Aprovechando que nos encontramos en Barcelona por asuntos que no hacen aquí al caso, nos acercamos a ver la expo del Palau Robert sobre Joana Biarnés, que casi se nos escapa pues cierra en breves días. Lo de acercarnos es un eufemismo. En medio de un temporal de lluvia y viento fuerte de proa orzamos valientemente todo el Paseig de Gràcia con la lengua fuera. La expo merece mucho la pena. Muy bien comisariada por Chema Conesa, recoge 90 instantáneas de Biarnés entre 1963 y 1973, cuando trabajaba para el diario Pueblo.
Las fotos son magníficas, no por su calidad técnica que es indiferente, sino por su espontaneidad, su realismo, su veracidad y su originalidad. Entrelazada con ellas -y muy bien explicada- está la peripecia vital de la autora. Y ambas, fotos y fotógrafa (exactamente fotoperiodista) son una metáfora de un país y una época: España en la transición entre la cutrez material de la postguerra y la cutrez espiritual del "desarrollito". La exposición insiste en que Biarnés retrató la España de la postguerra. En sentido estricto (1939-1959), no. La postguerra fue mucho más triste, miserable, sombría y cruel de lo que aquí se refleja, esto es, un país volcado a la moda, el espectáculo, algo (poco) abierto al extranjero, pero receptor de las modas foráneas. Varias tomas son para clases prácticas de antropología cultural: alguna figura importante rodeada de fans de los sesenta y quizá vigilada por un agente del orden que parece Sancho Panza con un tricornio.
Biarnés se hizo fotoperiodista a ejemplo e instancia de su padre, siendo la primera reportera gráfica del país. Lo cual no significó nada porque, en un oficio solo para hombres, no obtuvo trabajo hasta que en 1962 la contrató Pueblo. Fue largo tiempo la única mujer en la redacción y hubo de soportar todo tipo de cortapisas allí en donde intentaba ejercer su profesión.
El lector dirá: "bueno, claro, era la dictadura de Franco; las mujeres, ccc, casa, cocina y criaturas". Justo esa es una de las facetas que permite medir el retroceso del franquismo. Ya a a mediados del siglo XIX hubo fotógrafas, algunas geniales como la inglesa Julia Margaret Cameron o en los Estados Unidos, en los años de los clásicos en la década del New Deal, como Dorothea Lange, o en el surrealismo europeo como Dora Maar o fotoperiodistas de la Magnum en la guerra civil, como Gerda Taro. Por citar solo algunas de las más conocidas. España llegaba, igual que siempre, con un siglo de retraso y mal, y especialmente mal por la atmósfera sofocantemente represiva del franquismo. Basta con ver algunas instantáneas de la entonces aspirante a familia real o las de la familia que realmente dominaba, la de Franco, doña Carmen, Carmencita y la nieta.
Si Biarnés triunfó (moderadamente) en un ambiente machista fue debido a su extraordinaria personalidad, que se irradia en sus fotos y tiñe a algunas de una melancólica pátina de conmiseración, cual se ve en sus instantáneas de divas ya consagradas, como Sara Montiel o Carmen Sevilla o Lucía Bosé y otras en agraz, como Massiel, Marisol o Rocío Jurado. O en las fotos de modas femeninas, algunas de las cuales, siendo reales, recuerdan las ilustraciones de la literatura de anticipación.
El lector dirá: "bueno, claro, era la dictadura de Franco; las mujeres, ccc, casa, cocina y criaturas". Justo esa es una de las facetas que permite medir el retroceso del franquismo. Ya a a mediados del siglo XIX hubo fotógrafas, algunas geniales como la inglesa Julia Margaret Cameron o en los Estados Unidos, en los años de los clásicos en la década del New Deal, como Dorothea Lange, o en el surrealismo europeo como Dora Maar o fotoperiodistas de la Magnum en la guerra civil, como Gerda Taro. Por citar solo algunas de las más conocidas. España llegaba, igual que siempre, con un siglo de retraso y mal, y especialmente mal por la atmósfera sofocantemente represiva del franquismo. Basta con ver algunas instantáneas de la entonces aspirante a familia real o las de la familia que realmente dominaba, la de Franco, doña Carmen, Carmencita y la nieta.
Si Biarnés triunfó (moderadamente) en un ambiente machista fue debido a su extraordinaria personalidad, que se irradia en sus fotos y tiñe a algunas de una melancólica pátina de conmiseración, cual se ve en sus instantáneas de divas ya consagradas, como Sara Montiel o Carmen Sevilla o Lucía Bosé y otras en agraz, como Massiel, Marisol o Rocío Jurado. O en las fotos de modas femeninas, algunas de las cuales, siendo reales, recuerdan las ilustraciones de la literatura de anticipación.
Biarnés repite, según parece, una conseja de su padre: todo reportaje se resume en la foto y voto a tal que la hija se pasó diez años o más haciendo precisamente eso, la foto. Se tratara de lo que se tratara (modas, actrices, toreros, actos públicos, concentraciones, espectáculos, escenas callejeras, retratos, etc.) ella obtenía una instantánea tan fresca, natural y veraz que parecía un posado y se convertía en un icono. Algunos de sus reportajes son célebres, como el que hizo a los Beatles en su estancia en Madrid, colándose audazmente en su hotel y otras obras están, en cierto modo, serializadas pues durante una época fue fotógrafa personal de Raphael.
Una visita a la expo de Biarnés es un repaso de los tumultuosos primeros sesenta hasta la irrupción de la segunda mitad, que culmina en el 68. De eso no hay nada en la exposición. Nada, me parece, de resistencia al franquismo. Nada de oposición. Ni una crítica. Biarnés reflejó una sociedad conformista, vulgar, superficial y falsa. Pero lo hizo con cuidado y atención, y hasta con cierto mimo. La retrató en su banalidad más simple, de modo naturalista y cristalino. Registró también, aunque fuera fugazmente los hitos del momento: los Beatles, la minifalda de Mary Quant y el biscúter que, por aquellos años, ya había dejado paso al 600, ese sí, prototipo del coche del franquismo (pues el biscúter no tenía gran presencia) que se fabricaba en la factoría de SEAT en la Zona Franca de Barcelona.
Biarnés accedió a un mundo que no era el suyo yendo a contracorriente. La suya era la mirada de una intrusa.
Biarnés accedió a un mundo que no era el suyo yendo a contracorriente. La suya era la mirada de una intrusa.