dilluns, 4 de març del 2019

Más rebeldía

¿Hay algo más rebelde que negarse a disolverse? ¿Algo más agresivo que querer ser? El Parlament considera la posibilidad de blindarse frente a una disolución vía 155, que es como se llama hoy el caballo de Pavía. A su favor, cita el art. 16.1 del vigente Estatuto de Extremadura, según el cual la Asamblea es inviolable y no podrá ser disuelta salvo en los supuestos previstos en el presente Estatuto. Y no prevé ninguno salvo la voluntad del presidente de la Junta. "¡Ah! exclaman los unionistas de todo venero, ¡es que Extremadura no es Catalunya!". No quiere decir nada y lo dice todo. Como lo de "Escocia no es Catalunya". En resumen: Catalunya es lo que a nosotros nos dé la gana, o sea, España.

Claro que Catalunya no es Extremadura. Por eso se blinda frente al 155, lo cual plantea el curioso problema de cómo sea eso posible. El 155 es un estado de excepción de hecho que, según entiende el gobierno (otra cosa es que sea así), le da potestad para anular actos de todo tipo de la administración autonómica, incluidas sus decisiones parlamentarias. Y eso es lo que el Parlament se apresta a considerar, cosa impensable en la Asamblea extremeña. Así que grande es el descubrimiento de que Extremadura no es Catalunya.

Si, llegado el momento, el 155 anula la decisión del Parlament de anular el 155, entraremos en un terreno puramente político. Veremos cuánto tiempo tarda el gobierno en judicializarlo como, según se queja, hacía el gobierno anterior. En cuanto el Parlament se niegue a disolverse con el 155, se habrá declarado en rebeldía. Podemos prever la imagen: cuando entre la fuerza pública a disolver, los diputados unionistas (PSC, C's, PP y la incógnita comuns) saldrán por su propio pie, ya disueltos, si es que llegaron a entrar. A los otros habrá que sacarlos en volandas, a la sillita de la reina o con métodos más expeditivos, pero siempre con resistencia pacífica a la disolución.  Luego, se cerrará el Parlament, cosa tampoco tan insólita: Franco lo tuvo cerrado cuarenta años de intenso diálogo con los catalanes. Pero los diputados/as disueltos allí seguirán sentados y habrá que hacer algo con ellas. Por ejemplo, procesarlos.

Ya tienen trabajo los jueces. Como ahora, tendrán que ponerse frenéticamente a buscar alguna violencia que no sea la suya y, como ahora, tendrán que inventársela o, también como ahora, convertir en ajena la violencia propia, o sea reputar violentas a las víctimas y víctimas a los violentos. Y si eso ya es difícil ahora, con unas decenas de diputados/as pacíficas y sin una maldita vidriera rota, es imposible. Los diputados ayudarían mucho a esta peculiar justicia hispana si salieran del Parlamento pegando tiros, como los Dalton de OK Corral. Eso lo bordaría Llarena; pero no hay esperanzas. La revolución catalana es no violenta. Es una rebeldía pacífica. Rebeldía como suma de desobediencia, resistencia, manifestación y protesta pacíficas. 

Denle todas las vueltas que quieran: votar no es delito. Autodeterminarse no es delito. Rebelarse pacíficamente contra la injusticia no es delito. Los convierte en delito un Estado que solo se sostiene prohibiendo el ejercicio de derechos fundamentales, individuales y nacionales.

La justicia administrada por ese Estado no puede ser justa.