dissabte, 19 de gener del 2019

El extremeño furioso

Podría dar para una novela ejemplar de no ser porque de ejemplar no tiene nada.

¡Qué barbaridad, qué desatino, qué modo de dar una patada al tablero de la transición, el 78 y los verdes prados del Edén! ¡Qué forma tan descarnada de imponer un orden en beneficio propio por la fuerza bruta!

Conste que no estamos para menudencias. El Parlamento extremeño está en su muy legítimo derecho de decidir lo que le parezca. Sin duda. Y el catalán. Los extremeños quieren aporrear a los catalanes; los catalanes quieren echar al rey de los extremeños. ¿Por qué unos sí y otros no? Los Parlamentos son soberanos; todos. No es esa la cuestión.

Tampoco lo es que el presidente de Extremadura, Fernández Vara, fuera en años más mozos, militante del PP, lo cual es evidente ahora. Son cosas de los partidos y si los socialistas piensan que este transferido los representa, es asunto suyo. Pero tampoco es la cuestión aquí.

Como tampoco lo es el juicio de todo tipo que merezca una decisión de este jaez que trata de perjudicar a una fuente de ingresos propios.

La cuestión es que, con toda la legitimidad y legalidad del mundo, el Parlamento extremeño ha hecho añicos cualquier posibilidad de entendimiento en el Estado español, ha puesto el conflicto en términos de todo o nada. Y ha dejado patente la condición colonial de Catalunya sometida a intervención arbitraria de la metrópoli o dictadura de la mayoría. Algo estúpido porque, con ello, se legitima el derecho de autodeterminación que se negaba en un principio por no tratarse de una colonia. 

Y resulta que sí se trata de una colonia porque solo como una colonia se puede gobernar un territorio en contra de la voluntad de la mayoría de sus habitantes. El ataque a la nación catalana activa el derecho de esta a la legítima defensa recurriendo de un lado a la acción popular y de otro a la opinión internacional. La metrópoli tiene la batalla perdida. La decisión del Parlamento es el canto del cisne del artilugio autonómico del 78. 

En el volumen III de su Historia de los heterodoxos españoles, Menéndez Pelayo termina un agudísimo juicio crítico sobre Donoso Cortés, ilustre extremeño de Valle de la Serena y, por tanto, pacense, de este modo: "Todo es en él absoluto, decisivo,magistral; no entiende de atenuaciones ni de distingos; su frase va todavía más allá que su pensamiento; jamás concede nada al adversario, y, en su afán de cerrarle todas las salidas, suele cerrárselas a sí mismo."