores deberán apuntarse a un seguro de salud so pena de ser penalizados fiscalmente si no lo hacen y financiado asimismo en buena medida con las cotizaciones de los empresarios. La cobertura es universal y gratuita y sólo han quedado al margen de ella los abortos que no vengan obligados por razón de violación o incesto en lo que ha sido la necesidad de ceder a la presión de los republicanos y un grupo de demócratas sureños, virulentamente opuestos a la interrupción voluntaria del embarazo y, desde luego, a financiarla con dineros públicos.

En resumen, de un plumazo y en menos de un año de mandato el señor Obama ha puesto en marcha (con un poco de suerte la ley puede entrar en vigor antes de fin de año si la votación en el Senado no se tuerce) el puntal básico del que aún carecía el Estado del bienestar gringo que, al respecto, aparte de ser el reino de la despiadada explotación mercantil de las necesidades humanas, dejaba al primer país del mundo por muchos conceptos en lugares vergonzosos en comparación con todos los Estados europeos occidentales en los que hace años que hay sistemas nacionales universales y gratuitos de salud.

Supongo que a partir de ahora arreciarán las críticas al presidente desde los dos campos que suelen cruzar sus fuegos para ir en contra de los avances reales en el bienestar de la gente. Los izquierdistas de salón, los radicales que afirman ser la verdadera izquierda pondrán de manifiesto las debilidades de la reforma, la inexistencia de financiación pública para abortos distintos de los mencionados, las concesiones a las aseguradoras y acabarán dictaminando que la reforma es puramente cosmética, que el señor Obama es un bluff y que la cobertura será un fracaso en un terreno que será monopolizado por las aseguradoras. Desde la derecha y en plena coincidencia de objetivos con los anteriores se subrayará el carácter intervencionista del proyecto, su ataque a los fundamentos del libre mercado y la libre empresa, su fuerte aroma socialista y su financiación con cargo a unos impuestos confiscatorios. Son las dos Casandras que llevan decenios clamando en contra del Estado del bienestar (aunque oficialmente digan que lo apoyan): la "izquierda" sosteniendo que es un mal remedo de la revolución y la verdadera justicia social, un artilugio de la burguesía y sus aliados los socialdemócratas reformistas y la derecha cavernícola, al estilo del señor Aznar para quien la culpa de la actual crisis del capitalismo la tiene el fementido intervencionismo socialista que hace años que no se da en ningún país del mundo por cuanto, como señalan los mencionados "izquierdistas" los socialdemócratas han adoptado políticas neoliberales.

Entre tanto el presidente Obama ha avanzado un paso importantísimo en la consolidación de los Estados Unidos como un Estado del bienestar, la única conquista sólida, duradera de la izquierda en el siglo XX, la única transformación real del capitalismo en pro de la justicia y el interés de las clases más desfavorecidas.

(La imagen es una foto de C4Chaos, bajo licencia de Creative Commons).

dilluns, 27 de juliol del 2009

El bienestar en la crisis.

El último número de la revista Sistema (Fundación Sistema, Madrid, julio de 2009, 143 págs) viene casi monográfico con asuntos directa o indirectamente relacionados con el bienestar y la influencia de la crisis. El único que se aparta de ese territorio es el primer artículo, Pedro Castón y María del Mar Ramos, Modelos de implantación de las sectas en la Unión Europea que se ocupa de las distintas formas que hay en la UE de resolver los problemas que plantean las sectas siendo estos el temor al adoctrinamiento, los suicidios colectivos y los problemas que acarrea el control que ejercen sobre sus miembros. Ciertamente, dada la dificultad de encontrar una definición de acuerdo general de este fenómeno, proceder por enumeración de sus patologías es perfectamente viable. Aquella dificultad de definición, por otro lado, hace referencia a una cuestión que los autores no plantean (imagino que ni se les pasa por la cabeza) pero que siempre he tenido presente y sobre el que tengo una actitud definida: no creo que haya diferencia entre las así llamadas "sectas" y las grandes religiones. El cristianismo, el catolicismo en concreto, son sectas: si es por el adoctrinamiento y el control que ejercen sobre sus fieles, el asunto no deja lugar a dudas; lo del suicidio colectivo es más problemático, aunque no se ve por qué no pueda darse también en las religiones más acendradas. Muchos de los martirios que relata la historia de la Iglesia fueron colectivos y voluntarios, es decir, en el fondo, suicidios, por ejemplo, el de la Legión Tebana o el de Santa Úrsula y las once mil vírgenes. En algunos países, como Bélgica, se distingue entre sectas "destructivas" y sectas "respetables", pero las religiones no aparecen ni entre las respetables. Hay una especie de acuerdo general en que las religiones no son sectas. Sin embargo, si por una secta se entiende una organización en la que los individuos ponen voluntariamente en manos de otro (un gurú, un Papa, un hechicero) su juicio moral y dependen de lo que ese otro diga para saber qué está bien y qué mal, un otro, por lo demás, que interfiere en la forma de vivir su vida de los fieles, las religiones son todas tan sectas como la de los fanáticos de la diosa Kahli. Pero, en fin, entiendo que este es asunto secundario para el tema del artículo. Los autores sostienen que el criterio clasificatorio más adecuado de las sectas es el de si respetan o no los derechos fundamentales. En el primer caso serán constitucionales y en el segundo, no. Sostienen igualmente que en Europa hay tres modos de enfrentarse a las sectas: a) el modelo intervencionista que interviene normativamente y regula el sector en Francia, Bélgica o Alemania (en donde se habla de "psicogrupos"): b) el modelo de investigación/divulgación en donde se hacen estudios y se adoptan luego medidas de iustración y prevención (Austria, Reino Unido); y c) el modelo no intervencionista (Grecia, España) en el que puede elaborarse algún informe pero no se toman medidas. En resumen, un artículo muy interesante. Es lástima que esté tan mal redactado y contenga tantos errores. Por ejemplo, los autores se empeñan en quitar a la Cienciología el artículo determinado, lo que convierte la lectura en un suplicio, ignoran el régimen del número en el término alemán Bundesland, sostienen que el Estado en Inglaterra (en el que la Reina es la cabeza de la Iglesia anglicana y hay 26 lores espirituales en la Cámara de los Lores) es secular y se da separación entre él y la religión (por lo demás llamada established Church), hablan de una "Constitución" inglesa y traducen "courts" por cortes en lugar de tribunales.

Manuel Sánchez de Dios (El trade off eficiencia-equidad y la cohesión social en Alemania, Suecia y el Reino Unido con los gobiernos socialdemócratas) publica un estupendo artículo sobre los modelos de cohesión social en tres tipos de Estado del bienestar en las condiciones de la globalización que para algunos requieren el desmantelamiento (retrenchement) del Estado del bienestar y para otros su adaptación. El examen se aborda viendo cómo se plantea el trade off entre eficiencia y equidad en los tres tipos de Estados del bienestar de la ya clásica distinción de Esping-Andersen, en concreto el modelo liberal británico (el autor examina los años de Thatcher y el Nuevo Laborismo), el conservador alemán (aquí el repaso abarca a Kohl, Schröder y Merkel) y el socialdemócrata sueco (con la permanencia de la socialdemocracia salvo en dos ocasiones). Aporta luego unas útiles comparaciones con datos de la OCDE y el Eurostat en concreto en materia de crecimiento económico, renta por habitante, tasa de paro y precimiento de la productividad laboral de las que se sigue que el peor parado es el caso alemán y el mejor el sueco. Y lo mismo sucede con otros indicadores de redistribución y equidad ya más específicos, como el gasto social, el gasto en pensiones, en educación, en desempleo, en políticas activas o el gasto familiar, así como la cuantía de los salarios de sustitución, la desigualdad de la renta, el riesgo de pobreza familiar, la presión fiscal y el impuesto sobre salarios. En conclusión cabe decir que no se ha dado un retrenchement del estado del bienestar y que las medidas más eficaces de que disponen los Estados en la lucha contra la crisis son las políticas activas de empleo.

Iosune Goñi Urrutia (Relaciones intergeneracionales en la dependencia de la población mayor: solidaridad ambivalente y despotismo ilustrado familiar) aborda un asunto de indudable actualidad como es la atención a la dependencia que en España aún es incipiente. Analiza con perspicacia las relaciones de dependencia, precisa la relación con la autonomía que a veces se confunden. En la actualidad estas relaciones se dan en un contexto de solidaridad, ambivalencia y gap generacional que normalmente descansa sobre la familia. Hoy, gracias a la prolongación de la esperanza de vida pueden llegar a convivir varias generaciones bajo el mismo techo y no hay gap alguno ni conflicto generacional sino, al contrario, una especie de contrato generacional. Hace un análisis muy detallado y convincente sobre el conflicto y la influencia del mayor dependiente (p. 84) y se detiene en la curiosa disfunción que llama "despotismo ilustrado familiar", esto es, la costumbre de actuar bajo el criterio de todo para el dependiente pero sin el dependiente.

Pau Miret Gamundi (Transformación histórica de los modelos de emancipación familiar y de escolarización en España durante el siglo XX) combina los datos de la Encuesta Sociodemográfica de 1991 (que es una fuente de información retrospectiva) y la Encuesta de Población Activa (EPA) de 1976 a 2003 para determinar las pautas temporales de emancipación de las distintas generaciones y el cuadro final es una curva que va desde la emancipación temprana en las épocas pasadas a una época de juventud cada vez más dilatada hoy día.Hay varios datos que definenla emancipación, como la vivienda independiente, un trabajo que permita la autonomía económica, la constitución de una familia de reproducción y la independencia de la familia de procedencia, pero el autor los deja reducidos a la autonomía residencial respecto a los padres y la convivencia de pareja debido a la ausencia de datos. En cuanto a los resultados: la edad media de emancipación descendió desde los 24 años (mujeres) y 26 años (hombres) en los nacidos entre 1924 y 1933, a los 22,5 y 24,5 respectivamente en los nacidos entre 1944 y 1953 y vuelve a syubir hasta los 25,5 y 27,7 en los nacidos a fines de los años sesenta y sigue subiendo. Entre los nacidos en los años setenta, uno de cada cuatro seguirá en casa de los padres a a los 35 años de edad (p. 99). Presta igualmente gran atención a las pautas de escolarización que tienen una incidencia directa sobre la de emancipación.

Bárbara Contreras Moreno (Las personas "sin hogar" en una gran metrópoli: el caso de Madrid) aborda un tema interesante e infrecuente, el de los sin techo en Madrid en donde el 13,3 por ciento de la población está por debajo del nivel de pobreza. Analiza los distintos casos que se dan según la clasificación aceptada de: a) sin techo; b) sin vivienda; c) vivienda insegura; d) vivienda inadecuada, ya que no son lo mismo. De cuatro recuentos nocturnos que se han hecho en Madrid se sigue que en la capital hay entre 550 y 650 personas que pernoctan a la intemperie, normalmente en los distritos del centro que son los más seguros frente a las agresiones que suelen sufrir. Cerca del 60 por ciento de ellos son extranjeros, sobre todo varones. Las nacionalidades mayoritarias son: rumanos, marroquíes, polacos, senegaleses y portugueses. El cincuenta por ciento son solteros. En conclusión se observan los procesos siguientes: 1) juvenalización (cada vez son más jóvenes); 2) feminización (cada vez, más mujeres), 3) familización (familias enteras sin techo); 4) desistitucionalización (antiguos internos en centros que quedan al albur en la calle); 5) internacionalización (cada vez más inmigrantes); y 6) mesacratización (empieza a haber personas con estudios universitarios).

dimarts, 26 d’agost del 2008

TINSTAAFL.

Parece que la Dama de hierro sufre demencia senil según informa su hija. Es lamentable. Con ella se apaga una época que dejó leyenda y doctrina, el "thatcherismo", más fuerte que la influencia de su coetáneo y conmilitón ideológico, Mr. Reagan. Porque hubo "reaganomics", pero no "reaganismo". La dama era la que llevaba la antorcha de la lucha contra el comunismo, a través de las privatizaciones. Eso fue lo simbólico. y lo que hizo que por primera vez en mucho tiempo una primera ministra inglesa eclipsara a un presidente de los EEUU. Claro Mr. Reagan no privatizó nada porque en su país prácticamente todo es privado.

Quedan flecos y hay quien quiere acabar con ellos. La idea de privatizar la administración de justicia no es nueva; como tampoco lo es suprimir la Hacienda Fiscal y substituirla por una financiación pública a base de loterías; ni la de suprimir la moneda única y privatizarla de forma que cada cual (bancos, mayormente) saque su papel con el valor que tenga en el mercado. Son los libertarios, esos que adoptaron una fórmula que se encuentra en una novela de ciencia ficción de Robert Heinlein, There Is Not Such A Thing As A Free Lunch (TINSTAAFL), fundamento mismo del orden económico e incluso moral según el cual No Existen Almuerzos Gratis (NEAG en castellano). Algo en lo que la señora Thatcher, que era química, creía más a pie juntillas que en la tabla de elementos periódicos. Hacia 1987 concedió una entrevista a la revista Women's Own en la que, entre otras cosas dijo:

"Creo que hemos pasado ena época en que se ha hecho creer a demasiada gente que si tiene un problema, el Estado tiene el deber de resolvérselo. 'Tengo un problema; que me den una subvención'. 'Soy un sin techo; el gobierno tiene que conseguirme una vivienda'. Eso es cargar a la sociedad con su problema. Pero, ya ve Vd., No existe la sociedad (NELS) (negritas, mías). Existen hombres y mujeres individuales y familias. Ningún gobierno puede hacer nada sino es a través de la gente. Pero la gente tiene que cuidar de sí misma en primer lugar. Nuestro deber es cuidar de nosotros mismos y, luego cuidarnos de los demás. La gente piensa demasiado en los derechos sin pensar en los deberes. No existen derechos si antes no se ha cumplido con el deber."

Este razonamiento, el puro sentido común del ama de casa, que decían muy irritados los elitistas (y machistas) diputados laboristas, triunfó en Inglaterra elección tras elección, haciendo de Mrs. Thatcher la primera ministra que más tiempo ha estado en el poder (1979 a 1990). Y si no es porque metió la pata en el intento de privatización del Servicio Nacional de Salud y la creación de un impuesto de capitación, lo que propició una sublevación en su propio partido, hubiera seguido ganando a los desconcertados laboristas.

Una señora tremenda esta Iron Lady: descuajaringó a los sindicatos ingleses; privatizó el entero sector público de la economía, British Telecom, British Rail, minas, puertos, aeropuertos... todo; derrotó a los payasos de la junta militar argentina e causa de las Malvinas; instaló armas atómicas estadounidenses en Graham Common, propiciando un movimiento pacifista que le importó una higa; estuvo tiesa con el independentismo irlandés (desde no ceder en una huelga de hambre de los presos en la que murieron once (creo) hasta dejar que los mataran a balazos en mitad de la calle en Gibraltar); renegoció la aportación de Inglaterra a la Comunidad Europea; y se las tuvo tiesas a los soviéticos hasta que tropezó con el tovarich Gorbachov, de quien dijo de inmediato que era un hombre "con el que cabía hacer negocios".

Un torbellino en la política práctica y en la teórica. Creyente firmísima en la necesidad de desmantelar el Estado del Bienestar, por eso dice que "no existe la sociedad"; sólo lo hacen los individuos. Principio básico de la corriente metodológica dominante desde hace decenios en las ciencias sociales, llamada el individualismo metodológico, que comparte con los libertarios del TINSTAAFL. Su intervención fue decisiva para que los ingleses dejaran escapar al genocida Pinochet, salvándolo de las garras justicieras del juez Garzón y demostrando así una vez más que la razón de Estado prevalece sobre las consideraciones ético-jurídicas que luego se pregonan a los cuatro vientos cuando se trata de hacérselas tragar a un tercero.

¿Qué quieren que les diga? La señora me gustaba porque era valiente, clara e inteligente y uno prefiere que los adversarios tengan estas cualidades y no que sean cobardes, confusos y estúpidos. Tenía un espíritu de afirmación y orgullo muy inglés, muy de clase media conservadora, imbuida de la doctrina del libre mercado que, como se sabe, se aplica cuando conviene; nada más. La foto que ilustra el post no tiene desperdicio. Obsérvense la escenografía, el atuendo de las señoras, el gesto de los caballeros y la actitud de los cadetes. Es como el símbolo de la "relación especial" anglosajona que repateaba al general De Gaulle, el que consagra la superioridad de lo que Churchill llamaba the English speaking peoples, los pueblos de habla inglesa, la "anglicidad", que diría Ramiro de Maeztu.

La hija dice que la demencia senil de su madre efecta ante todo a los recuerdos recientes; los del pasado sigue teniéndolos íntegros. Encuentro que es un apagarse poético el de la señora que no se molesta en registrar el corto plazo, lo que sucede a su alrededor. ¿Para qué? Ella ya es una figura en la historia.

La imagen es una foto de los Reagan y los Thatcher en una cena en la Casa Blanca el dieciséis de noviembre de 1988 que se encuentra en el cominio público por gentileza de la Ronald Reagan Presidential Library

dissabte, 1 de març del 2008

Las medidas del bienestar.

La Universidad de Alicante acaba de publicar un estupendo libro colectivo sobre el Estado del bienestar (en adelante, EB). Lo han hecho Salvador Salort i Vives y Ramiro Muñoz Haedo (El Estado del bienestar en la encrucijada, Alicante, 2007), recogiendo en él cinco trabajos de otros tantos especialistas sobre este tema de gran actualidad y trascendencia. Y cuando digo lo anterior probablemente me quedo corto. Al día de hoy, pasada la época de las confrontaciones ideológicas radicales, el debate político en las sociedades democráticas avanzadas occidentales versa casi exclusivamente sobre el EB. Si debe ampliarse, reducirse, reformarse, corregirse aquí o allá. En los programas de los partidos políticos, la mayor atención suele dedicarse a cuestiones directa o indirectamente relacionadas con él: las privatizaciones, las reformas fiscales (más o menos impuestos y qué tipos de impuestos), la atención a los servicios públicos, el régimen general de pensiones, etc son los temas prioritarios del debate actual.

Lejos quedan los tiempos en que la izquierda comunista consideraba que los EBs eran añagazas socialdemócratas para uncir al proletariado al carro de la explotación burguesa. Ahora, hasta las opciones políticas más radicales de la izquierda sostienen que es deber prioritario defender las conquistas del bienestar, la seguridad social, la contratación colectiva, etc, frente a la ofensiva desmanteladora de la derecha. Cuestiones como si el sistema de pensiones debe seguir siendo público o ha de privatizarse en mayor en menor medida son las más candentes en los actuales procesos democráticos.

Sobre todo ello contiene este libro interesantes y muy documentados trabajos que ayudan a hacerse una idea ajustada sobre la condición y el futuro inmediato del EB, con especial atención a España. Sin demérito de los demás me concentraré en los tres que me han parecido que pueden tener un mayor impacto en la controversia actual sobre esta forma de Estado.

En primer lugar, Antonio Escudero Gutiérrez publica un importante y madurado trabajo sobre La evolución del bienestar en España (1850-1991), un tema sobre el que ya tiene otras señaladas publicaciones y al que hace una aportación decisiva. El objetivo es ver si cabe llegar a un índice aceptable del bienestar. Para ello cruza el indicador tradicional de la renta por habitante, que es bastante insatisfactorio, con otros índices algo más complejos, en concreto, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) del PNUD, el Índice Físico de Calidad de Vida (IFCV) y los datos antropométricos (en concreto, la medición de la estatura media de los mozos de reemplazo, que empezó a generalizarse a partir del Reino Unido en los años noventa) de los que disponemos series históricas que permiten observar la evolución. Como es sabido, el IDH conjuga la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la renta por habitante, mientras que el IFCV relaciona la esperanza de vida, la tasa de alfabetización y la renta por habitante. Si se cruzan estos índices con el primer indicador de la renta y se ordenan en aplicación del Borda rule que permite una clasificación ordenada sumando la clasificación relativa de los componentes individuales de los índices, se tiene una visión bastante ajustada de la evolución del bienestar en España. El autor reconoce que no hay un indicador sintético que recoja todas las dimensiones del bienestar (pág. 52), pero llega a una serie de conclusiones sumamente relevantes según el indicador que se emplee. Si es la renta, ésta aumentó entre 1850 y 1929, disminuyó entre 1930 y 1953 y creció considerablemente a partir de los años de 1960. El IDH muestra un crecimiento sostenido desde 1850 a 1991 (de hecho, hoy estamos entre los países de alto IDH), algo atenuado en el decenio de 1930. El IFCV muestra crecimiento atenuado en 1910 y 1930, mientras que los datos de estatura media se deterioraron en la segunda mitad del XIX (por la industrialización), luego subieron, volvieron a remitir entre 1930 y 1950 (guerra y posguerra) y están en franco crecimiento desde entonces. Añado de mi cosecha: se acabó el cliché del español cetrino y bajito.

Francisco Comín Comín publica un trabajo asimismo de sumo interés sobre El surgimiento y desarrollo del Estado del bienestar (1883-1980) que en sesenta apretadas páginas consigue dar una visión sintética de una materia tan procelosa por cuanto, como bien señala el autor, el EB no conoce obra doctrinal fundacional alguna, sino que ha ido creándose de forma empírica en distintos momentos históricos y lugares geográficos, adoptando formas muy diferentes. Toma como punto de partida la famosa obra de P. H. Lindert, Growing Public. Social Spending and Growth since the Eighteenth Century, Cambridge University Press, 2004, aceptando la clasificación de factores que el autor inglés considera decisivos en la evolución del EB: 1) democratización del sistema político; 2) envejecimiento de la población; 3) mayor afinidad de los votantes de las clases medias hacia los más pobres; 4) primera globalización; 6) cambio de actitud de los católicos hacia los programas sociales de los gobiernos (pág. 77). Pero luego lo somete a severa crítica pues cree que Lindert ignora la importancia de las guerras, no resalta la escasa función de las ideologías políticas y no explica por qué los católicos hayan de ser más importantes que los protestantes en esta cuestión. El autor aborda luego un cuadro histórico bien trabado que da cuenta del surgimiento y desarrollo del EB que, en la medida en que se le pueden poner nombres, serían los de Adolf Wagner y los "socialistas de cátedra" para el EB del período guillermino en la Alemania de Bismarck, el socialismo fabiano inglés y, por supuesto, el informe Beveridge (pág. 80), sin olvidar la influencia decisiva de Keynes. El cuadro incluye la extensión del sufragio, la crisis económica del decenio de 1930, la guerra, la globalización y la aparición de los impuestos progresivos, que considera determinante del EB (pág. 104). La evolución, pues, se articula en tres momentos: a) siglo XIX: beneficencia pública; b) 1880-1914: primeros regímenes de seguros sociales; c) segunda posguerra: la consolidación. (págs. 108-109). Si alguna crítica se le puede hacer a esto es la misma que el autor hace a Lindert pues tampoco concede gran atención al giro católico, decisivo para entender su aportación al gran "pacto de la postguerra" a partir de la formulación de la doctrina social de la Iglesia a la que Comín apenas hace referencia. No obstante, cabe subscribir su conclusión en el sentido de que es el EB el que ha garantizado la estabilidad de las sociedades industriales.

Por último, Rafael Muñoz del Bustillo Llorente publica un magnífico trabajo sobre las Perspectivas de la política social y de empleo en la UE que contribuye a refutar con contundencia empírica algunas de las falacias más generalizadas acerca de las supuestas insuficiencias del EB. Se pregunta el autor si existe un modelo social europeo, para llegar a la conclusión de que no, dado que en la UE la política social tiene muy distintas opciones en cuanto a los regímenes sociales. Procede luego a comparar ese no-modelo europeo con el de los EEUU y, por último aborda los retos de la UE. Para dilucidar el primer asunto esto es, la dispersión europea y si puede llegar a converger aplica el criterio de la convergencia sigma (que sigue el comportamiento de la desviación típica de la variable cuya convergencia se quiere estudiar) para llegar a la conclusión de que en el último decenio no se han reducido las divergencias europeas (pág. 137). En cuanto a la comparación entre el caso europeo y los EEUU, la centra en el comportamiento de los dos modelos respecto al desempleo, reconociendo que la incidencia de la alta tasa de paro en Europa (que se agudizó con la implantación de la Unión Monetaria) es una de las responsables de la euroesclerosis pero, luego de un detallado análisis, llega a la esperanzadora conclusión de que en los últimos años el empleo crece más deprisa en Europa que en los EEUU, con lo que es obvio que no se puede aceptar sin más la idea de que el EB sea incompatible con el funcionamiento del mercado (pág.140) por cuanto con los datos en la mano, tampoco cabe sostener que la política social tenga un impacto negativo sobre el crecimiento económico (pág. 147). En la tercera parte, sobre los retos, Muñoz de Bustillo muestra que la euroesclerosis no ataca por igual a todos los Estados miembros de la UE (pág. 145). En conclusión, también nuestro autor se remite a Lindert a quien cita para afirmar que los juicios respecto a la relación entre EB y desarrollo económico "responden fundamentalmente a las posiciones ideológicas, o a las predicciones sobre lo que pueda ocurrir en el futuro" (pág. 148). Pero luego añade una conclusión de su propia cosecha que este bloguero suscribe por entero: "...el objetivo de la construcción del EB nunca fue potenciar el crecimiento, sino proteger a los ciudadanos frente a determinadas contingencias como la pobreza en la vejez, la enfermedad o el desempleo y la exclusión social, de forma que es con respecto a estos objetivos con respecto a los que habría que evaluar al EB, y no en lo relativo a su contribución al crecimiento económico." (pág. 149)

La cita anterior muestra que el EB es un fenómeno complejo que debe considerarse desde una perspectiva pluridisciplinar. La mayoría de los autores de esta obra colectiva son economistas (excepto el último trabajo sobre el defensor del pueblo, que es de un jurista pero guarda escasa relación con el cuerpo central de la obra) y, salva la anterior feliz conclusión de Muñoz de Bustillo, tienden a dar una visión centrada en los factores económicos soslayando los políticos, las políticas públicas, etc. Por ejemplo, es llamativo que ninguno de los participantes en la obra cite una sola de Vincenç Navarro, probablemente la mayor autoridad española en materia de EB y políticas públicas. Por supuesto ello no desmerece en modo alguno el libro, pero pone de relieve la necesidad de que haya diálogos cruzados entre especialistas en un asunto tan complejo e importante como éste.