Creo haber leído a un ufano presidente Sánchez que su ministro de Asuntos Exteriores (aka Asuntos Catalanes), Borrell, contrarrestaría el relato independentista en el exterior, cosa de la que España anda necesitada. Pues si le sale la cosa como en la entrevista reciente en la BBC, la independencia de Catalunya es cuestión de días.
Llevado de su soberbia, su inconsciencia, su afán de aparecer como lo que no es, Borrell reconoce claramente que Catalunya es una nación. Así, a secas. Y da a entender al periodista que con todas sus consecuencias, cosa que este recalca porque, obviamente, deja al descubierto la mala fe del nacionalismo español.
Se da cuenta del patinazo de inmediato y trata de recoger velas hablando de "secesión" en lugar de autodeterminación con una falta de lógica evidente pues autodeterminación y secesión no son sinónimos y coetáneos sino consecutivos y causales. Pero no le basta; tiene que retractarse públicamente. ¡Que no le tomen al pie de la letra, por Dios! Y, a su regreso a España, va corriendo a Onda Cero a recitar el síndrome de la escalera precisando que Catalunya es una nación cultural, pero no política, etc. Es doctrina oficial española, más o menos opinable. Lo no opinable es que Borrell mintió en la BBC por quedar bien; por tarambaina. Y vuelve a mentir cuando acusa a los medios de tergiversar sus palabras. Es imposible. Borrell dice claramente que, para él, Catalunya es una nación.
Esa contradicción le importa poco. El ministro tiene el encargo de vencer la hegemonía independentista en la imagen exterior de España, encargo que coincide con sus más firmes convicciones. Sale dispuesto a vencer cueste lo que cueste. Llega bien asesorado con un reciente libro en contra de la Leyenda Negra. Ahí estamos todavía. La más reciente modernización fue un premio, instituido por el PP, dotado con 12.000 euríviris de vellón al mejor artículo sobre España en un medio extranjero. Por supuesto, este gobierno lo ha mantenido. Hay que vencer el relato.
Para cumplir el encargo, Borrell echa mano de la distinción entre nación cultural y nación política, muy interesante pero inútil a estos efectos. Porque aun admitiendo la validez de los conceptos y la sutil y arbitraria degradación que contienen entre la eficacia de lo cultural y lo político, ¿quién decide cuándo una nación es cultural y cuándo política? ¿Puede ser alguien distinto a la propia nación? Dado que la idea de nación vive en sus componentes, se desarrolla, crece o decrece en el tiempo, ¿qué sucede cuando una nación cultural decide ser nación política? Desde el punto de vista de la propia nación (la perspectiva emic) está en su derecho y espera que se le respeten todos los demás, en concreto, el de dotarse de un Estado.
Desde la perspectiva exterior, española, etic, eso es falso. La nación cultural no puede ser política. Pero carece de argumento convincente en su favor. El resto de la entrevista es una desafortunada repetición de las falacias gubernamentales españolas sobre la legalidad, la Constitución, su reforma, la división de poderes, el Estado de derecho y las presas políticas. Aquí tuvo otro descuido que le afearán: no precisó que se trata de políticas presas, como quiere la doctrina y dijo preferir que estuvieran en libertad provisional, cosa que tampoco le perdonarán los suyos.
Recurrió igualmente a los habituales embustes sobre las cifras de las elecciones, el 47% famoso, la cuestión de la mayoría, minoría y la Catalunya dividida en "dos mitades", una fábula que el ministro debía tener aun fresca en la retina comparando la asistencia a la Diada con la de la Diada alternativa de C's en la Plaça del rei. Y aquí ya el entrevistador lo deja sin aliento cuando le pregunta por qué no autoriza el gobierno un referéndum para que todo el mundo sepa a qué atenerse. Y, por supuesto, si el voto independentista no es mayoritario, no habrá secesión.
Ahí está el problema: en que el ministro sabe que el voto independentista es mayoritario y lo será cada vez más.
España no puede retener Catalunya en contra de su voluntad.