Vaya, al final la cosa se complicó en el programa de TV3, Tot és mou. La política se lo comió todo y no hubo ocasión de hablar de la representación de El meu avi va anar a Cuba en Lledoners el pasado 13 de octubre. A la paciencia de Marcel Vilarós, el autor, me encomiendo. Yo mencioné la función teatral en la prisión y hablé de Junqueras, pero debo de carecer de tirón. En todo caso, el debate se alejó de la ficción teatral y se centró en la realidad del drama cotidiano de un país que dice ser una democracia mientras tiene gente presa y exiliada por razones políticas.
Porque, de todo el barullo de declaraciones y contradeclaraciones de ayer, algo queda muy claro. Lo ha estado siempre, pero nunca tan crudamente.
En el Estado español hay dos conflictos, uno general, de clases y otro específico nacional en Catalunya. La izquierda española se interesa exclusivamente por el primero e ignora y menosprecia el segundo, al que quiere sustituir por su presencia sucursalista en Catalunya. Como esta no agota el juego político, lleva su arrojo o desfachatez a pedir a la izquierda independentista catalana que soslaye el independentismo y se integre en el más amplio conflicto de clases. Que, por supuesto, también es nacional; nacional español. Hay un problema de incomprensión que es tanto más irresoluble cuanto que es voluntaria.