En España hay un visible renacimiento del fascismo. Al aquelarre del otro día en honor de Franco en Cuelgamuros se añaden otros actos públicos de este jaez, todos ellos con el mismo patrón: unos individuos/as vociferantes, tremolando rojigualdas con o sin águila, saludando avecésar, cantando el Cara al Sol y profiriendo todo tipo de amenazas. O como ayer, en Labajos, Segovia, otros de esta cuerda homenajeando a Onésimo Redondo, brazo el alto con la camisa azul que tú bordaste en rojo ayer. El expolio del pazo de Meirás, el título de marquesa a la nieta del criminal, la flamante fundación Francisco Franco predicando un nuevo alzamiento nacional. Actos, ritos, proclamas, saludos, vivas, mueras que suelen estar prohibidos por la ley si bien a ellos no se les aplica porque la Ley Mordaza, que el PSOE mantiene, solo se aplica a los rojos. La patente impunidad alimenta la fascistización que provoca en la sociedad miedo, silencio y... complicidad. Es la sociedad del "¡A por ellos!". Se añaden las incendiarias diatribas de los periodistas de la caverna y las continuas, crecientes, cada vez más agresivas actividades de matones individuales y en grupo en Catalunya, destrozando bienes, hostigando e insultando a la gente. La multiplicidad de asaltos en sitios públicos, en playas, plazas como la de Vic, etc.
En general, la situación de la convivencia civil en Catalunya corre peligro no porque, como dice el relato españolista, haya un enfrentamiento mutuo independentistas-no independentista, sino porque hay una política deliberada del nacionalismo español de intensificar la provocación hasta que alguien o algunos salten y pueda justificarse una intervención de más duro porte. Habrá quien se maraville de que, a la vista de las cloacas del Estado, todavía no haya sido este quien haya montado una respuesta a la provocación de falsa bandera. Si no lo ha hecho aún es porque la revolución catalana es pacífica a rajatabla, hasta un punto casi evangélico, no de poner la otra mejilla, pero sí de no contestar con violencia. Y cuando no hay violencia, ni una mente fabuladora como la del juez Llarena puede inventarla. No obstante, esto se paga al precio de que los matones se aprovechen de la falta de ley del talión en Catalunya e intensifiquen su agresividad.
Hacer tortosas, como parece proponerse para la visita de Pablo Casado, tiene un gran efecto mediático y simbólico... en Catalunya y reafirma la voluntad colectiva de seguir adelante sin violencia. Pero solo allí. Los medios españoles ni lo mencionan. Mientras en Catalunya la sensación de impunidad de las bandas (cuyas conexiones con los cuerpos de seguridad y algunos partidos políticos y asociaciones civiles son evidentes) las acicatea a seguir intentando romper la paz civil. Lo que crea una situación muy peligrosa.
Hacer tortosas, ignorar, ningunear, no va a ser suficiente. Es imprescindible una clara intervención del gobierno. No veo por qué los partidos de la oposición no piden una comparecencia del ministro del Interior, Grande Marlaska, para que explique qué hacen sus efectivos para garantizar el orden público en Cataluña. Que sea materia de los mossos d'esquadra no quita para que haya intercambio de información, colaboración y de mejor calidad que la del verano del atentado de las Ramblas. Y no es solo el Principado; también ha de explicar el ministro por qué no impide la organización y realización de actividades parafascistas en el conjunto del Estado. Si tiene información sobre los individuos que se desplazan desde todos los puntos de España en autobús y con bocadillo a las manifestaciones unionistas en Catalunya organizadas entre otros por la SCC y a las que acude el PSC, partido del gobierno.
¿O no controla el gobierno estas bandas ni los canales por los que se relacionan con las fuerzas de seguridad del Estado? ¿O no controla el gobierno su propia policía? De los jueces ya no hablemos.
Sánchez sigue invocando diálogo, entendimiento, buenas maneras y paciencia, (bajo la amenaza de nuevo 155) pero la situación del orden público en Catalunya es inadmisible. Y en España también, porque a la falta de seguridad pública (intente alguien montar un acto en favor de los presos políticos en la capital del reino), se suma el desbarajuste que el gobierno anterior ha dejado en la guardia civil, la policía, el CNI y los tribunales de justicia. Los casos de los chavales de Altsasu (guardia civil y tribunales), la Manada (guardia civil, ejército y tribunales), las inenarrables historias de Villlarejo (policía, corona, tribunales), los casos de Valtonyc, Pablo Hasel y decenas más. Y esto ya no es solo del ministerio del Interior; es cosa del gobierno en pleno.
Pero este gobierno tiene un propósito claro de no convertir la invocación al diálogo en hechos, manteniendo la política hostil del PP. Esta actitud justifica por sí misma que el bloque independentista en el Congreso le retire su apoyo hasta que cambie de actitud. Es actividad parlamentaria y lleva implícito un riesgo muy verosímil de poner fin anticipado a la legislatura española en una situación más similar al caos que al funcionamiento normal de las instituciones, como decían los franquistas en tiempos más dorados para ellos.
Pero, ¿qué se esperaban?
El procés, del que tanto se han reído los muy y mucho españoles, fue la maduración de la ruptura emocional entre Catalunya y España. La ruptura cristalizó de forma cruda, cruel, bestial el 1-O. Ni oblit ni perdó. No se olvidará. El 1-O hizo de España dos, España y Catalunya. España lo entendió a la primera: lo hizo en el discurso de Felipe VI el 3 de octubre, en el que quedaron claras las reglas del juego autoritario, y se daba vía libre a lo que llegó después. Habría llegado igual aunque el rey se hubiera callado. A nadie importa lo que diga pero, callándose, habría hecho mejor. El país entero se puso en estado de "¡A por ellos!": los políticos, los medios, los tribunales, los policías y múltiples faranduleros. Luego, el 21 de diciembre, los catalanes decidieron seguir siendo catalanes y la oligarquía mesetaria perdió del todo los nervios, poniendo en marcha el esperpento que ha culminado con la caída de M. Rajoy y el ascenso del recambio, Pedro Sánchez de presumible breve mandato.
En efecto, ¿qué esperaban?
Todavía no se han enterado de lo que tienen enfrente. Y mira que hay sociólogos, politólogas, juristas, psicólogos, economistas y hasta teólogas en sus afanosas filas. No es que lo entiendan mal; es que no lo entienden por ignorancia. La visión española de Catalunya, la que emerge en las distribas de sus publicistas, las sinsorgadas de sus ministros, los delirios de sus tribunales, las audacias de sus intelectuales, es la castellana de siempre, la que desprecia cuanto ignora. Y ahora lo odia. "¡A por ellos!", resuena el solar patrio.
En un discurso triunfal Casado prometió reconquistar Catalunya. En las redes, a las que cabe llamar "redes zumbonas", alguien le sugirió que le echara webs al asunto y, en vez de Catalunya, reconquistara Gibraltar. Gibraltar no se puede reconquistar más que por la fuerza porque hay un tratado en vigor por el que España entrega el Peñón a perpetuidad al Reino Unido y por la fuerza, me temo que.... A més a més, como dicen los pérfidos catalanes, el Reino Unido ha tenido el papo de organizar dos referéndums en la roca en los que los llanitos rechazaron a España con porcentajes "búlgaros", del 95% o así. Ahí quizá se encuentre la razón del profundo odio de España a los referéndums y, de paso, a los británicos, que se permiten el lujo de hacerlos hasta en las colonias y ganarlos abrumadoramente mientras que ella los pierde, como perderá el de Catalunya.
Bueno, pues quedando claro que "reconquistar" Gibraltar es imposible, sostengo aquí que más lo es "reconquistar" Catalunya.