dilluns, 1 d’octubre del 2018

Un año

Es lo que ha pasado desde el referéndum del 1-O de 2017, que abrió una nueva etapa en la lucha por la República Catalana. Hay una clara y universal conciencia de que, en efecto, se trata de una nueva etapa; en concreto, la última. A su término hemos de contar con una República Catalana independiente reconocida internacionalmente. Un periodo decisivo. Clara y universal conciencia. Catalunya entera está llenándose de plazas, calles, avenidas del Primer d'Octubre. Ayer Palinuro participó en una de estas denominaciones en Vilagrassa y reitera su agradecimiento a las autoridades y gentes del lugar por haber contado con él.

Además de los nombres de calles y lugares, el 1-O tiene méritos suficientes para ser la futura fiesta nacional de la República. El gobierno catalán demostró que controlaba soberanamente el territorio y, en cambio, el del Estado no. El pueblo catalán se volcó en el acto convocado por las autoridades y, con peligro de su integridad física (más de mil heridos) acudió a votar para decidir su propio destino. Votó por mayoría impresionante la  independencia y un mandato explícito a los gobernantes para que la implementaran.

Mientras tanto, el gobierno español de la época, comprobaba que no controlaba el territorio, tampoco las instituciones y mucho menos al pueblo, al que trata de someter por la fuerza bruta. El Estado español veía que era un Estado fallido, esto es, el que no consigue hacer que su ordenamiento jurídico se acate y obedezca en todo su territorio.

Desde entonces hasta hoy, el proceso independentista se ha acelerado y consolidado tanto en el interior como en el exterior a través de acontecimientos que permiten hablar de la existencia de hecho (aunque aun no derecho) de la República Catalana. Estos acontecimientos, que están en la memoria de todos, permiten visualizar la marcha a la independencia en la interrelación de los actos de iniciativa independetistas (tanto del gobierno por un lado como de la ciudadanía por el otro) y los sucesivos fracasos de las respuestas del Estado, deslegitimado en su acción interior y desprestigiado en la exterior.

A partir de la última Diada, sin embargo y, muy especialmente de los hechos del sábado en Barcelona, cunde la convicción de que estamos ante una nueva época, una época de cambio decisivo. Hasta estos días, e independentismo ha ido cargándose de razones frente a la inoperancia, la represión y la iniquidad del Estado español. A partir de la última Diada y, sobre todo, de los hechos del 29 de septiembre, a dos días del aniversario del 1-O, hay una conciencia de que se requiere no un cambio de rumbo, sino de forma de navegar.

El sábado, el independentismo obtuvo una resonante victoria, impidiendo que las habituales bandas fascistas, financiadas y organizadas, según parece por la derecha de C's, vinieran a Barcelona a provocar y humillar. Un triunfo que demuestra que la gente defiende la República en la calle y está dispuesta a batirse por ella. ¿Lo están igualmente el gobierno y los partidos?

Sabido es: cada vez cobra mayor fuerza una sospecha popular de que los "políticos", la gente de partidos anda maniobrando, quizá recuperando viejas tácticas entreguistas del nacionalismo caduco de la puta y la Ramoneta y el peix al cove. Probablemente sea injusto. Los políticos independentistas han pagado un alto precio en cárcelo exilio y confiscaciones y, hasta la fecha, nadie, ninguno, ha fallado. No obstante, es bueno que se les critique y advierta, en parte porque el espíritu humano es débil y en parte porque así se les obliga a reaccionar. Pero reconozcamos que es una crítica quizá excesiva, quizá ex abundantia cordis. 

La idea de la crítica de base es clara: los políticos deben ir al paso de la gente y arrostrar las consecuencias de sus actos. Y, si no están a la altura, causar baja, que otros más decididos ocuparán su lugar. O no... La opción electoral comporta siempre incertidumbres.

No obstante, un balance de los hechos del sábado dan una idea más aproximada de lo que sucedió y su importancia frente a la propaganda colonial de la prensa franquista madrileña. Pero algo ha de quedar claro desde el principio: lo sucedido en el terreno de la anomalía fue prácticamente nada. En cualquier manifa de la chusma fascista en Barcelona, por reducida que sea, hay más violencia que el sábado. Por tanto, es esencial rechazar la manipulación de lo que sucedió y la propaganda a la que sirve. La conclusión de la manifa del sábado, insisto, es un triunfo del independentismo.

Lo dicho, el pueblo demostró que está dispuesto a defender la República en la calle. El gobierno cuenta con él para las movilizaciones en el logro de la República y la independencia. Pero, ¿cuenta la gente con el gobierno para lo mismo? Aquí se plantea una cuestión crucial. Hasta ahora parece que sí y por eso tenemos presos y exiliados políticos. Pero, ¿y a partir de ahora? Esta muy bien que el presidente Torra nos anime a la desobediencia civil, pero eso reza también con ellos, con los gobernantes, los políticos; con el propio Torra. ¿Está ellos también dispuestos a desobedecr y afrontar las consecuencias?

La situación es una de empate entre el Estado y la Generalitat. Alguien tiene que romperlo. No parece vaya a ser el Estado, pues carece de iniciativa. Habrá de ser la Generalitat y habrá de hacerlo recurriendo a alguna acción que sacuda el empate y lleve a la ruptura real. Carece de sentido reiterar movilizaciones de todo tipo si no van a compañadas de medidas gubernativas eficaces que pongan a la Generalitat en confrontación directa con el Estado y obliguen a este a aceptar la ruptura con las consecuencias que sean.

Ese es el punto central en este momento. Los políticos deben probar que están a la altura de las circunstancias rompiendo abiertamente con el régimen de 1978, pues no hay otra forma de resolver este conflicto. Deben hacerlo al tiempo que muestran su confianza en el pueblo, que no los abandonará, como no ha abandonado a los y las que están dentro hace casi un año. 

El movimiento conseguirá su objetivo si mantiene su unidad de acción a toda costa y todas las fuerzas, sectores y corrientes se orientan en el mismo sentido de consolidar la República Catalana, haciendo cada cual frente a las consecuencias del cumplimiento de su tarea.