Efectivamente, el título tiene significado doble. Incluso causal: porque unos han perdido el juicio, otros van a perder el juicio. En fin, que esto del Estado de derecho es demasiado complicado para España.
La serie de peripecias que ha rodeado esta rocambolesca instrucción apunta más a un proceso de alocada y compartida arbitrariedad que a un proceso judicial penal con garantías. Unos comportamientos tan caprichosos como mezquinos del juez en relación con los derechos de las y los presas políticas que se corona con una acusación de delitos que no se han podido demostrar ni indiciariamente pues falta un componente esencial en su tipificación. Acusación a los presos políticos, pero no a su máximo responsable político, a quien no se puede acusar en el extranjero porque sus tribunales no lo aceptan, razón por la cual, el juez español se niega a llevarlo a España, de forma que la necesidad se hace virtud.
A los conflictos judiciales internacionales se añade una balumba orgánica interior, hecha de tratos de favor entre magistrados, manipulaciones de nombramientos, supuestas falsedades que deja el prestigio del tribunal juzgador, el Supremo, literalmente por los suelos.
A esa madeja de argucias, incompetencias, abusos, maniobras, se añade que toda la causa está montada sobre los informes de un teniente coronel, Daniel Baena, jefe de la policía judicial judicial de Catalunya que, en sus ratos libres alimentaba dos cuentas disimuladas de tuiter desde las que insultaba y amenazaba a los independentistas. O sea el uniformado Baena investigaba a los independentistas de día como agente judicial y, de noche, los insultaba y amenazaba, disfrazado de travieso troll. Luego, los informes de este elemento según parece, han servido al juez Llarena para montar su causa jurídico-literaria. Con razón es esta tan estrafalaria. Sus fuentes lo son. Y lo que hace este caso insostenible y necesitado de anulación no es que lo sean; es que él no se haya dado cuenta y las dé por buenas.
¿Es posible tomarse esto en serio?
Entiendo la mucha preocupación de la gente con las condenas que puedan salir de esos juicios. Es evidente que quienes los han instigado, incoado, admitido y procesado han perdido el poco que les quedaba. Entiendo también el propósito de hacer servir la farsa judicial como un juicio político, con una potente denuncia que haga (más) visible Catalunya en Europa. Pero no me convence poner las trincheras tan atrás. Si hay juicio, ya veremos; si hay condenas, también veremos. Pero es preciso empezar negando la legitimidad de raíz de este proceso por vicios evidentes y pidiendo su anulación y la liberación ipso facto de los presos políticos. Para la acusación particular habrá mil interpretaciones de mil doctrinas que la silencien.
Prevalecerá el ciego orgullo del nacionalismo español. Sí, ese que empezó diciendo que no era nacionalista, amenazó luego con montar un Ulster en Catalunya que iba a resolver los problemas de estreñimiento de los catalanes y termina por ahora amenazando con recurrir a la violencia, como siempre, por tierra, mar y aire.
Habrá que resistir. Ese juicio no puede celebrarse. Es la mejor manera de que nadie lo pierda.